< PreviousD esde el principio fue distinto a los demás poetas de Orígenes . Piénsese en estos versos del primero de sus poemarios publicados, bajo el sello de las ediciones que sacaba el grupo, Suite para la espera, del año 1948: «las manos absurdas que enjugan la neurosis» (La noche del cometa); «Vieja es la hora en que nadie responde y todo se congela como gota de rosa» (Baladas que terminan en entie- rro de paisano ); «¡Oh mi inútil poema: ven, salta y canta esta triste balada de las astas del frío! ( Las astas del frío ); «¿Dónde están los recuerdos?» ( Tierra en Jagüey ); «¡Ya parecen no estar las cosas!» (Sueño de las cosas). Me intere- sa destacar la imagen del poeta aquí trazada: dueño de un instrumento inútil, desvalido, alguien en cuyo frente las cosas y el pasado huyen. Dibujo que, en apariencia, mucho se aleja de los términos en los que José Lezama Lima, la figura mayor de Orígenes , enunciara el lugar del poeta en La dignidad de la poesía , ensayo fundamental de su libro Tratados en La Habana (1958): «El poeta es en esta concepción el guardián de las tres más grandes eficacias o temeridades concebidas por el hombre: la conversión de lo inorgánico en viviente, de la sustancia en espíritu, por la penetración del aliento del oficiante, acto naciente de transustanciación, superación del acto naciente aristotélico en puro nacimiento; lo ine- xistente hipostasiado en sustancia y la exigencia total ganada por la sobreabundancia en la resurrección.» Sin embargo, no es tan simple el sistema poético leza- miano (núcleo del pensamiento cultural del grupo originis- ta) como para no dar cabida a la contradicción o, de otro modo, a relaciones más oscuras, casi peligrosas, con la poe- sía; veamos algunas citas que lo ejemplifiquen: «La poesía será siempre amor absoluto o definido rencor.[...] La poe- sía plantea sus problemas en tensión última, inapelable...» 38 encuentro homenaje a lorenzo garcía vega Víctor Fowler De un notario incómodo(Coloquio con Juan Ramón Jiménez(1937), en Analecta del reloj); «El desaliento en poesía puede contribuir a la integración del sentido de la poesía.» ( Diario (1936-1939), en: Revista de la Biblioteca Nacional José Martí ), o esta última toma- da de una entrevista realizada a finales de los sesenta: «¿Lo que más admiro en un escritor? Que maneje fuerzas que lo arrebaten, que parezca que van a destruirlo. Que se apodere de ese reto y disuelva la resistencia. Que destruya el lenguaje y que cree el lenguaje. Que durante el día no tenga pasado y que por la noche sea milenario.» (Interrogando a Lezama Lima, en:Recopilación de textos sobre José Lezama Lima(1970)). El enorme arco temporal encima del cual se extienden estas citas es tan amplio como la casi totalidad de la vida creado- ra de Lezama y del Grupo Orígenes. La imagen del poeta que nos brindan es la de alguien colocado al borde de la destrucción (aparente), pero capaz de disolver la resistencia que le ofrecen las palabras: «Sólo el poeta, dueño del acto operando en el germen, que no obstante sigue siendo creación, llega a ser causal, a reducir, por la metáfora, a materia compa- rativa la totalidad. En esta dimensión, tal vez la más desmesurada y poderosa que se pueda ofrecer, el poeta es el ser causal para la resurrección. El poema es el testimonio o imagen de ese ser causal para la resurrección, verificable cuando el potensde la poesía, la posibilidad de su creación en la infinitud, actúa sobre el continuo de las eras imaginarias. La poesía se hace visible, hipostasiada, en las eras imaginarias, donde se vive en imagen, por anticipado en el espejo, la sustancia de la resurrección.» («Preludio de las eras imaginarias» en: La Canti- dad hechizada). Dado que se trata de una noción sobre el sentido de la poesía que en modo alguno comparte el García Vega de hoy, es esencial localizar las rupturas con ese núcleo tan generador como devorador; de esta manera sabríamos si es cier- to que la extensión de la poética de Orígenes es tal que incluso puede asimilar sus negaciones. También es posible, sabiendo más de García Vega, abrir esta enigmática frase del final de Los años de Orígenes: «...no he logrado resolver mi rencor con Lezama. Pero, en los meses en que he escrito estas páginas, he entendido que él quería este relato mío de lo que paso, así como he entendido que en mis herejías, Lezama fue, y sigue siendo, mi maestro». El primer poemario publicado por García Vega después de su salida de Cuba fue Ritmos acribillados (1972); allí, en el texto titulado Santa María del Rosario, encontramos estos versos: «Tengo ganas de revelar algunos de mis recuerdos»; «Verdad que, pese a todo, aquellos tiempos fueron hermosos.»; «Este que soy ahora. Este, tratando de desnudar la voz. Este... tantas cosas. Estoy cansado.» La primera ruptura que se ha establecido aquí es la que marca el abandono del territorio y la pérdida, connatural, de los lazos que constituían la vida del escritor dentro del grupo; quedan así establecidos, situación común a todo exiliado, dos territorios y temporalidades. Sin embar- go, la segunda ruptura adquiere mayor significado puesto que apunta a un cambio en las intenciones (asuntos, tema, sentido) del discurso; de ahí esa 39 De un notario incómodo encuentro homenaje a lorenzo garcía vegavoluntad de «desnudar la voz». A partir de esto da inicio la erosión de los cimientos del proyecto originista que, hasta hoy, organiza gran parte de la producción intelectual de García Vega; valga como ejemplo una cita como la siguiente, del poema «Aquella aventura», del mismo libro: «Por aquellos tiempos ensayaba extrañas, ingenuas aventuras. Cerrado en un pequeño espacio, pero decidido, arrostraba a un sabor que se parecía al desti- no. Y, con lechucina cara de introvertido, salía, como a flote, frente al mar, en un parque, después de haberme lanzado al abismo de una sala de lectura.» Ya la poesía no es más una búsqueda de sentidos trascendentes y las divini- dades, como en el poema «Dioses adolescentes», terminan sentadas en un sillón de limpiabotas para que les lustren los zapatos o, como el poeta declara en Después de algunos años: «ya no puedo imaginar lo que, como ilusión, simula el paso artificial hacia una inmemorial estatua». En Fantasma juega al juego (1978), su próximo poemario, la desviación del núcleo originista se intensifi- ca en la multiplicación de las imágenes de vacío, rotura y residuo que usa el poeta para referirse a sí mismo o a las cosas («Pero mis restos —rotos—.», Noche sin pulso ; «Y, sin embargo, sombras —rotas letras—. Y, sin embargo, que- dando atrás, dentro de restos.», Dados ), así como en la negación de cualquier posibilidad de conocimiento a la poesía («confieso no comprender bien», Con una advertencia; «dudo mucho en poder alcanzar, con la palabra, eso como leves chispas, eso en que consiste una ilusión venida a menos.», Ilusión venida a menos); una desviación que se convierte en desembozado ajuste de cuentas cuando es la imagen, el centro de la teoría poética originista, lo pues- to bajo fuego: «Por lo que vuelvo a preguntarle: ¿entonces sabe usted cómo fijarnos, o sabe usted en qué podemos fijarnos? Pues se trata del momento en que llegamos a decir que las centellas de imágenes son palos de ciego. Así que, en ello, acabamos entendiendo cómo algunos gestos de nuestra memoria sólo sirven para avivar diablos mustios: los diablos que anidan en los rescoldos en que ya no creemos.» (Diablos mustios). Sin embargo, es a partir del poema Haikú mañanero donde comienza a pro- ducirse la real superación de Orígenes, el salto que coloca a García Vega abso- lutamente afuera de los límites que la poética del grupo podía admitir; me refiero en particular a un poema que es, pues no posee otro cuerpo, el proce- so mismo de construcción del poema. Desde el inicio todas las cartas están echadas: «En la mañana —y debo subrayar que no hay misterio en esto, así como también debo subrayar la ausencia de cualquier logos—...». A continua- ción el poeta expone tres posibilidades para la sensación que experimenta y el resto del poema queda dividido en dos partes, el proceso de pensamiento y elaboración del haikú y el haikú mismo que constituye el cierre de composi- ción. Lo especial en tal manera de develar el mecanismo del poema está en 40 Víctor Fowler encuentro homenaje a lorenzo garcía vegaque suprime cualquier noción de la poesía como misterio o la noción román- tica de que la imagen nos debe conducir a una revelación; contrario a ello, el poema es una construcción, suerte de arquitectura mental, línea que profun- dizará tras su descubrimiento de las «cajitas» del artista plástico norteamerica- no Joseph Cornell. En este punto las preferencias constructivas —aplicadas al poema— se tor- nan definitorias de opciones que abarcan la totalidad de la vida. No sería desa- certado considerar que con García Vega las «glorietas de la amistad», el gran monumento arquitectónico fabricado por Lezama (poemas que dedicó a sus amigos y son poco menos que un certificado de intimidad con el grupo) es sus- tituido por las «cajitas» inspiradas en Joseph Cornell. La diferencia, en térmi- nos de funcionalidad, es total. La glorieta sabemos que es la construcción reali- zada en el centro de un parque y que cumple funciones de organizar el espacio para actividades de recreación u ornato; debajo de ella, pues traza un área de sombra, se coloca la banda de música que toca para los paseantes dominicales, o igual sirve como estrado para celebraciones; en el reverso de ello, la «cajita» es un objeto por entero propio del espacio interior, una suerte de reelabora- ción perversa del tokonoma japonés, ya que en su interior contiene objetos disí- miles, fragmentos, restos, de eventos presumiblemente significativos para quien la fabrica. De esta manera, la «cajita» es un lugar de culto, pero también el testi- monio de una ruina, del desastre sucedido en alguna zona del pasado; su fabri- cación, al contrario del tokonoma, que de una vez y para siempre fija el espacio de la casa donde se rendirá culto a los antepasados, equivale a la infinita bús- queda de un sentido que no es posible ya encontrar. Porque no se trata de ins- taurar un nuevo culto, que sería una glorieta, sino de saltar de una a otra «caji- ta», sin nexo alguno de continuidad, colocando dentro de cada una disímiles pedazos, inconexos, aislados y aún absurdamente avecindados, como reproduc- ción —y manifestación— del sentido que escapa una y otra vez. Es por este camino por el que García Vega llega al radical vanguardismo de los poemas de Palíndromo en otra cerradura(1999), donde la desdramatiza- ción del contenido corre en paralelo al desmembramiento de un material que, en no pocas ocasiones, más parece ser la suma de instrucciones necesa- rias para construir un poema posible que jamás nos es mostrado; son ejemplo de ello los titulados 4 , Feedback , Computadora con binarios , Viene el cardumen , Parámetros para , Cápsulas , Tablas para la construcción y Un rodrigón sirve para des- construir . En Parámetros para se suceden los caminos que brotan desde el poema para quedar truncos ante los ojos del lector o indicar, quizás, el estado latente de otras múltiples posibilidades para el desarrollo del discurso que revisamos: «2- Sopera/ con las hadas del cuento. Averiguar.» y «4- Desmesura = cajita vacía. probarlo.» son dos proyectos de trabajo que permanecen en sus- penso al concluir el ¿poema?, eso, algo que no ha sido siquiera terminado. Lo que dota de mayor densidad a la ruptura de García Vega es que sus con- cepciones sobre la construcción del poema se prolongan hacia la totalidad de su cosmovisión cultural y, muy en especial, a las valoraciones sobre «lo cuba- no». Si en Los años de Orígenesse acusaba al grupo por la esterilidad de su 41 De un notario incómodo encuentro homenaje a lorenzo garcía vegamétodo para leer lo cubano (sin antes verse obligado a mitificarlo y a ocultar sus contradicciones bajo la máscara del esplendor de las imágenes), en Colla- ges de un notario el defecto se transforma en categoría («el recorte», que se tra- duce en «extraer un trozo de circunstancia para así volverlo paisaje estético») de pensamiento. Desde semejante postura, ajena a toda teleología o mitología del éxito, el escritor niega en haz a Orígenes(como hemos visto), a la nostalgia miamense («La playa albina es la costra estúpida que sirve como parodia de un pasado también estúpido.») y a sus mitos del triunfo social y económico («tenemos una buena visión cubanoamericanaque es como para meterle miedo al miedo. (...) la visión del cubanito-triunfador que viste disfraz de eje- cutivo.»). Ahora bien, ¿hay alguna salvación después de esto, algún destino que podamos imaginar para la poesía o para Cuba? Plantearlo así introduciría un punto de partida, que el propio García Vega rechaza; es decir, que estaríamos tratando de comprender su mundo con nuestras categorías, con toda la vio- lencia que ello representa. Bien, pero aun así, ¿de qué nos sirve una obra cuyo sentido es trasladar la imposibilidad de comprender mediante la poesía, y lo estéril de cualquier búsqueda de trascendencia por ese camino; que lo mismo destruye los mitos del pasado cubano como espacio de plenitud y reali- zación, niega la funcionalidad y sentido de la Revolución, ridiculiza las zonas de nostalgia acrítica en el bolsón miamense y se burla con acidez de los momentos en los que se reproduce allí el kistch de la Cuba previa al 59; una obra que, finalmente, extiende su iconoclastia hasta excluir como opción futura para el país el camino simbolizado por los cubanoamericanos? Se puede obtener una, o varias, respuesta(s) enlazando fragmentos que giran alrededor del método creador en el que García Vega se reconoce como autor: «Domesticaré primero los conceptos que en este texto he presentado: minimi- zarlos. Es decir, debo saber encerrar los componentes en una música repetitiva, o encerrarlos en lo plástico de una cajita. Porque sólo así, entonces, podría arriesgarme hacia otras homeomorías.» ( Variaciones a como veredicto para sol de otras dudas). «...rechazada toda idea de naufragio debo, por lo tanto, serenamente ordenar mis piezas.» (Variaciones a como veredicto para sol de otras dudas). «...aunque actualmente el rey está desnudo y, lo que es peor, sin cuerpo, es deber de todo notario seguir dando fe con las palabras.» (Collages de un notario). La escritura y el pensamiento poéticos, así como el otro (¿o el mismo?) sobre la Nación no tienen ningún otro apoyo que el vacío y el poeta ha que- dado absolutamente privado de su antigua función como vidente del sentido y el destino; a cambio no le queda otra posibilidad que ese extraño empleo de coleccionar fragmentos ( componente llama García Vega a esa homeomería que en Anaxágoras era la mónada, el elemento que al fundirse con otro idéntico hacía posible la formación de los diferentes cuerpos) para dar testimonio de una inmensa rotura. Si se analiza Los años de Orígenes,en especial su novedosa 42 Víctor Fowler encuentro homenaje a lorenzo garcía vegalectura de Julián del Casal como ejemplo de la fabulación sobre el pasado de la burguesía cubana, se comprobará que las raíces de la crisis son tan profun- das como para llegar a nuestro siglo xix ; por tal motivo es que hay que des- dramatizar ese pasado, nuestro presente y aún los diseños que del futuro hacemos (de ahí las «cajitas» repletas de recuerdos inconexos) para que sean posibles cuerpos nuevos. En términos éticos sería un ejemplo de mortifica- ción casi mística en homenaje a la verdad, pues obliga a una vida de incomo- didad constante; en términos filosóficos, una nueva «hermeneútica de la sos- pecha» (la expresión es de Ricouer) que desestabiliza el entorno y regresa a concluir su labor deconstruyendo la posición misma del hablante; desde el psicoanálisis, el registro de un monumento, el trazado de la ruina que marca, como mero síntoma, una destrucción que se hunde en el pasado del indivi- duo; como poética, en sus momentos más radicales, el vaciamiento de cual- quier melodramatismo, apoyatura en la secuencia sonora, esplendor, belleza, sucesión de imágenes que piden ser averiguadas, mensaje sobre el destino de la Nación y la poesía. En semejante abismo el Notario asienta, anota, insiste en escribir para que escribir tenga sentido: su lección. 43 De un notario incómodo encuentro homenaje a lorenzo garcía vegaH ay un capítulo en LOSAÑOSDEORÍGENES que bien pudiera tomarse como una versión cubana del Retra- to del artista adolescentede Joyce. Aparece de un modo inad- vertido y abrupto, tras 180 páginas de lectura. Es uno de esos momentos icónicos que la literatura fija con cualida- des epifánicas: Lorenzo García Vega en la librería La Vic- toria, cerrado de negro en el clima calcinante que miste- riosamente aprendimos a tolerar, la Paideia de Jaeger en las manos; Lezama, espectador anónimo, pasa a su lado y le habla por primera vez: —Muchacho, ¡lee a Proust! Ha transcurrido más de medio siglo de ese encuentro. Los nuevos poetas de la isla, en su paso por Miami, tocan a la puerta de Lorenzo, ávidos por escuchar la voz iconoclas- ta que leyeran en las escasas copias de Los años de Orígenes que circulan en Cuba. Quien les recibe es un hombre de pelo blanco, piel sonrosada y tersa, cálida, intensa mirada azul sujeta muy al fondo por el dolor y la ternura. Hace mucho que el traje oscuro y la corbata fueron sustituidos por unos jeans, sin que el poeta haya perdido su elegancia nata. Marta suele estar, «femme inevitable, amour necessaire», como dijera Bernard Henri-Levy de Simone de Beauvoir. Lo conocí cuando escribía Los años de Orígenes, en el 75 o el 76, el justo medio entre el poeta adolescente de La Vic- toria y el poeta de hoy en Playa Albina. Me llevó a su apar- tamento mi prima Gaby, unida a Lorenzo por virtud de aquellas alianzas semifeudales que perpetuaban una clase y una raza entre las familias de provincia durante la Repúbli- ca. Tato Vega, tío de Lorenzo y gobernador de la provincia de Matanzas, se había casado con la tía-abuela de Gaby. Gracias a ese parentesco también fui convidada a Jagüey Grande en 1956. El pueblo sin duda tendría su historia, pero solo me mostraron lo que pertenecía a una u otra familia: los palcos del teatro, el hotel, la botica, la finca. Y por supuesto, el parque de rigor, donde Lorencito y mi tío 44 encuentro homenaje a lorenzo garcía vega Lourdes Gil Jagüey, La Victoria, Playa AlbinaPepe conversaban cuando jóvenes de filosofía y literatura hasta la madrugada, costumbre que continuarían luego en el Malecón de La Habana. Me quedó claro que no había que trasladarse a Heidelberg o París, que se puede ser lo que uno es en cualquier parte. La visita fue breve, apenas unos días, pero me abriría los ojos para enten- der la dimensión onírica de Vilismuchos años más tarde, al humor albino diseminado en los Collages de un notario, en Variaciones a como veredictoy en tan- tos poemas suyos. Jagüey, polvoriento y mustio, me sensibilizó a la tristeza cubana, esa tristeza que rasguña la lectura de Los años de Orígenes. «¿Por qué se ríe usted, Lezama, si todo es tan triste?», cuenta Lorenzo que preguntaba Juan Ramón Jiménez. «Lezama se reía», escribe, «sabía... que el cubano era un pueblo triste y sombrío. Sabía que tras los manotazos, espaldarazos y bullanguería cubana se ocultaba lo siniestro». El «melancólico andaluz» no supo vislumbrar la amargura tras el antifaz sonoro de la risa, como tampoco Cernuda pudo soportar las liturgias de iniciación con que lo agasajaron los origenistas, en otro memorable episodio de Los años de Orígenes. Tanto Cernuda como Juan Ramón provenían de viejas tristezas europeas. Las mismas que evoca Susan Sontag en su ensayo sobre Walter Benjamin — texto de una vehemencia intelectual ya ausente de las letras norteamerica- nas— con esta escueta frase: «Era lo que los franceses llaman un triste ». Los franceses, artífices en perpetuar fragancias exquisitas de las flores, el musgo y las más humildes hierbas, poseen la habilidad de trocar la adjetivación en un estado anímico. Quizá la tristeza sea también una esencia. Lo cierto es que las cansadas tristezas europeas no se reconocen a sí mismas en la indefini- ción telúrica del Caribe. Particularmente en Cuba, la tristeza ostenta muy diversos ropajes. Supongo que resulta comprensible que la obra de exilio de Lorenzo me haya influido más que la que escribió en Cuba. Alguien me comentó una vez que Playa Albina no era la descripción más acertada de Miami; que el «potre- ro asfaltado» de Arenas le parecía más exacta. La comparación era innecesa- ria, pues cada escritor acierta a su manera. Sospecho que ese lector cubano recordaba subliminalmente La jungla de asfalto, una temprana película de Marilyn Monroe. O que hallaba el contraste entre lo rural y lo urbano de un potrero con asfalto más a su gusto. Playa Albina, en cambio, es una abstrac- ción y como tal se presta a muchas lecturas. Puede leerse a través del color: cuando la luz se descompone en el prisma, el blanco es la posibilidad infinita de todos los colores. Prefiero entender el albinismo como mutuación del código genético, con su arrastre de extrañeza y diferenciación, de transgre- sión amparada por el mundo natural de la playa. Si Miami ha sido un experi- mento mimético, una trasmutación de Cuba, se repite en el nuevo territorio más como playa que como potrero. Sin la obra de Lorenzo el origenismo no sería más que una capilla taciturna y solemne, erguida en un sitio de honor de la fiesta innombrable de nuestra literatura. Y por ese péndulo con que la historia se nivela y repara los agravios, todo el encarnecido esfuerzo por demoler la construcción origenista desde 45 Jagüey, La Victoria, Playa Albina encuentro homenaje a lorenzo garcía vegalas páginas de Lunes de revolución, del coreo oficial revolucionario por desvir- tuar su estética, no logró impedir que las generaciones más jóvenes de escrito- res cubanos volvieran sus ojos al período origenista, convirtiéndolo en objeto de veneración cultural. Aunque admite su tono desacralizante, la presente generación de escrito- res ve Los años de Orígenescomo una obra de redención, donde el autor rasga sus vestiduras y desmonta hasta sus últimas consecuencias las contradicciones, las reticencias y las máscaras de Orígenes. Y pese a que Lorenzo es alérgico al lenguaje del posmodernismo, hay que decir que Los años de Orígeneses, ade- más de una cartografía de la identidad político-literaria de nuestro país, una deconstrucción del concepto canónico de la nación como centro y un escar- ceo por redefinir la diáspora y el descentramiento de la cultura cubana. Hasta donde yo sé, Lorenzo fue el primero en abordar las discontinuidades y mitifi- caciones incesantes del exilio en su escritura. Pero el tour de forcede Los años de Orígenesconsiste en su desafío al dictamen de Sartre de que el subconscien- te no posee un status epistemológico. ¿Y qué es Los años de Orígenes, sino el triunfo epistemológico del subconsciente, el hilvanamiento de la lógica inter- na, invisible, del subconsciente? Hay quienes se desconciertan al comprobar que Lorenzo es perfectamente feliz al conducir el carrito de mandados del Publix. Tachan de excéntrica una labor que creen que lo reduce y desvalora. En El nombre de la rosa, Umberto Eco asegura que los simples no pueden elegir sus herejías personales. El Publix constituye una herejía personal de Lorenzo. Un desafío que revela la profunda dignidad con que ha querido asumir el exilio. Hubo un precedente al carrito de mandados, y fue su función como por- tero en la Casa Gucci en Nueva York: «el portero de Gucci recuerda sus años de Orígenes». En el papel de portero-origenista traza la absurda yuxtaposi- ción Cuba-exilio: «Por la puerta giratoria de Gucci pudiera entrar Lezama, Fina, Cintio, el padre Gaztelu. Pues todo se está pareciendo a un carnaval a lo Fellini, a un carnaval donde vivos y muertos se reúnen». La superposición de las imágenes de Orígenes en las de Nueva York le hacen preguntarse: «¿quién es el reverso de quién?». Y cuando califica de «cruel imbecilidad» su trabajo de portero, llama cruel imbecilidad también al trabajo voluntarioque se vio forzado a realizar en Cuba. Un día le dijo a Manuel Díaz Martínez en los cañaverales: «Hay que tragarse esto. Hay que someterse. Los escritores somos una mierda». La mayoría de los escritores cubanos tenemos plena conciencia de esta verdad, pero solo Lorenzo la lleva a la escritura. Entende- mos entonces que el poeta, el portero de Gucci, el origenista, el cortador de caña, el niño de Jagüey, el alumno del Colegio de Belén, el soñador de Vilisy el bag boydel Publix forman la trayectoria perfectamente coherente de un destino cubano. Cualquier otro empeño, como diría Lorenzo, no es más que camuflaje. La lección de mayor sabiduría que he recibido de Lorenzo (y han sido muchas) está comprendida en el título de sus memorias, El oficio de perder . Recuerdo que me lo comunicó por teléfono. Fue como si apretara un botón y 46 Lourdes Gil encuentro homenaje a lorenzo garcía vegaéste reprodujera de modo instantáneo en mi imaginación la figura de Her- man Melville durante los últimos años de su vida. Acababa de leer el día ante- rior estas palabras de Richard Chase: «El espectáculo del autor de Moby Dick perseverando durante casi veinte años sombríos como inspector de aduana en Nueva York representa uno de los arquetipos más elocuentes y bochornosos de la cultura norteamericana». 47 Jagüey, La Victoria, Playa Albina encuentro homenaje a lorenzo garcía vegaNext >