< PreviousTodos los sábados, después que se cierra el establecimiento, arreglo la vidriera para así no importunar a los clientes. Uno de esos sábados me cogió hasta muy entrada la noche y me quedé a dormir gustosamente en la vidriera. Cuando por la mañana llegó el patrón me vio ya despierto y recos- tado a un maniquí. Lo saludé con la mano dándole los buenos días. El patrón puso una cara muy extraña y entró en el establecimiento. Yo no salí de la vidriera, continué recostado graciosamente al maniquí. Luego de un rato, llamó el patrón por la puerta que comunica la vidriera con el interior del establecimiento y pronunció algunas palabras. Yo oía sin entender, era como un rumor confuso y por apatía permanecí en silencio. Entonces el patrón salió a la calle enfurecido, me hizo señas y hasta llegó a amenazarme con el puño levantado. Le dije con las manos que no entendía. Volvió a entrar y a salir después de golpear en la puerta de nuevo. Seguía yo sin res- ponder. Él golpeaba en la puerta fuertemente, salía y arañaba en los crista- les y daba golpecitos con miedo de romperlo. Cuando hacía esto su cara se congestionaba. La gente comenzó a detenerse curiosa. El patrón gesticula- ba y yo continuaba en la vidriera. Había cerrado la puerta por dentro con el pestillo decidido a no salir más. Al fin me encontraba seguro de la vida. No tenía que salir, no me pondría más trajes usados; dejaría de comer y hacer digestiones; realizar proyectos e ir al cine los domingos después de cenar. Comencé a recorrer la vidriera a pasos lentos, tenía un magnífico espacio, más de lo que podía desear, y sentirme libre dentro de mi cárcel de crista- les. Y aquella libertad asegurada me seducía. Hice señas y muecas a los tran- seúntes, hasta llegué a despojarme de la camisa y exhibir como un gimnasta mis brazos endebles y el pecho hundido con algunas arrugas pertinaces sobre el vientre. Comenzó a pasar tiempo. El patrón había desaparecido quizá en busca de un agente de policía. La personas, que al principio se detenían para mirarme, se fueron cansando, se volvieron indiferentes, fui quedándome solo con mis gestos. No podía salir de la vidriera porque el patrón cerró por fuera con llave la puerta. Yo no tenía la llave para abrir y tomar el aire puro. Traté de hacer saltar la puerta, pero resistió tenazmente. «Es posible que yo esté demasiado cansado y no pueda esforzarme. Posiblemente no sea tan resistente», me dije y comencé a sentir hambre mientras me envolvía el vaho que forma el aliento en los espacios cerrados. Estaba totalmente perdido, ¿cómo salir? Entonces empecé a gritar, nadie me oía ni podía oírme. Sola- mente ver mis gestos dentro de la bruma. Comprendo, son gestos ambiguos y por eso no me salvan. ¿Pero quién puede salvarme? El patrón ha desapareci- do, la gente pasa indiferente, quizá algunos me miran todavía pero sin dete- nerse, sin escuchar mi gritos. ¿Tal vez piensan que no grito de desesperación y de hambre? Pero ahora mismo, mientras veo el abismo en que me precipito, ¿por qué no me detengo? ¿Por qué no rompo con algo los cristales y salgo? No puedo, sé que no puedo. Tengo la sensación de que voy, de que debo seguir como si fuera arrastrado. Soy dueño de todas mis facultades, siento y razono normalmente; pero todo esto detrás de la enorme certeza que no Antón Arrufat 18 encuentro homenaje a antón arrufatpodré salir de aquí mientras viva. Mi voluntad no puede nada contra estos cristales que me reflejan y simultáneamente hacen de mí un desconocido ina- presable y recóndito. Comienza la asfixia. Es cierto, no escogí esta vidriera; sencillamente, me pertenece. ¿Cómo puedo entonces quejarme de los demás si no podrán salvarme? Posiblemente no son injustos, sino que están demasia- do ocupados y desconcertados. Pero, ¿por qué alguien al pasar no levanta su mano y me saluda? (CiclónVol. 3, nº 1, 1957, pp. 41-43) La vidriera 19 encuentro homenaje a antón arrufatTestimonio Antón Arrufat Estás irreprochablemente vestido, el sueño viene a voltearte mientras te preguntas lo que será mañana, y bajas, bajas lentamente y sin remedio. Eres la víctima. Eres la víctima irrecuperable. Al volverte atrás con un gesto de miedo, entre la desesperación y el remordimiento, los escalones desaparecen. Cada paso es culpable de su fin. ¿Qué es, qué es? Es el canto del sinsonte en el parque. Nuestras razones, el sol muriendo en los patios como un personaje decapitado. La mano que sostenía tu mejilla o se posaba en algún párpado húmedo… ¿No es esto, no es esto todo? Tú y yo para siempre fragmentados entre las noches y las tardes, en las calles oscuras las bestias desprendidas de sus días… Tú y yo ruinosos entre sorbos de café, besos entrecortados y fiebre, y aquellas cosas insustituibles y perdidas que no queremos olvidar. ¿No es esto, no es esto todo? Noches que ocultan la deteriorada huella de nuestras pasiones; un poco de ceniza debajo de la almohada, un hilo de ceniza escapando de tu boca y la mía, testimonio que muere en la hora. 20 encuentro homenaje a antón arrufat21 encuentro homenaje a antón arrufat I Ha ido envejeciendo lentamente, y sus contemporáneos estarán envidiándole el ser, ahora mismo, el autor más res- petado de esa generación, la de los años 50, que tuvo entre sus osadías la de pretender negar a Orígenes, y todo lo que a ese grupo perteneciese. Ha escrito libros de poe- mas, relatos, piezas teatrales, dos novelas, numerosos ensa- yos dispersos, crónicas memorables. Fundó revistas, ganó concursos, exhumó a figuras literarias del siglo xix, com- puso antologías (una de ellas recopila guarachas cuba- nas), estudió el teatro bufo con la persistencia y parsimo- nia que le son caras, y que se dirían extrañas en un hijo de Santiago de Cuba, donde nació en un 1935 tan cercano y tan remoto. Es ya un escritor del siglo pasado. Los jóvenes de este país lo miramos desde esa perspectiva engañosa que, paradojas de la vida, compartimos con él, con su prosa educada, con la elegancia de sus ritmos, con su voz que convierte esos poemas suyos tan breves, en letanías punzantes y nemorosas. Soy uno de los jóvenes escritores de este país donde se le honra y donde se le quiso borrar no hace mucho. Hoy, afortunadamente, estoy entre los testigos de su rehabilitación, del ensayo de restitución, frase que tanto me gusta, frase que aprendí en Octavio Paz —del cual es centro y protagonista. No pude estar, no hubiera querido aparecer, entre los testigos de la sombría desaparición que padeció Antón Arrufat a partir de 1968 y que se prolongaría hasta principios de los 80. Pero me hubiera gustado conocer a ese hombre, al Antón Arrufat de esa época, condenado a los últimos recodos de la biblioteca de Marianao, donde no podía recibir llamadas ni visitas, donde escribió las interminables páginas de La caja está cerrada. Me hubiera gustado, insisto, haber sido su amigo desde entonces, y no serlo, simplemente, desde unos años hasta acá, en los cuales muchos de quienes le dieron la espalda han vuelto a saludarle, a dirigirle pala- bras que él escuchará con el educado recelo de quien ha visto y sabe demasiado. Qué conversaciones hubiéramos tenido en esas escaramuzas de una época gris y epidérmi- ca. Qué tardes hubiéramos compartido en esta ciudad a la Norge Espinosa Mendoza Los idus de Arrufatque, como Lezama, ha terminado mitificando en páginas que, dentro de otros cien años, los habaneros de ese tiempo aún inasible leerán con el mismo gusto con el cual leemos hoy las páginas de tantos escritores muertos. II Acaba de editarse en Cuba, por vez primera desde aquel fatídico 1968, Los siete contra Tebas. Alrededor de esa obra nimbada por un aura de incompren- sión y mezquindades múltiples, ha ido sucediéndose una claridad que el pro- pio Antón ha querido propiciarnos. Dialogando sobre ella en entrevistas o mesas redondas, ansioso de un diálogo que le permita borrar la calidad fan- tasmal de un texto que ya nos exige lecturas reposadas y no vacías de la propia belleza literaria de sus parlamentos, ha sugerido la posibilidad que, definitiva- mente, esta edición representa. El sello Alarcos, de la nueva época de la revis- ta Tablas, se ha encargado del suceso editorial. Me ha tocado en suerte ser el editor y prologuista del volumen. No sé ahora mismo cuál será la resonancia de todo esto, si se me colgará el gozoso sambenito, a partir de ahora, de espe- cialista en la obra de Arrufat. Preferiría que no ocurriera así, que se leyera ese prólogo y mi fervor como editor desde el respeto que Antón se ha ganado al persistir, indoblegablemente, no sólo en la Literatura, sino en la propia mane- ra de saberse en Cuba y cubano. «Lo cubano en mi teatro soy yo», afirmó alguna vez categóricamente. Esa frase pudo ser leída con malicia y desazón durante un tiempo. Hoy la leemos para reconocernos en el espejo de una libertad individual que cubre toda su escritura: páginas donde el Amor, la Muerte y el Tiempo, como en un grabado de Durero, son alegorías recurren- tes, figuraciones de un retablo imposible. Cómo empezamos a leer a Antón los que todavía nos consideramos jóve- nes. Acaso toda la culpa sea suya, en tanto su propia presencia en nuestras lec- turas, nuestros recitales, nuestras presentaciones de libros, o sus exigencias para que acudiéramos a las páginas de autores casi desconocidos, fueron brin- dándole ese caprichoso status. Nadie lo ha bautizado como tal, ni él mismo se precia de serlo, pero al menos en La Habana su paso despierta admiración, cautela, ansiedades inconfesables. Ha de estar gozando todo esto, amante como es de la intriga y la literatura, de los efectos teatrales y del chisme nacio- nal, mientras escribe cada vez mejores poemas y sus prosas breves mixturan con desenfado y osadía fuentes narrativas y poéticas, en un juego deconstruc- tor de sí mismo que ha arrancado elogios a los fanáticos del post boom y esa enfermiza postmodernidad que en Cuba sigue mereciendo extáticos adeptos. «Usted se ha construido un mundo aparte», le dijo alguna vez el ya difunto Salvador Redonet. Pero ése es un mundo que no cerró sus puertas, y que más allá de la prosodia y de un estilo que ninguno de nosotros podría repetir, sigue asomado como el propio Antón Arrufat a la calle de sus mediodías. Estará leyendo, hasta su muerte, libros de jóvenes autores. Los recibirá y des- pedirá con frases mordaces e imprescindibles. Ha pagado el precio de su sin- ceridad en no pocas, acaso en muchas, ocasiones. Esa es también su lección, su legado de persistencia. Norge Espinosa Mendoza 22 encuentro homenaje a antón arrufatIII Hay un número telefónico que voy a tener en mi mente hasta que desaparez- ca. Y aún cuando desaparezca el dueño de ese número, de esos seis pobres dígitos que gusto de recordar, estarán acompañándome. En los días de calor, de habanero desasosiego, cuando me sea necesario recuperar un verso de Casal o una fecha crucial en el paso de Fanny Elssler por esta Isla, sé que me bastará con marcar esa cifra y saludar a la voz que me responda del otro lado con una frase que sólo para él repito, provocador y adulador de su lucidez. «¿Cómo está el escritor más vivo de Cuba?», digo, y oigo su voz dispuesta a hacerme saltar con una broma, un chiste, una cita, una confesión. Acaban de concederle el Premio Nacional de Literatura, tras años de espera en los que otros, de menor obra y de menor resonancia en esa zona de la literatura nacional a la que pertenece, gozaron de esos laureles. Él ha sabido esperar por ese galardón. Él ha sabido esperar siempre. Cerradas las puertas, tapiadas las ventanas, como en el célebre poema cavafiano, ha mantenido latente la seguridad de que algún día se derribarían esos muros tebanos y que una mano tocaría a su puerta con el pretexto de la restitutición. Al resentimiento y rencor que consume a otros, ha respondido con una obra creciente y pro- gresiva, con libros que amplifican lo que antes del silencio en que se le hun- dió ya su nombre era. Y su fe en la Literatura ha borrado las normas de la concesión (cultural, política, diplomática, la que se quiera), hasta mantener intacta la altura, breve o incisiva, de una obra que podremos seguir leyendo en un futuro que ya está aquí, ya es realidad entre nosotros. Su lección es esa fe y esa persistencia. Lo aprendió en su guía, Virgilio Piñera, de quien nos anuncia una cuidada edición de sus obras completas. Lo aprendió en Lezama, en Dulce María Loynaz; autores que frecuentó y sobre los cuales ha dejado valiosas páginas. Lo aprendió en la maldita circunstancia de una Isla rodeada de ciclones y cantos de un verano en el cual podemos seguir marcando ese número, leyendo esos libros, hablando con él en un teatro, un cine, una biblioteca, una librería, un patio colonial, una plaza húmeda, mientras el mar salta sobre el muro centenario. Qué gusto entonces leerlo, saberlo cercano. Qué gusto repetir, medio en broma, medio en serio, en éstos, sus idus: «¿Cómo está el escritor más vivo de Cuba?». Los idus de Arrufat 23 encuentro homenaje a antón arrufat24 encuentro homenaje a antón arrufat U n premio literario puede abrir las puertas de una editorial, estimular los elogios de algún crítico y tam- bién, paradójicamente, dejar a un escritor en el más absolu- to aislamiento. Sentí alegría al saber que Antón Arrufat fue distinguido con el Premio Alejo Carpentier en la IX Feria Internacional del Libro, celebrada en Cuba a mediados de febrero del 2000; pero también percibí la posibilidad de que su imagen desapareciese otra vez de la Isla de las letras. No es paranoia, es que Arrufat después de obtener un reco- nocimiento importante en 1968 no volvió a deleitar a los lectores por un espacio de más de tres lustros. El galardón de La Habana, dotado de cinco mil dóla- res, fue entregado a su novela La noche del aguafiestas, pero Arrufat consideró que el trofeo era un reconocimiento a su obra completa, quizás mirando el largo camino recorri- do desde la revista Ciclón , en 1955; su antología Nuevos cuentistas cubanos , en 1961; los poemarios En claro , Repaso final y Escrito en las puertas en 1962, 1964 y 1968, respectiva- mente; el libro de cuentos Mi antagonista y otras observacio- nes, en 1963; las piezas dramáticas recogidas en Teatro, en 1963, Todos los domingos, en 1965 y Los siete contra Tebas, Pre- mio uneacde Teatro, en 1968. La carrera literaria de Arrufat se congeló ese mismo año luego del artículo que apareció en Verde Olivo , revista de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, el 17 de noviem- bre de 1968 bajo el título de «Antón se va a la guerra» (seud. Leopoldo Ávila). En él se acusaba al autor de Los siete contra Tebasde criticar a la dirección del gobierno revolucionario. Desde entonces hasta mediados de los años ochenta el nombre del escritor no apareció más en la solapa de un libro. La repudia a Los siete contra Tebas empezó cuando aún la obra no se había escrito. La fecha se remonta al verano de 1961. Miembros del Partido Socialista Popular encabe- zados por Edith García Buchaca citaron a reunión a la Jorge Luis Llópiz Otro premio para Antón Arrufat Otro premio para Antón Arrufat junta directiva del suplemento literario Lunes de Revolución, integrada por Car- los Franqui, Guillermo Cabrera Infante, Pablo Armando Fernández y Heber- to Padilla. El encuentro no fue amistoso; más bien, los de la directiva fueron acusados de crear la división, pues supuestamente se mostraban como unos nostálgicos de la cultura burguesa. Esta acusación, junto a la censura del documental PMpor no reflejar las circunstancias revolucionarias, dio pie para que Fidel Castro pronunciara las Palabras a los intelectualesen la Biblioteca Nacional. Según el mandatario, cada escritor podía hablar de su tema predi- lecto y expresarlo en la forma que deseara, pero el Gobierno también tendría el derecho de medir cada creación artística bajo el prisma revolucionario; es decir, que se opondría a las críticas dirigidas a la Revolución. Algunos escritores creyeron en la libertad de creación y expresión que divulgaba el gobernante y concibieron obras críticas que fueron severamente fustigadas como Fuera del juegode Padilla, Condenados de Condadode Norberto Fuentes, Los pasos en la hierbade Eduardo Heras León, Los siete contra Tebas... Arrufat fue silenciado hasta que se le permitió publicar la novela La caja está cerrada,en 1984, luego el poemario La huella en la arena, en 1986, la pieza de teatro La tierra permanente , en 1987, las prosas narrativas Las pequeñas cosas y el libro de cuentos ¿Qué harás después de mí? , en 1988, entre otros. Recientemente, en el 2000, es reconocida su labor como narrador que comenzó con los cuentos «La vidriera» y «El fantoche» en la revista Ciclón, en 1957. Ambas narraciones, publicadas cuando el escritor tenía apenas 22 años, reflejaban ya una obsesión: la de la existencia de fuerzas externas al hombre en las que éste se ve envuelto y sin salida. El decorador en La vidrie- ra cae en una ratonera de cristal muriendo a la vista de todos sin que nadie le tendiese una mano, y el bailador en El fantoche se convierte en un pelele que danzará todas las noches al ritmo de manos desconocidas. Cada uno de estos personajes se ve atrapado en circunstancias angustiosas de las que no puede escapar. Esa predilección por lo inevitable reaparecerá en 1961 en los cuentos «El viejo» y, especialmente, en «Mi antagonista». El primero publicado en su anto- logía Nuevos cuentistas cubanos y el otro en Mi antagonista y otras observaciones . Antes de hablar de los dos cuentos más importantes de Arrufat, vale señalar que la colección ¿Qué harás después de mí? tiene sólo una narración no publica- da anteriormente, la que le da título al libro. Las restantes provienen de Mi antagonista y otras observaciones, salvo «El descubrimiento», extraído de la com- pilación Narrativa cubana de la Revoluciónde J. M. Caballero Bonald editada en 1968. Es curioso observar cómo tres de ellas sufrieron variaciones: El viejoapa- rece como La importancia del correo, El viajecomo La playa me esperay Mi antago- nista como Mi antagonista y otras observaciones . Este último, además, aceptó aña- didos nada favorables y los dos primeros admitieron títulos que depreciaban y vulgarizaban su significación. Habrá que preguntarle a Arrufat, algún día, qué lo impulsó a hacer esos cambios literarios. 25 encuentro homenaje a antón arrufat Jorge Luis Llópiz Mi antagonista y otras observacionesvio la luz en una época en que todavía quedaban en Cuba aires de renovación cultural. Las Palabras a los intelectuales habían sentado el precedente de la mano dura, pero faltaban los procedimien- tos que la pusieran en práctica. Claro está, éstos no se hicieron esperar, y apa- recieron con la prohibición de PM, la clausura del suplemento literarioLunes de Revolución, las becas y las misiones en el extranjero a intelectuales «conflicti- vos», el cierre de la editorial El Puente, las críticas negativas a los premios otor- gados por Casa de las Américas y la uneacy, finalmente, el caso Padilla. Padilla fue el chivo expiatorio, la gota que colmó la paciencia del Gobier- no. Si en 1961 había espacio aún para reuniones y discusiones, las cosas cam- biaron muy seriamente en 1968, cuando Padilla alabó la novela Tres tristes tigres del disidente Cabrera Infante, en detrimento de la novela Pasión de Urbi- nodel dirigente revolucionario Lisandro Otero. La cosa se puso más fea cuan- do le fue otorgado el Premio uneacde Poesía a su poemario Fuera del juego. Las desavenencias tuvieron ecos aún en el Primer Congreso de Educación y Cultura celebrado en 1971, donde la retórica del Gobierno fue mucho más clara: se habían acabado para siempre las medias tintas para los que criticaban a la Revolución y todo el peso del poder iba a caer (aunque ya estaba cayen- do) sobre ellos. La directiva revolucionaria estaba harta tanto del caso Padilla como de otros casos que no tuvieron la misma publicidad, como los de Virgi- lio Piñera, Reinaldo Arenas, José Lezama Lima, Calvert Casey, Antón Arrufat, Ana María Simo y muchos más. No obstante, la Revolución en sus inicios significó un cambio sustancial para los escritores. Nunca antes el intelectual gozó de tantas posibilidades para la edición de sus escritos como a partir de 1959. Por eso, no es de extrañar la cantidad de obras publicadas así como la diversidad de temas y estilos que se podían encontrar. Bajo este clima surge la primera antología de tipo genera- cional, Nuevos cuentistas cubanos , realizada por Antón Arrufat y Fausto Masó en 1961. Anteriormente se habían editado en Cuba cuatro antologías (la de Fede- rico Ibarzábal en 1937, la de Enma Pérez en 1945, la de José A. Portuondo en 1946 y la de Salvador Bueno en 1953), pero ninguna de ellas se atrevió a dar a conocer a tantos autores (Calvert Casey, César López, Ana María Simo, Luis Agüero, Rogelio Llopiz…) que tenían libros de cuentos inéditos. La publica- ción hablaba del espíritu renovador de aquella época, diferente al sentimiento normativo que empezó a perfilarse en otras antologías como, por ejemplo, Aquí once cubanos cuentan de José Rodríguez Feo en 1967. La selección de Arrufat y Masó comprendía cuentos escritos entre 1948 y 1958, en los que la crítica al pasado predominaba. Se lee en el prólogo: «Se trata de una generación (…) que vio la vida cubana en su gran corrupción y envilecimiento. Se trata de hombres descontentos, y sobre todo, desconfiados de cualquier solución dentro de los moldes tradicionales y mediatizados de la sociedad burguesa». Ellos encontraron la posibilidad de expresarse sin estar sujetos a un programa como el que ya se perfilaba en el prólogo a la compila- ción de Rodríguez Feo: «Hay muchos escritores revolucionarios que todavía no han tratado muchos de los temas de la Revolución que esperan por ellos». 26 encuentro homenaje a antón arrufat Otro premio para Antón Arrufat Rodríguez Feo explicaba la escasez de esos asuntos a causa de la necesidad del escritor por «liquidar el pasado», y se lamentaba, a su vez, de lo excesivo de esa tendencia que sólo se interesaba por la vida burguesa de antes de 1959 y no reflejaba la problemática de los nuevos tiempos. Por eso, en su antología predominó la selección de cuentos con los llamados temas revolucionarios. Pero el afán de criticar al pasado no se contradecía con los esfuerzos iniciales de la Revolución, así que la antología de Arrufat dio a conocer cuentos importantes como Carta de un juez, de Oscar Hurtado; Mi amigo, de Ezequiel Vieta; En el Potosí, de Calvert Casey; Créalo o no lo crea, de Edmundo Desnoes, El gato , de Frank Rivera y El viejo , de Antón Arrufat. El viejo es un cuento sorprendente. Un anciano, Florencio, decide acabar con su soledad mediante el correo. Su familia y amigos no le escriben, pero el anciano se las ingenia para que alguien se comunique con él: las compañías de anuncios comerciales. Así recibe todos los días propuestas y descuentos de compras. Florencio crea un espacio irreal: lo organiza, clasifica e intenta dominar. Se hace de una rutina y cuando ésta falla, aunque sea por una sema- na, el viejo muere. Aquí las circunstancias otra vez dominan al personaje, quien no puede escapar a la incomunicación de la familia ni a los setenta años que pesan sobre sus hombros. La narración alcanza visos alucinantes pues, a pesar de que se preocupa por describir minuciosamente las tareas del viejo en relación con el recibo de cartas, las respuestas a las mismas, las visitas del cartero, etc., poco a poco, a través de los ojos del personaje, se despega del suelo y comienza a hacerse tan irreal como la enajenación del anciano. El punto culminante es cuando el viejo escucha voces desde su lecho de muerte; sin embargo, el narrador no se enajena totalmente y anuncia que el cartero ha reanudado sus entregas. Así el autor expresa que Florencio no pudo vencer el abandono y la soledad. La enajenación también está presente en Mi antagonista , sin caer en la denuncia social. Arrufat deseaba escribir acerca del hombre y no acerca de un proyecto de hombre, como luego exigirá la política del Gobierno. Por eso Florencio en El viejoy Oliverio en Mi antagonistason personajes que trascien- den la época en que fueron escritos. Pudiera parecer, a primera vista, que sólo las circunstancias sociales dañan la existencia de Oliverio, pero hay algo más en su condición humana que lo lleva al fracaso. Lo social se ve reflejado en el desempleo y la penuria que aco- san a la familia. El padre no consigue vender las minas de manganeso a los inversionistas y la madre sostiene la casa con la mala paga de maestra. El hijo logra sobreponerse al desempleo consiguiendo un puesto de contador en una compañía americana en Isla de Pinos. Es decir, en comparación con el padre, Oliverio ha dado un paso de avance en medio de una situación insegura que le molestaba: «Vivía así, esperando encontrar un trabajo y esperando perder- lo. Era como vivir en el aire o en una cuerda floja». Oliverio, aunque se entre- gó al trabajo no encontró sosiego: deseaba conquistar la simpatía del jefe Mr. Murdock y escalar posición. Creyó obtenerla pero a la muerte del superior se percató de que el elegido era Gerardo, un joven recién llegado a la compañía. 27 encuentro homenaje a antón arrufatNext >