Crónica al pie de un trono quebrado

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La tumba del general José Quintino Bandera Betancourt (1834-1906), (re)conocido como Quintín Bandera, está semioculta en el Cementerio de Colón, en La Habana. Tiene el epitafio borrado, no tiene nombre, los empleados del lugar a duras penas pueden indicar dónde encontrarla, a pesar de que está sorprendentemente cerca de la entrada principal de la calle Zapata, y de una de las avenidas principales del camposanto. Es una tumba degradada, como degradado fue el mambí a finales de la Guerra del 95, despojado de sus estrellas jerárquicas por un tribunal militar donde se sentaba el propio Generalísimo Máximo Gómez.

Tras la masacre que los soldados cubanos desataron sobre el cuerpo de Bandera el 23 de agosto de 1906, sus restos fueron destinados por orden presidencial a una fosa común, una sepultura anónima donde sus huesos se mezclarían con otros huesos sin nombre, sin pasado y hasta sin alma; sin derecho al recuerdo, excretados por la Historia que siempre redacta el bando hegemónico.

A pesar de que los restos del general fueron finalmente salvados, la maldición del anonimato parece haber perdurado y busca anular la tumba, enterrarla en una fosa común con otras tumbas sin nombre que yacen en el cementerio, despojadas igualmente de señas, fechas o pistas de sus ocupantes.

Sobre los sepulcros cercanos de otros próceres pueden verse ondear banderas cubanas. En el sepulcro del general de las tres guerras solo un asta desnuda recuerda que en algún momento se le honró con la enseña nacional bajo la que tanto machete dio.

Quintín Bandera es uno de los héroes cubanos negros a los que la película El Trono del Rey quiere dedicar tributo, y recibir la bendición guerrera de su eggun. Parte de su elenco, de sus gestores y aliados decidimos peregrinar hasta su tumba, y el periplo se convirtió en pesquisa, en exploración sin mapa ni brújula en busca de un lugar empeñado en desaparecer.

Todos recordábamos la tumba sin nombre, coronada por una columna quebrada, indicio de la posible (sin confirmación documental) pertenencia de Bandera a una logia masónica, o como alegoría funeraria a su muerte abrupta y violenta. Bajo la columna, tres efigies que representan tres edades de Quintín Bandera, y otorgan cierto aspecto de Jano –en este caso trifronte– al cubo de hormigón sobre el que se ubican. Bajo el rostro más viejo e inconfundible del mambí, yace una estela muda, inútil, donde quizás fue inscrito un epitafio.

Ese día nadie recordaba el camino. Acudimos a los destinos que indicaban las banderas izadas, pero ninguna pertenecía a la tumba del mambí. Indagamos en las oficinas y las indicaciones fueron erróneas. Casi por azar dimos con el monumento, discreto y de un oscuro color indefinido, fosca en medio de tumbas y monumentos más blancos, que reflejan la luz solar, una luz que la tumba de Bandera parece rehuir.

Tumba del General Quintín Bandera en la Necrópolis de Colón. (Foto Wikipedia)

Con nosotros, visitó la tumba Alexander Hall Lujardo, un joven historiador a punto de licenciarse en la Universidad de La Habana, hijo de Eleggua, y que ya había participado en la sesión de Ojito de Agua. Bandera es uno de los epicentros de su perspectiva antihegemónica sobre el pasado y las maneras de razonarlo, jerarquizarlo, narrarlo y connotarlo. Porque la historia de los “vencedores” no es la única, y los “vencidos” contraponen sus versiones con silencios tan atronadores que logran acallar la vocinglería canónica.

Al pie del trono quebrado del rey degradado que es Quintín Bandera, conversamos con Hall Lujardo, quien fuera convidado por Marta María Ramírez a aliarse con la película por “la importancia que en este proceso tiene simbólica y espiritualmente” una figura como Quintín Bandera. “Obviamente decidí involucrarme como conocedor”, comenta Hall, “pero más que todo por solidaridad y, además, por lo que ancestralmente significa para mí”. Entonces rememoró que el investigador y ensayista Tato Quiñones (1942-2020) le pidió “al eggun de Quintín que no descansara en paz”.

“Cómo pedirle a un eggun, a un Emfunbe, a un muerto propiamente, un espíritu, que no descanse en paz. Ese simbolismo es un rescate, precisamente, de las ideas de rebeldía y todo ese espíritu que rodea el imaginario de Quintín Bandera para que nos acompañe en las luchas futuras por librar en función de la igualdad. No es una lucha fácil, es una lucha que ha costado muchos sinsabores, que ha generado conflictos, incluso entre hermanos, entre generaciones aliadas. Conflictos bizantinos que van más allá de cuestiones conceptuales, sino que está relacionado con índoles de carácter propiamente humano y personal. Entonces, pedirle a ese espíritu, a ese eggun, que no descanse en paz tiene una relación muy directa con los esfuerzos que desde la realización de esta película se libran para que su figura, así como los estudios dentro del campo de las negritudes, por la igualdad, por la emancipación y por la justicia, no sean relegados ni invisibilizados. Entonces él, y esa ancestralidad que rodea toda una cosmovisión y un imaginario, es tan importante en función de esas batallas que están por librarse y que deben acompañar a nuestros cuerpos en lo adelante”.

Así comienza una larga conversación al pie del trono quebrado y casi olvidado, entre la selva de tumbas del Cementerio de Colón, desde el que Quintín Banderas preside, quizás sin paz, quizás sin sueños, la historia de Cuba.

El joven historiador Alexander Hall Lujardo junto a la tumba del General Quintín Bandera en el Cementerio de Colón en La Habana. (Foto Antonio E. González Rojas)

¿Desde cuándo comienzas a interesarte entonces en la figura de Bandera?

Desde que comencé mis estudios universitarios me percaté de la gran invisibilización dentro de las páginas de la historiografía de los próceres, de la cultura negra, de la cultura afrodescendiente y todo lo que tiene que ver con sus tradiciones, sus luchas por la emancipación, su rol al frente de estos procesos. Esto, obviamente, como parte de un proceso de construcción de la identidad, pero también de rescate de la justicia reparativa histórica, me movilizó en función de una investigación de rescate de todo ese patrimonio, desde una relación ancestral, espiritual y personal más allá del propio campo profesional de la historia. Ahí está el comienzo de esta relación biunívoca que seguirá, estoy seguro, durante el resto de mi vida.

Quintín Bandera no era el único general negro de las guerras independentistas cubanas, pero es muy relevante. Estamos hablando de uno de los pocos generales negros que participa en las tres grandes luchas por la independencia de Cuba: 1868, conocida como la Guerra Grande; la Guerra Chiquita; y, por supuesto, la Guerra del 95. Tiene el privilegio de estar en esos tres grandes eventos y sobrevivir a ellos, lo cual le otorga una connotación trascendente. Una persona que obtiene grados de general a pesar de los muchos vericuetos que al interior del mambisado, figuras letradas estaban imponiendo para evitar que su hegemonía fuera desplazada por los jefes de extracción popular.

Y (sobre)vive en la Cuba independiente, durante los primeros años de la República…

Quintín Bandera trascendió en medio de la instauración de esa nueva sociedad republicana bajo un orden liberal, oligárquico, excluyente, y su muerte ocurre en medio de la frustración republicana de los sectores de extracción popular, humilde, negros, mulatos y mestizos, lo cual sin lugar a dudas lo convierte en una figura aún más relevante.

Fue relegado al olvido, barriendo calles, después de que le pidiera a quien antes fuera su amigo, el Presidente de la República Tomás Estrada Palma, un puesto de trabajo al verse desempleado y excluido en medio de los primeros años de la década republicana. Estrada Palma desoyó su petición. Solamente le ofreció una plaza de cartero y una limosna de 5 pesos. Su orgullo le impidió aceptar tan baja oferta.

La postura de desidia ante lo que significaba uno de los generales más reconocidos de las guerras de independencia dice mucho de lo que fue ese nuevo proceso, la frustración de los derechos y la preterición de la vida de los afrodescendientes que fueron claves en la gesta emancipatoria por la libertad de Cuba contra el régimen colonialista español. Entonces esa connotación tan relevante que tiene Quintín, y el momento en que muere plenamente olvidado y relegado, evidencia las condiciones en las cuales se produjo esa libertad para un sector muy específico de la élite aristocrática burguesa del siglo XIX.

Quintín es la negación de todo un mito que se ha construido en torno a la nación cubana, que es la supuesta fraternidad al interior del campo mambí durante las guerras de independencia. La historiografía, la narrativa hegemónica, ha manejado el presupuesto de que existía una hermandad plena entre los cubanos que estaban combatiendo al régimen colonialista español, y eso es completamente falso.

Hay mucha documentación que evidencia que existieron muchas conflictividades, que existió un racismo explícito y abierto por parte de muchos generales que hoy tienen un lugar prioritario en el panteón de los héroes de la patria, como es el caso de Calixto García, por poner solo un ejemplo. Se dan muchas manifestaciones explícitas de racismo sumergido y otras abiertas por parte de figuras cuya enunciación pondría en crisis todo un aparato conceptual y discursivo que históricamente se ha manejado.

Entonces, esa idea viene a ser un tanto frustrada por la ideología predominante que maneja la tesis de la hermandad al interior del campo republicano pero que frustra la independencia total, es decir, política y económica del país, con el proceso intervencionista de los Estados Unidos en 1898, y la instauración de un orden republicano neocolonial que importa mecanismos de segregación abiertos como resultado del racismo que ya padecían los afronorteamericanos en ese país. Eso es cierto, pero la invisibilización de esos otros conflictos que se venían dando al interior del campo insurreccional desde antes de 1898 busca manifestar una supuesta unidad que no fue tal. Y ese es el caso del propio Quintín Bandera, quien antes de que culmine la guerra es destituido de su cargo de general y despojado de todos sus méritos, al punto que, una vez licenciado del Ejército Libertador, ni siquiera pudo cobrar el estipendio que daba el gobierno republicano por su trayectoria política revolucionaria. Ese es un ejemplo más de los mecanismos de exclusión y preterición que se acometieron desde antes del año 1898.

Quintín no solo es relegado como negro y desclasado en una sociedad de rectoría blanca y burguesa, sino que ya antes sufre la denigración militar…

Quintín Bandera, general de tres guerras.

La destitución de Quintín es una de las páginas más tristes de la historia de Cuba porque en esos hechos está involucrada la figura de Máximo Gómez. Quintín es sometido a juicio militar y es despojado de todos sus cargos por el que en ese momento era general en jefe del Ejército Libertador por actos de indisciplina que se le habían achacado.

Estos hechos tienen lugar luego de la muerte del general Maceo y del hijo de Máximo Gómez, que era ayudante y ahijado de Antonio Maceo. Hay documentación que certifica que Gómez realizó ese juicio bajo una presión sentimental muy grande, y que ciertamente Quintín había cometido acciones que pueden ser consideradas de indisciplina al interior del campo mambí, pero eso sesgó la visión del general a la hora de someter a juicio a quien fuera uno de sus combatientes más reconocidos al Oriente del país. Sin embargo, a pesar de ser destituido de sus cargos se mantuvo al interior del ejército un respeto muy grande y siguió participando en actos bélicos, en combates abiertos contra el ejército español. Por tanto, ser despojado de su cargo no imposibilitó ni menguó su condición revolucionaria ni su vocación independentista.

Aunque Bandera es uno de tus nortes historiográficos, te ocupas en tu tesis de grado de la corriente política del “republicanismo negro”. ¿Cómo interconectas ambos objetos de estudio?

A pesar de que Bandera no fue propiamente un teórico o un pensador, tal vez estemos hablando de la figura combatiente más radicalmente emancipatoria, por la efusividad con la cual llevaba a cabo sus ideas y sus planteamientos. A pesar de no ser un teórico, ocupa un espacio importante dentro del imaginario de lo que hemos llamado “republicanismo negro”, por la relevancia que tiene en función de la materialización de esos ideales.

La muerte de Bandera ilustra muy certeramente la frustración y postergación de las ideas republicanas por la igualdad y el acceso igualitario a los derechos. Sin la disponibilidad de riquezas ni la posibilidad de construir un régimen donde los afrodescendientes relegados dentro de la estructura social y económica ocupen un lugar prioritario o al menos estén en condiciones de igualdad ante el trabajo, no podemos hablar de verdaderos preceptos de igualdad, que son unas de las bases fundamentales de las ideas republicanas más básicas que tienen su origen en el continente europeo. Entonces, el papel de Quintín allí como protagonista y como actor directo por la materialización de esos derechos, es fundamental.

El republicanismo negro está asociado precisamente a los imaginarios de construcción de la nación, hegemónicamente blancos, que desde esas posiciones y esos lugares de enunciación se han construido. Estamos hablando de figuras esclavistas que la historiografía ha considerado como los iniciadores de las gestas por la independencia. Y eso no es así.

Tendríamos que remontarnos al siglo XVIII con la importancia que tuvo para el contexto geopolítico latinoamericano, y del propio desarrollo del proceso de la modernidad, la revolución haitiana, un proceso revolucionario que inicia todo un mito en torno a un supuesto miedo al negro. El miedo al negro no es más que el temor de las élites hacendadas, aristocráticas y burguesas de la época, de que se iniciara todo un proceso de emancipación popular afrodescendiente que barriera con el lastre de la esclavitud e instaurara un orden republicano basado en términos de igualdad formal. Desde entonces se dan rebeliones antiesclavistas y de carácter anticolonial en el país, sobre todo en la zona del Oriente.

Como parte de estos procesos de rebeliones, conspiraciones, y alzamientos, en el año 1812, un año fatídico para los afrodescendientes, se produce una masacre en torno a los hechos de la conspiración de (José Antonio) Aponte, una figura tan satanizada que era una expresión de la época, sembrada por los propios colonialistas españoles, decir que tal o cual persona era “más mala que Aponte”. Una expresión que incluso ha llegado hasta nuestros días. Poco, pero ha trascendido. Se trataba precisamente de un negro con ideas liberales, con toda una concepción republicana, incluyente, antiesclavista, anticolonial y, por supuesto, de un marcado carácter independentista influido por la Ilustración y por la Modernidad europeas.

Desde ese momento, estaban circulando no solamente ideas de este tipo, sino que influyeron en las prácticas emancipatorias de los esclavizados, y eso influyó en futuras rebeliones que se dan alrededor de la década del 1840, como es el caso de la famosa Conspiración de la Escalera, cuya veracidad es aún puesta en discusión por algunos especialistas, pero que también está vinculada con otros hechos que ocurren en la zona más industrializada del país vinculada a la plantación, como la llanura Habana-Matanzas en aquel momento. Ahí ocurrieron entonces importantes rebeliones como la de Triunvirato.

Entonces, el ideal de los republicanos negros continúa en las ideas de figuras importantes como Antonio Maceo, por ejemplo, o en toda la construcción antioligárquica y antiliberal publicadas en las páginas de Previsión, un diario negro en el que se aglutinan todas las ideas radicales antioligárquicas y antiliberales contrarias a ese orden excluyente instaurado con la Neocolonia; y obviamente incluye dentro de su imaginario democrático la participación de los sectores preteridos, humildes y populares, invisibilizados por el nuevo régimen desde 1902. Esa tendencia continúa en futuras publicaciones e intentos que buscan instaurar un régimen social más inclusivo y que tuviera en sus bases, en el orden de relaciones económicas establecidas, proyecciones basadas en la igualdad ante el trabajo, en la igualdad ante el acceso de los derechos y las riquezas.

Eso, básicamente, junto a todo un conjunto de ideas y de proyecciones que trascienden hasta nuestros días en los discursos y en las publicaciones de importantes pensadores, viene siendo la conceptualización de lo que entendemos como republicanismo negro, que actualmente es una disputa social a favor de la inclusión de derechos fundamentales, pero es también una disputa política en cuanto busca la transformación de las relaciones de poder sobre las cuales se estructura la sociedad.

Antonio Enrique González Rojas (Cienfuegos, 1981). Periodista y crítico de arte. Textos especializados suyos aparecen en publicaciones como La Gaceta de Cuba, Cine cubano: La pupila insomne, El Caimán Barbudo, Hypermedia Magazine, Altercine (IPS Cuba), Cine Cubano, Esquife, Noticias de Arte Cubano, Bisiesto (Muestra Joven ICAIC), Enfoco (EICTV), la revista del Festival de Cine de La Habana, y otras. Ha sido guionista de varios programas televisivos especializados en audiovisual como Lente Joven, Banda Sonora e íconos del celuloide. Ha integrado jurados de la prensa en eventos como el Festival de Cine de La Habana. Ha publicado libros de ficción y crítica de cine, entre los que se encuentran: Voces en la niebla. Un lustro de cine joven cubano (2010-2015) (Ediciones Claustrofobias, 2016) y Tras el telón de celuloide. Acercamientos al cine cubano (Editorial Primigenios, 2019). Un tercer volumen titulado “Críticas, mentiras y cintas de video” está en proceso de edición.

Ver comentarios

  • El miedo al negro en Cuba no fue solamente un temor a que hubiera en Cuba un alzamiento de esclavos que convirtiera la isla en otra Haití. Es más que eso. Es el temor a que se normativizara la cultura negra. Se oscureciera la piel de los cubanos y que la religión africana reemplazara a la católica. El racismo, el miedo al negro, es constitutivo de la formación del Estado cubano. La muerte de Quintin Bandera fue solamente un ejemplo de ese temor convertido entonces en política de Estado.

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