< Previousy reflexiones sobre la propia escritura: «el mundo / cabe / en el / poema / que cabe / en una / página / del mundo». Poco de la poesía visual queda ya en Vida del otro (1982), título que marca el inicio de un cambio estético en su obra, que cristalizará de modo pleno en su siguiente libro. Su discurso es ahora más eficaz, más sintético, más preciso, y logra una mayor serenidad con- ceptual, como una flecha que en su trayectoria se despoja de sí misma y llega ágil al blanco, tal como expresó un crítico. Se asoma a asuntos nunca antes tratados por él (la muerte, la dispersión que conlleva el exilio), recrea su afi- ción por el cine (ahí está ese delicioso travelling), insiste en precisar su poética («el poema es una trampa de sentido / que captura nada») y cumple el des- doblamiento anunciado en el título: «quien escribe la vida del otro / vive la muerte de quién? // quien escribe la muerte del otro / muere la vida de quién? // quién del uno o del otro / escribe sobre quién? // quién escribe o quién vive / quién se oculta quién ama // quién se nombra quién muere / al fin detrás de quién? // quién del uno o del otro / sueña escribiendo a quién?» Sin diferencias notorias en el tono y la voz, aunque sí en el desarrollo lógico que traen los años y el ejercicio, Vida del otrosignificó en la obra poética de Miranda la primera prueba del arribo a la madurez. Con Anotaciones de otoño (1987), Miranda sorprendió a propios y extraños con su primer «arrebato lírico», una obra en donde se permite volcar su inti- midad. Quien, como tantos escritores latinoamericanos de los sesenta y los setenta, rechazó la poesía «bella», terminó por rendirse a la belleza y a argu- mentos como el amor, el desencanto, la tristeza, el descreimiento. No hay que olvidar que el autor ha superado los cuarenta y que la imagen otoñal empieza a presentársele. Cuenta ya con un pasado al cual volver la mirada, aunque no lo hace con nostalgia ni actitud compasiva, sino con su inconfundible sentido del humor, aquí más tierno y discreto que otras veces. Hablan esos textos del amor y el desamor, éste último entendido como expresión del abandono y la soledad. Nos descubren a un Miranda más humano e íntimo, que pareciera conversar apaciblemente sobre los días finales de sus jornadas. De ahí que más que nunca su discurso sea manifiestamente antirretórico y se acerque a la percepción inmediata de los acontecimientos. Aunque en Anotaciones de otoño abundan las carencias y el conocimiento de la futilidad de la existencia, Miranda no traiciona su poética y conserva algo del trazo humorístico de sus títulos anteriores, así como una eficaz ironía distanciadora. Se va perfilando así el retrato estremecedor y entrañable de un ser humano lacerado que, sin embargo, no pierde la mesura ni la elegancia. En ese sentido los poemas en prosa dedicados a Milena son piezas tan admirables como modélicas. Escritor prolífico que tiende a la esencialidad, incluye en el libro textos en donde demuestra su habilidad epigramática y su lapidaria síntesis: «vino la muerte / le dije: échate a mis pies / se echó a mis pies / para comerme mejor». Califi- cado por él mismo como su « best seller lírico», Anotaciones de otoño marcó la consolidación de Julio Miranda como poeta. Ha sido además el libro suyo que más elogios y comentarios ha recibido en Venezuela (para la mayoría de sus compatriotas, en cambio, sigue siendo hasta hoy un ilustre desconocido). homenaje a julio miranda Carlos Espinosa Domínguez 18 encuentroRock urbano(1989) representa una abrupta ruptura respecto al oasis de verdad y hermosura que fue Anotaciones de otoño . El propio Miranda reconoce que es un libro atípico dentro de su obra, o un intento de no seguir hablando de sí mismo. El lirismo desaparece, lo mismo que las temáticas intimistas. El autor pasa ahora a otro discurso más sincopado, narrativo y poblado de perso- najes, que se amolda mejor a su propósito de presentar una descarnada cróni- ca de la agresividad de la vida moderna en las grandes ciudades. En lugar del sujeto poético que compartió con el lector recuerdos y vivencias, hallamos ahora un testigo que cuenta lo que ve y encuentra por las calles: el travesti que recorre la Avenida Libertador, el francotirador que se sube a la azotea de un edificio para imitar lo que vio en el cine, las secretarias que salen en suaves oleadas al atardecer, el divorciado a quien su esposa despojó de todo, el cadá- ver que obstruye el paso por la escalera, los patrulleros que persiguen a un automóvil. Hay, como se ve, la voluntad de vincularse a la realidad más golpean- tey terrible, lo cual puede tomarse como un retorno a la poesía social de los setenta. Miranda evidencia su madurez al manejar una materia prima tan cer- cana a la crónica sin caer en el tremendismo o el exceso. Lo consigue gracias a recursos como la burla, el juego crítico, la parodia y el ritmo musical del rock: «violaron a su esposa / masacraron a su familia / arrasaron su propie- dad // lo botaron del trabajo / descontinuaron los repuestos del carro / subieron el precio de los cigarrillos / cayó en una redada // ahora tendrán que enfrentarse / a un hombre implacable». Un crítico se interrogó sobre si Rock urbanoes una obra menor en la bibliografía de Julio Miranda, para con- cluir con sensatez que es sencillamente un libro distinto. Así cualquiera puede ser poeta(1991) nos devuelve a un Miranda más reflexivo y sosegado, que se sube de nuevo al carro de la poesía concreta y las elabora- ciones visuales. Hay, no obstante, una nota novedosa a destacar: la experimen- tación aparece ahora como una vertiente asumida, de modo que el autor puede permitirse el lujo de burlarse de ella, de desacralizar sus procedimientos más efectistas y gratuitos. Libro breve, como todos los suyos (La máquina del tiempo no es la excepción), está lleno de textos rebosantes de riqueza y gozosos ángulos, que se distinguen por la frescura y vivacidad del lenguaje. Algunos han hallado en esas páginas ecos de Pessoa, William Carlos Williams y, a ratos, un dejo de humorada mística o misterio zen. Mas la voz es la del Miranda de siempre, burlista, ingenioso, sintético, vital, que conjuga, como ha anotado el venezolano Francisco Rivera, una equilibrada mezcla de viejo sabio y enfant terrible: «encuentro en el jardín / una ardilla ciega // no se atreve a moverse / sólo / —apenas—/ late // con agua tibia / lavo su cuerpo // luego / sobre la hierba / da pequeños / —precavidos—/ saltos // y me / ¿mira?» Los cinco textos incluidos del poemario inédito cuyo título toma prestado la antología, muestran a un Miranda más hogareño y familiar. Aparecen allí su madre, a la que va a visitar al hospital, y a quien, recuerda, su padre cono- ció cuando estaba en un árbol; la hija a la que sostiene en los brazos mientras improvisa una danza algo salvaje; los jóvenes a los que «hubiera querido, no sé / ¿advertirles / explicarles / cuidarlos? // ¿Decirles: / ‘Cuando tengan mi homenaje a julio miranda La pasión de la escritura 19 encuentrohomenaje a julio miranda Carlos Espinosa Domínguez 20 encuentro edad’...». Todas estas páginas, junto a otras muchas que pudieron ser inclui- das en La máquina del tiempo (de la selección quedaron excluidos poemarios tan estupendos como Maquillando el cadáver de la revolución y Parapoemas ), tra- zan una trayectoria existencial que cubre desde la atmósfera rebelde y contes- tataria de los sesenta hasta el escepticismo y la desilusión de los noventa. En conjunto, integran además un edificio literario asentado sobre bases muy sóli- das, capaz de satisfacer, por su atinada convivencia de burla formal, ironía e inteligencia, a tirios y troyanos. El silencio.(1999)homenaje a julio miranda 21 encuentro B alsa llena de vacas. Son vacas, no metáforas: la prueba es que mugen mirando el horizonte. Las vacas más cultas del mundo, como dijo el Máximo Vaquero, pero con la lengua afuera. Huyendo, traumatizadas, ¡carne de matadero sicoanalítico! Ahí está Roquentina: la náusea le agria la leche. A su lado Simona, jovencísima y, sin embargo, pensando ya en escribir sus Memorias de una ternera ordeñada. Más allá va Espronceda que, dominada por un rapto cuyas causas ignora, avanza hasta situarse frente a las otras y, agi- tada, declama: Con veinte cuernos por banda, viento en popa, a toda vela, no corta el mar sino vuela una balsa vaqueril. Apaciguada, se reintegra a la contemplación del pastizal líquido, de angustio- sa inmensidad comparado al potrero. Sufren, pero el regreso es imposible. Miran al cielo: ni una señal de Toros al Rescate. Nicolasa, entonces, deja escapar, tan inoportuna siempre: ¡Qué de barcos, qué de barcos!Gritan todas, histéricas: ¿Dónde, dónde?, atropellándose en su afán de descubrir los navíos salvadores, embistiéndose, empujándose de lado y lado hasta casi zozobrar. Ya calmadas, rodean amenazadoras a Nicolasa quien, a punto de completar el verso y su perdición, tiene el tino de canturrear, san- dunguera: Tú ves, yo no lloro, tú ves... Mugidos de satisfacción, lomos levemente estremecidos, pezuñas palante y patrás, vaivén de ubres, colas al compás, lo entonan a coro: Tú ves, yo no lloro, tú ves... Montoncitos de tierra hay en la balsa, pero no dispuestos de cualquier mane- ra: son, a escala, la Sierra Maestra, el Escambray, la cordillera de los Órganos, Agua por todas partes Julio Mirandalas montañas todas de la Isla que han mandado por el viento partes suyas, emi- sarios, emblemas, signos pero ¿qué significan? Van, se van, por una vez navegan: quizás lo soñaron siempre: hacerse al mar o hacerse —deshaciéndose— mar. Penetrar lo que piensan sería vano. Podríamos, desde fuera, politizar el hecho. Mejor respetar su misterio, dejar intacta la evidencia de un ¿destierro, invasión o mensaje? Dicen que el perfil de la Isla se aplasta, que su altura disminuye, que hay brigadas rellenando con chatarra las sierras para que no se note, que los árbo- les se miran perplejos, que los pájaros vuelan ahora más bajo. Dicen. ¿Alguien sube a medir las montañas? Una balsa nupcial para Cirilo Villaverde, quien puso a la literatura a hablar en cubano. Tiene sobre las rodillas varias marionetas a las que anima con los dedos mientras que, prodigioso ventrílocuo, las hace conversar sin mover los labios. La gorda Josefina se contonea, dirigiéndose a Cecilia Valdés: — Labana etá perdía, niña. Toos son mataos y ladronisio. Ahora mismito han des- plumao un cristián alantre de mi sojo. Lo abayunca entre un pardo con jierre po atrá y un moreno po alante, arrimao al cañón delasquina de Sant Terese. De día crara, niña, le quitan la reló y la dinere. No se pue un fiá de naide. ¡Adiós, caserite! Mucha salú. Se retira graciosamente, cruzándose con Malanga, justamente uno de esos pícaros que ha mentado la señá Josefa. El criminal alardea de una de sus fechorías, diciéndole a quien lo ha inventado: —Es querei desisde ar señol, que dende el año pasao, entre yo, un paidito ñamao Picapica y un morenito ñamao Cayuco, paranos de mañanita temprano, junto a la plasoleta de Santa Teresa, a un blanquito mu currutaco que en cuando que le enseñó el jierro me se quedó muelto entre las manos y mos dio toas las prendas que tenía arriba de su cuelpo. Cecilia ríe y aplaude regocijada. Luego se acurruca mimosa sobre el hom- bro de Villaverde, tirando los muñecos al suelo. Ya le está desabrochando el chaleco a su Ciril cuando un furioso chapoteo los estremece. —¡Tiburones! —chilla la mulata. —¡Un coño! —responden desde el mar. —El santo y seña —exige el narrador, implacable, enarbolando un remo. Aunque visiblemente agotado, el náufrago pronuncia, entre trago y trago de agua salada: —La música afrocubana es fuego, sabrosura y humo; es almíbar, sandunga y alivio; como un ron sonoro que se bebe por los oídos. —Suba, don Fernando. Ayudan a trepar al viejo Ortiz, chorreante. —Cirilo, mijo, una contraseña un poco más larga y me hundo... —Ésa la escribió usted: si no fuera tan barroco... —El negro Carpantié sí que se hubiera ahogao —palmotea Cecilia, hacién- dole una muequita divina a Ortiz. homenaje a julio miranda Julio Miranda 22 encuentroOtro espumoso torbellino se produce junto a la balsa, sobresaltándolos. Una oronda calva, de tonsura eclesiástica, aparece y desaparece entre las olas. —¡El santo y seña! —gritan a coro. —Niñas que vais bailando, al infierno vais saltando —cecea el mojado cen- sor. Coinciden en la identificación: es el obispo Claret. Se miran, no dudan, lo hunden: —¡Pargo al agua! —¡Te jodite! —Changó es también el dios de la música. La balsa se desliza suavemente hacia un crepúsculo en technicolor, sobre el mar ya calmado. El trío se recuesta entre almohadones, con Ceci, desdobla- da, en el medio. Flota una sugerencia de ménage-à-trois . Se oye un danzón (preferiblemente «Isora Club», por Cachao). fin El gallo y la gallina son los últimos en subir. Están preciosos con sus sombre- ros de mambí, ostentando la cubanía incluso en este trance, ¡más que nunca en este trance! Sueño con serpientes —le confía ella, al oído, temiendo el mal augurio. ¿Todas las noches? —pregunta él. Sí —le dice, bajando la cabeza. — Es una indigestión—la tranquiliza él. Y, en verdad, tragó demasiados granos los días anteriores, previendo las penurias del viaje. Los animales están inquietos. Cada uno lo expresa a su manera: pían, pia- fan, patean / rugen, crujen, berrean / trinan, aúllan, guerrean / chistan, gimen o mean. Al fin llega la paloma, haciendo eses en el aire: Confieso que he bebido —admite, y al eructar deja caer la rama verde olivo que llevaba en el pico para despistar a los guardafronteras: el viento la impulsa mar adentro. Buena señal —chilla el totí. Yemayá, protégenos—pronuncia Noé, agarrando el timón. Entonan todos: Virgen de Regla, compadécete de mí, de mí... Empujada por las patas de los patos, zarpa la balsa. La balsa lleva sólo tres bustos. El de Lezama, provisto de un motorcito que hincha y deshincha su pecho, simulando una respiración de asmático, luce en la boca un tabaco humeante. El de Sarduy se envuelve en una blusa de rumbera que, dadas las dimensiones de la efigie, queda suelta, flotante, cual metafórica espuma. El de Cabrera Infante, entabacado también, tiene a veces como un meneo, producto seguramente de otro oculto artefacto. A Virgilio Piñera lo representa un muñecón que cuelga por la borda, con los pies en el mar. Su voz temblona repite, grabación mediante, un verso de su poema más famoso, «La isla en peso»: La maldita circunstancia del agua por todas partes. homenaje a julio miranda Agua por todas partes 23 encuentro En esta balsa van mi padre y mi madre. Ella frota con ahínco mis medallas del colegio, protegiéndolas del salitre. Él va instalado en el sillón que, cuando esté en Caracas, bautizaré «la máquina del tiempo». Vivirá desde entonces sentado ahí, con los ojos cerrados, viajando sólo hacia atrás, regalándonos a veces atisbos de sus escalas: —Hijo, qué bien lo estoy pasando, me encuentro en el Café Habana, qué lástima que tú no conociste su esplendor. Luego se calla, vuelve a irse o a desaparecer, ensimismado, en esa regresión o regreso, inacabable, la única riqueza que le queda, mientras mi madre canta cabeza abajo, fortale- ciendo los músculos del cuello para un grito que no ha dado aún. Yo no me fui en balsa sino en avión. ¡Qué vuelo más largo! Aún voy por el aire. Abajo veo el mar. Quiero tocarlo. homenaje a julio miranda Julio Miranda 24 encuentro Prisoner of with in.(1997)E l capitán de la marina mercante Nils Carlson, de Gotemburgo, se inscribió sin saberlo en la historia universal el 26 de octubre de 1962. Su barco, el buque fri- gorífico Coolangatta, había zarpado dos semanas antes sin ningún dramatismo del puerto de Leningrado, cargado de arenques y de papas. Había sido un día de trabajo com- pletamente normal cuando zarparon. Aunque la guerra fría se reflejaba en las noticias —los diarios soviéticos escri- bían sobre la política agresiva de los Estados Unidos en Alemania y los periódicos americanos despotricaban sobre la infiltración comunista en Cuba— nada parecía indicar que ésta quizás sería la semana más peligrosa para la humanidad durante todo el siglo XX. El destino del Coolangattaen octubre de 1962 era La Habana y su travesía comenzó al mismo tiempo que barcos soviéticos se dirigían a Cuba para entregar misiles con armas nucleares al régimen revolucionario de Fidel Castro. Quedaban menos de cuarenta y ocho horas para llegar a La Habana cuando un destructor norteamericano se aproximó rápidamente al buque sueco. Dos días antes, los Estados Unidos habían declarado de forma unilateral un bloqueo naval a Cuba. A pesar de que el capitán Carlson lo sabía, se negó a obedecer la orden de parar y prosiguió infatigablemente su travesía hacia La Habana. Lo que Carlson no podía saber era que su maniobra causó una gran agitación entre los americanos, y que el asunto del destino del Coolangatta, después de muchas vueltas, fue a parar al más alto nivel militar y político de los Estados Unidos. El Ministro de Defensa Mc Namara fue despertado al amanecer, llamó a La Casa Blanca y el conse- jero de seguridad se puso inmediatamente en contacto con el madrugador Presidente Kennedy, quien por fin dio la orden al capitán del destructor americano: «¡Deje pasar al Coolangatta!» la mirada del otro la mirada del otro Lecciones de la crisis de octubre Pierre Schöri 25 encuentroEl buque frigorífico del capitán Carlson, con su carga de arenques y de papas, fue el único barco que pudo pasar por el ojo de la aguja del bloqueo naval norteamericano sin inspección y que, además, activó toda la cadena de eslabones del mando militar hasta el Presidente mismo, según escribe Björn Ahlander en Krig och fred i atomaldern(Guerra y pazen la era atómica, Gebers, Estocolmo, 1965). El ex capitán Nils Carlson vive ahora en Stenungsund. A mi pregunta de cómo vivió el curso de aquel histórico día hace 36 años, me dijo que se quedó sorprendido pero también desconcertado cuando el destructor intentó apre- sarlo. «Pero decidí continuar y llegué como se había calculado. Después nos quedamos una semana en La Habana, donde fui citado por el embajador sueco, que se preguntaba qué hacía yo en Cuba. Luego seguimos viaje a Terranova con el periodista Björn Ahlander a bordo, a quien el bloqueo había dejado atrapado en Cuba». El archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Suecia sigue con el relato. Al volver a Washington, Ahlander fue interrogado sobre su aventura en Cuba por el embajador Gunnar Jarring. El mismo día, el 27 de noviembre, Jarring escribió al Ministerio de Relaciones Exteriores, donde el destinatario del informe sobre el Coolangatta , declarado secreto, era el director general Sverker Aström. Nosotros, que recordamos la crisis de los misiles de 1962, no tuvimos la misma presencia de ánimo de Nils Carlson en aquellos febriles días de octu- bre. Junto con las noticias del accidente mortal de Dag Hammarskjöld en el Congo el año anterior, las imágenes de la televisión de los barcos soviéticos continuando su viaje hacia Cuba en desafío a los más serios avisos de la otra superpotencia, constituyen los recuerdos más fuertes del principio de la déca- da de los sesenta. Todo un mundo contuvo la respiración durante el duelo de Krushov y Kennedy, en el que había una amenaza nuclear tan manifiesta. Dos libros recientemente publicados nos dan ahora más información y más detalles que nunca sobre la crisis de los misiles. Son los de Aleksander Fursenko y Timothy Naftali One Hellof a Gamble (The Secret History of the Cuban MissileCrisis), Harvard University Press, 1997, que presentan datos hasta ahora declarados secretos con material de las fuentes más reservadas tanto de Washing- ton como de Moscú, desde el grupo de la crisis cubana del Presidente Ken- nedy en la Casa Blanca a los distintos archivos del régimen comunista. Entre lo más notable del voluminoso y franco material se encuentra el hecho de que ninguno de los miembros del grupo de crisis, posiblemente con la excepción de Robert Kennedy, sabía que el Presidente grababa cintas de todas las con- versaciones. Claramente aparece la imagen de un mundo que realmente estuvo al borde de una Tercera Guerra Mundial, pero donde ninguna de las superpo- tencias sabía lo cerca que estaba. Tendrían que pasar tres décadas antes de que la gente se diera cuenta. En una conferencia realizada en La Habana en 1992, en la que participa- ron varios de los actores principales de la crisis de los misiles, inclusive Fidel la mirada del otro Pierre Schöri 26 encuentroCastro, el general ruso Anatoly Gribkov dijo que la Unión Soviética no sólo tenía sus misiles de alcance medio dispuestos en octubre de 1962. También había nueve misiles tácticos con armas nucleares destinados a ser accionados contra una posible fuerza de invasión norteamericana. Cada misil tenía un alcance de más de 2000 kilómetros y una fuerza explosiva correspondiente a 70 bombas de Hiroshima. Además, como lo subrayó el general Gribkov, los comandantes soviéticos al mando de los misiles en cada lugar tenían autoriza- ción para lanzar estas armas nucleares tácticas sin tener que pedir instruccio- nes al Kremlin. Aparece como indudable, tanto en los documentos que ya no son secretos y más tarde en los testimonios de los responsables más cercanos por parte cubana y soviética, que fue Nikita Krushov quien tomó la iniciativa del juego de póker nuclear . Un motivo de esto podría haber sido la colocación americana de misiles Júpiter en Turquía, cerca de la frontera de la Unión Soviética. El mismo Presi- dente Eisenhower se había expresado acerca de la colocación como «un acto provocativo que podría compararse con que Moscú instalara misiles en Méxi- co o en Cuba». Pero los documentos dan a entender que la mayor fuerza impulsora de la decisión del líder soviético fue dar a Castro la posibilidad de contener una invasión americana. La kgb había recibido informaciones fide- dignas, según Furusenko y Naftali, sobre un nuevo intento de derrocar a Cas- tro que se encontraba bajo consideración activa en Washington, tras la catás- trofe de Bahía de Cochinos en 1961. El plan de la cia, que fue aprobado en marzo de 1962, tenía el nombre de OperationMoongoosee incluía sabotaje, infiltración, guerra psicológica, maniobras militares y la preparación de una posible invasión. Kennedy le había dicho en febrero al yerno de Krushov, Aleksej Adzubej, que la invasión de Bahía de Cochinos había sido una equivocación. «Pero —habíaañadido el Presidente—, no podíamos seguir indiferentes ante el desarrollo de Cuba, tanto como ustedes en lo referente a Finlandia». El hecho de que Krushov tomó las decisiones de forma autocrática en el Kremlin se desprende claramente de One Hell of a Gamble. Krushov no buscó consejos sobre la colocación de los misiles en Cuba e impuso él mismo las decisiones, lo que también llegó a contribuir más adelante a su caída. El pri- mer paso fatídico lo habría considerado Krushov la noche del 22 de octubre, unas horas antes de que Kennedy pronunciara su discurso a la nación sobre el descubrimiento de armas nucleares en Cuba. Fue el 15 de octubre de 1962 cuando la ciareveló las fotos del U2 sobre lo que resultó ser la construcción de rampas para armas nucleares soviéticas en Cuba. Al día siguiente el Presidente convocó a sus consejeros más cercanos en la Casa Blanca para discutir contramedidas. Lo que siguió después por parte americana se presenta en detalle en TheKennedyTapes . El Ministro de Defensa Mc Namara expuso tres opciones distintas. La primera fue tratar de solucio- nar la crisis por vía diplomática, lo que rápidamente se consideró infructuoso. La segunda fue una acción militar contra Cuba que comenzaría con un ataque la mirada del otro Lecciones de la crisis de octubre 27 encuentroNext >