< Previousque no funciona bien». La próxima vez que vino me alargó un libro que había sacado de la Biblioteca Nacional. «Lee el artículo que te marqué», me dijo dejando el libro sobre la cama. Para mi sorpresa, resultó ser un ensayo de Laf- cadio Hearn sobre la literatura y lo sobrenatural. Lo leí con la avidez de un hechizado, o mejor, de un predestinado, pues al leer las primeras líneas supe que mi verdadera vocación era la literatura. Hearn enseguida me hizo ver cuál había sido mi error. Nada de lo que rodeaba la literatura fantástica —fan- tasmas, el miedo del protagonista, el efecto uncanny, el suspense— debía ser copiado de la obra de otro autor. Para escribir con éxito sobre lo sobrenatural —afirmaba Hearn— había que ser auténtico; uno debía depender no de los fantasmas de otro, sino de sus propios fantasmas; no del miedo sufrido por un personaje ajeno, sino del terror a lo sobrenatural experimentado por uno mismo. Y si nada semejante había ocurrido en nuestras vidas, siempre se podía recurrir a los sueños, tomar como modelos nuestras propias pesadillas. En 1966 terminé mi primer libro de cuentos; la mayoría de ellos eran fan- tásticos y seguían el consejo de Hearn. Envié el manuscrito a un concurso lite- rario de prestigio. No tenía la menor esperanza de ganar el premio —¿Quién iba a premiar un libro donde el fantasma de un suicida deambulaba por La Habana sin saber que es invisible a los demás, o bien un hombre maduro y culpable era llamado a otra realidad por su propio doble, o bien una maripo- sa imposible destruía minuciosamente la vida de los que pretendían cazar- la?—. Me conformaba con saber que mi libro había llegado a los finales. Si tal cosa no ocurría, continuaría trabajando como economista; si aparecía entre los finalistas, dejaría los números y me dedicaría a las letras. Y bien, desde aquella colección de cuentos —premiada en definitiva— hasta mi última novela, han pasado muchos años. Mi lozanía de entonces ha sido barrida por las arrugas, la calvicie y algún que otro diente postizo. Algu- nas cosas, sin embargo, no han envejecido: mi gusto por lo extraordinario y mi agradecimiento a tía Gloria, cuyo fantasma entrañable jamás he vuelto a ver. 8 Antonio Benítez Rojo encuentro homenaje a antonio benítez rojoencuentro: Antonio, tu infancia se dividió entre Panamá y Cuba, entre Ciudad de Panamá y La Habana. ¿Tuvo esto que ver con tu vocación y tu destino como estudioso del Caribe? antonio benítez rojo: Mucho. Henry Morgan, el bucanero ingles, saqueó e incendió la antigua Ciudad de Panamá, dejándola convertida en un mon- tón de ruinas. En los años treinta estas ruinas, que hoy estan dentro del perímetro de la ciudad, quedaban un tanto alejadas y literalmente cubier- tas de nubes de mosquitos trasmisores de la malaria, enfermedad muy temida entonces. El lugar despertaba en mí la fascinación que tiene lo maldito, lo prohibido, y pedía constantemente a mi padre que me llevara a ver Panamá Viejo a través de las ventanillas cerradas de su Studebaker. También, durante un tiempo, vivimos en la ciudad de Colón, en el Caribe, que queda cerca de los viejos muros y fortalezas de Portobelo, donde atra- caban los galeones para embarcar el oro y la plata que venía del Perú a tra- vés del itsmo. Portobelo también fue atacado varias veces por corsarios, entre ellos Francis Drake. Naturalmente, hay un folklore oral, muy vivo en mi infancia, que habla de todos estos ataques. El caso es que, cuando llega- ba a La Habana (mi madre viajaba a La Habana en el verano y en las navi- dades), me encontraba con los castillos y fortalezas del Morro, la Punta, la Fuerza, la Cabaña, y esta continuidad de antiguos parapetos y cañones, unida a una común tradicion de saqueos, por fuerza tuvo que haber deja- do en mi mente la idea de un pasado aventurero y heroico a la vez. Pienso que mi curiosidad por el pasado, por buscar en la historia las claves del Caribe, se debe mucho a la curiosidad que me producían, y aún me produ- cen, las armas antiguas, las murallas y garitas, las historias de corsarios y piratas. Mas aún, debido a que mis primeros recuerdos ocurren a bordo de los barcos de la Dollar Line y la Grace Line, que viajaban del Atlántico al Pacífico, el mar abierto, las navegaciones, la vista de tierra —a La Habana se llegaba de noche, la farola del Morro barriendo la cubierta del barco, las luces de la ciudad brillando en la lejanía, acercándose cada vez más— dejaron en mí la idea de un mundo acuático, conectado marítimamente a la manera de un archipiélago, que domina hoy en día mis opiniones sobre el Caribe, incluso las que tienen que ver con la cultura. 9 encuentro homenaje a antonio benítez rojo Antonio Benítez Rojo ENTREVISTO por Encuentroe.: ¿Qué otros recuerdos conservas de estos lugares? a.b.r.: De Panamá pienso que el cine es lo más importante. Mi padre y un ita- liano de apellido Pernas eran dueños de varios teatros, tanto en Ciudad de Panamá como en Colón. De manera que mis primeros años transcurrieron felizmente entre funciones de cine, que allá empezaban a las diez de la mañana. A diferencia de otros niños de clase media que tenían manejado- ras, la persona que me cuidaba era un negro de Barbados llamado Ray, que en las noches trabajaba como acomodador en uno de los cines. Así, Ray y yo veíamos no menos de una película diaria, muchas veces la misma. Recuerdo especialmente El Capitán Blood , obviamente mi película preferi- da, con Errol Flynn, mi héroe hasta el Bogart de Casablanca . También Las Cruzadas y Los últimos días de Pompeya .... La carga de los 600 , Motín a bordo , Sueño de una noche de verano, Tres lanceros de Bengala, el musical Rose Marie, con Jeanette McDonald y Nelson Eddy, y otras más. Mi memoria es buena y puedo recordar escenas de todas estas películas. Tal vez me ayude el hecho de que mi padre, hombre de muchas lecturas y gran imaginación, tenía ideas publicitarias muy creativas. Por ejemplo, cada vez que estrenaba una película de importancia, organizaba un desfile por las calles de Panamá. Recuerdo el de Las Cruzadas , los hombres marchando con armaduras de cartón y hojalata, envueltos en pedazos de sabanas pintados con una cruz roja. La Habana era otra cosa. Parábamos en casa de mi abuelo, en la calle Rodríguez, que sale a la Calzada de Jesús del Monte. Allí se vivía en medio de la miseria, pues mi abuelo, totalmente arruinado, tenía por único ingreso su pensión de alférez del Ejército Mambi. Con eso, unido a lo poco que ganaba mi tía Gloria como dependienta en una tienda de som- breros, se sostenía toda la familia, es decir, mi abuela, mis tíos Sergio y Alberto y mis tías Dulce y Georgina, todos estudiantes. Pero había más gente. Estaba la vieja Felipa, una antigua esclava de mi bisabuelo que había optado por permanecer en la casa, y Norberto, un muchacho negro que había sido adoptado de la Beneficencia, el asilo de huérfanos. Además, en la segunda planta vivía mi tía Rita con su esposo y mi primo Roberto, que era de mi edad. Ellos constituían una familia independiente y cuando lle- gábamos dormíamos en una de las dos habitaciones de que disponían. No obstante, casi siempre estábamos todos abajo, pues la escalera salía de la sala de la casa. Pero bien, el caso es que yo lo pasaba muy bien allí. Todas mis tías solteras tenían pretendientes que las visitaban a diario. En aquellas veladas se jugaba a las prendas, se cantaba, se recitaba, se ponía a funcio- nar una carcomida pianola y se hacían imitaciones de personajes de la radio, digamos la del detective chino Chan-Li-Po. Y ahora que menciono la radio, no puedo menos de recordar los episodios de Manuel García, Rey de los Campos de Cuba, y los de El Corsario Negro, adaptación de la nove- la de Salgari, los cuales escuchaba durante el día junto a mi abuelo, siem- pre pegado al flamante rca Victor, el úico lujo en aquella humilde casona. e.: Me contaste una vez que esa casa estaba poblada de fantasmas que solo tú eras capaz de ver. 10 Encuentro encuentro homenaje a antonio benítez rojoa.b.r.: Fantasmas o no, lo cierto es que veía a gente que no conocía. Y no me refiero a una persona, sino a seis o siete que se movían por toda la casa, o bien se sentaban en el suelo o se recostaban sobre las paredes. Como los pretendientes de mis tías y amigos de mis tíos entraban y salían constante- mente, sin contar que siempre había vecinos que venían a escuchar los programas radiales, pensaba que estos desconocidos eran gente de carne y hueso. Un día, sin embargo, me extrañó ver a varios negros y le pregunté a mi tía Dulce quiénes eran. Ella, toda nerviosa, me pidió que los describie- ra, cosa que hice. Bueno, para qué contarte, mi tía empezó a dar gritos y a regañarme, diciendo que no inventara ese tipo de cosas. El caso es que desde aquel día, los desconocidos desaparecieron y me prohibieron escu- char los cuentos de Felipa, que más adelante supe que eran versiones de pataki yorubas. Pienso que mi gusto por la literatura y el cine de fantasmas viene de esa época, de ese espacio misterioso al cual se me cortó el acceso. Películas como The Sixth Sense, The Others, obras literarias como Pedro Páramo, Aura, Cien años de soledad, y ciertos cuentos de Cortázar y de autores nortea- mericanos y europeos, tienen para mi un interés especial, hasta el punto de que uno de los cursos que doy en Amherst College se llama «Lo para- normal en la literatura hispanoamericana.» Eso sin contar que algunos de mis cuentos caen en el género de lo fantástico. e.: Eres, entre otras muchas cosas, un musicólogo, pero también un gozador de la música popular. ¿Qué tuvo que ver tu biografía con esa afición, con esos placeres? a.b.r.: Ciertamente, no soy un musicólogo. Si sé algo de música fue porque me interesaba conocer ese otro tipo de lenguaje, sus reglas, sus signos, su historia y sus cambios a lo largo del tiempo. Pero aunque aprendí de manera autodidacta solfeo y armonía y conozco el teclado del piano, jamás podría interpretar una pieza. En mi adolescencia aprendí algo de guitarra popular y más adelante tuve oportunidad de tomar clases con el maestro Guyún, que me enseñó los caminos armónicos usados en los boleros de feeling, el bossa nova y el jazz. Durante un tiempo, en los 1960s, toqué gui- tarra eléctrica con un grupo amateur; éste contaba con piano, bajo, trom- peta, alto, batería y bongó, y hasta con una cantante. Todos trabajábamos en campos muy distintos al de la música y solo tocábamos para nosotros y algunos amigos. Ya desde antes de la Revolución me había interesado mucho en el jazz, a mi juicio la expresión más creativa de la música. A pesar de la notable contribución de los músicos y arreglistas cubanos, el jazz era prácticamente desconocido en la Cuba de los cincuenta. Solo recuerdo una tienda con discos de jazz y, en cuanto a programas de radio se refiere, solo había uno, en la radioemisora del Ministerio de Educación. Acaba de morir uno de nuestros pioneros, el pianista Frank Emilio, a quien tuve ocasión de saludar, después de muchos años, en un exitoso concierto que dio el año pasado en el Lincoln Center. También me he encontrado con Paquito D’Rivera y con el guitarrista Carlos Emilio... Ahora bien, me preguntas si la música ha sido importante en mi vida. La respuesta es sí, particularmente en mi oficio de escritor y en mi manera de 11 Antonio Benítez Rojo entrevisto encuentro homenaje a antonio benítez rojover el Caribe. De los tres elementos de la música, melodía, armonía y ritmo, los que más me interesan son los dos últimos. La composición de una frase literaria, en mi caso, tiene mucho que ver con el hallazgo de una progre- sión de acordes. En cuanto al ritmo, pienso que es de suma importancia para todos los escritores caribeños, independientemente del idioma en que escriban. Esto, naturalmente, viene de la asimilación de ciertos com- ponentes de las culturas africanas, culturas esencialmente rítmicas, cuya presencia se observa no solo en las Antillas, sino además en Brasil, en los Estados Unidos, en las zonas costeras de Sudamérica y en cualquier parte donde la esclavitud africana haya tenido importancia. e.: En tu juventud pasaste una temporada en Estados Unidos. ¿Por qué saliste de Cuba? a.b.r.: Quizás por altruismo. Mi interés profesional entonces estaba dirigido hacia la economía y la planificación económica. Piensa que pertenezco a una generación que observó el proceso de descolonización que siguió a la Segun- da Guerra Mundial, el surgimiento de nuevas naciones en África y Asia y la invención de los términos «Tercer Mundo» y «países en vías de desarrollo». Mi sueño era contribuir a mejorar la situación económica de esos países. En el caso concreto de Cuba, lamentaba la dependencia al monocultivo de la caña de azúcar, producción estacional que impedía liquidar el desempleo y el subempleo. En la Universidad de La Habana no existía en aquella época la carrera de Economía. Lo que más se parecía era Ciencias Comerciales, en cuyos cursos me había matriculado durante cuatro años. Supongo que even- tualmente me habría graduado, pero ocurrió que supe de unas becas que concedían las Naciones Unidas para estudiar estadísticas en los Ministerios de Comercio y de Trabajo en Washington. También me matriculé en cursos de Matemáticas avanzadas y Planificación en la American University. e.: ¿Por qué regresaste? a.b.r.: Cuando terminé esos estudios la situación política en Cuba era crítica. Hablo del año 1958, y según las cartas que recibía de La Habana, la dicta- dura de Batista estaba a punto de caer. Las probabilidades de que las ideas lanzadas por Fidel Castro desde la Sierra Maestra se materializaran —hablo de proyectos como la reforma agraria, la nacionalización de las empresas de servicio público, la liquidación de la corrupción administrati- va, la puesta en vigor de la Constitución de 1940, etc.—me parecieron fac- tibles. Así, en lugar de solicitar uno de los puestos de técnico en estadísti- cas laborales que ofrecía la Organización Internacional del Trabajo, que me hubiera llevado a algún otro país del Tercer Mundo, decidí regresar a Cuba. Después de todo, me preguntaba, ¿qué mejor lugar que mi patria para ofrecer mis servicios? El caso es que, casi inmediatamente después del triunfo de la Revolución, mis expectativas se convirtieron en realidad: fui nombrado Director de Estadísticas en el Ministerio del Trabajo. e.: ¿Cuándo y por qué te desilusionaste del castrismo? a.b.r.: La desilusión fue gradual. Para empezar, nada de lo que había estudia- do —estadísticas de población, productividad, empleo, salario, costo de la 12 Encuentro encuentro homenaje a antonio benítez rojovida, accidentes de trabajo—cabía dentro del modelo soviético que seguía el Gobierno. No obstante, me gustaba pensar que, al ver que aquellas medidas injustas y demenciales no funcionaban, Fidel Castro optaría por privatizar la agricultura, el comercio y gran parte de la industria, siguiendo el patrón de capitalismo de estado y socialismo democrático que existía en algunos países de Europa Occidental. Por otra parte, mi vida se volvió más compleja: me casé con Hilda y tuvimos una niña en 1964, que a poco de nacer empezó a tener grandes problemas de salud. Ya no me era posible pensar solamente en mí. No obstante, en 1968, demostrado ya que la aspi- ración de Castro era convertir a Cuba en un satélite más de la Unión Sovié- tica y continuar una política estalinista por sécula seculórum, decidimos irnos del país. En esa fecha ya no estaba en el Ministerio del Trabajo sino en el Consejo Nacional de Cultura y en la Revista Cuba. El año anterior había ganado el premio de cuento de Casa de las Américas con un libro titulado Tute de reyesy había decidido continuar escribiendo. Ahora bien, irse de Cuba en aquella fecha era un asunto difícil. La salida de Hilda y mi hija Mari se hizo posible por razones humanitarias. Los médicos llegaron a la conclusión de que el padecimiento de Mari era incurable, al menos allí, y ambas salieron del país gracias a un programa auspiciado por la Cruz Roja y la Embajada Inglesa. Como ya había nacido mi hijo Jorge, que tenía entonces menos de un año, pude conseguir que él también se fuera con Hilda. En cuanto a mí, había ideado un proyecto que no era del todo imposible. Los premios literarios de la Unión de Escritores y Artistas habí- an dejado de ser dinero para convertirse en viajes a los países socialistas. Si ganaba el premio con un nuevo libro, me podía quedar en cualquiera de los aeropuertos del mundo occidental en que los vuelos hacían escala. Así, escribí una colección de cuentos que titulé El escudo de hojas secas . La obra resultó premiada en 1969, pero el viaje me fue denegado. Insistí varías veces, pero fue inútil. Me di cuenta que me costaría Dios y ayuda reunirme con mi familia. Me preparé para una larga espera. Durante siete años estu- ve en lo que podría llamarse una «lista negra». Mi nombre no era mencio- nado por los que escribían sobre el cuento en Cuba y no se me publicaba ningún libro. Si me presentaba a algún premio, mi manuscrito o no era leído o se intentaba humillarme. Recuerdo una oportunidad en que el jurado de cuentos de la uneac me dio la mención número catorce. En fin, la oportunidad no se dio hasta 1980, cuando se suponía que porque ya se me permitía publicar y era jefe de la editorial de Casa de las Américas y del Centro de Estudios del Caribe, no intentaría vivir fuera del país. e.: ¿En qué medida puede afirmarse que Cuba es una isla más del Caribe, una «isla que se repite»? ¿No te parece que ciertas zonas de su cultura —Luz y Caballero, Varela, Heredia, Martí, Mañach, Lezama, Diego, Padilla—convier- ten la isla y a su síntesis, La Habana, en una excepción, en algo mucho más cercano a Buenos Aires y a México que a Kingston o a Paramaribo? a.b.r.: Eso depende de la manera en que uno lea la cultura del Caribe. Para mí, ésta desborda ampliamente los límites del Mar Caribe y de su cuenca; 13 Antonio Benítez Rojo entrevisto encuentro homenaje a antonio benítez rojopara mí, es una cultura meta-archipelágica que comunica entre sí a todos los continentes; es la cultura global por excelencia, puesto que, en tanto «Isla que se repite» fuimos poblados por gente de todo el mundo que nos dejaron elementos de sus respectivas culturas. Estas ideas no son nuevas: Ortiz las expuso en su Contrapunteo cubanao del tabaco y el azúcar. La mejor manera de apreciar los fenómenos derivados de estas inmigraciones es investigando los objetos transculturados, es decir, casos concretos de nuestra música, nuestras creencias y prácticas religiosas, incluso nuestra literatura, nuestro teatro y nuestra cocina. Ciertamente, se encontrará que los elementos dominantes de la cultura caribeña provienen de Euro- pa y África, pero en el caso de Guyana y Trinidad hay que tomar en cuen- ta los que corresponden a la India; y en otras naciones, los originarios de China, de Java, de Indochina, y también los de los pueblos autóctonos, los amerindios. En Cuba es frecuente que nuestros espiritistas se comuni- quen con taínos y siboneyes, cuyos restos se confunden con nuestra tierra. La santería cuenta con Sanfancón, que es un camino chino de Changó. He oído decir que el tablero de Ifá viene de la China; de allí lo trajo Orula en uno de sus viajes, lo cual nos entrega un sincretismo a partir del tablero del I-Ching. Además, los informantes de Lydia Cabrera nos hablan con detalle de brujerías chinas, jamaiquinas (obeah), haitíana (vodú), isleña (canaria), y el amuleto de azabache, resguardo contra el mal de ojo, nos llegó de Galicia. Pero nuestro complejo sistema cultural no solo se limita a recibir y articular componentes del exterior, sino que también los exporta después de reprocesarlos. Esto se observa principal- mente en la música, por ejemplo, la salsa y el llamado jazz latino. Hay que convenir que las claves y el bongó, instrumentos creados en Cuba, suenan por todas las latitudes. Ahora bien, has mencionado los nombres de una serie de intelectuales cuyo pensamiento parece no dar cabida a lo africa- no. Digo «parece», porque sus obras no suelen ser leídas en esa dirección. Acabo de leer un manuscrito que establece relaciones entre ciertos perso- najes de Paradiso y los orichas. Yo mismo, sin ir más lejos, encontré la pre- sencia de Eleguá, Changó y Babalú-Ayé en la Excursión a Vueltabajo de Villaverde. También pienso que la obra de Martí admite una lectura «mágica», para llamarla de alguna manera. Por otra parte, si Luz y Caba- llero, Varela y Heredia fueron antiesclavistas y deseaban que los esclavos se integraran a la nación como cubanos, es porque sentían o presentían que su contribución no sería despreciable. Pero aun cuando no lo creye- ran, en su época la cultura cubana ya era visiblemente sincrética, lo cual, como sabes, alarmaba a Saco. Claro, repito, la realidad cultural, como toda realidad, no es fija; depende de la percepción de cada uno. Así, habrá muchos que piensen que la cultura cubana es española, como ocu- rre todavía en República Dominicana e incluso en Puerto Rico. En Barba- dos la opinión predominante es que la cultura local es inglesa; algo de eso ocurre en Martinica y Guadalupe con respecto a Francia, aunque siempre hay gente que ve más lejos. 14 Encuentro encuentro homenaje a antonio benítez rojoe.: ¿Crees que estamos condenados a una estética: «real maravilloso», «realismo mágico», «barroco», «neobarroco»? ¿Cómo definirías tu narrativa? a.b.r.: No. Todas las posibilidades narrativas son nuestras. Somos herederos de todas las formas narrativas del mundo. No obstante, pienso que las obras mas representativas del Caribe se caracterizan por su ritmo y densidad. Esto no las hace ser barrocas o neobarrocas necesariamente, que son aspectos del texto más bien políticos, aspectos interesados y superficiales, diría yo. Cuan- do hablo de densidad me refiero al plano de la significación. He dicho en algún lugar que el texto caribeño se distingue por su performancemúltiple, pues al igual que nuestra música, bailes, creencias y cocina, coexisten en él todo lo que somos, o al menos todo lo que culturalmente es el autor de esa obra. En realidad todo escritor o artista es un intérprete de la realidad que percibe, siendo la nuestra mucho más densa que otras. En cuanto a mi pro- pia narrativa, no es ninguna excepción. No obstante, observo en ella un des- plazamiento hacia afuera, hacia lo global: primero fue Cuba, después el Caribe; ahora el mundo, lo cual queda ejemplificado con mi última novela. e.: ¿Qué te dio y que te quitó el exilio? a.b.r.: El exilio me ha dado una genuina amplitud material y espiritual. Digo «genuina» porque hay un tipo de amplitud imaginaria, digamos la ampli- tud intelectual de Lezama, que es genial pero libresca. He podido viajar por muchos países; he visto frente a mí mucha arquitectura, mucho arte, mucho folklore, mucha arqueología. He visitado y revisitado los principa- les museos del mundo. Me atrevo a decir que he caminado por la historia de Europa y la de America. He aprehendido y aprendido muchas cosas. El exilio también me ha dado la oportunidad de ser maestro de aquello que mejor conozco y siento más cerca de mí: la literatura. Dar clases y confe- rencias no es para mí un trabajo; es un placer como pocos. A veces me sor- prendo de que la universidad donde trabajo me pague una significativa cantidad de dinero por hablar de lo que más me gusta. Pero sobre todo, ya en el plano familiar, el exilio me devolvió a Hilda y a mis hijos; me dio un verdadero hogar. Naturalmente, toda ganancia implica una pérdida. En mi caso, La Habana, el afecto de algunos amigos; en general, la manera de ser del pueblo cubano en su propio entorno. e.: El ciclo del azúcar ha terminado y con él la «economía de plantación». ¿Habrá, por fin, un destino para Cuba? a.b.r.: Bueno, la plantación nos ha dado muchas cosas que creo que conti- nuarán por muchos años. La Virgen de la Caridad y su compleja significa- ción cultural es un ejemplo; los ritmos yacentes en nuestro sistema musical son otros. Además, si bien es cierto que el azúcar ha cedido el primer lugar al turismo, no es menos cierto que podemos hablar de una nueva amenaza: las «plantaciones de hoteles». Esto es algo verdaderamente horrible que he observado en el sur de Tenerife y Gran Canaria, en las Baleares, en la Costa del Sol, en el barrio francés de Nueva Orleans, en el norte de Jamaica, en Míami Beach... ¡Dios nos guarde de ese destino! 15 Antonio Benítez Rojo entrevisto encuentro homenaje a antonio benítez rojoL a moderna novela histórica latinoamericana empieza en El reino de esta mundo , de Alejo Carpentier, en 1949, y alcanza su máximo esplendor con El siglo de las luces, que el mismo autor publicó en 1962. Esta última marcó decisivamente las novelas publicadas por el grupo de escritores del llamado Boom, y las de sus discípulos. Terra nostra(1975), de Carlos Fuentes, fue el experimento más amplio y sostenido entre esos libros, y uno de sus más acabados productos El mar de las lentejas (1979), de Antonio Benítez Rojo. La característica más notable de esa moder- na novela histórica latinoamericana fue tomar sus argu- mentos y protagonistas de la historia del Nuevo Mundo, pletórica de incidentes y personajes extraordinarios, pero con frecuencia olvidados, que sobrepasaban por su extra- ñeza y originalidad todo lo que la imaginación podría engendrar. El manifiesto y programa de este movimiento se encuentra en el asendereado prólogo a El reino de este mundo , reciclado a principios de los sesenta en el influyen- te ensayo de Carpentier «De lo real maravilloso america- no». Captada por el novelista, la historia americana sería capaz de revelar la identidad americana y la especificidad de su literatura. La práctica del subgénero puso de moda la investiga- ción histórica, con un ahínco, precisión y amor al detalle no vistos antes en la novela latinoamericana. Era necesario un estricto cotejo de fechas para dar, o revelar, la estructu- ra temporal del devenir histórico. El tegumento imaginati- vo desarrollaba personajes, dramatizaba encuentros y desencuentros, y suministraba la petite histoire, con sus intri- gas amorosas y otros sucesos dignos de cualquier vida. Pero el encuadre histórico era verídico y verificable para no violar lo «real» de lo «maravilloso», porque éste depen- de de aquél. La prosa con frecuencia se hizo algo añejona, remodando la de las fuentes documentales de que fueron extraídas las historias. Hay algo de pastiche en este tipo de novela que es parte de tu tono y sabor. Mujer en traje de 16 encuentro homenaje a antonio benítez rojo Roberto González Echevarría Mujer en traje de batallabatalla, la nueva novela de Benítez Rojo, proviene de esta tendencia, pero con variantes significativas que la convierten, tal vez, en el punto de partida de un nuevo estilo que no puedo resistir llamar posmoderno. La diferencia más notable es la ligereza, lo entretenida y asequible que resulta Mujer en traje de batalla; es como una novela de aventuras cuya acción se desarrolla en el enorme panorama histórico de las guerras napoleónicas y sus secuelas en el Caribe, sobre todo Cuba. Se ha abandonado aquí el empe- ño de hacer de la historia la clave de la identidad americana, o de dar en la novela la clave de la historia. La protagonista tiene en común con el Víctor Hugues de Carpentier ser un personaje olvidado, pero el paso de Enriqueta Faber por la historia no marca un itinerario simbólico o alegórico más allá de su propia rareza. Ésta, que constituye el giro principal de la novela, es su bise- xualidad, el actuar a veces como la mujer que es, pero sobre todo otras veces como hombre. En este papel Enriqueta logra lo que no podría como mujer: se hace médico en París, funge como tal en la campaña rusa de la Grande Armée, y viaja a Cuba. Enriqueta decide hacerse pasar por hombre después de enviudar de Robert, un húsar que fue el primer amor de su vida, para así poder estudiar medicina. Sus cambios de apariencia son dictados por el anhe- lo de disfrutar de las libertades que gozan los hombres —ese anhelo, y una vaga melancolía tiñen este relato que la propia protagonista escribe en Nueva York ya vieja. La novela comienza por el final, cuando Enriqueta viaja a Nueva Orleans, deportada de Cuba. Allí, después de revalidar sus credenciales de médico y ejercer en Baracoa, se había casado un una joven tísica a la que que- ría salvar. Descubierta su identidad sexual, fue condenada a servir cuatro años en el hospital de mujeres de La Habana por la impostura que la había llevado a violar leyes civiles y religiosas. En la goleta que la lleva a Nueva Orleans intercambia identidades con una prostituta francesa también deportada, y vive otras aventuras, fabulosas al parecer, que no se narran en la novela por el agotamiento de la protagonista narradora. La más importante diferencia entre ésta y las otras novelas históricas de los sesenta y setenta es el tono sentimental que la narración en primera persona le confiere. Mujer en traje de batallatraza un periplo histórico-geográfico de vastas proporciones, pero que no es épico debido al intimismo de la narrativa. En El reino de este mundo y El siglo de las luces los personajes prácticamente care- cen de desarrollo —con la excepción de Sofía, antecedente de Enriqueta— porque los impulsan acontecimientos históricos entrelazados que pautan su destino. No hay en ellos profundidad. Mujer en traje de batallaes todo lo con- trario; ésta es una novela de personaje más que de acción, a pesar de que el bien trabado argumento tira del lector y lo mantiene entretenido. Enriqueta es un personaje intenso, hondo, altamente sensible, consciente de las alterna- tivas que se le presentan, arrastrado por sus sentimientos, y hasta con una ver- tiente mística que le produce visiones. Ella, no la historia, lleva las riendas de su destino. Es, además, un narrador autoreflexivo, pero sin permitirse las ya manidas piruetas formales de las novelas vanguardistas. Lo que la marca como escritura es su melancolía y su sensibilidad. Mujer en traje de batallatiene 17 Mujer en traje de batalla encuentro homenaje a antonio benítez rojoNext >