< Previous18 CUBAENLADÉCADADELOS 90 J ORGE I. D OMÍNGUEZ encuentro cooperativistas para adoptar medidas en esa asamblea y posteriormente. En marzo de 1995, la asamblea revocó el mandato del jefe de aseguramiento, quien había sido miembro del consejo de la junta de administración desde su fundación. Ninguno de estos cambios participativos, por supuesto, es contestatario del régimen político cubano. Es más, las UBPC fueron creadas por decreto. El com- portamiento de los cooperativistas en todos los casos señalados cae perfecta- mente dentro de las normas legales. Pero es un comportamiento marcadamen- te distinto al que prevalecía anteriormente. Se debilita el patrón normativo de “recibir orientaciones.” Se insiste en el derecho realmente democrático de par- ticipar en las decisiones. Los regímenes políticos anteriores eran arraigada- mente verticalistas; esta democratización desde la base es mucho más posible bajo un régimen autoritario. Los organismos de control del Estado y del parti- do se repliegan, y la ciudadanía poco a poco construye sus derechos dentro del marco de la ley. Es un proceso de participación, por fin, de carácter democráti- co, ya no sólo autoritario en este caso. También es evidente un alto nivel de variación en la participación indivi- dual en las oficialistas organizaciones de masas que forman parte del régimen político. A pesar de su verticalismo histórico, las experiencias dentro de estas organizaciones han sido diversas, y posiblemente lo son más aún actualmente. A mediados de los 90, los estudiantes miembros de la Federación de Estudian- tes de la Enseñanza Media ( FEEM ), según una investigación realizada, valora- ban la labor de la FEEM de forma muy variada dependiendo del plantel estu- diantil de que se tratara. 14 En algunas escuelas, solamente el 20 por ciento de los estudiantes afirmaban que la FEEM realizaba una “buena” labor mientras que en otras esa proporción sobrepasaba el 60 por ciento. La respuesta más tí- pica de los estudiantes en seis escuelas estudiadas fue que la labor de la FEEM era “regular.” Estas respuestas indicaban, por supuesto, que los estudiantes de secundaria no tenían miedo a criticar a una organización oficial. Igualmente interesante es la variación porque señala una capacidad valorativa importante y sutil, propia de una participación democrática también incipiente. Surgen además movimientos comunitarios o de barrio con fines diversos. En un estudio comparativo, investigadores cubanos descubren un movimiento de horticultores en el pueblo de Santa Fe, al oeste de la Ciudad de La Habana, otro movimiento para la construcción de viviendas en el barrio de Atarés (mu- nicipio Cerro, Ciudad de La Habana), y un tercero en el barrio El Condado (Villa Clara) para la construcción de viviendas y obras sociales. 15 En los tres ca- sos, hay un estímulo oficial de algún tipo en el inicio de estos movimientos. 14 M ARÍA I SABEL D OMÍNGUEZ , Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas de Cuba, “La FEEM: espacio para la participación juvenil,” Ponencia presentada en el XX Congreso Interna- cional del Latin American Studies Association, Guadalajara, México, 17-19 de abril de 1997. 15 H AROLDO D ILLA A LFONSO , A RMANDO F ERNÁNDEZ S ORIANO , y M ARGARITA C ASTRO F LORES , “Movi- mientos comunitarios en Cuba: un análisis comparativo” (La Habana: mimeo, 1997).19 CUBAENLADÉCADADELOS 90 ¿Comienza una transición hacia el autoritarismo en Cuba? encuentro Pero, en su evolución, estos nuevos movimientos sociales van creando espa- cios de autonomía, marginando las actividades de las organizaciones de masa de carácter oficial, y enfrentando en algunos casos obstáculos creados por la actuación del gobierno municipal. Estos movimientos de barrio, por supuesto, no se enfrentan al régimen po- lítico. Surgen por iniciativa oficial, y se apegan a las leyes. Pero son grupos ca- racterizados por un alto margen de autonomía con relación a las entidades ofi- ciales. Buscan suplir las deficiencias evidentes en la acción estatal. Generan sus propios recursos y amplían sus actividades para incluir tertulias sociales y cultu- rales. Estos movimientos eran inimaginables en los regímenes políticos anterio- res en Cuba, pero pueden existir bajo un régimen autoritario en que el Estado cesa de insistir en el control detallado de la vida del barrio y, lo que es quizás más importante, pierde el poder de hacerlo aún cuando retenga ese deseo. CIRCULACIÓNDELASÉLITES Entre 1965 y 1980, no hubo ningún cambio en la membresía del Buró Políti- co del Partido Comunista. Al finalizar el IV Congreso del Partido en 1991, sin embargo, sólo quedaban cinco de quienes fueron miembros del Buró Político en 1975: los hermanos Castro, Juan Almeida, Carlos Rafael Rodríguez, y José Ramón Machado. De una cúpula rígida, el sistema político pasó a tener una gran fluidez. Desaparecen de la vida pública nombres que, en algún momento, fueron pilares del régimen, tales come Humberto Pérez, Antonio Perez Herrero, Ra- miro Valdés, Guillermo García, Arnaldo Ochoa, Diocles Torralba, Luis Orlan- do Domínguez, Jorge Risquet, Carlos Aldana. La rotación a nivel de secreta- rio-general del partido en las provincias ha sido aún más vertiginosa. Las nuevas caras del gobierno son, por lo general, mucho más jóvenes. El rejuvenecimiento del liderazgo del régimen político implica su disposición a adoptar algunas nuevas ideas e instrumentar nuevos estilos de hacer política. También implica una tolerancia de ciertos espacios políticos más amplios den- tro de un marco autoritario y bajo la égida de Fidel Castro, y el probable in- tento de estos funcionarios más jóvenes de seguir gobernando, o por lo me- nos de participar activamente, en la vida nacional en el próximo milenio. PRIVILEGIOSAEXTRANJEROS Si algo caracterizó al régimen político cubano anterior a 1989, fue su naciona- lismo económico. El socialismo en Cuba fue fundado sobre la base de la ex- propiación de las empresas extranjeras. No es necesario detenernos en un análisis de los importantes aunque insuficientes cambios económicos para re- saltar algunas de sus características políticas más importantes y, quizás, sor- prendentes. El Estado cubano hoy estimula y protege la inversión extranjera, garantizan- do sus derechos de propiedad y un pleno control sobre el sindicato obrero de la empresa extranjera, mientras que prohíbe la formación de empresas privadas a ciudadanos cubanos, más allá del trabajo por cuenta propia con familiares.20 CUBAENLADÉCADADELOS 90 J ORGE I. D OMÍNGUEZ encuentro Los regímenes autoritarios han convivido felizmente con el capitalismo en distintas épocas y partes del mundo y, en particular, han concedido privile- gios, a veces desmesurados, a inversionistas extranjeros. La innovación cuba- na es la combinación de los privilegios a los inversionistas foráneos con la prohibición de actividades mercantiles o productivas privadas en gran escala a sus propios ciudadanos. La conducta del Estado frente a las empresas extranjeras es consistente con las experiencias de otros regímenes autoritarios. En 1992, se modifica la Constitución de la República para brindar garantías a esos extranjeros. Diver- sas empresas extranjeras, a su arribo a Cuba, realizan una labor típica de ca- bildeo individual y colectivo para lograr garantías adicionales, que se concre- tan eventualmente en la ley de inversión extranjera aprobada en 1995. La despenalización del dólar, y la exigencia de que ciertas entidades en el país funcionen en moneda libremente convertible, permite a las empresas internacionales operantes en Cuba reducir su riesgo por variaciones del tipo de cambio. Aunque no fue ésa la razón inicial de la dolarización –ésta ocu- rre, como en otros casos, por la pérdida de poder del Estado– una conse- cuencia de la dolarización es permitir y facilitar que las empresas extranjeras funcionen como enclaves injertos en, pero no parte orgánica de, la econo- mía nacional. Igualmente impresionante es el cabildeo de las empresas extranjeras para obtener concesiones monopólicas del Estado cubano. En vez de abrir la eco- nomía a la competencia entre diversas empresas nacionales o extranjeras, la dirección gubernamental ha preferido negociar caso por caso, concediendo dádivas y ventajas a ciertos empresarios internacionales y excluyendo a otros. El Estado cubano, por tanto, ha creado una organización económica mar- cada por cierto mimetismo: copia lo peor de la experiencia histórica del capi- talismo latinoamericano al depender excesivamente de empresas extranjeras con concesiones monopólicas y condiciones de enclave económico. ¿Dónde estará Karl Marx cuándo nos hace falta? MERCANTILIZACIÓNDELAVIDAPRIVADAYPÚBLICA La erradicación de la prostitución fue una de las hazañas del régimen político revolucionario y, con razón, motivo de orgullo para la Federación de Mujeres Cubanas y para el gobierno. La reaparición de la prostitución en gran escala en los 90 es, por tanto, una de la múltiples señales de cambio de régimen político. La prostitución solamente puede existir porque la toleran las autoridades y, en particular, la policía y los gerentes de los hoteles y centros turísticos afines. La prostitución, además, subraya los importantes cambios normativos que sufre ya la sociedad cubana. Igualmente notable es la promoción oficial de un turis- mo en Cuba que impulsa la prostitución. Una señal de esta peculiar conducta fue la publicación de fotografías de mujeres cubanas semi-desnudas en la revis- ta Playboy . La publicación de tales fotos no es en sí sorprendente. La sorpresa es que el embajador de Cuba en Francia, el Instituto Nacional de la Industria Turística, y la empresa Cubanacán organizaron la visita de los representantes21 CUBAENLADÉCADADELOS 90 ¿Comienza una transición hacia el autoritarismo en Cuba? encuentro de la revista, y Cubanacán sirvió de “intermediario”entre los fotógrafos y las mujeres, convenciendo a éstas de que se desnudaran. 16 La promoción turística de Cuba en el extranjero, marcada por la imagen de una mulata con poquísi- ma ropa, es cómplice de la prostitución. De la misma manera, no debe sorprender el nivel de corrupción económi- ca que se ha desatado. Cuando –en cualquier país– se amplía la economía de mercado mientras que el Estado insiste en mantener tanto un alto y detallado nivel de ingerencia económica como la máxima discrecionalidad en manos de sus funcionarios, la corrupción procede casi automáticamente. Para eliminar la corrupción monetaria, hay que suprimir por lo menos uno de esos tres fac- tores. En países con economías capitalistas, a veces se reduce el peso del Esta- do sobre la economía, en otros casos se reduce la discrecionalidad. En Cuba en los 60, prácticamente se suprimió la economía de mercado. En Cuba en los 90, esos tres factores conviven, y sirven de caldo de cultivo de la corrupción. El régimen revolucionario cubano, a veces con filos puritanos, en sus ins- tantes de fundación intentó erradicar la corrupción, de la cual la prostitución era un ejemplo. Un régimen autoritario convive con la corrupción y tolera y a veces estimula la prostitución. LIMITANTESDELAHIPÓTESIS En su estudio de los regímenes post-totalitarios europeos, Juan Linz recomen- dó una cautela imprescindible. 17 A diferencia de regímenes que nunca tuvie- ron una vocación “totalitaria,” los post-totalitarios –donde incluyo a una Cuba “autoritaria”– retienen estructuras políticas, sociales, y económicas de sus ca- racterísticas anteriores. Aunque éstas pueden ser transformadas, no desapare- cen del todo hasta que no se reemplace el régimen plenamente. Señala Linz dos legados adicionales. Para quienes todavía apoyan ese tipo de régimen, normalmente hay algo atractivo, un “logro,” que desean retener y defender. Y para quienes recuerdan paredón, prisión, exilio, y abuso, subsiste un rechazo y odio virulento. Aunque Linz evidentemente no tenía en mente a la Cuba de los 90 cuando desarrolló su análisis, sus perspicaces observaciones requieren una reflexión final. Los cambios descritos en este artículo son modestos, por supuesto. Subsis- te un sistema de partido único, con un Estado que se arroga el derecho de ha- cer y deshacer en la economía, y que reprime a la oposición aunque sus “ofen- sas” sean ínfimas. Con pocas y solapadas excepciones, la máxima dirigencia del gobierno y del partido no tiene vocación de cambio político. El punto central del análisis no es el compromiso reformista de la cúpula del poder, si- no la pérdida de su capacidad para gobernar como lo había hecho y todavía lo desearía. Para muchos que apoyan a este régimen político, hay “logros” que 16 J EFF C OHEN , “Cuba Libre,”Playboy, 38 Nº 3 (March 1991): 69-75, 157-158. 17 J UAN J. L INZ , “Totalitarian and Authoritarian Regimes,” Handbook of Political Science,vol. 3, ed . Fred Greenstein and Nelson Polsby (Reading, Mass.: Addison-Wesley, 1975), pp. 336-350.22 CUBAENLADÉCADADELOS 90 J ORGE I. D OMÍNGUEZ encuentro quieren proteger. Dos son particularmente importantes: la defensa de la na- ción y su soberanía, y el mantenimiento de un sistema de protección social que incluye servicios gratuitos de educación y salud pero que no se limita a ellos. Igualmente, para una buena parte del exilio cubano, el rechazo y el odio marcan su criterio y su conducta. Todas estas observaciones no son menos importantes que aquéllas en sec- ciones anteriores de este artículo, pero tampoco son más importantes. El Esta- do carece ya de los instrumentos necesarios para gobernar a su libre albedrío sobre algunas cuestiones importantes. La ciudadanía empieza a comportarse con márgenes superiores de autonomía. El riesgo de protesta, y hasta de vio- lencia política y sobre todo criminal, es mayor. La descomposición paulatina del viejo régimen desemboca en el autoritarismo. CONCLUSIÓN No hay motivo de celebración. Para quienes desean una Cuba plenamente de- mocrática, falta mucho por cambiar. Cuba sigue careciendo de un régimen de- mocrático. Para quienes sufren los descalabros de la economía cubana en los 90, las esperanzas de mejoría siguen siendo remotas y poco confiables. Para quienes fueron parte de la épica nacionalista y revolucionaria que tomó pose- sión de las empresas extranjeras, erradicó la prostitución, redujo al mínimo la corrupción monetaria, y participó en el trabajo voluntario y las luchas interna- cionalistas, los 90 representan una pesadilla, una tragedia. Para la sociedad ci- vil que escasamente balbucea, los retos y los obstáculos parecen abrumadores. Cuba ya marcha, sin embargo, hacia un nuevo sistema político. Existe un Estado más débil que el que imperaba durante las tres décadas anteriores. Pier- de poder y se le pierde miedo. Por eso precisamente es que puede surgir una oposición organizada. El análisis conduce a la hipótesis de una mayor conflicti- vidad, de más protesta así como de más represión. Paradójicamente, el Estado se debilita, lo cual abre espacios a la oposición, y conduce aún a más represión. El viejo Estado cubano no tenía que ejercer medidas represivas: todos conocían su poder y su voluntad y se abstenían de hacerle frente, quedándose en su casa o marchándose del país. La auto-censura, y la internalización de la represión, caracterizaban antes al sistema político cubano. Hoy los intelectuales intentan afectar el futuro del país, los cooperativistas desean ejercer realmente el poder en las UBPC , los miembros de las organizaciones de masas expresan quejas, los movimientos de barrio emergen como sustitutos de esas desprestigiadas orga- nizaciones de masas, y todos ellos y muchos más –inclusive miembros del parti- do y funcionarios del gobierno– participan directa o indirectamente en el mer- cado ilegal, fuente fundamental de autonomía económica. Cuba ya transita hacia un régimen autoritario, aunque retiene las estructu- ras de los regímenes anteriores y una cúpula del poder que prefiere gobernar como antes lo hacía sin tantas dificultades. Este régimen político es más ines- table que sus antepasados, en parte porque depende tanto de la salud y del ta- lento de una sola persona. El autoritarismo, sin embargo, puede perdurar por años, invocando una retórica revolucionaria cada vez más carente de apoyo23 CUBAENLADÉCADADELOS 90 ¿Comienza una transición hacia el autoritarismo en Cuba? encuentro popular, financiada por empresas extranjeras con jugosos privilegios, y favore- cida, como en décadas anteriores, por enemigos externos torpes que le ex- tienden a este régimen uno de sus principales soportes –la muy difundida convicción de que sólo este régimen político, a pesar de transar con capitales foráneos, defiende a una patria soberana. No hay himnos para cantar las hazañas del autoritarismo, ni tampoco se los merece, pero parece, sin embargo ser el nuevo régimen político que co- mienza a imperar en Cuba.24 CUBAENLADÉCADADELOS 90 encuentro I María Zambrano afirmaba, en su ensayo Los intelectuales y el drama de España , que la historia existía porque “el hom- bre era una criatura necesitada de verse y de ser vista”. 1 La filósofa española sugería, también, que era precisa- mente la política, entre todas las actividades humanas, la que permitía una mayor visibilidad al sujeto: la que nos “daba a la luz”. Por algo la política moderna, desde el si- glo XVIII, está asociada a la metáfora de las luces: la razón ilumina y una política racional, es decir, ilustrada, se basa en la transparencia, en la posibilidad de que las tensiones entre la sociedad y el Estado sean tan visibles como en un teatro. La apertura del “espacio público”, al decir de Jür- gen Habermas, o la creación del “reino de la crítica”, en palabras de Reinhart Koselleck, son las premisas de cual- quier experiencia política moderna. Sin esa “región más transparente”, iluminada, donde la ciudadanía se ve y es vista; sin ese juego de lámparas y espejos en el que los ac- tores políticos se reconocen y son reconocidos, es incon- cebible ya no una Democracia, sino algo anterior a ella, una República. En Cuba ninguna política es plenamente visible. No es visible la política del gobierno ni la de la oposición; no es visible la política de las organizaciones no gubernamenta- les ni la del exilio; no es visible la política de la Iglesia ni la del Ejército; no es visible, siquiera, la política de alguna corporación estatal, como el Partido Comunista, la Uni- versidad de La Habana, los sindicatos o la UNEAC , ni la de una minoría étnica, sexual, religiosa o genérica. Esto no quiere decir, en modo alguno, que dichas políticas no existan o no se practiquen. Suceden, sí, pero se verifican a puertas cerradas, a la sombra, en los espacios corporativos de instituciones cada día más ensimismadas. Es decir, se trata de pequeñas políticas secretas, incomunicadas entre sí, que no confluyen en una esfera pública, abierta, donde Políticas invisibles Rafael Rojas 1 M ARÍA Z AMBRANO , Senderos. Barcelona: Anthropos, 1986, p. 11.25 CUBAENLADÉCADADELOS 90 Políticas invisibles encuentro la ciudadanía pueda relacionarse con ellas y donde ellas mismas puedan dia- logar y competir entre sí. El gobierno de Fidel Castro es la primera institución que promueve esa in- visibilidad. De hecho, habría que preguntarse si eso que llamamos gobierno es una institución que construye la política nacional del país o un organismo es- trictamente administrativo, fragmentado en cuatro cuerpos (el Consejo de Es- tado, el Consejo de Ministros, el Partido Comunista y la Asamblea del Poder Popular), cuyo encargo es ejecutar esa política nacional que ha sido construí- da en otro lugar, oculto e intangible, que es el círculo de confianza de Fidel Castro: la verdadera élite del poder. Roland Barthes decía que en los Estados Unidos el sexo estaba en todas partes menos en el sexo. De modo similar se podría decir que en Cuba la política está en todas partes menos en la política. Es evidente que el Partido Comunista de Cuba no es una institución gramsciana o, tan siquiera, leninista, donde se concibe y debate ideológica- mente la política nacional. Es evidente, también, que la Asamblea del Poder Popular no es el espacio donde se delibera y legisla esa política. Ambos cuer- pos, al igual que los Consejos de Estado y de Ministros, son cajas de resonan- cia de un único centro de poder: la cada vez más reducida élite castrista. Sólo que ese poder no es el “ejecutivo” que podría equipararse al de un Presidente que, como ha visto Guillermo O’Donnell en el presidencialismo latinoameri- cano, delegasu autoridad a las instituciones del Estado para que éstas abran ciertos espacios democráticos en su interior. 2 El poder de Fidel Castro no se distribuye o se delega a través de instituciones, sino de personas, ya que está concebido como un premio a la lealtad. De ahí que estos cuatro cuerpos del Estado cumplan funciones más administrativas que políticas. La pregunta es, entonces, ¿de dónde viene la política oficial? ¿dónde surge? ¿dónde se discu- te? ¿dónde se traza? o, mejor ¿dónde está el gobierno? Y la única respuesta ac- cesible es una evocación de Milan Kundera: el gobierno y su política están siempre en otra parte. Supongo que la invisibilidad de la política oficial en Cuba está relacionada con la génesis del totalitarismo. Como todo régimen totalitario comunista, la Revolución Cubana se propuso clausurar el espacio público y suprimir la polí- tica en tanto esfera de derechos. Si el pueblo había llegado al gobierno, en- tonces ya no eran necesarios el Congreso, ni la prensa, ni las libertades públi- cas, ni el habeas corpus , ni la autonomía universitaria, ni la separación de poderes, ni los partidos... Es decir, todos aquellos mecanismos de representa- ción que garantizaban el vínculo entre el pueblo y el gobierno eran desecha- bles desde el instante en que ese pueblo y ese gobierno se acoplaban herméti- camente, desde el momento en que la Nación y el Estado, la sociedad civil y la sociedad política se fundían para siempre. Era, por tanto, el fin de la política y, sobre todo, el fin de lo político. Los líderes creían saber adónde iba el país 2 G UILLERMO O’D ONNELL , Delegative democracy?Notre Dame: Ind. University of Notre Dame, The Helen Kellogg Institute for International Studies, 1992, p. 16.26 CUBAENLADÉCADADELOS 90 R AFAEL R OJAS encuentro y, lo que es más ambicioso, creían saber adónde iba el mundo, mientras la po- blación aceptaba tácitamente aquella certeza. A partir de entonces todo era cuestión de mantener el rumbo y, si la nave se desviaba, corregir a tiempo. En efecto, hubo varias correcciones del rumbo. En los 60 las élites del po- der parecían aspirar a un socialismo más o menos autónomo. En los 70 giraron a la derecha –o a la izquierda, ya no se sabe bien– e implantaron el modelo so- viético. A mediados de los 80, dieron otro golpe de timón y se encaminaron, nuevamente, hacia el guevarismo. Y, por último, en los 90, parecen dar otro gi- ro hacia lo que esas élites consideran, ahora sí, “la derecha” y que es nada más y nada menos que el llamado “socialismo de mercado”, refundición china de la vieja idea leninista de la NEP o “Capitalismo de Estado”. Estas oscilaciones que han sido las variantes de cambio de la política cas- trista, en casi 40 años, no fueron construcciones públicas, visibles, de la ciuda- danía cubana, sino decisiones de la siempre secreta razón de Estado, que se le ocultaban a la gran mayoría de la población hasta el momento justo en que eran adoptadas. Y más aún: no pocos miembros de la nomenklaturainsular han sido sorprendidos y, a la vez, decantados, por la Ofensiva Revolucionaria en 1968, por el Congreso Nacional de Educación y Cultura en 1971, por la Recti- ficación en 1986 y por el reajuste económico de 1994. En estas cuatro déca- das, la clase política cubana ha debido entrenarse en una suerte de adivina- ción beisbolística: quien no sabe por dónde viene la bola se queda al campo. El secreto, más allá de la instrumentación política y policíaca que alcanza en todo orden totalitario, ha sido uno de los principios básicos de eso que don Daniel Cosío Villegas habría llamado “el estilo personal de gobernar” de Fidel Castro. Asiduo lector de Curzio Malaparte, Fidel creó el grupo moncadista con una red de células de diez miembros, que no se comunicaban entre sí, y cuyos líderes sólo entraban en contacto a través del propio Fidel o de alguno de sus colaboradores cercanos. Más tarde, en una carta a Melba Hernández, desde el presidio, le recomendaba: “mano derecha con todo el mundo, después tendre- mos tiempo de aplastar a todas las cucarachas juntas”. Sin dudas, Fidel alcanzó una temprana asimilación de aquel consejo que le daba Maquiavelo al Prínci- pe de Florencia: “el buen político es el que sabe ocultar sus fines”. En el Ejército Rebelde, que es el verdadero embrión del Estado Revolucio- nario, el debate político estaba prohibido. Y ya una vez en el poder, Fidel mantuvo celosamente este principio ocultista, llegando al extremo de destruir a los propios miembros del gobierno revolucionario que se atrevían a formu- lar en público sus ideas, aún cuando éstas, en la mayoría de los casos, no iban en contra del Jefe Máximo de la Revolución. En gran medida, la rotación de las élites dentro de la nomenklaturacubana se ha organizado alrededor de ese interdictoque marca la política secreta. ¿Cuántos políticos no han perdido la confianza de Fidel desde el momento en que, con el ánimo de ser creativos y eficaces, rompen la Ley del Silencio y suben al escenario por iniciativa propia o se vuelven excesivamente protagónicos? Desde Hubert Matos hasta Carlos Aldana, todo aquél que insista demasia- do en preguntar o afirmar cuál es el rumbo cae tarde o temprano. El rumbo,27 CUBAENLADÉCADADELOS 90 Políticas invisibles encuentro el itinerario providencial que conducirá la nave del país a su destino, es el eje de esa razón secreta de Estado que sólo puede ser patrimonio del líder. ¡Silen- cio, el Rey sabe lo que hace! ¡No sé cómo, pero Fidel va a encontrar la manera de sacarnos adelante! ¡Deja que se entere! ¡Viva el Rey, Muera el Mal Gobier- no! Todo un mar de consignas que nos transporta al imaginario político del antiguo régimen. Hegel, quien le transmitió algo de su absolutismo prusiano a Marx, a Lenin y a Stalin, era el más calificado para comprender y expresar en una frase el orden totalitario: “en una política despótica –decía– sólo una persona es enteramente libre: el déspota”. En efecto, Fidel Castro es la única persona con plenos derechos políticos en Cuba. Él es libre de comunicarse con la sociedad, de manera directa o a través de los medios de difusión, por el tiempo que estime necesario; es libre de recibir a políticos y comerciantes extranjeros y hacer negocios con ellos; li- bre de pensar y hablar en público sobre el futuro de su nación; libre, incluso, de tener veleidades burguesas, de vivir en el mundo del jet-set, de ser frívolo, revisionista, heterodoxo y hasta de criticar a la Revolución. Fidel Castro es, de hecho, el único que puede ser contrarrevolucionario o anticomunista en Cu- ba sin perder, por eso que sería una muestra de su ideología personal, los de- rechos elementales como hombre. Mucho más podríamos hablar de ese ocultismo que está en la raíz de la política cubana; hablar, por ejemplo, de la tremenda manipulación de aque- lla frase de Martí “en silencio ha tenido que ser porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas”, de la fusión institucional de lo policíaco y lo político, del mutismo que rodeó a la reforma constitucional de 1992, del si- lencio en torno a la transición al comunismo entre 1959 y 1961 o de otro si- lencio muy similar que vivimos en nuestros días: el silencio que envuelve el actual proceso de reconversión al capitalismo. Pero más que esta tecnología del secreto, nos interesa observar cómo la invisibilidad política se transmite del Estado a la sociedad civil y de la política oficial a otras políticas margina- les o resistentes, como son las políticas de la intelectualidad, de la disidencia interna y del exilio. Quisiera empezar por los intelectuales. Noto en el lenguaje reciente de al- gunos políticos de la isla cierta promoción del modelo de letrado aséptico, neutral, oblicuo, que no se contamina con los problemas públicos del país. Y noto, también, que esa promoción es asimilada, pasivamente, por la gran ma- yoría de los intelectuales que residen en la isla. Es natural, nadie quiere me- terse en problemas. De esa manera se ha llegado a un nuevo pacto entre los intelectuales y el poder: antes, en los 70 y todavía en los 80, el intelectual, si quería sobrevivir, debía dar testimonio de su adhesión política al gobierno; hoy, hasta esa adhesión se ha vuelto peligrosa porque entraña cierto grado de politización, y el intelectual, para recibir el beneplácito del poder, sólo tiene que encerrarse en su torre de marfil, a solas con una obra previamente despo- jada de todo mensaje político, por muy alegórico que éste pueda ser. Se consuma, entonces, otra paradoja regresiva más del comunismo cubano: la república de las letras deja de ser regida por el intelectual comprometido uNext >