< Previousproducto de toda una vida profesional (50 años) dedicada a darle a los demás todo lo que yo soy capaz de crear, ese trabajo ha sido realizado, en su inmensa mayoría, fuera de Cuba . En medio del triunfo y el reconocimiento general me acompaña una gran y profunda tristeza, que no se puede describir pues se lleva muy aden- tro, en el alma. Continuamente me pregunto: —¿Por qué no en Cuba, en mi Patria? 48 homenaje a nicolás quintana Rafael Fornés / Nicolás Quintana encuentro¡Qué época aquella! Tres, Eramos tres, tres grandes amigos jóvenes, muy jóvenes, en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de La Habana en la década de los 40. Nicolás Quintana, Frank Martínez y yo. Formábamos un bloque en todo y contra todo. Criticá- bamos a todo el que no nos gustaba, y lo hacíamos publi- camente. Los pobres profesores de arquitectura: todos malos. Luchábamos a brazo partido contra ellos. Los con- siderábamos hombres del pasado, incapaces de entender su época. Mirábamos a la mayor parte de nuestros condiscípulos desde arriba, despectivamente, convencidos de que no tenían nuestra calidad. ...Y no hablemos de los arquitectos que construían. Los aplastábamos como cucarachas. ¡Cómo nos detestaban! Eramos tres quijotes dispuestos a organizar una cruza- da contra los infieles. Queríamos lo más revolucionario, lo más sorprendente, lo de mayor calidad en la arquitectura. Estábamos decididos a ser los mejores arquitectos del mundo. ¡Éramos deliciosamente pedantes! Pero, en realidad, ¿qué se proponía en aquel momento esa santa trinidad? Pues hacer una arquitectura como la que entonces hacían las vanguardias que publicaban las revistas. Tanteábamos a derecha y a izquierda para buscar el buen camino que distábamos mucho de haber encontrado. Pero esa simpática y algo pretenciosa trinidad tuvo su momento explosivo. Uno de esos días en que llegó al paroxismo nuestro hastío, y en rebelión contra los profe- sores que durante dos años nos habían obligado a hacer proyectos con órdenes clásicos como se hacía en la anti- gua Escuela de Bellas Artes de París, salimos al patio de la Escuela con otros compañeros y quemamos los libros de Viñola y otros viejos libros de gran valor. Acto terrible. 49 homenaje a nicolás quintana encuentro Nicolás y la Trinidad Ricardo Porro¡Qué vergüenza, una quema de libros! Sé que hoy los tres quisiéramos borrar la memoria de ese acto de barbarie. Pero entonces estábamos satisfechos por- que logramos la supresión de ese tipo de enseñanza. Nos graduamos, pasaron pocos años y ya ejercíamos como arquitectos. Como todo el que empieza estábamos cargados de influencias. Es lo natural. Pudiéramos decir que si un creador es la suma de diez partes, nueve vienen de maestros anteriores y sólo una es de su cosecha. Nicolás Quintana y Frank Martínez recibieron una fuerte influencia de Walter Gropius que estuvo en La Habana y estableció una buena amistad con los dos jóvenes arquitectos. Luego, con los años, su arquitectura evolucionó. Yo por mi parte, recién graduado, hice una casa con una fuerte influencia de Mies van der Rohe de la que felizmente nadie se acuerda. Pero la escuela del racionalismo que admirábamos no era la única en el mundo. Ya se venía gestando otro movimiento. Después de todos los interna- cionalismos, después de los constructivistas rusos, después del mundialismo de Le Corbusier y de la pobreza expresiva del Bauhaus, muchos creadores sienten la necesidad de explorar sus raíces. Este movimiento surgió con gran pujanza en la música. Basta pensar en Richard Strauss en Austria, Bartok en Hungría, Stravinsky en su período ruso y también americano (el Ebony Con- certo), y en Gershwin en Estados Unidos. Quieren encontrar el sabor de su tierra, sin folklorismos —que siempre resultan insoportables—y sin copiar el pasado. Quieren expresar lo que Goethe llamó el erdgeist. Frobenuis parte de la palabra cultura en griego, paideia, para hablar del paiedeuma que él define como el «elemento de contextura suprain- dividual que plasma el espíritu de un pueblo». Estos creadores quieren un arte medular que vaya al alma colectiva. En América Latina este movimiento lo inició en arquitectura un cubano de mucho talento, Eugenio Batista. Con este espíritu construyó obras de cali- dad —la casa de Eutimio Falla, la de la familia Hernández Batista y la suya propia. Esta arquitectura está inspirada en las casas aristocráticas de la época colonial. Es además una arquitectura de gran pureza, como la que caracteriza- ba a Eugenio Batista, hombre de gran espiritualidad. Este movimiento tuvo su culminación en la obra de Barragán, uno de los arquitectos mas exquisitos del siglo XX. ¡Cómo se siente en ella el espíritu de México! Los miembros de la trinidad acogieron esta nueva visión con estusiasmo. Aceptamos como maestro a Eugenio Batista de quien nunca recibimos ense- ñanza directa pero al que le teníamos gran admiración. Veamos qué camino tomaron entonces Frank Martínez y Nicolás Quintana. Frank parte de la arquitectura racionalista utilizando siempre formas orto- gonales. A menudo el volumen tiene un vacío central, también ortogonal, que puede verse como un patio, con techos planos voladizos alrededor. Se siente la influencia de las obras de Gropius en Boston y, más lejana, de Le Cobusier. Hay una gran claridad estructural y su espíritu cubano se manifiesta en el detalle. Hay persianas francesas como en las viejas casas cubanas, mosai- cos geométricos y en ocasiones algún vitral, también geométrico. 50 homenaje a nicolás quintana Ricardo Porro encuentroPara mí esta concepción llega a su máxima expresión en la casa con patio central que construye para Eloísa Lezama Lima. En su etapa cubana se man- tiene este espíritu, siempre con el buen gusto y el refinamiento que caracteri- zan a su arquitectura. En las primeras obras de Nicolás Quintana se sienten las mismas influencias que en las de Frank Martínez, pero poco a poco va abandonándolas en busca de una mayor libertad. Traiciona el purismo de Gropius y de su escuela de Harvard para lograr una arquitectura mucho más orgánica, mucho más viva. Para mí la obra más importante del período cubano de Quintana es la casa que le construyó a un médico cubano de gran prestigio, el Dr. Ramírez Corría. Ya en pleno período republicano en el que predomina la burguesía, Nicolás va a tomar la esencia de la arquitectura colonial: la sensualidad de sus espacios. Va a zambullirse en ese espíritu de la vieja Cuba y lo va a adaptar a la casa burguesa. La casa se vierte hacia adentro como las de la colonia. Los espacios se com- ponen alrededor de un sistema de patios que buscan la intimidad familiar.Los vidrios rojos, azules y blancos dan al interior una luz rosa. Las persianas finas filtran la luz. Consigue así una atmósfera sensual que contrasta con la violen- cia de la luz exterior. No toma Nicolás Quintana del barroco colonial el trompe I’oeil que magnifi- ca el espacio. Ahora bien, con los muros interiores más bajos que el techo logra darle fluidez al espacio. Sin jugar con grandes puntales, la inclinación de los techos producen una sensación de gran amplitud. En la caja de vidrio racionalista se busca la ligereza del muro. Aquí, los grandes muros verticales exteriores entre ventanales de piso a techo, son ele- mentos fuertes que también caracterizan el espacio de la sala. Dan a la casa burguesa una elegancia aristocrática. Y todo esto lo logra con un lenguaje del siglo XX. En sus cabañas en Varadero, Nicolás Quintana va a usar bóvedas. La entra- da tiene especial interés. Dos elementos de hormigón parten de un pilar cen- tral. A cada lado hay un juego de bóvedas sinuosas simétricas. Las alas centra- les son un elemento de tensión entre el interior y el exterior que rompen la noción clásica del espacio finito, limitado. Se produce un efecto de tensión, de mobilidad que crea un espacio limitado. Pero se puede ir más lejos a bus- car las raíces de esta entrada. Nicolás, profundamente cubano, parece que se comió la fachada lateral del Convento de San Francisco, en la vieja Habana. Y esto, seguramente de manera inconsciente, surgió en este proyecto. En el convento las bóvedas sinuosas se sitúan sobre un alto muro de piedra y pare- cen superponer a la dureza del muro un ritmo de caderas. Nicolás sensualizó su entrada a lo cubano. Después de su salida de Cuba, Quintana construye en Puerto Rico torres de gran brutalismo. En Venezuela se dedicó al urbanismo. Hoy trabaja en los Estados Unidos. Nicolás es joven de espíritu y espero que pronto podamos ver su proyecto para Los Ángeles. 51 homenaje a nicolás quintana Nicolás y la Trinidad encuentroTuve la suerte de conocer su labor docente cuando en Puerto Rico me invitó a hacerle críticas a los alumnos de su taller. Así supe que estos jóvenes estaban en muy buenas manos. Como epílogo a esta visita a la obra de Quintana, creo que es importante situar todo esto en su contexto. Algunos hoy pretenden ver en los años 50 una culminación de la mejor arquitectura de La Habana. No olvidemos que las obras de Quintana, de Martínez y de otros arquitectos de calidad casi siempre se construyeron en barrios periféricos. No fueron la tónica de la arquitectura de esa década. Un espíritu de puro lucro llevó a la construcción en La Rampa y en toda la zona aledaña y hasta la calle Línea de una arquitectura de edificios altos que destruyeron la silueta, hasta ese momento tan armoniosa, de la ciudad. En Prado, casi frente al mar se levantó un altísimo y horrible edificio. Detrás del Ayuntamiento se construyó una demente terminal de helicópteros. En el Vedado, a veces en el Malecón, y en el centro de la ciudad, la arquitectura moderna fue de bajísima calidad. Y los grandes culpables no fueron sólo los inversionistas sino los arquitectos que se prestaban a hacer esperpentos. Hay que tenerlo bien presente para luchar, como lo hacen Quintana y otros, dentro y fuera de Cuba, por mantener el ambiente que aún queda en La Habana. Nunca olvidemos la enseñanza de Ernesto Rogers, buen arquitec- to, gran profesor milanés al que Quintana se refiere en su artículo. Hay que inculcarle a los jóvenes arquitectos que deben crear obras de calidad pero siempre respetando la«preesistenza ambientale»,respetando el legado que reci- bimos y que tenemos el deber de transmitir. 52 homenaje a nicolás quintana Ricardo Porro encuentroD e todas las ideas que hoy revolotean entre las Ciencias Sociales ninguna me parece más promete- dora que la de los cluster. Va a dar mucho de sí y consiste, en síntesis, en algo muy simple: el desarrollo económico, los avances tecnológicos y científicos, las vanguardias artís- ticas —plásticas, literarias, musicales—, el surgimiento de formas novedosas de examinar la realidad, las escuelas de pensamiento y, en fin, todo lo que le imprime a la civiliza- ción cambio, giro, perfeccionamiento, rigor, es el resulta- do del agrupamiento ( cluster ) de una masa crítica de per- sonas que —usemos la espantosa palabra— interactúan. Para entender, pues, la dinámica de los cambios, o para predecirlos, hay que examinar la ausencia o la presencia de esos clusters, sus rasgos y consistencia, sin olvidar las coordenadas intelectuales en que se mueven. Pero estos clusters no suelen aparecer como fenómenos aislados sino como parte de un panorama general. Las sociedades tienen casi siempre una coherencia interna que se manifiesta en diferentes campos. No existen bolso- nes aislados de excelencia. Donde hay una literatura apre- ciable generalmente comparecen ciencia, plástica, arqui- tectura o filosofía de equivalente rango y calidad. Incluso, el desempeño económico también guarda una debida correlación con el resto del entorno. No hay una vanguar- dia: hay un horizonte de vanguardias tras el que se mue- ven diferentes clusters. Cuando Labrador Ruiz y Mariano Brull quieren hacer una literatura diferente, Amelia Peláez o el muy joven Rolando López Dirube se proponen hacer una pintura distinta. Cuando Virgilio Piñera intenta reno- var el teatro, su hermano Humberto repite la misma aven- tura en la filosofía. Estas minimemorias del arquitecto Nicolás Quintana que ahora publica Encuentro demuestran fehacientemente lo anotado. Cuando Quintana habla con entusiasmo y admiración de Portocarrero y Lam, de Julián Orbón y 53 homenaje a nicolás quintana encuentro Nicolás Quintana y su Generación del 50 Carlos Alberto MontanerAurelio de la Vega, de Guillén y de Lezama, de David y de Díaz de Villegas, está describiendo un mundo de excelencia creativa al que él mismo y Ricardo Porro pertenecen. Para él, dentro de la arquitectura, es la «generación del 50», pero se trata de un fenómeno mucho más amplio. Es esa Cuba de mediados de siglo, prometedora, abierta al mundo, intelectualmente tensa y alerta, en cuyos teatros se exhibía a Ionesco o a Miller, que escuchaba a los compositores euro- peos de vanguardia, o en la que algunos jóvenes cineastas —Almendros, Ger- mán Puig, Titón, Orlando Jiménez Leal— ya soñaban con hacer un buen cine capaz de hombrearse con el que se producía en otras naciones más ricas. Pero quizás era en el campo arquitectónico, tanto en el urbanismo como en el diseño de edificaciones, y especialmente en La Habana, donde resultaba más urgente el surgimiento de un vigoroso cluster capaz de ejecutar simultáne- amente dos tareas que algo tenían de contradictorias: por una parte, defen- der el perfil urbano de una de las ciudades más bellas del mundo, pero, por la otra, llevar adelante esa labor de preservación sin renunciar a la moderni- dad que proponían gigantes de la talla de Gropius, Van Der Rohe, Le Corbu- sier o el americano Frank Lloyd Wright. El reto consistía en buscar un espacio original y propio dentro de una tendencia universal. «¿Cuál es la esencia de la arquitectura cubana?», le preguntaron a Gropius a su paso por Cuba. «No puedo clasificarla —contestó el alemán—, pero puedo calificarla... continúen haciéndola». Quintana, muy joven, sí sabía identificarla: son esos 22 rasgos arquitectónicos que anota como «lo cubano», lo que le da al paisaje urbano de la Isla un ademán diferente y lo que le crea su lugar en el mundo. Son los vitrales cubanos, los mediopuntos,las columnas y zaguanes, los umbríos patios interiores, el trazado de los pueblos, tan viejo como Roma, como Vitruvio. Es esa mezcla de estilos e influencias que se asoma en unos balcones o en unas rejas. Quintana ha sabido dibujar nuestro identikit :Cuba es así. Se ve así. ¿Qué hubiera pasado si...? En la década de los cincuenta —en realidad desde los años treinta— la sociedad cubana vivía dos revoluciones simultáneas: una se desarrollaba a tiros en el ámbito político, y otra, mucho más prometedora y profunda, suce- día en la esfera de la cultura y la economía. Por aquellos años Walt Whitman Rostow había lanzado su teoría sobre los umbrales del desarrollo y Cuba enca- jaba perfectamente en su descripción: la Isla despegaba rumbo al primer mundo, y no sólo por los niveles de producción y consumo o por el per cápita alcanzado, sino porque en todos los órdenes de la convivencia existían esos clusters—entonces no se les llamaba así— capaces de sustentar el esfuerzo sos- tenido que requiere la prosperidad creciente. Cuba tenía las élites necesarias para dar el salto. Nicolás Quintana —hijo de otro gran arquitecto del mismo nombre, fundador del estudio Moenck & Quintana— pertenecía a ellas. En realidad fue una pérdida para todos los cubanos que Quintana sólo haya podido llevar a buen fin 36 proyectos arquitectónicos dentro de la Isla, y que sólo uno de ellos —el Banco Nacional, luego transformado en Hospital Amei- jeiras— tuviera el tamaño y la ubicación adecuados para contribuir a moldear (positivamente) el perfil de La Habana. 54 homenaje a nicolás quintana Carlos Alberto Montaner encuentro¿Qué hubiera pasado en el campo del desarrollo urbano y arquitectónico si en lugar de una revolución comunista, tras la caída de Batista se hubiera implantado una democracia política que hubiese respetado la economía de mercado? Naturalmente, nunca podremos saberlo, pero es fácil predecir que La Habana y el resto de las ciudades grandes del país habrían estado someti- das a una intensa batalla entre diversas fuerzas económicas que hubieran intentado maximixar sus beneficios, como se dice en la jerga económica, aún a costa de causar un daño estético considerable. Ya había síntomas de que algo así podía suceder: desde el loco y felizmente descartado «Canal Vía-Cuba» que se proponía partir la isla en dos mitades, hasta el peligroso proyecto no aprobado, pero sí discutido, de convertir media Habana Vieja en un moderno centro bancario. Lamentablemente, la revolución política que tuvo lugar a partir de 1959 aplastó a la otra revolución —un movimiento original, surgido espontánea- mente— y la sustituyó por las decisiones arbitrarias de un puñado de burócra- tas subordinados a los caprichos del Comandante en Jefe. Esto afectó sustan- cialmente el destino general del país, y, por supuesto, el de nuestras ciudades y construcciones. La Habana, pues, no tuvo que enfrentarse a los riesgos y a las oportunidades de una gran batalla estética y económica, como les sucedió a todas las grandes ciudades del mundo en la segunda mitad del siglo XX —bata- lla que ya tenía en primera fila a Nicolás Quintana—, sino se vio sometida a la decadencia creciente del socialismo, a la vulgaridad sin límites de los planifi- cadores estatales, y a la crónica falta de mantenimiento y renovación que se deriva de un modelo de sociedad en el que no existen la propiedad privada ni la responsabilidad individual. Resultado: ese patético desastre de una ciudad en ruinas, despintada, en la que al menos la mitad de la población vive mise- rablemente y sin esperanzas de mejorar, dado que la única señal de sensatez y alivio es la que emite Eusebio Leal con su tenaz reconstrucción de La Habana Vieja, pero a un ritmo desesperantemente lento, mucho más despacio que la piqueta demoledora del clima tropical. De ahí la curiosa paradoja del castrismo: la indolencia urbanicida del Máxi- mo Líder, hombre siempre entregado a delirantes fantasías agropecuarias — vacas enanas empedernidamente dedicadas a abastecer de leche a los cubanos, indestructibles semillas de café capaces de germinar en los adoquines, árboles que detienen los ciclones— ha servido, a un tiempo, para preservar y para des- truir La Habana. Por una parte, impidió que la especulación excesiva derriba- ra construcciones estéticamente armoniosas. Por otra, permitió irresponsable- mente que la falta de cuidado y la insuficiente construcción de viviendas convirtiera los centros urbanos en verdaderos desastres. Gracias a la revolución sabemos cómo fue La Habana en tiempos más dichosos y prometedores. Por culpa de ella nunca supimos cómo pudo llegar a ser. ¿Será posible algún día sanar y recuperar esa ciudad maravillosa? No lo sé: pero ojalá que sea pronto para contar con el consejo de Nicolás Quintana. Hace falta. 55 homenaje a nicolás quintana Nicolás Quintana y su Generación del 50 encuentroImpresiones personales sobre su ejecutoria profesional: Las siguientes notas presentan una recolección de tres experiencias con la trayectoria profesional de Nicolás Quin- tana. La primera fue cuando terminaba mis estudios en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de La Habana, entre 1952 y 1954. Quintana era uno de los socios princi- pales de la firma Moenck y Quintana, una de las más pres- tigiosas en Cuba, en aquella época. Trabajé como dibujante en Moenck y Quintana en ese período, y considero que lo más importante de esa expe- riencia fue la forma en que Quintana conducía el taller de diseño. Todos los que trabajábamos en el taller, desde dibujantes como yo hasta los profesionales y consultores, participábamos en discusiones muy animadas sobre cada proyecto, las cuales a menudo se extendían al campo de la Arquitectura y el Urbanismo. Algunas de las sesiones más interesantes eran las que Nicolás organizaba, al final de la tarde, cuando regresaba de sus frecuentes viajes al exterior. Nicolás nos mostraba innumerable cantidad de transparencias sobre ciudades y edificios notables, lo que generaba acaloradas discusiones sobre la actualidad arquitectónica. A los estudiantes nos pagaban por el tiempo de esas sesiones, y cuando los administradores de la firma protestaban sobre el costo de esa actividad, la respuesta de Nicolás era que la calidad de trabajo de la firma dependía directamente del nivel de conocimientos de arquitectura de los que trabajábamos en la empresa. Esa preocupación por la excelencia de la obra arqui- tectónica se proyectaba más allá del taller de diseño, extendiéndose a la ejecución de la obra y a su contexto. La preocupación de Quintana con la calidad profesional ha sido, y es, la característica principal de su obra. Mi segunda experiencia con Quintana fue varios años después, cuando coincidimos en la Junta Nacional de Pla- 56 homenaje a nicolás quintana encuentro Nicolás Quintana, Arquitecto Felipe J. Préstamo y Hernándeznificación, donde yo era Sub-director de la oficina a cargo del Plan Regulador Nacional, y Nicolás era el Director de la oficina responsable de los Planes Reguladores de Trinidad y Varadero. Nuestras responsabilidades nos permitían una relación muy estrecha, discutiendo aspectos nacionales y regionales que podrían influenciar el desarrollo urbano de ambas ciudades. Quintana se enfrentó a una situación conflictiva: Trinidad, una ciudad fundada en 1514, requería un plan dominado por la continuidad histórica y la preservación de su patrimonio arquitectónico y urbanístico, mientras que Varadero surgía como un centro turístico internacional. El conflicto entre continuidad y cambio fue claramente identificado por Quintana y se reflejó en sus propuestas sobre ambas ciudades. Mientras se desarrollaba esa labor, Nicolás trabajó incansablemente por el desarrollo de una conciencia urbanística en el país, destacando la continui- dad edificio-ciudad. Esta actitud se ha reflejado claramente en su ejecutoria profesional. La tercera experiencia se refiere al presente, cuando hemos coincidido en el mundo académico. En los últimos años de mi labor docente en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Miami, invité a Quintana frecuentemen- te a mis cursos, como conferencista y como crítico en diversos talleres de dise- ño. Sus intervenciones fueron bien evaluadas por colegas y estudiantes. Después de mi reciente retiro, en 1997, nos hemos mantenido en contac- to. Ahora Nicolás es Profesor en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Internacional de la Florida, donde está realizando una labor extraordinaria, apoyándose en su experiencia profesional y en su sólida formación cultural, que va mucho más allá de los confines de la profesión. Considero que la ejecutoria del Arquitecto Nicolás Quintana debe ser divulgada, no solo por su indiscutible calidad profesional sino también por la dimensión humanista de su vida, en la que ha mantenido una inquebrantable dedicación a la obtención de la excelencia en la Arquitectura y sus entornos. 57 homenaje a nicolás quintana Nicolás Quintana, Arquitecto encuentroNext >