< PreviousIV el tiempoha llenado de herrumbre Los cuchillos que nos amenazaban Los títeres del intelecto nos excluyen De sus espectáculos engoznados Centinelas del goce egocéntrico Pero olvidan que la ausencia Es presencia también Y red Y espuela Y que una isla escapa con el mar al encierro Y que es inútil Aprisionar una estrella que continúa ardiendo V pesadamentela rueda de exiliados avanza En torno a la tierra que les ve morir Desolados vaivenes por una lentitud Que señala su ruta cada día Hacia un precipicio sin cesar abriéndose Donde una masacre de imágenes gorgóneas Cavan la tumba que no les cuadra Y mientras el tiempo hora a hora sombrea Sus huesos desalojándolos Y los ojos (nave líquida de una clepsidra) En sus extramuros ya no auscultan el límite Qué cuándo qué dónde qué cómo qué quién aguarda al final Para calmar y colmar tan sostenido desvelo? La muerte acaso nos devuelva En una marea templada Desde el origen una súbita sangre Que suba a colorearnos Como un alba Nivaria Tejera 8 homenaje a nivaria tejera encuentro9 Que el sol en ese instante desvíe el rostro De agua o de hierro ya Y refleje su mirada fija en ninguna parte Nivaria Tejera homenaje a nivaria tejera encuentro Serie Blanco y Negro. Tinta sobre cartulina, 100 x 80 cm., 1982.Para buscar otro nombre al amor (fragmento de novela inédita) XVII Cuando Nerval afirma que el sueño es una segunda vida cuyas puertas de marfil o de cuerno nos separan del mundo invisible, él no ha podido ahondar, sin tem- blar, algo de esa desesperada avidez del ciego que se funda en la esperanza, en el atisbo de una débil pesquisa, en los tanteos del misterio al que está condenado el destino del hombre. A la lumbre bien tensa de sus ojos él quiere desenmascarar algo más de lo que nos descubren las balanzas mágicas y los monóculos de aumento: es decir, que el frágil tejido que nos compone contiene como sustancias esenciales oxígeno, nitrógeno, oro, silicio, calcio y magnesio... pero que, en un polo más allá de la estratosfera que nos encierra, ciertas secretas corrientes (nombradas sueños)esca- pan a esa composición corporal para trasladarnos al otro lado de las barreras en donde permanecemos indefinibles… Como esta página negra, esta página trian- gular, esta página espiral… Cada una tendiendo pasadizos flotantes que le impi- den resbalar hasta el borde del abismo. Al final del jardín-jungla ese brazo de mar siempre, la espalda de una extensión inmensa de arena apuntando al océano, al cielo, al horizonte de ambos. Enfren- te se ve, como el final de la tierra, Beniguen, la isla desierta, poblada sólo por gaviotas. Hurañas y fértiles, entre señales y alertas que parecen presagios de muerte, ellas han hecho de esa isla su trampolín para saltar al continente. ¿Cómo definir una isla desierta ? El recuerdo que almacenó la memoria en su paso por ella es el de un tiempo detenido que repele la presencia humana, pero que eslabona trazas de una vivencia esencial. Aunque casi imperceptible en su intensidad, tal vivencia la estremece aún. En esta isla todo es vertical en su horizontalidad… La tensión del silencio absor- be los sonidos, los alisa, los pule acoplándolos y emitiéndolos en su diálogo con el océano. No existe en la isla un arco imaginario que la conforme en sus puntos cardinales (de norte a sur o de este a oeste) sino un de frente y de espaldas, una línea tensa que abraza sus extremos cuando uno vira la cabeza para otearla. El cielo sobrepasa la altura del arco y vuela más y más alto hasta aglutinarse en un espacio Nivaria Tejera 10 homenaje a nivaria tejera encuentro11 autónomo. El suelo de la isla es una arena movediza erizada de pedruscos y arbus- tos retorcidos, tierra azotada, gran lápida que se reposa de tantas sacudidas. Emer- gieron, vivieron y ya descansan piedra y arenilla de piedra, arenilla de resecores, subsuelo que absorbe todas las humedades, vigilia de luz sin límite que sobrevive dando sombra a una arista. Inclinada meseta entre la luz y el objeto, la isla. Ese objeto ahí, entre lo infinito y lo mínimo, frágil músculo tendido, sosteniéndola. Todo acontece en esta isla como un rechazo. Y ese rechazo exige a los elementos que la atraviesan desdoblar su naturaleza, dejar atrás el cuerpo usado, calcinado, encarnar otro en que los justos acordes se enlacen para prolongarla. Rememora... Desde la nave de afilada estructura que los alejaba del continente, desde sus bajos estribos, la costa parecía un rostro descompuesto en infinidad de rostros, las casas alineadas como una construcción única aguardando al extranje- ro detrás de sus rendijas. Zarandeados entre las voluptuosas olas de una corta travesía ellos llegaron a la isla acumulando asombros, aspirando a un precipicio que les descubriese (como en La aventura, de Antonioni) espejos convexos, hori- zontes deslizadores que resbalen el misterio, esa extrañeza que nos esquiva. La isla los acogió desde su abruptez escabrosa, ajena, intemporal, entre dos enor- mes vertientes: de un lado el mar y del otro la meseta envuelta por un espeso vuelo de gaviotas que, ante la afanosa presencia humana, se pusieron a emitir agudos gri- tos que parecían señales; quién sabe si acumulaban sedimentos para improvisarnos un trayecto o un hueco en sus cobijas. «Es una isla desierta», repetía alguien boquiabierto. No tan desierta: las gaviotas incuban en raras cavidades sus crías que hormigueaban tanteando los pedruscos que los inician al paso, al vuelo. Como una sinfonía de Mahler tramada por desorbitados instrumentos ocultos, el silencio de la isla se le ofrece concentrado, denso. Y Verónica lo absorbe con la humildad y la entrega de un rito, conteniendo el aliento, con esa pasiva contra- riedad de constatar que un hombre es tan sólo eso, un hombre, sin ramificacio- nes que lo metamorfoseen, que lo transfiguren; que habitaciones naturales como esta isla desierta ya no le pertenecen; que sus pedruscos y arbustos lo ignoran.. Privado así de sus ocultos privilegios, excluido en su fragilidad, amenazado por la inminencia de un daño abstracto pero latente, el hombre se retira cabizbajo al continente que le asfixia. Por ahora, en la isla, caminan en fila india, persiguiéndose a corta distancia, cada cuerpo como un miembro desprendido del otro cuerpo, a la sombra de un inmenso pasaje de nubes, tan solos. Un acople y una discontinuidad se establece entre ellos, aunque el silencio de la isla anonada esa esporádica convergencia. Extraviados, andando con piernas que parecen zancos, medio hundidos en la Nivaria Tejera homenaje a nivaria tejera encuentroarena, cada pisada. remueve ecos de sus antiguas andanzas delineando entre ellas un punto común del interminable recorrido. Pero se diría que ese punto común es el inicio de un abismo. Y es como si el cuerpo se despojara de su adiposidad, de su exceso, del cami- no paralelo andado como si él sobrara. Y cada uno deviene su uno, sin máscara, sin gestos familiares, sin faz, sin rasgos, sin muecas, sin pasado.... como si, paso a paso, empezaran a convertirse en piedras pulidas, en trozos de granito, en frota- ciones, en intemperies, en vegetación silvestre, en astros desprendidos, en arena movediza, en isla. Ella sabe que de un instante a otro la noche les caerá encima. Aunque el tiempo parece haberse detenido en el fulgor del atardecer. Es una semiclaridad inamovi- ble que dura, se prolonga extática en otras horas, se acosta en los arbustos, en los pedruscos, en la arenilla de la lápida inerte. Su fulgor afronta ya el viento, lo ate- núa. De poder avanzar (aún temblando de miedo) acaso acertaría a topar con un refugio de gaviotas, arremolinarse entre ellos como un estrato más de la isla. Y aterrorizada por esta quimera echa a correr dando tumbos por hondonadas de arena y pedruscos tricornes (con señales de alerta que parecen presagios de muerte) vociferando a la fila de boquiabiertos que nunca más volvería por estos desiertos entrampadores, nunca más nunca más nunca más nunca mássssssss... XXIII Verónica recoge las páginas dispersas por el suelo, las lee, las relee... Siguiendo el sentido de las frases ensarta los fragmentos de palabras entre finales y comienzos de las hojas aspirando el aire que parece resistirse a penetrar los orificios de su nariz... Y respira con fuerza para animar esa corriente esencial de vida... ...Se agacha a recogerlas porque ellas se resisten apretándose entre sí, obstru- yendo el deseo imperioso de absorberlas de nuevo letra a letra, de ahondar en sus signos, en los significados de tantos mensajes que bifurcan aún tenebrosos, resbaladizos, abruptos pasadizos entre los cuales su cuerpo tembloroso se desliza a cámara lenta bajo el peso de esas páginas opacadas por el tiempo en las que ella que se esmerara en definir, interpretar, apresar (con el tacto autómata deto- nador de la locura) los sentidos desquiciados de un arcángel demoníaco: aquel amenazante imán a la deriva, lúbrico mago en insidiosa fuga segregando muerte como si fuera vida... como si la vida sólo incubara la muerte como si la muerte fuera lo único a extraer de la vida. Nivaria Tejera 12 homenaje a nivaria tejera encuentro13 Cierra los ojos para rememorar... ...Y siente de nuevo ascender a su frente una gratitud sin límites, un asombro tan fuerte y fugaz que se hace insoportable Y es como si el ruido ensordecedor del río crecido recubriera otra vez aquella parcela de autenticidad perdida y siempre reencontrada... ...Es la mente consumida en el arte de evocar a Andrea para que emerja de esa Nada en que se ha convertido su propia identidad, calco de imágenes iluso- rias reproducidas indefinidamente... ...Pronto seremos, quisiera decirle aún hoy, el espacio y el viento... pronto seremos la piedra y el paso, la espuma y la arena... Y al anochecer, en la inmensa cena, a esa hora que el espíritu se cierra en sí mismo y los objetos caen en la insonoridad y los cuerpos flotan dispersos, seremos iris de penumbra y cristal de noche suspendidos de un punto a otro del arco de esas dos ciudades minúsculas encalladas sobre las riberas del ojo... Desde esta ambigüedad del pasado emerge su fuerza, la astucia del orgullo sin doblez que alimenta su única libertad... ...Pero hay que pasar una puerta, empujar esa puerta, mirar la noche, el abis- mo que ella abriga y no disfrazar su negrura... Hay un momento-límite en que esto se vuelve necesario, porque no se puede seguir negando esa noche despro- vista de lugar, de dirección, de volumen... Nuestra libertad depende, también, de poseer esa criatura en tanto que tal... Y ella reclama más abandono, más des- nudez, más atrofia del lenguaje, más ausencia de historia... ...Porque se ha agotado el tiempo susceptible de crear historia. De reconocer- se en sus límites... Sólo queda el vacío sirviéndole de medio de expresión… Y únicamente en ese vacío —lo siente de manera confusa— reside la vida, lo que ella encubre de cla- ridad, de orden, de belleza inagotable... Nivaria Tejera homenaje a nivaria tejera encuentroPío E. Serrano ( p.e.s. ). Nivaria, el exilio parece marcar tu existencia. Apenas cumplido un año, tu familia se instala en Tenerife. España está a punto de arder y cubrirse de sangre. La residencia en la isla de Tenerife (1934-1944) te convierte en testigo involuntario del desgarrado rostro de la guerra, si es que tiene otro. A esta experiencia unes, a los quince años, con tu asentamiento en La Habana, el alejamiento de tu familia, que queda en Cienfuegos. Después vendrá París, refugio de la grisura de una Habana infeccionada por la dicta- dura de Batista. Vuelta a La Habana en 1959. Y aun en 1965, el regreso a París, fugitiva del desengaño y la frustración de un país que ha rendido sus sueños. Pero no sólo las circunstancias civiles parecen conducir tu vida en un laberinto interminable de exilios. Tu propia escritura revela el territorio de un ser des/orbitado, incómodo a las fáciles asimilaciones, de un perenne expulsado de todo paraíso. ¿Te reconoces en esa suerte de suspensión de tiempo y lugar que es el exilio ontológico? Nivaria Tejera(n.t.). Ante el minucioso relato con que de entrada abordas el cuestionario, estableciendo ya una perspectiva exhaustiva de lo que ha de ser un destino, no me queda más remedio que aceptarlo. Sí, esos pasos iniciales y extrávicos que parecen prefijados o ineluctables —como el azar presionado por una fuerza inconsciente— que deciden dar ciertos seres con la idea de abrirse camino, llevaron a mis padres, en ese momento neu- rálgico de tensión mundial, a abandonar una isla por otra… Pero, la Gue- rra Civil les acechaba. Y aquel retorno, acaso nostálgico para el padre canario y, probablemente, no definitivo, se volvió encrucijada para el recién nacido. Primera «circunstancia civil que conduce ya la vida en un laberinto de exilios», como tú dices. Primer exilio, pues; primer paso entonces hacia esa escritura del ser des-orbitado que defines, tan bien, como una suspensión de tiempo y lugar… p.e.s. La jovencita de provincias que llega a La Habana en 1949 ha resuelto el signo de su existencia, quiere ser escritora. Entre la fecha de tu llegada y la par- tida a París en 1954 no sólo dejas publicados dos poemarios ( Luz de lágrimas , 1949; La gruta , 1952), varios poemas en revistas y el capítulo IX de El barran- co, que aparece, circunstancia notable, en Orígenes. En aquella ciudad y 14 homenaje a nivaria tejera encuentro Nivaria Tejera ENTREVISTA por Pío E. Serrano15 época tan refractarias a abrirse a otras formas culturales que no fueran las ins- titucionales, en especial al reclamo de los jóvenes creadores, ¿cuáles fueron los senderos que te permitieron quebrar tantas resistencias? n.t. ¿Senderos? ¿Cuáles? Tú mismo prefiguras la anamorfosis refractaria de aquella ciudad y época. Caes en ellas como un aerolito chispeante o un catalejo arrinconado a prever desde no se sabe qué tacto imaginario «las sombras verdes que entran por la ventana abierta sobre un jardín encanta- do de soledad y de agua. Escuchas… te detienes», como predijo Lubicz Milosz. Y de esa misma disponibilidad sensorial emergen, con rara puntua- lidad, aurigas misteriosos, arcángeles distraídos portadores de furibundos anatemas, como un Heberto Padilla, o trasnochados de sí mismos en su metafísica cotidiana, como un Fayad Jamís, protegidos por la miseria, los unos arrastrando a los otros, y yo, sorprendida por el ritmo y la alegoría de sus voces, de sus fantasmas, tentada de seguirlos. Porque en medio de toda aquella barahúnda de zigzags aún el corazón y la esperanza existían y tan- teaban derroteros de afinidad, aunque ellos presagiaran en sus jirones vericuetos o despeñaderos… p.e.s. En varios sitios has dejado constancia de tu cercanía a algunos miembros de la generación del 50, quizás tu época más gregaria. Publicaste en Ciclón y en Lunes de Revolución , las dos revistas de tus coetáneos. Los nombres de Heber- to Padilla, Luis Marré, Fayad Jamís —con quien te casaste en 1952—, Pedro de Oraá, Cabrera Infante o Lisandro Otero, entre otros, acuden a tu memoria en algunas entrevistas, y me pregunto ¿cómo contemplas ahora aquellas amista- des y el colectivo furor creativo de aquellos años? n.t. Obedezco a tu impulso de extender la pregunta anterior, pero sin apoyar- me en el rigor generacional que sugieres. La dispersión que el momento imponía no creo que dejaba espacio mental para conformar categorías literarias o sectas ideológicas: mirábamos hacia Orígenescomo a una mon- taña que habría de ascender el aspirante a escritor. Orígenes era la dimen- sión espacial soñada y a lo que más llegábamos era a disimularnos en la grandeza cultural que desde la revista espejeaba, modelándonos sin saber. Los nombres desconocidos brotaban de ella como perlas que recogíamos ansiosos, despojados de todo bien, perplejos, dispersos al interior de su ambiciosa proyección, tan sólo. Nos reuníamos sin brújula en los cafés des- tartalados, en las librerías, comentábamos, acumulábamos, aprendíamos a conocernos sin máscaras, sin destino. Pero íbamos escribiendo y, como a hurtadillas, atisbando misterios, madurando incertidumbres y espejismos, formando un grupo de poetas con Oraá, Marré, Baragaño, Escardó, como el desvío de la excesiva realidad que nos excluía, ajenos a los otros dos que mencionas, distantes en su ambiciosa escalada periodística. Con ojos febri- les de eterno desvelado, Fayad reflejaba nuestro desamparo. «Yo traído del miedo, de la ruina, del llanto, / sangre de tinieblas, viento de inmensas lla- mas/ preparo mis gastados equipajes, mis papeles sin rúbrica/ mis años, mis sudores:/ todo ese remolino de serrín en que vivo… Cierro las puertas y la mancha de mis párpados/ y huyo más del cielo, descendiendo de escalón Nivaria Tejera ENTREVISTA por Pío E. Serrano homenaje a nivaria tejera encuentroen escalón, de muerte en muerte», clamaba en Los párpados y el polvo(libro de poemas que me dedicara), y su clamor parecía resumir la tristeza agaza- pada que la prisión franquista del padre había empozado en mi infancia. Al garete y casi sin cobija, la amistad era un fervor que nos amasaba en un solo cosmos, a lo Gombrowicz. Sus versos eran como una gubia, un escarpel para cincelar en mis rejas interiores y por arte de magia borrarlas, tras- plantarlas. Formábamos una pareja de poetas —cosa rara— pero, en cir- cunstancias tan negativas, imposible de conservar. Desbordada por la evi- dencia de la catástrofe que se anunciaba, tanteando no sé qué veredas como un ciego, di el salto inesperado: huir bien lejos, a París, adonde desde siempre mi padre, un poeta frustrado, me decía que habría que seguir el rastro de Apollinaire… p.e.s. Entre tus primeras lecturas rescatas siempre las presencias de Rilke y Vallejo, Lezama Lima y Macedonio Fernández, Dostoievski y Kafka… No hablo de influencias, pero sí de posos imantantes, de familiaridades que iluminan zonas de la propia inteligencia. Qué queda en tu interior de esos fundadores que pudieron alertar las percepciones de tu conciencia literaria. n.t. Volteo siempre en espiral las lecturas, paralela o contraria a la compren- sión, y es ese torbellino el que me anima a tantear, a reinventar un camino, una finalidad en la búsqueda; jadeo de vida y muerte, ese juego mental inherente a la causa y consecuencia en la que nos tambaleamos todos, medio sonámbulos. « Quand on revê la matière » 1 , nos aclaró Bachelard, « on ne sait pas à aquel profondeur on peut descendre» 2 . Cada época nos lega su memoria; en el caso de la escritura, el desvelo sostenido de la indagación filosófica, los planteamientos poéticos temporales o intemporales, el len- guaje que hace visible la abstracción del pensamiento en ciertos genios, llámense Homero, Platón, Virgilio, Dante o Dostoievski, Kafka o Musil, son deslumbradores. Desde luego, hubo primeras lecturas que conservan esos «posos inmanentes»: Lezama, Rilque, Kafka, que a su vez soterraban otros como Svevo, Walzer, Schulz… Vuelvo a ellos sin ambages y, como entonces, se eriza mi epidermis interior pues siguen encandilándome con sus secre- tos, reanimándome en los desconciertos, sumergiéndome en maravillosos arcanos que ignoraba como, por ejemplo, el de Hermann Broch… De su audacia y originalidad aflora también un aliento casi sonoro que la espon- ja del ojo reabsorbe como una memoria prenatalpara aplacar el blanco resis- tente de la página, lo que a veces semeja una usurpación o plagio (aun- que, por su inocencia, no pasa de ser un primer juego para incitar el imposible fruto). Porque la dificultad de escribir está en reinventar lo que nos ha colmado abruptamente sin repetirlo con estrategias conceptuales a la medida. Su vigilancia nos guía en el quehacer o el no quehacer. Es de este modo que una simple proyección sobre cualquier objetivo rompe los puntos correlativos de la línea recta para volverse intrincado, cóncavo, convexo, es decir, una perspectiva otra en el confín de los vértices que mantienen a sangre viva mi facultad del asombro. Con él en bandoulière tanteo ávidamente, desde el monólogo obligado, los sutilísimos contornos Nivaria Tejera ENTREVISTA por Pío E. Serrano 16 homenaje a nivaria tejera encuentro17 de la irrealidad. Imaginarios o tan ciertos, su aureola cala como germen para el sustento del ser en vilo. Esta convivencia y sus secretos isócronos por encima y más allá de los miedos que ellos provocan en quienes los uti- lizan para comerciar y silenciar sus fechorías… p.e.s. Tu primera novela, El barranco, se abre al mundo de las prestigiosas manos de Maurice Nadeau y Claude Couffon («ce livre beau comme un diamant noir») 3 y de inmediato la crítica francesa certifica una entusiasta recepción, aguda, penetrante, y que revelaba, ya entonces, los cauces por donde habría de cir- cular tu escritura ( «la révélation au public français d’un auteur de l’espèce plus rare à notre époque: une romancière styliste, ou plutôt —car le mot est presque devenu péjoratif— une poétesse du roman» 4 , Elena de la Souchère). Se señalaba en aquellas reseñas el predominio de la atmósfera sobre la anécdota, la intensidad de las intuiciones significativas, la correspondencia entre el paisaje interior y el exterior, la construcción de símbolos que dejaban al descubierto una sensibilidad moral, el predominio de un lenguaje devorador. En resumen, la litera- tura como un desgarrado ejercicio de eticidad, de una alucinante introspección y de un ajuste de cuentas con el malestar que la realidad le produce al autor. Me gustaría saber si consideras que estos son valores permanentes de tu obra. n.t. Sí, «el predominio de la atmósfera sobre la anécdota» ha sido, desde el comienzo, un aporte de la intuición en mi peregrinación por la escritura lo que, por así decirlo, se jalonó en El barranco . Engarzando, te copio un párrafo alusivo de mi pequeño prefacio a su última edición canaria: «Comencé a aislar sensaciones, vagamente conservadas, de ese otro tiem- po, ahondando en ellas fragmentariamente, multiplicándolas, adivinán- dole tentadoras bifurcaciones. No de otro modo, inédita, sorpresiva, la intuición, con su combativa magia de transmitir pensamiento a los recuerdos, avanzó en aquel evasivo acervo. Asalto a un supuesto descono- cido que fue ya siempre, para mí, la escritura. Afrontando como un imán aquel castrado horizonte, un ansia inexplicable conduce a indagar en ese real secreto que reclama un nombre —sea literatura, arte o ciencia— provocando a la mente a absorber cuanto propone la infinita extensión de lo aún no imaginado, preguntándome si no sería ese abstracto deseo el que configura una obra, y, su necesidad de transmitirlo, la elaboración de un estilo… Las palabras en su irvenir poético conformarían ese hábi- tat autónomo de la sensación… Con su tono de confidencialidad la poe- sía protegería en su trapecio el zarandeo de los vocablos: extraviados en su atropello, sustituyéndose infinitamente a sí mismo, ellos transmutaban las absurdas realidades de la cotidiana guerra en una inédita sacudida, en un exaltante azar…». p.e.s. Los elementos autobiográficos en El barranco(sobre todo, en la recuperación de la ardorosa y sufrida mirada de la niña) y en tu siguiente novela, Sonámbu- lo del sol (en lo que tiene de experiencia coral compartida) podrían considerarse como autobiografías (o sus fragmentos) al servicio de la crítica de la vida: lo innoble y arbitrario de la violencia bélica en la primera; la frustración y el desam- paro en la segunda. ¿Crees que ese repaso de experiencias, sobre todo emocionales, Nivaria Tejera ENTREVISTA por Pío E. Serrano homenaje a nivaria tejera encuentroNext >