Homenaje a Heberto Padilla en tiempos difíciles Heberto Padilla • 4 el escritor y el exilio Heberto Padilla • 5 el invierno del poeta Lourdes Gil • 9 imposible sobrepasar mi sombra Nivaria Tejera • 13 heberto padilla: tiempo al tiempo Raúl Rivero • 19 la revolución de «fuera del juego» Enrique Patterson • 21 sobre padilla • 40 el único poema Heberto Padilla • 41 Textual treinta años después de «fuera del juego» Heberto Padilla • 43 Visión de América el neomacartismo estalinista Mario Roberto Morales • 47 humor e irreverencia (inédito) Reinaldo Arenas • 59 cómo y por qué la historia de cuba desembocó en la revolución Carlos Alberto Montaner • 65 pagadera al regreso Juan Antonio Molina • 79 En proceso seis Eliseo Altunaga • 87 encuentro DELACULTURACUBANA REVISTA Director Jesús Díaz Redacción Manuel Díaz Martínez Carlos Espinosa Luis Manuel García Mary Montes Iván de la Nuez Marifeli Pérez-Stable Rafael Rojas Rafael Zequeira Edita Asociación Encuentro de la Cultura Cubana c/ Infanta Mercedes 43, 1º A 28020 • Madrid Tel.: 91 425 04 04 • Fax: 91 571 73 16 E-mail: asociacion@encuentro.net Colaboradores Alberto Águila • Eliseo Alberto • Ramón Alejandro • Carlos Alfonzo †• Rafael Almanza • Eliseo Altunaga • Alejandro Anreus • Uva de Aragón • Helena Araújo • Jorge Luis Arcos • Reinaldo Arenas †• Alberto Águila • Guillermo Avello • Gastón Baquero †• Joaquín Badajoz • Carlos Barbáchano • Jesús J. Barquet • Víctor Batista • José Bedia • Francisco Bedoya • Antonio Benítez Rojo • Beatriz Bernal • María Elena Blanco • Rosa Ileana Boudet • Elizabeth Burgos • Atilio Caballero • Rafael Calduch • Madeline Cámara • Wilfredo Cancio • Cino Colina • Ángel Cuadra • Mons. Carlos Manuel de Céspedes • Luis Cruz-Azaceta • Cristóbal Díaz Ayala • Eliseo Diego †• Josefina de Diego • Oscar Espinosa Chepe • Magaly Espinosa• María Elena Espinosa • Pablo Díaz Espí • Ottmar Ette • Vicente Echerri • Tony Évora • Abilio Estevez • Jorge Ferrer • Miguel Fernández • Roberto Fernández • Raúl Fernández • Ramón Fernández Larrea • Víctor Fowler • Flavio Garciandía • Alberto Garrandés • Florencio Gelabert • Lourdes Gil • Roberto González Echevarría • Mariela A. Gutiérrerz • Pedro Juan Gutiérrez • Ernesto Hernández Busto • Emilio Ichikawa • José Kozer • Alberto Lauro • Glenda León • César López • Eduardo Manet • Pedro Marqués de Armas • Alejandro Medina • Carmelo Mesa-Lago • Carlos Monsiváis • Julio E. Miranda †• Carlos Alberto Montaner • Juan Antonio Molina • Gerardo Mosquera • Mario R. Morales • Joaquín Ordoqui • Heberto Padilla †• Mario Parajón • Enrique Patterson • Patricia Pardiñas • Carlos Paz • Gina Pellón• Lisandro Pérez • Marta María Pérez Bravo • Waldo Pérez Cino • Ileana Pérez Drago • Gustavo Pérez Firmat • Alvaro Pombo • Antonio José Ponte • Ena Lucía Portela • José Prats Sariol • Tania Quintero • Sandra Ramos • Alberto Recarte • Miguel Rivero • Robier Rodríguez Leyva • Raúl Rivero • Enrique del Risco • Guillermo Rodríguez Rivera • Efraín Rodríguez Santana • Ignacio Rupérez • Baruj Salinas • Miguel Ángel Sánchez • Enrique Saínz • Omar Santana • Enrico Mario Santí • Fidel Sendagorta • Ignacio Sotelo • Ilán Stavans • Osbel Suárez • Nivaria Tejera • Amir Valle • Jorge Valls • René Vázquez Díaz • José Varela • Carlos Victoria • Fernando Villaverde • Alan West • Yoss (José Miguel Sánchez) • 19 invierno 2000/2001 ortega y gasset en la «revista cubana de filosofía» José Prats Sariol • 91 celina en su punto Raúl Fernández • 103 brindis por la imaginación Luis Manuel García • 109 la habana, verano del 90 Ignacio Rupérez • 114 Cuentos de Encuentro un verano muy especial Josefina de Diego • 123 con las estrellas Roberto Fernández • 126 Miradas polémicas pensar la sociedad civil Miguel Fernández • 129 carta a la revista «encuentro de la cultura cubana» Emilio Ichikawa • 134 octavio smith: un esplendor desconocido Enrique Saínz • 137 De Encuentro en la red 153 Buena Letra 177 Cartas a Encuentro 203 La Isla en peso 209 Portada, contraportada e interior, Gina Pellón Contraportada Les clones. Óleo sobre lienzo (1999) Portada Chasseur d’arc en ciel. (detalle) Óleo sobre lienzo (1993) diseño gráfico Carlos Caso maquetación KSOcomunicación impresión Navagraf, S.A., Madrid Ejemplar: 1.000 ptas. / 6,01 euros Ejemplar doble: 2.000 ptas. / 12,02 euros Precio de suscripción (4 núm.): España: 4.000 ptas. / 24,04 euros Europa y África: 6.650 ptas. / 39,97 euros América, Asia y Oceanía: 7.900 ptas. / $ 55.00 / 47,48 euros No se aceptan domiciliaciones bancarias. Encuentro de la cultura cubana es una publicación trimestral independiente que no representa ni está vinculada a ningún partido u organización política dentro ni fuera de Cuba. Las ideas vertidas en cada artículo son responsabilidad de los autores. Todos los textos son inéditos, salvo indicación contraria. No se devolverán los artículos que no hayan sido solicitados. D.L.: M-21412-1996 ISSN: 1136-63894 homenaje a heberto padilla encuentro En tiempos difíciles Heberto Padilla A aquel hombre le pidieron su tiempo para que lo juntara al tiempo de la Historia. Le pidieron las manos, porque para una época difícil nada hay mejor que un par de buenas manos. Le pidieron los ojos que alguna vez tuvieron lágrimas para que contemplara el lado claro (especialmente el lado claro de la vida) porque para el horror basta un ojo de asombro. Le pidieron sus labios resecos y cuarteados para afirmar, para erigir, con cada afirmación, un sueño (el-alto-sueño); le pidieron las piernas, duras y nudosas, (sus viejas piernas andariegas) porque en tiempos difíciles ¿algo hay mejor que un par de piernas para la construcción o la trinchera? Le pidieron el bosque que lo nutrió de niño, con su árbol obediente. Le pidieron el pecho, el corazón, los hombros. Le dijeron que eso era estrictamente necesario. Le explicaron después que toda esta donación resultaría inútil sin entregar la lengua, porque en tiempos difíciles nada es tan útil para atajar el odio o la mentira. Y finalmente le rogaron que, por favor, echase a andar, porque en tiempos difíciles esta es, sin duda, la prueba decisiva.C uando llegué a nueva york el 17 de marzo de 1980, sabía que me separaba para siempre de Cuba. Ya no tenía esperanzas de cambios políticos substanciales ni próximos y mis aspiraciones se reducían al futuro perso- nal. Había salido por Canadá y en el aeropuerto de La Guardia me esperaban, además de miembros de mi fami- lia, algunos de los que habían gestionado y organizado mi salida: el senador Tedd Kennedy, el escritor Bernard Mala- mud (entonces presidente de pen Club), Bob Silvers, director del New York Review of Books . Pasé unos días en un hotel de esa ciudad, en medio del conjunto abrumador de muy diversos criterios sobre lo que debía hacer. Por otra parte me resultaba imposible olvidar de un día para otro las tensiones y el acoso vividos en La Habana. Recibí una llamada de Mario Vargas Llosa desde Washington, D.C. Mario tenía un Fellowship en el Woodrow Wilson International Center for Scholars y me informó que el Centro ofrecía otra beca. Me había trasladado a la casa de Richard Sennet en el campus de New York University, en el Village. Era una casa muy bella, y allí le comuniqué a Susan Sontag, a quien me unía una vieja amistad desde La Habana, y a Derek Walcott, la oferta del Wilson Center. Susan opinaba que no debía irme a Washington, que el lugar idóneo para un escritor estaba en Nueva York. Quizás tuvo razón, pues con el tiem- po llegué a lamentar el no haber prestado más atención a su advertencia. Pero los consejos de los que me rodeaban eran muy diversos, a menudo contradictorios, y sólo conse- guían desorientarme más. La idea del Wilson Center me 5 homenaje a heberto padilla encuentro Heberto Padilla El escritor y el exilio 1 1 Este texto inédito pertenece a las memorias de exilio que Heberto Padilla dejó sin terminar. En julio de 1999 entregó el manuscrito a Andrea O’Reilly Herrera, quien tradujo y seleccionó parte del mismo para su compilación de testimonios sobre la diáspora cubana Remembering Cuba: The Legacy of a Diaspora, que aparecerá publicado por la University of Texas Press. Homenaje a Heberto Padilla6 homenaje a heberto padilla Heberto Padilla encuentro pareció algo concreto. Envié el manuscrito de mi novela En mi jardín pastan los héroes como proyecto para el Fellowship y me lo concedieron enseguida. Había conocido a Lourdes Gil al día siguiente de mi llegada a Nueva York. Nos volveríamos a ver en casa de Graciela García Marruz y tuve la impresión de que su fragilidad y sencillez, que atraían con tanta intensidad, ocultaban una profunda ternura. Desde el primer instante me conmovieron su naturale- za, su cara seria y el tono de sus juicios, pero nunca imaginé que aquel encuentro fuera decisivo. Aunque no lamento el haberme marchado enton- ces a Washington, con frecuencia pienso que mi vida en Estados Unidos habría tomado un curso distinto, menos doloroso, si mi trato con Lourdes no se hubiera interrumpido. Lourdes puso fin a los espejismo que, tarde o tem- prano, había encontrado siempre en el amor. Junto a ella al menos me habría evitado verdaderas pesadillas. Una vez en Washington, Mario me instaló en un hotel de Georgetowm con mi familia, hasta que alquilé una casa en las afueras, propiedad de la profesora Sara Castro-Klaren. No sentía entusiasmo alguno, pues en realidad yohubiera preferido salir de Cuba para España. Adolfo Suárez me llevó una invitación de Camilo José Cela y el Instituto de Cooperación Iberoamericana, para trabajar en una antología de poesía cubana que nunca se hizo. Pero el gobierno cuba- no no quiso aceptar la idea de que me marchara a Madrid. Creían que se haría demasiado contronversial mi salida de Cuba, y que tanto en Madrid como en Miami me estarían esperando para que hiciera declaraciones. De esto me enteré por Gabriel García Márquez, quien quiso verme el día antes de mi partida. También él pensaba que en Nueva York mi llegada se diluiría y no tendría el mismo impacto que en Europa y en Miami. Como Susan en casa de Richard Senneck, García Márquez tuvo razón. Mi deseo era vivir en España y en varias ocasiones se presentó la oportunidad de lograrlo. Pero la oposición a mis planes no provendría del gobierno cubano, sino de mi familia. Cuando terminé mi novela en Washington y la publicó Plaza y Janés en 1981, viajé a Madrid para su presentación. La editorial quería cele- brar el acto en los salones del Instituto de Cooperación Iberoamericana, pero la Embajada de Cuba protestó. Por fin se hizo en un club gigantesco y de alto copete de Madrid, a la que asistieron casi 100,000 personas. Jorge Semprún, Jaime Gil de Biedma y Carlos Barral estuvieron a cargo de la presentación. Recibí una fuerte suma por la novela y la editorial me dio un adelanto para que escribiera La mala mamoria . Con aquel dinero y la acogida que tuvo la novela, pensé que era el momento de quedarme en Madrid. Quería vivir en España, donde tenía y tengo muchos amigos, la mayoría escritores. España era mi idioma y era donde mi trabajo literario había tenido mayor repercu- sión. Invertí parte del dinero en un piso magnífico que hoy valdría una fortu- na, pero el proyecto fue recibido con más aspereza que entusiasmo. Mi fami- lia, como la mayoría de las familias cubanas exiliadas, prefería vivir en los Estados Unidos. Tuve que olvidar mi viejo sueño de quedarme en Madrid y el dinero fue desviado a lo que resultó ser una pésima inversión. Linden Lane fue sólo un desacierto destinado a la chabacanería de un manual de esoterismo.Durante mi estancia en Washington no frecuenté mucho el Programa de América Latina en el Wilson Center. Me sentía más a gusto con los «scholars» rusos, polacos, rumanos —los desertores del mundo comunista— que se agru- paban en el Kennan Institute. Vivía más en ese mundo en Washington que en el latinoamericano. Recuerdo muy particularmente al Director del Centro, el especialista ruso James Billington. Cuando se cumplió el plazo de la beca me ofrecieron una cátedra en New York University y un Fellowshipen el Instituto de Humanidades afiliado a esa institución y las acepté. Tanto Vargas Llosa como Ángel Rama me recomenda- ron a Princeton como el mejor sitio para vivir. Me mudé a Princeton, pero no me sentía totalmente a gusto. Tuve amigos entre los escritores que allí vivían, como Toni Morrison, Joyce Caroll Oates, Carlos Fuentes y el mismo Mario, pero la universidad siempre me dio la espalda. El aislamiento de Princeton se hizo mayor cuando tuve que dejar de frecuentar el Instituto de Humanidades, donde me reunía con Susan, Italo Calvino, Derek Walcott, Vassily Leontiev y Joseph Brodsky. La desconfianza de Belkis hacia cualquier escritor que no fuera cubano, su aversión por los intelectuales y sus padecimientos nerviosos se agravaron hasta el punto que también dejé de asistir a las veladas que orga- nizaban Bob Silvers y Emma Roshild. En Princeton no había libros ni librerías en español, ni acceso al desarro- llo de la cultura en nuestro idioma, como no fueran los textos dirigidos a la academia. No había revistas sobre lo que se publicaba en alemán, en sueco. Opté por viajar cada vez que se presentaba una oportunidad. Belkis no quería desprenderse de Princeton y la única fórmula que encontré frente a su acti- tud fue aceptar cátedras en cualquier parte del mundo. Huía del infierno omnímodo de mi casa de Princeton. No lo logré totalmente, pero prefería el contacto con el mundo euro- peo, donde se conserva una posición más abierta al mundo cultural inter- nacional y las editoriales en España traducen y publican todo inmediata- mente. En la lista de best-sellersen Madrid está el mundo; en la de Estados Unidos, casi absolutamente la obra de los escritores norteamericanos. Todos ellos pueden hallarse traducidos en Madrid, pero no sucede lo mismo a la inversa. El mundo editorial norteamericano es selectivo en lo que les concierne, lo que les interesa o lo que creen que el pueblo desea. Hay excepciones, como por ejemplo ha sucedido con la novela alemana El lector de Bernhard Schlink, que alcanzó el número dos en la lista de best- sellersdel New York Times, pero la edición norteamericana está valorada por opiniones europeas solamente. Por otra parte, en Estados Unidos el escritor extranjero no tiene otra alter- nativa que el mundo académico. El escritor norteamericano encuentra dema- siadas limitaciones en la academia y se dedica al periodismo o al trabajo edito- rial. Pero escritores como Nabokov, Hannah Arendt, Brodsky, Walcott o Benítez Rojo, se incorporaron a las universidades norteamericanas. Es una especie de refugio antiaéreo. Están en el caso de Milozcs en California y Mar- cuse en Berkeley, o los integrantes de la Escuela de Frankfurt. Cuando Gunter 7 homenaje a heberto padilla El escritor y el exilio encuentroNext >