< Previous8 homenaje a julio miranda Berta yJorge Goldenberg encuentro página y constela palabras y juega, ciertamente, aunque otros poemas pequen qui- zás de obviedad o mecanicismo o dependencia brechtiana —con perdón—y el libro en conjunto se llamará —cuando libro haya— El Poeta Invisible y no, me niego, no, «El poeta en calzoncillos» (marzo, 1980). «Somos, ciertamente, tan pobres, que magnificamos cualquier don. Somos, ciertamen- te, tan torpes y tan opacos, que necesitamos la evidencia del cuerpo, del cuerpo a cuer- po, los susurros en la penumbra, la saliva y todos los líquidos gloriosos, estoy —que- ridos—a punto de echarme a llorar. Sucede que me canso de ser hombre, decía mi hermano Vallejo, pero siempre me gusta vivir, ya lo decía —él también». 2 (1981). «He decidido no afiliarme a la petropatria. Guardo mi pasaporte inútil.» (1981). «(...) Bueno, al parecer yo fui demasiado rápido, al parecer fantaseé, me fui de bru- ces, me fui de espaldas, y, sobre todo, me fui de culo. Según ella, dejé de gustarle. En apenas 15 días. Mientras duró fue bueno, ya no hay nada. No acabo de entenderlo. No hay nada que entender, lo sé, pero cómo entenderlo?» (marzo, 1982) «(...) Tampoco roo —extraño verbo—el hueso de la desesperación» (marzo, 1982). «(...) Como quien vive, de golpe, lo que ha teorizado —la pobreza del «anau», escrí- base como se escriba; del «pobre de Dios»; el recibirlo todo como un don; la desnudez— y desfonda, de golpe, otra parte de lo que ha teorizado y vivido —el amor simultáneo, la no posesión, la prescindibilidad, etc.—y se encuentra, apenas quince días después, en un desconocido y nunca sospechado desamparo. Mil noches de espanto por diez noches de amor: sea, lo asumo y estoy dispuesto a que ocurra de nuevo —esperando que no ocurra de nuevo, al menos no muy pronto» (marzo, 1982). «Ésta es de nuevo una carta genial, no puedo evitarlo porque no puedo evitarme y algún día la Librería Fausto 3 incluiría el volumen, prologado por ti, mojado por tus lágrimas —ojo: borrones—y epilogado por Don Jorge que insistirá en aquello del punto de vista y en que mis cartas, como el cine documental según Grierson, son «elaboraciones creativas de la realidad» y, desde luego, infinitamente mejores que ciertas revistas que todos sabemos y apenas más amenos que mis propios poemas. Edición en piel, por favor. Me releo. Qué gusto. Moriré tonto» (septiembre, 1982). «No he terminado mi «Oda a la Gusanera», aunque va bastante avanzada la serie de «Cassidas en los jardines de la Embajada del Perú»: «Dulces coloquios / entre los árboles / oliendo a mierda / en derredor / siguen llegando / por todas partes / las ovejitas / del Buen Pastor»; esto, natürlich, es sólo el comienzo. Casi de inmediato entran milicianos con gaitas y tamboriles y se entregan todos a endemoniada danza 2 En verdad, la cita es de Neruda, como el mismo Julio lo aclara al pie de la carta citada. 3 Conocida librería de Buenos Aires.9 homenaje a julio miranda Cartas de Julito encuentro que, oída por los cubanos de Miami, es respondida con guitarras eléctricas. Miles de personajes con máscaras de la Historia Universal lanzan sus orinales al aire, acri- billados por las cuatrobocas en una especie algo así como un contrapunteo de meta- les» (1982). «(...) barrer los restos de la noche, secar el alcohol derramado, guardar la navaja encima de la cual me había dormido o desclavarla de la pared del armario. Porque uno no se pierde del todo, uno coquetea con la muerte pero la navaja la clava en la madera, no en el cuerpo, y uno hasta elige lo que va a romper en un «rapto de furia» de alguna manera controlado: el jarrón de gres no, el búho de barro no, el pajarito cubierto de espejitos no, venga pues el cenicero —aunque anoche debo haber maltratado mis lentes, o deben haber salido corriendo, pues a la mañana tenían una pata descojonada y ahí cuelga un poquito, como un recuerdo» (1982). «Todavía no he dedicado unos días a revisar el año vivido y tomar algunas buenas resoluciones para el próximo, desde la más banal como fumar menos hasta otra más solemne tipo este año me enamoro y hago que se enamoren de mí. Por ejemplo» (fines de 1982). «(...) Comprender no es consolarse» (1983). «M’estoy venezolando de a poco. Me falta el examen de «materias patrias». A ver si así nos vemos, ay.» (sin fecha). «¿Cómo coño voy a olvidarlos si sería olvidarme y mi ego no lo resistiría?» (1983). «(...) También, que a veces me siento francamente hastiado, aunque nunca aburri- do. Que sospecho y estoy casi seguro de que «la vida» no es esto, no es estar aquí encerrado con mi grafomanía, pero «la vida» como anhelo es una forma, no un contenido, y detallar los posibles contenidos nos mostraría quizás que cada uno de ellos es a su vez insuficiente. Ponerlos todos juntos entonces? Quizás entre «poesía» y «vida», si cabe la disyuntiva, yo he ido eligiendo la «poesía» por ser más maneja- ble, más delimitada, y porque la experiencia prueba que soy mejor «poeta» que «viviente» o «vividor»? (sin fecha). «Como suele ocurrir(me), todo ha quedado en Libro (...)» (enero, 1984). «(...) A grandes rasgos: mayo y junio fue dedicado a Kafka. Aproveché que Franz cumplía 100 años y agarré sus obras completas, más las cartas a Felice, más algu- nos libros sobre él, y no hice más que leer y releer. Era enorme lo que no conocía —los cuadernos en octavo, las cartas a F.—y tremendo releer. Se me ocurrió entonces cele- brar la vaina y le montamos una semana de homenaje, iniciada naturalmente el 27 de junio, en que Julito cumplía 38 años festejando los 100 de K. y pegando en las paredes del Instituto de Cultura cien «conferencias imposibles» —es decir, 100 cuartillas con citas de Kafka a máquina, rodeadas de comentarios míos a mano—10 homenaje a julio miranda Berta yJorge Goldenberg encuentro mientras le encendíamos 100 velitas que, hecho el periplo, apagué de un soplo. Nadie sabía que era mi cumpleaños y que me lo estaba celebrando así» (enero, 1984). «(...) yo sigo sin pasaporte, no es por trabajitos interesantes que no voy» (sin fecha). «Qué pecado, qué ofensa, qué gazapo, qué torpeza, qué inmundicia habrá cometido ahora este pobre humillado goy en su guarida, su antro, su cueva, su habitación tapizada de retratos de Paco Umbral con flores y velitas encendidas? Les escribí en febrero —no llegó la carta? no gustó la carta? ofendió la carta? molestó la carta? Escupan la carta! Maltraten la carta! Estrujen la carta! Incendien la carta! Pero escríbanle al goy!!!! (1986). «Y bueno, leo, leo, leo. Mi mayor placer es quedarme tumbado en un sofá leyendo en casa (he engordado) y algún ratico escribiendo. En fin, uno envejece —cumplo 41 años el 27 de junio—; conservo , de todos modos, cierta otoñal belleza y, claro, mi discreta coquetería; aunque, como decía Baroja de un personaje, no soy más que un águila vegetariana» (junio, 1987). «(...) Quisiera escribir poemas que metieran miedo. Uy! O que hicieran morir de amor por el autor —pero ya lo sabes, nunca ocurre así, Julito. Nunca ocurre nada, quizás» (sin fecha). «(...) cuando te toques tu calavera, acordáte del poeta» (sin fecha).11 homenaje a julio miranda encuentro S i ustedes le hubieran preguntado que cómo nos podíamos enterar de su existencia, os habría respondi- do que detectando sus huellas en la página, única nieve que le pertenece y única, también, a la que estaba destinado. 1 Esta explicación basta para darnos a entender que se trataba de un ser obsesionado con la literatura, un impenitente grafómano, que lo mismo se apasionaba con la poesía y el ensayo que con el periodismo; no en balde había ejercita- do su pluma en todos los terrenos. Se nombraba Julio E. Miranda, y a punto de instalarse el otoño de 1998, como una hoja seca cayó de súbito y de bruces sobre una calle de la venezolana Mérida, en su trópico querido. A lo largo de sus 53 años había publicado 4 libros de crítica literaria, otros 7 sobre cine, 5 antologías, 12 poemarios, 3 libros de cuentos y una novela corta. Sentía encontrarse en su ple- nitud creativa, pero los problemas para publicar contra- corriente le abrumaban: dejó 10 textos inéditos, entre ellos 2 novelas. Su obra más ingente está constituida por incontables artículos en revistas de 10 países (incluyendo Encuentro), pero no es tanto la calidad de su prolífica labor literaria la que le otorga especial interés para nosotros, sino su afán de continuar siendo existencialmente cubano, a pesar de que desde 1961 no pisaba la isla, debatiéndose contra esas trabas con las que lastimosamente hemos tenido que con- vivir todos los que por el motivo que sea abandonamos nuestras raíces geográficas: el drama de ser extranjero, y para más inri, cubano. Sabemos por experiencia que hay leyes y leyes, y cubanos y los otros. Internacionalista vital e ideo- lógico, vivió bajo el signo de la coherencia, trasladando de país en país sus escasas pertenencias, que cabían en un par de baúles; reiniciando una y otra vez su tarea: inventar Desapareció un cubano invisible Demetrio E. Brisset 1 Todas las frases en cursiva están extraídas de la obra de Julio E. Miranda.12 homenaje a julio miranda Demetrio E. Brisset encuentro cada mes de qué saldrá la plata el siguiente. Enemigo de todo tipo de dogma y poder, se fue construyendo como uno de sus personajes, a golpe de ingenio y esfuerzo, sobre el filo de la navaja de la Historia. Sin tener terminados los estudios de bachillerato, ejerció como profesor en las universidades de Salerno (Italia), Granada (España), Caracas y Mérida (Venezuela). Siendo animador-productor radiofónico en la Radiotelevisión Belga, durante 3 años se involucró como redactor de la agencia de prensa alternativa «Libération», tratando de difundir esas noticias críticas que los gobiernos detestan. Para no alargar el recuento de sus actividades, mencione- mos que fue jefe de redacción en varias revistas literarias de ilusionada y efí- mera vida, y que una de sus ocupaciones más tediosas y a menudo infructuo- sas, fue la de luchar contra los editores para cobrar los derechos de autor. Ahora bien, ¿por qué se consideraba «invisible»? Según decía, no es opción, sino reconocimiento. Algo ni siquiera muy pensado, salvo cuando me hacen preguntas: —¿Tú eres un cubano? —No, yo soy dos cubanos. Que era, en realidad, yo soy medio cubano, o acaso la tercera o la cuarta parte, una cubanidad que disminuye (¿o se con- centra?) pero también que se exacerba, se mitifica, se objetiva en absurdos como conser- var nacionalidad y pasaporte para ser detenido, registrado, fotografiado, fotocopiado, interrogado y alguna vez deportado en fronteras que se electrizan ante la llegada del cubano. Los que hemos viajado por libre durante las décadas de los 60-70, recor- daremos que en los países occidentales nos trataban como agitadores comunis- tas, mientras que en los países del Este nos tachaban de agentes de la cia. No se entendía que un cubano en el exilio pudiera llevar adelante su propia causa, una lucha individual contra los autoritarismos. Prosigue Julio: Soy, entonces, cubano pero no sólo soy cubano. Fui funcionalmente español durante cinco o seis años; soy funcionalmente venezolano desde —o, más bien, durante— casi treinta. Y, al reinventarme narrador en 1988, escribí paralelamente una noveleta en cubano, un conjunto de cuentos en venezolano y un (esbozo) de novela en andaluz, más por necesidad que por programa: tenía que dar cuerpo a todas esas voces. Y, emotivamente, en ese acarreo de materiales (¿de derribo?) que voy siendo, hay plazas y calles y cafés de Bruselas —y obviamente, hombres y mujeres—, que se entre- cruzan con otros de España, Italia, Portugal, Francia, etc. Porque tampoco se vive impunemente aquí o allá. Porque uno se reconoce acariciando imágenes —o identida- des— y dice: ah, yo he sido eso, y eso, y eso. Uno va siendo, entonces, venezolano, espa- ñol, cubano, sin ser del todo ninguna de esas calificaciones pero también sin dejar de ser alguna de ellas. Para comprender mejor su atormentado conflicto interno, repasemos algunos de los episodios de la biografía del poeta Miranda. Había nacido en 1945 en La Habana. Tras un breve paso por Miami, en 1962 aterrizó en la sombría España del dictador Franco, con la intención de convertirse en fraile dominico, pero en vez de filosofar y entonar salmos, ayudó a introducir la poesía beat norteamericana, que fue acogida como revulsivo respecto a la cultu- ra oficial. Colgados los pulcros hábitos, malvivió como un bohemio valleincla- nesco, dando recitales poéticos a cambio de un plato de guiso y durmiendo en un armario (más bien se trataba de que el armario guardaba la cama plegable13 homenaje a julio miranda Desapareció un cubano invisible encuentro que se extendía de noche en el pasillo, en una pensión de Madrid para estu- diantes pobres). La bohemia le pasó factura, y cayó enfermo de neumonía y anemia en un hospital de beneficencia. Apenas recuperado, a finales de 1966 salió a la carretera del Norte de Madrid a «pedir botella», y tres nevados días después pisaba París, con un maletín que contenía ropa regalada de segunda mano. Ese iniciático viaje lo efectuamos juntos, y soy testigo de la alegría que le embargó al respirar el aire de la Ville-Lumière, donde las parejas se besa- ban libremente. Teníamos 20 años, y París bullía, aunque no era una fiesta. Era, sencillamente, el centro del (tercer) mundo; la olla podrida de cuanta disidencia, diver- gencia, disgregancia, desquicio, dislate hubiera parido alguien alguna vez en alguna parte; era unos enormes cinemateca, museo y biblioteca; una manifestación enormísima, con aquellas banderas rojas al frente. Mezclados con los militantes de ultraizquier- da franceses, protestamos contra el imperialismo yanki, coreando la consigna del Che de «crear dos, tres Vietnams». En la Cité International de la Universidad de París funcionaba la Maison de Cuba, residencia para estudiantes cubanos muy barata, y allí coincidimos un grupo que había llegado a través de diferentes itinerarios y propósitos, compartiendo una rebeldía generacional, en sintonía con gente de espíritu revolucionario y crítico en la isla. Prácticamente huérfanos, deseosos de man- tener otro tipo de relaciones humanas, creamos nuestra nueva familia: la comuna. Esta intensa vivencia colectiva, mientras participábamos en la gesta- ción del «Mayo del 68», veinte años después fue convertida en crónica por Miranda, en una breve novela que podría incluirse entre las joyas testimonia- les de la literatura cubana de la diáspora: «Casa de Cuba» (Ed. Alfadil, Cara- cas, 1990). Esta residencia resultó ser un microcosmos bastante representativo de la realidad cubana. El comienzo de la novela nos sitúa en la planta en la que convivíamos: Aquel pasillo separaba dos mundos. Tres, más bien. A la derecha hervía la gusanera. A la izquierda, los becarios del régimen. Al fondo, entre la cocina y los baños, entre dos aguas sucias, la comuna. Disidente. El pasillo era como el Muro de la Vergüenza, en hueco. Una alambrada de aire espeso y turbio, incluso en invierno. Un (mal) aliento. Nadie cambiaba de bando. La comuna tenía sed de aprender, y prefería la pobreza material a cambio del suficiente tiempo libre como para absorber todo lo que París brindaba. Casi sin dinero, ganado en extraños tra- bajos temporales, se iba a pie de uno a otro confín de la urbe, y se «recupera- ban» alimentos en los supermercados. Estábamos en contra del Orden, tanto capitalista como soviético, y nuestro conflicto se producía con ambos bandos. Como dice uno de los personajes (reales), un pintor que había defendido Playa Girón contra los mercenarios: ¡Nadie me va a decir: no pintes eso, pinta lo otro, ponte pacá, ahora ponte pallá! ¡Nadie! Además, ¿te lo dice el pueblo? ¡Qué coño te lo va a decir el pueblo! Te lo dice un jodido burócrata, un incapaz, un trepador, ése es quien te lo dice. ¡Pinga! Unos nos compadecían como ilusos compañeros de viaje, y los otros, nos calificaban de lumpen no fiable. Todavía no había ocurrido el caso Padilla: éramos viles exiliados, más sospechosos aún por no reptar gusanamente . A pesar de estar en esta «tierra de nadie», cuando la revolución del mayo francés fue derrotada (entre otras causas por la traición de los comunistas,14 homenaje a julio miranda Demetrio E. Brisset encuentro camaleones del viejo orden) algunos de la comuna pedimos permiso para regresar a Cuba, creyendo que allí estaba surgiendo con dolor el «hombre nuevo». A Miranda, el Pancho K. de turno respondió que «no era imposible». A otros, «su puesto está en Europa, compañero». La descripción poética de nuestra relación con la Cuba oficial podría ser que estábamos la revolución y unos amigos conversando / entonces la revolución se levantó y se fue / mis amigos aca- baron sus vasos / se levantaron y se fueron / yo acabé mi vaso / mi vaso se levantó y se fue / luego escribí muchos poemas / muchos. Durante su estancia en la auténtica «Casa de Cuba», nuestro autor se dedi- có casi compulsivamente a estudiar la producción literaria de la isla, lo que abocaría en varias publicaciones: una antología sobre «Joven poesía cubana» (revista Claraboya , Madrid, 1968), otra sobre Nuevo cuento cubano (Ed. Fuentes, Caracas, 1969), así como el brillante libro Nueva literatura cubana(Taurus, Madrid, 1971). Si unimos esta faceta de su trabajo con la edición de una anto- logía de textos periodísticos de José Martí (Con los pobres de la tierra, Bibl. Aya- cucho, Caracas, 1991), tenemos plasmada una intensa relación con su lugar de origen, pero como cubano invisible, puesto que ni del todo cubano ni del todo extranjero; o mejor: Sabes que no hay exilio / cuando todo es exilio / ¿por qué dices entonces: / sería bueno tener un país? / porque sería bueno tener un país / cuando nada fuera exilio. De hecho, el paisaje que asoma en sus libros son colinas cubiertas de olivos, trenes que atraviesan llanuras nevadas, casas cavadas en monta- ñas, bosques con osos y alces. La situación del poema, descrita cada vez, es una habita- ción —un contexto portátil— que se encuentra en Madrid, en Bruselas, en Caracas, en París, casi siempre con los mismos elementos. No soy, pues, un poeta cubano o, por lo menos, no hay nada temáticamente cubano en mi poesía. Pero sí hay cierto manejo del humor, cierta persistencia en el juego con las palabras, cierta irreverencia que son cuba- nos, aunque Cabrera Infante los haya rubricado con su nombre, para consumo boómi- co. Comparto ese «choteo barroco» que acuñé para la narrativa de Sarduy. Y lo compar- to no sólo en la poesía sino también en la crítica. Siempre en el habla. Un habla sin acento, es decir, con varios. Se me cree, según el interlocutor, español o argentino, quizás chileno. Pronuncio el francés con acento belga. Sólo caricaturalmente hablo como cuba- no, pero no soy la caricatura de un cubano —ni de dos, ni de medio. En cualquier caso —admito varios— hay un sentido de patria dispersa que no se escoge sino se asume, al cabo de los años (36) vividos fuera del país natal, cuya realidad se difumina fatalmen- te y queda, además, del lado de la infancia. Afirmando de mí lo que sé de mí, puedo escribir que Cuba no es mi patria exclusiva, como no lo es tampoco mi infancia: no constituyen —si son dos realidades distintas— mi nostalgia, monopolizada por una plenitud imposible. Patria dispersa, pues, que comienza en mi cuerpo «de amor y de escritura» y que, como una telaraña, cubre partes del mundo deteniéndose aquí y allá, rodeando, tocando suavemente —para que no se desmoronen— los grumos de sentido que reconozco: gente que amo, trozos de ciudades, paisajes, algunos libros, films, cua- dros, piezas musicales. Desde luego, también en esa patria dispersa hay elementos cuba- nos pero no conforman —pienso, no estoy seguro— una totalidad que envuelva a lo demás, sino que se integran en ese acarreo, en ese flujo, en ese curso o discurso: la patria dispersa es otra modalidad de lo barroco: una quincalla viva, un circo en espiral.15 homenaje a julio miranda Desapareció un cubano invisible encuentro Y yo, en el centro (vacío) nazco. Y muero. Y nazco. Y —ahora con mi hija al lado— me saco la lengua. Testigo lúcido, quizás demasiado, de una revolución que se convirtió en maquillado cadáver; de la apropiación mediática y consiguiente banalización de las ideas transformadoras de Mayo del 68; de la cobardía de la sociedad que abandonó el ansia igualitaria por la posesión consumista (Todos deseando que el hombre se callara / que lo mataran o no, pero que se callara / que lo liquidaran en otro lugar mucho más lejos); de la soledad cotidiana de los intelectuales que no aceptan venderse ni participar de la política (mi mujer busca un héroe debajo de la cama) ; Julio Miranda se fue convirtiendo en sobreviviente, que si no pudo cambiar al mundo, al menos no dejó que éste le cambiara. Y la literatu- ra se convirtió en una pasión absorbente (escribir, como todo, es cuestión de vida o muerte), que le llevaría a identificarse con el retrato del artista como una joven máquina de escribir que escribe sola.Pero que no siempre conseguía calmarlo, ya que el poema es una trampa de sentido que captura nada. Yo he decidido no salvarme, porque ninguna salvación lo merece. Y me acuesto desnudo sobre mi navaja, para que sea ella quien decida. Enemigo de toda solemnidad, a menudo le abatía la deses- peranza, evitando en lo posible el dudoso recurso de comparar mi vida / a un cigarri- llo que arde inútilmente / porque el cigarrillo no arde inútilmente / y yo sí. Si se preo- cupaba por encontrar el vacío del otro lado del espejo, juego a morderme la cara en el espejo. Su espíritu divertido y el fulgor erótico de la naturaleza le salvaban. Destacaron en él su nihilismo y su humor corrosivo (burlándose de todo y en primer lugar de sí mismo), así como la capacidad para mantener viva una red intercontinental de amistades: pero mis amigos son irreprochables debo decirlo / caen borrachos de los tejados orinan / sobre sus poemas / se suicidan / o explican la poética de nicolás guillén / en las comisarías del país / esto y más hacen mis amigos / que son hermosos como locomotoras debo decirlo. Constituían su verdadera patria dis- persa, pedazos de mi cuerpo / mis amigos no cesen / el simulacro que me salva. / Pero tampoco me dejen / morir el último. Hasta que su derroche de energía síquica le consumió. Escribí en mi diario: «entiérrenme en el aire / donde mueren los pájaros» / ¿me harán caso?Quizás no, pero al menos podemos grabar como epitafio su deseo culminado: Soy más mismo que entonces.Fusion IV.(1996)17 pensamiento encuentro T res décadas después de que entregara a la imprenta su primer poemario y cuando su catálogo en ese género supera ya la decena de obras, Julio Miranda ha querido hacer balance de esa labor y, en particular, de la última etapa. Para ello ha preparado la breve antología, La máquina del tiempo 1 (una errata en la cubierta hizo desa- parecer el artículo), que pretende ser, cito sus palabras introductorias, «una dubitativa selección —entre varias posibles— de mis últimos cinco poemarios (lo que no implica que reniegue de los anteriores sino que he preferi- do limitar la fragmentación), a lo que agrego los únicos poemas salvados de un libro más desechado que inédito». Y comenta lo desazonante que ha resultado «para quien ha pretendido escribir poemarios más que poemas, con- juntos de alguna manera orgánicos —pese o, quizás, gra- cias a una también buscada diversidad formal—», entresa- car unos cuantos textos de cada libro, presumiendo además que sean los «mejores». Los primeros textos corresponden a El poeta invisible (1981), en donde Miranda reincide en el ludismo formal y gráfico con el espacio de algunos libros anteriores. La cita de H. G. Wells, extraída de la novela de título casi igual al del poemario, constituye una buena guía de lectura para acceder a esas páginas: como el hombre invisible que vive en un clima frío, el poeta invisible se delata por las huellas que deja en la nieve de la página. La nieve es precisamen- te un motivo dominante, una fascinación de la cual parti- cipan muchos cubanos (alguna vez Gastón Baquero señaló que los hijos de las islas soñamos con la nieve antes de des- cubrir el mar de nuestra infancia). Como es usual en Miranda, hay en esos poemas humor inteligente, brevedad homenaje a julio miranda La pasión de la escritura Carlos Espinosa Domínguez 1 Julio Miranda, La máquina del tiempo, Ediciones Mucuglifo, Mérida, 1997, 98 pp.Next >