< Previouscon los años del fin de siglo, circunstancia cuya potente carga simbólica fue sin duda uno de los componentes fundamentales del montaje escénico con que se acompañó el traspaso de los poderes de manos españolas a norteamericanas. El próximo advenimiento del siglo xx se identificó entonces con la instauración de una «nueva era», marcada por dos aspiraciones en constante tensión: la modernización de las estructuras de la antigua colonia, frecuentemente tradu- cida en términos de la «americanización» institucional y cultural de la sociedad cubana, y el anhelo nacionalista de una república soberana e independiente. En esta rara coyuntura, la confusión y el vacío referencial provocado por la ausencia de imágenes identificatorias adecuadas era perceptible por doquier: Isaac Carrillo, un poeta y publicista de la época, sintetizó en un artículo escri- to para una conocida revista habanera los sentimientos de incertidumbre y desorientación que caracterizaron los tiempos: «La intervención americana a la que por una parte debemos numerosos beneficios ha creado, por otra parte, un orden de cosas tan anómalo que es fuente de constantes confusio- nes. Sabemos todo lo que queremos ser; pero ignoramos por completo lo que somos» 3 . Curiosamente, incluso en las páginas de una compilación de datos con máximas pretensiones de precisión y «objetividad» como lo fue el Censo de la Isla de Cuba, concebido, llevado a efecto y publicado por el Gobierno nortea- mericano, hay claras huellas de la indeterminación imperante en materia de etiquetas de identificación. En la tabla donde se refleja la composición de la población de la Isla según la «ciudadanía» y el grado de instrucción alegados por sus habitantes, los diseñadores del censo se vieron obligados a incluir, junto a los acápites de ciudadanos «cubanos», «españoles» y «extranjeros», una extraña clasificación: la de «ciudadanos en suspenso», para reflejar el hecho de que un 11% de la población de origen español no había decidido aun a esa altura a cual ciudadanía acogerse 4 . De este modo, los clásicos conflictos de identidad referidos por Clifford Geertz en sus textos sobre el traumático tránsito a la sociedad postcolonial en los «nuevos estados» 5 se vivieron en la Cuba de entre siglos con singular inten- sidad y dramatismo. Los antiguos sujetos coloniales, lejos de transformarse de forma expedita de «súbditos de la metrópoli» a «ciudadanos del estado nacio- nal», quedaron atrapados en un estado de cosas confuso en el cual, deshechos los antiguos lazos de pertenencia y bajo los dictados de un poder militar forá- neo que frustraba las aspiraciones a la independencia, la autoidentificación se hacía sumamente problemática. Los testigos de la época asistían así a la desin- tegración del universo simbólico de la sociedad colonial provocado por la guerra y agudizado por el cambio de dominación. El álgido cuestionamiento 18 Marial Iglesias encuentro en proceso 3 Isaac Carrillo y O’Farrill: «El 24 de febrero», Cuba y América, Vol. II, núm. 545, marzo, 1899, p. 6. 4 Véase: Informe sobre el censo de Cuba, 1899, Washington D.C., Government Printing Office, 1899, p.107, p. 102. 5 Clifford Geertz: «El destino del nacionalismo en los nuevos estados», en: La interpretación de las culturas, Gedisa, Madrid, 1992, pp. 203-218.de una serie de hábitos seculares junto a la desaparición de las viejas solidari- dades y etiquetas sociales se tradujo en una crisis de identificación que provo- có una búsqueda, por momentos tremendamente angustiosa, de nuevas defi- niciones ideológicas, de un marco simbólico renovado que permitiese «poner orden» en el caos de representaciones e imágenes en conflicto. Arreglar cuentas con el pasado colonial, «extirparlo» de la memoria, «borrándolo» incluso físicamente de las paredes, plazas y calles, fue entonces una suerte de paliativo para mitigar la incertidumbre de las definiciones. Si bien aun no somos ciudadanos plenos del nuevo estado nacional —se razonaba— al menos ya no seremos súbditos de la vieja colonia. La crisis de identidades aludi- da no estuvo solo asociada a la ruptura simbólica con el pasado colonial espa- ñol, sino también con las maneras divergentes de representar el futuro de la nación y definir sus contornos. Modernidad e independencia, las aspiraciones básicas alrededor de las cuales se habían estructurado los proyectos separatistas durante el siglo xixse redefinieron de forma diversa en la nueva coyuntura política finisecular. Con frecuencia en la época, ambas metas se interpelaban como valores de signo opuesto, en tanto, como se ha dicho, una parte importan- te de las imágenes con las que se representaba la noción de «modernidad» pro- venían del paradigma norteamericano, presencia cuya intervención en los asun- tos cubanos era percibida al propio tiempo como una amenaza latente para la independencia del país y para la preservación de su identidad cultural. La «ruptura» con el pasado hispano, la modernización «a la americana» y las aspiraciones nacionalistas se tradujeron en diferentes inscripciones simbó- licas, encarnaron de manera diversa en los diferentes espacios de la vida pública. Los conflictos en torno a la exhibición de banderas, la sustitución de los sellos, escudos y blasones representativos del antiguo poder colonial, las estatuas depuestas de sus pedestales o las locaciones transformadas en iconos o expresiones emblemáticas del signo de los «nuevos tiempos», son una exce- lente fuente para el estudio de estas «guerras» de símbolos y representaciones que sucedieron a la terminación de la guerra «real» en 1898. el desmantelamiento de los emblemas de la colonia En los días finales de 1898 comenzó por toda la Isla el desmantelamiento febril de los signos más visibles de la presencia de la antigua metrópoli. Las banderas españolas se retiraron de los edificios públicos y en menos de un mes solo se las podía hallar, según Emilio Nuñez, «ocultas en el cajón del mos- trador» (en clara alusión a la mayoritaria filiación española de los comercian- tes) o «flotando en los barcos que repatrían al colosal ejército que en esta tie- rra encontrara la deshonra y la derrota» 6 . En su lugar comenzaron a ondear 19 Pedestales vacíos encuentro en proceso 6 Emilio Nuñez: «El pasado y el presente», El Fígaro, Número álbum consagrado a la Revolución Cuba- na, 1895-1898 , núm. 5, 6, 7 y 8, febrero de 1899, p. 79. La última bandera española que ondeó en una edificación oficial en Cuba, tras el armisticio, fue arriada el 3 de enero de 1899 del edificio de la Comandancia Militar de Cienfuegos. Con el gesto, según constata entristecido Arturo Alsina Netto, oficial español presente en la ceremonia, se señalaba «el término definitivo de nuestraen lo alto de los edificios oficiales los pabellones norteamericanos, al tiempo que la bandera cubana se exhibía por doquier, en casas privadas e institucio- nes «no gubernamentales», como las sedes de los clubes patrióticos, los gre- mios, las sociedades de instrucción y recreo, o los locales de los centros de veteranos por la independencia. Meses más tarde, debido a incidentes en los que algunos exaltados intenta- ron hacer arriar la bandera de España de edificios pertenecientes a asociacio- nes privadas como el Centro de Dependientes en La Habana y el Casino Espa- ñol en Puerto Príncipe, el alcalde de La Habana promulgó un bando según el cual quedó prohibido izar o portar la bandera española en el exterior de cual- quier edificio o en lugares públicos, con la sola excepción del inmueble del consulado de España en la capital 7 . Los escudos y divisas alusivos a la monarquía española desaparecieron también de monogramas y fachadas de edificios oficiales. Algunos cambiaron de función y locación para convertirse en trofeos o souvenires en manos de oficiales y soldados norteamericanos. Los avatares del escudo de armas que adornó por décadas la entrada del Palacio del Gobernador de la ciudad de Santiago de Cuba son una buena muestra de este tipo de trasmutaciones. El escudo, símbolo del poderío metropolitano español, fue retirado del frente de la sede del Gobierno a los pocos días de iniciada la ocupación norteame- ricana y enviado a la capital de la Isla en calidad de trofeo de guerra. Cuatro años más tarde, en julio de 1902, ya establecida la república cubana, el escu- do regresó nuevamente a la ciudad de Santiago, trocado de souvenir a pieza de museo y exhibido en las salas del Museo Bacardí como reliquia de los «tiempos coloniales» 8 . Los sellos y el papel timbrado con los emblemas del poder colonial usados en los trámites oficiales dejaron de tener validez con el traspaso de la sobera- nía a manos norteamericanas. Sin embargo, algunos documentos, fechados en 1899 y conservados en el anc, aun llevan la huella de una curiosa mutila- ción: en el sitio de la hoja timbrada donde antes se encontraba el escudo de España se exhibe ahora un agujero. El hueco horadado en la hoja en el lugar 20 Marial Iglesias encuentro en proceso ocupación del último palmo de terreno americano». Desde la borda del vapor Cataluña, que repatriaba a los soldados de los últimos batallones del ejército español, se avistaba el pabellón yankee izado en la comandancia del puerto, a la par que «multitud de banderas con la estrella solitaria» que ondeaban en los edificios del caserío. Mientras tanto, la enseña española «se encon- traba avergonzada en la maleta de uno de los repatriados». La suerte del «tafetán repatriado», conservado como preciada reliquia por Alsina, cambió en 1906 al ser donado por su dueño al Museo de Artillería de Madrid, donde fue expuesto junto a la bandera llevada por Hernán Cortés a México en 1518, en una conjunción que simbolizaba «las dos épocas que marcaron el inicio y el final de la dominación hispana en América». Ver: Arturo Alsina Neto: Última bandera que cobijó al soldado español en América, Imprenta del Patronato de Huérfanos de la Administración Militar, Madrid, 1908, pp. 25-26, p. 52. 7 Alejandro García y Consuelo Naranjo: «Cubanos y españoles después del 98», Revista de Indias, vol. LVIII, num. 212, enero-abril 1898, pp. 112-113. 8 Carta de Leonard Wood a Emilio Bacardí, 4 de julio de 1902, Archivo Provincial de Santiago de Cuba, fondo Bacardí, correspondencia, leg. 4, exp. 12.del escudo no solo permitía continuar utilizando el papel timbrado ya exis- tente desde el año anterior en oficinas, juzgados y otras corporaciones estata- les, sino que a la vez remarcaba, con la eliminación del cuño colonial, el fin de la dependencia institucional de la vieja metrópoli. Sin duda alguna, el espacio vacío en el lugar del emblema oficial nos remite al estado de indeter- minación institucional traducido en incertidumbre ideológica que, como se ha visto, se palpaba por doquier en la época. Los ayuntamientos, en manos de nuevas autoridades municipales, nombra- das a veces por los funcionarios norteamericanos y a veces por las autoridades mambisas, contribuyeron notablemente a este febril proceso de recambio sim- bólico. En Placetas, por ejemplo, por resolución del consistorio local, fechada el 26 de octubre de 1898, se eliminó el emblema español del escudo munici- pal, de modo que su centro quedó vacío durante varios meses. Finalmente, en abril de 1899, se hizo oficial un nuevo cuño que ostentaba en su centro, en lugar del emblema español, el escudo cubano 9 . En otra pequeña localidad, esta vez en la región de Matanzas, los conceja- les determinaron que después de efectuada la ceremonia del cambio de sobe- ranía, las tropas españolas al retirarse del poblado no solo se llevasen consigo la bandera metropolitana, recién arriada del edificio del ayuntamiento, sino también el escudo de armas y los retratos de Alfonso XII y su real consorte, que hasta días antes habían adornado las paredes del salón del consistorio local, a fin de que «ningún simbolismo colonial continuase en el edificio bási- co de la comunidad» 10 . Otras veces las iniciativas surgían espontáneamente de la gente de pueblo. En Colón, un grupo de patriotas enardecidos intentó saldar cuentas con la memoria de la colonización hispana derribando el monumento del insigne «descubridor» de América, situado en la plaza central del poblado. La solidez de la edificación frustró los propósitos «patrióticos»; por más esfuerzos que se hicieron la estatua de Cristóbal Colón no pudo ser movida de su pedestal. Empero, los cuatro leones que la rodeaban corrieron peor suerte. Estigmati- zados como emblemas de la monarquía española, los leones fueron violenta- mente «depuestos» de sus sitiales y relegados a un oscuro rincón de la casa consistorial. Un tiempo más tarde, una relectura en términos conciliatorios de su significado simbólico justificó su reposición en la base del monumento: se entendió que los leones «podían convivir con los cubanos libres, porque no eran el símbolo de la esclavitud, sino del valor y la fuerza, cualidades que eran tan privativas del cubano como del español…» 11 . 21 Pedestales vacíos encuentro en proceso 9 «Extractos y noticias de las actas del Ayuntamiento» en: José A. Martínez-Fortún:Monografías his- tóricas de Placetas, 1944, p. 105. 10 Francisco J. Ponce y Domínguez: Matanzas. Biografía de una provincia, Academia de la Historia de Cuba, Imprenta El Siglo XX, La Habana, 1959, p. 259. 11 Pelayo Villanueva: Colón. Hechos, personas y cosas de este pueblo que no deben ser olvidados al escribirse su historia, Colón, Imprenta Paltenghi, 1934, p. 57.Los emblemas de Castilla no solo desaparecieron del frente de los inmue- bles, de las plazas públicas o de los marbetes del papel empleado en los trámi- tes oficiales. Antonio González Lanuza nos cuenta de las sorprendentes susti- tuciones que tuvieron lugar en las ilustraciones con que algunos comerciantes anunciaban sus productos o encabezaban sus cartas: En aquellos días se verificaron en títulos y etiquetas de tiendas transformacio- nes sorprendentes. Conocía yo a un señor, catalán, (...) dueño de un estableci- miento, entonces muy acreditado, que escribía sus cartas comerciales en papel encabezado con una viñeta con el nombre de su casa y detalles de su situación, dirección cablegráfica, giro al que estaba dedicada, etc. En la viñeta, a la izquierda había un medallón en cuyo centro aparecía el general Prim en Casti- llejos (ya he advertido que el dueño del establecimiento era catalán). ¡Pues bien, a partir del 1 de enero, el general Prim desapareció de la viñeta! Ella, la nueva, continuó igual a la anterior en todo, salvo en esto: el ilustre caudillo de la «guerra de África», figura que no podía ser antipática para los cubanos, ¡Había sido sustituida, en el mismo medallón, por la imagen de la Estatua de la Libertad que en Nueva York se yergue sobre el islote de Bedloe! 12 cuarteles convertidos en escuelas Algunos de los antiguos fuertes y cuarteles del ejército español se demolieron, mientras otros se remodelaron para ser utilizados en usos civiles. Muchos pue- blos y ciudades hacia 1896 habían sido rodeados de alambradas que impedían la libre entrada y salida de la localidad y facilitaban el control del movimiento a las tropas y guarniciones españolas. Alrededor de la ciudad de Santa Clara, «a cada pequeña distancia —se narra en una memoria— había fuertes y guar- dias, y para salir solo podía hacerse por las puertas vigiladas y muy bien asegu- radas que construían las fuerzas españolas. Así pues, aquellas eran verdaderas ciudades-corrales o ciudades cárceles». No es de extrañar entonces que una de las primeras medidas «libertarias» tomadas por los ayuntamientos locales, una vez terminada la soberanía de España, consistiera en arrancar las odiosas alambradas que habían convertido las ciudades en prisiones y demoler los fuertes improvisados en las afueras de las localidades 13 . Uno de los casos más representativos de la transmutación de los espacios físicos con propósitos simbólicos ocurrida en la época es la conversión de cuarteles u otras edificaciones militares en escuelas, episodio que se repetiría durante el proceso revolucionario de 1959, más de medio siglo después. En La Habana, el edificio de un antiguo hospital militar fue readaptado y convertido 22 Marial Iglesias encuentro en proceso 12 José Antonio González Lanuza: «Rótulos trascendentales», El Fígaro, num.18, 3 de mayo, 1903, pp. 210-211. 13 Ver: Silvia Lubián: El Club revolucionario Juan Bruno Zayas , Dirección de publicaciones de la Uni- versidad Central de Las Villas, Santa Clara, 1961, p. 32, y José A. Martínez Fortún: Anales y efeméri- des de San Juan de los Remedios y su jurisdicción, Tomo V (1899-1919), La Habana, Imprenta Pérez Sierra y Comp., pp. 18, 21, 24.en escuela modelo, y un cuartel de artillería (la antigua Pirotecnia Militar), al que más tarde se añadieron los terrenos y edificaciones de la Quinta de los Gobernadores (conocida hasta hoy como Quinta de los Molinos), sirvió de núcleo inicial del futuro campus de la Universidad Nacional. Así mismo, la Escuela de Medicina de la ex «Real y Pontificia» Universidad fue trasladada al antiguo cuartel de la Guardia Civil. Numerosas instalaciones militares en Pinar del Río, Güines, Cárdenas, Cienfuegos, Colón, Santa Clara, San Juan de las Yeras, Trinidad, Ciego de Ávila, Puerto Príncipe, Sagua la Grande, San Luis, Santiago de Cuba, Nueva Gerona y otras poblaciones de la Isla fueron habilitadas como escuelas primarias 14 . Además de responder a la demanda de edificaciones escolares generada por el masivo proyecto de reestructuración de la escuela pública auspiciado por el gobierno militar norteamericano 15 , la transformación de cuarteles en escuelas cumplía el propósito simbólico de resaltar las diferencias entre la colonización hispana, estigmatizada por el «despotismo y la ignorancia» inscritos en los muros opresivos de sus fuertes militares y un nuevo régimen de supuestas «libertades y virtudes civilizadoras» inaugurado bajo la égida de la dominación americana, y representado por la proliferación, en lugar de cuarteles y solda- dos, de aulas y maestros. El espectáculo de la reconversión de instalaciones militares en escuelas primarias, donde bandadas de niños y niñas sustituyeron a los batallones de soldados, marcó la memoria de los contemporáneos: «Aún recuerdo —rememora un testigo— con cuánta alegría contemplamos en aque- llos días los movimientos de la tropa de maestros, armada de libros, que sustitu- yó como por encanto a la tropa armada de utensilios de muerte (...) Y fue el primero y acaso el más radical de los rompimientos de la colonia emancipada con las costumbres, los hábitos y las tendencias de nuestra metrópoli» 16 . 23 Pedestales vacíos encuentro en proceso 14 Sobre la significación simbólica del traslado de la Universidad, de su sede en la parte vieja de La Habana al edificio de la antigua pirotecnia militar en las afueras de la ciudad, se consigna en la Memoria Anuario correspondiente al curso 1900-1901: «(...) el edificio, que durante tantos años estuvo dedicado a preparar y construir elementos de destrucción y de muerte, habrá alcan- zado, por extraños contrastes del destino, hermosa y digna reivindicación; dando albergue deco- roso y apropiado, a la más alta institución oficial docente del Estado Cubano, dedicada a elaborar en su seno los más valiosos elementos de nuestro progreso, de nuestra cultura y de nuestra civili- zación». Nótese el contraste entre los «elementos de destrucción y muerte» atribuidos al antiguo régimen y la «cultura» el «progreso» y la «civilización» como distintivos de la nueva era. Ver: Uni- versidad de La Habana, Memoria Anuario correspondiente al curso académico de 1900 a 1901, Habana, Imprenta de M. Ruiz y comp., p. 17. Sobre los cuarteles convertidos en escuelas primarias ver Arturo Montori: «La educación. Fragmentos de una reseña histórico-crítica» en: El Libro de Cuba, Obra de propaganda nacional, La Habana, República de Cuba, 1925, p. 540, y Carlos Venegas: «La Arquitectura de la Intervención (1989-1902)», artículo inédito presentado en el Taller de Cienfuegos, 5-7 marzo de 1998, p. 10. 15 Para un estudio del proyecto escolar auspiciado por el gobierno militar norteamericano véase: Pérez, Louis: «El diseño imperial: política y pedagogía en el período de la ocupación de Cuba, 1899-1902», Estudios Cubanos. Vol. 12, núm. 2, julio de 1982. 16 Manuel Márquez Sterling: «El problema de la educación», Cuba Pedagógica, Año I, núm. 2, 15 noviembre de 1903, p. 66.Otras edificaciones militares corrieron diferente suerte. El imponente edi- ficio del Cuartel de la Real Fuerza, que desde el siglo xvi protegía la entrada de la bahía habanera, después de haber dado albergue por unos cortos meses a las tropas norteamericanas que sustituyeron a las españolas, fue convertido en sede del Archivo General de la Isla, así como también de la biblioteca pública que más tarde se convertiría en la Biblioteca Nacional. El local se rea- condicionó para cumplir con sus nuevas funciones civiles. Entre otros cam- bios, las vetustas letrinas del castillo colonial se sustituyeron por modernos water-closetscon inodoros y lavamanos importados de Norteamérica 17 . Los restos aislados de otro de los grandes bastiones simbólicos de la colo- nia, las murallas de la capital, se demolieron como parte del proyecto de sane- amiento y urbanización del litoral habanero. Calificados en la prensa como «verrugas» que afeaban el cuerpo de la ciudad, los vetustos remanentes de la muralla fueron sometidos a una «operación quirúrgica»: los muros se derriba- ron, la tierra se aplanó, conservándose solo pequeños fragmentos con los que, a decir del destacado historiador de la arquitectura Carlos Venegas, «el legado hispano se transformaba en ruina poética, y se sumergía en el ambien- te cotidiano de los parques y paseos» 18 . Pese al alcance de estas transformaciones espaciales con las que la ruptura con la colonia se hacía pública, no todas las sedes del gobierno colonial se desalojaron o remodelaron, con el propósito de reemplazar su significado simbólico con nuevas lecturas. Los norteamericanos, al heredar de España el aparato estatal, se hicieron también de los sitios o edificaciones, que habían sido durante decenas de años el locus privilegiado del poder metropolitano. No obstante al énfasis en el carácter diferente, «moderno» o «civilizado» de la nueva dominación, durante el período de la ocupación norteamericana, luga- res como el antiguo Palacio de los Capitanes Generales conservaron su rele- vancia simbólica como los sitios por excelencia desde donde el poder «emana». Al resaltar la continuidad con el legado simbólico del poderío espa- ñol se buscaba en este caso subrayar la centralidad y fortaleza de la autoridad imperial, ahora en manos de los nuevos ocupantes extranjeros. la urbanización «a la americana» en los espacios de la capital En la capital de la Isla, sede del gobierno de ocupación militar, la presencia norteamericana se tradujo en una expansión constructiva que incluyó grandes obras como la del hoy Malecón a secas, nombrado en la época pretenciosamente como «Avenida del Golfo», o la construcción de nuevos edificios como el de la Academia de Ciencias o la Escuela de Artes y Oficios en la ciudad de La Habana. Numerosos lugares públicos cambiaron de aspecto, al tiempo que se 24 Marial Iglesias encuentro en proceso 17 Ver: anc, fondo Secretaría de Gobernación, «Expediente sobre reparación en el Archivo Gene- ral de la Isla», exp. 681, leg. 95, año 1901, y exp. 728, leg. 96, año 1901. 18 Carlos Venegas: op. cit.p. 8. Véase también Eduardo Sánchez de Fuentes: Cuba monumentaria estatuaria y epigráfica, La Habana, Impr. Solana, 1916, t. I, p. 381.transformaban también en íconos o emblemas en los que la ideología del pro- greso proclamada como parte de la «misión civilizadora» de los interventores tomó cuerpo, haciéndose visible. La «higiene» y la «democracia», elementos de primer orden de ese credo modernizador encarnan en esos nuevos espa- cios que se definen como «limpios», «abiertos» y «públicos»: al acceso de todos, hombres y mujeres, pobres y ricos. La remodelación de calles y parques como parte del proyecto urbanizador promovido por el gobierno de ocupación, no solo cumple el propósito de mejorar el ornato o facilitar el tráfico de carruajes y peatones. Ramón Meza, literato devenido en cronista de las transformaciones arquitectónicas durante el período interventor, atribuye a los cambios urbanísticos una relevante importancia «cívica». En su opinión, la existencia de avenidas más amplias y espacios al aire libre estimula sobre todo «el movimiento y ejercicio de los ciu- dadanos», cuyo carácter, en virtud de esta sana gimnasia, «se torna franco, decidido, activo y diligente, cuando tiene amplio espacio por donde andar, aire libre, abundante y puro conque nutrir sus pulmones y oxigenar sus san- gre» 19 . De acuerdo a este autor, La Habana colonial, construida acorde al patrón «estrecho» y «asfixiante» de las ciudades europeas del medioevo, nece- sita con urgencia, si quiere que se le tenga por población moderna a semejan- za de las urbes norteamericanas, de anchas avenidas, grandes parques arbola- dos y jardines públicos. Lugares abiertos donde los ex-súbditos puedan adiestrarse en el ejercicio de la ciudadanía mediante el simple recurso de con- currir, preferiblemente a pie (o en bicicleta), a respirar a pleno pulmón aire puro en los nuevos espacios «descolonizados» 20 . Prototipo de esta suerte de cambios lo fueron las transformaciones ocurri- das en el área de la ensenada de la Punta, antigua batería militar convertida, en los últimos años de la colonia en basurero. El lugar, lleno de piedras, maderos e inmundicias, antes frecuentado de día sólo por obreros o humildes emigrantes que acudían a despedir los correos que tres veces al mes partían para España, y de noche por maleantes, amparados por la oscuridad y desola- ción del sitio; fue convertido, según un observador, en «un hermoso y esplén- dido paseo, con una terraza donde se domina la entrada del puerto, el castillo del Morro y el horizonte azul de las aguas». «Como por encanto —asevera el testimoniante— los americanos transformaron el paisaje, trayendo la civiliza- ción a aquel paraje apartado y oscuro». Así, la marginalidad del espacio cedió ante el «impulso civilizador» y el antes sombrío basurero se trocó en céntrico sitio de moda, profusamente iluminado con farolas eléctricas, donde concu- rrían al atardecer los habaneros de todas las clases sociales 21 . Al Malecón, epítome de la modernidad en términos urbanísticos, acudían, a tono con el espíritu «higiénico» y «democrático» proclamado en los tiempos, 25 Pedestales vacíos encuentro en proceso 19 Ramón Meza: «Parques públicos», Cuba y América, febrero de 1902, núm. 109, p. 313. 20 Op. cit ., p. 315. 21 Héctor de Saavedra, «La Terraza», Cuba y América, mayo de 1901, núm. 100, pp. 3-6.lo mismo las damas que pasean «a pie por la ancha acera» que grupos de tra- bajadores o proletarios buscando «distraer su espíritu cansado de la miseria y el trabajo» 22 . Los orgullosos dueños de flamantes automóviles usaban la recién estrenada avenida de pista de carrera para lucir sus máquinas, mientras que la afluencia de niños y señoritas que acudían al parque de la Punta «a practicar el sportde la bicicleta» era tal, que el alcalde municipal se vio obliga- do a decretar la prohibición de la circulación de carruajes en las calles aleda- ñas, de 4 a 11 p.m., a fin de evitar accidentes 23 . Ya casi al finalizar la intervención, en el encuentro entre el Paseo del Prado y el Malecón se terminó de construir una glorieta para los conciertos vesperti- nos de la banda municipal. Alrededor de la glorieta, «un elegante y propor- cionado templo clásico» diseñado por el arquitecto francés radicado en ee.uu.Charles Brun, se daban cita cada tarde los habaneros para disfrutar de las retretas, fieles a una costumbre que databa de los tiempos coloniales. Solo que ahora, para marcar la diferencia, la banda municipal iniciaba sus concier- tos con las notas marciales del Himno de Bayamo, que más tarde sería converti- do oficialmente en el Himno Nacional 24 . A pocos metros del lugar, como parte de las mismas obras constructivas en el litoral, los restos un farallón, remanente de las antiguas murallas de la ciudad, se demolieron. A iniciativa de una comisión de patriotas comandada por Fermín Valdés Domínguez se solicitó a las autoridades norteamericanas que fuese conservado un fragmento de pared. Contra ese paredón —según se atestiguó— fueron fusilados el 27 de noviembre de 1871 un grupo de estudiantes de medicina acusados injustamente de profanar el sepulcro de Gonzalo Castañón, periodista español convertido, a inicios de la guerra del 68, en mártir de la causa integrista. El muro fue preservado, cercado y mar- cado con una tarja recordatoria del crimen 25 . De esta manera, la intención de preservar y consagrar la memoria patriótica se aunaba a la impronta «modernizadora» del proyecto de urbanización norteamericano, al integrar al entorno un monumento que añadía una nota nacionalista a la remodela- ción del lugar. El auge constructivo se extendió también al ámbito de las viviendas priva- das, donde se hicieron cada vez más notorios los contrastes entre las nuevas edi- ficaciones y la vieja Habana colonial. A inicios de siglo, la antes exclusiva barria- da residencial del Cerro, afectada por la «invasión vulgar que las necesidades del comercio, del tráfico, y de la expansión de la ciudad le hanimpuesto» 26 , 26 Marial Iglesias encuentro en proceso 22 Ibíd., p. 6. 23 Decreto del Alcalde Municipal Perfecto Lacoste del 30 de septiembre de 1899. Colección legisla- tiva, TII, p. LXX (apéndice). 24 Carlos Venegas, Op. cit., pp. 14-15. 25 Eduardo Sánchez de Fuentes: Cuba monumentaria estatuaria y epigráfica, La Habana, Impr. Sola- na, 1916, t. I, p. 381. 26 Ramón Meza: «El Cerro», Cuba y América, junio de 1902, num. 13, p. 95.languidece con sus casas enormes de columnas clásicas, sus jardines descui- dados de fuentes y leones soñolientos, sus vastas galerías y portales, sus celo- sías, medios puntos y rejas de complicados arabescos. Como una suerte de metáfora de la sociedad colonial el barrio se desmorona lentamente. Ramón Meza, en uno de sus artículos sobre urbanismo comentaba a inicios de 1902: «No hace mucho en aquellas amplias salas, aposentos, galerías, glorietas, terra- zas y jardines, gozaban de los favores de la fortuna numerosas familias cubanas; en aquellas espaciosas mansiones era frecuente ver representadas las generacio- nes, desde el abuelo hasta el biznieto, agrupados en mesas prolongadas donde el aroma del café, servido en grandes bandejas de plata por criollos color de ébano, dominaba en las gratas conversaciones de sobremesa los hálitos de los jardines» 27 . La clase criolla patriarcal a la que Meza alude, arruinada por las vicisitudes de la guerra y la competencia norteamericana o ahuyentada por la progresiva proletarización de la barriada, se marcha, dejando desocupadas las mansiones señoriales y abierto el paso a nuevos habitantes, que construyen de diferente manera: «Las construcciones de madera, (...) los muros y las paredes de ladrillo sin repello, (...) las cercas de alambre, más ligeras y aéreas, sustituyendo a las de pesadas lanzas de hierro u otras de aspecto amenazador y formidable, el cés- ped cortado a modo de alfombra en vez del arriate relleno de tierra, marcan a las claras la influencia del gusto y de las reglas que presiden a las construc- ciones norteamericanas. El amplio portal de madera y las vidrieras de las ven- tanas en vez de las celosías y barandajes de hierro, los pisos de madera de pino acepillada y lustrosa y las paredes pintadas al óleo en vez de los suelos de mármol de cuadros blancos y negros, y los azulejos de las cenefas, a la par que lo ligero y airoso de la construcción, denotan otro estilo. Están menos defendidas; sus cercas son más humanas, aunque no llegan al ideal de verse sustituidas por la línea de césped y acera que señala el límite de la propiedad particular y agena (sic.) al lado de la vía pública, no son tan agresivas como las de Jesús de Monte, con sus cactus y caballetes coronados de vidrios de botellas. Acusan una época posterior o un medio ambiente de más avanzada cultura social» 28 . A medio camino entre la admiración por este modelo constructivo más abierto y «democrático» de influencias norteamericanas y la añoranza por las exclusivas tradiciones señoriales de la colonia, en vías de extinción, Meza 27 Pedestales vacíos encuentro en proceso 27 Ibíd., p. 96. 28 Ibíd., p. 94.Next >