< Previouserró, sin embargo, al pronosticar que las enormes casonas del Cerro, con sus cuadras, jardines y numerosas habitaciones para la servidumbre, no volverían a llenarse jamás. Poco a poco, una «democratización» de diferente orden invade el otrora aristocrático barrio: de forma similar a la suerte corrida por muchos de los inmensos palacios de la parte vieja de La Habana los caserones se subdividen y se trastocan en «cuarterías» o «ciudadelas» habitadas por múl- tiples familias humildes, con lo que abría paso también en el Cerro otra cultu- ra tan «rellolla» como la del patriciado colonial, pero de opuesto signo: la cul- tura urbana del «solar». En los próximos años, a tono con la pauta renovadora de los tiempos, los vástagos de la antigua plantocracia criolla, junto a los miembros de la emer- gente burguesía «nacional» se mudarán a nuevas casas; si bien tal vez no tan amplias y magnificentes, pero cada vez más con espacios para autos en lugar de cuadras y cocheras, con modernas instalaciones sanitarias, teléfonos, lám- paras eléctricas y todas demás ventajas del confort «a la americana». Mientras tanto la «plebe» urbana, en rápido aumento por el crecimiento demográfico tras la devastación de la guerra y la reconcentración y por la inmigración desenfrenada de comienzos de siglo, vive hacinada en casas de vecindad, y sin dejar de soportar recriminaciones y sermones «higienizadores» 29 . El Vedado, una zona residencial que empezó a fomentarse en los años finales del siglo xix, y que hacia 1903 había triplicado su tamaño, fue, sin lugar a dudas, el patrón a imitar en materia de urbanización. A diferencia de los barrocos jardines del Cerro, de desbordante vegetación tropical, los exte- riores de los nuevos chalets del Vedado, con bien cuidados parterres, de líne- as simétricas resaltadas por el césped bien cortado; evidencian un cambio en la organización del espacio donde priman el «orden» y la «racionalidad» de la vida moderna. A decir de Meza, el reparto, «con sus calles anchas, rectas, her- mosas, sombreadas por el movible y bien dispuesto ramaje de esbeltos álamos; con nutridas líneas de telégrafos, teléfonos, cables, blancas bombas de luz eléctrica, revela desde muy lejos que ha alcanzado los beneficios y recomenda- ciones de una urbanización a la moderna» 30 . la higienización «civilizadora» A la par de estas transformaciones arquitectónicas, los habitantes de la Habana, Santiago de Cuba, Matanzas y otras ciudades presenciaron asombrados como un ejército de barrenderos, medidores, constructores y funcionarios de salud 28 Marial Iglesias encuentro en proceso 29 Sobre el hacinamiento en las viviendas habaneras en la época y sobre la cultura del solar en la capital véase Carlos Venegas: «La Arquitectura en...», p. 16, del mismo autor «Havana between Two Centuries»,The Journal of Decorative and Propaganda Arts 1875-1945, num. 22, p. 22; Diego Tamayo: «La vivienda en procomún (casa de vecindad)», en: Tercera Conferencia Nacional de Benefi- ciencia y Corrección, La Habana, Librería e Imp. «La Moderna Poesía», 1904, pp. 23-31, y Juan M. Chailloux Cardona:Síntesis histórica de la vivienda popular. Los horrores del solar habanero, La Habana, Imp. Jesús Montero, 1945. 30 Ramón Meza, Op. cit., p. 23.pública invadían las calles y las casas en una gran campaña de higienización con la que no solo se pretendía limpiar de inmundicias las ciudades y poblados, sino «barrer» de manera simbólica «las lacras heredadas del régimen colo- nial» mientras una vez más se contrastaba la «higiene» y «civilización» del nuevo régimen político con la «suciedad» y el «oscurantismo» de la antigua dominación española. A las pocas semanas de iniciada la intervención, en las principales ciuda- des se reorganizó y perfeccionó el servicio de recogida de basuras y limpieza de las calles. Así mismo se inició una campaña para recluir en asilos, orfanatos y casas de socorro a los innumerables indigentes que a consecuencia de la guerra y la política de reconcentración, pululaban por las ciudades y pueblos, y hasta los perros y otros animales vagabundos se recogieron y eliminaron, a la par que se decretaron multas para los dueños de animales que no acatasen las ordenanzas que exigían mantenerlos fuera de las áreas públicas, cuidados, limpios y bien identificados 31 . La «higienización civilizadora» promovida por las autoridades militares no se confinó solo a los espacios públicos. Lejos de ello, traspasó los umbrales de las casas para alcanzar incluso los rincones más privados. A decir de Venegas, el proyecto norteamericano de saneamiento de la ciudad dependía en gran parte de las condiciones higiénicas de la vivienda. Hacia 1899, solo un 10% de las casas de la Habana y Matanzas tenían servicios sanitarios. Para contrarres- tar esta situación el mayor Davis, máximo oficial de sanidad del ejército de ocupación yanqui, al frente de un equipo de 120 médicos, visitó las casas de la capital e impartió instrucciones sobre el uso de desagües, vertido de desperdi- cios y otras medidas de higiene. Las piezas sanitarias fueron importadas en gran número de los Estados Unidos y vendidas a precios módicos, a fin de que los habitantes de la ciudad pudieran entrar en la «era moderna» con hábitos higiénicos renovados. A decir de un medio de prensa de la época, el celo mostrado por los inspectores sanitarios llegó a verdaderos extremos: a más de un vecino se le notificó la orden de instalar el correspondiente water closetconectado a la red de albañales, 29 Pedestales vacíos encuentro en proceso 31 El día 17 de julio de 1898 se arrió en Santiago de Cuba la bandera española. Cuatro días más tarde se dictaron disposiciones que indicaban la obligación de todos los vecinos de limpiar interior y exteriormente sus respectivos domicilios, recogiendo las basuras y desperdicios que pudieran ser foco de infección, so pena de multar severamente a los que infringieran lo dispuesto. Cuadrillas integradas por 600 hombres barrieron durante días las calles de la ciudad. La paga (un peso por jornada y tres raciones de comida diarias), tentadora para la gente de una población bloqueada y hostigada por el hambre y la enfermedad, hizo que muchos (entre ellos profesores, empleados públicos, barberos y maestros) empuñaran la escoba. Emilio Bacardí: Crónicas de Santiago de Cuba, T. X, p. 133. Sobre las disposiciones referentes a higiene pública, recogida de indigentes y la regla- mentación sobre animales vagabundos véase: Colección Legislativa de la Isla de Cuba. Recopilación de todas las disposiciones publicadas en la «Gaceta de la Habana».Habana, Establecimiento tipográfico Teniente Rey 23, 1900, T. I, p. 41, T. II, p. V (Apéndice), p. LVI (Apéndice). Los periódicos haba- neros llegaron al extremo de publicar a diario las cifras exactas de perros callejeros eliminados. Según el diarioLa Guásima, del día 17 de agosto al 4 de diciembre 174 perros habían sido sacrifi- cados en el deposito municipal.La Guásima, Diario político independiente, 4 de dic. de 1899.cuando lo cierto era que no había alcantarillas ni tuberías de desagües en varias cuadras a la redonda. En lo adelante, la introducción y promoción de los water closets con inodoros en edificaciones públicas y viviendas privadas se identificaría con la impronta norteamericana y su obsesión higienizadora, en contraste con la «suciedad» atribuida a la vida colonial 32 . De este modo, a lo largo de los primeros años del siglo, junto con las suce- sivas oleadas de soldados, funcionarios coloniales, comerciantes, inversionis- tas, turistas y misioneros norteamericanos, arribaron a la Isla nuevos cánones constructivos y arquitectónicos, maquinarias industriales y medios más moder- nos de transporte y comunicaciones. Y, sobre todo, se introdujo también un sinnúmero de mercancías y artefactos domésticos fabricados en Estados Uni- dos que representaban la imagen viva del bienestar y el confort. Máquinas de coser, de escribir, bicicletas, teléfonos, artículos de cocina, lámparas con bom- billas eléctricas, fonógrafos, piezas sanitarias, fórmulas patentadas, zapatos y, años más tarde, automóviles, radios y «frigidaires» irrumpieron en la vida de cada día, al tiempo que se integraban indeleblemente al corpus de imágenes o representaciones de la vida moderna, con las que la noción más abstracta de progreso adquiría para los cubanos una forma visible y tangible en el ámbi- to de la cotidianeidad 33 . La modernización «a la americana» no quedó entonces limitada a las transformaciones en los espacios públicos, la implantación de cambios tecno- lógicos, o a la introducción de nuevos hábitos, desprovistos de mensajes políti- cos. Por el contrario, constituyó una pieza central de la «ideología del progre- so» conque los interventores justificaron y legitimaron su presencia en la Isla. Como se ha visto, la «vida moderna», asociada simbólicamente a la era de la intervención y caracterizada por la «higiene», el «avance» y la «civilización», era constantemente parangonada en la época con lo que se definía como la «suciedad» y el «atraso» de la vetusta sociedad colonial. Aunque en esos años los artículos importados del norte eran mayoritaria- mente mercancías de lujo que obviamente no estaban al acceso de la mayoría, el hijo de buen vecino asistía de todas formas, sino como consumidor directo al menos como espectador, a esta «puesta en escena» de la ideología «moder- nizadora». Desde vidrieras, mostradores y carteles en establecimientos públi- cos o a través de fotografías e ilustraciones de las páginas de anuncios de la prensa (que proliferaban gracias a la propaganda o el advertising , que en la época hacía enormes avances), el transeúnte o lector era invitado a convertirse en gentlemanal comprar un bombín made in usao en ladyal estrenar un corset 30 Marial Iglesias encuentro en proceso 32 Carlos Venegas, Op. cit. , pp. 15-16; D iario de la Marina , La Habana, 24 de febrero de 1899, núm 47, p. 4; «The sanitation of buildings» en: El Independiente(edicion bilingue), La Habana, 18 de febrero de 1899, segunda época, núm. 3. 33 Para un excelente aunque controvertido análisis de cómo las nociones de modernidad y pro- greso vinculadas a la cultura norteamericana se enraizaron con el discurso de la nacionalidad en la Cuba del siglo xixvéase: Louis Pérez Jr.: On becoming Cuban. Identity, Nationality, and Culture, The University of North Carolina Press, Chapel Hill and London, 1999.«anatómico» diseñado en Nueva York 34 . Al mismo tiempo, instalados en luga- res públicos, artefactos como lámparas con bombillas eléctricas, teléfonos, ventiladores e inodoros, se exhibían como heraldos de una modernidad doméstica que prometía cambiar en un plazo breve la vida de todos. En el centro de la ciudad, desde los bancos «democráticos» de los nuevos espacios públicos, en parques o avenidas, la gente común se sentaba a contemplar el paso de las bicicletas o de los ruidosos y aun más exóticos automóviles, mien- tras que hasta los confines de los barrios de la periferia llegaba el tranvía eléc- trico, que suplantaba a los «antihigiénicos» carros tirados por caballos que «regaban sus deyecciones por la ciudad». el pedestal vacío de la reina isabel II En el terreno de las representaciones metafóricas del cambio reflejadas en el paisaje urbano, nada mas gráfico para encarnar a la vez la pretendida ruptura con el pasado español y la incertidumbre ante las proyecciones futuras que la imagen, reproducida en todos los medios de prensa de la época, del pedestal vacío del que fuera el monumento más representativo del poderío metropoli- tano: el de la reina de España Isabel II. El 12 de marzo de 1899, ante la mirada curiosa de numerosos transeúntes y sin ceremonia alguna, fue retirada de su base la estatua de la reina de Espa- ña que había presidido por casi medio siglo el majestuoso Paseo del Prado. La homología entre el pedestal vacante y la ausencia de una representación ade- cuada, tanto del presente ambiguo que se vivía como del futuro inmediato, es evidente. La aguda sensación de inestabilidad de los significados, provocada 31 Pedestales vacíos encuentro en proceso 34 El papel de la propaganda gráfica en la difusión de esta cultura material estrechamente vincula- da a la presencia norteamericana está aun por estudiarse. Sin embargo la simple lectura de la prensa de la época evidencia una profusión de anuncios con grabados y fotografías que dan la medida del grado alcanzado en materia de advertising. Los decretos municipales aprobados por el ayuntamiento habanero en 1900 muestran el incremento de este tipo de actividades y la necesi- dad de su regulación. Un decreto fechado el 26 de enero de 1900 prohibía, so pena de multa, pegar anuncios en las paredes y columnas de las casas particulares, establecimientos y edificios del estado. Los anuncios solo podrían colocarse por industriales y comerciantes en sus respectivos establecimientos o en las vallas de madera de los solares yermos o edificios en construcción. Dos meses después, en marzo del mismo año, otro decreto regulaba la forma de colocación de letre- ros y anuncios, de manera que se evitara ensuciar las paredes o perjudicar el ornato de la ciudad y la comodidad de los transeúntes. Las autoridades municipales se encargarían de la rectificación de las faltas gramaticales en rótulos y letreros así como de evitar la permanencia de anuncios donde «se ofenda al decoro» o que «resulten ofensivos a la decencia o a la moral». La mención en el texto del decreto de los «agentes o empresarios de anuncios» (precursores de entidades que más tarde monopolizarían el campo, como la Havana Advertising Co.y la Tropical Advertising Co.) pone al descubierto el nivel de profesionalización de la actividad. Las solicitudes a la Secretaría de Estado y Gobierno de permisos para realizar bazares y sorteos con el objeto de estimular la venta en tiendas y establecimientos evidencian también un grado de agresividad comercial nota- ble para los tiempos. Véase «Disposición de la Alcaldía prohibiendo fijar anuncios en las paredes y columnas de casas particulares», 26 de enero de 1900, «Acuerdo del Ayuntamiento del 12 de marzo de 1900» en: Jurisprudencia en materia de Policía Urbana. Decretos, acuerdos y otras resoluciones sobre dicha materia, dictados para el Municipio de La Habana,recopilados por Francisco M. Duque y Julio G. Bellever, La Habana, Impr. La Moderna Poesía, 1924, p. 230, y anc, Fondo Secretaría de Gobernación, exp. 789, leg. 97; exp. 766, leg. 96.por el desmoronamiento simbólico del aparato del poder colonial hispano, fue hábilmente atrapada en el montaje fotográfico publicado en uno de los medios de prensa más influyentes de la capital, El Fígaro , en el que sobre la imagen del pedestal vacío se alzaba, en lugar de la estatua, un enorme signo de interrogación 35 . En un intento de conjurar la carencia simbólica antes aludida, el mismo magacín inició una encuesta con el objeto de decidir con que llenar el vacío dejado por la estatua de la Reina. Los resultados, publicados en ese mismo periódico el 28 de mayo de 1899, brindan una especie de radiografía del equí- voco ambiente ideológico de los tiempos que se vivían. La votación dio la vic- toria a la propuesta que sugería alzar en el emplazamiento de Isabel II una estatua consagrada a la memoria de José Martí, ya considerado desde tan tem- prana fecha «cifra y compendio» de la cubanidad y emblema de la aspiración nacionalista a una república independiente. El triunfo fue obtenido no obstante, por un escaso margen. A solo 4 votos de diferencia le seguía la proposición de erigir una estatua de la libertad. Pese a que en la encuesta no se precisa si se refería a una simple alegoría o una réplica de la celebérrima estatua neoyorquina, puede presumirse tras la suge- rencia la voluntad de construir, sobre el vacío dejado por la sociedad monár- quica simbolizada por la estatua de la Reina, una república moderna y a la vez libertaria, a imagen y semejanza de lo que en la época muchos consideraban la mejor encarnación de estos principios: la república norteamericana. En la tercera propuesta, la de una estatua de Cristóbal Colón, se traslucía la fuerza que aun conservaban los defensores del legado cultural hispano. En la relación de los siete lugares siguientes, las proposiciones de tallas de prohombres de la historia nacional, como José de la Luz y Caballero, Carlos Manuel de Céspedes y Máximo Gómez, compartían votos con otras tales como una estatua del presidente de los ee.uu. firmando la proclama de la indepen- dencia, o la de un grupo alegórico que representase a Cuba, ee.uu.y España. En el último de los diez primeros lugares quedaba relegada la propuesta de erigir una estatua a Antonio Maceo, quien, exceptuando tal vez a Gómez, había sido la figura militar más destacada de las guerras de independencia, pero que tenía el «defecto», insalvable para las concepciones racistas y clasis- tas, más acentuadas en el área occidental donde se efectuó la encuesta, de ser negro y de procedencia humilde 36 . 32 Marial Iglesias encuentro en proceso 35 «¿Qué estatua debe ser colocada en el Parque Central?», El Fígaro, 30 de abril de 1899, núm. 16, p. 18. La encuesta obviamente, lejos de reflejar la «opinión popular», era expresión de las tenden- cias ideológicas de las «clases superiores» de la sociedad cubana, y en particular las de la capital, hacia las cuales la revista estaba dirigida. 36 El Fígaro, núm. 20, 28 de mayo 1899, p. 36. Ver además: «La vida de las estatuas», El Fígaro, 28 de enero de 1900, núm. 4, p. 40; Enrique José Varona: «A la nueva estatua del Parque», El Fígaro, núm. 21, 1 de junio de 1902, p. 242, y Marial Iglesias: «José Martí: Mito, legitimación y símbolo. La génesis del mito martiano y la emergencia del nacionalismo republicano», en: Diez nuevas miradas a la historia de Cuba, José A. Piqueras (ed.), Universitat Jaume I, Castelló de la Plana, 1998, pp. 179-201.La postergación de Antonio Maceo en la encuesta sobre la estatua del Par- que Central es una muestra más de la dificultosa inclusión de los cubanos negros en el «nosotros» nacional construido en las versiones de las «clases superiores» de las que la revista aludida es uno de los mejores exponentes. Pese a la relevante participación de jefes y oficiales negros o mulatos como Maceo y a la masiva presencia de los antiguos esclavos y sus descendientes en las filas del ejército libertador, ya en los primeros meses de la intervención, en la prensa de elite las memorias aun frescas de los hechos de la guerra, comienzan a ser «retocadas» en un esfuerzo por imponer una imagen «blan- ca» y «civilizada» de la nación que desmintiera las acusaciones de «salvajismo» o «barbarie», indeleblemente asociadas la presencia africana 37 . A su vez, la apropiación e incorporación «oficial» de un José Martí mítico al panteón nacional por parte de los sectores de elite, de la que este episodio de la estatua es un capítulo inicial, será en los años republicanos uno de los ejes centrales del proceso de construcción de una épica «nacional» donde la «historia patria» se reconstruye (a la vez que se «blanquea») para integrarse a las metanarrativas de la historia política hegemónica. Esta historia «oficial» se impondrá como canónica no solo en textos escolares, monografías históricas o ediciones conmemorativas, sino también de forma iconográfica en versiones de mármol o bronce en las calles y parques, en los retratos que presiden las aulas y las oficinas del estado, acuñada en los sellos postales o en las caras y anversos de la moneda nacional 38 . A pesar de los resultados de la encuesta y de haberse creado un año des- pués en febrero de 1900 una comisión para iniciar los trabajos del monumento a Martí 39 , al finalizar la intervención norteamericana el pedestal continuaba vacío, de modo que en mayo de 1902, a fin de aprestar el sitio para las fiestas de la inauguración de la República, se compró por 2.000 dólares en los ee.uu. una estatua de la libertad que, ostentando el escudo de ese país en su brazo derecho y una tea en su mano izquierda, guardaba similitudes sospechosas con su homóloga neoyorquina. La estatua, símbolo para muchos de la voca- ción anexionista del gobierno que se inauguraba con Tomas Estrada Palma, tuvo una efímera duración. Hecha de calamina, fue arrancada y destrozada por las ráfagas de un ciclón «nacionalista» que azotó a La Habana nada 33 Pedestales vacíos encuentro en proceso 37 El Fígaro , Número álbum consagrado a la Revolución Cubana , 1895-1898, núm. 5, 6, 7 y 8, febrero de 1899. 38 Para una interpretación de la importancia del mito martiano en el proceso de consolidación de la república en sus primeras décadas véase: Sergio López y Marial Iglesias, «José Martí: El origen del símbolo fundacional del nacionalismo en Cuba» en: L’Avenc, revista d’ Historia, núm. 217, Bar- celona, septiembre 1997, pp. 38-43. 39 Ver: Asociación Monumentos Martí-Céspedes. Reseña de los trabajos realizados por la Comisión Ejecutiva de la Asociación Monumento Martí-Céspedes hasta el acto de inaugurar la estatua ilustre: José Martí en el Parque Central de La Habana (24 de febrero de 1905), seguida de una relación rigurosamente histórica de la expedición en que se trasladó a Cuba el insigne patriota y sus heroicos compañeros hasta su gloriosa muerte en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895; copiada de su diario de operaciones por el invicto Mayor General Máxi- mo Gómez, Imprenta El Avisador Comercial, La Habana, 1905.menos que un 10 de octubre del año 1903, cuando se cumplía el aniversario 35 de la rebelión de Yara. Finalmente, una estatua del Apóstol, contratada al escultor cubano José Vilalta Saavedra, fue inaugurada por Máximo Gómez el 24 de febrero de 1905, en el décimo aniversario del alzamiento de Baire; y desde entonces, un José Martí de mármol preside el lugar que fuera antes sucesivamente ocupado por la reina de España y la estatua de la libertad yanqui, en una paródica sín- tesis de los avatares de la propia historia de la nación. Como he intentado mostrar a través de estos relatos de escudos elimina- dos, alambradas arrancadas y murallas derruidas, cuarteles convertidos en escuelas, basureros trocados en parques de moda, urbanizaciones «a la ameri- cana», inodoros por doquier y pedestales vacantes, el propio espacio urbano se vuelve campo de batalla representacional en el que luchan por prevalecer imágenes identificatorias de diferentes signos. Desmontados los emblemas de la caduca autoridad colonial, se crea una suerte de vacío simbólico sobre cuyo trasfondo se destacan contradictorios procesos de «americanización» de las instituciones y las costumbres, exaltadas corrientes de patriotismo nacionalista así como también intentos desesperados de preservar la herencia cultural his- pana ante la potente modernización de cuño anglosajón. Pese a ello, más que ante tendencias claramente definidas, la mayoría de las veces estamos ante procesos de complejo intercambio, híbridos y aleatorios, que caracterizan la época del «entre imperios» como un período ambiguo en el que, a decir de un testigo de los acontecimientos: «todo lo que era ya no existe» y «todo lo que será no existe aún». A medio camino entre dos siglos y dos domi- naciones, los tiempos son una confusa zona de tránsito, una frontera u espacio liminal que «separa el pasado del porvenir, que no es ni el uno ni lo otro y que se parece a ambos a la vez» y en el que «no se sabe, a cada paso que se da, si se marcha sobre una simiente o sobre los residuos de una demolición 40 . 34 Marial Iglesias encuentro en proceso 40 J. A. González Lanuza: «El aspecto social», El Fígaro, 20 de mayo de 1903, núms. 20 y 21, p. 48.«Si el artista necesita de una cabal libertad para su expresión, su justificación será el rendimiento de esa misma libertad en forma cualitativa». 1 José Lezama Lima Y o nací en una familia donde no ser arquitecto era un pecado (y lo sigue siendo). Mis dos abuelos eran hombres de la madera: uno —Nicolás Quintana— era un ebanista famoso que había venido del país vasco como alarife y en Cuba decidió hacer lo que verdaderamente deseaba… trabajar la madera; el otro —Tiburcio Gómez— era un almacenista de madera, un asturiano para el cual la madera era más que un material… era su vida. Ambos, además de mi padre —un gran arquitecto— me ayudaron a dar los primeros pasos en el mundo creativo, señalándo- me la dirección a tomar. Ellos me dieron el respaldo fami- liar inicial, mostrándome la sensibilidad y laintensidad que era necesaria para insertarse exitosamente en aquella sociedad que ofrecía multitud de oportunidades a todo el que estuviera dispuesto a luchar animosamente para alcan- zar la mayor excelencia en sus objetivos. Entré a estudiar Arquitectura en la Universidad de La Habana en 1944, donde conocí y trabé amistad con Ricardo Porro y Frank Martínez. Hasta 1951 ese fue el grupo íntimo dentro del cual comencé a trazar mi línea:mi aporte indivi- dual.Los tres profesábamos un enorme interés en desarro- llarnos culturalmente y constituíamos lo que Porro en un escrito reciente llamó La Trinidad 2 . En ese escrito Ricardo dice: «Estos creadores quieren un arte medular que vaya al alma colectiva»… que era su misma querencia creativa. 35 encuentro Yo estaba allí Nicolás Quintana 1 José Lezama Lima, Prólogo, Orígenes , núm. 1, 1944. 2 Ricardo Porro: Encuentro de la Cultura Cubana, «Nicolás y la Trinidad», Asoc. Encuentro de la Cultura Cubana, Madrid, núm. 18, otoño de 2000, pp. 49-52. Porro dice de Frank y de mí (desde luego él también está incluido): «Quieren encontrar el sabor de su tierra, sin folklorismos —que siempre resultan insoportables— y sin copiar el pasado. (…) ‘el elemento de contex- tura supraindividual que plasma el espíritu de un pueblo’ (Frobenius)».Lo interesante de la atmósfera de aquel tiempo era que esa búsqueda apasio- nada de cubanía, ese «arte medular» sin copias ni folklorismos, se efectuaba simultáneamente en todos los afluentes de la cultura, era un movimiento de una gran intensidad que alcanzó logros excepcionales. La simultaneidad era produc- to de una relación íntima entre los creadores que participaban en el bailar. Yo les puedo narrar mis vivencias en mi mundo, que era el de la arquitectura y las artes plásticas… un mundo que, como ya dije, tenía mucho de renacentista. Otras dos personas que influenciaron inicialmente mi vida fueron grandes maestros de la arquitectura moderna: Walter Gropius y Ernesto Rogers, uno alemán y el otro italiano. Con Rogers tuve una amistad que comenzó en 1953 y me sirvió de guía. Nos veíamos a menudo en su ciudad, Milán, y en los Con- gresos ciam de arquitectura, en Aix-en-Provence y en Dubrovnik. Gropius visi- tó Cuba en 1949, pero para llevarlo allí, con el objetivo que aconsejara en la modernización de los planes de estudio de la Escuela de Arquitectura en la Universidad de La Habana, que eran de un eclecticismo decadente, hubo necesidad de realizar un acto insólito que describe el nivel de intensidad que éramos capaces de desarrollar cuando el objetivo era alcanzar la mayor exce- lencia posible en la arquitectura. El acto se llamó La Quema de los Vignola. Desde 1946 los estudiantes demandaban cambios en el plan de estudios y enfrentaron la torpe negativa de un grupo de profesores que paralizaban cual- quier acción favorable al cambio. En el mes de diciembre de 1947 un grupo de estudiantes —obstinados— decidieron hacer algo en señal de protesta. Baja- ron de la paredes las figuras de yeso blanco que colgaban por todas partes: cabezas de caballos y de ciudadanos pericleanos, esculturas neoclásicas, vasijas pseudo-clásicas, etc., y comenzaron a pintarles espejuelos, bigotes y barbas de múltiples colores, estableciendo así cuán fuera de lugar y de tiempo estaban. En ese momento Ricardo, Frank y yoarribamos a la escuela y tomamos con el grupo la decisión de llevar a cabo una quema de tres libros del Viñola (así se les llamaba) como símbolo de rebeldía. Llamamos a la prensa escrita y a la radio y vinieron rápidamente. Amarramos al bibliotecario con su cintu- rón a una silla, por petición de él mismo para proteger su permanencia en el trabajo, y procedimos a la quema, en un latón de basura, en forma organiza- da. Pero ya era después del mediodía y comenzaron a llegar los estudiantes que tenían clases por la tarde, armándose un gran desorden cuando entraron a la biblioteca a buscar el resto de los libros del Viñola (eran 36). La quema- zón, que empezó a un ritmo tranquilo y cadencioso de guaguancó, tomó rápi- damente un ritmo frenético de conga… el resto es historia. Lo ocurrido pudiera definirse como un bembé arquitectónico. El arquitecto Eduardo Luis Rodríguez lo definió acertadamente como: «un holocausto biblio- gráfico al servicio de la educación arquitectónica» 3 . De repente nos hicimos 36 Nicolás Quintana encuentro 3 Eduardo Luis Rodríguez: «Vindicación del Viñola y de su quema / Historia y ficción de un holo- causto bibliográfico al servicio de la educación arquitectónica», Cuban National Heritage, Revista Herencia, volumen 7, núm. 1, verano 2001, pp. 50-59.famosos. Yo caí preso durante 72 horas acusado de escándalo público, con la total aprobación de mi padre, que estaba indignado pues por poco quemo el edificio que él había diseñado. Mi retorno a la escuela fue el de un héroe pre- toriano liberado. El firme respaldo de dos profesores progresistas —Pedro Martínez Inclán y Aquiles Capablanca— nos salvó de una segura expulsión. Gropius vino a La Habana en abril de 1949 y se modernizó el plan de estu- dios. Cuando me gradué en febrero de 1951 la modernidad y la libertad crea- tiva reinaban en la escuela. Lo que ocurrió fue una evolución de la enseñanza, producto de una rebeldía no de una revolución… por eso se encontró una solu- ción creativa al problema. Al final, como se decía en buen criollo: « Todo quedó entre cubanos». Una tarde del mes de febrero de 1948 me encontraba yo en el salón de dibujo de la escuela tratando de encontrar respuesta al problema de crear con mi proyecto una arquitectura moderna pero de raíces cubanas. Quería alcanzar un «arte medular» capaz de llegar al «alma colectiva», que establecie- ra unos vínculos reales entre arquitectura y sociedad pero que a la misma vez se abriera al mundo compitiendo favorablemente debido a su excelencia. Después de diez días trabajando y durmiendo sobre mi mesa de dibujo en la escuela, sin ir a mi casa, no encontraba todavía solución a mi búsqueda. Los profesores, que en su mayoría no aceptaban el modernismo, no me ayuda- ban. Por lo tanto decidí seguir mis instintos y visitar la casa de un hombre sabio que vivía frente a la universidad: Fernando Ortiz. Bajé la escalinata, atra- vesé la calle L y toqué en su puerta para pedirle ayuda, y la recibí. Entré a las dos de la tarde y salí a las dos de la madrugada. De aquel día en adelante Ortiz fue mi mentor intelectual. Nos separaban 44 años de edad (yo tenía 23 y él 67) y nos unía un profundo amor a Cuba. Aquel día Ortiz no me enseñó cómo insertar la cubanía en la arquitectura moderna de mis proyectos. Comenzó por enseñarme que ésta es algo que se lleva dentro, en el alma, y que mi arquitectura la iría adquiriendo poco a poco, según yo fuera maduran- do mis sentimientos y enriqueciendo mis conocimientos. Desde aquel día del mes de febrero hasta doce años después, cuando salí al destierro el 8 de enero de 1960, los jueves de cada semana yo estaba invita- do a comer en casa de Ortiz. Fue un verdadero proceso formativo el poder asistir allí a conversaciones con personajes de la categoría de Igor Stravinsky y Rómulo Betancourt, o con otros representantes de diferentes afluentes de la cultura: pintores, escultores, músicos, antropólogos, etnólogos, historiadores, escritores, poetas, etc.; o escuchar discusiones entre personas tan disímiles como Juan Marinello, Jorge Mañach, Raúl Roa y Francisco Ichaso juntos, todos disfrutando una completa libertad de expresión y respeto mutuo. Don Fernando me enseñó a pensar —y en gran medida a sentir— utilizando su lema, que era: «Ciencia, Conciencia y Paciencia», tres elementos fundamentales en todo enfoque humano inteligente. En el año 1955 algunos arquitectos que ejercían la profesión en sus ofici- nas privadas —Eduardo Montoulieu, Mario Romañach, Jorge Mantilla y yo— fuimos llamados por el arquitecto Nicolás Arroyo para dirigir proyectos en la 37 Yo estaba allí encuentroNext >