< Previous(Un mal poema es ese momento en que la exaltación deja de ser un parto natural y simbólico.) Vaguedad de los días de otoño sobre el mantel cotidiano. Cáscara vacía, apenas rota. Ni siquiera es importante ya que el día sea blanco, gris, cuadriculado frente a la pared o indiferente sobre el nailon que antes fuera completamente azul. Haré que flote. Vaciaré el cuenco con manzanas deshidratadas de Pinar del Río —el lote de sobrevivir— y lo exprimiré hasta lo imposible. Poemas inéditos 18 encuentro homenaje a reina maría rodríguez19 Ámbar para Osvaldo Pulso de cuadradas piedras que se caen. Por cada una se desprende el valor de nuestra amistad. Cuadrada ciudad como cuentas de muchos colores: cuadrilátero infernal de cerro en cerro desordenado para llegar hasta ti. ¿Cómo cuento estas cuentas tan dispersas? El vendedor las pesó con pasión engañándote. Despilfarro de cuentas ámbar contra el tiempo que duró nuestro encuentro. El resultado de conversar sin aire en la colina genera una inquietud de contemplar tu mano (ancha y cortante contra el filo del vaso de cerveza). ¿Qué ha quedado de nosotros? ¿La vanidad de mover las piedras en el aire insatisfecho y sin ilusión? ¿Hojuelas de maíz tierno contaminadas por el vapor del distrito, ya quemadas? ¿Carne cruda de Japón, carne hambrienta que estremece y entumece la doblez de mi lengua? Pruebo helado de té verde, «como masticar un jade» —dices, paralizando mi risa nerviosa al remover con la cucharita de plata el temblor de la tierra, ese temblor de mi boca que recibe de tu mano la joya invisible, la promesa sostenida que me das a probar con la hilaridad de un pasado vencido por el presente otra vez. «El fue mi juventud» —repito y la cuchara suena. Un broche de plata en la muñeca para cerrar un pacto con el esfuerzo carbonizado de querer. Poemas inéditos encuentro homenaje a reina maría rodríguezPero las piedras dicen que volverás al comienzo (tú conmigo). Ellas regresan ahora como un pulso finito, luego volverán como una soga alrededor del cuello o dentro de un reloj acostumbrado a mentir. Infinita caravana de piedras sin contar rodeándonos. De dos en dos, de tres en tres... Cuadriláteros portátiles escupiendo cenizas art decó. «El pulso por la vida» —ha dicho el vendedor siempre estafándonos. Uno más de aquellos viejos anticuarios a quien entregamos de por vida el valor de nuestra amistad, (ámbar prieto) para no adquirir más que la prohibición. Y lo traje de vuelta, lo escondí bajo la almohada. Lo oculté como pude para no masticar las veinticuatro horas cenizas de ámbar. Porque ya te he perdido muchas veces entre el rojo solitario del volcán eructando su roca más incandescente, tú. Ahora, las piedras que me diste coronarán esta erupción. Quizás la última erupción bajo mi cabeza fríamente. (Poemas pertenecientes al libro inédito Catch and Release) Poemas inéditos 20 encuentro homenaje a reina maría rodríguez21 A utora de once libros de poemas (algunos de dudosa catalogación) y de dos novelas con las que batalla todavía, propiciadora durante años de reuniones literarias en su casa, premiada en casi tantas ocasiones como las de sus volúmenes publicados, madre de cuatro hijos cuyos nombres inicializa la letra E y de varios gatos con nombres de escritores y escritoras, compradora en el mercado del Barrio Chino de Zanja, pésima cocinera (lo único justo de un té suyo es la cantidad de agua en la taza), practicante terca de la escritura en los cafés (dispuesta al duelo con camareros malhumorados), alondra en su ritmo de vigilia y de sueño (contestadora de correo desde antes del amanecer, vale de muy poco a las diez de la noche), Reina María Rodríguez es una de las contadas leyendas vivas de la literatura cubana. O, sin temor a ser definitivo, la única leyenda literaria que pueda encontrarse hoy en La Habana. Determinar en qué consiste esa leyenda suya sería tan arduo como la cata- logación genérica de algunos de sus libros últimos. Podría conducir al patina- zo del editor que inscribió a uno de ellos como «relato novelado». Supondría aplicarle el carbono 14 (acaba de cumplir cincuenta aunque, como la Giocon- da de Pater, es más vieja que el vampiro) y otras técnicas del maletín de los biógrafos. Y al final, terminaríamos en el claro de lo inexplicable. Porque su leyenda no descansa del todo en lo que ha escrito (excelente muchas veces y suprimible en otras), no emana de su belleza ni de lo que dice, no le llega de un pasado o presente tumultuoso. Quizás pueda explicar- se por su dedicación total a la poesía y por el modo un tanto exhibicionista en que vive cara al público. (Para darse cuenta de esto último no hay más que recorrer los libros donde se confiesa y se esconde, o analizar la planta de la casa que construyeran en una azotea ella y Jorge Miralles.) Poco antes de cumplir cincuenta años, anticipándose a una desazón que luego no iba a llegarle, Reina María Rodríguez se puso a revisar una montaña de papeles. Se rodeó de viejas cartas, de fotografías, de poemas que no encon- traron lugar en ninguno de sus libros. Y dijo después sentirse con mucha fuer- za, lo cual resulta insólito en quien se queja tanto de su salud. Sostuvo que esa fuerza le venía, paradójicamente, de sentirse acabada. encuentro homenaje a reina maría rodríguez Esta casa en el aire Reina María Rodríguez ENTREVISTA por Antonio José PonteDe acabar y de empezar de nuevo trata esta entrevista con ella. —Siempre he intentado la reconstrucción, siempre he intentado resurgir. En los días de enfermedad (pudo no ser una enfermedad pero la convertí en enfermedad por no buscar su cura a tiempo), procuro llegar hasta la debili- dad extrema con tal de renacer, con tal de saber el precio que tiene esa apa- rente normalidad en la que uno trabaja, siente, disfruta, los días son azules y se tiene cerca a la gente que queremos... La normalidad que viene después de la guerra con el cuerpo y con las palabras. Porque mi construcción existe en la misma medida que mi autodestrucción. Los proyectos salen de la crítica de mis libros anteriores, de lo que siento que me faltó, de mi incompletez. Me pongo a revisar textos débiles o flojos y salen otras cosas. Me alejo de los senti- mientos que los provocaron y aprovecho los ripios, las virutas, los retazos. Bueno, me gustan las comidas recalentadas y la brisa de septiembre después de un verano calcinante... Ella reúne toda su papelería sobre la cama, aparta un bulto de papeles para dejar lugar a uno de sus gatos. —Claro que he llevado ésto a sus límites. Ahora no podré parir un hijo más y quiero ser novelista y tengo en contra al tiempo y los desgastes: la cervical, la memoria, los vicios de la poesía, esos hábitos y manías que me permitirían escri- bir más poemas pero que no caben a la hora de intentar una novela... Lugar para la gata de tres colores que se llama Djuna. —A los catorce años escribí una novela. Está guardada en un cuaderno grande y rayado de tapa morada... El cuaderno está por los alrededores, pero ella pierde interés en encontrarlo. Y de todos modos, no dejaría que nadie lo hojeara. —La novela es un mapa donde repartir el yo en tantos otros, donde vaciar- se de subjetividad para entrar en el terreno de la gran subjetividad: la fábula. Y ahí está mi mayor obstáculo, según creo. En que mi imaginación no es fabu- ladora, no crea historias, no es imaginación dramática. Mi imaginación viene de la recortería de lenguajes que forman una tela anudada siempre a un yo. No tengo centro, aunque pareciera que esa fijeza a un yo poéticolo fuera. Es lo contrario: la carencia es lo que me amarra a ese yo, lo que lo hace más eviden- te. Y la novela avanza, se extiende como un universo, un tejido. El poema, en cambio, es la contracción de ese universo, un tumor, un punto de fuga. Si quiero hacer novelas es porque se me acaba el tiempo de construir casas, niños, zonas de confianza, gente... La novela es mi único sitio ahora que enve- jezco, en este otro momento tan duro como la adolescencia. Ella cita a Simonne Weill: «Vivir es imposible». Agrega que existe también la imposibilidad de formar una obra a cierta altura. —El poema nace abortado, por incapacidad del lenguaje en primera instan- cia. Y disuelve siempre un dolor. Creo que he resistido gracias a los poemas, que Antonio José Ponte 22 encuentro homenaje a reina maría rodríguez23 ellos me han permitido vivir. He pretendido una aristocracia de la mente (tal vez como quería Artaud) y me conduzco con la humildad del renunciamien- to a ella. Porque hubiera querido ser la que potencialmente siento que fui allá en Rusia, en otros siglos, en los libros de las mujeres muertas que tanto admiro. Se dedica a hojear fotos sin hacer silencio. —Hubiese querido tener más humor, me habría gustado ironizar con la tragedia. Pero soy demasiado patética. Las paredes de su casa están llenas de fotos de los amigos y ella planea hacer un libro con fotografías. Otro más. —Voy a poner las fotos que hice el año pasado y fotos de cuando era niña, de la época en que no estaba construida esta casa en el aire. Quiero hacer ese libro del mismo modo que los gatos marcan su espacio. Travelling, que lleva también fotos, fue un intento suyo de reproducir Barthes por Barthes, el libro donde Roland Barthes habla de sí mismo a través de unas fotografías. —Claro que ese intento mío era desde el trópico, desde el subdesarrollo, desde el kitsch, desde lo seudo... Y a otro libro de Roland Barthes sobre foto- grafía, a La cámara lúcida , le debo el título de otro de mis libros: La foto del invernadero. Un libro en el que viajo a través de imágenes fotográficas, fotos de revistas hojeadas. Un viaje desmitificador, hecho de hastío, congelado en esas fotos fijas en busca de una foto viva... Roland Barthes ha sido una de sus pasiones. —Quisiera conseguir lo que él quiso, aquel libro que se le quedó por hacer con todas las cosas, recetas y texturas que tenía a mano. Lee en voz alta (en lo que para su voz apagada resulta ser voz alta) una frase de otro escritor de libros con fotos, W. G. Sebald: «así que esto se piensa cami- nando lentamente en círculo y es el arte de la representación de la historia. Se basa en una falsificación de la perspectiva. Nosotros, los supervivientes, lo vemos todo desde arriba, vemos todo al mismo tiempo y sin embargo no sabe- mos cómo fue». —Ver todo al mismo tiempo, desde arriba, sin saber bien cómo fue... Para mí un libro debe incluirlo todo, debe ser un objeto, algo tocable, posible desde cualquier ángulo. Fue lo que quise hacer con ese libro a varias colum- nas: ...te daré de comer como a los pájaros...Primero escribí la columna de la izquierda, que tiene como punto de partida y como punto final la muerte de Katherine Mansfield. Puse en esa columna izquierda el pastiche, la fábula de la escritora, la voz engolada... Luego resumí tres años de mi diario (deudas, gritos, escasez de alimentos, amigos, pájaros muertos, libros leídos, construc- ción) y ese resumen es la columna de la derecha. Y, entre ambas columnas, para Esta casa en el aire encuentro homenaje a reina maría rodríguezformar un triángulo, fragmentos de las cartas de un amor imposible, cartas ingenuas, ridículas. Todo para construir a la vez el libro y la casa, para decons- truirme como fábula, la fábula de una escritora cuya mayor responsabilidad es dar de comer a los pájaros, capaz de morir a causa de la muerte de un pájaro, por una irresponsabilidad cometida. ...te daré de comer como a los pájaros...exige del lector la capacidad de encontrar- se a la vez en dos sitios, de jugar simultáneas. Su autora encontró el modo de trasladar al lector esa imposibilidad suya, cada vez más frecuente, de construir un libro de poemas corriente, al uso. —Siento inconformidad frente a los géneros literarios, las jerarquías, los formatos. Busco un centro, no lo hallo, y entonces, merodeo. O puede que esa inconformidad sea sólo una justificación existencial para mi falta de ofi- cio. Ahora que intento hacer una novela en el sentido más tradicional lo veo claro. Siempre supe que no sabía escribir, no sé ordenar lógicamente, no sé lograr una linealidad, una estructura, una articulación. Las enseñanzas que tuve en la escuela (hasta la Gramática Estructural que aprendí en la universi- dad) las olvidé pronto. Veo movimientos de palabras, palabras muchas veces arbitrarias con relación a sus significados. Nada es exacto en ese terreno de los lenguajes que quiero manipular, es remota la posibilidad de una escritura correcta para mí. Pero entonces tengo que escribir con el error de no saber escribir. Precisamente a causa de esa deficiencia, a causa de la impotencia de no poder hacerlo, escribir me llama más la atención cada día. Luego de escucharla abundar tanto en lo adversativo, se pregunta uno dónde podrá estar su orgullo de escritora. —Hay una sustancia de la que sí me apropio, algo entre las olas del len- guaje, que estalla convirtiéndose en una burbuja rota que ya no es sintaxis (o ideología). Se trata de bucear en las palabras escogidas por la memoria, esco- gidas por el acto en el que fueron algo, acto anterior a conceptos o disposicio- nes. Bucear en lo que Virginia Woolf llamó sensibilidad de las impresiones. Veo a mi madre cortar al sesgo una tela para que alcance, formar una manga ran- glán pues no da de otra manera, me fijo siempre en esas cosas incompletas, en los empates y las superposiciones. El modo en que entran residuos de telas, picotillos de lenguaje, en una manta de parches. Juntar fragmentos de la memoria, de las sensaciones. Todo lo roto y lo picado al sesgo me interesa, por eso he trabajado con el error. El error y la incapacidad de unos pedazos sueltos buscando un imposible nudo han sido mis acicates. Pero aún no sé si podré lograr el paño, la manta. La casa en la azotea podría caber en esa misma descripción de sus libros. Una casa hecha a pedazos, la cabaña Frankestein. —Desde muy joven tuve obsesión de levantar una casa en esta azotea. Pero no tenía el dinero para hacerlo y me daba miedo la separación mínima de cons- truir encima de la casa de mi madre. Con techo de madera, con goteras, con Antonio José Ponte 24 encuentro homenaje a reina maría rodríguez25 pedazos sobrantes de otras construcciones, esta casa sirvió para que subieran mis amigos. Pero al mudarme de casa cambiaron los amigos y los escritores que llegaron a la azotea fueron de una generación más joven. Así que se pro- dujo un corte generacional al subir mi casa un piso... Como no había por entonces ninguna actividad pública y este barrio no sufría de apagones, nos reuníamos aquí. Hubo días de diecisiete personas llegando por separado, así que no podía hacer otra cosa que recibir y recibir. Y con el paso del tiempo instauramos los jueves, además de algunas reuniones extras cuando había alguien de paso. La atención que lográbamos contra camiones, basureros, gri- tos, broncas y televisores era algo prácticamente imposible, pero se lograba. A un anticuario le cambié los búcaros de Baccarat de la casa de mi madre por tazas de porcelana. En ocasiones llegamos a tener más de ochenta personas. Entonces era más difícil encontrar bombillos que escritores. Ahora parece ocurrir lo contrario. —Esta azotea es ahora un espacio vacío. De todos mis gatos quedan dos gatos viejos, Jorge, mi hija que ya es una muchacha. Cuelgo fotos de los ami- gos que se fueron, de los que se irán... No puedo sustituir lo que fue, los que fuimos. El desangramiento de la azotea fue también un parto, así como su soledad actual. Vienen dos, tres, cinco personas a lo sumo. A veces, hacemos una lectura como la de José Kozer, pero todos los días no tenemos a Kozer aquí. Quedan todavía algunos amigos, pero el espíritu se fugó como el té por la rajadura de una taza de porcelana. Se fugó con las antologías que se hicie- ron (como casas) para otras lenguas y lugares donde ahora viven los antiguos inquilinos de la Azotea. Reina se levanta a las cinco de la mañana, cuando todo está oscuro todavía. Hace el café y, de contar con leche, toma un café con leche revisando el correo, continúa conversación (o monólogo) por esa vía. Riega las plantas al amanecer, deja salir a Djuna por una ventana y se da un baño. Sale entonces a hacer las compras diarias, se sienta (de tener dinero) en un café de Prado y Ánimas a leer y escribir en su diario (una ya larga colección de cuadernos). De no contar con dólares para el café, va a sentarse al parque de Galiano y San Rafael donde estuvo la tienda El Encanto que aparece en uno de sus poe- mas. Vuelve a casa a preparar el almuerzo de sus dos hijos menores, se baña otra vez, mira el noticiero televisivo, habla con Ponte. Escribe toda la tarde, sirve algo de comida, baja a conversar con su madre, atiende algunas de las muchas llamadas. Sale poco, a lugares de hábitos. —La gente me asusta cada vez más, los lugares me espantan y los amigos ya no están. No visito a nadie, porque siempre me han visitado a mí. Mucha gente con problemas acude a ella. —Si alguien tiene un dolor o una gestión que hacer, me llama. Levantar el teléfono es como atender una consulta diaria de problemas que voy resolvien- do entre col y col. Esta casa en el aire encuentro homenaje a reina maría rodríguezLa obra, mientras tanto, crece inmensamente. Saca de los papeles los meca- nuscritos de sus últimos libros inéditos, los que tal vez sean los poemarios más narrativos de toda su obra. Uno llamado Catch and release: —He echado en él las sobras, los residuos, la pacotilla. Es un libro hecho de los papeles coloreados de las nuevas confiterías, de la flaccidez y los desmo- ronamientos. Un libro de poemas navideños. Otro titulado El libro de las clientas, lleno de las historias de su madre, de las clientas de su madre modista, mujeres a las que conoce desde niña y a las que ha visto envejecer o han muerto. —Y he pretendido en algunos casos que mis poemas sean sus lápidas. Poe- mas que vienen de sonidos de telas que la tijera raja, de hilvanes flojos en una vieja máquina Singer. Un intento más de fundir, de crear texturas. Otro intento. «Por incapacidad», termina la frase en voz muy baja. Como si no la creyera o para hacerla inverosímil. Tan inverosímil como ella en medio de su papelería. Antonio José Ponte 26 encuentro homenaje a reina maría rodríguez27 U na casa así se halla después de los fosos, fuera de los relojes de piedra de la ciudad antigua. Al cruzar la línea de los trenes. En las laderas de los ríos raquíticos. O sus paredes reciben por el lado del agua el golpe de ratón, hocicos de las frutas que flotan y llegan del negocio portuario. Una casa así comienza en secreto por donde iba a su descanso la criada. O con salidas laterales y traseras, se levanta contra la puerta principal a cal y canto, los rótulos casi enteros de un nombre de hotel sobre la cornisa. De espaldas a las avenidas, a los jardines, desde los herrajes sin lustre, las bisagras anquilosadas. Es un recodo: alma- cén, sótano, garaje. Es como si se colgara hacia su adentro, hacia lo bajo y lo alto, de todo lo contiguo. Una casa así no existe, su existencia la borra otra que la contiene, unos fundamentos cuando no eran tabiques, pisos falsos y nuevas esquinas. Todo provisional pero fijo en su doblez, de modo que nada llega a los bordes, no se toca en la estructura más alta, profunda o extendida de la casa primera. Se construye a partir de ese sobrante que, como los espacios de los sueños, no se agota. Ese sobrante es también un raíl, un foso, o un mar; a veces la suma fría de todo lo que falta, sigue faltando. O ruina colindante. La punta, el trozo de un modelo por donde parece que va a entrar completamente la idea de otra vida. A la casa de la poeta Reina María Rodríguez se llegaba voceando su nombre desde la calle. O el de sus hijos y su mamá, un piso debajo. O el de su amigo, otras personas cercanas a ella y conocidos en común. Para el que recién comenzara esas visitas, saber uno de esos nombres ya era algo. Lo que se recibía allí, en la posta de los gritos, era la llave de la entrada en caída libre. Se dejaban atrás los apartamentos de familia —el de su madre, antes también el suyo—, y por la misma escalera, entonces ardua como para haber centrado su anchura, se estaba de nuevo en el encuentro homenaje a reina maría rodríguez La idea de otra vida Alessandra MolinaNext >