< PreviousEl zapato que se quedó sin ir al cielo Era un triste zapato viejo, roto, mustio, en medio de la acera, la suela desprendi- da, el tacón gastado y la piel hinchada por la lluvia y los soles, la lengüeta comi- da por ratones y cucarachas, y todo él allí dando miedo, causando estupor, sobrecogiendo. Fue acaso, en otro tiempo, el zapato de un hombre que, animo- so, se vestía en la mañana para tomar el ómnibus y entrar radiante en su trabajo, o el zapato de un hombre, acaso ya difunto, que solía pasear en los atardeceres con su mujer y sus hijos y jubiloso entrar con ellos en el parque de diversiones los domingos a media tarde. Acaso el hombre esté vivo todavía. Acaso en una «Operación tareco» el zapato fue arrojado en un solar yermo, llegó el camión, y, por error o por omisión, no se lo llevó, y después llegaron los ratones, y siguió pasando el tiempo. Pero ahora el zapato está ahí, olvidado, muerto de calamida- des, y parece ser el zapato de un difunto; su tristeza es infinita y da miedo, causa horror mirar ese zapato. Preludia, demasiado preludia ese zapato para quien lleva zapatos y se afeita todas las mañanas. Y sin embargo, fuera de los pájaros y los niños, los más pasaron junto al zapato sin verlo, y si lo vieron, nada sintieron. ¡Bah!, un zapato. Como tantos, un zapato más pudriéndose en la acera. Mas hubo alguien que todavía, al caer la tarde, ya sentado en su casa en su sillón de pensar, mirando los periódicos del día, seguía con el corazón estrangulado sintiendo golpear sobre los flancos de algún lugar recóndito aquellos cordones devastados y hechos flecos lamentables, aquella piel cuarteada por la intemperie y aquellas suelas desprendidas con su tacón gastado por la vida. Pero aun ese alguien, ese ser enternecido capaz de sentir las catástrofes de las cosas con igual intensidad que las calamidades humanas, y aun siendo él poeta, es decir, criatura encargada de testimoniar el día de hoy y anunciar el de mañana, terminó desentendiéndose de aquella tristeza última del zapato. Fue ella un dolor de él, algo que le golpeó tremendamente por su condición de símbolo, y que, con el tiempo, entre otros símbolos y pequeños y grandes sucesos trágicos, terminó dilu- yéndose como las lágrimas de un niño bajo un aguacero torrencial. Fue un zapato que alumbró por un momento y que por último se perdió en la mayor oscuridad. Un recuerdo que la memoria por último ahuyentó. Y, sin embargo, existió el deseo de escribir sobre el zapato, hacer su elogio, inclusive el deseo de componer un himno en su honor que estremeciera a Dios de tal manera que mandara a abrirle enseguida las puertas del Cielo. Sacudido por esta ilusión, emocionado, se sentó el poeta ante su maquinita y escribió, 8 homenaje a rafael alcides encuentro9 tachó, hizo ilegible la página, la cambió, volvió a escribir y volvió a sacar la pági- na y volvió a meter otra en el rodillo, y cuando llegaron las dos de la madrugada en el cesto no cabía un papel más, ni tampoco más humo en la habitación. La historia, empero, estaba bien contada. El formidable zapato de otro tiempo yacía en la acera en las lamentables condiciones en que lo hemos visto a medio- día diciendo adiós sin ser oído, pero el dolor que el mismo inspirara entonces seguía siendo un dolor privado del poeta, un dolor que no lograba contagiar la página e instalado allí propagar una epidemia incurable, una hermosa y desen- frenada lepra que enfermara de belleza a cuantos leyeran el poema —como ha de ser función inexcusable de todo poema que pretenda ser realmente un poema: o sea, algo que existe más allá de la letra, algo que siendo letra, al pare- cer, nada tiene que ver con la letra. Bien, señoras y señores: yo soy aquel hombre. Yo vi el zapato. Yo me detuve ante él, yo lo miré largamente en aquel mediodía funeral; y por eso mismo yo menos que nadie podría perdonar el pálido relato de su agonía que aquí dejo firmado con mi nombre. Lo que entre él y yo sucedió, tampoco podría referirlo. Pero al menos yo un día me crucé con el zapato, yo sentí lo que él sentía, y supe que mientras calladamente nos mirábamos, él en su idioma me decía cosas que no aspiro a com- prender, incomunicables cosas que además de los hombres al pasar con su miste- rio, me han dicho los calderos y las nubes, los puertos y las zanahorias, y cada una de las cosas de este mundo, las más grandes y las más pequeñas, las trascendentes y las vulgares —o que por cotidianas e íntimas, sobreestimándonos, como de cos- tumbre, hemos dado en llamar vulgares—. Entre las cosas y yo, no lo niego, hay un extraño comercio azul cuyo nombre no importa. Y hasta los vientos que barren las aceras me saludan gentiles cuando paso. Calladamente murmuran: «Derrotado pero feliz, ahí va el hombre que un día conversó con el zapato». (1982) Inéditos homenaje a rafael alcides encuentroPoema de amor por un joven distante Esta mañana de 1989 me he levantado con una esperanza remota, me he afeitado, cuidadosamente me he afeitado, me he entalcado, me he perfumado poniendo en ello lo mejor de mí mismo, he tomado mi café a solas en la cocina y después me he vestido lento, solemne, sin apuro, como corresponde a un caballero de cincuenta y seis años que vivió una vez en un mundo de cenizas, que vivió en medio de una gran tempestad, herido de desgracias y llevado por el viento igual que una hoja, más oscuro que una sombra. Húmedo de alma, pues, y aterrado he llegado a la Terminal de Ómnibus de La Habana, con un cielo muy azul y un olor a yerba buena que venía del mar o, tal vez, del fondo de algún recuerdo ya olvidado. Y ahora ha pasado media hora, van a dar las nueve de mi sobresalto, y yo en esta Terminal de mi posteridad esperando un ómnibus de humo, un ómnibus que no acaba de llegar pero que ha de estar ahora mismo entrando por la Virgen del Camino, bajo el estruendo del Himno Nacional, digo, si los años, si la vida, si los sueños no han cambiado. Misterioso, en ese ómnibus llegará el mejor de mis amigos. Un amigo con el cual me siento en deuda. Amuleto en el bolsillo y corazón más verde que la primavera, con esas dos armas terribles y un bigote no muy definido aún viene el joven invasor que se ha propuesto conquistar La Habana, rendirla a sus pies, hacerla llorar de amor. Avanza, muchacho increíble. Metido en tu guayaberita pálida por los años, avanza. Abrázame como un hijo o como a un padre, quiéreme sin extrañarte ni preguntar. Yo te protegeré, yo te fabricaré una camisa azul de estaño y te alojaré en mi casa, yo te llevaré a pasear, te buscaré trabajo (o te conseguiré una beca, si has venido a estudiar), te presentaré muchachas —actrices famosas algunas de ellas—, inclusive te daré mi cama y me iré con Regina a dormir en el sofá. Mi sueldo, hasta el último centavo. Soy de ti, pobre ingenuo que amo y compadezco, igual que tú eres mío sin poderlo evitar. Y pide, pide por esa boca, joven remoto de niebla y humo. 10 homenaje a rafael alcides encuentro11 No mires hacia atrás ni hacia los lados. La Habana no es lo que supones. Toma la maleta con prisa y acompáñame. Tápate los ojos, los oídos, no mires, no oigas. No preguntes, no indagues. Escúchame. Escúchame a mí que soy mayor que tú y que he vivido en esta ciudad (y he muerto en esta ciudad) ya casi desde que nací. Ven, por lo que más quieras. No te pierdas, por favor. No te extravíes, no permitas que te confundan. No me hagas cometer nuevos errores. Comparte mi dicha, mi experiencia. Y mi rabia. Así te hablaría yo en el pasado. Hoy en cambio te digo: «Sosiégate, sosiégate, no tiembles, muchacho remoto, ternura de mis ternuras. Estás en La Habana. Por fin estás en La Habana, luego de tanto soñarla. Pero ahora no tendrás que huirle. No tendrás que temerle. Ni tendrás que evitar al policía ni disparar sobre el policía. Ni volver a dormir en los parques nunca más. Digo, si me escuchas, si me oyes y te cortas un pedazo de lengua (o mejor te la cortas completa y te metes en el Partido), muchachito mío que quisiera rescatar de aquella eternidad donde apareces masticando vidrio, candela y vidrio eternamente. Todo esto desearía yo decirle a mi joven y claro amigo cuya piel brillaba como las piedras bajo el sol y era tan sencillo y transparente como la corriente del río Buey que pasaba entonces por Barrancas y tan veloz como aquella propia corriente que sin cesar se aleja arrastrando sueños y horrores. Mas pasan las horas. Largas, infinitas pasan las horas de este 22 de junio más largo que un siglo y ya es mediodía y he vuelto a tomar café por cuarta vez y a comprar cigarrillos, en tanto, como pedazos de planetas que cayeran directos sobre el estómago, sobre el alma, sepultando Inéditos homenaje a rafael alcides encuentroel último resto de esperanza que aún quedaba, continúa en el andén el tráfago de maletas, el ir y venir de los desconocidos eternos pasando por primera y última vez sin dejar huellas, marcas, nada para recordarlos después, continúa el ruido infinito, la precipitación, el pregón de los periódicos, continúan los altoparlantes anunciando ómnibus que llegan o parten, y todo, absolutamente todo transcurre en la Terminal igual que aquel 22 de junio de 1952 cuando me vi de repente, solitario y solo, el más solo de los hombres, desembarcando en esta ciudad tan grande. Y acaba de llegar, ¡por lo que más quieras!, ómnibus que traes a mi muchachito de entonces. (1989) Inéditos 12 homenaje a rafael alcides encuentro13 Enigma Caballero saliente, adusto, notarial, de gastado traje negro y sobretodo al brazo, sacándose cortésmente el sombrero desde la puerta está diciendo adiós con el alivio y la pena de un empleado que se jubila. ¿Qué nos traerá el desconocido sucesor? ¿Cuánta será su eficiencia y discreción?, ¿su buena o mala mano para las siembras y los negocios y los asuntos del amor? ¿Con un solo de violín nos reconfortará en las noches de angustia?, ¿o como perro educado por el enemigo, ni a la suerte ni a la esperanza las dejará rondar nuestra casa? ¿Harán llorar sus cuentos o nos harán reír? Don del cielo, milagro que al fin se realiza, ¿llegará con él la noticia tanto tiempo soñada, la noticia tanto tiempo implorada? Caballeros que supieran algo y juraron guardar silencio o simples miembros de una sociedad secreta que de súbito se han reconocido, dando miedo Diciembre y Enero misteriosos se miran al cruzarse raudos en la puerta. (1999) homenaje a rafael alcides encuentroHiperbolero para Regina Mátame, anda. Por lo menos mátame. Haz que la tierra tiemble, que mis zapatos salgan volando y no me encuentren al regreso. Haz que suceda algo. Quiero morir en tu orilla, naufragar en ti, arder vivo en tus labios, ser tu prisionero, tu esclavo, quien te lave la cabeza y prepare tu café. Quiero que me odies, que me destruyas, pero sobre todo quiero que me mates, que me olvides, que no tengas compasión de mí, que no te conduelas ni aun cuando me vieras gritar y sollozar y de rodillas [pedir piedad implorando por mi madre o suplicando como un cobarde en un calabozo. Quiero que me pisotees y no me oigas y no me escuches y me ignores y, después de eso, ser para siempre el viento que pasó por tu ventana, el esqueleto de una flor que un día cortaras para adornar tu escote, nada: una tarjeta en blanco en un cofre de otro tiempo, una hebra de pelo en el hombro de un abrigo. Pero ahora mátame, por lo que más quieras, mátame, córtame en pedacitos y cómeme, ódiame, hazme despertar con un brazo de menos, llora como una vaca, injúriame, que te escuchen en el cielo y tengan que interceder los vecinos, quema mi ropa y lanza al mar las cenizas, mis señas, tergivérsalas, vuélvete una epidemia, un huracán, 14 homenaje a rafael alcides encuentro15 borra mi pasado, déjame sin porvenir, sin casa, sin muebles, sin amigos, haz que termine pidiendo limosna en la calle y sin saber quién soy; no te conduelas, no me oigas, sé mala, bien mala, y olvídame, olvídame mucho después, mujer mía, pero ahora mátame. Por lo menos mátame, destrúyeme, muérete conmigo. Es todo cuanto a Dios en este instante inmenso le pido. (1992) Inéditos homenaje a rafael alcides encuentroRafael Alcidespertenece a la llamada Generación de los años 50; ya eso implica un duro reto, por cuanto ésta ha sido una de las generacio- nes más fragmentadas de las últimas décadas. Allí se encaja su poesía extremadamente coloquial, pero al mismo tiempo íntima, portadora de una gran pasión por la verdad. También ha escrito mucha novela que toma una y otra vez como eje argumental la historia de Cuba. Alcides es obstinado; amante de un país que se hace al ser conversado por él; su imaginación es inagotable; su amor por la literatura, uno de los ejemplos cartujanos del momento. Es pródigo al querer, amigo de mucho cuida- do, hombre que provee su soledad para darse mejor a la escritura. Las generaciones más jóvenes se detienen en él, lo redescubren. Efraín Rodríguez Santana(e.r.s.):La pata de palo(1967) y Agradecido como un perro (1983) provocaron un fuerte impacto en varias generaciones de escri- tores. Después aparecieron Y se mueren y vuelven y se mueren y Noche en el recuerdo, ambos de 1988, además de Nadie(1993). Desde la perspectiva que confiere el tiempo y mucha poesía inédita que se almacena en tus anaqueles, ¿cuáles pudieran ser las influencias de estos libros en la poesía cubana actual? Rafael Alcides(r.a.): ¿En la de Heredia, la de Lezama, la de Guillén? Lamen- tablemente, ninguna. Te pedía que precisaras porque para mí la poesía, la de todos los tiempos y todas las lenguas, es actual. Actual y la misma. Cam- bia de ropajes pero, en lo fundamental, es la misma. Justo como el gas argón que ha estado en el aire que respiramos sin renovarse, aumentar ni disminuir, desde el comienzo de los comienzos. Música callada, historia del corazón, la percibo como el rumor de algo, tal vez una luz que parecie- ra que va a encenderse dejándonos ver de repente lo que hay al otro lado de la pared y al cabo, desgraciadamente, no se enciende. Quítale esa sos- pecha eterna y te quedarás con la página en blanco. Si en cambio te refieres 16 homenaje a rafael alcides encuentro Rafael Alcides ENTREVISTO por Efraín Rodríguez Santana Yo escribo y borro lo que quiero cuando quiero17 a la poesía cubana más reciente, no es de creer que haya influencias mías. Cuando en junio de 1984, después de diecisiete años de oscuro y espeso silencio, resucité con Agradecido como un perro(título que por incumplimien- tos editoriales aparece con machón del año anterior), Lezama, que también había vivido entre los muertos, tras romper con su fuerza descomunal de monstruo la botella donde fuera encerrado, alzábase ya en el horizonte como la columna secreta que desde siempre hubiera estado sosteniendo el cielo sin que el mundo lo supiera. Ante tan poderosa deidad, muchos jóve- nes poetas cubanos, y algunos no tan jóvenes, sucumbieron. Inclusive colo- quialistas a quienes aquella epidemia les sorprendió trabajando en novedo- sos catecismos de marxismo en verso para educandos de primaria, tiraron esos experimentos por la ventana y empezaron a escribir a la luz de los dic- cionarios del pasado parrafadas ilegibles creyendo así escribir como Lezama. En el colmo de la adoración, no faltaron los que engordaron locos por pare- cerse a Lezama aunque fuera en eso. Como toda moda, aquello pasó —si bien, tercos, algunos se quedaron gordos—. Pero cuando eso vino a suceder, el Coloquialismo, después de decenas de años de existencia compartiendo el espacio nacional con otras escuelas, digamos desde los años de Tallet y Ville- na, y después del 59 actuando como tiranía, estaba siendo renovado hasta en el propio patio de su casa solariega. Siempre ha sido así. Después de que esos genios desembotellados pasan sobre la tierra, ya no se podría volver a ser ni a pensar como antes. Aunque no se les vea ni nos demos cuenta, esas fieras que un día abrieran de repente las puertas del porvenir, seguirán estando en nosotros al modo de un instinto, de una experiencia guardada en el subcons- ciente, o de un adn . La ya magistral poesía de algunos de ustedes, los que ahora andan entre los treinta y los cincuenta, lo demuestra. De modo que no creo haber influido en ustedes. En cambio, he tenido la satisfacción de que composiciones mías hayan impactado y aun sugerido textos a poetas de mi generación, cubanos y extranjeros, y a un poeta de la generación previa a la anterior, lo cual sería suficiente para justificar mis días. Pero eso se lo dejo al crítico, no por modestia, puesto que no lo considero influencias sino delica- dos homenajes; se lo dejo, para no quitarle su comida. e.r.s. Además de coloquialista, eres neorromántico, melodramático, vitalista y observador implacable de las paradojas que expresan al ser humano. ¿De qué manera acomodas todo eso en tu poesía y novela? r.a.Yo mismo no lo sé. Ocurre. Para mí eso es como ser escandinavo o tener los ojos pardos. Ocurre. Jamás me propongo nada, excepto lo que me dicta el corazón, ese otro ser a quien le he dejado la tarea de pensar. Visto así, soy más bien un romántico completo. En cuanto a lo de melodramático, disien- to, aunque tal vez tengas razón. Nunca he podido resistirme al sentimiento, si bien tratando, como Shakespeare en Romeo y Julieta , de observar las leyes que rigen en las fronteras. Ahora bien, ¿por qué ese miedo de ser o parecer melodramático? Tomemos a Neruda. No es casualidad que algunos de sus textos del Crepusculario, el «Poema número veinte» y «La canción desespera- da», sigan siendo en la América de habla española los poemas más leídos Yo escribo y borro lo que quiero cuando quiero homenaje a rafael alcides encuentroNext >