< Previous28 la mirada del otro Ignacio Sotelo encuentro Castro muestre una benevolencia difícil de justificar. Hace unas semanas un centro de inmigrantes en Alemania me invitó a que les contara mis experien- cias en la Isla 1 . La mención de algunas cifras que hablan por sí mismas, junto con la simple narración de los hechos en el más neutral de los lenguajes, pro- movieron un tumulto: obreros españoles y estudiantes latinoamericanos no estaban dispuestos a que «un señorito contrarrevolucionario», así me calificó uno de los asistentes, les demoliera el último mito que les quedaba. He obser- vado también entre militantes del psoe, incluso entre antiguos altos cargos que no se distinguieron precisamente por haber llevado a cabo una política que pudiera ni de refilón tildarse de izquierda, taparse las vergüenzas con la simpatía que siguen manifestando por el régimen de Castro, incluyendo aspectos que les parecerían intolerables en su propio país. Esta vez prefiero omitir unas cifras que el interesado puede obtener sin la menor dificultad y dirigirme al lector que sabe lo que significa el eufemismo de «período especial», una situación de falta de lo más elemental, desde ali- mentos hasta medicinas, desde energía eléctrica a papel, que hay que calificar de terrible, no sólo con criterios internacionales, sino medido con módulos cubanos anteriores a 1989, o incluso a 1959. Pues bien, a cualquiera que de buena fe trate de explicarse situación tan catastrófica, dos cuestiones le salen al paso. La primera pregunta por los responsables: ¿quién tiene la culpa de lo ocurrido? ¿Se justifica una revolución que casi 40 años después de su triunfo, por muy distintos vericuetos y con experiencias no todas negativas, ha llevado a expulsar a casi dos millones de personas para ofrecer las actuales condicio- nes de vida a las que se han quedado? Aunque a partir de agosto 1993, con la despenalización del dólar, se advierten algunos signos, todavía muy débiles, de recuperación, al ritmo pre- sente de crecimiento volver a los niveles de vida de 1987, que estaban muy lejos de ser satisfactorios, supondría una docena de años. De modo que por razones económicas, pero también políticas, no menos obvias —el caudillo que lo es todo en Cuba ha llegado a una edad provecta que permite manejar con algún fundamento, pese a que menudo se saque a relucir que tuvo ante- pasados centenarios, la hipótesis de su cercana desaparición— se plantea una segunda pregunta: ¿qué va a pasar en Cuba después de Castro? Cuestión tanto más apremiante, cuanto que se han mostrado falsos los pronósticos que se hicieron en 1991 sobre la imposiblidad de que el régimen durase después de la desaparición del bloque soviético. Quiénes son los responsables de que se haya llegado a semejante situación y qué salida puede esperarse en estas circunstancias, son las dos cuestiones que todo el mundo se hace, fuera y dentro de Cuba, eso sí, con respuestas muy diferentes. En las páginas que siguen resumo las impresiones, sin duda harto discutibles y todo lo provisionales que se quiera, que he ido elaborando 1 El impulso inicial de estas reflexiones proviene de un viaje a Cuba de dos semanas, que realicé en noviembre de 1997.29 la mirada del otro Cuba, 1998 encuentro para mi coleto y uso particular, sin exponer el proceso de elaboración a partir de largas conversaciones con cubanos de fuera y de dentro, abundantes lectu- ras y unas cuantas anécdotas vividas en la Isla. Algunos juicios, al coincidir con las opiniones mayoritarias, parecerán bastante verosímiles, aunque tal vez tri- viales; otros, al disentir de las opiniones más extendidas, cabe que se conside- ren más problemáticos; en fin, los pocos que rompen con los marcos estable- cidos, me apresuro a pedir que se tomen por meras provocaciones. 1.Preguntarse por los responsables de la actual situación es una obviedad para los que tienden a señalar al régimen como único causante de todos los males, pero no tanto para sus apologistas que, según sea el tono en que les preguntemos, hasta pueden interpretarlo como prueba de hostilidad mani- fiesta y rehuir entrar en el debate. Pero, por intrincados que sean los rodeos y llamativos los eufemismos a los que acudan, es una cuestión que no pueden evitar. Hay que dar alguna explicación de lo que está ocurriendo y que perci- be el más ciego. Para la Cuba oficial, el «bloqueo norteamericano» y «el derrumbamiento del bloque soviético» son las causas externas que darían cuenta cabal de las duras condiciones en que vive el pueblo cubano y, en con- secuencia, si se quiere hablar de responsables, habría que buscarlos fuera. La Cuba revolucionaria ha luchado en el pasado por conseguir, y seguirá hacién- dolo en el presente por mantener, tanto su independencia, como una socie- dad solidaria que reparta con equidad los bienes materiales y culturales. La independencia política y económica, sin someterse a ninguna potencia extranjera que imponga las formas de distribución de lo que el pueblo en su conjunto labora, es el supuesto imprescindible para preservar el socialismo con todos sus logros sociales. El fin es salvaguardar una sociedad justa y solida- ria, y ello sólo parece posible defendiendo la independencia nacional. Cuba está dispuesta a mantener relaciones con todos los países de la tierra, siempre que se respete su voluntad soberana de organizarse social y políticamente como crea conveniente. En suma, para la opinión oficial las causas de la actual miseria estarían fuera de la Isla. El «bloqueo económico», que durante más de tres decenios impone el imperialismo norteamericano, y que contabiliza muchos miles de millones de dólares en pérdidas, habría potenciado sus efectos perversos con la caída, tan repentina como inesperada, del comunismo soviético, que Castro ha llegado a llamar el «segundo bloqueo». Con la integración en el socialismo real se habían evitado las consecuencias más aciagas del bloqueo norteameri- cano, y se precisa tiempo, aparte de una gran imaginación y de no pocos esfuerzos, para encontrar un reacomodo en el mundo que sigue al desplome del bloque en el que Cuba se había felizmente adherido. La segunda cuestión queda así ya implícitamente contestada: en Cuba no va a pasar más que lo que está pasando, con Castro y sin Castro, el pueblo cubano continuará desarrolla- do libremente la sociedad que crea conveniente, porque nunca va a ceder en su voluntad de independencia. Cuba es una nación a la que le costó mucho adquirir su libertad. Tuvo que combatir con las armas en la mano, primero,30 la mirada del otro Ignacio Sotelo encuentro contra los españoles, y luego contra los lacayos del imperialismo, pero, una vez conseguida su soberanía, ya nunca la va a soltar. Ésta es al menos la esencia de una plática que tuve en la universidad de Santa Clara con un ilustre profesor de economía, tratando un tema tan atrac- tivo, y sin duda harto realista, como es el de las etapas de la construcción del socialismo después de la muerte de Castro. Con tan apasionante conversación el profesor se había quedado sin pitillos, y no pude ofrecerle nada combusti- ble para aliviar su síndrome de abstinencia. Al observar un nerviosismo cre- ciente le propongo que vayamos al centro de la ciudad a beber una cerveza, lo que rechaza por la dificultad de encontrar transporte a esa hora, pero acep- ta complacido al informarle que dispongo de coche. Sentados en un cafe de una plaza céntrica, proseguimos nuestra conversación sobre la construcción a medio plazo del socialismo en Cuba, «teniendo, eso sí, muy presente la expe- riencia de este siglo». Al cabo de unos minutos, el profesor llama al camarero para pedirle una cajetilla que le traen al momento: son 70 centavos de dólar. El profesor insiste para pagar en pesos, pero su moneda no se acepta precisa- mente en las tiendas y locales en los que la oferta, aunque cara y exígua, al menos existe. En mi crueldad de experimentador social no compro la cajeti- lla, como hubiera sido el imperativo más elemental, no digo ya de humani- dad, sino de simple educación. Seguimos hablando de la construcción del socialismo en un futuro impreciso. Me recomienda un libro, elaborado por científicos cubanos, sobre la caída del socialismo soviético. Desgraciadamente está editado en México y cuesta 5 dólares, si no me lo regalaría. Muestro enor- me interés por conseguirlo y aprovecho para darle el dinero por adelantado. Guarda el billete en el bolsillo. Llama al camarero. Pide sus pitillos. Los paga con el billete que acabo de darle, se guarda la vuelta y seguimos hablando del futuro socialista de Cuba. El discurso sobre las bondades del socialismo y, por graves que fuesen las amenazas, su grandioso futuro en la Isla, chocaba tan frontalmente con la situación vivida, que no tenía el menor sentido hacerlo explícito. Llámese como se quiera a este orden social, socialismo o capitalismo, o si se prefiere período de transición hacia no se sabe dónde, el hecho es que nos hallamos ante una sociedad de desigualdad radical, en la que sólo pueden satisfacer sus necesidades más elementales aquellos que dispongan de dólares, y el ilustre profesor comunista, al no cobrar su sueldo en divisas, desde una posición rela- tivamente privilegiada antes de la dolarización de la economía había descen- dido al fondo del abismo. En una larga conversación en la que cada cual cum- plió su papel, él de comunista cubano, yo de socialista europeo, rehuimos las cuestiones que, no encajando en la ideología, tuvieran lo más mínimo que ver con la realidad vivida. No se espante el lector; no me faltaron ocasiones de ocuparme de lo que le ocurre a la gente, tanto con personas críticas como con las que defienden al régimen. De ser políticamente factible, nada sería tan instructivo como una investi- gación que identificara las distintas procedencias de los dólares que manejan los ciudadanos de a pie, detectando así a los grupos sociales que tienen acceso31 la mirada del otro Cuba, 1998 encuentro a la divisa. Si resultase cierto que las dos fuentes principales son los envíos desde el exilio y el contacto, directo o indirecto, legal o ilegal, con los turistas, entonces las nuevas víctimas —se salva entre la población rural, la que que produce para el mercado libre— habría que buscarlas, paradójicamente, entre los sectores profesionales que hacen alarde de su vinculación al partido y a la ideología oficial. Ahora estarían pagando los platos rotos, justamente, aquéllos que por fidelidad al régimen suprimieron los contactos con los parientes «gusanos» que emigraron. Los altos cargos tienen acceso al dólar, al recibir parte de su salario en pesos convertibles; pero, ¿podrán permanecer excluidos por mucho tiempo los cuadros intermedios y los sectores profesio- nales ideológicamente más afines? Téngase en cuenta además que una buena parte ha sido educada en los países socialistas que oficialmente se dice que se desplomaron por encarnar un socialismo degenerado, burocratizado, pero que saben que en muchos aspectos funcionaba mejor que el cubano. Sacar a relucir «el proceso de rectificación» que se inicia en 1986 no basta para tran- quilizarlos; al contrario, llama la atención con qué cariño y hasta fascinación hablan de sus años de estudiante en la Unión Soviética o en otros países de su órbita. En una larga conversación con una investigadora y teórica del socialis- mo de prestigio internacional que me había pedido una descripción porme- norizada del derrumbe de la rda , la mantuve en vilo y casi sin aliento, al enu- merar los elementos más característicos del comunismo cubano, como típicos de la degeneración burocrática germano-oriental. Me encuentro en Ciego de Ávila en un hotel en el que soy el único extran- jero. A las nueve de la noche abre la discoteca: la entrada vale 5 dólares y está llena a rebosar. Observo cómo algunos jóvenes, al pagar la consumisión, para darse importancia, sacan del bolsillo un fajo voluminoso de dólares. ¿De dónde provienen? En Ciego de Ávila hay poco turismo; y el que recibe unos dólares del familiar en el extranjero no los gasta alegremente en una discote- ca. Converso en La Habana con un taxista ilegal. Al cabo de un rato, me cuen- ta que el carro es de un médico de su pueblo, a varios cientos de kilómetros de distancia. Le paga por su uso 100 dólares al mes; a ello hay que añadir los 50 dólares que le cuesta su cuarto en la capital, el precio de la gasolina «des- viada» que hay que pagar en dólares, así que ya puedo calcular el enorme esfuerzo que tiene que hacer para mandar un dinero a la familia que se ha quedado en el pueblo. La conversación con el taxista deja claro lo complejo que son los canales de distribución del dólar: un médico de pueblo, a cientos de kilómetros de La Habana, recibe 100 dólares mensuales y una viejecita de la ciudad 50, provenientes de un turismo al que ambos no tienen acceso directo. Los plomeros, los que arreglan el aire acondicionado, cualquier ofi- cio manual que exija piezas de repuesto, sólo acuden si se les paga en dólares. Insisto, cuestión básica en la Cuba de hoy es valorar correctamente origen, distribución y efectos sociales de los dólares que se manejan. La nueva ruptu- ra social entre los que disponen de dólares y los que no, a la larga tendrá con- secuencias tan profundas como inesperadas. Y esto no lo ignora nadie, ni el régimen ni la oposición.32 la mirada del otro Ignacio Sotelo encuentro A mi querido profesor de la universidad de Santa Clara le agradezco haber- me mostrado la distancia abismal que separa discurso y comportamiento. Cierto que en todas partes cuecen habas, pero he regresado con la impresión de que en Cuba la sima entre discurso y realidad supera lo concebible. Séame permiti- do añadir otro suceso en el mismo sentido. Estoy en la estación de ferrocarril de La Habana. El complejo está cercado por una verja, y en la puerta, además de una larguísima cola que no respeto, está parado un policía que me impide acercarme a la taquilla. Me informa que allí no se venden billetes para turistas. Doy una vuelta a lo largo de la valla para hacerme cargo de la situación y, sobre todo, para ver el aspecto que ofrecen hoy los trenes cubanos. No en balde, en 1837 Cuba fue el primer país hispánico en construir el ferrocarril. Cuando en 1848 se inaugura el primer tren peninsular, Barcelona-Mataró, Cuba contaba ya con 618 kilómetros de vía férrea para el transporte de la caña. Uno de los prejuicios más extendidos entre la izquierda europea es com- parar a Cuba con los países más pobres del Caribe y América Central y a par- tir de ahí ensalzar los logros de la revolución. Pero, en realidad, nada se entiende sin tener muy en cuenta el grado de desarrollo que ya a mitad del siglo XIX había alcanzado Cuba. Incluso con la rémora que significaban escla- vitud y administración colonial, alcanzó a ser el primer productor mundial de azúcar, tabaco y café. El telégrafo se introdujo en 1851, siete años después de la primera línea construída en Estados Unidos, y el servicio telefónico se inau- guró en 1889, 11 años después que en Estados Unidos. En 1910 La Habana fue la primera ciudad del mundo en poner en servicio la comunicación tele- fónica automática. Claro que la sociedad cubana, profundamente marcada por la esclavitud, no cuenta con una burguesía que sea comparable a la de los países pilotos europeos, pero, en todo caso, antes que en la Península, en Cuba encontramos los elementos más dinámicos del capitalismo, así como la mentalidad, positivista y técnica que corresponde, de la que pueden descu- brirse vestigios desde los comienzos de la colonia, especializada en el siglo XVII en la construcción de barcos y hasta de instrumentos de navegación. Está por hacer un estudio detallado de la contribución de Cuba al desarrollo capitalista e industrial de España, en particular de Cataluña. Sé que contradi- ce los prejuicios sobre las relaciones explotadoras de la metrópoli con la colo- nia, pero en Cuba cuajó una burguesía criolla, que no sólo consiguió en lo económico —no así en lo político— autonomía plena, sino que sirvió de modelo a la burguesía industrial y comercial que más tarde surgiera en Espa- ña. En Cuba los españoles no sólo acumularon los capitales —también como negreros, no lo olvidemos— que luego invirtieron en la Península, sino algo más importante, de Cuba trajeron el espíritu empresarial que con tanta difi- cultad arraigaba en la Península. Claro que también la burguesía criolla desde un principio se dejó contaminar por los afanes de nobleza y los valores aristo- cráticos que provenían de ultramar, difuminando, y a veces hasta arrancando de raíz sus virtudes burguesas. Pero volvamos al lance vivido en la estación. Recorriendo la valla por fuera me fijo en un negro que llama a una muchacha que está trabajando dentro33 la mirada del otro Cuba, 1998 encuentro del recinto. La chica le dice «pasa»; él contesta lo que es obvio, «no se puede». Según va aproximándose, la joven le dice, «es que tenemos prohibido acercarnos a la verja». Cuando los dos estan próximos, el negro le pasa un paquete por encima de la reja, mientras que le dice «ya sabes para quién es»; la muchacha lo esconde y se retira rápido sin decir nada. En las notas que he ido tomando abundan las observaciones que insisten en que comportamiento y discurso marchan por vías muy diferentes. No sé si es un rasgo del carácter cubano, ya que hacer una cosa y decir otra, es muy propio de sociedades sometidas, y Cuba ha sido una sociedad esclavista, dominada por una oligar- quía muy exclusivista que sobrevivió a la emancipación de los esclavos y a la independencia política, pero aún así, en la Cuba de hoy, después de casi cua- renta años de socialismo, esta divergencia alcanza magnitudes indescriptibles, lo que, por lo pronto, pone de relieve el grado de opresión que sigue sopor- tando la gente. 2. El discurso oficial cuenta con más credibilidad en algunos medios residua- les de la izquierda latinoamericana y europea que dentro de la Isla. El intelec- tual cubano, aunque su espacio de libertad sea muy restringido, si se presta a discutir con un extranjero —los hay que huyen de él como de la peste— muestra un grado llamativo de independencia. Muchos son abiertamente crí- ticos —puede ser pura casualidad, pero a esta especie me la he topado con más frecuencia en la provincia, Matanzas, Camagüey, Santiago, que en La Habana— pero, si defienden la revolución —algunos sólo el proyecto revolu- cionario, no como se ha llevado luego en la práctica— lo suelen hacer con una argumentación siempre original, y yo diría que a menudo hasta brillante. Alejandro von Humboldt, en su Ensayo Político sobre la Isla de Cuba (1804), comenta la impresión que le produjo el nivel cultural de la élite habanera. Quedan todavía rastros significativos de los saberes que en el siglo XIX y pri- mera mitad del XX distinguieron a los profesionales cubanos y, pese a su actual aislamiento, me ha sorprendido el grado de información de lo que pasa en Estados Unidos y en Europa —son los dos puntos de referencia— que tienen los intelectuales cubanos. Pero al final de tanto fuego de artificio, lo cierto es que, como poso, no suele quedar más que un nacionalismo, mejor o peor cimentado, que recubre el temor a terminar siendo una colonia nortea- mericana. El miedo a Estados Unidos, sobre todo en su forma más agresiva que ven encarnada en el exilio de Miami, es lo que, en último término, les hace apoyar al régimen, aunque de una forma todo lo distante y crítica que se quiera. En alguna ocasión he creído percibir el resquemor a que cuando vuel- van los exilados —los intelectuales más prestigiosos viven ya fuera— los que han permanecido, no sólo queden desplazados, sino que incluso se les acuse de colaboracionistas. Los cubanos del interior, cuando hablan en serio, y no como mi ilustre profesor de Santa Clara, no suelen sacar el embargo a relucir como causa principal de los problemas a los que se enfrentan. Su incidencia fue importan- te en los años sesenta, pero ha habido tiempo de sobra para adaptarse. Ahora34 la mirada del otro Ignacio Sotelo encuentro el problema es más bien utilizar la tecnología soviética, totalmente desfasada, con un altísimo consumo de energía y también sin piezas de repuesto. Es evi- dente que la crisis gravísima por la que pasa Cuba, sin que se perciba una pronta salida del túnel, tiene directamente que ver con el derrumbamiento del bloque soviético. Queda así en parte difuminada, pero de ningún modo eliminada, la responsabilidad que atañe al régimen, primero, por haber crea- do formas tan estrechas de dependencia con la Unión Soviética, sin haber sabido aprovechar la coyuntura para diversificar la economía de modo que hubiese cabido reaccionar en los momentos de crisis; y, segundo, una vez enfrentados a la catástrofe, por no haber podido, o más bien no haber queri- do, dar una respuesta clara y contundente a los problemas planteados, refu- giándose en una política ambigua, ni chicha ni limonada, que muestra tan sólo la voluntad de durar a cualquier precio. El régimen no se atreve a trazar un proyecto con unas metas claras, porque ello implicaría, no ya sólo poner en tela de juicio no pocos de los dogmas que lo legitiman, sino, más peligroso aún, que pudieran emerger grupos sociales con un cierto poder autónomo. Es fácil enumerar las actividades económicas que, de permitirse, podrían ele- var muy rápidamente el consumo de la población; pero se prohíben ante el temor de que surgieran élites económicas no controladas políticamente. El único criterio que se aplica para valorar cualquier política es si sirve a la sobrevivencia del régimen. Y lo que más me ha llamado la atención es que algunos, que también lo ven así, lo justifiquen de buena fe. El que el pueblo sufra carencias graves que podrían remediarse fácilmente, no pesa tanto en su ánimo, como el salvaguardar un sistema que, pese a las dificultades actuales, garantizaría en el futuro un bienestar para todos. En la cúspide del poder esta argumentación todavía responde a esa mezcla de creencia infantil en la pro- pia ideología y de cinismo descarado que acompaña al que antepone su per- manencia en el poder a cualquier otro objetivo. Actitud que también había caracterizado a las élites dirigentes del socialismo real, pero, maravilla oírlo de la boca de profesionales, convertidos en víctimas de la nueva situación. En la política de sobrevivencia que se practica, además de recurrir, como se hizo en el pasado, a los milagros del arbitrista, que cada vez cuentan con menos credibilidad —el último hace referencia a una industria farmacéutica con posibilidades de exportación— no se descubre más que un afán de perdurar a corto plazo, dejando para un mañana impreciso las decisiones fundamentales que habría que haber tomado para salir del pozo. 3. Aquí se plantea una cuestión capital que marca toda la discusión sobre el futuro. Nadie en la Isla cree, al menos yo no lo he encontrado, en una caída repentina del régimen, simplemente porque el pueblo se canse y se lance a la calle, ya sin miedo a lo que pudiera ocurrir. Al contrario, entre los sectores culturalmente más bajos, muchos me han hecho saber, de manera más o menos solapada, que ellos no iban a ser esos tontilocos dispuestos a ir a la cár- cel por decir en voz alta lo que todo el mundo piensa. Cuando se vive en la lucha diaria por sobrevivir no quedan arrestos para plantearse una acción que35 la mirada del otro Cuba, 1998 encuentro se salga de los estrechos cauces que marca el egoísmo familiar. Además, bien se encargan los servicios de seguridad de que no haya ni la más mínima opor- tunidad de organizarse. Y en los sectores culturalmente más altos, no sólo se considera inverosímil una salida repentina y violenta, sino también indesea- ble. La única ilusión que alimentan es salir al extrajero, los más con la inten- ción de emigrar; los menos —suelen ser aquéllos que ejercen actividades inte- lectuales mejor definidas— para cargar pilas y sobre todo la bolsa con algunos dólares para ir aguantando. Pero todos están de acuerdo en que los costos de una revuelta popular serían altísimos, sin otro resultado que una mayor mili- tarización del régimen y, si se plantease una situación de guerra civil, seguro una intervención norteamericana. He creído detectar la presencia de una memoria colectiva que actualiza dos experiencias históricas. En primer lugar, el miedo al poder militar, com- prensible en una sociedad que desde un principio se configura como baluarte defensivo del Imperio y en el siglo pasado alcanza un alto grado de militariza- ción hasta culminar en la política de «reconcentración» salvaje de un Valeria- no Weyler. En los cuatro siglos de colonia, gobernaron siempre los militares y en ninguna otra parte del Imperio español hubo una mayor concentración de tropas regulares, que aumentaron sensiblemente después de la independen- cia de Hispanoamérica, al estacionar en la Isla parte de las expulsadas del continente y preparar durante dos decenios la reconquista militar de los terri- torios perdidos. En la segunda mitad del XIX, según aumentaba la presión social por la independencia, sobre todo desde el inicio de la guerra de los diez años, se incrementó la militarización como única respuesta. Durante lar- gos años Cuba ha soportado el mayor ejército español nunca asentado en América. Claro que a ello se debe el que fuese tan fuerte el aporte peninsular a la población cubana, pero también el que la oligarquía criolla, ligada por casamiento a los altos mandos del ejército, constituyese un bloque de poder muy duro de quebrar. En segundo lugar, las guerras civiles —así hay que designar a las guerras de independencia— han tenido enormes costos para el pueblo cubano, tanto para su economía como demografía, y acabaron al final con la frustración de no haber conseguido otra cosa que la intervención mili- tar norteamericana. En un punto parece que existe acuerdo entre todos los cubanos, y es que han de comportarse de tal forma que esta eventualidad no vuelva a suceder. Tanto las poquísimas personas que se presentan como oposición, como los que se mantienen en la ambigüedad de «revolucionarios críticos», es decir, todo el mundo que se atreve a pensar en voz alta sobre el futuro de Cuba, pro- ponen una salida gradual del régimen. Y, efectivamente, son muchas y de peso las razones que cabría alegar a favor de una evolución programada. El inconve- niente serio es que, justamente, el régimen impide formular cualquier proyec- to del que, fuese el que fuere, pudiera escapársele el control: y como el único objetivo es durar, prefiere seguir con las manos libres, dando dos pasos adelan- te y uno atrás —a veces, dos atrás y uno adelante, según lo aconseje el momen- to— pero se resiste a señalar metas y fechas, entregado al oportunismo más a36 la mirada del otro Ignacio Sotelo encuentro ras del suelo. Si se cree imprescindible para la sobrevivencia, hasta se puede dar un paso cargado de tantas y tan graves consecuencias como fue la autoriza- ción del dólar como primera moneda de curso legal —la dolarización generali- zada ha llegado hasta imprimir pesos convertibles—, pero incluso los cambios más radicales no se inscriben en un proyecto que tenga objetivos discernibles. Si no se cuenta con un repentino desplome del régimen —se sigue apos- tando por la reciedumbre de un sistema totalitario, pese a la experiencia con- traria de la Europa del Este en 1989 a 1991— ni tampoco se percibe intención alguna por parte del Gobierno de hacer más cambios que los indispensables para perdurar, habrá que concluir que la sociedad cubana está preparada sicológicamente para un largo «período especial» en el que cada cual plantea una estrategia personal de huida (salir de la Isla) o, si decide quedarse, por las razones que fueren, no habría otro remedio que aguantar resignadamente lo que le caiga encima. Lo preocupante es la impronta que sobre la sociedad cubana pudiera dejar una provisionalidad tan larga que, además, se caracteri- za por conculcar todas las reglas, las socialistas, como las capitalistas, las éticas como las sociales. Por la mera subsistencia luchan el régimen, a la vez que cada uno de los habitantes de la Isla, dispuestos, tanto el uno como los otros, a recurrir a cualquier medio, por alto que sea luego el costo a medio o largo plazo. El resultado previsible es un proceso de descomposición social de tal magnitud que, antes o después, desemboque en una violencia generalizada de todos contra todos. Y una vez que una sociedad se descompone, sin reglas que se respeten, recomponerla, si acaso se consigue, es una tarea muy ardua que dura varias generaciones. Cuba corre el peligro de perder su identidad y convertirse en una República caribeña más. Lo que quiero decir se percibe visualmente en La Habana vieja, una ciu- dad que debió ser hermosísima, pero que ha llegado a tal grado de deterioro, convertida en las ruinas de sí misma, sin posibilidad ya de rehabilitación. Nunca se dispondrá del dinero necesario para restaurar cada uno de los edifi- cios, salvando todo el conjunto. Excepto algunos pocos, particularmente valiosos, el destino de la mayor parte es su demolición para ser reconstruidos de nueva planta, operación económicamente más rentable, aunque confirme la ruptura definitiva con el pasado. Demasiado tarde hemos aprendido que, al decretarse a comienzos de 1959 la bajada de los alquileres en un 50%, con una medida tan popular, que entonces nos pareció revolucionaria y hoy sim- plemente demagógica, se iniciaba la destrucción sistemática de las ciudades cubanas, incluida esa maravilla que debió ser La Habana. La Ley de Reforma Urbana de octubre de 1960, al nacionalizar todas las viviendas y locales de alquiler, no hizo sino confirmar este proceso de lenta demolición. Cuando los ingresos no cubren ni siquiera los costos de mantenimiento, y cesan las inver- siones, en unos pocos decenios las ciudades se derrumban. Estos casi cuarenta años, con los aspectos popios de cada una de sus distin- tas etapas, pero sobre todo éste su último período de larguísima agonía, pue- den marcar de tal forma a la sociedad cubana que la que ahora está cuajando probablemente ya nada tendrá que ver con la anterior a 1959. De la misma37 la mirada del otro Cuba, 1998 encuentro manera que una nueva ciudad surgirá sobre los escombros de La Habana vieja, así la nueva sociedad cubana, reconstruida sobre las ruinas de la vieja, muy poco, por no decir nada, se parecerá a la que existió. Estoy en el palacio de la antigua capitanía general: un grupo de escolares se para ante los retratos de los cuatro primeros presidentes de Cuba, sin leyenda alguna que los identifi- que. Ni maestra ni alumnos los reconocen. En la enseñanza escolar la historia de Cuba ha quedado reducida a unas cuantas historias macabras, aligeradas con otras más graciosas, de la época colonial, a una glorificación de las guerras de la independecia y sobre todo de Martí y a la mitología de la revolución. Para las generaciones más jóvenes la historia de Cuba empieza en 1959; trans- miten la imagen de un pueblo sin pasado y sin futuro que vive al día. Y trope- zarse con un pueblo sin historia, al menos a mí, me produce escalofríos. 4. En otro punto, complementario a los anteriores, coinciden las posiciones más encontradas: el pronóstico sobre la capacidad económica de la isla, al menos a mediano plazo, es bastante negro. El azúcar y el tabaco, aunque se recuperen de las bajísimas cifras actuales de producción, tendrán un valor cada vez más marginal en el conjunto de la economía, y el turismo, por mucho que siga creciendo, no puede significar más que un complemento, todo lo importante que se quiera, pero al fín un complemento, a una ecomomía pro- ductiva que nadie sabe en qué podrá consistir. En 1995 la producción del níquel aumentó casi un 80% gracias a la modernización de su explotación, lle- vada a cabo en colaboración con una compañía canadiense. Pero el futuro no puede estar tan sólo en la exportación de materias primas. Se ignora cómo Cuba en las actuales circunstancias podrá incorporarse al mercado mundial; y el sueño de un desarrollo autárquico sin contactos ni ayudas exteriores ya han conocido los cubanos los altos costos que comporta. Pagar la cuenta del petró- leo durante mucho tiempo será una carga en exceso pesada, con lo que las res- tricciones de todo tipo quedan para largo aseguradas. Lo grave es que tampo- co se descubren perspectivas mucho más halagüeñas manejando otros escenarios. Sean cuales fueren los caminos que se emprendan, no cabe iniciar el despegue sin una recuperación y diversificación de la agricultura y un incre- mento notable de la ganadería. La producción de azúcar representaba en 1958 un 78% de las exportaciones; después de 30 años de esfuerzos revolucionarios, un 80%. Pese a las denuncias que de sus males se hicieron al comienzo de la revolución, se ha extendido el monocultivo. Y ahora nos tropezamos con el enorme deterioro ecológico de la isla, los bosques inmensos desaparecieron hace siglos y la agricultura extensiva ha acabado con los suelos fértiles, y perte- nece también a un pasado irrecuperable la portentosa riqueza ganadera, máxi- me cuando la población rural ha sufrido grandes cambios en su composición sin que en la actualidad se vislumbre el modelo social de producción que ter- mine por imponerse. Pero sobre todo y en primer lugar no habrá salida del túnel mientras no se normalicen las relaciones con el gran país vecino. A un pronóstico económico bastante negro se añade uno social todavía más penoso. Cuba se enorgullece de su política social. Sí, me decían, tal vezNext >