< PreviousD ULCE M ARÍA L OYNAZLLEGÓTEMPRANOENELSIGLOXXY se nos marcha tardíamente en el mismo, como si abriera y cerrara la poesía de la isla para estos tiempos convulsos, plenos, inquietantes. Es imposible, pues, siquie- ra sea ligeramente, rozar la creación, la lírica, la cultura toda de Cuba, sin invocar su señera, ligera y firme figura en tránsito delicado y discreto por su patria e historia. La casa, como ámbito y acogida fue, sigue siendo, el es- pacio preciado de su obra; casa con jardín y una mujer ex- traña, dentro, pero pendiente del acontecer constante más allá de las verjas: “Bárbara pegó su cara pálida a los barrotes de hie- rro y miró a través de ellos. Automóviles pintados de verde y de amarillo, hombres afeitados y mujeres sonrientes, pasaban muy cerca, en un claro desfile cortado a iguales tramos por el entrecruzamiento de lanzas de la reja. Al fondo estaba el mar”. Ya lo había previsto y se enfrentaba con el tiempo, en su peculiar sentido; “Eternidad” es el título del primer poema de su inicial libro, sencillamente denominado Versos, de 1920-1938. “En mi jardín hay rosas: Yo no te quiero dar las rosas que mañana... Mañana no tendrás”. Pero imaginaba, tal vez, otro final, algo entrevisto por entonces respecto a la casa y a sus últimos días, quizá a la poesía, dubitativamente a una época que se extinguía... “No sé por qué se ha hecho desde hace tantos días este extraño silencio: Silencio sin perfiles, sin aristas, que me penetra como agua sorda. 8 PENSAMIENTO encuentro Crónica o ceremonia para una despedida César LópezComo marea en vilo por la luna, el silencio me cubre lentamente”. Ese arco, compás, recinto, resultó impreciso; si hubo rosas, éstas se perpe- tuaron, si silencio, fue poblado de voces susurradas y trémulas. La distinta, la insólita, como Bárbara, pertenecía a lo de dentro que se ensancha y prolonga en lo de fuera. La morada, flor de islas, por su mandato lírico, acoge su pala- bra y engendra permanencia. Vence la propiedad aun cuando contradice a la autora que exclamara: “Muchas cosas me dieron en el mundo: sólo es mía la pura soledad”. Por soberbia de estirpe inaugural, de parte de la poeta, por empecina- miento cambiante del entorno, hubo un tiempo escondido, de mutuo desco- nocimiento, mutilación, vacío. Hasta que plenamente, no sin dificultades recí- procas, recelos, reticencias, la puerta, la cancela, las rejas de la vieja casona del Vedado se abrieron. Real y metafóricamente. Sus versos volvieron a la me- moria, su quehacer fue buscado y encontrado, su sonrisa irónica, su palabra tierna y cortante, su altiva cubanía como emblema distinguido. Todo en Dul- ce María Loynaz adquirió su destino, mostró la amplitud de su nombre. María de las Mercedes, palabras del bautismo, entró en el erguido proyecto de su advocación. El Dulce nombre de María junto al apellido primigenio. De aque- llos ascendientes que llegaron temprano a la patria y nos la ayudaron a fun- dar. En sus caminos, notas, dudas. Concentrada en su obra, escuchaba su idioma, su lengua, comentaba su río, su país, su sangre. Se aferraba a su ser como las raíces a la tierra nutricia. No importaba que el agua pudiera identificarla, porque el agua ayudaba a de- finir su contorno. Criatura de islas. Hechura de nación capaz de confrontarla y confrontarse ella misma para transformar envolturas y guardar sus esencias. Y entonces no importaban las ruinas de la casa, el paseante sabía que tras la bruma o la luz Dulce María Loynaz vigilaba la patria y la poesía. Alguien de- jaba unas rosas a su puerta y al contrario de aquel primer poema no escucha- ba la advertencia premonitoria “Deja, deja el jardín... no toques el rosal: Las cosas que se mueren no se deben tocar”. Más bien el mensaje se abría contrario, porque las cosas y la poesía de Dul- ce María Loynaz al no ser destinatarias de la muerte han de ser tocadas. El ser para la resurrección de la poesía transformó el objetivo de todo paseante del Vedado, como bien lo sabía desde los inicios Alejo Carpentier y como lo con- firmara días antes de su temprana muerte José Lezama Lima al apuntar a la residencia: “usted ha creado lo que pudiéramos llamar el tiempo del jardín, 9 PENSAMIENTO Crónica o ceremonia para una despedida encuentroallí donde toda la vida acude como un cristal que envuelve a las cosas y las presiona y sacraliza”. Y eso, ahora, cuando caminar por la calle 19 en El Veda- do nos puede producir un estremecimiento de carencia paradójica, llena al joven o al viejo que enfila la visión hacia el añoso palacete y le da certidumbre de nueva permanencia engendrada por la insistente vida y poesía de Dulce María Loynaz. No importa la duda anterior de Virgilio Piñera respecto al sue- ño o vigilia de esta mujer excepcional. La casa, el jardín, la presencia, la figura, la pena de amor que no se cura, mantienen una esperanza en la creación que nos dejara esta poeta. Gastón Baquero, unos días antes de su propia desaparición, conmovido y lúci- do por la muerte de su amiga y parigual, escribía el 28 de abril del presente año, en lo que tal vez fuese uno de los últimos testimonios de su grandiosa pluma: “Estaba tan entrañada en el alma cubana, representa tanto el nombre de Dulce María Loynaz para sus contemporáneos que se había llegado a ver en ella, con ella y con su obra, el caso de identidad o identifica- ción absoluta entre la persona y su presencia viva y activa en el ser y en el quehacer de cada día. Llegó la gran poetisa a ese extraordinario mo- do de ser en un país, en una sociedad, como parte inimaginable de un país, pero al mismo tiempo de su territorio, su naturaleza, su identidad, en una palabra”. Así, vale recoger el mismo título del testimonio de Baquero en el deceso de Dulce María Loynaz: Amada y valiosa para Cuba. El sentido, valor, desentrañamiento de su obra se ha ido captando y conti- nuará haciéndose lentamente, delicadamente, dulcemente. Mientras, como antes, que ya se va volviendo siempre, nos queda agradecer su presencia, com- pañía, benévola y cáustica, tierna y agresiva, frágil y resistente. No aprovechemos ocasión tan tremenda como la muerte para arrimar as- cuas a ninguna sardina interesada más allá del rigor del paterno prado a que nos convocara José Martí. Dulce María Loynaz, poeta, es un ser humano, ple- no de cubanía, agudo sentido del humor, de la historia y del compromiso éti- co y estético. Caminamos en su entierro. Hubo flores que venían de los más diversos, que no opuestos, rincones. Hubiera querido junto al Himno Invasor compuesto por su padre el General del Ejército de Independencia Enrique Loynaz del Castillo, las palabras de despedida de duelo de los tres oradores, la voz de la poeta reproducida y amplificada que impregnaba las callejuelas fú- nebres del Cementerio de Colón en su ciudad de La Habana, escuchar muy adentro, directo, el machadiano “golpe de ataúd en tierra” que, ya se sabe, “es algo perfectamente serio”. Para quedarme, quedarnos, con ejemplo y recuer- do, con todos y para el bien de todos. Digo así, permanencia, presencia, persistencia; porque Dulce María Loy- naz, fiel a su legado, lo deja escrito: “De la Isla no se despide nadie para siempre, ni ellos se despiden del misterio” . La Habana, mayo de 1997. 10 PENSAMIENTO C ÉSAR L ÓPEZ encuentro11 PENSAMIENTO encuentro A FINALESDEL 92, ENUNAREUNIÓNÍNTIMA , OCURRIDAENLA Embajada de España en La Habana, Dulce María Loy- naz recibía de manos de Federico Ibáñez, por entonces Di- rector General del Libro, la acreditación del Premio Cer- vantes de 1992. Tras unas breves palabras del Sr. Embajador, Don Gumersindo Rico, y del propio Director, Dulce María dijo solamente ante la apenas veintena de invitados: “Todo lo que mi vida ha tenido de agradable, ha venido de Espa- ña”. En esas palabras la Loynaz resumía su media docena larga de viajes a la península, algunos con prolongadas es- tancias, el hecho de que prácticamente toda su obra se pu- blicara aquí antes que en Cuba, en las décadas del cuarenta y del cincuenta, y, sobre todo, expresaba el gran amor que profesó por el publicista canario Pablo Álvarez de Cañas, su segundo y definitivo esposo, quien fuera a expirar en sus brazos, enfermo de muerte, tras su larga ausencia de Cuba, abandonada a raíz del triunfo de la Revolución. Ese profundo amor de Dulce María por España en abso- luto desdice su más que demostrado amor por Cuba. Pri- mogénita del General del Ejército mambí Enrique Loynaz del Castillo, el amor por su Patria creció al tiempo que se alimentaba en la lectura de los clásicos españoles y en el re- cuerdo de sus ancestros vascos, de su San Martín de Loynaz, misionero martirizado en el Japón del Siglo XVI . Como Mar- tí, su cubanía nunca entró en conflicto con su españolidad. Una cosa era estar contra el gobierno, muchas veces mal gobierno, de España; otra, muy distinta, estar contra el país que forjó, derramándose en la sangre africana, lo que fue y en buena parte todavía es Cuba. Dulce María nació y vivió, y vivirá, en la “Isla clarísima” y “grácil”, en toda época y mo- mento histórico, en las duras y en las maduras. Léase, si no, su oda “Al Almendares” o su extraordinario poema “Isla mía, ¡qué bella eres y qué dulce!” y se podrá comprender fá- cil y entrañablemente que Dulce María Loynaz y la isla bo- nita, “la novia de Colón”, son una misma cosa. Dulce María y España Carlos BarbáchanoDe todas las grandes poetas que ha dado América a nuestro siglo, Dulce María Loynaz es tal vez la más difícil y posiblemente la más profunda. No re- sulta extraño que entre los poetas que se han expresado en la misma lengua, patria común del espíritu, se quede con Antonio Machado. Como él, su apa- rente sencillez esconde las más sutiles honduras. Quizá sea ésa la razón del supino despiste de muchos plumíferos más o menos oficiales al rasgarse las vestiduras cuando el jurado del Premio Cervantes decidió, tras difícil acuer- do, otorgar el máximo galardón de las letras hispanoamericanas a quien era, para ellos, poco más que una muerta en vida. Como a veces sí que existe la justicia poética, en los dos años siguientes se concedería el Cervantes a las candidaturas que competían entre sí en el 92, a Miguel Delibes y a Mario Var- gas Llosa. Pero el Cervantes del 1992, algo más que un Cervantes, sería, jus- tamente, para la Loynaz. España siempre ha estado presente en la obra de Dulce María. Su obra preferida es Un verano en Tenerife, editada en España, curiosa coincidencia, en 1959, producto del amor a un hombre y a su tierra: Álvarez de Cañas y las Is- las Canarias. “Yo creo que por primera vez pisé bien firme” declaraba a Pedro Simón en su imprescindible Valoración múltiple . “Hasta entonces andaba un poco por las nubes, por el aire. Los demás libros los he sacado de la imagina- ción. Éste lo he sacado de la vida.” No se trata de un dato anecdótico. En esas islas, que no se parecen a nada, arrobada ante un paisaje que combina sabia- mente dureza y suavidad, encuentra Dulce María la síntesis entre su propia in- sularidad y las viejas raíces peninsulares. El sol español, “abuelo desvaído del sol cubano”, también ha acariciado el serio y suave espíritu de Dulce María Loynaz. En sus largas estancias en Casti- lla, en Andalucía, en la Guipúzcoa de sus orígenes, gozó de “esa alegría de vi- vir” que incluso en la mismísima posguerra siempre caracterizó a nuestro pueblo. “Yo no he visto aquí caras agrias ni lamentos trasnochados. He visto trabajar a la gente, la he visto convivir y abordar con valentía el tranvía reple- to o la nueva dificultad cotidiana y hasta llenar los teatros con su presencia y con su espíritu.” Son palabras de Dulce María hablando de los españoles a fi- nales de la durísima década del cuarenta, en una de las magníficas entregas de Impresiones de un cronistaque publicara el diario cubano El Paísa lo largo del año 47. En otra de estas crónicas, firmadas por su esposo y escritas por ella, nos di- ce en la misma línea de la frontera hispano-francesa: “España está ahí enfren- te con su sol, con su idioma que va a sabernos a pulpa de fruta entre los la- bios, con sus misterios y su revelación.” Como sus padres del 98, de todos los paisajes peninsulares, Dulce María prefiere el de Castilla, y más concretamen- te encuentra en el de Segovia la quintaesencia de su hálito poético. En el año 34 escribe desde la isla a su amiga Ofelia Rodríguez Acosta, cu- bana que está viviendo en España: “Si no ha ido a Segovia, no conoce Vd. a España todavía. Taciturno es Bilbao, con su cielo oscuro y su mar áspero; lán- guida es Córdoba, musulmana, tendida junto al río; a naranjas huele Valencia, inmensa huerta oreada por la brisa marina; se enciende y resquebraja la llanura C ARLOS B ARBÁCHANO 12 PENSAMIENTO encuentrocastellana reseca, huesuda, oxidada de hierro; pero Segovia es todo esto y es humilde y callada.” Y, en carta anterior a la misma corresponsal, insiste: “Se- govia es uno de mis más puros recuerdos. Vaya a amarla por mí y diga en alta voz mi nombre en la soledad de la plazoleta de San Esteban. Dígalo allí donde duerme el eco de otra vida y también en la alameda de chopos que circunda al río. Reconózcame en una de esas monjas que lavan la ropa allá abajo, can- tando; más nada quisiera ser, más nada que un canto sobre un río.” Dulce María y España 13 PENSAMIENTO encuentro Marta María Pérez Bravo. El viejo me dio el 17.14 PENSAMIENTO encuentro Del lado de la libertad Gastón Baquero E l hecho de que una reunión de poetas cubanos, residentes unos en la Isla y otros en el exterior, siga despertando recelos, suspicacias, y ex- plosiones de mal humor en ciertos medios, dice a las claras que falta mucho por recorrer, en las dos direcciones, para que al fin comencemos a convivir en paz y armonía todos los cubanos. Posiblemente lo peor de la triste división en “gente de dentro” y “gente de fuera”, consista en que en ambas partes haya desconfianza y prejuicios. En el exilio hay personas que creen que todo el que vive en Cuba es un militante político más o menos declarado, y que el permiso limitado y difícil de conseguir que le concede el régimen, está pagado por el viajero con servicios de espionaje, actividad propagandística, “comisariado” político, en una palabra. A su vez, los de la Isla miran hacia Miami con la prevención de quien se siente odiado, menospreciado y amenazado. Las dos actitudes nacen de un mutuo desconocimiento. Consecuencia de esto: el “ala dura” de Miami dice que este Encuentro de Poesía en Madrid es una maniobra castrista para bene- ficiar al régimen con una imagen de liberal, culto y respetuoso de los dere- chos humanos; y el “ala dura” del régimen habanero dice que esta conversa- ción entre poetas (propiciada, organizada y pagada por la española Secretaría de Estado para la Cooperación), es “una trampa del imperialismo yankee, un trabajo sucio de la CIA ”. Y en el medio, atrapado entre las tenazas de esta doble estupidez, está un grupo de poetas, hambrientos de hablar de poesía con sus colegas, necesitados de conocer y ser conocidos por sus hermanos. ¡Qué triste cosa es ver levantar- se la suspicacia, el recelo, la maldad entre las páginas de un libro de poemas! Éstos que han venido a Madrid para compartir con un pequeño grupo de poe- tasde la misma familia, de la misma voz, de la misma pasión de poesía, son hombres y mujeres personalmente libres, como es siempre libre el poeta, viva bajo el régimen que viva. Porque conversemos sobre poesía unos cuantos compatriotas ¿a quién da- ñamos, a quién ofendemos, a cuál principio ético faltamos? Lejos de manchar una iniciativa tan noble como la concebida por la Secretaría de Cooperación como una pequeña pero brillante contribución al ideal de la fraternidad en- tre los cubanos, lo que debemos hacer todos es aplaudir la generosa idea. La poesía cae siempre del lado de la libertad. Publicado en el ABCCultural, nº 160, 25 de noviembre de 1994, con motivo de la celebración del Seminario de poesía “La Isla Entera”.15 PENSAMIENTO encuentro A G ASTÓNSELEECHARONLOSAÑOSENCIMA , YCOMOMU - chos lo amamos, respetamos y leemos, ahora lo za- randeamos un poco llevándolo y trayéndolo con nuestros homenajes y agasajos. Merecidos. Sin embargo, él sabe, pues es poeta, que todo perma- nece en la penumbra, en la suave irrealidad de los poe- mas: en ese espacio, suyo, vivo, interminable, hay un día feliz. ¿Cuál? El día cuando Gastón construye un poema: canto, cántico, querubín. Dicen que los serafines y querubines están tan desma- terializados que no son más que canto: ¿hay mayor felici- dad, día más feliz? Ése es el centro luminoso del poeta Gastón Baquero, centro cercado de la dulce penumbra (aureola) de sus versos. Felices, con chirimías; y felices con pianoforte y hele- chos: hay una cocina y el sol que entra a raudales, salpi- cando suelo e Isla con su luz principal: bien la conoce Gas- tón Baquero. Y como la conoce, la invoco; la invoco pidiéndosela prestada un poco y diciéndole al oído que no sea gandío y me ceda y conceda un poco de esa luz que él trenza, des- compone, recompone un ciento de veces en sus milena- rios poemas. Y como Gastón es bueno me cedió en efecto un cor- púsculo de esa luz suya que titulé “Un día feliz” y que aquí le dedico. ¿Por qué este poema para Gastón Baquero? José KozerUn día feliz Chirimías, un pianoforte en un campo de helechos. Soy un recién llegado, bien de salud, sentado en la silla de alcanfor en la postura del shôgun. El león imperial mira en alto la torre de un azulejo a otro en el suelo rojo tacos blancos león y torre azules, de la cocina: el gran azulejo incrustado en la pared de la cocina mira en alto desde un leopardo verde olivo collarín sepia el espectáculo (salpicaduras) de la luz del sol, en el suelo. Ahora el aire tiene aire de recién llegado de haber sido conminado a cítaras entre laureles de Indias. La pera de agua que acabo de morder tenía el corpachón de buda, litros y decilitros, aire y agua (dos decentes animales) sufragan todo gasto del cuerpo. Y la pura verdad es que la mujer del bosque tocando el armonio está muerta; ya no es hembra. Invocación: aire que meces campo de amapolas trae a la hembra agazapada; anda, correveidile. J OSÉ K OZER 16 PENSAMIENTO encuentro17 PENSAMIENTO encuentro G ASTÓN B AQUEROHAENTRADOENELREINODELAHISTORIA . Quiero decir, al fin se ha vuelto visible, al tiempo que intocable. Presumía Baquero, desde un profundo sentido del pudor, de su invisibilidad. No en balde tituló su último libro Poemas invisibles . Si bien sentía un enorme respeto por la escritura, insistía en el refugio de la soledad acom- pañada y restaba importancia, con fino y criollo humor, a los fastos de la celebridad. Desde su casa de la calle Anto- nio Acuña, Baquero parecía contemplar el mundo de las vanidades, la presunción de los escribidores apresurados, el relumbrón circunstancial de los otros, con la dignidad de la distancia y el decoro de su silencio. Ahora, a pesar suyo, desprendida su obra de su recato interior, la densi- dad de su escritura cobrará sustancia en la sacralidad que impone su definitiva ausencia. Afectado de un derrame cerebral, Baquero se sumió en un estado de seminconsciencia, hasta instalarse al fin allí donde alguna vez soñó: “Yo no quiero morirme ni ma- ñana ni nunca, / Sólo quiero volverme el fruto de otra es- trella; / Conocer cómo sueñan los niños en Saturno / Y cómo brilla la tierra cubierta de rocío”. A finales de los años treinta, la literatura cubana reci- bió el influjo de una nueva generación de poetas y ensayis- tas que habrían de marcar el más alto momento de las le- tras nacionales en lo que va de siglo. Junto a José Lezama Lima, Gastón Baquero participa activamente de este pri- mer momento. Funda la revista Clavileño ; colabora activa- mente en las que alienta Lezama: Verbum y Espuela de plata y en Poeta nacida al aliento de Virgilio Piñera. En la revista Orígenessólo publicará un poema en su primer número. A partir de entonces se dedica plenamente al periodismo y alcanza una poderosa influencia desde la jefatura de re- dacción del Diario de La Marina. Entre los agudos dardos de sus comentarios de actualidad deja fluir algunos de sus más consistentes breves ensayos literarios. Desde su llegada a España, exiliado en 1959, Baquero recupera el aliento poético y así, en 1966, sorprende su vo- lumen: Memorial de un testigo. Lejos de cultivar el desencanto En las estrellas Pío E. 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