violentos en Cuba
Un cordón militar corta el paso a los manifestantes en las protestas en Cuba del pasado 11 de julio (FOTO Reuters)

Ser correcto en la política contemporánea es decir que se rechaza la violencia. Por ejemplo, es decir que está muy bien que la gente proteste siempre que no ocurran hechos violentos.

Fue lo que dijo Leonardo Padura cuando sintió consternación por “la respuesta violenta, en especial contra los no violentos”. O, como acaba de decir Silvio Rodríguez, cuando desde su mecedora pedía clemencia para quienes protestaron, siempre, eso sí, que no hubiesen cometido actos violentos. Y como Silvio es bien conocido por sus zalamerías incombustibles con la dictadura cubana, ello apareció –y fue alabado- en cuanto espacio noticioso sabe que Cuba existe.

En realidad, Silvio Rodríguez no dijo nada nuevo respecto a lo que viene diciendo desde que pasaron los tiempos en que pudo cautivar la imaginación de toda una generación que creía que, efectivamente, asistíamos al parto de un corazón y se convirtió en un vocero de causas tristes. Como en aquellos días aciagos en que apoyó el fusilamiento exprés de los jóvenes negros que trataron de secuestrar la lanchita de Regla. Lo que Silvio Rodríguez está haciendo es reducir el asunto de la violencia a algunos hechos perpetrados por manifestantes y, de paso, vinculando directamente las protestas con estos hechos violentos.

Veamos el asunto de frente. Es lamentable que se hayan producido actos violentos directos por parte de manifestantes, pero ello siempre ocurre en las demostraciones públicas masivas, y obviamente no permite degradar el significado de estas demostraciones. Silvio Rodríguez no hace esto, reconozcámoslo, sino otra cosa: solo mira la violencia que se produce en un lugar. Es decir, si efectivamente consintiéramos en condenar a los “violentistas”, habría que comenzar a hacerlo condenando a la policía y a las bandas facinerosas que les apoyan. Reitero, deberíamos empezar por condenar la violencia física brutal que se ha cometido sistemáticamente contra opositores y manifestantes: cercamientos, secuestros, apaleamientos, torturas físicas y sicológicas, detenciones arbitrarias, todo un rosario de abusos propios de un régimen dictatorial donde el derecho es, en el mejor de los casos, una intención.

Pero la violencia no es solamente física. Los cubanos comunes sufren desde hace décadas una violencia estructural que les impide realizar sus vidas en el lugar donde nacieron y les obliga a buscar una vida digna fuera del territorio nacional; que les condena a una pobreza cotidiana deshidratante, a afrontar una explosión epidémica alimentada por la incapacidad pública; y que no les permite, ya no protestar, ni siquiera increpar a un Estado opaco, represivo e ineficiente.

Y deben afrontar otra violencia simbólica que les ha calificado indistintamente de gusanos, escorias, lúmpenes, quintacolumnistas, entre otros epítetos, cuando han querido mostrar sus desacuerdos. En consecuencia, esta violencia los convierte en partes desechables que pueden ser reprimidas sin remordimientos. Tengo a mi vista, por ejemplo, un artículo publicado en el faraónico Granma a cargo de un locuaz periodista nombrado Elson Concepción Pérez, titulado “Los opositores”, y dice:

“Llaman «opositores» a los que rompen vidrieras y puertas de centros comerciales y roban sus artículos o a quienes destruyen autos –estatales y privados–, ofenden y agreden a un policía, asaltan y tratan destruir edificios de instituciones, destruyen vías públicas, entre otros muchos actos, violentando la ley y el orden y desafiando la estabilidad y la seguridad ciudadanas”.

Cuando el Sr Pérez reproduce las agresiones discursivas oficiales contra quienes disienten, está ejerciendo una brutal violencia simbólica contra estas personas que solo quieren ejercer un derecho prácticamente natural: protestar. Y al mismo tiempo, contribuye a justificar la represión física directa que han sufrido cientos de personas en los últimos días y que pudieran expresarse en graves condenas penales en juicios sin debidos procesos. Y, por tanto, cabe preguntarle a Silvio Rodríguez si su condena a los violentos incluye al Sr. Pérez, a los policías y al presidente Díaz-Canel o solamente a quienes tuvieron la mala ocurrencia de volcarle el carro al secretario del partido de Cárdenas.

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