< Previousde gran formato (el pueblo mundial) y lo decora con atributos llamativos: «será el movimiento policlasista, iconoclasta, visionario e innovador que emer- ja entre todos aquellos que individualmente o como grupo social opten por la Vida. Así contesta de paso la pregunta pendiente desde la premisa inicial; no obstante, la concepción inflacionista de «el pueblo» evoca lo que Whitehead llamó «falacia de concreción fuera de lugar»: el indicador sociológico de opción por la vida no autoriza para discernir entre pueblo y humanidad, pues se supone (por lo menos desde Spinoza) que casi todos los seres humanos alientan una suerte de amor propio diametralmente opuesto al conato de autodestrucción. En medio del abstraccionismo, Juan Antonio Blanco deja caer que la clave sería «el poder al pueblo». Enseguida levanta la condición de que el pueblo mismo «tendrá primero que trascender mediante una radical revolu- ción del pensamiento ético humano». De este modo la argumentación no sólo sucumbe a una de las tentaciones más desatinadas de la modernidad: pensar que el todo social puede ser transformado merced a la racionaliza- ción determinante de una de sus partes; además incurre en un círculo vicio- so, ya que las cuestiones de organización reaparecen al faltar garantías (metafísicas o históricas) de que la revolución propuesta ocurra por autorre- flexión espontánea. ¿Cómo empuñarían las masas el arma de la crítica, para llevar a efecto la acción social comunicativa y comprenderse entre sí sobre normas y valores morales? ¿Cómo ejercerían la crítica de las armas, para lle- var a cabo la acción social estratégica e intervenir eficazmente frente a otros actores políticos competitivos? Aún resulta irónico que la visión alternativa de la posmodernidad se alcan- ce con lentes manufacturados hacia 1789. Entre lo específicamente moderno de la Revolución Francesa, Francois Furet puntualiza la convicción del cam- bio «en el modo de hacer historia» y la conciencia de masas erigidas «en arquitectos autónomos de su propio destino». Al repasar esta mentalidad revolucionaria, Jürgen Habermas subraya que un tercer componente, la con- fianza en la razón, lleva en sí mismo a la crítica y con ella queda preservada la dinámica sociocultural del proyecto inconcluso de la modernidad. Darlo por agotado dislocaría los puntos de vista sobre ideales irrenunciables, como la autoconciencia, la autodeterminación y la autorrealización. Otra consecuen- cia dañina sería perder la visión estereoscópica marxista, que aún permite aprehender el reverso alienante de las sociedades modernas junto con su anverso racional. Sin ella dejarían de enfocarse críticamente las pautas verosí- miles de respuesta a los retos del siglo xxi. Pablo Neruda aseguraba que los funerales de la poesía no serían celebrados el próximo siglo, mas previno a sus encuestadores: «¿Qué sé yo del año 2000? y sobre todo, ¿qué sé yo de poesía?» Sin embargo, el ensayismo sociocientífico no puede apartarse del tendel fijado por Ortega y Gasset al publicar sus Medi- taciones del Quijote (1914), cuando definió ejemplarmente la forma literaria de expresión que los intelectuales noventiochistas habían vindicado por fin para la lengua española: «el ensayo es la ciencia, menos la prueba explícita». 28 Miguel Fernández encuentroHacia 1480 el filósofo escolástico Pedro Tartareto construyó un diagrama que mostraba cómo reconocer el término medio en las diferentes figuras del silogismo. Esta operación lógica se consideraba entonces tan difícil, como hacer que los asnos cruzaran un puente. Por analogía empezó a usarse la expresión «puente de los asnos» para designar las cuestiones de relativa difi- cultad en cualesquiera disciplinas del saber. De nada vale urdir ahora tal o cual puente iluminado hacia la otredad posmoderna, si no se afrontan las difi- cultades científico-sociales de cómo tenderlo primero y después cruzarlo. A estos efectos serían precisas herramientas teóricas con funciones análogas al diagrama premoderno de Tartareto. Quizás se requiera también de sabiduría, esperanza e imaginación, que en la obra de Juan Antonio Blanco pasan por «los tres elementos más deficitarios al cerrar el milenio». 29 El puente de los asnos encuentro Carlos Alfonzo. De la serie South Miami Hospital.(1990)E l 27 de diciembre de 1874, el H ABANA B ASEBALL C LUB hacía el recorrido de poco más de cien kilómetros por tren hasta Matanzas para enfrentarse al club local, en lo que la mitología nacional iba a monumentalizar como el primer encuentro de béisbol entre equipos organizados celebrado en Cuba. Es más, para la mayoría de los cubanos hoy, el partido de béisbol celebrado ese domingo por la tarde, en un terreno llamado Palmar del Junco, fue el pri- mero jamás jugado en la isla, sin antecedentes ni prepara- ción previa. 1 Como el béisbol sería proclamado años más tarde deporte nacional, honor que todavía goza a pesar de más de treinta años de un régimen ferozmente antinortea- mericano, se trata de un componente problemático en la fabulación de la nacionalidad. El juego es uno de nuestros mitos de fundación, más extendido que muchos otros por- que se trata de algo perteneciente a la cultura popular. Cuatro años después, en la misma ciudad de Matanzas, se componía, tocaba y bailaba, el primer danzón intitula- do «Las Alturas de Simpson», pieza inaugural de lo que, 30 en proceso encuentro Literatura, baile y béisbol en el (último) fin de siglo cubano * Roberto González Echevarría * Capítulo de un libro en proceso sobre la historia del béisbol en Cuba. 1 El terreno se llamaba Palmar deJunco, es decir, que el terreno pertene- cía a un tal Junco (la familia Junco se había establecido primero en San Agustín, Florida, y luego mudado a Matanzas). Pero, como «del Junco» es más evocativo, el famoso terreno se ha conocido siempre por «Palmar del Junco». Dado que en la emblemática nacional la palma real es un ele- mento fundamental, es fácil ver por qué el nombre del terreno está lleno de resonancias patrióticas («Yo soy un hombre sincero / de donde crece la palma.» diría José Martí). Según testimonios de la época de ese juego inaugural no había palmas en el Palmar de Junco, sin embargo. Lo que sí parece cierto es que el juego en el famoso Palmar es el primero del que se escribió una crónica. Ésta, escrita por el literato Enrique Fontanils (quien se firma Henry), apareció en El Artista, un periódico satírico-tea- tral de La Habana, el 31 de diciembre de 1874. en procesocon el pasar del tiempo vendría a identificarse como la música cubana. Su compositor fue el mulato Miguel Faílde, que había fundado en 1871 una orquesta que llevaba su nombre. 2 En el danzón se encuentra la semilla de la salsa, pero más que una semilla «Las Alturas de Simpson» era ya un fruto maduro, producto de varias influencias: la francesa, traída a Cuba por los colo- nos haitianos que llegaron huyéndole a la revolución de Toussaint Louverture, la española y la africana. Matanzas era también para esta época ya conocida como «la Atenas de Cuba», por la abundancia de literatos, con sus cenáculos, revistas y cafés. Deporte, baile y literatura se aliaban así en un momento decisi- vo de la historia de Cuba para, junto con el proceso político que había de llevar a la guerra de independencia en 1895, terminar de dar forma a la nacionali- dad. No cabe duda de que la literatura, la música y el béisbol son los productos culturales cubanos de mayor prestigio y circulación internacional desde enton- ces, y que son componentes fundamentales –y fundacionales– de la mitología nacional. Conviene, entonces, regresar a ese momento para observar cómo se entremezclan esos factores en el agitado fin de siglo cubano, cuando en efecto Cuba fue la última nación hispanoamericana en alcanzar la independencia. Como ha detallado Manuel Moreno Fraginals en su hermosa y cabal obra El ingenio , los pasos decisivos en los inicios de la moderna historia de Cuba fueron dados por Francisco de Arango y Parreño (1765-1837) a fines del siglo xviii, es decir en el penúltimo fin de siglo. 3 Ante el colapso de Haití como principal productor mundial de azúcar, debido a la revolución de los esclavos, Arango y Parreño tomó las medidas que habrían de poner a Cuba en ese puesto y lanzarse a la loca carrera del azúcar, cuyos desmedros todavía sufri- mos en el actual fin de siglo. Las decisiones y gestiones de Arango y Parreño, entre otros, llevaron a Cuba al mercado internacional y a la modernidad; y también, por cierto, al monocultivo, el latifundio, la dependencia y otros sub- productos indeseables. Para poder competir a nivel mundial en el feroz mer- cado capitalista, la élite cubana, denominada felizmente por Moreno Fragi- nals la «sacarocracia», moderniza la producción del dulce, adquiriendo de Inglaterra maquinaria de vapor y ferrocarriles, y participando en un intercam- bio financiero en el que los Estados Unidos figura cada vez más prominente- mente. Los sacarócratas cubanos se adelantan a la metrópoli y al resto de su antiguo imperio no sólo en la adquisición de maquinarias y ferrocarriles 31 en proceso Literatura, baile y béisbol... encuentro 2 Alejo Carpentier sostiene que la pieza fue una de cuatro compuestas por Faílde en 1877. Helio Orovio, sin embargo, dice que «Las Alturas de Simpson» se estrenó en 1879. Ver: Alejo Carpen- tier, La música en Cuba (México: Fondo de Cultura Económica, 1972 -primera edición 1946), pág. 237, y Helio Orovio, Diccionario de la música cubana. Biográfico y técnico(La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1992 –primera edición 1981), pág. 161. Zoila Lapique Becali escribe: «El 1º de enero de 1879, y en la ciudad de Matanzas, se produciría un hecho importantísimo para la música cubana. Un músico del lugar, Miguelito Faílde, con su popular orquesta de baile, estrenaba en los salones del Club Matanzas -más tarde local del Liceo– su danzón Las alturas de Simpson», Música colonial cubana, Tomo I (1812-1902)(La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1979), págs. 46-47. 3 Manuel Moreno Fraginals:El ingenio: complejo económico social cubano del azúcar(La Habana: Editorial Ciencias Sociales, 1978), vol. I, pág. 47.–para mediados de siglo la red cubana era la más extensa de América Latina– sino también en el disfrute de los últimos lujos y adelantos de la industria. Gozaron, por ejemplo, del uso del primer water closet del mundo hispánico, y se construyeron, en La Habana y a las afueras de la capital, fastuosas mansiones, muchas en los mismos ingenios azucareros que eran la fuente de su riqueza. La región de Matanzas, al este de La Habana, se convirtió en una zona pri- vilegiada para el cultivo del azúcar por su proximidad a la capital, la feracidad de sus tierras, y por los tupidos bosques que se talaban para obtener combusti- ble y a la vez despejar terrenos para la caña. A esto hay que añadir las ventajas de la hermosa bahía de Matanzas como puerto, a lo que se suma la existencia de ríos que no sólo fertilizan la región, sino que además facilitan las comuni- caciones al desembocar en ella. El puerto de Matanzas se convirtió en escala importante en una red de navegación que incluía los puertos norteamerica- nos de la costa este de ese país (Baltimore, Nueva York, Boston) y los de Golfo de México (Cayo Hueso, Tampa, Nueva Orleans), además de La Habana. Con el auge de la industria azucarera en la región que abarca de La Haba- na hasta Matanzas, y más allá Cárdenas, Sagua la Grande y Caibarién, la cultu- ra de esa zona de Cuba cambió marcadamente. En primer lugar se empeza- ron a importar grandes cantidades de esclavos para satisfacer las necesidades de una industria siempre ávida de brazos. El área de Matanzas pronto se con- virtió en la de mayor densidad de negros del país, distinción que siguió teniendo en el siglo xx. También acudieron a la ciudad negros libertos y mulatos que se dedicaban a artesanías y oficios menores, como el de sastre, pero pronto también se destacaron como músicos. Si Matanzas llegó a ser la «Atenas de Cuba», también se convirtió en la Roma o Jerusalén de las sectas afrocubanas, así como en la Bayreuth de la emergente música cubana. La ciu- dad todavía conserva la preeminencia en ambas cosas. Con la apertura del comercio con Estados Unidos en 1817, y la creciente presencia norteamericana en la industria azucarera, un número considerable de norteamericanos tomaron residencia en el área de Matanzas. Algunos eran dueños de plantaciones e ingenios, otros se ganaban la vida como mecánicos o maquinistas, y en otras profesiones, mientras que otros abrieron negocios de diversa índole. 4 ¿Quién era el Simpson del título del danzón? Un america- no avecindado en Matanzas. Evidentemente el barrio Las Alturas de Simpson surgió en lo que era o había sido su propiedad. Hacia la década del setenta es probable que esa comunidad norteamericana haya crecido. Lo que sí es sabi- do que aumentó fue la propiedad cubana en manos de norteamericanos. Esto ocurrió como resultado del fracaso de la Guerra de los Diez Años (1868- 1878), que termina con la derrota de los cubanos y la llamada Paz del Zanjón. Muchas familias criollas pudientes se arruinaron durante la guerra, no sólo debido a los estragos de ésta, sino también a los inicios de un declive en el 32 en proceso Roberto González Echevarría encuentro 4 Ver el detallado libro de Laird W. Bergard , Cuban Rural Society in the Nineteenth Century. The So cial and Economic History of Monoculture in Matanzas (Princeton: Princeton University Press, 1990).precio del azúcar que habría de continuar durante el fin de siglo. Como pro- ducto de las múltiples bancarrotas, muchos ingenios y plantaciones pasaron a manos de compañías y bancos norteamericanos a los que los cubanos debían fuertes cantidades de dinero. La región matancera, a la que apenas alcanza- ron los rigores de la guerra (que se concentró más en la región central, y sobre todo la oriental), sufrió una transformación considerable. A esto hay que añadir un conocido cambio en la historia económica de Cuba: la crea- ción de «centrales», enormes fábricas de azúcar que molían la caña de otros (llamados colonos) que ya no podían procesarla en sus propios ingenios, ahora anticuados e ineficientes. Los grandes centrales concentraron el capital y la capacidad productiva y pusieron bajo su control a los dueños de planta- ciones, que dependían de ellos para procesar su producto. No es difícil imagi- narse que todos estos norteamericanos, en frecuente contacto con su país, donde el deporte evolucionaba y se expandía rápidamente, jugaran al béisbol y le enseñaran el juego a sus amigos y vecinos. 5 En La Habana el boomazucarero había traído como consecuencia la cons- trucción de palacetes y mansiones, la ampliación de avenidas y parques, y la expansión de la ciudad más allá de la muralla que la había defendido, por el oeste, de las incursiones de piratas y corsarios. Poco después de mediados de siglo, alrededor de 1863, la muralla fue demolida. Las zonas hacia el sur, suroeste y oeste de la ciudad, de mayor elevación que el puerto, naturalmen- te, y por lo tanto más frescas, se convirtieron en áreas de recreo para la sacaro- cracia, con bellas quintas accesibles por nuevos caminos de tierra y de hierro. La Habana se fue desplazando en esa dirección, absorbiendo poco a poco esas zonas de asueto e incorporándolas a la red urbana. Pero el casco de la ciudad misma también dedicó más y más espacio al esparcimiento y recreo. El Paseo del Prado, que da al mar, se convirtió en el lugar de convergencia de numerosos carruajes descapotables en los que se exhibían los nuevos ricos en su mejor indumentaria, así como de no pocos peatones que acudían a presen- ciar el espectáculo y dedicarse a sus propias actividades sociales. La vida tea- tral se enriqueció con la construcción o renovación de varios teatros, como el Tacón, el Albisu y el Irajoa, visitados por las mejores compañías europeas, inclusive algunas francesas que representaban en su idioma obras de última moda. La ópera y el teatro musical menor también gozaron de mucho auge durante todo el siglo xix . Surgieron cafés y restaurantes con nombres –El Louvre, Las Tullerías– que revelaban hacia dónde miraban los cubanos cultos, y qué y a quiénes querían imitar. La Acera del Louvre, es decir los portales del afamado café, era el centro de reunión de literatos y de todos los entregados a los placeres mundanos de la decadencia, entre ellos los jugadores y fanáticos del béisbol. Muchos de estos jóvenes eran, además, bailadores del danzón, baile cuya «lubricidad» 33 en proceso Literatura, baile y béisbol... encuentro 5 La mejor historia del béisbol es la de Harold Seymour, Baseball. The Early Years(Nueva York: Oxford University Press, 1960).había desatado una agitada polémica en la prensa capitalina. El danzón, el béisbol y la literatura compartían características propias del fin de siglo que hicieron posible su alianza en el momento de la independencia, y dejaron huella visible y duradera en la cultura cubana. La primera de estas características comunes es el exotismo, que no era sola- mente el gusto por lo extranjero, sobre todo lo francés, sino por todo aquello que se apartara de lo español, que era visto como retrasado y demodé. La predi- lección por lo francés en la literatura finisecular latinoamericana es demasiado conocida para precisar mayor elaboración aquí. En Cuba no sólo había los cafés mencionados, sino que una de las revistas culturales más importantes –a la cual habrá que regresar– fue El Fígaro . La compañías teatrales francesas, inclusive la de la célebre Sarah Bernhardt, hacían escala en La Habana camino a Ciudad México o a la Nueva Orleans. Quien lea las publicaciones cubanas de la época no podrá dejar de notar que los intelectuales y literatos cubanos del momento vivían atentos y à la pagede lo que ocurría en París. Los modelos de poetas como Julián del Casal, no sólo en lo literario sino también en la manera misma de vivir y conducirse, eran los poetas malditos franceses. Encastillado en su buhardilla habanera de los altos de El País , o paseándose por parques, aveni- das y terrazas de la capital –neurasténico, alcohólico, homosexual y drogadic- to– Casal practicaba la decadencia a la francesa. 6 El danzón, como ya se dijo, era de origen afro-francés. Alejo Carpentier, en su delicioso libro La música en Cubarelata cómo la country danceinglesa pasó a ser la contredancefrancesa, y ésta la contradanza, la habanera, y por últi- mo el danzón. La habanera, por supuesto, fue incorporada por Bizet en Car- men, por lo que el tráfico musical fue en ambas direcciones. En Carmenla habanera le dio la vuelta al mundo, y fue tal vez la primera música cubana de alcance internacional. La contradanza, desde luego, también se conoció en España, y variantes suyas llegaron hasta Buenos Aires, donde influyeron en los orígenes del tango. Pero lo peculiar del danzón es que el componente africa- no es más fuerte y que llegó a convertirse en baile de salón de la sociedad cubana, compitiendo con las mazurkas, polkas y valses de moda en el mundo entero. No cabe duda de que tanto en el ritmo como en la letra, muchas veces sugestivo (como uno intitulado «Negra, dame tu amor»), podía parecer escan- daloso a los mojigatos de entonces. Es cierto que en algunos locales, como los altos del Louvre, se bailaban piezas más picantes, algunas de un estilo al pare- cer vulgar llamado «arroz con picadillo», y que había otros bailes denominados «empinar el papalote» y «matar la culebra», que sí eran más explícitos en su sexualidad. Y era notorio que al otro lado de la bahía de La Habana, en Regla y Guanabacoa, centros de santería y cultura africana hasta hoy, se tocaban pie- zas con títulos al parecer procaces, como «Cochino», «Baja la pata», «Guabina» 34 en proceso Roberto González Echevarría encuentro 6 Ver Oscar Montero, «Translating Decadence: Julian del Casal’s Reading of Huysmans and Mo reau», Revista de Estudios Hispánicos 26 (1992), págs. 369-389, y Jorge Olivares, «La recepción del decadentismo en Hispanoamérica», Hispanic Review 48 (1980), págs. 57-76.y «Oso». Pero no el danzón. Visto desde este fin de siglo el danzón era un baile decoroso, hasta casto, bailado por parejas enlazadas, pero no se bailaba ni se baila apretado ni mucho menos. En el danzón se pasó de los cuadros de la con- tradanza al baile por parejas, pero se trataba de una música tan estilizada como la poesía modernista, con pausas, golpes de abanico por parte de la mujer, y un púdico abrazo a prudente distancia. Lo que sí había era un provocativo mecer- se de las caderas –sobre todo en la parte final, que ya anunciaba sones y guara- chas– y una serie de fintas que tal vez recordaran la persecución ritual de la hembra por el macho que representan algunos bailes africanos. Frente a la pacatería peninsular de la última década del diecinueve, sin embargo, el dan- zón era algo peligroso, exótico, decadente y demasiado cubano. Se trataba, nada menos, que de la incorporación abierta de lo africano a la vida social de las clases acomodadas: una incipiente mulatización de la gente pudiente. Ahora bien, el exotismo del danzón también se manifiesta en su capacidad para incorporar lo extranjero en su propia contextura melódica. Hoy nos sor- prende oír, en medio de un danzón como «El cadete constitucional», frases musicales tomadas de marchas de John Philip Sousa. Pero esta tendencia, pare- cida por supuesto a las alusiones a lo francés o a lo oriental en la poesía moder- nista, es inherente al danzón desde sus comienzos. Zoila Lapique Becali infor- ma que, una de las asistentes al baile en que se estrenó «Las Alturas de Simpson» escribió en Matanzas lo siguiente: «Estos danzones a base de la melancólica música africana, en artística mescolanza –gratísima al oído– nos regalaban compases de populares trozos de ópera italiana, de zarzuelas españo- las, de operetas francesas, de canciones cubanas, en singular cadencia y armo- nía.» 7 Es significativo que el béisbol también se dejó influir por la ópera italia- na, ya que varios equipos cubanos de la época adoptaron nombres de algunas de éstas como el Boccacio y Fattinitza . El culto a lo extranjero era algo generaliza- do, y se extendía, desde luego, a la incorporación de vocablos de otros idiomas, lo cual, tanto en la música como el béisbol, era prácticamente inevitable. La sacarocracia cubana pronto se percató de que una educación norteameri- cana era más útil para sus hijos que una europea, sobre todo española, y comen- zaron a mandar a sus hijos (pero a veces también a sus hijas) a colegios y universi- dades «del norte». Allí aprendieron a jugar béisbol estos jóvenes que, al regresar a la isla, verían las costumbres españolas, comparadas a las que los habíanregido en Norteamérica, como especialmente retrógradas, arbitrariamente restrictivas o simplemente bárbaras. De éstas ninguna lo era más que las corridas de toros, popularísimas entonces en La Habana, en cuya plaza hacían temporada los tore- ros españoles más famosos, haciendo escala en sus viajes a México. 8 35 en proceso Literatura, baile y béisbol... encuentro 7 Música colonial cubana, pág. 47. 8 El toreo fue suprimido por decreto del gobernador militar Leonard Wood en 1900, durante la intervención que siguió a la Guerra Hispanoamericana, y quedó totalmente borrado del panora- ma deportivo cubano. Hoy nadie recuerda que La Habana tenía una concurrida plaza ni se inte- resa por los toros.El béisbol pronto se vio como el antídoto contra el primitivismo peninsu- lar. El juego arraigó en la capital y en el área de Matanzas, sobre todo entre jóvenes de buena familia, pero también se diseminó entre las clases popula- res, inclusive los negros, que habían sido declarados libres con la abolición de la esclavitud en 1886. A la popularidad del béisbol también contribuyó no poco la llamada «emigración», es decir, el exilio de numerosas familias cuba- nas a los Estados Unidos a raíz de la Paz del Zanjón, en 1878. La comunidad cubana en puertos como Cayo Hueso, Tampa y Jacksonville se hizo nutrida, como también lo fue en Nueva York y zonas aledañas. El béisbol empieza a jugarse en Cuba, sin embargo, desde la década del sesenta, y ya hay clubs organizados en la próxima década. El primero fue el Habana Baseball Club que, como vimos, viaja a Matanzas a fines de 1874 para retar (y derrotar) al club de la «Atenas de Cuba». Para los ochenta ya hay cientos de clubs por toda la isla, así como docenas de revistas y periódicos dedicados al deporte. Sabemos hoy tanto sobre los orígenes del béisbol en Cuba, por cierto, gracias a su estrecha relación con la literatura, que ha pre- servado la huella de su primitiva historia en revistas, crónicas, novelas y poe- mas. La revista literaria antes mencionada, El Fígaro , cuyo primer número es del 23 de julio de 1885, se proclama «Semanario de Sport y de Literatura. Órgano del Base-ball». Manuel Serafín Pichardo fue uno de los fundadores de El Fígaroy su principal animador. La revista contiene crónicas de juegos, artí- culos sobre jugadores prominentes, así como chismografía literaria, musical y social, y publican en ella algunos de los escritores más conocidos del momen- to, como el poeta Julián del Casal. La primera historia del juego en Cuba, publicada en 1889, fue escrita por el novelista Wenceslao Gálvez y Delmonte, campocorto del Almendares Baseball Club , y hoy miembro del Hall de la Fama del Baseball Cubano. Gálvez, amigo de Casal, publicó una soporífica novela con el prometedor y decadente título de Nicotina , y una colección de ensayos, crónicas y cuadros de costumbres, Esto, lo otro y lo de más allá (mosaico literario), en la que demuestra estar muy al día en literatura europea, española e hispa- noamericana. El béisbol era para estos literatos una actividad exótica y deca- dente, totalmente opuesta a la mojigatería hispánica y a su salvajismo taurino, por eso se le ve en principio como algo compatible con la nueva literatura y con el independentismo. Su relación con la música la veremos enseguida. El libro de Gálvez, titulado El baseball en Cuba. Historia del Base-Ball en la Isla de Cuba , puede que sea la primera historia de ese deporte jamás escrita. 9 Es digno de ponderación que, ya para 1889, pueda hablarse de una historiadel 36 en proceso Roberto González Echevarría encuentro 9 Wenceslao (Wen) Gálvez y Delmonte, El base-ball en Cuba. Historia del base-ball en la Isla de Cu ba, sin retratos de los principales jugadores y personas más caracterizadas –en el juego citado, ni de ningu- na otra–(La Habana: Imprenta Mercantil de los Herederos de Santiago S. Speneer, 1889). Poco he podido descubrir sobre Gálvez, excepto que nació en Matanzas, estudió derecho en la Univer- sidad de La Habana, y pasó varios años en Tampa, Florida. Su hermano José María (1835-1906) fue jurista de fama en el siglo xix, y colaboró con Carlos Manuel de Céspedes en la causa inde- pendentista. También fue jugador de béisbol, pero para los ochenta, jubilado del juego activo, se convirtió en árbitro (umpire) respetado y solicitado.béisbol cubano, cuando el deporte apenas contaba con tres décadas de prácti- ca organizada en su propio país de origen. A petición de Gálvez el prólogo de El Base-Ball en Cuba fue escrito por el médico Benjamín de Céspedes, que hace un análisis brillante y jocoso del juego, destacando sus beneficios terapéuticos para la salud física y moral. Darwinista, descreído y algo cínico, como el pro- pio Gálvez, este médico está a favor de la medicina y del deporte para aumen- tar el deleite físico. La práctica del béisbol robustece al individuo, y hasta aumenta su potencia sexual, sostiene, influído por la ideología sobre la cultu- ra física en boga entonces en los Estados Unidos y Europa. El Dr. de Céspedes contrasta la pujante salud de los jóvenes jugadores de béisbol con la de muchos de sus pacientes, dedicados a actividades sedentarias, que pronto los conducen a una flaccidez endémica. La relación del deporte con la medicina no es casual, es parte del culto decadente a lo inútil y frívolo; la salud debe cultivarse para el placer, no para el trabajo útil y productivo. El decadentismo incluye una fuerte preocupación por el físico que se manifiesta en los opues- tos correlativos del neurasténico y enfermizo poeta que se regodea en sus dolencias, y el atleta que vive atento a la fortaleza, agilidad y garbo de su cuer- po. De un lado Casal y del otro su amigo Gálvez. Éste último también ensalza la capacidad terapéutica del deporte, así como su fuerza civilizadora, y traza la historia de los diversos clubs del área capitalina y de las provincias. El propio Casal, en nota elogiosa del libro, escrito por «uno de mis mejores amigos», dice, destaca el optimismo y vigor que éste rezuma: «Nada más raro, en nues- tros tiempos, que la aparición de un libro sencillo, empapado de sana alegría y escrito al correr de la pluma cuyas páginas sirven para desarrugar los ceños más adustos, entreabrir los labios más serios y disipar las brumas melancólicas que difunden en el espíritu las miserias de la vida, ya se contemplen en su asquerosa desnudez, ya al través de las hojas de los modernos libros pesimis- tas.» 10 Un par de años antes otro escritor importante, nada menos que el filó- sofo Enrique José Varona, había dedicado un artículo al béisbol en que desta- caba el provecho moral del juego, si lograba enseñar a los cubanos a competir, y sobre todo a perder, de forma civilizada. 11 El juego se había con- vertido en una actividad social de importancia considerable porque no consis- tía simplemente en partidos entre equipos organizados, sino que éstos repre- sentaban clubs sociales en los que se desarrollaban varias otras actividades, según se verá. Es curioso que, si bien la presencia norteamericana pronto se convirtió en amenaza para la nacionalidad cubana, a fines de siglo lo norteamericano representaba algo opuesto al caduco poderío español. Es por esto que el béis- bol se incorpora a la ideología antiespañola y patriótica que conduce a la 37 en proceso Literatura, baile y béisbol... encuentro 10 Julián del Casal, «El Base Ball en Cuba», La Discusión , noviembre 28 de 1889. Cito por la ver- sión recogida en Julián del Casal, Prosas. Tomo II (La Habana: Consejo Nacional de Cultura, 1963), pág. 11. 11 Enrique José Varona, «El base ball en La Habana», Revista Cubana, tomo 4 (1887), págs. 84-88.Next >