< Previous8 homenaje a fina garcía marruz encuentro E s difícil leer poesía, y acaso sea más fácil escribir- la afondo que verdaderamente apreciarla: se necesi- taría el escandaloso silencio del Paraíso, donde espero que nos hayamos podido deshacer al fin de la poesía escrita, por no hablar de la crítica. Cada poeta que ingresa al ruido de las palabras de los otros viene pues casi condena- do no sólo a que no le oigan en vida, sino además a no oírse a sí mismo por los problemas de transmisión en la línea, y sospecho que el servicio del crítico preparadísimo no va más allá de tratar de restablecer el mínimo de inter- ferencias entre las verdades del silencio que engendró el poema y los errores del multiloquio instalado en la oreja o el ojo del autor y del receptor. Cuando disminuye el albo- roto, se incrementa el fragor del silencio, y la obra, en vez de perder significados, comienza a revelarlos abrumadora- mente. Ha sido alcanzada la «masa crítica» —a Fina le interesa la Física— y la obra felizmente estalla, liberando la energía de su miríada de quantas de presciencia. Y: Fina engendra lectores, no críticos. Apenas se ha escrito sobre su obra, en comparación con el reconoci- miento de que merecidamente goza: yo mismo acabo de releer sus más de veinte títulos de poesía y, para ser sincero, no tengo ganas de pergeñar nada. Si ella ha querido escri- bir con el silencio vivo, así se le ha leído, y con ese fin, por los mejores, que no siempre son los más profesores. Eliseo quería una poesía que sirviera —«nada menos»— que para vivir: la de Fina. Esta literatura que ofrece todas las más benditas malicias —lo veremos enseguida— es sin embargo una obra doméstica, manuable, para cuando urge sentir la Vida de v(¿V?)eras. ¿Voy a ponerme a comentar la poética de lo Exterior en Fina —diferente a la de Eliseo (el juego) y la de Cintio (el testimonio)—, cuando tengo en las manos su Ofrenda? Pero si una puesta de sol es mejor que un poema, el poema puede ayudar a ver la puesta de sol que no todos ven. Un poco menos de egoísmo y el servicio Hacia Fina: su conciencia formal Rafael Almanza9 homenaje a fina garcía marruz Hacia Fina: su conciencia formal encuentro del criterio ayudaría a desatarle a otros —y a mí mismo— el sello de la rique- za de esa ofrenda, la calidad del escándalo de ese silencio. Habría que comenzar por el principio, por el persistente zumbido de que Fina escribe casi mal, con algún inacabado —precioso para algunos—, con espiritual desmaño, lo que quizás provocaría «la irregularidad cualitativa de su obra» 1 . Nadie menos que Eliseo Diego apunta en la contraportada de Visi- taciones: «‘Deslavazados’, dice en algún sitio de sus versos, y lo son, con ese descuido entrañable, que se quiere a oscuras, de Teresa de Jesús o de Miguel de Unamuno. Desaliño que le deja libres las dos manos, la que ella llama ‘mano de pintor’ de la memoria (...) y la otra reflexiva, conversacional, con- ceptuosa...» 2 . Todo cierto; y con la memoria en una mano y el concepto en la otra, vaya si puede permitirse uno no terminar de escribirse. Pero como no soy muy filólogo, he tenido que buscar en el diccionario qué significa «desla- vazado», lo que ya se me antoja extraño, pues no veo cómo una palabra más bien exquisita pueda servir para hablar mal de sí mismo. En todo caso, sería una muestra de competencia lexical. Deslavazar, deslavar: lavar muy por encima 3 . Como cuando un aguacerito de primavera moja los naranjos. Pero no, se trata de que los versos no están muy limpios. ¿Si? Versos a los descampados Nada me es más familiar que el descampado donde se ven raíles de un tren que ya no cruza, donde entre los yerbajos y las yerbas rociadas un pajarillo apenas vistoso, nerviosamente brinca. Un chivo agreste escoge un pequeño montículo. Come papel, desdeña su alimento cifrado. Ah, los chivos, amigos de Samuel! Por los ralos predios de nadie esmáltanse amarillos y azules. 1 Cf. Jorge Luis Arcos, En torno a la obra poética de Fina García Marruz, Ediciones Unión, La Habana 1990. Este libro, el único hasta el presente sobre la obra de Fina que conozco, recoge el reparo de «desaliño» apuntado por Cintio Vitier: «Más atenta a la plenitud expresiva que a la perfección de la forma, ese mismo desinterés le gana una hermosura interior en su estilo; pero a veces le debilita o desdibuja la eficacia verbal» (pág. 87). Arcos discrepa del último juicio, «pues precisa- mente es en esa acaso contradictoria ‘cristalización’ poética, donde el lenguaje ‘parece’ quebrar- se para acoger el despegue de su pensamiento donde radica su más peculiar originalidad estilísti- ca» (pág. 81). También Jorge Yglesias en la «Nota introductoria» de las Poesías escogidasde Fina, Letras Cubanas, La Habana 1994, pág. 7, afirma que «lo que puede parecer defecto, no es sino condición esencial, virtud digna de elogio»; pero no creo que pueda hablarse de irregularidad cualitativa en una obra donde no encuentro una sola página débil, excepto en el sentido de poe- mas mayores o menores, que es otra cosa. La poesía, como la vida, no es antológica. 2 Fina García Marruz, Visitaciones, Instituto del Libro, La Habana 1970: contraportada. 3 Diccionario Aristos, Sopena, Barcelona 1966; también el Pequeño Larousse Ilustrado, Instituto del Libro, La Habana 1968.10 homenaje a fina garcía marruz Rafael Almanza encuentro Un poco parecidos los encuentro a mis versos. Algo deslavazados, ni bien ni mal del todo. Acá un mate apagado, allá un fulgor humilde y espacios que aún alientan entre arrumbados oros. Nada me gusta más que ver en las mañanas cuando voy al trabajo, los frescos descampados, donde entre hierros viejos y deshechos que aún arden florecillas menudas pálidamente brillan. ¿Tengo que creerme que este Arte Poética no está ni bien ni mal? Obsér- vese cómo la primera estrofa escapa voluntaria y gloriosamente del esquema del alejandrino que luego va a dominar las restantes. De hecho el primer verso tiene catorce sílabas, pero los hemistiquios no son de siete sino de ocho y cinco; el último pudiera ingresar al canon si el «apenas vistoso» hubiese sido sustituido digamos por «mediocre», lo que de veras hubiese sido mediocrísi- mo porque nos perderíamos el brinco nervioso del verso por encima del ale- jandrino. Es la poesía del descampado. Las estrofas siguientes asumen la estructura clásica con toda soltura y garbo, incluyéndola de tal manera en la dicción que apenas nos damos cuenta de que las sílabas están muy delicada- mente contadas. Pero lo están. El chivo desdeña el «alimento cifrado»; el papel del poema no. Ni Samuel Feijóo, el agreste. Amarillos («La tierra amari- lla») y azules («Azules»). El verso final es una joya. Para colmo, la autora nos menciona casi descaradamente unas «yerbas rociadas», deslavazadaspor el rocío. ¡Ah, Luisa Pérez de Zambrana! ¡Ah, la modestia de la mujer cubana (de antes)! Sí, eres bella. —¿Yo? Oh, no... Ni descuido ni desaliño. Sólo una conciencia formal muy acendrada pudo engendrar esos versos en que la libertad de todo lo prístino encarna en una obediencia tan concertada y fiel. Atreverse a crear un poema que esté deslava- zado como la yerba por el rocío, eso es un reto mayúsculo. Y no se trata de este texto, sino de su obra en pleno; y no sólo de esta poética y su leal maes- tría, sino del imponente despliegue de formas consagradas por la inspiración y la sabiduría que esa obra contiene. Esta aparente descuidada se las ha arre- glado para cantar en todo el arco de las sílabas, desde los versículos —«espa- cios que aún alientan»— de su juvenil «Transfiguración de Jesús en el Monte» hasta los bisílabos de sus «Pequeñas canciones», «florecillas menudas»; el octosílabo, el endecasílabo, el alejandrino son para ella moldes naturales de su discurso fervoroso o simpático, —oros un poco arrumbados en la vulgari- dad o la rigidez de los versificantes contemporáneos. Esta desaliñada clasifica como una innovadora del soneto y la décima: lo veremos enseguida. El poema en prosa le facilita su descubrimiento de la poesía en la realidad más inmedia- ta y por eso más oculta. Otra vez en el extremo del arco, el epigrama de Fina indaga por las esencias, por las Ideas Madres, por lo enigmático o numinoso del Ser. El verso más libre le dibuja algunos de sus momentos de mayor emo- ción. Ni siquiera el prosaísmo coloquial, la «prosa picada» como verso, le es11 homenaje a fina garcía marruz Hacia Fina: su conciencia formal encuentro del todo ajeno, ironía incluida. Semejante variedad y propiedad del desempe- ño formal no se asimila a un no querer o no saber escribir, a versos que no están del todo bien o mal; nadie con esos propósitos, dudas o limitaciones podría enfrentar exitosamente el tremendo ejercicio de literatura de sus tres volúmenes de lírica publicados hasta el presente. Sus poemas están entre los más límpidos de nuestra poesía: nada hay en ellos que sobre o que afee la expresión, que es siempre clara, entregada, transparente, ausente de toda difi- cultad que no sea la de la percepción y la emoción del misterio. Ella escribe, naturalmente, desde lo natural en el alma. Su conciencia formal es un espejo. Estamos aún muy lejos de haber calibrado mínimamente la con-ciencia de la poesía de Fina. Veamos ahora sólo algunos resultados de su conciencia for- mal, tanto para acabar con esos malentendidos como para empezar a acercar- nos al umbral de su poiesisPara dejar convenientemente deslavazado el asun- to, centrémonos en su uso de la rima en los sonetos y las décimas. Se diría que Fina no sabe rimar: aunque alguna vez el soneto o la décima están «perfectos» en sus rimas consonantes, lo habitual es que mezcle consonancias y asonan- cias sin ningún orden visible. Ya Eugenio Florit, entre nosotros, había publica- do sus «casi sonetos» en los que introducía la rima asonante, la variación de medida en los versos y el soneto sin rimas 4 , pero en él la página seguía siendo pulcra, sin mixturas. Los «sonetos infieles» de Lezama habían dado quizás la pauta para estas audacias. Sólo que sus asonancias suenan fuertes, como si fue- ran consonancias, en el marco de un espectáculo de lucimiento verbal, de magistral gestualidad sonora: garboso desdén del maestro que se sabe por encima de la preceptiva. A Fina le interesa lo opuesto, la «Pobreza de la forma...», título de uno de los «Sonetos de la pobreza» de Las miradas perdidas: «¡Pobreza de la forma que consumas / en el rico verdor desposeído / del árbol libre! ¡Sol puro y ceñido! / Oh pobreza del ser, desnudez suma.» «Oh Dios, Tú eres el Pobre», es el verso final del soneto «Los siete días», como si el despojamiento incluyera la pérdida de cuatro sílabas. El Ser es pobre porque le falta Dios y Dios es pobre porque se ha vaciado totalmente en el Ser. Las rimas insistentes y en participio y las asonancias cantan paradójica y lealmente la Gloria de Dios Aunque piense yo en ti, no eres pensado, milagro de tenerte y no tenerte, en mi imagen infiel puedo yo verte sin que por ello seas humillado. El árbol, estudioso de tus manos, en donde yo creí poder leerte, 4 Cf. Samuel Feijóo, Sonetos en Cuba, Universidad Central, La Habana 1963, págs. 283-286.12 homenaje a fina garcía marruz Rafael Almanza encuentro tan sólo digresión es de mi muerte. Tu cercanía en cambio es lo lejano total, que asoma a un Rostro y lo convierte, ajeno a mi ceniza y a la espera y a la avaricia oscura de la muerte. Oh lo Exterior al fin, oh lo Ofrecido, como la luz inmensamente afuera del hombro mutilado del sentido. El árbol libre, la pobreza de lo creado, cede su poética a una otredad más completa, la que revela Jesús en la Transfiguración al volverse «totalmente exterior como la luz» 5 . ¿Una pobreza o una Gloria, una Gloria que vemos como pobreza? (Pedro proponiendo construir unas cabañas en el sitio y hora del Cristo transfigurado, como si la trascendencia pudiese ser habitada aquí). Luego de estas visiones el soneto mixto de Fina no se hace más pobre sino más rico, capaz de enfrentar el silencio mismo: Quiero escribir con el silencio vivo. Quiero decir lo que la mano dice. Porque tú lees mejor el texto vivo y el alma, en su guerrear callado, escribe. A veces la ola blanca da en la roca de espumeantes caveras y sus fauces orla con su girón que hace y deshace letras que tú descifras. Que la boca calle y entre a lo blanco en la esforzada faena que se pierde. La luz poca, mi alejarme de ti de cada día, pausas son del sentido, inacabadas imágenes de mí. La línea tosca salta y completa tú la melodía 6 . Es la autora quien ha completado la música del soneto. La repetición de rimas o su carácter imperfecto (esforzada / inacabadas) apuntan a la volun- tad de pobreza, pero lo que escuchamos es las nupcias de la rima, una conso- nancia más completa en que lo consonante queda como incluido en lo aso- nante, como si éste fuera, por más amplio, lo incluyente. La superación de la 5 Fina García Marruz, Las miradas perdidas , La Habana 1951, págs. 150, 149, 147 y 175, respectivamente. 6 Visitaciones, ed. cit., pág. 260.13 homenaje a fina garcía marruz Hacia Fina: su conciencia formal encuentro mutilación del sentido en lo Exterior viene insinuada ya en esta ampliación de la noción musical de la rima. ¿Seguiremos admitiendo sin más que la rima con- sonante es la «perfecta»? ¿Por ser más estrecha, o más dura? ¿Machismo del oído? Fina propone una concepción maternal de la rima, amplia, envolvente, que incluye lo consonante como un caso de lo asonante, al igualar ambos recursos en el sonido del sentido (la rima jamás es protagonista en ella) y en el sentido del sonido (el todo musical es, a pesar de todo, una pobreza). A lo Ofrecido de Dios Fina responde con una Ofrenda pobre —libre, total, natural. Una pobreza que es una abundancia para nosotros, un tesoro que es una insu- ficiencia frente a la Luz Exterior. Y así, con no menor brillo, en la décima. Si a los «hierros viejos y deshe- chos que aún arden» del soneto ella les devuelve y les conserva la majestad, la densidad barroca de la espinela es transgredida por las asonancias jugueto- nas, de filo popular. En las «Décimas a Seboruco», poeta del pueblo, se casan las dos rimas en la alegría de lo natural, lo espontáneo, lo auténtico: Tú que escribiste estos versos que tan hondas cosas viste, tú que llevas nombre triste, ridículo, de desecho, (espejo del contrahecho burlón, más que de ti mismo) caballero de tu abismo rompes con disparatado refrán vulgar el costado del Louvre en mil cataclismos... 7 Las décimas «infieles» de Lezama en Fragmentos a su imán tendrán la misma propiedad de sus sonetos en Enemigo rumor: el dominio de la conso- nancia. Cuando Fina le dedica unas décimas a Lezama recordando versos de este último libro en Habana del Centrollegamos a la misma totalidad del soni- do que hallamos en los sonetos de Visitaciones: indistinción del eco: ¡Qué joven era aquel frío de los otoños primeros! Y sus versos ¡qué flecheros del ciervo que no va herido! ¡Cómo era claro el estío y las letras relucientes! ¡Cómo hablaba la vehemente alondra, la poesía, 7 Ibid., pág. 33. Ver también las «Décimas» dedicadas a Samuel Feijóo, pág. 27.14 homenaje a fina garcía marruz Rafael Almanza encuentro que empezaba en una huída y acababa en un gran puente! 8 Que una poetisa cristiana obedezca a las formas no puede extrañarnos, puesto que el cristianismo es la única religión en que Dios es obligadamente forma, la Forma del Amor, el Rostro. Pero Fina recrea la forma tradicional introduciendo la libertad en la obediencia para obtener una Ofrenda distinta, pobre y rica a la vez por inclusividad y por espontaneidad. En el centro de su conciencia formal está la libertad como obediencia, la obediencia como posi- bilidad de la libertad. Para ella la libertad es una de las claves del misterio de Dios y también del misterio de la patria. En sus «Poemas sobre temas nortea- mericanos» leemos estas líneas irrebatibles: Debe ser una cosa terrible ser Dios! Uno tiembla de pensar que el que hizo los océanos insondables se detenga ante la libertad del hombre y no quiera forzarlo ni aun al bien, para que su inocencia no sea como la de las bestias que no pueden ser sino inocentes, para que su libertad sea una imagen y una semejanza. (...) Pensad en su poder, y pensad luego en el don inaudito de nuestra libertad. Qué precioso ha de ser cuando Él lo ha pagado a un precio tan inmenso. Nuestras iniquidades no han podido lograr que nos retire el don terrible y puro. Lo forzamos y delicadamente retrocede ante ese abismo de sí mismo en nosotros, ese misterio de nuestra libertad. No ha querido robárnoslo. Ella ha obedecido, contemplando el árbol libre y el sol desnudo como maestros de su ofrenda. Ella ha recordado el areíto de nuestros aborígenes, que «fingían el movimiento del pez / en el momento de escapar, de escapar de lo extraño / asediando, hacia el ondeante azul, / su reino, el nuestro, el intocado eterno». Ella deja «algunos pensamientos / no escritos. / A alguna ocurrencia bella, / déjala! / Que algo escape, ciervo, / fuego, agua!» 9 . Ni de la belleza seremos esclavos los cubanos. Sus estancias flotantes, el fraseo de la exclamación que alcanza en su libre impulsión su propio definitivo dibujo, el hueso trascendentalmente articulado de la gramática, la fidelidad y a la vez la reinterpretación de los cánones de la escritura, toda la conciencia formal de 8 Fina García Marruz, Habana del Centro , Ediciones Unión, La Habana 1997, pág. 407. 9 Visitaciones, págs. 222-223 y 341, respectivamente.15 homenaje a fina garcía marruz Hacia Fina: su conciencia formal encuentro Fina denuncia el matrimonio perfecto de la libertad y la obediencia, de la obediencia a partir de la libertad, de la libertad dentro y por la obediencia. No quiero deslavazar más mi ofrenda. Sueñen otros pueblos, si es válido, con la riqueza y el poder; que le obsesionen la muerte o el conocimiento. Los cubanos creemos, entrañablemente, en la libertad y en el amor. Qué casuali- dad que nuestra más alta poetisa, esta voz mundial que va al trabajo admiran- do los descampados, lleve en el corazón de su conciencia formal la alianza irrenunciable de la libertad y de la obediencia. El Rostro le guarde. Tewahila.(1995)16 homenaje a fina garcía marruz encuentro U n libro vive o muere entre las manos del lector. Ellibro que se guarda para no volver a leerse, ya ha entrado en la muerte. Los libros que vuelven a leerse, en cambio, viven otra vez, y aun reviven. De los primeros están llenas las bibliotecas, mientras que los segundos pueden aparecer, reaparecer y desaparecer en cualquier parte. De uno de estos libros voy a hablar ahora. Es el ejemplar de Las miradas perdidas(1951) 1 , de Fina García Marruz, que encontré en una librería de la calle Obispo, en La Habana, durante los primeros días de 1968. La dedicatoria que diez años después me escribió la autora —cuando ella, Cintio Vitier y yo compartíamos los inolvidables trabajos de trans- cribir los manuscritos de José Martí— contiene una verda- dera clave para acercarse a la poética de Las miradas perdidas : «este libro que quiso tocar, a través de la pérdida, la poesía del encuentro, —aunque sin lograrlo». «La poesía del encuentro»... La proposición parece muy amplia, pues cabría preguntarse qué poesía no es encuentro en su cristalización verbal. Sin embargo, Las miradas perdidasse dirigen al encuentro no de lo que está, sino al de lo que estuvo. O, para ser más preciso, al encuentro no de lo que es, sino de lo que, siendo, está dejando o ha dejado ya de ser. Y en este dejar de ser sien- do consiste la esencia del mundo que la poetisa —casi una adolescente cuando escribió aquellos poemas— percibe en torno suyo. De tal modo, el tiempo se le convierte en percepción de un transcurrir permanente e indetenible La poesía del encuentro en Las miradas perdidas, de Fina García Marruz Emilio de Armas 1 Fina García Marruz. Las miradas perdidas. La Habana, Úcar García S. A., 1951. Los números a continuación de las citas se refieren a las páginas de esta edición.17 homenaje a fina garcía marruz La poesía del encuentro en Las miradas perdidas... encuentro en el que las cosas fluyen del ser al no ser, para volver a ser a través de la mira- da que trata de recrearlas: «mientras en lo que miro y lo que toco» —escribe en el poema inicial del libro— «siento que algo muy lejos se va huyendo». Este algo, por supuesto, es en realidad el todo: la vida universal que fluye y se diluye para reconformarse siempre en la otredad. La genial percepción formulada por Heráclito es tan permanente como la fugacidad que nos revela, y nada habría de original en ella como fundante de una poética moderna, a no ser su propia validez. Pero la originalidad consiste, en este caso, en que dicha percepción se concreta, para Fina García Marruz, en un entorno familiar y cotidiano que su poesía deconstruye y reconstruye hasta convertirlo en concreción verbal de algo que podría denominarse como cultura postcolonial habanera: un fenómeno que tiene sus raíces en el apo- geo de la cultura cubana durante el siglo XIX, y que responde a un estilo de vida —el de la intelectualidad criolla— que hacia la década de 1860 se identi- ficaría con el pensamiento independentista, para derivar después hacia un nacionalismo interior de sello contemplativo y anhelante, y de notable hondu- ra en la captación y expresión de «lo cubano». La cultura postcolonial habanera se vuelve hacia una imagen de la capital insular como centro de lo que pudo haber sido la plenitud de la nacionali- dad: una plenitud anunciada por el esplendor de la burguesía criolla duran- te el siglo XIX, y tronchada por la incompletez de los sucesivos esfuerzos independentistas realizados por esta misma burguesía. La ruina económica y el exilio que padecieron muchas de las familias criollas como consecuencia de aquellos esfuerzos, engendrarían entre algunos de sus descendientes la noción de pertenecer a un «linaje disperso» (la frase es de Octavio Smith). En el ámbito de la poesía, esta noción se convierte en conciencia. A ello con- tribuyen no sólo las obras, sino las muertes desdichadas o prematuras de algunos de los principales poetas cubanos del siglo XIX —José María Here- dia, Juan Clemente Zenea, Julián del Casal, José Martí—, muertes que pare- cen responder a una aciaga fatalidad. Por otra parte, la ruptura de la depen- dencia colonial y el establecimiento de una república negada reiteradamente por sus instituciones hacen aún más evidente la contradicción entre la vida espiritual y la vida política de la nación («las bellezas del físico mundo, / los horrores del mundo moral» que dijo Heredia). De este modo, aquel esplen- dor interrumpido de la cultura criolla es evocado por un grupo excepcional de poetas y pintores del siglo XX, pero ahora en imágenes fragmentadas: los vitrales, los sillones de mimbre, los patios interiores y las estancias llenas de penumbras y rumores de los palacetes coloniales abandonados por sus mora- dores y convertidos —muchos de ellos— en casas de vecindad. Las imágenes, en fin, de una ciudad capital que no pudo erigirse en Ciudad-Estado, se reú- nen en la poesía y la plástica de los años 40 como los restos de un tesoro res- catados por sus herederos espirituales mucho después del naufragio. Y este noble y patético esfuerzo por oponer a la frustración de lo contingente la realización de lo esencial engendra un nuevo momento de esplendor en la cultura cubana.Next >