< Previouscapataz. El administrador respondió que allí no trabajaba ninguna persona con ese perfil, y menos con guayabera blanca y sombrero de yarey. Oscar, a veces, mencionaba a sus amigos que tenía una deuda con la vida por- que no había tenido hijos, y por lo tanto estaba condenado a resucitar. Hernán Henríquez sospechó que uno de los relatos de Oscar, «Los vampiros de metano», tenía relación con lo ocurrido, e imaginó una conspiración de Oscar con su más íntimo amigo, Pedro Julio, para que a la hora de su muerte su tumba permane- ciera abierta, a fin de escapar de ella, con alas de vampiro, y volar al más allá. Cumplida esa tarea, Pedro Julio moriría poco después, a los 55 años de edad, la misma de Oscar, tal como lo había presentido Hernán Henríquez, quien después escribió un relato que a él se le antojaba muy cercano a la reali- dad, donde «Oscar y Pedro Julio era la pareja inseparable que ha venido reco- rriendo el tiempo, pasando de reencarnación en reencarnación. Ellos habían sido Sherlock Holmes y Watson; Cainde y Taebo; Rómulo y Remo; Cástor y Pólux; el Gordo y el Flaco; Benitín y Eneas». CARTAS REVELADAS Gracias a Oscar conocí a otro escritor que luego fue mi amigo por medio siglo. Era el año 1966 y en La Habana se celebraba la Olimpiada de Ajedrez. Oscar recibió el encargo de preparar un número especial de la revista Cuba Internacio- nal sobre el acontecimiento, una tarea que cumplió con una edición de colec- cionistas en la cual incluyó a Lezama Lima y, por supuesto, su certeza de que el ajedrez era un pasatiempo traído a nuestro planeta por los extraterrestres. Pero en 1966, Oscar era ya casi una no personaen la Isla. Durante muchos años me pregunté quién fue el osado que le solicitó tal extensa colaboración para la revista cubana más divulgada en el extranjero, hasta que un día lo supe por labios de esa misma persona: Antonio Benítez Rojo. No es raro que haya conocido a Antonio en la casa de Oscar durante una cita con personajes que parecían salidos del cine negro norteamericano: un par de hombres que algunos catalogaban de matones: Pepe de Jesús Ginjau- me Montaner y Billiquen, de la banda Unión Insurreccional Revolucionaria (uir), de Emilio Tró. La reunión era a petición de Antonio, quien deseaba escribir sobre el gansterismo en la Universidad de La Habana y publicar una serie en la revista Cuba Internacional, donde entonces era jefe de redacción. Pero como el propio Fidel Castro había pertenecido a ese grupo gansteril, las intenciones de Antonio resultaban indeseables y sospechosas. Sus contactos con ambos personajes fueron prohibidos, y las cintas de las entrevistas, confiscadas. A Oscar y a Antonio los unía, sobre todo, la literatura, especialmente aquella sobre experiencias alejadas de lo usual. En varios de los cuentos escritos por ambos, el asunto emerge con claridad. Sin embargo, Oscar nunca pudo escuchar el relato más asombroso de Antonio (¿o quién sabe?): el de aquel día, a comienzos de los 80, cuando Antonio entró en un hotel de Connecticut, fugaz, en viaje por la eternidad. Contó Antonio que su esposa y él llegaron al sitio huyendo de una nevada y al entrar observaron que ni la ropa de los huéspedes ni los anuncios ni el Miguel A. Sánchez 8 encuentromobiliario se correspondían con la época.«Hilda, esto no existe», le dijo. «Vámonos de aquí antes de que desaparezca». Pero su curiosidad pesó más y, tras alejarse unos kilómetros, regresó a comprobar. Para entonces el hotel había proseguido su peregrinar llevando, tal vez, nuevos viajeros. Años después, Antonio e Hilda volvieron al lugar de la aparición e indagaron sobre el hotel con los vecinos. Efectivamente, existió un hotel Howard Johnson en aquel lugar; fue demolido a inicios de los 60. Como Oscar, Antonio podía convivir entre ánimas sin molestar y ser molesta- do. «Esta casa esta llena de fantasmas; ahora mismo están reunidos en la sala, pero a mí no me importa», le comentó a Manuel Díaz Martínez cuando éste lo visitó en 1995 para dictar una conferencia sobre literatura y Cuba en la Univer- sidad de Amherst, donde tanto Antonio como su esposa Hilda eran profesores. RETRATO DE MUJER CON DELANTAL El comentario de Antonio no le pareció inusitado a Manuel Díaz Martínez, puesto que él formaba parte, por decirlo de alguna manera, del círculo de ini- ciados. Cuando niño, sus padres se mudaron para una vieja casona de El Cerro, donde la mamá de Manuel se topó, desde el primer día, con una seño- ra vestida con delantal que parecía buscar compañía o anhelar algo. Todos los días la agobiada dama aparecía en el mismo sitio. Con justificada alarma, sus padres mandaron a buscar a la que les alquiló la casa, quien, sin preguntar nada, sacó una vieja fotografía de un sobre y preguntó: «¿Es ésta la señora que vio?». Los padres de Manuel respondieron afirmativamente. «Ella murió hace años pero quería mucho esta casa y la extraña. Otras personas la han visto antes», dijo. Poco después, los padres de Manuel se mudaron nuevamente. Y, tal vez no por casualidad, fue Manuel el que me escuchó gritar: «¡Coño, era Portacarrero!», mientras un guía nos contaba los detalles de la casa de Benito Pérez Galdós en Las Palmas de Gran Canaria. —¿Quién?, se acercó Manuel a preguntarme. —Portocarrero, le dije. El hombre que hace un rato se acercó a saludarme en el café del puerto fue Portocarrero. —Pero Portocarrero se murió hace muchos años, aclaró sin inmutarse. Eso ya lo sabía. También que se suicidó, al igual que su compañero Raúl Milián. Cuando mi esposa Amalia y yo regresamos a Nueva York pocos días des- pués, busqué el libro de historia de la pintura cubana, de Oscar Hurtado y Edmundo Desnoes; tapé los nombres de los artistas con un pedazo de papel, dejando sólo las fotografías, y le pedí que señalara al visitante de Las Palmas. En cuanto vio a Portocarrero lo reconoció. —¿Estás segura? —No me cabe la menor duda, ese fue el hombre que te fue a saludar. Cuando le conté la experiencia a Antonio Benítez Rojo, sus preguntas bus- caron una coordenadas que al parecer le eran familiares: —¿Te saludó nada más que a tí? —Sí. Encuentros a ambos lados de la ribera 9 encuentro—¿Y a Amalia? —No, a ella no. —¿La miró al menos? —Como si no existiera. Ella me preguntó luego quién era ese hombre mal educado. —¿Cuánto rato estuvo allí? —Nada… Me dijo: «me alegro de verte otra vez, o que estés bien, algo así por el estilo», y desapareció. «Era la imagen astral de Portocarrero», me explicó. «Se está despidiendo de algunas personas. Eres una de ellas. Tú sabrás por qué» . Supuse que era mi deuda por su encargo que nunca cumplí. Un caso simi- lar al que Oscar le mencionó a Hernán Henríquez; si se trataba de no dejar raíces humanas, Portocarrero tampoco tuvo hijos. Me confesé un no iniciado, y Antonio me escuchó con disimulado recelo. Se inclinaba a pensar que Por- tocarrero cumplía condena por la manera que escogió para dejar el mundo. «Morir por suicido no es sólo pecado en la tradición cristiana, lo es con dife- rente sentido en otras cosmologías», fue su explicación. Por más de diez años quise describir aquel extraño encuentro, pero antes deseaba saber si Manuel Díaz Martínez recordaba aún lo que había ocurrido en Las Palmas en 1994. No fue hasta la primavera de 2006 cuando Manuel volvió a Nueva York. Nos reunimos en el patio de mi casa y le mencioné el asunto. Tenía fresco en su mente el episodio y mi súbito grito de asombro en la casa museo de Galdós. Después que Manuel regresó a España conocí, por Évora Tamayo, lo que Her- nán Henríquez rememoraba de lo sucedido en el cementerio de Colón ante el sepulcro de Oscar, cuando, al fin, tras meses de tormento, llegó a la conclusión de que el incidente de la tumba abierta no había sido otra cosa que una trama de Oscar con la complicidad de Pedro Julio, su amigo de todos los tiempos. La confabulación me pareció ajustada a mi propia experiencia, y desde entonces deseché toda posible casualidad respecto al inusual encuentro de aquella tarde de 1994 en el puerto de Las Palmas. Alguien, me dije, sirvió de mensajero con Portocarrero. ¿Pero quién? ¿Oscar, gracias a su peregrinaje por el tiempo, o Antonio, siempre tan predispuesto a explorar todos los ángulos de las cosas? Ya estaba listo a mandar una nota a Manuel Díaz Martínez con mis sospe- chas, cuando, de pronto, recordé el cuadro «Mujer en el Interior del Cerro», de Portocarrero, tras lo cual cancelé la carta para siempre, ya que desde entonces no consigo olvidar la similitud entre la dama de la pintura y la des- cripción de la señora que, por la misma época del cuadro, se le aparecía a la madre de Manuel en busca de consuelo. Y es que ese día tuve la certeza de la identidad real de la persona que hizo posible el reencuentro de Las Palmas. Miguel A. Sánchez 10 encuentro11 encuentro «ESTO NO ES UN EXPERIMENTO COMUNISTA» (LA REFORMA AGRARIA Y LA BATALLA CONTRA LA CALUMNIA) Mucho antes de 1959, la mayoría de los funcionarios norteamericanos inter- pretaron las fervientes críticas del Movimiento 26 de Julio al intervencionismo de ee. uu., como una evidencia de que sus líderes eran comunistas y de que sus objetivos eran controlados por los soviéticos. Igual que habían hecho durante la guerra en la Sierra Maestra, los guerrilleros de Castro y sus partidarios urba- nos denunciaron a voz en cuello estas acusaciones, en la primavera y el verano de 1959, como planes que ee. uu.preparaba para repetir la operación encu- bierta de la cia para derrocar al Gobierno elegido democráticamente en Gua- temala en 1954. Su solo crimen, al igual que el del Gobierno revolucionario de Cuba, había sido apoyar una reforma agraria moderada 1 . La Ley de Reforma Agraria de 1959, que afectó principalmente al tres por ciento de los latifundistas y al diez por ciento de las tierras cultivables, se ajustó a los principios que limitaban la extensión de tierras en propiedad, de acuerdo a la Constitución cubana de 1940, límite que había permanecido sin efecto 2 . Sin embargo, como el preámbulo de la Ley admitía, los afectados eran aquellos latifundistas que poseían la mayor cantidad de tierras: después de todo, el 1,5 por ciento de todos los latifundistas tenía en su poder el 45 por ciento de las tierras cultivables 3 . Inevitablemente, las compañías norteameri- canas y los latifundistas nacionales, por mucho tiempo aliados a los intereses de ee. uu., debían ser los más fuertemente afectados. Promulgada el 17 de mayo de 1959, la Ley de Reforma Agraria desató un apoyo enorme entre la clase media cubana. Como hijo que era de un rico hacendado, el mismo Fidel Castro incentivó a muchos cubanos a ofrecer voluntariamente su tiempo y su riqueza para llevar a cabo la Reforma Agraria. «Una buena foto es la mejor defensa de la Revolución» Imagen, Producción de Imagen y la Imaginación Revolucionaria de 1959 Lilliam GuerraDehecho, pocos de los primeros éxitos del Estado hubieran sido posibles sin las contribuciones financieras masivas a la Reforma Agraria hechas por la clase media habanera. Según ratificaba Antonio Núñez Jiménez, capitán guerrillero y director del Instituto Nacional de la Reforma Agraria (inra), las donaciones privadas sumaron un total de ocho millones de pesos 4 . Las donaciones procedí- an de escolares, contadores y trabajadores de servicio de los centrales azucare- ros, organizaciones caritativas femeninas, trabajadores textiles, clubes sociales, sociedades literarias, individuos ricos, y de fuentes tan sui generiscomo peluque- ras que trabajaban en el aristocrático salón de la famosa tienda por departamen- tos, El Encanto, y de la Asociación de Cubanos de Rochester, en Nueva York 5 . Desafortunadamente, la aprobación oficial de la Reforma Agraria coinci- dió con la escandalosa deserción del que fuera jefe de la Fuerza Aérea Revolu- cionaria, Pedro Díaz Lanz. Desde su llegada a Miami, la elite exiliada de los batistianos lo aclamó como un héroe. En pocos días, Díaz Lanz compareció ante el Senado norteamericano para denunciar al Gobierno de Fidel como caldo de cultivo de comunistas y agentes soviéticos 6 . De hecho, Díaz Lanz había desertado de su puesto luego de saber que sus superiores estaban plane- ando deponerlo por corrupción y nepotismo 7 . No sorprende que su testimo- nio nada convincente ante los senadores norteamericanos desatara una ola de repudio sin precedentes en Cuba. Más que nunca, la defensa de la Revolución y de la Reforma Agraria se volvió sagrada. Bohemia comparó a Díaz Lanz con Judas y con Benedict Arnold 8 . La prensa oficialista y las organizaciones cívicas afiliadas al Movimiento 26 de Julio res- pondieron aún más agresivamente. La Acción Católica Cubana y el obispo de Matanzas llamaron a los católicos a condenar la campaña de difamación lleva- da a cabo por Estados Unidos. Para ellos, la elección era «Cristo o Wall Street» 9 . Los editores de Revoluciónargumentaron firmemente «Esto no es un experimento comunista», clamando que las acusaciones eran tan falsas que ni aun los escolares cubanos podrían creerlas 10 . Verde Olivo acusó deliberadamen- te de ser «vende-patria» pagado por la inteligencia norteamericana a todo aquel que divulgara la idea de que los revolucionarios cubanos eran comunis- tas 11 . Pronto, la Federación Estudiantil Universitaria (feu) continuó la deman- da, poniéndose al lado de su presidente, José Puente Blanco: «en Cuba no podrá darse otra Guatemala. Es completamente falso que impere el comunis- mo en las filas de la Revolución. La idiosincrasia del cubano y su pensamiento democrático no admiten régimen de tipo totalitario alguno… Los estudiantes cubanos repudiamos el comunismo como sistema de gobierno despótico, des- tructor de los valores morales, desintegrador del régimen familiar y, sobre todo, fundamentado en el crimen y la opresión. Por ello derrocamos a Batis- ta…» 12 . Inclusive Prensa Latina, la agencia oficial de noticias internacional del Movimiento 26 de Julio, fue tan lejos que acusó a los soviéticos por plantar deli- beradamente la semilla del miedo. «El enemigo es Moscú y no Washington», proclamó un portavoz 13 . Por su parte, Fidel y Raúl Castro calificaron de «calumnia» las acusaciones de Estados Unidos y declararon que su movimiento tenía una sola filosofía, Lilliam Guerra 12 encuentro13 «el humanismo democrático». También declararon que tenía un solo objeti- vo: una ley moderada de reforma agraria. Fidel declaró: «La Revolución es la Reforma Agraria» 14 . Y que ellos no eran comunistas, sino simples «seres humanos sensibles». Núñez Jiménez atacó con el argumento de que la refor- ma que se estaba implementando era comparable con la reforma llevada a cabo en Puerto Rico y en Japón bajo la ocupación militar norteamericana des- pués de la II Guerra Mundial 15 . Sin embargo, a medida que la mayoría de los cubanos se movilizaban a favor de la Reforma Agraria, comenzaron a surgir las preguntas acerca del número cada vez mayor de agencias del Estado bajo el control de Fidel Cas- tro, así como su política de empleo en tales agencias basada en la lealtad per- sonal y el tiempo servido como guerrilleros en la Sierra, en vez de cualquier otra experiencia o calificación profesional 16 . Los temores sobre el Gobierno incontrolado de Fidel Castro vinieron a la mente días después del escándalo de Díaz Lanz, cuando, el 17 de julio de 1959, Fidel Castro renunció sorpresi- vamente a su cargo como Primer Ministro. Entonces, al mismo tiempo, Manuel Urrutia, el hombre que Fidel Castro había designado presidente de Cuba, también renunció, aparentemente, a raíz de denuncias y críticas de índole ética y moral que Fidel Castro le hizo esa noche por televisión, en vivo. Aunque se retiró temporalmente de su puesto con el objetivo de nombrar a su aliado de confianza, Osvaldo Dorticós, como sustituto de Urrutia, Fidel ase- guró a los cubanos que su renuncia era oficial. La crisis derivada de esto, junto a la misteriosa e inexacta acusación por parte de Fidel de que fue vícti- ma el presidente Urrutia, causó alarma en todas las capas de la sociedad. Los cubanos temían una invasión norteamericana, un regreso a los tiempos de Batista, el fin de la Reforma Agraria o, peor, una guerra civil sangrienta 17 . Mientras que, inexplicablemente, Urrutia se encontró a sí mismo bajo arresto domiciliario y forzado a buscar refugio en las embajadas extranjeras —un destino que tendría que sufrir hasta que el Gobierno cubano le exten- diera su visa de salida en 1963—, Fidel estuvo tres horas ante las cámaras de televisión. Declaró que no era un «conflicto ideológico» lo que separaba a los dos hombres, sino «diferencias morales», y acusó a Urrutia de usar su exage- rado salario para comprarse una opulenta casa en La Habana. Aunque él esta- ba viviendo aún en una suite del hotel Habana Hilton, a expensas del Gobier- no, Fidel declaró no haber ganado dinero suficiente como Primer Ministro en los últimos cinco meses como para pagar una sencilla cabaña de pescadores en la Ciénaga de Zapata 18 . Más importante, sin embargo, fue su condena a Urrutia por haber criticado repetidamente, en recientes entrevistas de pren- sa, la posible infiltración comunista entre las filas revolucionarias. Las declara- ciones de Urrutia, insistió Fidel, sólo validaban las acusaciones norteamerica- nas de que los comunistas estabanrealmente en el Gobierno. Haciendo esto, Urrutia invitaba deliberadamente a Estados Unidos a intervenir, algo análogo a la traición, al menos en la mente y el discurso de Fidel Castro 19 . Al día siguiente, Dorticós ofreció una conferencia de prensa mientras que el ministro de Educación, Armando Hart, exhortó alas multitudes a mantener la «Una buena foto es la mejor defensa...» encuentrocalma. En la prensa nacional se publicaban fotografías donde aparecían haba- neros levantando en las calles letreros en los que se leía «Fidel o Muerte» y «Revolución sin Fidel es Traición» 20 . Increíblemente, fue en este contexto de tensiones políticas y resultados inciertos en el que Fidel Castro promovió per- sonalmente lo que él juzgó la más importante celebración en la historia de Cuba: la primera conmemoración nacional de la fundación de su propio movi- miento guerrillero 26 de Julio. Para la celebración de su sexto aniversario, Fidel reclutó voluntarios para organizar lo que llamó la «Campaña del Millón». LA GRAN INVASIÓN GUAJIRA A LA BANA Cuando, al principio, se anunció, en junio de 1959, la gran Concentración Campesina, se suponía que ésta trajera un millón de «guajiros» a La Habana. Por razones logísticas, sin embargo, los organizadores redujeron eventual- mente el número de guajiros que invitó el Gobierno a 500.000 21 . Mucho antes de la crisis de julio, los organizadores comunitarios habían concebido el pro- yecto como una oportunidad para que los cubanos de todas las clases sociales reclamaran un papel en la Revolución y celebraran los logros de los guerrille- ros como su propio triunfo. Previo al evento, el Gobierno lanzó una campaña de anuncios a toda página presentando un niño pequeño, bien vestido, abriéndole la puerta de una preciosa y moderna casa a un delgado y maduro campesino que se quitaba su sombrero. «Ábrele tu puerta al campesino», cla- maba el anuncio, «Habanero, celebra este 26 de julio junto a tus hermanos del campo. Bríndales alojamiento, comida, transporte, ropa, cama o lo que puedas» 22 . No obstante, en el contexto de la renuncia de Fidel, el significado de la Concentración Campesina rápidamente cambió de curso: ésta se convir- tió en lo que los líderes del 26 de Julio llamaron «declaración de apoyo a Fidel» y petición colectiva por el regreso de éste a su mando. Traer medio millón de campesinos a La Habana requería un estimado de cinco millones de dólares en transporte, alojamiento y comida para los visitan- tes, muchos de los cuales no habían viajado nunca fuera de su provincia de origen, por no mencionar que no habían visitado nunca la capital. En algunos casos, los campesinos que iban a La Habana nunca habían salido de sus pequeños pueblos rurales 23 . Al igual que la Reforma Agraria, el éxito de la visita de los guajiros a La Habana dependió, en primera instancia, de la gene- rosidad financiera, del trabajo voluntario, y del apoyo organizativo de la clase media habanera. Igualmente significativa fue la organizada clase obrera haba- nera que voluntariamente donó en la fábrica su tiempo y, en algunos casos, su salario. Al final, el Gobierno nacional contribuyó, si es que lo hizo, con muy pocos fondos 24 . La idea era hacer sentir a los guajiros más como embajadores de una nación querida, más auténtica, que como los primos pobres del campo. Desde todos los puntos del espectro socioeconómico, los habaneros se movilizaron personalmente a un nivel sin precedentes. Los marineros cuba- nos y los boy scouts locales sirvieron como comités de bienvenida en diferen- tes puntos de entrada alrededor de toda La Habana. Las familias pudientes Lilliam Guerra 14 encuentro15 abrieron sus puertas a cerca de 150.000 visitantes campesinos que no habían conocido antes. La Confederación de Trabajadores de Cuba, el sindicato más grande de Cuba, alentó a los trabajadores a donar un día de salario para la Reforma Agraria y a ofrecer alojamiento a los guajiros. Los estudiantes de la Universidad de La Habana, el personal del Ministerio de Hacienda, clubes de Rotarios y revistas como Carteles , prometieron proveer a 250.000 campesinos adicionales de un lugar donde quedarse en campamentos improvisados sólo para el evento. Los panaderos planearon hacer nueve millones de barras de pan para los desayunos y meriendas de los campesinos. Las compañías de gas acordaron donar combustible para su transportación y los ferrocarriles priva- dos donaron 250.000 billetes gratis para hacer posibles los viajes desde las regiones más apartadas de Cuba 25 . Igualmente significativa fue la proporción en que los organizadores y los contentos residentes habaneros aseguraron que el espectáculo de la invasión guajira a La Habana fuera un éxito, tanto a nivel simbólico como personal. De esta forma, los trabajadores de la industria textil se ofrecieron para confeccio- nar, a un precio muy reducido, cientos de miles de guayaberas, las camisas tra- dicionales, supuestamente, usadas en el campo. Ostensiblemente, los residen- tes de La Habana esperaban que sus huéspedes campesinos «lucieran» como campesinos vistiendo guayaberas y el peculiar sombrero de yarey de ala ancha. Irónicamente, los campesinos ya no usaban sombreros de este estilo ni poseían guayaberas: la mayoría no podían ni pagarlas. Sabiendo esto, los orga- nizadores movilizaron fábricas y comerciantes para vender las camisas y los sombreros a los residentes habaneros de clase media y adinerados, los cuales se esperaba fueran entregados como regalos de bienvenidas a todos los guaji- ros que se encontraran en las calles o que alojaran en sus hogares 26 . Además, los hoteles de cuatro y cinco estrellas ofrecieron cientos de paque- tes vacacionales en sus habitaciones y suites, pagadas completamente, para los campesinos de Oriente, considerados los más pobres, los más olvidados, y los realmente heroicos por sus contribuciones al éxito de la lucha guerrillera. Miembros del Miramar Yacht Club, posiblemente el club social más exclusivo del país, proveyeron alojamiento en sus lujosos cuartos de huéspedes a treinta campesinos. Al final, ni los dueños de grandes extensiones de tierras, que habían sido el blanco de la Reforma Agraria, pudieron resistir el involucrarse. De acuerdo con Revolución, un grupo de hacendados pagó por 300 habitacio- nes en los hoteles Inglaterra y Plaza, en el corazón de la ciudad, así como un estipendio de tres pesos por campesino —¡lo cual resultaba ser mucho más de lo que ellos mismos ganarían trabajando en sus fincas! 27 . Sin duda alguna, para muchos negocios y para grupos como la Asociación de Hacendados, quienes públicamente apoyaban la Reforma Agraria, pero que la combatían en privado, la Concentración Campesina representó una oportunidad de ganar publicidad favorable en este sentido, mejorando activa- mente su imagen. Así, los negocios parecieron disfrutar con la idea de apare- cer como patrocinadores oficiales de la celebración más grande de la Revolu- ción hasta ese momento. «Una buena foto es la mejor defensa...» encuentroEn este sentido, se destaca la edición especial del 26 de julio de Revolución, el periódico oficial del Gobierno de Fidel. Éste dedicó más espacios a anun- cios comerciales que a historias especiales, tales como la historia hagiográfica detallada del Movimiento 26 de Julio en los años 50. La tienda por departa- mentos Flogar regalaba miniaturas de banderas cubanas a todo aquel que pidiera una. La aerolínea Cubana de Aviación desplegó un enorme anuncio representando un alegre campesino usando su sombrero de yarey y su guaya- bera de hilo, las manos abiertas en el aire: «Hermanos campesinos», anuncia- ba la proclama, «Hermanos, La Habana es de ustedes, siéntanse en los hoga- res habaneros como en sus propios hogares; ustedes son nuestros huéspedes de honor y tengan la seguridad de que en estos momentos no hay nadie en Cuba tan importante como ustedes» 28 . Las tiendas de ropa, como Fin de Siglo y La Filosofía, anunciaron descuentos especiales para los guajiros mientras que La Pasiega pregonó la donación de 10.000 platos de macarrones para los distinguidos huéspedes nacionales 29 . Las corporaciones foráneas, como Sher- win-Williams y el Trust Company of Cuba, desplegaron enternecedoras imáge- nes, como la de un habanero de clase media acercándose a apretar las manos de los guajiros a través de la ventana de una guagua que llegaba 30 . La Corpo- ración Bacardí mostraba a un habanero bien vestido sacándose una foto frente al Capitolio, una imitación positiva de la clásica historia de los guajiros que, como cuenta la historia, siempre se sacaban una foto en ese lugar, para que de vuelta a casa, sus familiares supieran que habían estado en La Habana 31 . Haciéndose eco del cartel oficial de la campaña del Gobierno, la Asociación de Bancos de Cuba presentó un anuncio que exclamaba: «Nosotros, además, le abrimos las puertas del crédito a la Reforma Agraria» 32 . La Shell mostraba a un campesino sonriente usando una banda decorada con la bandera cubana sobre el nombre «Fidel» junto a una frase de José Martí 33 . Irónicamente, la página principal de la edición especial del periódico con- trastaba marcadamente con estos reclamos en compartir el éxito de la Revolu- ción hecho por las compañías locales y las imágenes de ciudadanos que estos anuncios presentaban. «¡Fidel!» , anunciaba la cubierta del suplemento. Se refería a Fidel como icono que encerraba todos los logros y la gloria de la lucha revolucionaria en sí mismo: «Tenemos un movimiento recio que se llama 26 de Julio... Conquistó la montaña. Conquistó el corazón del pueblo. Conquistó a todos los que pensaban como nosotros. Conquistó el poder revo- lucionario. Lo tiene en sus manos. Lo tiene firmemente» 34 . Debido a que los visitantes campesinos en La Habana eran en su mayoría analfabetos, la audiencia de los pronunciamientos oficiales de Fidel, así como los anuncios que colonizaban el interior de las páginas de aquella edición dominical de Revolución, era en su mayoría la clase media de La Habana. Por tanto, ¿qué significaban las exclamaciones de apoyo corporativo y cómo podrían haber respondido la mayoría de los lectores educados? Por un lado, parece claro que los dueños de negocios en Cuba, tanto nacionales como extranjeros, pueden haberse creído los «patrocinadores corporativos» de la Revolución. De esta forma, buscaban mitigar la imagen de Fidel como el hijo Lilliam Guerra 16 encuentro17 de un acaudalado hacendado convertido en guerrillero, apropiándose de ella. Sin embargo, al mismo tiempo, lo atractivo de los anuncios y posiblemente lo atractivo del propio Fidel como símbolo del hacendado arrepentido y libera- do de sus pasados pecados, puede tener otra explicación: la creciente con- ciencia política de los habaneros hacía que realmente se dieran cuenta de la miseria, aislamiento e inocencia cultural de la clase cubana más pobre con la cual tendrían contacto personal por primera vez. Al igual que la campaña del Gobierno «Ábrele tu puerta al campesino», tales anuncios y mensajes despertaron la psiquis de los cubanos acaudalados quienes habían llegado a percibir que la salvación de Cuba (y quizás su propia salvación) dependía de sus esfuerzos por salvar a los sacrificados campesinos de la miseria y la explotación. En el clímax de las manifestaciones de masas, los funcionarios organizadores del evento habían adoptado casi siempre un tono didáctico, enfatizando los objetivos utópicos de la Revolución e insistien- do en el «apoyo unánime» del pueblo 35 . De esta forma, anunció el diario Revolución, «todo esto, dentro de un marco altamente simbólico constitutivo de la nueva nacionalidad… El gobierno revolucionario, a través de la Refor- ma Agraria, se ha dado a una transformación tendiente a la equiparación de ambos niveles de vida, a la igualdad entre el campo y la ciudad, para destruir toda diferencia económica, política y social entre el campesino y el hombre de las ciudades, para fundir todo eso en una sola realidad: el cubano total, el hombre pleno de la nueva Cuba». En este proceso, la Concentración Campe- sina adquirió doble significado: primero, «el valor simbólico» de hacer sentir al campesino heroico que pertenece a la ciudad y, segundo, «el valor pedagó- gico» de aumentar la conciencia del campesino sobre «cual debe ser su desti- no, su nivel de vida, y su consideración política y social» 36 . En ambos casos, era el Movimiento 26 de Julio el que merecía el crédito. Sin embargo, muy lejos de los esfuerzos de control de los líderes guerrille- ros, los rostros y testimonios personales de los huéspedes campesinos en La Habana hablaron alto y claro a los corazones y las mentes de los capitalinos. Desde su perspectiva, era una historia compleja y persuasiva, más que la pro- yección de una imagen que necesitaba ser contada. De esta forma, los repor- tes de la prensa captaron las reacciones emocionales de los guajiros cuando visitaban la playa y el océano por primera vez; veían mujeres en traje de baño por primera vez; se maravillaban al contemplar el Focsa por primera vez; cru- zaban una muy transitada intersección por primera vez; subían una escalera eléctrica por primera vez, y aun cuando probaban un popsicle por primera vez 37 . Los miembros de la burguesía metropolitana y los residentes de los barrios de clase obrera se veían igualmente encantados. Las fotografías mos- traban guajiros por toda la ciudad, que muchos de ellos llamaban «La Bana»: sentados con la bisnieta del presidente José Miguel Gómez en la sala de su suntuosa casa de El Vedado, firmando autógrafos para adolescentes negras en el Malecón, saludando a una estrella musical española en el lobbydel Hilton, y mirando perplejos al busto de un maniquí que supuestamente habían confun- dido con una persona real en una vidriera 38 . «Una buena foto es la mejor defensa...» encuentroNext >