< Previous— ¡Gastón Baquero! –le grité nerviosa. — ¿Gastón está aquí? — ¡Sí, y se va! ¿No quieres saludarlo? — ¡Por supuesto!¡Vamos! Gastón iba llegando a la puerta. Corrí, muerta de pena y desesperación, entre los asistentes al homenaje que no entendían nada de lo que estaba ocu- rriendo. Sentía el bastón de papá golpeando con buen ritmo en el piso y eso me tranquilizaba. Lo alcancé en el momento en que se ponía su sombrero. — ¿Usted es Gastón Baquero, verdad? — Sí. — Yo soy Fefé, la hija de Bella y Eliseo. Papá está aquí y lo quiere saludar. — No puedo –me contestó–. Tengo que ir al médico y el taxi me está es- perando. Por un momento pensé que todo había terminado y que el encuentro tan- tas veces soñado por mis padres no se realizaría. — Pero Gastón –insistí– ¡papá ya viene, usted tiene que esperarlo! En mi casa todos los días hablan de usted, ¡no se vaya! — Me espera el taxi –repetía. Pero había algo extraño en su mirada, una tristeza que parecía venir de muy lejos, que me dio nuevos impulsos. — Hace poco fue el cumpleaños de Cintio, y puso en su sala las fotos de los amigos que no estaban, Lezama, Julián, Octavio. Y había una suya, muy linda. En eso llegó papá. Se le abrazó como pudo, y empezó a llorar. “No te emo- ciones así, Eliseo”, le dijo Gastón. Y después, con un brillo juguetón en los ojos, “supe que hablaste anoche de mí”. Y se sentaron a conversar. Hablaron de “Doña Bella”, de Agustín, de Cintio, de Fina, de poesía. Qui- se tomarles una foto pero Gastón no me dejó porque, según él, los viejos co- mo ellos no debían retratarse. Entonces, con la picardía de un niño, me dijo: “Y la foto que tiene Cintio, ¿es la de Berestein?”. “Sí”, le respondí. “¿En la que parezco un príncipe africano?”, preguntó, mirando a papá, muerto de la risa. La despedida fue alegre porque, seguro, se volverían a ver. Papá y yo subi- mos a la habitación y, casi entrando por la puerta, nos avisaron de la Recep- ción que había llegado una persona con un sobre para nosotros. Era el taxista con un libro de poemas de Gastón dedicado a “toda la pandilla” y que termi- naba casi con un ruego “quiéranme como yo los quiero”. Papá rompió en sollozos. “¿Por qué lloras?”, le pregunté. “Lloro por mí, por Bella, por nuestra juventud, por tantos años”. Nunca antes –ni después– lo vi llorar así. La Habana 11 de agosto de 1995. 8 encuentro Josefina de Diego 9 encuentro La Habana, 29 de diciembre de 1992 A Gastón Baquero, en Madrid. Querido Gastón, hermano mío: Mientras más tiempo pasa, más me reafirmo en mi convicción de que nuestro encuentro en la Residencia de Estudiantes es ya una de las encrucija- das fundamentales de mi vida. Es como si me hubiesen reintegrado una parte esencial de mi persona que me hubiesen arrancado, y ahora es, sin siquiera una fisura, otra vez conmigo. Recuerdas que ya te marchabas –porque tenías un turno con el médico– y yo te tomé por el brazo. Te diste vuelta sorprendido, y te encontraste con mi mano tendida, que estrechaste sin vacilaciones. Entonces, y por impulso irre- primible, te abracé y te dije: “Gastón, hermano, cuánto tiempo”. Tu rostro se distendió, como si se deshelase, y te sonreíste como lo has hecho tantas veces cuando conversábamos, y me dijiste como si fuese ayer mismo: “Me enteré de que anoche hablaste de mí”, con una complacencia de niño. Claro que todo se lo debemos a mi hija –tu sobrina– Fefé. Ella fue la que se atrevió a pararse delante de ti y a decirte quién era. Después corrió al salón a sacudirme, porque yo medio que dormitaba. Te juro que no te había visto. Cinta, la áurea, la muchacha que organizó estas cosas en la Residencia, había tenido la delicadeza de sentarnos lo más le- jos posible el uno del otro, ¡temiendo un encuentro desagradable para am- bos! Fefé se acurrucó a mi lado y me susurró que tú estabas en el vestíbulo a punto de marcharte. Como una centella renqueante me apresuré a alcanzar- te. ¡Ya ves de qué hilos de araña pende nuestro destino! Y ahora, en una carta como esta, deben venir algunas lamentaciones. ¡Cuánto tiempo hemos dejado al vacío! ¡Cuántas maravillas nos hemos perdi- do, tuyas, de Bella, de Fina, de Cintio, de Octavio, de Agustín, y aún mías! ¿Cómo no nos percatamos de que nuestra amistad no estaba fundada en la historia, sino en la poesía, materia tanto más frágil, pero más perdurable? ¿Qué harías tú mientras yo escribía, en aquel cuarto de trabajo que me prepa- ró Bellita y donde pasaste con nosotros días de zozobra y de júbilo mientras esperábamos tu salida, el Muestrario del Mundo , algún tiempo después de que te marcharas? ¡Ah, Dios, cuántas cosas! Cartas cruzadas Gastón Baquero / Eliseo DiegoHoy no voy a hablarte de tu libro. Es, simplemente, un gran libro de poe- sía –en especial el poema de la página 17, impresionante. Me parece como un eco de una respuesta a las “Palabras de un inocente”. Qué sé yo. Te envío copia de algunos de tus poemas que conservamos Fina y yo como un tesoro. Siempre hemos hablado de ti entre nosotros, como si fueses un amigo ausente que va a regresar pronto. Como prueba está la actitud de nues- tra Fefé, a quien debemos lo que los grandes no pudieron obtener. Al otro día de nuestro regreso, sufrí una embolia del pulmón que por po- co me deja a la parte de allá de la otra parte. Ya estoy de regreso en casa, co- mo ves. Pero he aprendido algunas cosas sobre el tiempo, de modo que me apresuro a terminar esta carta, por lo menos. Si quieres, o puedes, contéstame. Fina lloró al leer tu dedicatoria. Les di tu recado sobre tu propósito de escribirles. Ojalá lo hagas pronto. De veras que te quieren. Perdóname la grosería de escribirte a máquina. Pero ni mi pulso es ya mi pulso, ni mi letra es la mía. Un abrazo fuerte de Eliseo Querido Eliseo: No pienses que estuve poco expresivo en nuestro encuentro. Lo atesoro como algo maravilloso. Pero quiero explicarles, a ti y al bunch , al grupo excep- cional, que no se tome a mal que yo no guste de mirar hacia atrás. Para mí, sencillamente, el pasado ha muerto. Yo viví en un mundo y cerca de unas per- sonas que no volveré a ver. No es, compréndanlo, que no quiera volver a uste- des, es que no quiero volver al pasado. Hace mucho tiempo me declaré a mí mismo desgajado de un tronco y de unas raíces. Yo no vivo, floto. Dije: “Ya no vivo en España. / Ahora vivo en una isla. / En una isla / llamada soledad”. En mi soledad tengo muy buena compañía, ustedes forman parte de la mejor parte de esa compañía. Gracias, Eliseo, por tu carta y por los poemas. No tenía la menor idea de ha- ber escrito eso. Tanta es la niebla. Aquí os va, in corda fratres , esta maltrecha auto- antología, con la pedantería de la música al lado, hecha a la fuerza para compla- cer a unos poetas jóvenes que no sé cómo dieron con mi teléfono, el Enemigo. Serenidad, silencio, calma. Como vieron tú y tu cariñosa hijita, estoy mal de movimientos, y salgo por un puro sacrificio. Todo el cariño. Cuidar mucho a Cintio. Cuando vuelvas, o vuelvan, mi telé- fono es el 576 74 54. Agradece en mi nombre al Sr. Barbáchano servirnos de chasqui de gran lujo. Gastón Cartas cruzadas: Gastón Baquero / Eliseo Diego 10 encuentro11 Cartas cruzadas: Gastón Baquero / Eliseo Diego encuentro Los sonetos horribles, ripiosos. Eleonora le presentó un día a D’Annunzio un papel diciéndole: “Mira lo que he escrito para ti”. El Magnífico leyó horro- rizado y le dijo a Eleonora: “Esto no es un soneto, es una cataplasma”. Un aparte para Bella. Y a Fina dile que me acompaña mucho su fantástica página sobre el danzón. El pasado pisado. La Habana, 30 de marzo de 1993. A Gastón Baquero, en Madrid, de Eliseo Diego. Mi querido Gastón: Debes perdonarme mi demora en contestarte, pues acabo de salir de uno de esos túneles sombríos que de trecho en trecho me aguardan, y donde ape- nas puedo verme la mano. No sé si has leído un pequeño libro de William Sty- ron, el novelista norteamericano, con el título de Visible Darkness(o Darkness Visible, no recuerdo bien, es decir, Tiniebla visible, o Visible tiniebla), en la que describe esta enfermedad de la mente a la que nadie de verdad respeta por- que no se cura con operaciones o cosas por el estilo. Tiene ya su buena cuota de víctimas, y una historia que se remonta muy lejos: los antiguos la llamaban “melancolía”, aunque este nombre es demasiado bucólico para algo tan ho- rrendo. En fin, a otra cosa. Dices de nuestro encuentro que fue para ti “algo maravilloso”, y ya sabes lo que significó para mi volver a encontrarnos. Te contaré una anécdota que fun- damenta mi reacción. Cuando los dos éramos jóvenes –yo un poco más que tú, de modo que podía mirarte como a un “maestro de sabiduría”– me presentas- te a quien había sido un amigo de toda la vida, aunque nunca lo viese en per- sona: me refiero a Franz Werfel, cuyos Cuarenta Días de Musa Daghleí por pri- mera vez gracias a ti. En la última novela que alcanzó a escribir, en inglés, Star of the Unborn –y en español Estrella de los no nacidos , pues no me gusta la palabra “nonatos”, injustificados prejuicios que con las palabras uno tiene–, que suce- de en un remoto futuro de miles de años, el protagonista –el propio Werfel–, pregunta a un “santo” o “gurú” cuál ha sido el momento o los momentos deci- sivos de su vida. “Eso debes averiguarlo tú mismo –se le contesta–, y no los bus- ques entre los que te parezcan importantes, como el día en que te encontraste con tu compañera o el día en que te graduaste o aquel en que salvaste la vida en la guerra. Será siempre alguno en que jamás hayas reparado”. Pues bien, querido Gastón. Un día encontré el mío. Tú y yo viajábamos en una guagua desde tu casa hacia la Habana Vieja –¿ iríamos quizás a casa de Las Muchachitas?–, y justo frente a la Beneficencia, que ya no existe, norecuerdo a propósito de qué, me dijiste más o menos: “Eliseo, recuerda siem- pre que eres un poeta”. Después seguimos conversando. Pero tus palabras me decidieron a serlo: a ser un poeta, sin que me diese entera cuenta de lo que había pasado. Sabes que lo digo sin asomo de vanidad. Se trata simplemente de un hecho. Pero marcó el curso de mis días. Sólo tú habrías sido capaz de darme la confianza que entonces necesitaba. Espero que la “confesión” te agrade, y que nada te reproches. Comprendo ahora que debí incluirte una nota aclaratoria con las copias de los poemas que te mandó Fina. Como ves, y ya sabías, es una loca adorable, y guarda celosamente todo lo que te concierne. Habrá cosas que ya tendrías e incluso habrás publicado. Pero ella te lo mandó todo . De tu libro poco puedo decirte porque ella y Cintio se las arreglan para que no me llegue el turno que sin duda merezco. Te diré sólo una cosa: siem- pre, desde joven hubo en ti una curiosa dicotomía: el “buen Gastón” y el “in- genioso Baquero”. Este último despreciaba los poemas del otro llamándolos de “andar por casa” o “personales” o quién sabe qué otras lindezas. Cintio, Fi- na, Bella y yo –y también Don Agustín, que ahora bien lo recuerdo– siempre defendimos a Gastón contra el –perdóname– “Bachiller” Baquero. Parece que el tal Baquero ha prevalecido porque excluye de su antología el que, quiéralo él o no, es ya uno de los grandes poemas del idioma: “Palabras escritas en la arena por un inocente”. ¿Que hay en él retórica, melodrama, sentimentalis- mo? ¿Y qué diremos entonces de Hamlet, de Macbeth, de las Elegías de Duino, de Miércoles de Ceniza, de las Coplasde Don Jorge? No, amigo mío, la inteligencia no basta, no abriga. Bueno, ya me desahogué. Comprendo de todo corazón que no quieras vol- ver al pasado. Tampoco yo lo quiero. Si nuestra silenciosa presencia te ha sido compañía en el pasado, que siga siéndolo en el futuro, hermano mío. Todo depende de ti. Si lo deseas de veras, nos escribes. Todo depende de ti. Siem- pre tendrás en nuestro corazón tu casa. (Lo que será melodramático, pero también verdad como un puño). Te abraza, Eliseo ¡Mira que llamar horribles, ripiosos, a los sonetos que con tanta admira- ción y cariño he conservado! De la misma familia es aquel que dice: “sintiendo mi fantasma venidero...” Y sin embargo, dos jóvenes tan inteligentes y más ingeniosos que el Mal Ba- quero, mi hijo Lichi y Diego García Elío, se entretuvieron en leérmelos una tarde, allá en México, junto con otros en una antología publicada por el Bicé- falo Gastón Baquero, advirtiéndome rítmicamente: “Aprende, so-burro, cómo se hace poesía”. Así se escribe la historia, amigo. 12 Cartas cruzadas: Gastón Baquero / Eliseo Diego encuentro13 encuentro D ESDEMUYNIÑOS , MAMÁNOSENSEÑÓQUEELESTUDIODE papá era un recinto muy especial. Cuando fuimos mayores papá nos permitió compartirlo no sólo con él, si- no con nuestros amigos. El estudio de papá sería, siempre, el lugar más acogedor de la casa. Pero había rincones se- cretos, gaveticas cerradas, armarios intocables (“el Armero de mi padre”), que formaban parte de su más absoluta pri- vacidad. Sólo después de su muerte, y urgida por necesida- des nada sublimes (relacionadas, entre otras cosas, con de- claratorias de herederos, traspaso de pensiones, etc.) fue que me dediqué a penetrar esas zonas, para mí misteriosas y, al mismo tiempo, fascinantes. Creo que muchas de las cosas que encontré papá las había olvidado o, incluso, no las conocía (sobre todo las que guardaba su madre). A ve- ces pienso que le hubiera gustado tener sus papeles así de ordenados, como están ahora, y que yo nunca me ofrecí a hacerlo. Pero creo que, en realidad, no lo deseaba, por- que en esas gaveticas guardaba sus tesoros, a los que sólo él debía tener acceso. Y creo que hice bien. Entre los documentos guardados hay muchos certifi- cados de nacimiento, matrimonio, bautizo y muerte, y, por ellos, he podido ir completando datos de su vida y de su familia. El nombre completo de papá era Eliseo Julio de Jesús de Diego Fernández-Cuervo. Nunca usó el “de” de De Diego, justamente por los problemas que me ha ocasionado, ahora mismo, a mí. Pero firmar Eliseo Diego, solamente, también le trajo algunos trastornos. Hace mu- chos años, todavía en Arroyo Naranjo, le regalaron una antología de escritores cubanos publicada en España y, para su sorpresa, no aparecía él, sino un poeta descono- cido para todos, que se había apropiado de sus versos, y cuyo nombre era Diego Fernández. Como muchos saben, papá era hijo de Constante de Diego González, natural de Infiesto, Asturias, y de Berta Fernández-Cuervo y Giberga, natural de La Habana. De Los papeles de Eliseo Diego Josefina de Diegosu familia paterna poco sabemos, sólo que sus abuelos se llamaban Juan José y Manuela, él de Santander y ella de Asturias. Su madre era hija de asturiano y catalana, los señores Sandalio Fernández-Cuervo y Cuervo Arango y Amelia Giberga Galí. La abuela Amelia, que parece haber sido una señora de mucho carácter, era hermana del famoso autonomista Eliseo Giberga (papá es nom- brado Eliseo por su tío abuelo, a quien su madre, Berta, admiraba mucho) y de los mambises Octavio (Teniente Coronel) y Benjamín. Otra Giberga, Mar- garita, se casó con Félix Fernández de Castro, también mambí. O sea, el ape- llido Giberga, tan asociado al movimiento autonomista, tenía más mambises que autonomistas en la familia. Los Giberga no sólo eran políticos sino tam- bién poetas o, más bien, amantes de la poesía y poetas ocasionales. De Benja- mín se conocen sus trabajos como traductor de poesía y poeta por la antolo- gía realizada por Cintio Vitier y Fina García Marrruz, Flor oculta de poesía cubana(Editorial Arte y Literatura, Ciudad de La Habana, 1978). Del polémi- co Eliseo Giberga no se conoce esta faceta de su vida pero, entre los docu- mentos encontrados, apareció un libro de poemas de Eliseo Giberga, (edición privada, La Habana, 1909) titulado Tempora acta, con algunos poemas dignos de ser recogidos en un, quizás, segundo tomo de Flor oculta . La ascendencia de papá es toda de origen español, de Asturias y Barcelo- na, fundamentalmente pero, de pronto, como por accidente, apareció una bi- sabuela francesa, Amélie Josephine Thérese Galí Pastor, nacida en Carcasson- ne, Francia, en 1831, hija de los catalanes Raymond Galí, coronel español y de Josephine Pastor. Pero no quiero cansarlos más con el árbol genealógico-familiar. Entre los documentos interesantes e importantes hallados se encuentran: CUENTOSYPOEMASINFANTILES . En una maleta carcomida por la humedad y el tiempo, dentro de un sobre lleno de polvo, aparecieron cuatro cuentos y un poema escrito por papá entre los 8 y los 13 años. Tres de los cuentos apare- cen manuscritos, dos de ellos pasados a maquinita. El primer cuento, escrito a los 8 años se llama “Aventuras del Capitán Gato” y narra las peripecias del ca- pitán español Fernando Gato quien sufre todo tipo de percances, desde el naufragio de su buque y el encuentro con sangrientos tiburones, hasta una batalla campal con antropófagos en unas islas del Pacífico. El otro cuento, “Aventuras de Pilín”, escrito a los 11 años, trata sobre la hormiguita Pilín, he- redera de un Reino, a quien le suceden, también, muchas cosas. El tercer cuento, “La revolución de las ratas”, está inconcluso. “La ratica golosa” es muy breve, de cinco renglones, mecanografiado. El poema “Ante el reloj” aparece mecanografiado y, según recuerda Cintio, papá debe haberlo escrito cuando tenía 13 años, aproximadamente. El poema trata sobre el paso implacable e indiferente del tiempo, a partir de las manecillas del reloj, como un tic tac: “son las mismas / nada cambia / la rutina / de la aguja / del reloj”. PROSAJUVENIL .Páginas sueltas, a mano y mecanografiadas, de cuentos, po- siblemente escritos en la época de En las oscuras manos del olvido(1940-1945, 14 encuentro J OSEFINADE D IEGO 15 Los papeles de Eliseo Diego encuentro más o menos). También un libro completo, dividido como en viñetas. Trans- cribo una de ellas: “Con tantas cosas como tenías, buena, querida noche, el al- ba te las quitará todas. Del mismo modo venía un amanecer y sorprendía mis cosas, mis lápices, mis libros, transidos de frío, de un frío venido del mismo sol, quietos en sólo un largo panorama de árboles nuevos, del que estamos ya ausentes tú yo”. PERIÓDICOS .Su madre, Berta, tenía celosamente agrupados los primeros periódicos en los que se menciona a papá, sus libros y al Grupo Orígenes. Co- mentarios y críticas de Gastón Baquero, Salvador Bueno, Ramiro Guerra Sán- chez, Alberto Baeza Flores, Roberto Fernández Retamar, Severo Sarduy, Rafael Marquina, Alejo Carpentier, publicados en los años 1942 y 1958, en diferentes periódicos y revistas. En el Diario de la Marina, el 13 de octubre de 1946, escri- be Gastón (que firma el artículo con el seudónimo de “Abundio de Mendo- za”) sobre Divertimentos: “No es posible, en un libro como éste, señalarle al lec- tor las mejores páginas, ni el instante feliz por excelencia. Este libro está trabajado de punta a punta, como un diamante. Un estilo sostenido, siempre de música íntima, de prosa que no quiere ser sino un vehículo de encanta- miento, pone su sello en cada página, desde el título hasta el punto final. Pa- rece el libro de un maestro, o de un escritor que comienza ahora a escribir, pero poseyendo ya la destreza, la habilidad literaria, la recta puntería de al- guien que se ha familiarizado con los mejores prosistas que son afines a su ti- po de imaginación y de vocación”. ESQUEMADEUNANOVELA .Narración de un domingo, (1945). No recuerdo ha- ber escuchado a papá hablar sobre este proyecto. No se si lo olvidó, si se le ex- travió, si lo desechó. El esquema está mecanografiado y manuscrito, y se desa- rrollla en el mundo de los sueños. Según explica papá: “El texto está escrito en primera persona por Cayetano, el protagonista (...) A dos sueños, como a las dos corrientes principales de un río, intentó entregar su peso inconmovi- ble. El primero corresponde a su adolescencia. Es el más ingenuo, el menos original, el más puro (...) El segundo corresponde a su madurez. La segunda parte de la novela y de la vida de Cayetano será dedicada a la recuperación de la experiencia de una tarde. Esta experiencia, sin embargo, es sólo un sueño. La segunda parte de la vida de Cayetano está edificada sobre un sueño”. Cu- riosamente, cuando hojeaba la novela para preparar estas notas, en una pági- na en la que papá, obviamente, probaba una pluma que se le había roto –y que, al parecer, él mismo se había regalado– apuntó: “esta Narración de domin- gofue comenzada pero, ¿cuándo será terminada? ¿cuándo? Nunca. Esa es mi opinión. Gracias mi amigo. Su amigo y compañero, Don Eliseo Diego” (nota: papá acostumbraba a “autodedicarse” algunos libros. Por ejemplo, este de The Black Curtain , “to Eliseo, with heart-felt affection, from Eliseo”) CORRESPONDENCIA .La correspondencia entre papá y mamá es enorme. Las primeras cartas son del año 41, cuando mamá se pasó una temporada enCamagüey. Después viene la de los viajes de papá a los Estados Unidos, en los 46 y 51-52. La letra de papá, sobre todo la de principios de los 40 es, sencillamente irreconocible. Cuando le pregunté a mamá, me respondió: “¡Ah!, esa era la épo- ca de los ‘rabos’”. Una letra grande, espaciosa, como dibujada, hacia abajo que, en ocasiones, hace muy difícil la lectura. A medida que pasan los años, la letra se va reduciendo. Podría pensarse que el paso de la prosa a la poesía requeriría de una contención, también, en el trazo. La primera carta de Cintio a papá es del año 1939. Hay muchas, de su madre, de Fina, de Agustín, de sus primos. Papá guardaba todas sus cartas. Desde las de Jorge Guillén, Florit, Lezama, o Julián, hasta las de admiradores remotos, de Sancti Spíritus o Medellín. Par- ticularmente conmovedoras son las cartas del nicaragüense Don José Coronel Urtecho, “poeta de los grandes”, como diría papá. Tuve el privilegio de cono- cer a Coronel y de disfrutar de esa amistad. Existía entre ellos una complici- dad juguetona, se reían a carcajadas inventando aventuras que, aseguraban, les habían ocurrido en “aquel viaje a Bluefields”. Cada vez que papá visitaba Nicaragua sabía que, al pie de la escalerilla del avión, lo estaría esperando Don José, con su boina negra, su bastón y esa mirada, eternamente limpia y traviesa, de sus ojos azules. En una de las primeras cartas a papá, le dice: “...Lo que yo sé es que de estos últimos viajes míos, mi viaje a Cuba y nuestro viaje a la Costa Atlántica de Nicaragua, entre las cosas tan importantes que he obte- nido, la más importante, por lo menos tan importante como todas ellas jun- tas, es un amigo. Mi nuevo amigo Eliseo Diego (...) He estado meditando acerca de la amistad, una cosa en la que antes nunca había pensado, ni repa- rado casi en ella, dándola por sabida, como el aire y la luz. Y si había pensado, acaso, alguna vez, cuando leía algo sobre ella, nada había podido extraer por mi cuenta, nada que para mí tuviera verdadero sentido. En cambio, mis actua- les meditaciones me han revelado de la amistad aspectos y realidades que no te voy aquí a comunicar, no te preocupes, aunque quizás después pueda tras- ladarlas al papel en alguna forma. No, desde luego, que haya descubierto la pólvora. Sólo quiero decirte ahora, algo bien conocido de todos, aunque no todo el mundo lo acepte: que la amistad, para existir, no necesita ser recípro- ca. Aún cuando lo sea, no es la reciprocidad lo que la constituye. Yo puedo ser tu amigo sin que tú seas amigo mío. Podrías no saber siquiera que yo me sien- to amigo tuyo. Yo, por ejemplo, me siento amigo de Rubén Darío, al que no conocí personalmente, ni supo siquiera que yo existía. También me estoy ha- ciendo ahora y espero que todos los nicaragüenses lo sean pronto, amigo de Martí. (...) Conozco, por ejemplo, el caso de Fina, que es una de sus amigas más íntimas. Todo esto es sólo para explicarte cómo me siento amigo tuyo”. Papá compartía, absolutamente, estas convicciones de Coronel, y así lo ma- nifiesta en su libro de traducciones, Conversación con los difuntos: “No sólo son nuestros amigos aquellos a quienes vemos casi a diario, o en un de cuando en cuando que es el tiempo de toda una vida. Si la amistad, más que presencia es compañía, también lo serán aquellos otros con quienes jamás pudimos con- versar porque nos separan abismos de tiempo inexorables”. Don José murió 18 días después que papá, el 19 de marzo, día de su santo. 16 J OSEFINADE D IEGO encuentro17 Los papeles de Eliseo Diego encuentro TESTIMONIOS .Un pequeño cuaderno preparado con motivo de su cum- pleaños50 recoge testimonios de familiares y amigos, entre ellos los de su ma- dre, Bella, Fina, Octavio Smith, Lichi su hijo, Cleva Solís. Transcribo las de Octavio: “Eliseo, desde las mañanas pasadas en los corredores –no en las aulas ¡ay!– de la vieja escuela de Letras; desde aquella oda en griego impecable con que hacías loor a alguien que los dos queremos, y que recuerdo termi- naba ‘¡Ott, Ott, Ott’; desde mi primera vez en casa de las hermanitas; desde que ellas y tú, Cintio y Agustín venían, más de un domingo por la noche, a rescatarme de la temprana y desoladora dormición de Empedrado, y de pronto la alegría de los jóvenes bolsillos desprovistos estaba dignificando la cafetería niquelada; desde la noche distinta –cuán rica una parsimonia juve- nil– en tu casa de la calle Línea, enseñados los dos en tu estudio por la pe- numbra en torno a la lámpara de mesa, Bellita allá dentro a punto de lla- mar para la cena y tú dedicándome con tu letra de códice el ejemplar ilustrado de Gaspar de la nocheque no ha dejado de asistirme; desde enton- ces y a través de cuánto, Eliseo, qué intrincado se ha hecho, y cuán decidi- damente abrumador y dulce, este plural de tú, yo y los que sabemos. Qué bravo el pequeño ejército sabe decir “hemos vivido” y aguardar, entre con- versaciones con muchas pautas y bienestares, las imponentes postrimerías, es decir, el principio”. También aparecieron poemas y felicitaciones de Guillén, con quien papá mantuvo una entrañable y cariñosa amistad. En una especie de postal prepa- rada, parece ser, por el propio Nicolás, le dice: “Pienso, Eliseo, esta vez / si no sale mal la cuenta / que en lugar de los cincuenta / prefieres cinco de a diez”. Se haría muy larga la enumeración de todo lo guardado: traducciones, conferencias, manuscritos, carpeticas llenas de apuntes, informes de lecturas de libros, etc. POESÍA .Para finalizar, haré referencia a la poesía. En la antología La sed de lo perdido(Ediciones del Equilibrista, México, 1993), aparece una sección que papá llamó Poemas al margen, no incluidos en libros anteriores, escritos entre 1946 y 1992. En México saldrá un libro que preparó con estos y otros poemas. En las gaveticas, también encontré poemas escritos en diferentes épocas. El li- bro Prosas escogidas (Letras Cubanas, La Habana, 1983), recoge la conferencia leída en el Lyceum de La Habana en 1958. En esta conferencia, habla del pri- mer poema que escribió “en serio”. Según papá: “Fue escrito hace más que quisiera y estaba olvidado entre otros papeles oscuros que removí por ustedes. Me es particularmente querido porque gozó del favor de una muchacha que ha cumplido para mí los suavísimos, misteriosos oficios de una hermana”. Gracias, también, a la tía Fina, apareció ahora otro soneto escrito con su letra que papá le regaló en 1953, con una nota que dice: “Fina copió, no sé cuán- do, no sé por qué, este poema mío, uno de los dos primeros sonetos que escri- bí. Me complace conservarlo”. Quisiera terminar estas palabras con su lectura:Next >