Concepto harto polémico, lo que por comodidad o costumbre llamamos “la realidad” corresponde, en esencia, a un modelo de representación –incluida la catalogada como “objetiva”–. Resultado de una interacción elemental: el sujeto, el mundo, su relación, es una confrontación implícita en toda creación artística y en toda especulación –científica, religiosa, materialista, idealista, o específica de una disciplina.
Tal premisa no es ociosa a la hora de abordar el universo ficcional que en sus poemas y narraciones ha diseñado Eliseo Diego, pues el problema de la realidad y su representación es uno de los desafíos asumidos por el sistema poético de este creador, sustentado por su fe católica: “sólo en estas creencias hallo el trasfondo de abismos que hacen, para mí, del destino del hombre una terrible y apasionante aventura”.[1] El Génesis, el Libro de Job, los Evangelios [2] dan cuenta de una historia de grandezas y decadencias, actualizada, según Diego, en todo destino humano. Justamente una de las principales pérdidas sufridas por el padre Adán y por sus descendientes –de resultas del pecado original, de la Caída– es la de la visión del universo en su plenitud y en su unidad.[3] La Poesía, la creación artística devienen, entonces, necesidad y vía esencial para el conocimiento del mundo, aunque terminen siendo sólo un reflejo subsidiario de lo que fuera:
Un arte no fragmentado, en que el sonido, la forma, el color, hechos uno en la palabra, se abrazan en un todo de perfección inconcebible, en un único acto de creación, de poesía […] Palabra, o sonido, o color, cada uno anhela al otro por el esplendor de lo abandonado allá en la rica tiniebla.[4]
Así, la nostalgia o sed de lo perdido que invade la poesía de Eliseo Diego nace en gran parte del imperativo de entrever, al menos, tal dicha primigenia. Y ello es posible porque, aunque echado al polvo, el hombre se trajo del destierro “los dones”, entre ellos, el nombrar y la posibilidad de aprehender por la mirada, aunque sólo sea en un vislumbre, la rica, multiforme y misteriosa realidad:
Ver nada menos que el ser de las cosas visibles e invisibles, ya que sólo quien lo ha visto puede darles su nombre, que es el que en definitiva va a crearlas. Para el místico es una facultad que se regala por añadidura; para el poeta es el único, precioso don de su vida. Si ambas visiones, la que conduce al conocimiento de lo divino y la que conduce al conocimiento de lo meramente creado, se reúnen nuevamente en el hombre más próximo a la salud de la obediencia, será bueno buscar la raíz de estas facultades en el estado anterior a la fragmentación de la Caída.[5]
[…]
Toda poesía transcurre –y ese fue mi hallazgo– entre la voz de Adán en el jardín y la voz de Job en el destierro. Hecho el aliento para nombrar, ¿había de perder su poderosa dignidad luego del Pecado? Para nombrar, y para argüir con Dios y para impetrar su misericordia.[6]
Si se ha sido condenado, por otra parte, a vivir en esa “sublime comedia que llamamos historia”,[7] ello significa que se está condenado también a la experiencia de la temporalidad. Tiempo y muerte, “esos dos perros famélicos, y también, claro, la presa infinitamente huidiza que los dos infinitamente persiguen”,[8] forman parte esencial del destino del hombre, de su drama terrenal.
Así pues, el análisis de las relaciones del sujeto con la realidad en el caso de Eliseo Diego no puede desvincularse de las convicciones antes enunciadas, así como de la que calderonianamente recuerda que somos partícipes del gran teatro del mundo, con su escenografía y simulacros:
¡Qué no daríamos por saltar una sola vez del escenario al ruedo simple de lo real y tocar por fin una piedra de Dios, no un pedazo de la decoración, aunque nos hendiese las manos como una brasa! Pero esto es imposible: esto va contra la ley misma de la escena.[9]
No propone el autor, como podría inferirse, que el sujeto debe cruzarse de brazos ante tal prohibición ancestral. Todo lo contrario. Consciente de las limitaciones se pregunta:
¿Para qué escribir poesía […] si el esplendor de la Realidad, con la mayor de las mayúsculas, no será visto nunca sino “a través de un cristal, oscuramente”? Y sin embargo es necesario. No puede uno dejar de hacerlo. No tiene fe bastante. Ni la imagen satisface, ni el propio testimonio convence; será preciso mostrar a los demás siquiera un reflejo que nos gane su asentimiento: sí, tú lo has visto, porque nos has hecho verlo a nosotros.[10]
En consecuencia, el poeta es el ser poseído por esa hambre insatisfecha de revelar el misterio del mundo, aunque sea tarea que lo sobrepase. Es ella su aguijón y razón de ser. El poeta es un visionario que sólo realizará cabalmente su misión en la medida en que comunique al Otro, en un acto de elemental caridad, lo que ha visto, pues sin ese entendimiento nada tendría sentido.
El creador, pues, activa los “dones”, el principal, la mirada atenta, que siempre será acto inédito si se la concibe como “el acto de atender en toda su pureza”, una de las varias definiciones de poesía que Diego postula.[11] A diferencia de Rimbaud y de los surrealistas, no persigue el poeta vidente de Diego desarreglar sus sentidos para –sinestésica confusión o subconsciente liberado mediantes– percibir un orden o realidad que trasciende el fenómeno en su inmediata materialidad. Porque más que trascender, su poesía pretende encarnar:
La función propia de la poesía, y de una poesía orientada a partir de una fuente de religiosidad, sería precisamente todo lo contrario de la trascendencia, es decir, es la penetración en la realidad, la encarnación […] una iluminación de la realidad más concreta y más inmediata.[12]
[…]
Un poema, decimos, no termina sino con su encarnación en palabras. ¿Y cuál es el sentido de la encarnación por excelencia, de la Encarnación del Cristo, si no es el de un sacrificio? En el mundo sombrío de la Caída el acto poético es imperfecto sin un acto de expiación, sin el acto de suprema caridad o renunciamiento que es la encarnación. Por la encarnación pueden los otros participar de la visión prístina, que solo se justifica por esta participación, y así la perfecta lectura es esencial a la creación del objeto.[13]
La concordante lección de Martin Buber
Uno de los libros de la biblioteca de Eliseo Diego más asaeteado por sus subrayados y acotaciones es Yo y Tú de Martin Buber.[14] Tan afín con su propio sentir y modo de obrar le resultaba la doctrina del filósofo hebreo, uno de los exponentes más significativos del existencialismo religioso de la pasada centuria, que acude a ella una vez más con motivo de la memorable ocasión en que le fuera concedido el Premio Juan Rulfo. En el texto allí leído glosa el núcleo de las tesis de Buber, justamente aquel que le permite explicar el sentido de su propio quehacer poético.
Lo más significativo del pensamiento del filósofo expresado en ese libro –sobre todo aquella parte de su credo que revela una notoria empatía con las concepciones del poeta cubano– se resume en lo siguiente:
El hombre tiene una doble actitud ante el mundo, duplicidad relacionada con los dos pares de palabras primordiales que pronuncia: Yo-Tú y Yo-Ello. Son ambas parejas expresión de la Existencia y son palabras pronunciadas desde el Ser. Ciertamente, hay diferencias entre los dos tipos de relaciones: la palabra primordial Yo-Tú sólo puede ser dicha por el Ser entero, no así la palabra primordial Yo-Ello, en la que el hombre participa con sólo parte de su ser. Simplificando las cosas, pudiera establecerse que mientras la segunda se relaciona con la realidad en su manifestación más externa y fenoménica, la primera facilita el acceso a su dimensión profunda y esencial, entendiendo esta última relación como una apropiación recíproca entre el Yo y el Tú, no limitada para nada a la realidad material, sino que puede involucrar a otros hombres y, como meta última y más plena, a Dios. Desde luego, en el Ello pueden estar implicados también los hombres –no Dios– pero entonces el vínculo que establece el Yo no es de la misma naturaleza que si ese Otro fuese llamado Tú.
Buber concreta sus tesis en un ejemplo –justamente el aludido por Diego en “Palabras en Guadalajara”–,[15] que se nos permitirá glosar y citar in extenso.
Al considerar un árbol, dice el filósofo, puedo encararlo bajo el aspecto poético o pictórico: “pilar rígido bajo el asalto de la luz, o verdor resplandeciente, suavemente inundado por el azul argentado que le sirve de fondo.”[16] Puedo destacar su movimiento: “red hinchada de vasos ligados a un centro fijo y palpitante, succión de las raíces, respiración de las hojas, incesante intercambio con la tierra y el aire –y ese oscuro crecimiento mismo.”[17] Puedo –continúa– clasificarlo como especie, percibirlo como abstracción, número, etc.
Pero también puede ocurrir que a favor de la voluntad y la gracia, al considerar este árbol yo sea conducido a entrar en relación con él. Entonces el árbol deja de ser un Ello. Me ha captado la potencia de la exclusividad.
Todo lo que pertenece al árbol está ahí. Su forma y su estructura, sus colores y su composición química, su intercambio con los elementos del mundo y con las estrellas, todo está presente en una totalidad única.
[…]
El erige frente a mí su realidad corporal, tiene que ver conmigo como yo con él, pero de una manera distinta.
[…]
Quien se hace presente a mí no es el alma ni la dríada del árbol, sino el árbol mismo.[18]
“Sea a la sombra de este árbol –dice Eliseo Diego en el texto aludido– que se produzca el encuentro entre Yo y Martin Buber, para seguir el orden de su palabra primordial.”[19] Y agrega: “La única manera de vivir de veras es enfrentándolo [al Universo] como a un Tú, dialogando con él, implorándole respuestas”.[20] Perseguir esa plenitud en el conocimiento de la realidad es, según su punto de vista, la meta de la creación artística, de modo que:
Semejante conocimiento no me dejará en paz hasta que lo transmita a otro. He aquí por qué he trabajado con paciencia y esmero toda mi vida, para que nada se pierda del árbol, para que el otro pueda “entrar en relación con él”, haciéndolo a su vez, suyo, re-creando mi experiencia.[21]
Es, pues, la de Diego obra al servicio del Tú, de ese Otro al que se le quiere invitar a la conjuración del misterio, a la participación creadora del acto poético. Y si el ya aludido basamento católico de tal participación es uno de sus impulsos, esta también puede nutrirse de la lección del hebreo. Dice Buber:
Cuando colocado en presencia de un hombre que es mi Tú, le digo la palabra fundamental Yo-Tú, él no es ya una cosa entre otras cosas, ni se compone de cosas. Del hombre a quien llamo Tú no tengo un conocimiento empírico. Pero estoy en relación con él en el santuario de la palabra primordial.[22]
Una última convergencia entre ambos credos habría que destacar,[23] siempre en el terreno de la relación sujeto-realidad. Al respecto, expresa el pensador hebreo:
Entre él y tú [entre el mundo y tú] hay reciprocidad de dones: le dices Tú y se da a ti. […] En el encuentro con él, estás con él solo. Pero él te enseña a encontrarte con otros y a sobrellevar el encuentro. Por el favor de sus apariciones y por la solemne melancolía de sus partidas, te conduce hasta el Tú en el cual las líneas paralelas de las relaciones se encuentran. Nada hace para conservarte en vida; sólo te ayuda a atisbar la eternidad.[24]
También para Eliseo Diego, como ha quedado expresado, la penetración en la realidad, a través de la cual se realiza la plenitud de la palabra primordial Yo-Tú, es atisbo de un misterio, de la eternidad.
Lo inmenso y lo pequeño se corresponden
La obra de Eliseo Diego, a partir del modelo de realidad esbozado, muestra una variedad notable de aproximaciones a un conjunto de temas esenciales: el tiempo detenido por el rescate llevado a cabo por la memoria, o lo implacable de su transcurrir; las añoranzas de momentos ya idos; la multiplicidad del propio ser; la labor de la muerte y de sus acólitos; el espacio de la intimidad y la intemperie cómplice u hostil; la cubanía mediante discretas cifras esenciales; el espectáculo del mundo donde, como diría la poeta Fina García Marruz, “lo inmenso y lo pequeño se corresponden”.[25] De ahí el llamado frecuente que hace el autor a sus lectores a percibir tales correspondencias activando la imaginación.
En el hermoso libro de poemas que dedica a los niños, de significativo título –como todos los suyos–, Soñar despierto, les señala las vías para la aprehensión de la maravilla circundante:
entre las hojas de las matas
de guayabas y mangos, tan oscuras,
¿no están ocultas todas las criaturas
salvajes, y bandidos y piratas
y las más increíbles aventuras?
No es preciso ir muy lejos
para tener con uno el vasto mundo.
Si miras bien, en un segundo
acudirá al estanque, a sus reflejos,
el abismo estrellado, el muy profundo.[26]
Esa proyección cósmica de la obra de Diego, que se mueve de lo telúrico a lo estelar y viceversa, amplía el escenario de la representación, cuya densidad conceptual, más o menos ostensible, no atenta contra su esencial levedad, su “sencillez insondable”,[27] asentada en meditadas estrategias poéticas o narrativas, en un trabajo consciente y cuidadoso con la materia idiomática.
Valga aclarar que tal ensanchamiento del orbe poético no implica siempre un arrobamiento ante la riqueza benéfica del mundo o de su costado maravilloso, sino que puede significar, asimismo, “una pavorosa intromisión del delirio en la débil realidad de los hombres, siempre tan amenazada de sombras”.[28]
Un escenario a mitad de caminos tan extremos lo encontramos en un cuento como “Un almacén como otro cualquiera”, incluido en el poemario ilustrado Muestrario del mundo o Libro de las maravillas de Boloña (1968).[29] Allí el narrador se aventura con cautela por el almacén de Navas donde “hay de todo”, según reza el anuncio publicitario:
“Yo nunca había cruzado la puertecilla de la trastienda” –dijo el hombre, deteniéndose significativamente.
Pero aquella tarde –prosiguió enseguida–, aquella tarde debí entregar a Navas un recado importante. Como no había nadie en el almacén decidí que Navas estaría dentro; y pasé la puerta.[30]
A medida que avanza a tientas por la creciente tiniebla va descubriendo mediante el tacto que se ha dado cita en la trastienda la plenitud del mundo inanimado e incluso la del animado. El espanto crece al palpar un flanco viviente e insinuarse en su ánimo la certeza de que, en efecto, allí había “de todo”: “Y como, a Dios gracias, la puerta estaba aún próxima, me volví y corrí hacia la luz vivamente”.[31]
“El todo –dice el reproche conclusivo del personaje– puede aun ser excesivo, y no he sabido perdonarle a Navas su anuncio engañosamente explícito”.[32]
Pervive, no obstante, el equilibrio entre cierta propensión risueña del relato y su reverso amenazante, manifiesto no sólo en lo escalofriante que se proyectaba la incursión luego abortada, sino también en el modo en que se van alternando en la narración la primera persona, protagonista de los sucesos, y el narrador que acota las circunstancias de la narración, mecanismo que dota de un ritmo animado al cuento, con alternancias de aceleración, pausa y regodeos acrecentadores del suspense y el misterio. El que da testimonio parece dirigirse a un auditorio expectante, que el narrador externo va presentando y escamoteando, hasta declarar en las últimas líneas: “No se movió el hombre a comprobar su efecto, y es triste que nadie hubiese allí para admirar aquella casi perfecta indiferencia.”[33]
Fuerzas oscuras innombrables, personajes satánicos o ambiguos pueblan la escritura de Eliseo Diego –en particular sus narraciones– como manifestación de poderes oscuros que también acrecientan el misterio de la vida y expanden la percepción de lo real. Tómese, por ejemplo, un cuento como “Del tapiz”. A diferencia de otros de Divertimentos, libro al que pertenece, no hay en él asomo de ironía o de humor sutil. Más que heredero de Poe, Stevenson o Quiroga –autores modelos para Diego en el manejo de semejantes temáticas tenebrosas– parece el relato emparentarse con los ejemplos que acompañaban las prédicas medievales. La frontera que se cruza aquí, como lo indica el título, es un tapiz, y los infractores unos niños inocentes:
Este es un tapiz enorme cuyos tintes son zumos espesos; cubre desde tiempo inmemorial un gran lienzo de pared en la sala. Una mañana de invierno en que no pudieron salir al bosque, en ausencia del abuelo, los cuatro niños rasgaron con infinito trabajo un extremo del tapiz, por ver qué había detrás, sospechando que habría una puerta. Había lo Indecible, y porque se vea cómo era su piel, la compararemos a un vaho negro, no con lo sombrío de las noches, con lo negro de una oquedad cualquiera.[34]
¿Qué poderes quiere conjurar Diego con este cuento tan inquietante? Los niños terminan siendo succionados por “Aquello” que “aumenta como un delirio”, su terror despedaza las fibras del tapiz, pero el viejo:
No puede auxiliarlos porque se perderían todos. Su única esperanza es cubrir todos los huecos de figuras. Sus manos vuelan inventándolas, pero ya se cansa, las figuras apenas son sus sombras.
Si llega a no poder más, aquel rasgón se extenderá por toda la tierra.[35]
Nunca la transgresión ha sido tan nefasta en el universo que diseñan narraciones afines de este autor. ¿Y qué podría ser “lo Indecible” sino lo que no tiene nombre, y qué no puede ser nombrado sino la nada? La nada recorre el mundo de Eliseo Diego, desde sus primeros versos, como un fantasma a veces más temible que la muerte. “El segundo discurso: aquí un momento” de En la calzada de Jesús del Monte (1949) lo proclama:
Pero si dejo de soñar
quién nos abriga entonces, si la nada
es también el dormir, pesadamente
la caída sin voz entre la sombra.
[…]
Y ahora es el tiempo de levantarme y de trazar
mi amplio gesto diciendo:
luego de la primera muerte, señores, las imágenes,
invéntense los jueves,
los unicornios, los ciervos y los asnos
y los frutos de la demencia
y las leyes, en fin,
y el paño universal del sueño
espeso de criaturas, de fábulas, de tedio[36]
Por eso también el abuelo cubre con imágenes las hendiduras para tratar de conjurar el peligro de “lo que no es”. El cuento se presenta, asimismo, como una admonición: trabajar con la materia de la sombra –como ha hecho el viejo tapicero– exige delicados cuidados y vigilancia extrema; basta un resquicio y la realidad puede devenir pesadilla.
Pero, por fortuna, la riqueza del escenario permite que la mirada atenta se ejercite en develar otros ámbitos, desde el minúsculo teatro diseñado por la naturaleza, donde ajetrean seres benévolos o indiferentes a los dramas humanos, hasta los inmensos espacios infinitos.
Así, en “Jardín” de A través de mi espejo (1981), una gota de rocío se convierte en el objeto de una detenida –y poética– contemplación:
En esta luz remota
qué delicadamente se dibuja
dentro de cada gota
de relente la aguja
de cada hierba y la baranda rota.[37]
Pautada por la rima y con la expectativa que, sutil, crea el hipérbaton, nuestra atención va siendo guiada en la observación y en la imaginación del entorno. La luz atenuada, “remota”, del sol hace posible la propia existencia de la gota que, por obra del reflejo en ella, va mostrando un universo efímero en el que la hierba y la baranda caben, como cabrá también, al cambiar la perspectiva, “Todo vuelo tendido / del gorrión mil veces más pequeño”, rápidamente desaparecido “por entre el mínimo cristal risueño”[38]. Tal universo en movimiento, modelo reducido de la “creación entera” podría –especula el poeta– ser cargado por una hormiga ya que “su esplendor jamás la abrumaría”. Pero tal “jamás” tiene fecha de caducidad:
Tanto si enorme o breve
llega por fin el fin de pompa y pompa
cuando secreta y leve
llama de lejos la trompa
con que el silencio sus festejos mueve.[39]
¿Alude la imagen al viento que seca el relente, poniendo fin así a la perfección efímera del pequeño cosmos, fugacidad que también afecta a lo “enorme”? Eliseo Diego podría responder con muchos otros versos temáticamente afines, como estos de El oscuro esplendor (1966): “el paraíso / de mi caducidad alude al Tuyo / en un roce inocente de la luz”.[40]
Los varios libros de poemas por él escritos dan fe del privilegio concedido a los ámbitos reducidos, próximos, familiares, redimensionados por sus implicaciones gnoseológicas, por las resonancias que despierta la desautomatización de la percepción, o por la conexión con valores asociados a una intimidad y a una identidad. No obstante, la exploración puede proyectarse hacia “lo inmenso”, aunque siempre con anclajes en este mundo nuestro. Es el caso del poema “El baile extraño”, de Cuatro de oros (1991), donde nuestra perspectiva lectora queda suspendida en algún punto del éter mientras contemplamos el frenesí provocado por las imágenes de la Tierra en su eterno y veloz girar, movimiento que adquiere la cadencia de un baile.
Baila liviana al filo de la luna
la pálida muchacha, la silvestre,
sus cabellos en ráfagas de bruma.
Contra el telón inmemorial, inmóvil,
la joven Tierra a pura risa sola
baila delante de la Calavera.
De ayer a nunca más retorna y gira
de nunca más hasta mañana y siempre
la punta de sus pies en hasta luego.[41]
El epígrafe antepuesto a los versos (“Estoy en el baile extraño”, de José Martí) traslada algo de la atmósfera alucinada del texto martiano al baile de Eliseo Diego, ejecutado en primer término por la Tierra, prima ballerina assoluta de un ballet frenético y risueño. “En vilo, la punta de sus pies en hasta luego” –felicísima síntesis poética de la ligereza, la rapidez, y la cíclica ratificación de su ser– baila como suspendida en “la casi nada” contra ese “telón inmemorial e inmóvil”, a la luz de quien es su espectadora y par contrastante: la luna, metamorfoseada en “la Calavera”.
Pero hay otros convidados, que a la vez que son arrastrados al baile, atavían a la Tierra / muchacha: “Lleva un collar de bestezuelas leves/ un hipogrifo cándido, una llama, / la hormiga, un palimpsesto, la ternura”. [42] La disparidad de la enumeración casi surrealista proyecta nuestra atención de lo grande a lo pequeño, a manera de rapto: la joven es portadora de todos esos seres, objetos, estados, que conforman la vida en una dimensión humana en su contexto natural y cultural.
Y he aquí que sin previo aviso una pareja sorprendente –“por amor cumplidos”– atrae la atención, cuyo significado le aporta al poema ese toque enigmático tan del gusto de este poeta:
Y en una mano Tú no sé ni cómo
vestida de luciérnaga y delicia
y en la otra Yo con báculo y tricornio.
Tú y Yo en disfraz por fin de Noche y Día
después en Fuego y Agua regresamos
en Tierra y Aire y por amor cumplidos.[43]
Podríase especular que tales pronombres aluden a las “dos palabras primordiales” de Buber: Tú, visto aquí como principio femenino, Yo, como masculino. Encarnadores, además, de los elementos emblemáticos, contrastantes y complementarios de la Creación, de la vida y de los ciclos terrestres: Noche/Día, Fuego/Agua, Tierra/Aire, curiosamente engalanados con atributos igualmente contrastantes por la levedad y vaguedad de los de ella, y la gravedad y la concreción de los de él, que al ser Yo, deviene, asimismo, álter ego del sujeto lírico. De este modo, queda incorporado como personaje a este “baile”, además de extraño tan contagioso que, cuando nos damos cuenta, estamos “todos, yendo, viniendo” y ejecutando las figuras previstas, mientras que la vieja inspiradora de poetas, “la ciega Luna”, se arrellana y disfruta del espectáculo en el negro teatro cósmico.
Y allí en las manos de la bailarina
con las menudas bestias nos reunimos
a dibujar sus juegos malabares.
La Tierra en vilo en la Tierra todos
en cuadrillas y rondas y pavanas
yendo y viniendo entre la casi nada
para deleite de la ciega Luna.[44]
La trama de la luz, la estofa de la tiniebla; el micro y el macrocosmos; las apariencias tangibles y sus reversos inquietantes: tales las hebras del tapiz de la Realidad tejido por este fino artesano, donde la desafiante y suprema aventura de estar vivo se actualiza constantemente en ese sitio donde están todos los demás, y que adquiere consciencia de sí mediante la palabra primordial de Eliseo Diego y de nosotros sus lectores.
Notas:
[1] Eliseo Diego: “A través de mi espejo”, Prosas Escogidas, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1983, pp. 480.
[2] “Hay cuatro pequeños y terribles libros que leo una y otra vez y son Los Evangelios, cuatro libros que recomiendo porque son un prodigio de enseñanza sobre el poder de la concisión y la sugerencia” (Mayra Beatriz Martínez: “Eliseo Diego, nostalgia del paraíso”, en Josefina de Diego (ed.), En las extrañas islas de la noche. Entrevistas a Eliseo Diego, Ediciones Unión, La Habana, 2010, p. 159).
[3] Cfr. Eliseo Diego: “Esta tarde nos hemos reunido”, Prosas Escogidas, ed. cit., pp. 285-287; “Secretos del mirar atento: en torno a Hans Christian Andersen”, ibídem, pp. 346-349.
[4] Eliseo Diego: “Secretos del mirar atento. En torno a Hans Christian Andersen”, ibídem, pp. 348, 349.
[5] Ibídem, pp. 346, 347.
[6] Eliseo Diego: “Esta tarde nos hemos reunido”, ed. cit., p. 303.
[7] “Esta es entonces nuestra herencia: una cortejada grandeza, un disfrutado patetismo, una sublime comedia que llamamos historia; pero nosotros no vimos antes, ni podremos ya ver nunca, el esplendor inocente, el retozo sagrado, la profunda quietud de nuestro rostro verdadero” (Eliseo Diego: “A través de mi espejo”, ed. cit., p. 285).
[8] Eliseo Diego: “Orlando”, Prosas Escogidas, ed. cit., p. 333.
[9] Eliseo Diego: “Esta tarde nos hemos reunido”, ed. cit., p. 285.
[10] Eliseo Diego: “A través de mi espejo”, ed. cit., p. 468.
[11] Eliseo Diego: “Prólogo a Por los extraños pueblos”, Obra poética, Ediciones Unión-Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2005, p. 69.
[12] Enrico Mario Santí: “Entrevista con el grupo Orígenes” [junio de 1972, publicada en septiembre de 1982], Coloquio internacional sobre la obra de Lezama Lima, Vol. II: Prosa, Universidad de Poitiers-Editorial Fundamentos, Madrid, 1984, p. 178.
[13] Eliseo Diego: “Esta tarde nos hemos reunido”, ed. cit., p. 287.
[14] Martin Buber: Yo y tú, Ediciones Galatea-Nueva Visión, Buenos Aires, 1956.
[15] Eliseo Diego: “Palabras en Guadalajara”, Revista Casa de las Américas, n.o 194, enero-marzo, 1994.
[16] Martín Buber: ob. cit., p. 12.
[17] Ibídem, p. 13.
[18] Ídem.
[19] Eliseo Diego: “Palabras en Guadalajara”, ed. cit., p. 14.
[20] Ídem.
[21] Ídem.
[22] Martin Buber: ob. cit., p. 14.
[23] Desde luego, se advierten, asimismo, varias distinciones. Por ejemplo, la relación con el Tú, entendiéndolo como el hombre a quien se le dirige la palabra, es más inmediata, menos abstracta en Diego que en Buber. Para este último, cuando el conocimiento del Yo sobre el Tú comienza a basarse en el dato empírico, inevitablemente el Tú transita hacia el Ello, y la plenitud de la relación se atenúa. El Tú presupuesto en la creación de Eliseo, por el contrario, no es un ente dispuesto a volatilizarse tan pronto lo toquen las agonías de la experiencia, entre otras razones porque la poesía de Diego nace de ellas. Por otra parte, cuando el Yo de Buber pronuncia el par primordial Yo-Tú, si ese Tú es el mundo, por la propia naturaleza de la relación, ese Tú es exclusivo, no puede presuponer además a otro hombre –a otro Tú sobrepuesto–. Para el poeta, una vez abierta la brecha para el diálogo con el Universo, esta es cauce para comunicar la experiencia al Otro. Sólo así se cumple cabalmente el acto poético.
[24] Martin Buber: ob. cit., p. 34.
[25] Fina García Marruz: “Sor Juana Inés de la Cruz”, Hablar de la poesía, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1986, p. 217.
[26] Eliseo Diego: “Si miras bien”, Soñar despierto, Obra poética, ed. cit., p. 455.
[27] Así califica Eliseo Diego a los Versos sencillos de José Martí. Cfr. Eliseo Diego: “La insondable sencillez”, Prosas escogidas, ed. cit., pp. 424-442.
[28] Eliseo Diego: “De un Condestable de Castilla”, Divertimentos, Prosas escogidas, ed. cit., p. 172.
[29] En realidad, había aparecido diez años antes en la conferencia “Esta tarde nos hemos reunido” con el título “De todo” (Cfr. Prosas escogidas, p. 299). Parece haber sido concebido como un “divertimento” que había quedado a la deriva hasta que encontró justo acomodo en el Muestrario del mundo o Libro de las maravillas de Boloña.
[30] Eliseo Diego: “Un almacén como otro cualquiera”, Muestrario del mundo o Libro de las maravillas de Boloña, Obra poética, ed. cit., p. 242.
[31] Ibídem, p. 243.
[32] Ídem.
[33] Ídem.
[34] Eliseo Diego: “Del tapiz”, Divertimentos, ob. cit., p. 158.
[35] Ídem.
[36] Eliseo Diego: “El segundo discurso: aquí un momento”, En la Calzada de Jesús del Monte, Obra poética, ed. cit., p. 26.
[37] Eliseo Diego: “Jardín”, A través de mi espejo, Obra poética, ed. cit., p. 370.
[38] Ídem.
[39] Ídem.
[40] Eliseo Diego: “En un roce inocente de la luz”, El oscuro esplendor, Obra poética, ed. cit., p. 116.
[41] Eliseo Diego: “El baile extraño”, Cuatro de oros, Obra poética, ed. cit., p. 483.
[42] Ídem.
[43] Ídem.
[44] Ibídem, pp. 483, 484.
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