< Previous P ÍO E. S ERRANO y el resentimiento, sus poemas se instalan en el encantamiento del lenguaje y elabora un mágico espejo que lo devuelve en una lúdica y maravillosa lucidez expresiva: inversa geometría de la gravedad tonal que se hace severa en sus primeros poemas. Gastón Baquero pertenece a esa rara minoría de poetas que, como Rimbaud o Eliot, desde sus primeros poemas inaugurales se reve- lan suficientes. Son los tiempos de Palabras escritas en la arena por un inocente, del Testamento del pez, de Casandrao de Saúl sobre su espada. Pero no fue hasta la publicación de Memorial de un testigoque su nombre se hace leyenda. Lo buscaban los poetas iberoamericanos, los jóvenes poetas españoles acudían a su palabra. Su escritura se había convertido en modelo para las nuevas gene- raciones que buscaban una expresión menos solemne, más vital y entrañable. Su capacidad conversatoria deslumbra a todos. Gastón, siempre generoso, de- rrocha su palabra con gesto amigo, nunca amargo, impenitente criollo del gesto amable y la sustanciosa almendra de su vastísima cultura. Todo lo com- parte. Nada deja para sí; salvo la escritura que sólo entrega después del pro- longado ruego, más por pasión a la amistad que por la pasión de la celebri- dad. En 1984 el poeta boliviano Pedro Shimose publica en el Instituto de Cooperación Iberoamericana los poemas completos de Gastón Baquero. En Magias e invenciones , Shimose “reúne la producción lírica de uno de los más importantes escritores iberoamericanos” como “homenaje a casi cincuenta años de producción poética”. A este libro habría de seguir Poemas invisibles, su último libro unitario publicado. Todavía en 1995 la fundación cultural del Banco Central Hispano en colaboración con la Cátedra Poética Fray Luis de León de la Universidad Pontificia de Salamanca publica dos volúmenes de la obra de Baquero, uno dedicado a la poesía y otro a la prosa. Gastón Baquero mantuvo con ardiente dignidad su destino de transte- rrado forzoso y denunció la falta de libertad en su Isla; sin embargo, supo dis- criminar entre las instituciones oficiales del régimen cubano y los jóvenes que de allí le llegaban, a pesar del silencio al que se había condenado su nombre. Por ello pudo declarar en la dedicatoria de su último libro: “El orgullo común por la poesía nuestra de antaño, escrita en o lejos de Cuba, se alimenta cada día al menos en mí, por la poesía que hacen hoy –¡y seguirán haciendo maña- na y siempre!– los que viven en Cuba como los que viven fuera de ella. Hay en ambas riberas jóvenes maravillosos. ¡Benditos sean! Nada puede secar el árbol de la poesía”. 18 PENSAMIENTO encuentroFue en el curso de los años cuarenta cuando se produjo el primer “punto de giro” en el teatro cubano. Hasta ese tiempo hubo largas temporadas en que no se hizo ningún teatro y hubo otros en que el repertorio lo constituyó la co- media española de los años veinte y treinta, cuyos autores, salvo contadas excepciones, nadie recuerda: Capella y Lu- cio, Felipe Sassone, Francisco Serrano Anguita, Leandro Navarro y Adolfo Torrado, alternaban con las estrellas de aquel firmamento: los Hermanos Quintero, Eduardo Mar- quina, Carlos Arniches y don Jacinto Benavente. La ruptura se produjo con un cuádruple acontecimien- to: fundación del grupo La Cuevapor Luis Baralt, naci- miento del Patronato del Teatro, creación de la Academia Municipal de Arte Dramático y del Teatro Universitario. El público habanero, en un tiempo relativamente corto, cono- ció a Pirandello, a Shakespeare, a Eurípides, a Noel Coward, a Prestley, a O’Neill y de inmediato a Anouilh y a Sartre. Y se convocaron concursos y aparecieron los autores cubanos. Carlos Felipe en primer lugar. El Chinofue una muestra magnífica de obra influida por Pirandello en un ambiente ingenuamente sórdido. Muy poco tiempo des- pués hizo su aparición Virgilio Piñera. Había escrito un poema– La Isla en Peso – donde se presentaba la realidad cu- bana en el infierno de un cañaveral. Cito de memoria, pero el verso más notable del poema decía: “Pueblo mío tan joven, no sabes ordenar”; y también: “Sólo el francés leía el Discurso del Método”. Virgilio estrenó su Electra Garrigóen medio del en- tusiasmo colectivo. No se parecía a nadie: era el grotesco nuestro, la guajira nuestra y la lengua que nos pertenecía. Pepe Triana se acogió a esa tradición para encontrar su originalidad. Se encontró a sí mismo encontrándose con Artaud. Y ya sabemos lo que tal encuentro implica: ruptura con la Poéticade Aristóteles, teatro que no está hecho, pero que se está haciendo ante el público. Y no hay informa- ción, no hay noticias que se transmitan al respetable. Tam- poco hay caracteres: éstos se forman y se disuelven, los ve- mos apoderarse de la personalidad de los otros y a los otros 19 HOMENAJEAJOSÉTRIANA encuentro Homenaje a José Triana Mario Parajónapoderarse de la personalidad de éstos, el caos es absoluto y al mismo tiempo reina un orden rígido gracias al cual todo lo comprendemos. Avanzando por ese camino iniciado en El Teatro y su Do- ble, Pepe Triana da otro paso hacia adelante, fascinado por la liturgia. La Noche de los Asesinos se deja llevar por el “aire” del rito, el cual se apodera del cuerpo de los personajes. Ahí tenemos a Orestes y a Electra ejerciendo de asesinos en el plano de una representación que no es “vivencia” ni tampoco distancia intelectualizada. En el estreno habanero de La Noche de los Asesinosse pro- dujo en el público, en las “autoridades” y en los jóvenes más abiertos a un espíritu de innovación, algo así como una profunda turbación. Sabían que la obra merecía un aplau- so, pero ignoraban el alcance que debía tener ese aplauso. Puede ser que todavía lo ignoremos y que La Noche ne- cesite muchas más lecturas y que lo penúltimo y lo último de su secreto sigan mostrándose esquivos. 20 HOMENAJEAJOSÉTRIANA M ARIO P ARAJÓN encuentro Marta María Pérez Bravo. Dos palomas el 24.21 encuentro P ERSONAJES ÉL ELLA L UGAR Un escenario, con una mesa y dos sillas y otros objetos. Época Actual. Ahí están los tarahumaras (Obra en un acto) José Triana Para Antonio Díaz Zamora “Los hombres somos seres incompletos”. Frankenstein M ARY W. S HELLEY “No supieron ni entendieron; porque encontrados están sus ojos para no ver, y su corazón para no entender”. I SAÍAS , V ERSÍCULO 10, CAPÍTULO 4422 PENSAMIENTO encuentro La luz juega un papel importante en esta breve escena, casi podría decir que es un personaje. El escenario es un cementerio de muebles rotos, de objetos inservibles y de fragmentos de monigotes o de monigotes inconclusos, creando una atmósfe- ra especial. En algún momento debe crearse, por medio de la luz, la imagen de una pecera. No subrayar demasiado esta imagen en las escenas iniciales. Entra él. Viste un pantalón de piyama. Los cabellos los trae revueltos. Óyese el ruido del agua de un grifo abierto. El ruido del agua crece. ÉL, so- ñoliento, mira como si estuviera delante de un abismo o precipicio, total- mente indiferente; se sienta en una silla. El ruido del agua se desvanece. ÉL se acoda en la mesa y vuelve a quedarse dormido. Óyese un murmullo de voces, risas –tal vez la evocación de los gemidos de las míticas sirenas–, choques de cadenas, violentos golpes en los laterales, y cantos de una sal- modia, mezclado a un crujido de papeles o de ramas ardiendo. El murmu- llo de las voces se intensifica. Entra ELLA, ajena a estos ruidos, vestida con una bata de dormir corriente, de las que se venden en los almacenes al por mayor, y trae unas tijeras y un vaso de agua. Los ruidos cesan. Al verlo dormido, sonríe, y va a tocarlo, pero renuncia a hacerlo. Pausa breve. ÉL — (Entre sueños.) Sí, ahí están los tarahumaras... ¡Ahí están! ELLA — (Susurrante.)Querido. (Lo besa en la mejilla.)Querido... ¿De qué hablas? ¿De los qué...? ¡No te entiendo! ÉL — (Molesto.) Ah, déjame. No me despiertes, por favor. (Pausa. Se acomoda y saca un paquete de cartas de la baraja. Lo pone encima de la mesa.) ¿Me das un poquito de agua? (ELLA lo mira fijamente, sonríe y le extiende el vaso.) Gracias. (Toma el vaso y bebe.) Uf, qué sabor amargo. ELLA — (Bebe un sorbo de agua, y se sienta en el suelo y continúa su labor creando un monigote con papel y vendas, esparadrapos y goma de pegar. Con gran sentido del humor.)¿Amargo? ¡Son tus sueños, querido! El agua es agua. ¡Creas fantas- mas! (Pausa. Vuelve a beber.) ¿Por qué te has levantado? ÉL — Te oía trasteando. Parecías un ratón y sentí miedo. ELLA — (Rápida, casi sin oírlo. Refiriéndose al trabajo que realiza.)¡Sabes que tengo que terminarlo!... ¡Cuestión de un rato!... Si lo interrumpo, jamás llegaré al final. Como ha sucedido otras veces. Aunque no lo creas, me siento har- ta de andar guardándolos sin haberlos concluido. Ya espacio no poseemos en esta casa..., los cuartos abarrotados, el desván, la cocina, el cuarto de ba- ño, los pasillos, en las cornisas, pegados y clavados al cielorraso y en los aleros del patio..., y un día nos caerán encima... ¡Te imaginas!... (Otro tono.) Y no estoy dispuesta tampoco a que lo que un día pensamos necesario, hoy23 Ahí están los tarahumaras encuentro se nos venga abajo. ¡No y no! ¡Insisto! ¡Insisto! (Otro tono.)¡Échame una manito, anda! ¡Vamos, chico! ¡Deja eso! ÉL — ¿Para qué me lo pides, si sabes que no lo haré?... ¡Me niego! Estoy con- vencido de que no vale la pena... ELLA — (Rápida.)¡Tú siempre con tus manías! (Pausa. Otro tono. Deteniendo su labor.)¿Miedo, dijiste? ¿Miedo, por qué? ¡Un ratón, dices!... Exageras, Dios mío, como si estuviéramos en el fin del mundo..., o un cataclismo se apro- ximara... ÉL —No sé lo que me sucedió. (Pausa.) Tuve un sobresalto. Un espacio vacío, el borde de un precipicio. Ríete, bobita. (Toma las cartas de la baraja y las re- vuelve, luego las pone sobre la mesa y la divide en dos grupos.)Creo que todavía no he despertado. Sigo durmiendo. (Extiende las cartas hábilmente sobre la mesa.) ¡Debo consolarme contándote historias, porque no puedo aceptar la reali- dad! ¡Si lo hiciera, será el final!... ¡Sí, querida, sí! ¡A mal tiempo buena cara!, dice un viejo refrán. (Otro tono.) Veo un mapa azul. Un lago. Quizás el mar. Oigo que cae el agua en el sueño. Y es una pecera, y es el mar Jónico, y yo estoy en la cueva de los misterios... y tú... Tú estás en la cama y te levantas. Vas al cuarto de baño, y enciendes la lamparilla del espejo. Eres y no eres. Estás y no estás delante del espejo, que se vuelve un borrón de neblina... ELLA — (Burlona.)¡Ah, sí!... ¿Cómo lo sabes? ÉL — (Extrañado.) ¿Por qué estoy diciendo esto?... ¿Qué hora es? ELLA — ¿No has oído el reloj? ÉL — (Ordena nuevamente las cartas.)¿Cuál? ELLA — El reloj. ÉL — Aquí no existen relojes. Te dije que miraras en tu corazón. ELLA — (Divertida.) Pues ahora oigo las campanadas muy clarito. Tres lentos, y muy pausados din don, din don, din don... (Riéndose, abstraída, mirándolo en su juego con las cartas.)¡Qué imaginación, la tuya! (ÉL la observa un segundo, y se queda abstraída mirando hacia el vacío.)Recuerdo una vez, era graciosísimo, te dio por creer que estabas en Alejandría..., y era de noche y el mar exten- día un banco de algas amarillas y rojas..., y yo te decía: “No querido, esta- mos en el Mar Negro...”, y después me decías: “Mira el bosque negro de los asfodelos, y los sauces llorones, qué nostalgia, mira, cúbrete la cabeza y echa hacia atrás los huesos de mi madre”, y yo me reía, y los perros aulla- ban como lobos, y tú nadabas en un arroyo y el agua parecía ceniza o lo24 J OSÉ T RIANA encuentro era y volabas entre los escarabajos..., y cuando se te metió en la cocorotina que estábamos a punto de hundirnos en las aguas del Mediterráneo... ¡Siempre quieres hacerme ver lo que no existe! ÉL — ¡Sólo en los sueños te reconcilias conmigo! ¡O me haces ver que lo ha- ces, o me juegas cabeza!... Te afanas..., te afanas para escapar de nuestro amor que es una mentira..., o un fracaso. ELLA — ¡No digas eso! ¡Te quiero! ¡Te acepto! ÉL — Aunque a veces te cueste un poco. ELLA — ¡Mentira!... ÉL — ¡Tramposilla! A veces... ELLA — ¡Nunca! ÉL — ¿Estás segura? ELLA — ¡Segurísima! ÉL — ¡Blanco sobre negro! ELLA — (Enérgica.)¡El tramposo eres tú!... ÉL — (Abandona las cartas de la baraja.) ¡Y si ahora te dijera que ahí están los ta- rahumaras! ¡Ahí! Los siento, desde que me levanto hasta que me acuesto, y aun entre los sueños se me aparecen... Tú piensas que es un capricho... ELLA — (Rápida.)¡Un juego! ÉL — (Rápido.)¡No, no estoy jugando! ELLA — (Detiene la construcción del monigote.) Sigue. ÉL — (Con las cartas entre las manos.) Sé que estaban a un paso, ahora, por la madrugada, que roncaban o simulaban que roncaban, ahí, entre las sába- nas, parecidos a un caracol. (Otro tono. Leyendo las cartas.)La reina en la constelación de Andrómeda, y la luna como un pastor guiando el rebaño... ELLA — (Vuelve a su quehacer. Divertida.) Sigue... ÉL — (Leyendo las cartas.) Estaba dormido, y sentí que circulaban a mi lado y saltaban mariposas, y era un enjambre loco...25 Ahí están los tarahumaras encuentro ELLA — (En su quehacer. Divertida.)Sigue... ÉL — (Con una sonrisa leve.) ¡No, no quieres que siga! Mejor otra historia..., ¿no te parece? (Improvisando, mezclando su realidad y una historia que se va forjando a medida que las palabras le llegan a los labios.) Vi entonces sobre un monte pla- teado tres lunas... Golpeaban en la puerta. Tres lunas y giraban sobre mi cabeza. Y golpeaban en la puerta manos, muchas, manos solas, únicas... manos diversas... No veía los cuerpos. (La mira)¡Te lo juro!... (Ella se afana en su trabajo. Prácticamente tiene construido las piernas y el tronco del monigote.)Y en- traba en un arca con remos que alguien movía sobre un pantano, y las ro- cas se convertían en hombres y mujeres, lo recuerdo y lo estoy viendo..., y el arca era un barco lunar y era el equinoccio de otoño y la luna nueva se abría y llegaban las lluvias infernales, y yo te buscaba, y me decían, no sé quiénes, “rey sagrado”, y el barco lunar se deslizaba hasta llegar a una pla- nicie de agua inmóvil..., y yo no sabía dónde estaba, la inmovilidad del agua me hipnotizaba, eso pensé o creí que pensaba, o me hacía un barullo de palabras que se volvían letras, cayendo, letras, y yo le buscaba el sentido, sí, querida, en la superficie lisa, en la fría planicie del agua... ELLA — ¿De qué hablas..., otra historia, o estás rezando? ÉL — ¡Déjame! ELLA — (Muy suave, dulce.)Querido, me confundo. Quisiera saber, saber a fondo. Es como si tuviera una estrella entre las manos y se me escapara. (Otro tono.) ¡Ven, ayúdame! (Otro tono.) ¿Y los tarahumaras? ¿Qué significan? ¿Por qué los metes en esto? ÉL — (Señalando el fondo del escenario.) ¡Ahí están! (Abandona el juego de las cartas.) ELLA — (Abstraída en su quehacer.)¡Cabeza de mulo! ÉL — ¡Tan claro ni el agua!... ELLA — ¡Cuentos de camino! ÉL — ¿Cuentos de caminos?... ¡Ja! ¡Ya verás! Porque has sido tú..., quien los ha metido en esta casa... ELLA — (Abandona su quehacer, cruzándose de brazos.)¿Que yo?... Oye, querido, se te fue la mano..., ¡que yo! (Se pone en pie, y toma el vaso de agua y ve que es- tá vacío. Con violencia contenida.) ¡Quien te oiga pensará que yo soy la inven- tora de esa patraña, que me paso el santo día buscándole las cinco patas al gato!26 J OSÉ T RIANA encuentro ÉL — ¡No estás muy lejos! ELLA — ¡Eso es lo más lindo que tengo que oír!... Que tú, que tú... ¡Mejor, punto en boca! (Pausa breve.) ¡Si me ayudaras no estarías en todas..., en to- das esas invenciones de medio pelo, en esa basura...! (Otro tono.) ¡Mira mi trabajo! ¡Míralo! Es precioso... Si me ayudaras, ya hubiera terminado. (Otro tono.)¡Sí, querido, es la realidad!... (Vuelve a su quehacer.)¡Así que yo...! ¡No te entiendo! ÉL — ¡Porque me rechazas! ELLA — ¡A palabras necias, oídos sordos! ¡Tú eres, tú, quien me rechaza! ¡Habráse visto! No sigas en ese jueguito, que te veo venir, y no estoy de acuerdo... ¡Qué odioso, Dios mío! ¡Qué roñoso, que...! Ah, mi niño, ¿qué es lo que tú quieres decirme y no me dices?... ¡Oye lo que te digo! ¡De unos días a esta parte estás insoportable! ÉL — ¡Di lo que se te antoje! Dilo, y no me jeringues. Sé lo que me traigo en- tre manos, aunque tú no lo creas, nenita linda... ¡Pronto me darás la razón! ELLA — ¡Lo mismo, siempre lo mismo! ¡Aclárame, pues! ÉL — ¿Aclararte, qué? ELLA — Lo que andas pregonando... ¡Tus augurios! ¡Tus visiones!... (Sarcásti- ca.) En la fría planicie del agua... ÉL — (Violento.) ¡Ni augurios, ni visiones! ELLA — (Desafiante.)¿Entonces, qué? ÉL — (Sarcástico, acercándose a ella y poniéndose en cuclillas a su lado.)Pero, queri- da, queridita, tú no te das cuenta, tú vives con los ojos vendados, tú..., ¿en qué mundo vives? ELLA — (Violenta.) ¡Déjate de payaserías! ¡Ayúdame! ¡Esto es lo que tienes que hacer! (Comienza a golpear con un martillo un pedazo de cartón. Rotunda.) ¡Vivo por esto, entregada a esto! ¡Noche y día!... ¡Y tú, tan campante! ¡Sí, no me mires así! ¡Soy yo quien tiene que enfrentarse en cuerpo y alma! ¡Y tú, tú, mirando pajaritos en el aire! ¡El gran señor de la mesa cuadrada!... ¡No me quejo! ¡Es la verdad! ¡Fuiste tú, tú, quien me puso la idea en la cabeza! ¡Niégalo, anda! ¡Atrévete! Fuiste tú, como quien no quiere la cosa, que me dijiste: “A nuestra incapacidad para la vida debemos darle un sentido.” Y yo te dije: “¿A qué te refieres, qué inventas?” Y tú me dijiste: “Podríamos reali- zar el sueño que ha obsesionado al hombre.” Y comenzaste a explicarme,y27 Ahí están los tarahumaras encuentro yo no entendía ni pizca, y me decía: “¡Qué bruta soy, qué bruta”, y quería estar a tu nivel... “bruta, bruta”, me repetía, y era tanta mi confusión que, en aquel instante, me entraron escalofríos y me pasé una semana enferma, volando en fiebre... ¡Sí, fuiste tú el inventor, el que me empujó a hacerlo! ¡Ahora me echas en cara, me recriminas! ¡No me vengas con pamemas! ¡Enfréntate a tu propia obra! Tú lo has querido... ¡Imbécil!... Bastante me has atormentado, que así no, que asao. Había días que me ponías los ner- vios de punta... (Sonrisa amarga de ÉL.)¡Ríete! ¡Qué gracia, verdad!... Y yo de- trás de ti, siguiendo tus pasos. Era como si estuvieras creando el universo, en cinco días..., y naturalmente, a fuerza de luchar conmigo misma, a fuer- za de batallar, a poquito empecé, sí, igualito que un niño balbuceando, tanteando en la oscuridad... (Gesto de ternura de ÉL, que intenta tocarle el men- tón y ELLA lo rechaza. Feroz.) Apártate. (ÉL no se mueve y le sonríe de una manera compasiva.) ÉL — Cálmate, mujer. ELLA — ¡Vete! ÉL — ¡No sigas en ese estado, por favor! ELLA — (Golpeando el monigote que ha ido construyendo.)¡Me sacas de quicio! No quiero verte. No quiero oírte. Déjame tranquila. ÉL — (Apartándose, pero sigue cerca de ella. Una zona de sombra lo cubre.)¡Te empe- cinas, inútilmente! ELLA — (Desesperada.) ¡Ah, cielo, tierra, trágame, húndeme! (El monigote se ha hecho pedazos. Ella solloza desconsolada, perdida en su confusión.) Yo quería ha- cer algo. Yo quería ser útil. ¿La vida es esto, Dios mío?... (Pausa larga.)Ni el castigo de un diluvio, ni lo otro, lo que no conozco... Ni soy una sacerdoti- za, como tú te burlas, ni... No puedo aceptarme. No puedo aceptarlo. Qui- zás sea mi orgullo, o mi pobreza... Mi incapacidad tal vez... Estoy delante de un muro, y es mi propia cara... (Llorando, las lágrimas le cubren el rostro.) Pedazos, pedazos..., rastrojos. ¡Qué miseria! (Pausa larga.) ÉL — (Saliendo lentamente de la zona de sombra.) Es cierto, querida. Fui yo. Sí. (Pausa.)Ah, si existieran las palabras..., si yo pudiera decirte esta larga con- tienda, este andar en la tiniebla..., destrozado, arañando, mordiendo som- bra... ¡Si yo pudiera!... En esta mediocridad, en este vacío... ¡Mira a tu alre- dedor! ¡Sombras que ríen, que bailan...! ¡Sombras de sombras! La casa, esta casa, mi casa..., yo quería..., yo deseaba, que el mundo, que tú y yo fué- ramos, cómo decirte, que... (Hace un gesto de abrazarla y termina abrazándose a sí mismo. Pausa. Solloza. Pausa.) ¡Es horrible pensar que se vive una vida inú- tilmente!... Porque... (Balbucea varias veces esta palabra buscando otra palabra.Next >