< PreviousJunta Nacional de Planificación. Montoulieu: el Plan Nacional, Romañach: el Plan de La Habana, Mantilla: el plan de Isla de Pinos, y yo: los planes de Vara- dero y Trinidad. Los cuatro aceptamos. En mi caso acepté la posición como un servicio social. En aquellos tiempos cualquier día de trabajo mío comenzaba a las siete de la mañana en Moenck y Quintana, de donde salía a la una de la tarde; almor- zaba entre la una y las dos y entraba a trabajar en la Junta hasta las nueve de la noche. Los sábados, en la oficina trabajaba hasta el mediodía y luego procedía a tocar tambores durante la tarde como narraré más adelante. Todo esto com- binado con viajes a Varadero, Trinidad y otros sitios a inspeccionar obras. A veces uno se quedaba dormido mientras conducía de un sitio al otro. El ritmo de trabajo era brutal, pero así era Cuba en aquellos tiempos: por eso llegó adonde llegó en su creatividad. Vivíamos altamente motivados por la atmósfe- ra predominante. Cuando fui nombrado Jefe del Plan Regulador de Trinidad, Lydia Cabrera y María Teresa de Rojas se ofrecieron a ayudarme con sus conocimientos del área y sus contactos internacionales. La relación que se estableció rindió múl- tiples frutos, de los cuales el más importante fue la amistad de Lydia, un ser excepcional, una investigadora incansable y escritora de gran categoría. Tra- bajamos intensamente en Trinidad, donde se desarrolló un plan completo de desarrollo regional en torno a la idea de crear un Centro de Festivales Cultu- rales al fondo de la bahía de Casilda, dragando los manglares y creando unas islas artificiales donde se ubicarían los diferentes edificios, las plazas, etc. El nombre que se le dio a este proyecto fue La Venecia Criolla. Ya para mediados de 1958, con la ayuda de Lydia, vino a visitar Trinidad «la Sra, Francis Paine, persona allegada a los Rockefeller personal y profesio- nalmente» 4 . la cual consideró el proyecto excelente. Por otro lado se había conseguido la aprobación del proyecto por el industrial Julio Lobo, el cual nombró un representante suyo, el Sr. Thomas Gosselin de la firma de relacio- nes públicas Fred Rosen and Associates. Lobo estaba dispuesto a hacer una donación de hasta 12 millones de dólares en combinación con la Fundación Rockefeller para comenzar el desarrollo del proyecto. Se hizo contacto con el compositor Gian Carlo Menotti para explorar la posibilidad de realizar el Fes- tival de Dos Mundos en Trinidad durante el invierno, el cual se celebraba en el verano en Spoleto, Italia. Todo iba viento en popa cuando llegó el Apoca- lipsis a Cuba. varias historias cortas Mi relación con los artistas era de una intimidad e intensidad muy especiales. Éramos como una gran familia en contacto continuo y ayuda total. 38 Nicolás Quintana encuentro 4 Nicolás Quintana: «Informe sobre Trinidad» y Thomas Gosselin, «Propuesta para la Constitu- ción de la Fundación Trinidad / Festivales de Trinidad», Junta Nacional de Planificación, La Habana, 19 de enero de 1959.Disfruto mucho haciendo la historia del bautizo de las casas que yo diseñaba en la playa de Varadero. Cada vez que se terminaba y se amueblaba una obra yo, como su arquitecto, me reservaba el derecho de permanecer en la casa un fin de semana e invitaba a un grupo de artistas, escultores, poetas, escritores, filósofos, etc., y disfrutábamos la estancia criticando mi obra, sugiriendo la colocación de obras de arte en sus patios o en sus paredes vacías, oyendo lec- turas de ensayos y poemas y oyendo música. Lo importante era la convocación a una reunión de creadorespara intercambiar ideas en el entorno absolutamente contemporáneo que proveía aquella arquitectura. Cuando el pintor Fidelio Ponce murió (1949) me llamó el pintor René Porto- carrero para pedirme que lo llevara al velorio en El Vedado, además quería recoger al pintor Carlos Enríquez para que nos acompañara. Al llegar a la funeraria ellos se bajaron en lo que yo aparcaba y entraron… iban bastante bebidos. Cuando yo me acerqué al edificio vi a un grupo de personas que los golpeaban, logré que los soltaran y pregunté lo que pasaba. Parece que cuan- do se acercaron al féretro para despedirse del amigo, exclamaron: «Coño Fidelio, que feo te han dejado, estás horrible, es un desastre lo que han hecho contigo» y muchas otras cosas más, para asombro de los familiares del muer- to, que los sacaron a patadas del lugar y les cayeron a puños en la calle… Se habían metido en el velorio equivocado. Desde luego, no pudimos asistir al velorio de Ponce, el ambiente en la funeraria no estaba para visitas. Recuerdo que un día me llamó el pintor Mario Carreño para pedirme que lo llevara a visitar a Carlos Enríquez en su finca llamada El Hurón Azul, pues por la entrada tenía clavada en la pared y pintada de azul la piel de un hurón que había matado.Partimos por la tarde hacia el lugar donde Carlos vivía, en las afueras de La Habana; durante la reunión vimos y comentamos lo que estaba pintando y yo le dije que unos días antes había adquirido de sus hermanas una obra suya bellísima, un óleo sobre tela titulado Más pueden un par de tetas que una yunta de bueyes arando. Yo conocía a Carlos poco y no sabía de sus proble- mas, solo que eran muchos. Apenas yo le hablé de mi adquisición se levantó lívi- do y se fue para la cocina, de donde retornó con un gigantesco cuchillo —un matavacas como le llamaban— en la mano y se lanzó en mi dirección dando un alarido feroz, gritando: «Te voy a joder arquitecto cabrón». Mario empezó a gri- tar, yo empecé a correr por el jardín, y mientras lo hacía pensaba en el famoso cuadro La caoba en el jardín, título de altas connotaciones eróticas de una pintu- ra que mostraba una carrera similar, pero con objetivos muy distintos. No tuve problemas en evitar morir y terminar con igual destino que el hurón, porque habíamos bebido mucho —yo menos que Carlos— y él se caía cada tres pasos. Al fin, Mario lo desarmó y lo calmó, y en la conversación sub- siguiente él me explicó que sus hermanas estaban vendiendo cuadros suyos sin su permiso, cosa que desde luego yo le dije ignoraba. La realidad, según 39 Yo estaba allí encuentrome enteré después, era que las hermanas lo ayudaban al hacerlo, pues Carlos tendía a vender sus cuadros a precios irrisorios a gente aprovechada. Era la manera que tenían de proteger los intereses de su hermano. René Portocarrero y Raúl Milián, ambos íntimos amigos míos, pintores y gente muy culta, eran algo muy especial. Un mediodía me llamó René y me dijo: «Por favor, ven inmediatamente para acá porque viene a visitarnos Stra- vinsky con ‘la vieja Gimbel’ (así le llamaban a la dueña de la tienda en New York, que conocía a Porto pues le compraba obra) y no sabemos que hacer». Rápidamente llegué al apartamento-estudio de ambos, René me abrió y me dijo que estaba muy preocupado porque hacía rato que no oía a Milián, el cual tenía un cuarto-estudio separado en el apartamento y era muy misterioso en su comportamiento. Cuando entré al cuarto de Raúl éste no estaba, lo encontré en el baño totalmente vestido: «para recibir al ruso», como después me dijo, metido en la bañera llena y bajo el agua el mayor tiempo posible: «para esconderse del ruso», pues no había decidido aún si lo quería ver. René estaba preocupado que Milián se pudiera ahogar y yo le dije que se estuviera tranquilo, nadie se ahoga metido en su propia bañera totalmente vestido. Stravinsky llegó con «la Gimbel», lo pasamos muy bien, «el ruso» resultó ser un conversador excelente y le gustó mucho la pintura de Portoca- rrero. Compraron cuadros —y yo también— y se fueron como a las tres horas. Sacamos a Milián de su escondite bajo el agua, la ropa empapada y la piel arrugada, preguntando: «¿Como salió la cosa?». El mundo de ellos y el mío volvieron a la normalidad de la rutina; un episodio más del vivir de aquellos tiempos. Les acabo de describir una auténtica muestra del surrealismo criollo, en el cual la realidad supera ampliamente la ficción. Me di cuenta entonces de que en Cuba vivíamos lo real-maravilloso día a día… era la atmósfera de nuestro entorno. tres historias describen la evolución del ambiente de mi oficina Como reflejo del ambiente creativo multidisciplinario en que yo vivía, en con- tacto continuo con gente que trabajaba en distintos afluentes de la cultura, la oficina de Moenck y Quintana, una institución de gran peso, seriedad y presti- gio, comenzó a convertirse en la imagen de mí mismo… de mi vivir. Se acen- tuó la búsqueda apasionada de cubanía en nuestros proyectos. Entramos a for- mar parte activa en el movimiento delmodernismo desde mi ingreso en la firma en enero de 1951, a la muerte de mi padre. En aquella época yo viajaba mucho y retornaba a La Habana con una gran can- tidad de diapositivas a color de los sitios visitados. Decidí que debía compartir aquel tesoro informativo de la mejor arquitectura y urbanismo mundial con el personal de la oficina y con mis amigos creadores. La oficina paraba de traba- jar en el departamento de diseño algunos jueves por la tarde y el personal se 40 Nicolás Quintana encuentroquedaba a oír mis conferencias relacionadas con los viajes, que terminaban en discusiones críticas sobre el material mostrado. Participaban también el personal de diseño de mi oficina en la Junta y otra gente invitada: arquitectos, estudiantes, contratistas, pintores, escultores, escritores, músicos, poetas, etc. Todos interactuando con gran creatividad en la búsqueda de respuestas apli- cables en Cuba. El departamento de administración y contabilidad de Moenck y Quintana nunca pudo entender el inmedible beneficio intelectual que dejaban aquellas reuniones, solo veía el costo directo que acarreaban, que desde luego era alto. La música —tanto la popular como la clásica— siempre ha sido para mí un arte muy cercano al espíritu… parte integral de mi manera de ser. Durante la época de los carnavales me convertía en músico, me echaba un tambor al hombro y desfilaba con las comparsas. A veces no retornaba a casa o a la ofici- na en dos o tres días… arrollando de fiesta en fiesta. En los carnavales yo ponía a buen uso la sensibilidad y la intensidad que me habían inculcado mis abuelos. Al hacerlo en estas fiestas y desfiles yo sentía que me integraba con toda Cuba; comprobaba que éramos un solo pueblo y que lo que hacíamos en nuestro trabajo creativo era para beneficio de la sociedad vista como un todo. Estoy convencido que era un problema de ancestro para mí… este asunto de participar en los carnavales y las comparsas. Sobre esto decía Fernando Ortiz: «La comparsa no es sino un rito procesional que nos viene con milenaria per- sistencia de las religiones precristianas y politeístas, como todas las peculiari- dades del llamado carnaval» 5 . Para poder tocar las tumbadoras en una forma aceptable decidí que tenía que tomar clases. Yo tenía buenos amigos entre los músicos: Julito Collazo, Papito Cadavieco, Betico Márquez y Tata Güines, entre otros. Mi maestro principal fue Papito, un tumbador fuera de serie. Nos reuníamos en la oficina los sába- dos por la tarde y los tambores sonaban en Moenck y Quintana, algunas veces acompañados de güiro y clave. Un día Miguel Ángel Moenck, mi socio, que no había sido informado de esta situación, pues él nunca iba los sábados, tuvo que pasar por la oficina a recoger papeles y —él contó— según se acercaba en su automóvil sintió los sonidos de una gran fiesta y se preguntó de donde pro- venían. Para gran sorpresa, aquellos frenéticos ritmos eran producidos por su socio y un alegre grupo de acompañantes y provenían de su propia oficina. Él ya sabía de mis varias vidasy lo tomó todo como una excentricidad más de las muchas que me conocía y que él decía «me adornaban». 41 Yo estaba allí encuentro 5 Fernando Ortiz: «Los Viejos Carnavales Habaneros», 1954, Revista Bimestre Cubana, Vol. LXX, 1955, p. 264.finalmente La velocidad fue otra de mis exploraciones. Sobrepasar la barrera de los 200 km/hora e ir más allá, enfrentando el peligro que eso conlleva, es una expe- riencia que recuerdo con mucho afecto. Cuba le ofrecía a uno la oportunidad de participar en esta actividad. Sentarme en un auto de competencia, ama- rrarme los cinturones de seguridad, sentir el rugir del motor y acelerar tratan- do de superar a otros competidores tejiendo mi recorrido—detrás, entre y más allá de ellos— siempre me puso la adrenalina a mil, como se decía. Corrí con Mercedes, Alfa Romeo y Porsche, para esta última marca corrí profesionalmente en el destierro. Gané, perdí y tuve serios accidentes, pero sobre todo… viví intensamente, que es lo más importante. No vayan a pensar que lo narrado arriba eran eventos raros y yo un ser aparte en lavida de aquellos tiemposque, como Lydia Cabrera una vez dijo: «fueron días que hoy parecen soñados». Era la manera de vivir en medio de un ambiente de absoluta libertad creativa y de una búsqueda implacable de exce- lencia en todos los campos de la acción individual y colectiva. La vida en la Cuba de la República era el Baile de una Fiesta Innombrable 6 . Es importante aclarar que la atmósfera de acción creativa y búsqueda de cubanía dentro de la cual el cubano se expresaba libremente en la República fue haciéndose cada vez más internacional, tanto por las influencias exteriores que se importaban como por la calidad de las influencias queCuba exportaba al mundo de la cultura. El país, en aquellos tiempos, no involucionaba sino evolu- cionaba… se abría al mundo sin caer en nacionalismos románticos decadentes. Se miraba al futuro desde un presente erigido sobre los hombros del pasado. Haber interrumpido este proceso creativo de inserción de lo cubano en el ámbito de la cultura mundial, tratando de borrar la Historia, para iniciar un irresponsable viaje involutivo hacia la Nada, es un crimen de lesa Patria. Vienen a la mente las palabras del Ché, a su regreso en 1961 de la Unión Soviética, cuando dijo que desde aquel momento «todos descenderíamos por igual, para luego ascender juntos» (del descenso —que no ha sido «por igual»— no cabe la menor duda). Según Theodor Draper, el gran logro del Innombrable y de su régimen totalitario ha sido alcanzar «el hiperdesarrollo del subdesarrollo» 7 . Cuba era un país próspero en desarrollo rumbo a formar parte del primer mundo que —además de los logros ya descritos en este trabajo— había alcan- zado altos niveles de excelencia en el campo de la educación, la medicina, la economía y las finanzas, la industrialización, la agricultura, la ganadería, la pesca, etc. Con relación al campo de la política, Leví Marrero dijo: «El desplo- me final del régimen repudiado [el batistato] pareció alumbrar un nuevo oriente. Las reservas morales de Cuba estaban intactas en 1959. Hubo una 42 Nicolás Quintana encuentro 6 Frase compuesta por mí pensando en el poeta Lezama Lima… « el etrusco de la Habana Vieja». 7 Theodor Draper: Castroism, Theory and Practice, Praeger Publishers, New York, 1965.nueva toma de conciencia» 8 . Pero el objetivo del Innombrable era otro: enga- ñar para capturar el poder y adueñarse del país. Cuba era atmósfera y dinamismo, un ambiente que no era necesario explicar pues se podía sentir hondamente. Decían que era la Isla del sabor, la creativi- dad y la alegría…y lo era. Lezama, uno de sus grandes poetas, llamó al vivir de aquellos tiempos participar de «una fiesta innombrable». Era como asistir a un banquete de creatividad. Ese fue «el milagro cubano» del que nos hablara Leví 9 . Un milagro de producción y de evolución constante e ininterrumpida en la creación de una Nación, realizado en 56 años, 7 meses y 11 días, desde el 20 de mayo de 1902 al 31 de diciembre de 1958. Ésa es la verdad y todo lo demás es cuento… lo sé porque yo estaba allí. Cuba ofrecía un horizonte amplio de posibilidades de desarrollo individual. Era un país generoso repleto de inmigrantes, los cuales trajeron a la Isla con sus esperanzas un cúmulo de culturas y la enriquecieron con el aporte de su tra- bajo. Era un país de gente trabajadora, orgullosa, competitiva y exitosa al más alto nivel, como lo ha demostrado su actuación posterior en la diáspora del destierro. Cuba iba hacia adelante yenascenso, su sociedad ganando conciencia de la necesidad de resolver sus problemas en lo político, mientras que las aguas del río de su cultura eran cada vez más caudalosas… esto se podía sentir, era obvio. Laparalización y el descenso hacia la Nada comenzaron a partir del 1 de enero de 1959, como lo confirmara el Che en 1961. Cuba en su descenso ha llegado al fondo, pero el Innombrable se encargará de romperlo para seguir bajando la Nada habita profundidades surrealistas. Al concluir este trabajo pienso —con tristeza pero confiado en la capaci- dad del cubano de alcanzar un futuro mejor— en un comentario de la investi- gadora social Lydia Cabrera que dice: «¿Es que sabíamos entonces, nos dába- mos cuenta los cubanos, todos, pobres, ricos, blancos, negros, ateos, católicos, animistas, los buenos, los bribones, hasta qué punto éramos un pueblo feliz, el más feliz del mundo, dicho esto sin exageración ni sensiblera patriotería» 10 . 43 Yo estaba allí encuentro 8 Leví Marrero: «La Forja de un Pueblo», Cuba en la Década de 1950: un país en desarrollo (1966), Editorial San Juan, 1971, p. 63. 9 Leví Marrero: «Raíces del Milagro Cubano», Cuban Nacional Heritage, Olmedo Printing, Miami, Florida, 1995. 10 Lydia Cabrera: La Laguna Sagrada de San Joaquín, Ediciones R., Madrid, 1973, p. 9.Yo que no sé decirlo: la República. Eliseo Diego, «Cuba, 1920» E l centenario de la república nos da ocasión para reflexionar sobre su sentido histórico, aun cuando esa reflexión aparece atravesada por un dilema moral. ¿Cómo celebrar, desde un exilio que ya cuenta más de cuarenta años, la aparente causa de nuestra desgracia histórica? Nuestra percepción negativa de la República, la condena del pasado inmediato, se desprende, claro está, de la rup- tura que causó la Revolución castrista, que no solo conde- nó y sustituyó a la República, sino que durante cuarenta años no ha cesado de desacreditarla en un esfuerzo por legitimar su poder más allá de cualquier cuestionamiento. Así, si el descrédito de la República sirve a los intereses de la clase que actualmente ostenta el poder en Cuba, un análogo descrédito, latente pero de todos modos evidente, sobrevive entre nosotros como parte de otra justificación pesimista, la que podría explicar las causas de nuestro incomprensible y largo exilio. De no haber tenido una República tan corrupta e inestable, no habría ocurrido la catástrofe que vino después. Nada menos que al actual historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal Spengler, le ha tocado explicar, en una oportuna entrevista que ha sido muy difundida, el tono de este estado de cuentas. La nuestra fue, nos dice, «una República que nace bajo las circunstancia de no ser la hija legítima de la Revolución, sino un aborto». Y si bien el historiador es lo suficientemente misericordioso 44 encuentro Sobre la Primera República 1 Enrico Mario Santí 1 Leído en la mesa redonda patrocinada por el Patronato José Martí de la ciudad de Los Angeles, California, el 19 de enero de 2002.para evitar los habituales descalificativos —como «República mediatizada», «seudo-República», etc.— es evidente el tono general de su argumento. «La República como tal no existió, porque desde el punto de vista jurídico el gobierno de Estados Unidos podía intervenir en Cuba sin consultar al Con- greso ni al Presidente (...) La República que se entroniza nació con todos los vicios de corrupción propios del modelo que le habían propuesto como fórmula de existencia» (Pedro Martínez Pirez, Eusebio Leal: ‘No podremos entender la Revolución sin la República’ en «Dossier», La Jiribilla, 15 sep- tiembre, 2001). Al margen de nuestro desacuerdo, la tesis del historiador tiene al menos la ventaja de aclararnos una estructura: la relación dialéctica entre Revolu- ción y República. Como la República de Estrada Palma y Varona es la hija ile- gítima, tal vez el aborto, de la Revolución de Céspedes y Martí, el malogrado engendro debe desaparecer para instaurar la Revolución, y de manera per- manente. El historiador no toma en cuenta, sin embargo, que Revolución y República tienen, a partir de la Modernidad, una permanente relación dia- léctica. No había sido ese el caso, por cierto, ni en Roma ni en los tímidos experimentos republicanos del Renacimiento. Pero a partir de las revolucio- nes norteamericana y francesa a fines del 18, revolución y república se engendran mutuamente. Esto significa, en términos concretos, que revolu- ción y república —cambio acelerado y estabilidad institucional— o bien se suceden en el tiempo histórico o bien actúan simultáneamente, uno crítico del otro, como sístole y diástole del cuerpo político. Esa es, en efecto, la gran lección positiva de la revolución norteamericana, que instituye sus leyes a raíz del congreso constitucional de 1789, y la negativa de la francesa, que ter- mina negando con la Gironda los hermosos principios que incendiaron la Bastilla. Más allá de los esfuerzos nominales por llamar al actual régimen una «República Socialista», la tesis del historiador pretende, con el típico revisio- nismo que caracterizó a los regímenes totalitarios del siglo pasado, justificar el arresto de ese proceso dialéctico y dejar a la República sin asentamiento. Lo cierto es que una Revolución sin República termina siendo no solo una contradicción sino, propiamente, una realidad contra-revolucionaria, una reacción antimoderna. Lo que sustenta la tesis del historiador —que, repito, en el exilio compar- timos de manera inconsciente— es una grotesca simplificación de la historia, y tal vez de la realidad, de Cuba. Como la República fue imperfecta, ese orden de cosas estaba condenado a desaparecer y dio lugar a otro —una alternativa anti, o a-republicana— que instituyese un régimen que marchara a la perfección. No entro, por el momento, en la realidad económica de nuestro país, que es lo que suele justificar semejante argumento. Subrayo, en cambio, lo que me parece mucho más decisivo: la idealización, diría hasta mitificación, del orden político que hace posible esta idea. Tampoco tengo que aclarar que ha sido esta idealización lo que ha hecho posible la manipu- lación de la historia que el actual régimen supo esgrimir, desde un principio, contra la República. Aunque en realidad la condena no estaba dirigida contra 45 Sobre la Primera República encuentroella sino contra los grupos que legítimamente se oponían, y aún se oponen, a la confiscación de los objetivos democráticos de la lucha contra Batista. Por eso, a estas alturas es difícil saber qué ha sido más grotesco: si la simplifi- cación castrista del pasado político republicano, o la ingenuidad de los opo- sitores del castrismo, que a menudo terminan compartiendo, y hasta esgri- miendo, la misma simplificación de la historia. Nada ni nadie es perfecto, pero a juzgar por el juicio histórico de algunos de nuestros compatriotas, en ambas orillas del Estrecho de la Florida, la República sí tuvo que serlo, así fuera a la cañona. La mitificación de nuestro pasado republicano es en realidad la contrapar- tida de otra mitificación: la que hemos hecho con el concepto de revolución. A base de una lectura teleológica de nuestro pasado revolucionario, el castris- mo ha intentado justificarse como la culminación de una serie de revolucio- nes supuestamente fracasadas, y así las revoluciones de 1868, ‘95 y ‘33 son apenas el preámbulo imperfecto, el anuncio profético, de la única Revolución decisiva, definitiva, y desde luego perfecta, del ‘59, que no solo realiza las anteriores sino que anula su necesidad. Es esa lectura teleológica, que lee toda la trayectoria del pasado en función del evento único y trascendental en el futuro, la que provee el marco, por ejemplo, para la muy peculiar lectura castrista de José Martí 2 . Tanto en un caso como en otro, República y Revolu- ción se mitifican y des-realizan. La una porque fue imperfecta; la otra porque reduce todo el pasado a una justificación del presente. Hace cuarenta y tres años vivimos esta realidad mítica. Ninguno de nuestros numerosos y muy elo- cuentes dirigentes políticos en el exilio ha querido, o ha sabido, articular este problema básico de nuestra realidad histórica. Son múltiples las causas que se suelen esgrimir para condenar a la Repú- blica. A saber: las circunstancias de la conclusión de la guerra del 95; la impo- sición de la Enmienda Platt a la primera Constitución; las intervenciones mili- tares norteamericanas; la mala administración política y económica, sin olvidar la rampante corrupción; la violencia de Estado contra la población civil; la dictadura batistiana. Ninguna de estas condenas se suelen evaluar, en nuestras frecuentes y obsesivas lecturas de la historia, con criterio justo, objeti- vo o siquiera relativo. Corro el riesgo de que parezca que justifico los errores que cometieron los hombres y mujeres de la República. Debo decir, en des- cargo, que a propósito de estos temas nunca nos preguntamos: ¿qué circuns- tancias internas, y al margen de la evidente soberbia norteamericana, pueden haber llevado a esa frustración por parte de los militares cubanos del 95; por qué se pidieron las diversas intervenciones militares y quiénes lo hicieron; qué percepciones del liderazgo político cubano a principios de siglo pueden haber llevado a Estados Unidos a imponer la Enmienda Platt; quiénes entre los pro- pios cubanos fueron responsables de la corrupción, mala administración polí- tica, o violencia de Estado? No trato, repito, de justificar ninguno de estos 46 Enrico Mario Santí encuentro 2 Propongo la crítica de esta lectura en mi libro Pensar a José Martí(1996).errores o injusticias. Sí pido, en cambio, que los comprendamos sin recurrir ni al mito del vecino abusador ni a la imagen fatalista, y por tanto irreal, de nuestro supuesto engendro monstruoso, y que los veamos como lo que fue- ron, o son: parte de nuestro ser histórico por el cual debemos asumir entera responsabilidad. En relación con lo anterior se suelen invocar con frecuencia, para conde- nar la República, las numerosas y justas críticas que en su momento hicieron valiosos intelectuales como Ortiz, Mañach, Loveira, Marquez Sterling, Salas Alomá, amén de poetas como Byrne o Acosta. Sin embargo, la misma manía mitificadora suele hacernos olvidar que todos esos planteamientos fueron precisamente eso: críticas, y no condenas. Por encima de todo su escepticismo y frustración, ninguno de ellos —a excepción de comunistas como Julio Anto- nio Mella, y en esos casos por claras razones sectarias— jamás pidió la aboli- ción de la República. Antes bien, y lejos de una condena, sus críticas reformis- tas constituyen la evidencia más fehaciente de la salud de la República. Porque una república sin críticos no es una república. No, nuestra República no fue, no es, perfecta. ¿Acaso alguna lo ha sido, o lo es? Si lo es, entonces me temo que no será una República sino otra cosa: una entelequia, una abstracción. En este sentido, el castrismo tiene razón, aunque solo a medias: todas las repúblicas han sido, y son, mediatizadas. Todas son pseudo-repúblicas. Son mediatizadas por la imperfección humana: por los errores, defectos, taras y metidas de pata que todos compartimos, sin excepción. Y todas son pseudo-repúblicas porque son apenas proyectos que pueden, o no, cumplirse. El concepto de república ha sido, en Occidente, para decirlo en el lenguaje de los escultores (homenaje a mi venerado Sergio López Mesa, escultor republicano) un molde en el que se realizan vaciados de yeso que pueden o no producir esculturas realizadas. Es un contrato imper- fecto entre seres humanos imperfectos, y a veces, como en efecto ha sido el caso de nuestro país, en franca desventaja económica. Pero el contrato ha vali- do la pena porque, como observa el historiador español Álvarez Junco, «La república era la forma política adecuada a un plan general de racionalización de las relaciones humanas cuyas principales promesas eran la igualdad entre los ciudadanos y la supresión de la crueldad y el temor, de la ignorancia y la superstición, del dolor y la miseria» 3 . Por último, los defectos que se suelen invocar para condenar a la Repúbli- ca tampoco suelen ir de la mano con sus grandes virtudes, o realizaciones. Aun antes de la segunda Constitución, en 1940, la Cuba post-Machado verá una impresionante serie de victorias sociales: se abroga la Enmienda Platt; se regula el derecho de huelga, se establece el jornal mínimo, y se proclama una ley de descanso dominical; se reconoce el derecho de coalición de los trabajadores agrícolas; las mujeres obtienen el voto; se crea el Instituto 47 Sobre la Primera República encuentro 3 «Los amantes de la libertad: la cultura republicana española a principios del siglo xx», en N. Townson, ed.: El republicanismo en España (1830-1977), Madrid, 1994.Next >