< Previousdarse cuenta del relativismo recíproco de culturas diferentes, una vez que se ha excluido irreversiblemente el estatuto colonial» 21 . Pero Guevara, al igual que Fanon y Benjamin, pensaba que la estetización paralela de la violencia y de la técnica era un fenómeno ineludible de toda modernización y, también, de cualquier socialismo o lucha anticolonial 22 . Uno de los aspectos más enigmáticos de El socialismo y el hombre en Cuba es que, junto al discernimiento del sentido mítico y teatral de la violencia y a la moralización de la economía, que rearticulaba no pocos arquetipos cristianos y anticapitalistas, se sugería una pastoral de la técnica que colocaba el discurso del Cheen la órbita de las modernizaciones desarrollistas. Esta complejidad no sólo acortaba las distan- cias del modelo soviético que se han atribuido a Guevara, sino que cuestionaba la rígida ubicación de su pensamiento en una racionalidad emancipatoria, radical- mente utópica o desiderativa, desprovista de elementos instrumentales 23 . Ya en la conversación de Sartre con los intelectuales cubanos, a inicios del 60, aparecían casi todos aquellos temas abordados en El socialismo y el hombre en Cuba: la alienación, la «jaula invisible de la ley del valor», el compromiso, la crítica del «realismo socialista», la descolonización, el racismo, Argelia… En un momento de esa conversación, de la que fueron deliberadamente exclui- dos los grandes intelectuales republicanos que aún vivían en Cuba —Ortiz, Guerra y Mañach, por ejemplo— Sartre confiesa, ante un auditorio lleno de dramaturgos y críticos teatrales —Virgilio Piñera, Antón Arrufat, José Triana, Humberto Arenal, Rine Leal, Mario Parajón, Eduardo Manet…— que duran- te una representación de su pieza La ramera respetuosaen Rusia decidió cam- biar el final de la obra, presentando a la prostituta como una revolucionaria, que no acusa a su cliente negro y está dispuesta a ser encarcelada para evitar un linchamiento racial. Según Sartre, aquel desenlace optimista se acercaba más a la dramatización moral que lograba identificar a los obreros soviéticos 24 . En Cuba, aquella teatralidad anticolonial debía contemplar, como en Argelia, el dilema de la guerra civil: la lucha a muerte entre hermanos. La guerra civil, como decía Fanon, produce un efecto disfuncional en la epopeya descolonizadora, ya que impone la ponderación de una subjetividad legítima en el adversario.Una disfuncionalidad que tiene que ver, naturalmente, con el hecho de que el conflicto entre sujetos asimétricos —metrópoli y colonia— es reemplazado por una discordia entre hermanos. El principio de legitimi- dad que establece la equivalencia entre los sujetos en pugna resulta, por tanto, inadmisible para la ideología revolucionaria. No es raro que, a diferencia de la exitosa recepción que tuvo en el campo intelectual de la Isla el concepto de descolonización, la idea de guerra civil haya sido fuertemente rechazada por el poder. La reacción oficial contra Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat, fue no sólo contra la nítida plasmación del síndrome de plaza sitiada sino contra la equivalencia moral entre simétricos rivales. Para un gobierno como el cubano, interesado en la constitución acele- rada de una nueva ciudadanía, la nación no podía ser pensada desde alegorías fraternales sino patriarcales. Como observaban Gilles Deleuze y Jacques Don- zelot, las modernizaciones conciben al Estado como una entidad policíaca Rafael Rojas 8 encuentro9 que, incapaz de desembarazarse de algún «complejo tutelar», rige a la comu- nidad como si se tratara de una gran familia, moralizada y normalizada a tra- vés de un nuevo contrato 25 . La lógica filial o afectiva, que no proviene de esa estructura de poder o que intenta practicarse en sus márgenes civiles, pasa a ser, entonces, una amenaza a la empresa modernizadora que debe ser repri- mida o asimilada. LA IDEA DEL SUBDESARROLLO Junto a la descolonización y la guerra civil, otra de las ideas que la izquierda occidental celebró en el espectáculo de la Revolución Cubana fue la de enfrentar directamente el problema del subdesarrollo. El término, que raras veces aparecía en los debates económicos y políticos de la época republicana, invadió la vida pública de la Isla durante los años 60. Desde 1959, la empresa modernizadora del Gobierno en materia agraria, educativa, médica, urbana y, sobre todo, industrial, fue presentada como una cruzada a favor del «socialis- mo como vía de desarrollo». La apuesta tenía a su favor un diverso trasfondo ideológico, ya que la «lucha contra el subdesarrollo» era un fin compartido, desde diferentes medios teóricos y prácticos, por la cepal, los teóricos de la dependencia, la Alianza para el Progreso, el Kremlin y sociólogos interesados en América Latina como Albert O. Hirschman, quien había publicado su clá- sico estudio The Strategy of Economic Development (Yale University, New Haven) en 1958, un año antes del triunfo de la Revolución. Una de las primeras aplicaciones de la idea de subdesarrollo al caso cuba- no se encuentra en el libro Listen, Yankee. The Revolution in Cuba(1960) de otro sociólogo norteamericano, el profesor de Columbia Charles Wright Mills, también traducido para el Fondo de Cultura Económica por Julieta Campos en 1961. Wright Mills visitó Cuba en el verano de 1960, unos meses después de Sartre, y, según cuenta en el prólogo de su libro, se reunió con un grupo de «soldados, intelectuales, funcionarios, periodistas y profesores», aunque los nombres y apellidos de sus entrevistados aparecen referidos en el texto: Fidel Castro, Primer Ministro, Oswaldo Dorticós, presidente de la República, Enri- que Oltuski, ministro de Comunicaciones, René C. Vallejo, director del inra en Oriente, CheGuevara, presidente del Banco Nacional, Raúl Cepero Boni- lla, ministro de Comercio, Armando Hart, ministro de Educación y Carlos Franqui, director del periódico Revolución 26 . Como en algunos de sus libros clásicos — White Collar. The American Middle Classes (1951) o The Power Elite (1956)— Wright Mills se interesaba en la «ima- ginación sociológica» de una elite para explorar las conexiones entre lo indivi- dual y lo social, en la mejor tradición de Marx y Weber. Pero esta vez el objetivo del sociólogo era concretamente político y, de algún modo, había sido vislum- brado en un libro anterior: The Causes of World War Three(1958). En sus viajes por Brasil y México, Wright Mills se percató de que el crecimiento de la pobre- za, el analfabetismo y la insalubridad en América Latina era atribuido por secto- res políticos de derecha e izquierda, a la estrategia regional de Estados Unidos. Anatomía del entusiasmo encuentroA esa incomprensión del fenómeno latinoamericano contribuía la mentalidad binaria de la Guerra Fría que predominaba en la opinión pública norteameri- cana, en la que toda crítica «se reduce a comunismo» 27 . El libro de Wright Mills fue concebido como una intervención en la opi- nión pública norteamericana en un año crucial para la cuestión cubana: 1960. Cuba, según el sociólogo, se había convertido en una «voz del bloque de naciones hambrientas de América Latina» y, por tanto, debía ser escucha- da en Estados Unidos. «Si no escuchamos nosotros —agregaba— otros, por ejemplo, los rusos, lo harán» 28 . De manera que Wright Mills daba voz a los dirigentes cubanos dentro de la opinión pública norteamericana, con el obje- tivo de impedir una radicalización del proceso que precipitara la alianza con los soviéticos. En varios pasajes sumamente críticos del libro, Wright Mills no descartaba esa posibilidad: «es posible fabricar hipótesis de pesadilla en Cuba… no he pretendido disimular ni subrayar las ambigüedades que he encontrado en los razonamientos» de los revolucionarios cubanos 29 . En el libro de Wright Mills se reiteraba el argumento de la condición colo- nial cubana, aparecido en el ensayo de Sartre, pero de un modo más contun- dente: «nuestro país, nuestra Cuba fue simplemente una colonia política de Estados Unidos, al menos hasta la época de Franklin D. Roosevelt y aun des- pués. Nuestra Cuba, nuestro país, fue simplemente una colonia económica de los monopolios norteamericanos hasta que triunfó la Revolución» 30 . Pero aquí se exploraban, además, las estadísticas del atraso, los números del subde- sarrollo que dicha condición colonial imponía a la sociedad insular. De ahí que el «escucha, yanqui» fuera un llamado de auxilio, una voz de ayuda proferida por líderes nacionalistas y modernizadores. Wright Mills insistía en que, en ese momento, el verano del 60, ni la Revolución ni Fidel eran comunistas, pero no descartaba que ambos «pudieran endurecerse en una especie de tiranía dictato- rial» 31 . Estados Unidos, a su entender, podía evitar que eso sucediera. El argumento del subdesarrollo formulado por Wright Mills, permeó no sólo los debates ideológicos de la Revolución Cubana en América Latina, como se constata fácilmente en las críticas del CheGuevara a la Alianza para el Progreso en Punta del Este, en el verano de 1961, sino en toda la cultura de la Isla en aquella década 32 . Baste tan sólo recordar el tratamiento del tema en Memorias del subdesarrollo (1965),la novela de Edmundo Desnoes y la película del mismo título de Tomás Gutiérrez Alea, dos años después. Tan persistente fue el concepto de subdesarrollo en la esfera pública cubana que, todavía en enero de 1968, durante el Congreso Cultural de la Habana, varios de los ponentes (Ambrosio Fornet, Catherine Varlin, Jesús Díaz, Rossana Rossanda, Mario Benedetti y Roque Dalton) lo colocaron en el centro de la nueva iden- tidad crítica del intelectual latinoamericano. En la novela Memorias del subdesarrollo, Edmundo Desnoes procedía, como Wright Mills, Sartre y Fanon, en busca de una antropología cultural del subde- sarrollo. Sin embargo, a pesar de que ese ejercicio antropológico era practica- do por un escritor revolucionario, desde el lugar y el momento modernizador de la Revolución, en su discurso reaparecían no pocos tópicos de la tradición Rafael Rojas 10 encuentro11 intelectual ilustrada, liberal, positivista y eugenésica que, desde Europa, había identificado el mundo latinoamericano con la barbarie. La criatura subdesa- rrollada, según Desnoes, era, ante todo, un sujeto precariamente sentimental, con «alegrías y sufrimientos primitivos y directos que no han sido trabajados y enredados por la cultura» 33 . La «civilización —dice el protagonista Sergio Malabre— consiste sólo en eso: en saber relacionar las cosas, en no olvidarse de nada». Y concluye: «por eso aquí no hay civilización posible: el cubano se olvida fácilmente del pasado: vive demasiado en el presente» 34 . En otro conocido pasaje de su novela, Desnoes contrapone dos personajes femeninos: Emmanuelle Riva, la actriz de Hiroshima, mi amor, la película de Alain Resnais con guión de Marguerite Duras, «capaz de todo sin escandali- zarse, verde, madura y podrida al mismo tiempo», que desea tener una «memoria inconsolable», y Elena, la joven humilde e ignorante del Cerro, que todo lo olvida. Más adelante, Malabre o Desnoes —la ambivalencia entre autor y personaje se vuelve en los pasajes más filosóficos o ideológicos de la novela todo un derroche de ironía— desplaza esa caracterización del subdesa- rrollo de la mentalidad de Elena a la cultura nacional de la Isla. Es así como la novela se acerca a la formulación de una psicología e, incluso, una antropolo- gía del subdesarrollo, en la que varios tópicos de la caracterología nacional, propios de la tradición ensayista criolla y republicana de los siglos xixy xx, como la «vagancia», el «choteo» o la «ligereza», se incorporan a una crítica de la cultura popular por parte de las elites intelectuales revolucionarias. Pero esta psicología o antropología implica, también, desde la instrumen- tación desarrollista y modernizadora del experimento socialista, una anato- mía, es decir, una empresa disciplinadora y correctiva del cuerpo subdesarro- llado. En la novela de Desnoes y el film de Gutiérrez Alea asistimos a una perfecta localización antropológica del cuerpo bárbaro. ¿Qué cuerpo es ese? Ni más ni menos el cuerpo que reacciona contra la ética sacrificial del socia- lismo, ritualizando las prácticas del goce. En las muchedumbres negras que bailan el mozambique de Pello el Afrokán, y que despliegan otra violencia y otra embriaguez, se reproduce ese cuerpo antillano que la intelectualidad revolucionaria, como sus antecesores republicanos, también rechaza. Las «masas», las «muchedumbres» reaparecen en Memorias del subdesarrollocomo una colectividad hedonista, supersticiosa e ignorante —«con demasiada oscu- ridad en la cabeza para ser culpable»— que debe someterse a la ilustración y la moralidad 35 . «¡Estoy cansado de ser antillano!» —dice Desnoes a propósito de Carpen- tier—, a lo que agrega: «yo no tengo nada que ver con lo real maravilloso, ni me interesa la selva, ni los efectos de la Revolución Francesa en las Antillas» 36 . En el hastío de esa inserción en el Caribe habría que leer, una vez más, la sub- sistencia de una añeja tradición criolla (Francisco de Arango y Parreño, José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero, Enrique José Varona, Ramiro Gue- rra, Fernando Ortiz, Jorge Mañach, José Lezama Lima…) interesada en loca- lizar a Cuba en una órbita más plenamente occidental, como las que descri- ben en su rotación las potencias atlánticas de Europa y Estados Unidos. La Anatomía del entusiasmo encuentronueva generación intelectual, a la que pertenecía Desnoes, reasumía aquel malestar dentro de la epopeya revolucionaria. La tradición ilustrada y huma- nista de la cultura occidental, que aquellos intelectuales habían asimilado durante su formación juvenil, se les presentaba, ahora, como un legado capi- talista, democrático y colonial al que debían renunciar. Salir del subdesarrollo era, también para ellos, relocalizarse en el mundo por medio de una nueva inscripción geopolítica: el Campo Socialista en cualquiera de sus dos variantes hegemónicas: la Unión Soviética o China. Aun cuando para Desnoes y otros escritores de su generación, como Ambro- sio Fornet en el ensayo «El intelectual y la Revolución» presentado en el Con- greso Cultural, esa inscripción no fuera asumida dogmáticamente —Fornet, por ejemplo, comentaba con orgullo que en La Habana de 1968 se editaba a Proust, Kafka, Joyce y Robbe Grillet, se veía el cine de Bergman, Visconti y Anto- nioni y se mostraba pintura abstracta y pop art en las galerías—, lo cierto es que descolonizarse y desarrollarse implicaba para aquellos intelectuales algo más que ser socialistas heterodoxos que admiraban las vanguardias occidenta- les. No bastaba con definirse como «socialistas cubanos» y, a la vez, mantener- se interesados en la producción cultural de Occidente: esa legítima posición era vista por sus superiores y por ellos mismos como una contradicción o una ambigüedad. Con calculada vehemencia, Fornet expresaba aquella compul- sión de ser «algo más» que portavoz de una izquierda occidental: «la Revolu- ción no es una virgen ni está hecha por arcángeles» y los escritores y artistas no deben ser «simples vestales, guardianes de un fuego ya encendido» sino «incendiarios, creadores de un fuego nuevo» 37 . Fornet decía que la «descolonización cultural» generada por el cambio revolucionario había enseñado a los intelectuales cubanos lo que «no eran»: no eran «europeos», no «compartían los instrumentos teóricos del mundo industrializado» 38 . Pero, ¿dónde había leído Fornet aquellas ideas y aquellas palabras? No sólo en el Che , al que citaba, sino en Sartre, sin duda, y también en Fanon, a quienes no citaba. Veinte años antes del Congreso Cultural de La Habana, en 1945, en la presentación de Les Temps Modernes, Sartre escribía, «para nosotros el escritor no es ni una Vestal ni un Ariel; haga lo que haga, está en el asunto, marcado, comprometido, hasta su retiro más profundo» 39 . Y, más adelante, denunciaba el silencio de Flaubert y Goncourt por la repre- sión de la Comuna de París, y establecía como prototipos del compromiso a Voltaire frente al caso Calas, a Zola en la defensa de Dreyfus y a Gide en su crí- tica al régimen colonial del Congo. El propio Sartre, aunque no hubiera asistido al Congreso Cultural de La Habana en enero de 1968 por un ataque de artritis —no, como se ha dicho, porque en ese momento estuviera distanciado ya de la Revolución—, envió un mensaje en el que volvía sobre el tema de la cultura europea como instrumento de colonización: «nosotros, ciudadanos de Europa, queremos ver afirmarse la emancipación cultural de naciones oprimidas desde hace mucho tiempo y cul- turalmente (por citar sólo este tipo de opresión) por el colonialismo y el impe- rialismo» 40 . Pero Sartre no era un occidental renegado o suicida y se adelantaba Rafael Rojas 12 encuentro13 a sugerir, en la línea de Fanon, que la «cultura europea», luego de la descolo- nización; es decir, luego del establecimiento de un «libre cambio cultural entre naciones iguales y soberanas», podía ser recolocada «en su puesto, sin sobrestimación ni subvaloración, como un instrumento modesto pero tal vez eficaz, que las naciones liberadas deberían utilizar y sobrepasar hacia su pro- pia culminación cultural y revalorización» 41 . Entre 1968 y 1971, esa opción, la de un humanismo occidental descoloni- zador, sería cancelada en Cuba por la inserción de la Isla en el bloque soviéti- co de la Guerra Fría. Desarrollarse y descolonizarse implicará, entonces, romper con el humanismo occidental y con la izquierda democrática del pri- mer mundo. En 1971 —año del encarcelamiento de Heberto Padilla y del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, en el que los líderes de la Revolución rompieron públicamente con aquella izquierda occidental— cuando Roberto Fernández Retamar escribe Calibán , ya aquella relocaliza- ción geopolítica de la Isla ha sido consumada 42 . El bárbaro que hablará entonces podrá mirar su entorno antillano y latinoamericano sin sentirse amenazado por una identidad subdesarrollada que cree haber dejado atrás. Representar a Calibán, hablar en su nombre, vindicar la lengua del coloniza- dor será, a partir de ahí, intervenir en la constitución de otro lugar, no exac- tamente caribeño ni tercermundista: el Segundo Mundo socialista, la alterna- tiva global al mercado y la democracia, desde el cual se divisa y evalúa la marcha de la humanidad. En su prólogo a Todo Calibán, Fredric Jameson resume cabalmente la nueva localización que las elites habaneras, convencidas de su liderazgo mundial, le atribuyen a la Isla: «La Habana se ha convertido en una suerte de capital alternativa de las Américas; pero, también, hecho ligeramente distin- to, una capital alternativa del mundo caribeño: una posibilidad alternativa que debe ser conservada viva ante el fracaso del viejo sueño de una América Latina unificada, de la realización de un sentido más nuevo de identidad pancaribeña» 43 . Como dice Jameson, ese lugar que, a partir de constantes demandas de legitimación de una hegemonía regional, separa y distingue a Cuba de su entorno latinoamericano y caribeño no fue otro, en la práctica y durante tres décadas, que el de las sociedades cerradas, de partido único y economía estatal de la Unión Soviética y Europa del Este. En ese mapa, hoy olvidado por la memoria oficial, sucedió la historia de Cuba y los cubanos durante la segunda mitad del siglo xx. El imperativo de «lo que debe ser conservado», en la visión de Jameson y tantos otros intelectuales de la izquierda poscomunista occidental, a pesar de su instinto museográfico, tiene muy poco que ver ya con utopías o nostalgias, con la representación de una comunidad ideal o con la restauración de cier- tos enclaves urbanos. Lo que debe ser conservado no es una entidad antropo- lógica o cultural, un sujeto o una ciudad, sino un emblema territorial, un lugar simbólico que cumpla esa función de alternativa a la democracia y el mercado. En el modo de representación global del poscomunismo, Cuba no es reproducida como una colonia que se descoloniza o un país subdesarrollado Anatomía del entusiasmo encuentroque se desarrolla. El avance de la democracia en Europa del Este y del merca- do en Asia hace de la Isla, por primera vez en su historia y para satisfacción de sus líderes perpetuos, una metrópoli de los símbolos: la paradoja de una reli- quia comunista o de un orden político que se asume como paradigma univer- sal a partir de la excepcionalidad de su pasado y la decadencia de su presente. Rafael Rojas 14 encuentro 1 Algunos de los más recientes estudios sobre el tema insinúan esa otra historia: Verdés-Leroux, Jeannine; La lune et le caudillo. Le reve des intellectuels et le régime cubain (1959-1971); Gallimard, París, 1989; Quintero Herencia, Juan Carlos; Fulguración del espacio. Letras e imaginario institucional de la Revolución Cubana (1960-1971); Bea- triz Viterbo Editora, Buenos Aires, 2002; Gilman, Claudia; Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina ; Siglo XXI, Buenos Aires, 2003; Franco, Jean; Decadencia y caída de la ciudad letra- da. La literatura latinoamericana durante la Guerra Fría; Debate, Barcelona, 2003; Martínez Pérez, Liliana; Los hijos de Saturno. Intelectuales y Revolución en Cuba (1959-1971); FLACSO/ Porrúa, México, 2006; Nuez, Iván de la; La fantasía roja; Debate, Barcelona, 2006; Rojas, Rafael; Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano; Anagrama, Barcelona, 2006. 2Benedetti, Mario; «Situación actual de la cultura cuba- na»; en Literatura y arte nuevo en Cuba ; Editorial Laia, Barcelona, 1971, pp. 7-32. 3 Lyotard, Jean François; El entusiasmo. Crítica kantiana de la historia ; Gedisa, Barcelona, 1994, pp. 74-78. 4 Ver, por ejemplo, la clásica defensa de la teoría del foco guerrillero en Debray, Régis; ¿Revolución en la Revo- lución?; Casa de las Américas, La Habana, 1967, pp. 21- 76. El punto de partida de la tesis de Debray se encuen- tra, naturalmente, en el ensayo de Ernesto Che Guevara, «Cuba: ¿caso excepcional o vanguardia en la lucha con- tra el colonialismo»; Obras completas ; Legasa, Buenos Aires, 1995, t. II., pp. 35-62. 5 Neruda, Pablo; Confieso que he vivido; Planeta, Buenos Aires, 1992, pp. 444-446; Canción de gesta , Seix Barral, Barcelona, 1983, pp. 20-35. 6 Beauvoir, Simone de; La ceremonia del adiós. Seguido de conversaciones con Jean-Paul Sartre; Edhasa, Barce- lona, 2001, pp. 54-72. 7 Debray, Régis; ob. cit., p. 11; Debray, Régis; Alabados sean nuestros señores. Una educación política; Michnik, Madrid, 1999, pp. 120-140. 8 Enzensberger, Hans Magnus; El Interrogatorio de La Habana; Anagrama, Barcelona, 1985; El hundimiento del Titanic ; Anagrama, Barcelona, 1986. 9 Mario, José; «Allen Ginsberg en La Habana»; en Mundo Nuevo; París, abril, 1969, pp. 48-54. 10 Ver el temprano ensayo de Edmundo Desnoes sobre la imagen fotográfica del subdesarrollo en su libro Punto de vista, Instituto del Libro, La Habana, 1967, pp. 60-73. Ver también Guerra, Lillian; «Una buena foto es la mejor defensa de la Revolución»; Encuentro, No. 43, invierno de 2006/2007, pp. 11-21. 11 Aub, Max; Enero en Cuba; Fundación Max Aub, Cas- tellón, 2002, pp. 70-83. 12 Lewis, Oscar; Viviendo la Revolución. Cuatro hom- bres. Una historia oral de Cuba contemporánea; Joaquín Mortiz, México, 1980, pp. VII-XXX. 13 Kolakowski, Leszek; Main Currents of Marxism. The Founders. The Golden Age. The Breakdown; N.W. Norton and Company, Nueva York, 2005, pp. 1060-1123. 14Les Temps Modernes; 123, abril-mayo, 1956, pp. 137-138; Les Temps Modernes; 135, mayo, 1958, pp. 272-275. 15Fanon, Frantz; Por la revolución africana; FCE, Méxi- co, 1964, pp. 89-92. 16 Sartre, Jean-Paul; Sartre visita a Cuba; Ediciones R, La Habana, 1960, pp. 10-17. 17 Fanon, Frantz; ob. cit, p. 106. 18 Guevara, Ernesto Che; ob. cit, pp. 7-33. 19 Íd., p. 13. 20Benjamin, Walter; Iluminations. Essays and Reflec- tions, Schocken Books, Nueva York, 1969, pp. 147-154. 21 Fanon, Frantz; ob. cit., p. 52. 22Fanon, Frantz; Los condenados de la tierra; FCE, México, 2003, pp. 30-98. Benjamin, Walter; Reflections. Essays, Aphorisms, Autobiographical Writings; Schocken Books, Nueva York, 1986, pp. 277-311. 23 Löwy, Michael; El pensamiento del Che Guevara ; Siglo XXI, México, 1985, pp. 24-29; Horkheimer, Max; Crítica de la razón instrumental; Editorial Trotta, Madrid, 2002, pp. 45-88; Bloch, Ernst; El principio esperanza; Trotta, Madrid, 2004, pp. 391-410. 24 Sartre, Jean-Paul; Sartre visita a Cuba; Ediciones R, La Habana, 1960, pp. 38-40. 25 Donzelot, Jacques; La policía de las familias ; Pretex- tos, Valencia, 1998, pp. 61-96. Ver, también, el epílogo de Gilles Deleuze, «El auge de lo social»; pp. 233-242. 26 Wright Mills, Charles; Escucha yanqui. La Revolución en Cuba; Fondo de Cultura Económica, México, 1961, p. 14. 27 Íd., p. 13. NOTAS15 Anatomía del entusiasmo encuentro 28Íd., pp. 9-11. 29 Íd., p. 15. 30 Íd., p. 31. 31Íd., p. 198. 32 Guevara, Ernesto Che ; ob. cit, pp. 65-181. 33 Desnoes, Edmundo; Memorias del subdesarrollo; Edi- torial Galerna, Buenos Aires, 1968, p. 22. 34 Íd., p. 31. 35 Íd., p. 80. 36 Desnoes, Edmundo; Memorias del subdesarrollo;Edi- torial Galerna, Buenos Aires, 1968, p. 44. 37Fornet, Ambrosio; «El intelectual en la Revolución»; en Benedetti, Mario y otros; Literatura y arte nuevo en Cuba; Laia, Barcelona, 1971, p. 35. 38Íd., p. 36. 39 Sartre, Jean-Paul; ¿Qué es la literatura? ; Losada, Bue- nos Aires, 1981, pp. 9-10. 40Benedetti, Mario; ob. cit., p. 115. 41 Íd., p. 115. 42 Fernández Retamar, Roberto; Todo Calibán; Ediciones Callejón, San Juan, Puerto Rico, 2003, pp. 21-97. 43Íd., p. 15. GIGI . Tempera sobre cartón, 100 x 100 cm., 1988.1 Abocados a la muerte del Líder, y con la perspectiva que facilitan los 48 años transcurridos desde su advenimiento, entendemos mejor la voluntad milenarista de su revolución. Su primer documento, La Historia me absolverá, apela a la doctri- na católica en cuestiones de derecho canónico: la «absolución» apunta allí a un Jubileo, o Gran Año, cuando los presos serán liberados y las penas conmutadas. Vincular los temas de la Historia y de la absolución convirtió al naciente par- tido (M-26-7) en una secta de absolucionistas históricos: lo que debía absolverse era nada menos que un crimen político. Por otra parte, el movimiento invocaba la presencia de un gran espíritu en el año de su centenario, lo cual confirma — retrospectivamente— la clave milenarista. La acción iniciática del Moncada comenzó por «absolver» al Apóstol y reinterpretar sus Actos con un hecho de sangre. La primera absolución efectiva tomaba lugar ipso facto, mediante la acción de un puñado de jóvenes inocentes llevados al matadero en estado de ignorancia: su sangre propiciatoria fue la crisma de un bautismo de fuego. Cuando consideramos el tiempo transcurrido desde aquel día, y compren- demos que —con respecto a cualquier observador que se desplace a velocidad constante— se trata de un intervalo, entenderemos que ese intervalo no podrá medirse en años de un calendario civil, sino en unidades metafísicas. Opera- mos, en este caso, con un Tiempo en bloque, con una unidad ontológica. (A propósito de la geometrización del Tiempo, Kurt Gödel insiste, en su refuta- ción del relativismo, en que «el concepto de existencia no podrá relativizarse sin destruir su sentido totalmente») 1 . En una escena famosa de Encuentros cercanos del tercer tipo (o del tercer reino ) , Steven Spielberg hace reaparecer a Hitler: la transmisión televisada de la XI Olimpíada había eternizado la imago del Führer en el éter —o lo que es lo mismo: sus ratingsvirtuales se habían mantenido constantes—, de suerte que un imaginero pudiera convocarla 40 años más tarde y conseguir su «regreso al futu- ro». El Nazionalsocialismus, frustrado en la Tierra, «tomaba cuerpo», después de todo, gracias a la teletransportación retroactiva. La eternidad estaba reservada a los líderes de una confederación intergaláctica que, como la tripulación del Enterprise , llegaría a sobrevivir «en el aire». 16 encuentro Fascismo kosher Milenarismo y absolución en el castrismo tardío Néstor Díaz de Villegas17 Así mismo, el electroproletariado norteamericano confundió la popularidad «real» de Castro con el «valor» electrónico de su imagen televisiva. Como imago pura, los ratingscastristas son los más altos de la historia del medio —sólo equi- parables a los de aquella otra entidad virtual cubana, Ricky Ricardo, nuestro Humbert Humbert, un doble que responde a la ley de reciprocidad digital 2 . Marshall McLuhan (en el capítulo 31 de Understanding Media ) cita el artículo «Cuban Television’s One-man Show», donde Tad Szulc afirma que «Castro se presenta a sí mismo como maestro de escuela», y que su mezcla de propagan- da y pedagogía es idéntica a la de cualquier programa de variedades de Euro- pa o Estados Unidos 3 . El castrismo, en Norteamérica, ha sido el Days of Our Lives 4 de un canal latino que, desde hace catorce períodos electorales pasa la misma telenovela. (Si en Sunset Boulevard, Billy Wilder introduce en el reparto a Cecil B. De Mille como encarnación afable del establishment hollywoodense , Castro introduce en el suyo el personaje malvado de Uncle Sam: el imperialis- mo se personifica a sí mismo en el melodrama del castrismo espectacular). El milenarismo moderno es, entonces, una función de la relatividad del Tiem- po. (En el éter 5 , la era castrista podría computarse como un milenio, y desde el éter regresará absuelta, convocada por las artes de magia de la judería hollywoo- dense). Para el T relativista (o Tiempo serie B de McTaggart 6 ), el clásico discurso castrista de ocho horas durará mil años: por eso Spielberg puede afirmar que las ocho horas que pasó en presencia de Castro son las «más importantes» de su vida 7 . 2 El Seminario de los Hermanos Maristas, el lugar donde opera la Seguridad del Estado, o G2, desde el triunfo revolucionario —el «Triunfo de la Revolu- ción», con sus tomas áureas, sus jóvenes héroes, y sus concentraciones popula- res, es un Triunfo de la Voluntadque se sobrepuso a su misma imposibilidad 8 , y del que hoy sólo vemos el puro sustrato de belleza nacionalsocialista—, la temida Villa Marista, la de las salas de interrogatorios y las cámaras de tortura, es otro de los símbolos del absolucionismo historicista. Jesuitismo transfigurado (en el Ulysses, el gordo Buck Mulligan le reprocha a Dedalus: «You have the cursed jesuit strain in you, only it’s injected the wrong way!»): Villa Marista se transforma en catacumba, se adentra en su propia oscuridad, y retorna a las sombras desde el Gran Mediodía republicano. La sociedad, como conjunto, inicia el mismo repliegue hacia un «tenebrismo» de cepa ibérica, el «sol y sombra» de lo eterno español. Se diría que «la Villa», como tantos otros símbolos maristas-revolucionarios, aguardaba el momento de su absolución,o lo que es lo mismo, el momento de su metamorfosis en G2, en Santo Oficio. Lo que ya estaba allí, aunque inyectado al revés. 3 Imitatio mortis.Tras el deceso del bloque soviético, el régimen castrista hizo de tripas corazón y decidió mimetizar la muerte. Desenchufado de «la Máquina», Fascismo kosher encuentroNext >