Réquiem a La Peor Generación

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El nacimiento no suele contestar preguntas. Se coloca a tientas en el espacio imperceptible que separa la causa del efecto. Nadie pidió el alumbramiento y aquí estamos, asistiendo a la vida, que se nos presenta arbitraria desde el principio, haciendo lo mejor que podemos.

Nosotros, hijos de los noventa, nietos de veteranos de Angola, herederos de la caída del muro, del Período Especial, la Batalla de Ideas, las balsas flotando sobre las malditas circunstancias. Nosotros que convivimos con mitología de otros tiempos, mientras vemos que el balance es siempre negativo. La generación que tuvo un celular en la mano siendo adolescentes, que asistió al parto del reguetón, a la llegada del internet, al lenguaje inclusivo. Nosotros, que con quince años fuimos anotados en una lista para militar en la UJC y cuando llegamos a casa nuestros padres, bajito, nos aconsejaron que no nos metiéramos en nada de eso. Nosotros, que votamos por la Constitución siendo adolescentes.

Los nacidos en esta época, en esta isla que se repite de oriente a occidente en un bloque monolingüe, que no conocemos la palabra democracia y nos creemos la falacia de poder encontrarla en algún rincón de esta tierra, viva, entera. Nosotros, que tenemos sueños republicanos y la chispa de la creación, que nos debatimos entre etiquetas para colocarnos en la minoría justa, obedeciendo al instinto gregario y a la asociación como única moneda de cambio. Aquí estamos, sin saber cómo es la vida fuera del tótem que nos envuelve, que entra por las rendijas de la casa, se mete en la mesa, en la cama, moldea familias enteras, empuña nuestros hilos.

Sea el espacio virtual la plaza que nunca tuvo el cubano inconforme, la habitación de la ira, el grito de todo el que tenga algo que decir. Nos llegó, a los herederos del silencio, la era del disenso virtual.

¿Cuánto de político tiene una generación? Todo. Tal vez es cosa de generaciones sentirse infortunados, neuróticos, reprimidos, perdidos en la realidad que nos consume como una lima sorda. Pues la sensación de infortunio nos ha sido transferida, como marca de fierro candente, para arreglárnosla como podamos: emigrar, resistir o transformarnos.

Nosotros, que estrenamos el arte digital, la escritura urgente, que protagonizamos la tea virtual del todo contra todos. Testigos del fraccionamiento social con memoria gráfica (nunca la historia fue tan bien archivada), escribimos mientras nos reprochan haber tomado una u otra parte de este drama. Día a día somos “traidores” en uno u otro intento de pronunciamiento. Lo más raro es que, en este acontecer diario y cambiante, somos merecedores de las acusaciones que se nos hacen por el simple hecho de no poder serlo todo. Somos, además, la generación que se especializa cada vez más en cada vez menos cosas.

Por eso somos los peores, nos gusta serlos. Cargamos con reacciones plurales a mismos traumas y las ganas de llevar la escritura al rango de la expresión psíquica. Los peores porque nuestro formato no fue escogido, nos tocó por default. La Peor Generación es una interrogante, ni nosotros mismos somos conscientes de tal fenómeno. Bautizo que arrastraremos más allá de nuestra propia introspección. Un título que nos representa. Somos una muestra de la reacción política, que encontró un punto de fuga en la escritura.

La Peor Generación es un concepto de jueves por la tarde, le pasamos la decodificación a los que vendrán luego.

Y no, no somos un grupo de amigos cercanos que pretenden juntarse en un café todos los domingos para planear el nuevo paso que nos inscriba en la historia, no acordamos manifiesto, narrativa o línea editorial, no somos homogéneos. La mayoría ni nos conocemos en persona. Convivimos en el espacio virtual y practicamos la mutua admiración, más allá de las inmensas particularidades, asumidas para ejercer la compleja función del pensamiento y aproximarnos a la verdad.

Hemos tomado el pensamiento como activo de vida, más allá del marco sindicalista de la palabra. Somos marginados reflexionando sobre nuestra propia condición, expresándola con lo que tenemos a mano, allanando el lenguaje y ahorrando caracteres. Nos unen las disposiciones emocionales que circulan, forman alianzas y muros de rechazo hacia ciertos objetos y sujetos.

*  *  *

Comenzando este texto encontré un poema de Pasolini, traducción de Omar Pérez, que vino como golpe de lucidez, azaroso y certero

[…] la juventud pasa rápido; oh generación infortunada,
llegarás a la mediana edad y luego a la vejez
sin haber gozado aquello que tenías derecho de gozar […]
y así comprenderás haber servido al mundo
contra el cual celosamente “continuaste la lucha” […]
oh generación infortunada, y tú obedeciste
desobedeciendo […]
llorarás, pero con lágrimas sin vida
porque tal vez no sabrás ni siquiera regresar
a aquello que no habiéndolo tenido
tampoco has perdido […]
pobre generación […] infantilmente pragmática, puerilmente activa […]
oh, muchachos infortunados, que habéis visto al alcance de la mano
una maravillosa victoria que no existía.

Adriana Fonte Preciado (Pinar del Río, 1997). Escritora. Graduada de Medicina. Ha publicado textos en medios independientes cubanos y revistas de literatura.

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