< Previousenorme poeta mexicano José Gorostiza, con Los heraldos negrosque en «A mi hermano Miguel» alcanza la sobrecogedora tragedia de la muerte, de la ausencia, de que «La vida no es sino una sombra errante» —como dirá Gastón en la estro- fa final, tal vez, recordando los versos iniciales de César a Miguel: «Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,/ ¡donde nos haces una falta sin fondo!». La identificación con la vozinfantil y con cada una de sus aventuras por el idioma puede apreciarse con nitidez en otro poema que aún espera un análisis que lo vincule con la biografía del poeta: «El sol y los niños, y además la muer- te». O en ese «Pie para una foto de Rilke niño» que titula «Silente compañero». O en «Cuando los niños hacen un muñeco de nieve», con el reproche herético del poema ante el poeta, de la criatura ante Dios, del muñeco ante los niños que lo dejan «como un centinela perdido en el desierto». Tal identificación-extraña- miento rebasa, por supuesto, la epidérmica imitación de palabras y giros, es algo más esencial, es la inocencia perdida la que retumba contra la puerta cuando «Joseíto Juai toca su violín en el Versalles de Matanzas». El segundo rasgo, la paradoja, parte de un similar escepticismo, aunque las causas sean bien diferentes, tal vez porque en América Latina los viceversas sean tan comunes como los terremotos andinos o los ciclones tropicales, como las desigualdades sociales o las demagogias políticas rojas, azules o verdes. La coincidencia de criterios acerca de que habitamos un planeta enfermo provoca la afición, los «Que muero porque no muero» que los dos leyeran en Santa Teresa. Las presencias en la poesía de Gastón van desde las antítesis y los oxí- moron hasta las antífrasis. La interiorización de lo paradójico de la existencia provoca, como en su admirado antecedente peruano, la abundancia de estas figuras. Una antítesis muy sugerente se halla, por ejemplo, en el poema «Manos», cuando desde el primer verso con su «serrucho de oro» avanza hacia una contraposición que envuelve a todo el texto en la ironía. Un oxímo- ron es el enfrentamiento de palabras que se produce en el título mismo de otro poema: «Nocturno luminoso». Y una aguda antífrasis es la que regala cada uno de los versos de «El héroe» cuando ridiculiza al trajinado personaje hasta convertirlo en centauro. Los modos paradojales de la escritura de Gastón merecen un estudio específi- co; baste cerrar esta zona de la analogía vallejiana con una ilustración pertene- ciente al poema «Himno y escena del poeta en las calles de La Habana». Allí, Federico García Lorca recibe la picardía que hermana, cuando Gastón le hace preguntarse: «¿Pero dónde, dónde estoy? ¿De dónde aprendió esta gente/ a mar- car ritmos así, a trenzar de ese modo las piernas, a mover/ la cintura con la exac- titud de una melodía enmendada por Manuel de Falla? ¿Será que estos no son sino/ andaluces disfrazados de niños de azabache,/ y nosotros/ no somos sino esclavitos de ébano disfrazados de andaluces?». La diferencia entre el diminutivo de Vallejo y el de Gastón se muestra diáfano en el poema precedente y en «Manuela Sáenz baila con Giuseppe Garibaldi el rigo- dón final de la existencia». La caracterización no puede ser más ingeniosa, dice: «La mujer de voz de contralto/ decía poemas, repetía proclamas y ardientes textos de amor/ que le enviara un hombrecito endeble pero resistente a extinguirse,/ un hombrecito fosforescente de quien ella había sido/ la esposa y el marido, la empe- ratriz y la esclava». Baste recordar que ese hombrecitose llamaba Simón Bolívar.. ENSAYO 8 encuentro9 Mientras que el atormentado poeta de alucinaciones premonitorias reserva el diminutivo para caracterizar situaciones afectivas de cariño o de nostalgia, de amor o de identificación, como en «Verano», de Los heraldos negros, con el «vaporcito encantado» y con las «manitas sumisas»; Gastón abre el diminutivo a la burla encubierta y a la crítica despectiva, a la mordacidad de quien sabe herir con estocadas sutiles, sin que por tales usos olvide el sentido aproximativo y el toque volitivo que un diminutivo bien usado puede alcanzar. De este último uso, el cercano a Vallejo, es buen ejemplo el que aparece en «Canción sobre el nom- bre de Irene», cuando «las salamandritas del fuego se te quedan mirando». De las rupturas de sistemas, neologismos y provincianismos, así como de la asociación insólita de palabras por su sonoridad y de las deslexicalizaciones de frases coloquiales, da buena cuenta «Con Vallejo en París —mientras llueve». Otra preciosa ilustración del empleo de tales recursos se halla en «Himno y esce- na del poeta en las calles de La Habana», tan cercano y paródico al «Son de negros en Cuba», de Nicolás Guillén, al movimiento que el poeta camagüeyano encabezara junto a Palés Matos y Emilio Ballagas. Del endecasílado baste citar tres ejemplos mayores del excelente oído que poseía Gastón, cultivado a partir de su melomanía. No creo que el célebre «Soneto a la rosa» exija mayor argumentación que la eufonía exacta de sus enca- balgamientos. Tampoco creo que el monumental «Epicedio para Lezama» nece- site análisis de sus períodos rítmicos para verificar que se trata de endecasílabos en la mejor estela de los siglos de oro. O que el «Madrigal para Nefertiti», con sus mezclas cadenciosas de endecasílabos y otros versos de arte mayor, escancia- dos como si fuese un compositor romántico, pida más argumentos. El parentesco aquí con Vallejo no por ser menos singular deja de tener corres- pondencia, pues es evidente que de la admiración que le suscitara también formaba parte el respeto al talento eufónico del poeta peruano. Que la precipitada vida de Vallejo —maltratada, empobrecida y segada en plena madurez— le dificultara revi- sar sus textos, eliminar evidentes ripios, quizás le facilitó a Gastón sobreponerse a su filoso bisturí, a su despiadado sentido crítico y autocrítico —y los que tuvimos el privilegio de tratarlo lo conocimos muy bien—, y pasar por encima de tales baches expresivos. Quizás el contraste con sus excelencias versales le producía el mismo estupor que a nosotros, quizás también razonara lo común que resulta la presencia de cascajos en poetas de cualquier lengua o época, sobre todo, en los líricos. La densidad de Vallejo, su audacia sin dicha ni sonrisa, tuvo en nuestro cote- rráneo uno de esos lectores con los que sueña cualquier escritor. El azar de las recepciones se detuvo felizmente en las desoladas ternuras que los dos compartie- ron, en el estoicismo que demostraron. «El alma que sufrió de ser su cuerpo» — aquel poema que Vallejo escribiera el 8de noviembre de 1937— coincide en fecha con «El álamo rojo en la ventana», donde Gastón dice en la estrofa final: «¡Álamo ardiendo en mi alma,/ álamo rojo que estallas/ cuando la muerte ame- naza/ colocarse en mi ventana,/ pon tu nieve en la solera/ de mi casa amenazada,/ vuelve de nieve tu roja/ cabellera que hace noche/ y hace día y hace alma/ debajo de la ventana». Hubo un instante, pues, donde los dos —en París y en La Haba- na— estaban enfrentados a la hoja en blanco, estaban acariciando los abismos de la poesía. Desde ese momento, real o imaginario, comenzó a erguirse el álamo que hoy los cobija, que hoy los protege contra las inconmensurables tristezas. ENSAYO encuentroLos peculiares gestos de Charlot que los dos admiraron parecen reírse ahora del absurdo juicio pendiente en Perú que obligara a Vallejo a sobrevivir sus últi- mos quince años fuera de casa, del absurdo exilio que obligara a Gastón a sobre- vivir sus últimos treinta y ocho años lejos de casa. Dicen que Trilcepuede venir de triste y de dulce; así también parecen el bas- tón y el sombrero de Charlot ante el mundo, ante la existencia. Así quisiera que este paralelo también fuese un clamor para que ningún ser humano vuelva a morir asesinado como Federico García Lorca, añorando su patria como Luis Cernuda, en la miseria como César Vallejo, en la diáspora cubana como Gastón Baquero. ¡Que así sea! ENSAYO 10 encuentro11 encuentro La sombra de la mano de Tolstoi Germán Guerra —tal vez la misma sombra que intuyó Emilio García Montiel— Aquí y ahora, fumando en mis fantasmas, atado diezmo de los años y esos viajes que hoy son polvo y unas fotos amarillas, sentado como siempre en mi balcón de tiempo, aferrados los ojos a un par de atardeceres y sintiendo en todo el cuerpo las patadas que regala la vida, patadas que me empujan a escribir este poema, cuando se posa en la pared —ahora no recuerdo si a mi diestra o mi siniestra— la sombra de una mano y busco y espanto las hormigas del miedo porque no hay mano ni anillos que la salven flotando entre el sol y mi pared y la sombra se ha ido con la tarde. Opacos soles del invierno carcomen los bordes de la historia, lápida y memoria bajo la luz que pudre. Moscú sitiada por el tiempo y todos los ejércitos afuera, sangre labrando caminos en la nieve y adentro, bien adentro, la ciudad, los zares blancos que salen de sus tumbas y devoran la momia del último patriarca. Magníficas campanas que nunca cantaron la gloria del imperio. Las cruces y el oro de los domos están preñando nubes en la iglesia de Khamovniki. Las grúas están armando el horizonte. Amagos de esperanza y esos viejos que mueren si paran de toser, que ya no cumplen años fundidos para siempre a sus abrigos POESÍA—los abrigos no guardan el color ni el último estertor de los visones— y yo escondido en mi sombrero entrando en la casa de Tolstoi. Y adentro, bien adentro, después del gran salón y el retumbar de voces de las nobles visitas, después de los pasos gastando la escalera, en el aséptico orden de manuscritos inconclusos, simétricos ejércitos detenidos en el último ajedrez fundidos a la nieve del tiempo y la sombra de una mano sobre los reyes de marfil. Ventana pariendo los soles opacos del invierno y un par de atardeceres que regalan la vida y el tiempo y la memoria. POESÍA 12 encuentro13 Ante los hombres Germán Guerra A Emilio de Armas, parado Ante un retrato. El rostro detenido sobre el lienzo es mi rostro. Cicatrices y máscaras ganadas en combate con la vida para que un pintor sin nombre las dejara con nerviosos ocres en esta dimensión de la memoria: aquí está mi rostro, detenido en el arte. (Poco importa mi nombre en estas ruinas. Tiresias: el mito y unas piedras del camino. Aquí está mi rostro, desnudo ante el espejo que es la frente, el rincón de los suicidios y la próxima mañana de los hombres. Voy entre columnas de palomas calcinadas llorando el perfecto mecanismo de las horas —los párpados resecos y los cuencos vacíos—. Predigo y me ahogo en el silencio del silencio). Frente a mi sed contempla una mujer que llora los minutos, las sílabas, las noches. Detenida ha quedado, así, ya para siempre y me es dado ver en sus ojos los ojos de la muerte —detenida ha quedado también la buena muerte entre las planchas de cobre que guardan este daguerrotipo de la vida—. Adivino el cabello ardiéndole en los hombros y el río de los siglos fluyendo sin orillas por la vasta eternidad de sus espaldas. A su espalda, en el eco del llanto, buscando entre los nombres de la sombra el poeta se ahoga en sus palabras —una cuerda de versos le sirve de patíbulo y corbata— y fija sus ojos ciegos en los míos, ciegos también bajo la luz que cae de lleno sobre el cuadro. POESÍA encuentroDaguerrotipo de la espera Germán Guerra El mundo es una mancha en el espejo. David Huerta, Incurable. El tiempo es una mancha en el espejo, una herida, una luz que define y acerca el contorno de las formas todas bajo el húmedo tedio que regala esta tarde de julio inmemorial, y nosotros aquí, al fondo de la casa, en la orilla cortante de este lago donde dos adolescentes se besan y bracean æsin tiempo para el albaæ el vitral del verano, las aguas donde late sin prisa la espera de la muerte. Mi mujer y mis hijos reparten en migajas el pan de la mañana a una terca bandada de pájaros sin sur. Al sur de los abismos, en la orilla contraria de estas aguas tranquilas donde late la vida hay un bote cansado como el barro de Dios que navega, se aleja y se gasta en la costumbre y el óxido de un perro ladrará para siempre contra su propia sombra martillada en la tierra en las blancas paredes de toda eternidad. Y nosotros aquí, abismados bajo esta luz de julio inmemorial, y dispongo y ordeno unas claras palabras que detengan este golpe de tiempo æ¡Qué corra este poema la suerte de los daguerrotipos!æ mientras la sombra del almácigo nos guarda del paso de los astros, de las horas. POESÍA 14 encuentro15 Apuntes para Ana Tomé Efraín Rodríguez Santana I Soy el titular de estas voces y como nunca antes regalo lo mejor sé que no defraudaré a mis amigos estos decapitados y aquellas cabezas sobre la gran mesa dormidos en la noche. II Averroes trae consigo una lámpara de aceite caminamos por una de las calles que va a dar al Guadalquivir las piedras de una ciudad y el recuerdo de un tipejo con bigotes que preparó aquella infamia regalo de un país pervertido. Averroes nos conduce por el cielo de Córdoba vuelen y olvídense ahora de ese tipejo con bigotes que al mirar la sombra de la Bobadilla no entiende nada foso del Castillo de la Fuerza que ha quedado ahora para anunciar odio y mal gusto de un tipejo con bigotes vuelen ustedes vean esta ciudad tan hermosa y olviden con cuánto patetismo mintió sobre aquel dinero como es habitual en él se acerca y con esa mueca te saluda la gente corre y no escucha lo que dice este primo ministerial. III Como en las casas de feria nunca se cierra la cocina y el último número es célebre por su abundancia de salsas y pescados una casa de feria para amigos venidos de tan lejos por el olor de las comidas y los licores y tu amigo preferido llegaba y ponía el dulce de sus palabras saber y poder decir de los otros cual guillotina que cae de sus ojos hasta aquellos cuellos mentirosos en un rincón del cuarto la sopa para los enfermos tú tiritando y él haciéndote un cuento cualquiera entre cucharada y cucharada ese amor de su callar también cuando reinaba la paz ya sabes que se necesita un cómplice alguien que sepa de uno hasta más allá de aquellas dunas de Corrubedo que atravesamos como si fuera el único desierto que íbamos a tener en vida tu caro amigo odiado por el tipejo con bigotes guillotinado que al caminar deja una huella sucia en el polvo. POESÍA encuentroIV Sabré hoy mi sentencia es silencio y hoy mismo recogeré el regalo de dos maletas un traje nuevo y una espumadera de arroz el vapor que viene de una casa perdida la mano conocida tomando un puñado de granos frescos. V Los adoquines saltan al compás de la furia impensable de aquella tarde ganas de matar a la rata pocilguera porque si miente debía tener al menos cierto pudor con sus argumentos abrir la boca y exclamar un par de frases comprensibles y una sonrisa siniestra que sellara la maldad de su vida pero el poeta asesor se encarga con su silencio de taponear la baba colérica de su jefe después lee unos yambos ¡Mayombe-bombe-mayombé! y repasa la lista oficial de condecoraciones un dedo que ensaliva otro dedo que ensaliva otro dedo. VI Compone sobre mi pecho un mapa distribuye allá dentro este recorrido honor que me haces que el mar se aleje de nuestra casa. VII Te doy mi cara sedosa de Madrid hasta la iglesia gemela del Paseo de la Florida donde con un desenfreno total una señora goyesca grita a un señor goyesco tipo joven que se deja arrastrar por el horror de unos ojos y miramos nosotros también y nos vamos a comprar una bolsa de naranjas dos racimos de uvas varios tomates y medio kilo de fresas te doy mi cara de asombro tocando las paredes enormes del faro de Trafalgar y las olas que vienen de Marruecos y esas luces vistas desde la torre del Tajo ahuyentan el mal presagio de los que se marchan a otro sitio y el mar es igual de enigmático en las islas que en los continentes este mar hermoso como las despedidas que auguran el fin de los ahogados te doy esta cara tempestuosa de la Costa da Morte y desde aquel cuarto POESÍA 16 encuentro17 en Finisterre vimos una luna llena que dibujaba la bahía del lugar nada que no sea de este mundo nada de lo que tengamos que arrepentirnos una cara amorosa reencontrada en algún momento de la noche. VIII Toma la copa la llena de vino y canta para mí de un rincón a otro del cuarto dos copas vacías acuerdos que se van a cumplir cae de esa ventana tranquila fue de un balcón erguida en su clavado buscando con su labio aquella promesa cara de pagar. IX Los personajes de este lado del océano son dados al comentario de ellos se habla despiadadamente y ellos a su vez entonan discursos y amenazas es como la sangre que corre por la comisura de los labios la sangre de vuelta y vuelta ya sabes con cuánta saña se miente a la hora de la comida del rey el rey se hace el chivo loco y dicta con cuatro palabras épicas el parte meteorológico del día el canciller cuello de marmota memoriza esas honorables razones y reproduce con total claridad que el día será muy soleado este día redentor este día único entre los días mas hay otros personajes que recorren la ciudad gente dispersa en el lunetario insular acodados ante la enorme pantalla negra personajes locos por ver los colores de una mañana de primavera los trajes fastuosos el drama inconcluso la espada del último inocente se sientan en las butacas con sus jabas de plástico donde guardan una croqueta un pastel de guayaba un pan con pasta hacen de sus deseos el último comentario de los caídos por amor todo cae todo ha muerto todo viene como una marea y su sistema Timoteo el jardinero hoy me dijo lo suyo con gran comedimiento cada día me dijo más pobres y más conscientes de las formas. X Hay silencio en la cuadra son las seis y cinco minutos la gente ahora mismo no está bebiendo no se puede invertir nadie ha invertido en nosotros. POESÍA encuentroNext >