< Previousdo” 4 . Y añade: “pero ambos lados del paréntesis que encierra un acto puro es- tá la nada –territorio inhabitable para el hombre” 5 . 9.El poeta cubano, sin embargo, no se aferra a una simbología católica or- todoxa, más bien muchos de esos símbolos pasan por la matización de los mi- tos domésticos de la tierra oriental de la infancia, del mestizaje visto y escu- chado a través de su flamante sensualidad, de la rica trabazón de ambientes y costumbres hispano-cubanos, y de la copiosa y universal cultura con la cual re- crea. Gastón es un poeta con Dios. Y Dios es la adanización de la palabra, es la búsqueda de la belleza para volver a nombrar las cosas y es también una pre- sumible parada en los infiernos. Dice Baquero: “por la belleza siempre se lle- ga a Dios, aun cuando se haga una estación en el infierno, y hay quienes se sienten tan seguros en el infierno, como otros se sienten seguros en el paraíso” 6 . Es su peculiar modo de aproximarse a la gloria y a la angustia, a lo plausible y a lo escéptico, al sí y al no, a la vida y a la muerte. Es, al mismo tiempo, una forma convincente de palpar la cosmología viva de la poesía con- temporánea, estudiada e incorporada acuciosamente por él, en tanto es la vía que lo puede conducir a la nueva originalidad, al redescubrimiento de la sus- tancia de la poesía que tiene un sentido afirmativo para él: “siempre hay algo detrás de la nada: este es el infierno del pensador y el paraíso del poeta” 7 . Llegados a este punto, vale la pena citar aquellas certezas de María Zam- brano sobre dos grandes de la poesía cubana: “Bastarían la poesía de Lezama y la de Gastón Baquero para que se probara es- to: que la suntuosa riqueza de la vida, los delirios de la substancia están prime- ro que el vacío; que en el principio no fue la nada. Y antes que la angustia, la inocencia, cuyas palabras escritas y borradas en la arena permanecen sin letra, libres para quien sepa algo del Misterio...” 8 . 10.Toda la obra poética de Baquero es una suerte de fundición de ismos, de hitos poéticos, donde se asienta lo hermoso en total pujanza y reivindica- ción. Ante la expresión uniforme y desgastada de la realidad ordinaria, él im- pone lo bello como acto de fundación. De aquí su apego a la definición hei- deggeriana de creación: “poetizar es fundar por la palabra de la boca” 9 . O la 18 PENSAMIENTO E FRAÍN R ODRÍGUEZ S ANTANA encuentro 4 B AQUERO , G ASTÓN : “La poesía como reconstrucción de los dioses y del mundo”, En Ensayo, Fun- dación Central Hispano. Salamanca, España, 1995, p. 14. 5 Op. cit., p. 15. 6 Ibid., p. 22. 7 Ibid., p. 40. 8 Z AMBRANO , M ARÍA : “La Cuba Secreta”, en Orígenes, no. 20, Invierno, La Habana, 1948. 9 B AQUERO , G ASTÓN : “La poesía de cada tiempo”, en Ensayo, Fundación Central Hispano. Salamanca, España, 1995. p. 49. Al respecto, Baquero es mucho más explícito: “ Se trata de que la poesía es la tarea más directa, individual, solitaria y espontánea que el hombre puede acometer. ‘Poetizar –dice Heidegger– es fundar por la palabra de la boca’. Fundar, o sea, construir el universo, descubrir losque traduce de Horacio, Fray Luis de León: “clavarse como una viga entre las estrellas” 10 . 11.Esa palabra bella lo es en la medida que se impregna de una música inefable y de una sensorialidad extrema, irreprimible e irrepetible, emparen- tada con la máxima gobernabilidad de los recursos inteligentes de lo combi- natorio. En tal medida, la historia para nuestro poeta es como la construcción de una sinfonía. Todo vestigio de causalismo queda rechazado de plano y en cambio es predominante la consistencia rítmica de los grandes momentos históricos que se remodelan a través de su vehemencia y plausibilidad sonora. Al respecto, Baquero testimonia: “El hombre es sonoro, como es sonora la es- trella. Esa música lejana que nos llega subterráneamente del pasado, esa re- mota melodía que denominamos ‘La Historia’, sólo es apresable bajo especie de ‘forma’. Y de forma audible, por supuesto, aunque los materiales emplea- dos por el hombre para darle caza sean –a tenor de la vocación de cada cual– la palabra o la piedra, el color o el sonido” 11 . 12.Otro aspecto concluyente es el referido a la composición del poema como acto deliberado. Baquero se refiere, sin duda, a la premeditación cons- tructiva, arquitectónica, estructural del poema, y al alcance que puede ofrecer semejante entramado. Para ello se vale de un sinnúmero de recursos, aunque son tres los rectores: a)El instrumento incorporador de la mirada, para diseñar y pintar. b)El tacto como equilibrio y mezcla de los pares opuestos y relacionables a la vez, a saber: • la verosimilitud de lo inverosímil. • la realidad de lo irreal. c) La capacidad auditiva, el excepcional registro que posee de manera inna- ta para combinar parejamente melodía y concepto. 13.Dentro de ese amplio marco composicional debemos destacar además: a)La mirada recelosa hacia la inspiración y la fiebre creadora –al decir de Baquero–. Y apuntamos nosotros que aunque su verso es suntuoso y expan- sivo, el poeta ha entablado desde siempre una tenaz batalla contra la retóri- ca baldía y la exuberancia ilímite. 19 PENSAMIENTO La primera mirada encuentro fundamentos de lo circundante, explicarnos la fundación de nuestro propio ser. Y todo eso, he- cho a pura melodía, rítmicamente, traduciendo en música cuanto sea noción, descubrimiento, relato, testimonio.” 10 B AQUERO , G ASTÓN : “La poesía como reconstrucción de los dioses y del mundo”, en Ensayo, Fun- dación Central Hispano. Salamanca, España, 1995, p. 13. Y completa la idea de la siguiente ma- nera: “Horacio afirmaba que al recibir el vate, el poeta, los favores de la diosa poesía, crecía de tal manera su estatura, que llegaba a enterrar su cabeza entre las estrellas”. (Fray Luis virilmente traducía ‘clavarse como una viga entre las estrellas’). Pero no podía adivinar Horacio que siglos después procurarían los hombres, con vivo ardor, enterarse de por qué puede ocurrir eso y de por qué la poesía significa tanto.” 11 B AQUERO , G ASTÓN : “La poesía de cada tiempo”, en Ensayo, Fundación Central Hispano. Sala- manca, España, 1995. p. 48.b)Lo anecdótico y narrativo, bajo el imperio de una correlación a veces iró- nica, con ciertas dosis de humor explicativo, nunca corrosivo. c)La simultaneidad. d)El “juego de permutas” de lo histórico-cultural. e)Fusión mítica de lo trascendente y lo cotidiano. f)Relación del pasado con lo augural y premonitorio. g)Atomización y reordenamiento de lo espacial y temporal hacia la espe- ranza. A este propósito, Baquero aclara: “Pero un caos que perdura se con- vierte en un orden nuevo, en otra arquitectura. Una desesperación demasia- do desolada, demasiado terrorífica, demasiado nihilista, acaba por convertirse en una forma sui géneris de esperanza” 12 . 14.Al observar cómo la poesía cubana va hoy reorientando su definición mejor, aquella que tiene que ver con una porción de libertad ilimitada, me pregunto: ¿Qué nos brinda y brindará la obra de Gastón Baquero? ¿En qué parte de su vasta sabiduría y arrogancia de bien se detendrán “los muchachos y muchachas nacidos con pasión por la poesía en cualquier sitio de la plural geografía de Cuba, la de dentro de la Isla y la de fuera de ella?”. En consecuencia, aquí aventuro algunos de los dones poéticos que como brújula servirán para orientarnos: a)La poesía está por encima de todo sectarismo político. Toda su poesía, desde “Soneto a la rosa” hasta “Canto de Carolyn”. Baquero es incisivo con respecto a tales actitudes: “Se mantiene en pie la petición de sectarismo político, y no falta el zánga- no que antes de opinar sobre la poesía de un poeta inquiere su filiación. Es el terror a elogiar a un contrario o rechazar a un correligionario. Es la cobardía de los antifranquistas que niegan a Aleixandre porque está en España, y de los franquistas que olvidan la grandeza de Juan Ramón Jiménez porque está en el exilio. Unos y otros, los que someten a esta circunstancia la apreciación de un poeta, son unos enemigos mortales de la poesía y sembradores sempiternos de guerras civiles”. (De “La poesía de Luis Cernuda”). b)La repetición junto a Heidegger: “lo seguro no es en el fondo seguro; es inseguro”. c)“Ese sentirse muerto de antemano nunca le ha impedido a un hombre continuar viviendo, sobre todo si hace de su vivir una llama de lo amoroso” (De “La poesía de Luis Cernuda”). d)El poeta es el ciego que ve más. Es el único capaz de “relacionar ilumina- tivamente las cosas entre sí”. e)“Hoy la poesía es útil de nuevo. Trae los avisos, las sentencias, las anticipa- ciones”. (De “La poesía como problema”). f)El poema “Brandenburgo 1526”, un canto de amor a Cuba. g)Un canto contra la tiranía: el poema “En la noche, camino de Siberia”. 20 PENSAMIENTO E FRAÍN R ODRÍGUEZ S ANTANA encuentro 12 B AQUERO , G ASTÓN :“ La poesía como reconstrucción de los dioses y del mundo”, en Ensayo, Fundación Central Hispano. Salamanca, España, 1995. p. 40.(...) Todo mi delirio había consistido en recitar en voz alta a Mallarmé, mientras el camarada Stalin leía monótonamente su Informe anual al Partido: cuando él decía usina, yo decía “ Aparición”, cuando él hablaba del Este, yo decía en voz muy alta: “¡esa noche Idumea, esa noche Idumea!”. Y en los momentos en que enumeraba tanques, cañones, y tractores, yo decía: “Nevar blancos racimos de estrellas perfumadas” . h)Fidelidad a la integración racial y a la cultura universal. Amor a lo cuba- no desde una decantada Tradición. Un ensayo: “Tres siglos de prosa en Cu- ba”. Un estudio: Indios, blancos y negros en el caldero de América. Dos patriotas: José Martí y Antonio Maceo. i)José Martí: “ De un amor como de un dolor brotaba en él un poema” (De “Preámbulo a Martí poeta”) j)Un tipo de resistencia ante la adversidad cubana de hoy: (...) Cuando yo mismo sueño que estoy solo, tiendo la mano para no ver el vacío, y esta mano real, este concreto universo de la mano, con destino a sí misma, inexorablemente creada para ser osamenta y ser polvo, me rompe la soledad, y se aferra a la mano del niño, y partimos hacia el bosque donde el Unicornio canta, donde la pobre doncella se peina infinitamente, mientras espera, y espera, y espera, y espera, acompañada por las rotas soledades de otros seres, conscientes del misterio, decididos a insistir en sus preguntas, reacios a morir sin haber encontrado la clave de esta trampa. (De “Silente compañero” en Memorial de un testigo). 21 PENSAMIENTO La primera mirada encuentro22 encuentro U NMEDIODÍADEMAYODE 1991, LAPOETISA M ARÍA E LENA Cruz Varela llegó a Radio Enciclopedia, la emisora habanera donde yo trabajaba como periodista y director de programas musicales. Fue a pedirme la firma para una Declaración de Intelectuales Cubanos. La copia de la De- claración que mi amiga y antigua alumna extrajo de su enorme bolso y me dio a leer allí mismo, en la puerta de la emisora, ya traía las firmas de ella, del poeta Raúl Rive- ro, de los periodistas Fernando Velázquez Medina y Víctor Manuel Serpa y del escritor Roberto Luque Escalona. Pu- se mi nombre en aquel papel, y tuve la certeza de que en ese instante cambiaba el curso de mi vida. Que una decena de intelectuales divulgue un pliego de peticiones moderadas dirigidas a su gobierno –que otra co- sa no es la famosa Declaración– puede ser que no alcance ni el rango de noticia de tercera plana en un país donde sea normal que los ciudadanos intervengan libremente en la vi- da política, pero en la Cuba de Castro nuestro pacífico ges- to de autonomía adquirió la calidad de una insurrección. En la Declaración pedíamos, entre otras cosas, un diálo- go cívico, en el que estuvieran representadas todas las ten- dencias políticas existentes en el país, para hallar una solu- ción cubana a la crisis cubana; la elección de los diputados a la Asamblea Nacional mediante el voto directo y secreto de la ciudadanía; la libertad inmediata de los presos políti- cos; la supresión de las trabas que impiden a los ciudadanos cubanos salir del país y regresar a él libremente; y la reim- plantación de los mercados libres campesinos para estimu- lar la producción agrícola y reducir la escasez de comida. Se entregaron sendas copias del documento en el Con- sejo de Estado y en el comité central del Partido Comunista –el único partido que permite Castro, que es, casualmente, el suyo. Al mismo tiempo, teniendo presentes las “orienta- ciones” de Fidel –que ha dicho y repetido que toda la pren- sa, menos la cubana, es para sus opositores–, se enviaron copias a periódicos y radioemisoras de Estados Unidos y Europa, gracias a lo cual nuestras demandas fueron conoci- das por los cubanos de la isla, quienes para enterarse de lo La carta de los diez Manuel Díaz Martínez23 PENSAMIENTO La carta de los diez encuentro que pasa en Cuba oyen la radio extranjera. No perdimos el tiempo mandando la Declaración, rebautizada por los periodistas como Carta de los Diez, a los me- dios de prensa cubanos porque sabíamos que no la publicarían jamás. No la pu- blicaron ni siquiera por ser el objeto de la campaña de vituperios y mendacida- des que desataron contra nosotros. Esta campaña, que se extendió a la radio y la televisión, comenzó el 15 de junio con un editorial del periódico del comité central del Partido Comunista. El editorial de Granma, titulado “Una nueva maniobra de la CIA ”, empezaba presentándonos como “los herederos ideológicos del anexionismo” y termina- ba acusándonos de “traición” y de “abyecta colaboración con los enemigos his- tóricos de la nación cubana”. Hay que conocer los procedimientos del Estado policíaco castrista –idénticos a los del KGB en las épocas más sombrías del estali- nismo– para comprender que, con ese editorial, la dictadura iniciaba contra nosotros un proceso punitivo que nos franqueaba las puertas de la cárcel. El primer paso, clásico, de este tipo de proceso –descalificar política y moralmen- te al contrario– ya estaba dado. A partir de ahí todo podía suceder. En ese primer paso se incluyó un Pronunciamiento del Consejo Nacional ampliado de la UNEAC , aparecido en Granma dos días después del editorial. El encargado de dirigir la faena que le correspondió a la UNEAC en la operación de acoso y derribo puesta en marcha por el gobierno contra nosotros fue el joven presidente de esa organización, Abel Enrique Prieto, quien unos meses después, en el IV Congreso del Partido, sería elevado por Castro al buró políti- co. En el Pronunciamiento de la UNEAC –un calco del editorial de Granma– se nos acusó de ser “ejecutores de una operación enemiga” y de querer fabricar- nos, mediante “el ejercicio de la traición” y no por nuestra obra, “un expe- diente fuera de Cuba”. Fueron escasos los intelectuales cubanos que resistieron las presiones oficia- les y se negaron a suscribir ese documento, portador de acusaciones tan graves y, falsas al fin, en ningún momento probadas. Entre los que se negaron recuer- do a la poetisa y ensayista Fina García Marruz, a los poetas César López y Emilio de Armas, al historiador Manuel Moreno Fraginals y a los narradores Reynaldo González y Alberto Batista Reyes. Éste último fue fulminantemente destituido de su cargo de director de la Editorial Letras Cubanas. Mejor suerte tuvo Rey- naldo González, que sigue siendo el director de la Cinemateca de Cuba. En aquellos aciagos días se me acercaron –algunos fueron a mi casa– mu- chos firmantes del Pronunciamiento, unos para disculparse por su debilidad, otros para quejarse por haber sido engañados, otros en busca de la verdadera historia de la Carta y todos para ofrecerme ayuda, monetaria inclusive, en mi situación, que se presentaba difícil con tendencia a empeorar. El novelista Li- sandro Otero, en una sesión de la Academia Cubana de la Lengua, de la que ambos somos miembros, me dijo que él firmó el Pronunciamiento porque le aseguraron en la UNEAC que se publicaría sin la línea en que se nos acusa de ser “ejecutores de una operación enemiga”. El novelista Miguel Barnet y el poeta Pablo Armando Fernández me confesaron que a ellos los incluyeron en la lista de firmantes estando uno en México y el otro en España. Que yo sepa,24 M ANUEL D ÍAZ M ARTÍNEZ encuentro nunca protestaron por eso, pero Pablo Armando condenó con firmeza mi ex- pulsión de la UNEAC . En unas declaraciones que dio al periodista canario Juan Cruz dijo: “...la expulsión de Manuel Díaz Martínez de la Unión de Escritores por haber firmado constituye una gran estupidez, que atenta contra todos los escritores cubanos. No es la primera vez que sucede, pues en 1971 Reynaldo González y yo también fuimos expulsados de la Unión de Escritores (por su apoyo a Heberto Padilla). En 1991 es aún un atentado peor recurrir a estos métodos” (El País, Madrid, 28.10.91). Otros cuyos nombres figuran al pie del Pronunciamiento, como el pintor Alberto Jorge Carol, en aquel momento presidente de la Sección de Artes Plásticas de la UNEAC , poco tiempo después pidieron asilo político en el extranjero. Carol, en carta que me envió a Cádiz desde Madrid con fecha 10 de junio del 92 (y que consta en mi archivo, como todos los documentos que aquí cito), revela que en la UNEAC usurparon las firmas de muchos intelectuales. Prueba de ello es que el pintor Mariano Rodríguez, ya entonces fallecido, y el tenor Raúl Camayd, que por aquellas fechas agonizaba de cáncer en un hospital de Miami, aparecen suscribiendo el Pronunciamiento. Dice Carol en su carta: “Poco después de conocerse vuestro manifiesto, la Presidencia de la UNEAC re- dactó dos declaraciones respondiéndolo. En ambas figuró mi nombre. Pues bien, yo no fui partícipe de esas declaraciones, supe de ellas por la prensa y no sólo nunca las firmé, sino que hice constar mi protesta por la manipulación de que había sido objeto. Si algún día aparecen los documentos originales, se comprobará que no los he suscrito. (...) El “apoyo masivo” de los miembros de la Unión a esos textos de la Presidencia fue bastante dudoso e irregular. Maria- no Rodríguez, el pintor, resulta que firmó desde el otro mundo. Amigos míos presenciaron cómo varios artistas hacían cualquier garabato irreconocible al lado de su nombre en la lista de firmantes y además, junto a otros nombres, con el consentimiento de las personas encargadas de recaudar adhesiones, que así cumplían más pronto su meta. Pero conozco a artistas que sí firmaron porque tenían miedo y ahora viven en España”. Hubo quien me reprochó mi temeridad y me amonestó fraternalmente por haber suscrito la Declaración de Intelectuales Cubanos. Una noche, un diplomático europeo amigo mío me llamó por teléfono para decirme que en su casa me esperaba alguien recién llegado del extranjero que quería verme. Acudí a la cita. El incógnito recién llegado resultó ser un intelectual cubano muy vinculado al régimen, que va de país en país haciendo creer a todo el mundo que él cree en la “revolución”. Después de abrazarme e interesarse por mi salud y mi familia, este viejo conocido, que de tonto no peca, provocó mi asombro diciéndome: “¿Estás loco, Manolo? ¿Cómo vas a firmar una cosa como ésa en este país? ¿Es que tú no sabes que vivimos bajo una dictadura to- talitaria? Te van a cortar las manos, amigo mío, como vuelvas a hacer eso”. Parando en seco y a la tremenda la manifestación de autonomía que signi- ficaba nuestra Carta, el régimen, que conocía el malestar existente en la inte- lectualidad, sobre todo en el sector más joven de ésta, quiso evitar que el ejemplo cundiese.25 PENSAMIENTO La carta de los diez encuentro La represión directa sobre los que firmamos la Carta no se hizo esperar. A la periodista Nancy Estrada Galbán la despojaron de su puesto de redactora en la revista Mujeres . A mí me rebajaron de categoría laboral en la radioemiso- ra y me quitaron los programas de información cultural que tenía a mi cargo. Al teatrista Angel Mas Betancourt, que era subdirector del Teatro Musical de La Habana, y al germanista y traductor Jorge Pomar Montalvo, jefe de depar- tamento de la Editorial Arte y Literatura, los despidieron. A Pomar lo echaron a la calle después de vejarlo en un “acto de repudio”, en el que, desde luego, vejaron más a sus compañeros de trabajo obligándolos a tomar parte en la ca- nallada. Nancy Estrada y su esposo, el poeta y narrador Bernardo Marqués Ra- velo, también firmante de la Carta, soportaron en su casa dos de esas ordalías que, según aseguró Castro a fines del 91 a una periodista del Canal 23 de la televisión de Miami, en Cuba no se hacen. A los que éramos miembros de la Unión de Escritores y Artistas y de la Unión de Periodistas nos conminaron a retractarnos y, al rehusar hacerlo, nos expulsaron de esas organizaciones. He aquí la carta que recibí de la UNEAC , fechada en La Habana el 3 de julio de 1991 y firmada, no por Abel Enrique Prieto, que evidentemente escurrió el bulto porque la historia es amiga de guardar papeles que en un momento da- do pueden ser incómodos, sino por Ramón Rodríguez Rodríguez, Secretario Ejecutivo de la Presidencia: “Manuel Díaz Martínez: El pasado 15 de junio, el Consejo Nacional Ampliado de la UNEAC , en cumplimiento de lo establecido en el artículo 27, inciso ch), de nuestros Estatutos, acordó por unanimidad expulsar de nuestra organización a aquellos miembros que, luego de conocer- se el papel de la CIA en la gestación y promoción de la llamada “Declaración de Intelectuales Cubanos”, se mantuvieran vinculados a esta maniobra. Como usted se encuentra entre los señalados por el acuerdo del Consejo Nacional de la UNEAC nos vemos en el deber de comunicarle que queda expulsado de nuestra organización”. La Unión de Periodistas quiso hacer pública y espectacular mi expulsión, y a ese efecto convocó una asamblea en la emisora donde me ganaba la vida. Ante los trabajadores, el entonces vicepresidente de la UPEC , Lázaro Barredo, que fue acompañado por cuatro o cinco individuos más de esa organización, leyó un acta en la que se repetía el editorial de Granma. En respuesta leí un texto que redacté para el momento, en el que le decía a la UPEC que, mientras no las probara, sus acusaciones (es decir, las del gobierno) no pasaban de ser difamación y terrorismo verbal. (Por supuesto, aún están por verse las imposi- bles pruebas.) Mis inquisidores pretendieron convertir aquella asamblea –más de dos horas duró el careo que mantuve con ellos– en un “mitin de repudio” contra mí, pero les faltó el apoyo de los trabajadores. Sólo uno, en este caso una, habló para pedir que me echaran de la emisora dada mi incompatibili- dad ideológica con eso que algunos siguen llamando “la revolución”. He olvi- dado sus palabras, pero no la dulzura de su voz cuando aconsejaba que me ce- santearan. Meses más tarde la complacerían. En medio de aquellos acontecimientos, una tarde fue a buscarme a la emi- sora el agente de la Seguridad del Estado al que habían dado la encomienda26 PENSAMIENTO M ANUEL D ÍAZ M ARTÍNEZ encuentro de “atenderme”. (En Cuba, cada escritor o artista de alguna significación tie- ne asignado un policía, un “psiquiatra”, especie de confesor a domicilio, por lo general con grado de teniente, que vigila, analiza y orienta a su oveja para salvaguardarla de las seducciones del lobo contrarrevolucionario. De vez en cuando, este “hermano de la costa” –que así también los llamamos– confía al- guna misión sencilla a su pupilo o pupila para comprobar su fidelidad a la pa- tria, es decir, a Fidel, ya se sabe.) Mi “psiquiatra” se hacía llamar Octavio y era una réplica del teniente Colombo, ese detective desaliñado y socarrón que ha hecho famosa una teleserie policíaca norteamericana. Octavio Colombo, du- plicando aquella tarde la dosis de bobalicona amabilidad que empleaba siem- pre en su trato conmigo, me llevó en su tartajoso automóvil a un chalet de as- pecto hogareño que la Seguridad tiene en el reparto Siboney. En el salón nos esperaba, de completo uniforme, un tal coronel Reynol o Reiniel o Renoir. Sin andarse con rodeos, con ademanes cortantes y cara de piedra, el coronel me sometió a un corto pero severo interrogatorio que concluyó con una sana admonición: si no me apartaba de la disidencia, correría riesgos muy serios, porque ellos (los de la Seguridad) estaban decididos, incluso, a matar para im- pedir que regresara a Cuba “la gente de Mas Canosa”, que los asesinaría a ellos. Terminado el interrogatorio, mi “psiquiatra” se brindó a llevarme en su coche hasta mi casa. En el trayecto se pasó todo el tiempo aconsejándome re- medios caseros para mejorar el funcionamiento de mis riñones. De los diez primeros firmantes de la Carta, sólo uno, Raúl Rivero, perma- nece en la isla. (Contra todo riesgo ejerce la profesión, ilegal allí, de periodis- ta independiente.) Los demás emigramos: María Elena Cruz Varela está en Es- paña, el novelista Manuel Granados vive en Francia, el también novelista José Lorenzo Fuentes, Bernardo Marqués Ravelo, Nancy Estrada, Víctor Manuel Serpa y Roberto Luque Escalona están en Estados Unidos, y yo envejezco en Las Palmas de Gran Canaria (mi isla de repuesto, según mi amigo chileno Hernán Loyola). Algunos conocieron las ergástulas de Castro –Cruz Varela, Jorge Pomar, Fernando Velázquez, Luque Escalona y los cineastas Jorge Cres- po Díaz y Marco Antonio Abad–, mucho más numerosas que las plazas hotele- ras de toda Cuba. Nuestra Carta tuvo una pronta y vasta repercusión internacional, potencia- da por los castigos –denunciados de inmediato– que nos infligió la dictadura en su afán de poner coto a lo que se anunciaba como el nacimiento de una di- sidencia a cara descubierta dentro de los círculos intelectuales. El 31 de mayo de 1991, El Nuevo Herald, de Miami, publicaba una declaración de apoyo a no- sotros firmada por escritores cubanos en el exilio y por intelectuales extranje- ros. Este documento, en el que se reconocía nuestro derecho a “asumir un pa- pel activo, libre, honesto y comprometido en la sociedad cubana, ante la delicada situación que padece la isla” y se recababa la atención de los gobier- nos, las organizaciones de prensa, los medios de comunicación y las institucio- nes de derechos humanos para que siguieran “atentamente en el futuro próxi- mo” nuestro destino dentro de Cuba, aparecía suscrito por Mario Vargas Llosa, Oscar Arias, François Revel, Susan Sontag, Hugh Thomas, Jorge Semprún, Fer-27 PENSAMIENTO La carta de los diez encuentro nando Savater, Néstor Almendros, Germán Arciniegas, Fernando Sánchez Dra- gó, Javier Tusell, Xavier Rubert de Ventós, Gastón Baquero, Carlos Alberto Montaner y Heberto Padilla, entre otros. A mediados de noviembre del 91, María Elena Cruz Varela es objeto de un conato de linchamiento. Varios individuos asaltaron su casa, destrozándo- lo todo –la máquina de escribir, me dijo María Elena, la lanzaron por la ven- tana– y emprendiéndola a golpes contra ella y su hija. Acto seguido, los asal- tantes arrastraron a la poetisa por los pelos escaleras abajo y en la calle, en medio de un aquelarre “revolucionario”, la hicieron arrodillarse, con las ma- nos sujetas a la espalda, y le introdujeron en la boca varias de las octavillas que el grupo de oposición que ella dirigía había distribuido por La Habana, en las cuales se invitaba a los cubanos a sumarse a la lucha pacífica por la transición democrática. Cuando sus verdugos se hastiaron de atormentarla ante la presencia cómplice de un cordón de agentes policíacos, María Elena fue conducida a una comisaría. Después de tres días de encierro obligatorio en su minúsculo piso de Alamar –en la calle, todo el que quería apuntarse un tanto con el gobierno tenía a su disposición un altavoz para injuriarla–, la metieron en una celda en Villa Marista, la Lubianka de la Seguridad del Esta- do, y una semana después, sin que pudiera entrevistarse con sus familiares y su abogado, fue juzgada sumariamente por “difamación” –calificó de ama- nuenses a los diputados de la Asamblea Nacional– y “propaganda enemiga” y condenada a dos años de cárcel. En el mismo juicio fueron condenados por las mismas causas y a la misma pena otros dos de los firmantes de la Carta: Jorge Pomar (que había sido ferozmente golpeado por karatecas de las Tro- pas Especiales) y Fernando Velázquez. Fui testigo de María Elena en el juicio de apelación, que se celebró en una escuela del barrio habanero de Santos Suárez convertida en juzgado. Las ca- lles que rodean la escuela estaban tomadas por una muchedumbre en la que se mezclaban militantes de los grupos de oposición y elementos de las Tropas Especiales (policía antimotines) y de las Brigadas de Respuesta Rápida (escua- drones de civiles y de policías camuflados de civiles, organizados por el gobier- no para sustituir, en la represión callejera, a la policía uniformada). Cuentan con patente de corso para “disuadir” por cualquier medio a quienes manifies- ten su descontento con el régimen). Los de las Brigadas estaban armados con tubos metálicos, trozos de cabillas y otros objetos contundentes mal disimula- dos entre papeles de periódicos. A la sala donde se celebraba el juicio, ocupa- da por “cederistas” y sicarios vestidos de civil, sólo permitieron la entrada de algunos familiares de los reos. Yo, junto a los testigos de Pomar y Velázquez, permanecí en un jardín contiguo a la sala, donde aguardábamos el momento en que que nos llamasen a declarar. Aún estamos esperando que nos llamen. Cuando el juicio concluyó, con las sentencias ratificadas, como es de rigor en Cuba, a los condenados los sacaron esposados por una de las calles laterales. El plan de obsequiarlos con un “mitin de repudio” a la salida fue cancelado a última hora, cuando a la muchedumbre que aguardaba en la puerta principal se sumaron diplomáticos y periodistas extranjeros.Next >