< Previouscategórico: Si ese hipotético receptor de los poemas de Reina María Rodrí- guez no es amigo de los disparates, que busque otras voces —las hay—, que tome otros rumbos. El de ella es consciente de que somos, también estamos hechos, de algunos absurdos y contrasentidos. En ellos, existencialmente, deposita su escritura. En ellos fabrica sus versos, que vuelven a ser absurdos y contrasentidos, disparates más fuertes. Mucho de su encanto se produce cuando nos hace partícipes de una ontología —más real por virtual—, cuyo escepticismo presocrático insinúa los cotidianos temblores ante una taza de té o un suspiro, ante un gato que camina por el muro desdeñando el precipicio o una iluminaciónde Rimbaud. La voluntaria falta de jerarquía —a veces feroz— establece un cuerpo a tantear como lo más natural del mundo. Quizás de ahí se derive que ciertas manos hirsutas, francamente ateridas por el miedo, hayan sido incapaces de sostener ese cuerpo procaz, dueño de una procacidad que se presenta a plena sencillez, como sucede de un modo más sutil, más peligroso que en La gente de mi barrio, en Cuando una mujer no duermeo en el que me parece hasta ahora —hablo como conjunto— su más intenso cuaderno: Para un cordero blanco. «En la arena de Padua» —poema que sirve de título a su cuarto libro— alecciona mis inferencias. Allí en su cuerpo están las huellas a seguir. El diábo- lo reúne las tentaciones. La muchacha rompe su propia sintaxis, la rehace a su manera, la personaliza —es decir, la enmascara— como hace con todo lo demás. Pero es, claro, sobre la arena. Es efímera, debe exteriorizarse, volverse pública. La movediza observadora vuela sobre los juegos de la existencia, incluyendo la escritura del poema, y termina como el sol en Padua, hundién- dose en el horizonte de su tarde, en lo perdido que San Antonio ayuda a encontrar. La poética parece evidente. Ícaroasiste. La leyenda de sí misma está «en el juego de mirar». No puede hacer otra cosa. Reina María Rodríguez no ha hecho otra cosa nunca, en ninguno de sus cuerpos ha rebasado, ha querido rebasar el sentido lúdico, la extrañeza ante la velocidad. Por esas are- nas la escritura y la lectura —el vuelo — siempre al final se quema. Uno lo sien- te y siente. Ella así lo quiere y consigue. Otro indicio de los mejores se halla en «Ya no». Complementa el juego de la arena, —tan querido por el inocenteque siempre quiso ser Gastón Baquero— a sabiendas de que el poeta verdadero siempre lo es. El tópico latino de la pérdida —ubi sunthoraciano— modula sus voces. La enumeración asciende lentamente en cada negación, en cada zona dejada atrás, inalcanzable. Pero el pero solitario con que cierra la escala tiñe el sentido del cuerpo. El poema adquiere la otra , la que nadie podrá arreglar, recomponer. Al ligar el juego de la niña «En la arena de Padua» con la pérdida que rescata en «Ya no», entro a un laberinto que me proporciona entrar y salir como Teseo, sentirme más libre dentro de su pero, sin pretensiones de brújula o hilo. Y para entonces ya el escalofrío de su incertidumbre juega peligrosamente. Barrunto que a veces el desamparo convertido en poema ni siquiera logra cal- mar a la poetisa. Así lo experimento en el párrafo que monologa bajo el nom- bre, exacto, de «Páramos». Muy pocas voces fuertes en nuestra poesía han José Prats Sariol 38 encuentro homenaje a reina maría rodríguez39 logrado asir —desde Juan Clemente Zenea— el desamparo. Aquí el cuerpo del «Páramos» deja una marca indeleble. La aparente confesión de la forma diario —el 21 de febrero cumpliría 100 años AnaïsNin— hace que nos desin- teresemos de la autobiografía para involucrarnos en la imagen de la fragilidad ante las tinieblas de su espejo. «Páramos», en el performance de la confesión, dice al final lo que el pecado de una paráfrasis ensuciaría: «...es mejor cabalgar por el recuerdo de aquellas montañas, con el temor de haber estado allí, formando cosas de una luz ante- rior e irreversible, pero dudando, porque, ¿cómo podríamos medir desde la falsedad algo que no lo fuera?» El Pico Espejo venezolano, ascenso y descenso a la Mérida andina, fraile- jón de pétalos que al tacto se parecen a la lengua de los gatos, es el punto cul- minante de un viaje hacia la meditación enlazada a los rescoldos, a lo que le ha quedado en la memoria para establecer —base de la metáfora— las asocia- ciones. Enfatizo en mi reflexión. Este procedimiento constituye la manera más típica de Reina María Rodríguez. A veces nos cuesta mucho identificar al autor de un poema, muchas veces lanzamos dos o tres nombres antes de hallar el verdadero. Confieso: siempre que encuentro este artificio —¿cuál no lo es?— en un poema cubano pienso en ella. Lo tengo como su marca, tal vez seguidora de una similar intuición lograda por Emily Dickinson, en cuyos poemas —como recibí en los jardines de su puritana casa-museo en Amherst— se observa una profunda admiración y observación de la naturaleza. Y —otra analogía que las hermana— siempre con un lenguaje muy sencillo dentro de una sintaxis muy compleja. Argumento a través de otro poema: «Violet Island». El cuento de la rela- ción entre un hombre y su faro en la pequeña isla es el axis desde donde par- ten las asociaciones, lo que permite leer el texto íntegro como una suerte de encabalgamiento perpetuo, de metáfora superpuesta a nivel de la impresión general. Me explico. El guardafaros de Aspinwoll sirve de pie forzado. La construcción versal descansa sobre esa imagen-impresión. Y no hay azar, salvo el de estar allí. Hay elección. La poetisa opta —como Virginia Woolf en The Waves— para desbocar sus relaciones. La meditación toma entonces la forma desdoblamiento, se hace Fela. Amiga de las interacciones, la obsesión de la pérdida vuelve a sus eternas preguntas de dónde han ido, qué se han hecho. La imagen visionaria —tan William Blake y tan Novalis— se cubre de niebla en los versos finales. «Violet Island» podría ser la mejor ilustración de los tres sesgos donde he depositado mi intento de lectura. La conducción hacia las alucinaciones de las preguntas borra todo lo que ha visto. Siempre en los mejores poemas de Reina María Rodríguez hay una certeza de finitud, de arena movediza. Quiere borrarse. Quizás valga añadir un elemento que acabo de enunciar de pasada. Y que también responde al escepticismo filosófico. Las interacciones le fascinan. Debe ser propensa a los juegos interactivos que la cibernética nos ha propicia- do, a los cubos que pueden encajarse de diferentes maneras, a la cabalística y todo lo que signifique combinaciones. Ignoro cuál exagrama del I Ching suele En el barrio de Reina María encuentro homenaje a reina maría rodríguezaparecerle tras la delicada ceremonia con los tallos de milenrama, pero sé que disfruta —sapiencial y oracularmente— tanto del proceso como de los resul- tados. La prueba más elocuente está en su sintaxis. Otra —en verdad intem- poral— es la que arma bajo la picardía de burlarse de sí misma y de sus «expe- riencias» en ...te daré de comer como a los pájaros... Sus propios poemas anteriores son ensamblados bajo otra concomitancia, bajo una nueva vecindad que los transforma. La elipsis comienza la holografía, aunque no consiga un boleto de regreso a sí misma sino un pasadizo hacia las nuevas Reina María Rodríguez, hacia un cuerpo —ese sí, como la poesía— inefable. Los varios planos del relato-poema ensamblan, tras los concretistas brasileños y el Octavio Paz de Blanco, un aleatorio símbolo que intenta conjurar la sucesión lineal, la inevitable sucesión lineal de la vida y de la escritura. Suerte de exorcismo de estilo, la experimentación termina siendo una nueva costumbre, otra estación para alguna vez armar otra combinatoria. «Yo, una vez más, ensayo la posibilidad de renacer (de la posteridad ya no me inquieta nada)» —dice el final de ..te daré de comer como a los pájaros... Mejor no averiguo cuál yoensaya. Sería una indagación tan inútil como la que inicié en 1975 cuando La gente de mi barrio. Y mejor que así sea, más misterios. La única fracción queda en los renacimientos, por supuesto que ajenos a la tramposa bruja de la posteridad. Desde allí el cuerpo de cada poema de Reina María Rodríguez juega en su barrio conmigo, sonríe de mi lectura, parece recordarme que la arena nos borra. José Prats Sariol 40 encuentro homenaje a reina maría rodríguez41 L o primero que sorprende en PÁRAMOS ,de reina María Rodríguez, es su intensa experimentación, su apertura hacia nuevas zonas del conocimiento y de la sen- sibilidad dentro de la poesía cubana contemporánea. Si sus tres primeros libros, La gente de mi barrio(1976), Cuando una mujer no duerme (1980) y Para un cordero blanco (1984), son ubicables dentro de la poética conversacional, En la arena de Padua(1992) denunciaba ya cierto desplazamiento hacia una nueva poética. En la historia de la poesía cubana esto no es una nove- dad. Repárese en que poetas como Nicolás Guillén, Emilio Ballagas y Eugenio Florit transitaron por diferentes poéti- cas y distintas vertientes líricas. Asimismo, el cambio retó- rico, estilístico y cosmovisivo que se consolida en Páramos , ha acaecido también en otros poetas de su generación: en el Efraín Rodríguez de Conversación sombría(1991) y en el Ángel Escobar de Abuso de confianza(1992), los cuales han encontrado junto a los poetas —llamémosle de algún modo— posconversacionales, un espacio adecuado para el desarrollo de proyectos creadores más acordes con la expresión de una nueva sensibilidad, de una nueva cosmo- visión, lo que constituye el fenómeno literario más impor- tante de la poesía cubana desde 1959. Esto se explica por el agotamiento de la poética conversacional desde princi- pios de la década del 80 y el tránsito hacia otra concep- ción y práctica de la poesía, hacia una diferente cosmovi- sión estética e ideológica, que ya se sustenta en un corpus en la poesía actual, lo que amerita hablar incluso de un cambio de norma, de canonpoético. Ahora bien, no todos los poetas pueden renovar de una manera tan radical, tan profunda, su obra, como lo ha hecho Reina María Rodríguez. Sin embargo, los síntomas de este cambio, sus potencialidades, ya latían en su obra poética anterior, a la que ciertamente le otorgaban un matiz diferenciador —por su utilización de la imagen, por su mirada simbólica, por los vislumbres de una inédita sensibilidad. Ya en En la arena de Padua,junto a la intensi- ficación de estas características, aparecen cinco textos en encuentro homenaje a reina maría rodríguez Una nueva visión Jorge Luis Arcosprosa, como si la autora hubiera sentido la necesidad de traspasar un umbral, de rebasar un borde, para desenvolver en profundidad aquellas virtualidades. En Páramos, con excepción del primer poema, «Violet Island», el resto de los textos se adueña de esta nueva forma expresiva. Prosas poéticas escribieron José Manuel Poveda, Dulce María Loynaz, José Lezama Lima, Eliseo Diego, Fina García Marruz, pero las de Reina María Rodríguez están más cerca de las de Lezama y García Marruz. No son prosas impresionistas, ornamentales, esteticistas, sino que encarnan un discurso de alta tensión cognoscitiva dentro de un intenso pathosespiritual: son en el fondo severos ejercicios espirituales, acercándose, en este sentido, a una fun- ción metapoética semejante a algunos textos en prosa de Lezama. Acaso sólo otra poeta cubana, Juana Borrero, había desplegado, en la centelleante y ator- mentada prosa de su epistolario, una pasión semejante. Sin embargo, sólo el último de los cinco poemas aludidos de En la arena de Padua , «La detención del tiempo», posee la intensidad y el acendramiento intelectual de los que conforman Páramos. Pero antes de referirme a estos textos, quiero detenerme en el poema «Violet Island», que preside el libro, y que fuera publicado en 1991 en la revis- ta Unión. Recuerdo la fuerte impresión que me causó entonces su lectura, no sólo porque me revelaba una Reina María Rodríguez desconocida, sino sobre todo porque ese poema se insertaba dentro de un universo de fabulación, dentro de un orbe simbólico, sólo semejante a los que conforman la intensa geografía visionaria, los paisajes simbólicos de Raúl Hernández Novás. Además de la creación de un auténtico paisaje simbólico, lo que sobresale en este poema es la agónica búsqueda de trascendencia desde una aparente medianía o una fecundante marginalidad. Se despliega la quietud, la intensi- dad de la contemplación como encarnación de una espera creadora. «Más si nada se busca, la ofrenda será imprevisible, ilimitada», advierte María Zambra- no desde las iluminaciones de sus Claros del bosque . Pero, ¿qué es lo que se espera?: «otra luz reflexiva, que cruza hacia adentro», responde la voz poética desde un estado de sabiduría al que se ha arribado como término de una dolorosa experiencia. En la segunda parte del poema la fábula se traslada del guardafaros de Aspinwoll a la hablante poemática, quien también aguarda «aquella luz espiritual que era su alma», quien elige «la vida sólo por el placer de morir» —en importante tábula rasa—, y clama por «lo no tocado», por «la otra voz», por «ese otro», pero desde una cierta sensación de imposibilidad. En su tercera parte, el sujeto lírico habla desde la otra zona, desde la viven- cia de la iluminación interior, de la experiencia trascendental —que, por cier- to, no es nada consoladora—, a partir de la pérdida o confusión de su identi- dad personal. En la cuarta y última parte del poema predomina el principio de incertidumbre. Concluye así el texto: «¿pero en dónde está el puerto? / ¿y los barcos? / ¿y el faro? / ¿y los hombros de los marineros convidándote a otros puertos oscuros?». Ese principio de incertidumbre que es una constante cosmovisiva —como el de la pérdida de identidad— de la nueva poesía cuba- na, y que recorrerá todo el libro. Jorge Luis Arcos 42 encuentro homenaje a reina maría rodríguez43 En el primer texto de la serie de poemas en prosa, «Páramos», retorna el tema de la pérdida de una luz interior, «los signos inteligentes de la crea- ción», precisa. Hay una sabiduría de la pérdida, del despojamiento, como vía para acceder a la visión. La frase «las cruces de ceniza con los labios resecos, páramos», recuerda acaso que «en lo seco, arde el espíritu». La búsqueda de una espiritualidad, de una trascendencia, es sugerida por la pregunta, como incidental, «y Cristo, ¿resucitará?», o por la incertidumbre de que «hay cierta- mente lo inexpresable, lo que se muestra a sí mismo, esto es lo místico». Inmediatamente el discurso se concentra en la imposibilidad de la comunica- ción de la experiencia trascendente, de la vivencia interior. Se tiene la convic- ción de que existe un más, un exceso inabarcable: «Algo más que es más que dios, más que la conciencia de dios», «porque hay más que dios, hay acto», acto que alude a la vivencia irrepetible e incomunicable, pero también a la escritura, al acto creador, a la plenitud del verbo, sendas instancias que la poeta persigue unir en su obra. Esta inmanencia de lo trascendente será una característica central de su cosmovisión. En general, tanto en este texto como en los siguientes, se asistirá a una indiscernible confusión entre la realidad exterior e interior, a través de la simultaneidad de sus flujos de conciencia, de sus visiones, y la poderosa presencia de la realidad inmediata. A partir del siguiente poema, Ídolo del crepúsculo, aparece otra constante, otra obsesión de profundo linaje filosófico: la búsqueda del ser en oposición a la existencia —y puede hablarse en la poesía cubana actual de una poesía del ser en oposición a una poesía de la existencia, típica esta última de una gran zona de la poesía conversacional. Frente a la corrupción del cuerpo perecedero, frente a la corrosión del paso del tiempo, la poeta afirma, rebelándose: «mi ser no es este». Abundan en el poema sobrepasamientos como el siguiente: «no vivir, no vivir entraña la vida (la vida que se vive perece y se escapa), no amar, no amar extraña del amor... no pensar, no pensar entraña un pensamiento», que alude de nuevo a cierta actitud mística, a cierto quietismo espiritual como medio de acceso a la experiencia trascendente. Esta actitud, esta suerte de sabi- duría, me recuerdan dos personajes femeninos: la Lisaveta de Las criaturas saturnianas, de Sender, y la Celestina de Terra nostra, de Fuentes. En el poema «Tutaouille ziguedau» aparece el misterio de la participación: «yo soy tú», dentro de la preocupación ontológica por el ser, y el tema de la identidad. Pero el misterio de la participación se confunde con el misterio del verbo creador, y reaparece el tema de la imposibilidad de la comunicación de una vivencia, del traslado de una vivencia a la palabra, de la encarnación de la vivencia en escritura: «¿se podría recordar lo vivido y no su representación? Con lo vivido está el olvido». Y aparece también entonces el tópico de la memoria creadora, tema central del pensamiento poético. Ya había advertido que la vocación metapoética será esencial en este libro. En «Luz acuosa» se despliega otro de los tópicos más característicos de una extensa zona de la poe- sía actual: el tópico del viaje: viaje interior, viaje de la imaginación, viaje simbó- lico, en este caso a través de la analogía entre el cuarto y «el barco anclado de mi cuarto», o a través de la relación cuerpo-lengua-pluma, lo que conduce a Una nueva visión encuentro homenaje a reina maría rodríguezotras relaciones: días-páginas, libro-vida, mujer-libro, todas imágenes de la encarnación, porque en este libro sus textos revelarán profundas e intensas reflexiones y vivencias del misterio del ser y del no-ser, de la identidad, del desdoblamiento; el tópico de la encarnación, las imágenes carnales: muslos- palabras, bocas-palabras, ojos-palabras, por ejemplo; y también aparece el deseo de ocultamiento, de existencia clandestina: «quiero no ser entre las mieses y a pleno sol», texto donde escribe uno de sus pensamientos más esen- ciales, una de las claves de su poética: «un extrañamiento de estar tan alejado de las cosas, sufriéndolas»; o cierta desconfianza de la literatura, al considerar y asumir la poesía como menester de conocimiento —de ahí la encarna- ción—; y siempre, presidiéndolo todo, el afán de trascendencia en acto, en la inmanencia, ya sea en el ritual de lo intrascendente —como en el poema «octavo escalón»—, o en el texto, metapoético por excelencia, «ski sauvage», donde confiesa: «tanto hemos sufrido de querer abrir la línea límite del obje- to, del sentimiento, de la palabra, el borde», pensamiento que sintetiza la alta tensión intelectual que emana este libro, su propia escritura, rara muestra de auténtica poesía. Con Páramos, Reina María Rodríguez ha alcanzado un estado de gracia, de dolorosa iluminación poética poco frecuente, que dota a la poesía cubana de una intensidad y una riqueza inapreciables. Jorge Luis Arcos 44 encuentro homenaje a reina maría rodríguez45 1.algunas de las más lúcidas prospecciones acerca del futuro político de Cuba tienden a construir los posibles escenarios a partir de las combinaciones previsibles de comportamiento de los actores, dejando en segundo plano el contexto político, económico y social. Tal es el caso de Josep M. Colomer en su ensayo «Después de Fidel, ¿qué?», publicado hace algún tiempo en Encuentro (N°8- 9): «Mi hipótesis básica es que los cambios constituciona- les suelen depender más de las decisiones estratégicas de los actores, según su fuerza relativa y sus expectativas de futuro, que de experiencias históricas anteriores del país, el ambiente constitucional internacional, la moderniza- ción económica y social o cualquier otro factor ‘estructu- ral’ previamente establecido». Josep M. Colomer se apoya para su propuesta en el modelo español de transición a la democracia desde arri- ba, el cual vendría a nuestro juicio a probar justamente lo contrario. La centralidad del juego de los actores para el análisis, en función de sus recursos disponibles y de sus expectativas, es algo que nadie discute. No obstante, con- viene tomar en consideración que esos actores se han con- figurado en el curso de un proceso histórico, reciben del mismo tanto los recursos disponibles para la acción como los factores condicionantes y, por último, otro tanto cabe decir de sus expectativas y los eventuales riesgos que recaen sobre la materialización de las mismas. Un ejemplo: en la transición española, el comporta- miento del protagonista principal, el rey Juan Carlos I, estuvo condicionado por factores perfectamente identifica- bles en el régimen anterior. De entrada, tuvo que jurar los Principios del Movimiento solemnemente ante el general encuentro Cuba: La agonía de un totalitarismo1 Antonio Elorza 1 Ponencia presentada en el seminario «Cuba ante el siglo xxi», organi- zado por la Universidad de Georgetown y celebrado en Puerto Rico, el 3 de abril de 2003.Franco en 1969 como condición inexcusable para convertirse en sucesor suyo. Conocía al mismo tiempo, por la experiencia catastrófica de su cuñado Cons- tantino de Grecia, y por el trato vigilante, cargado de desconfianza que reci- bía, los escasos alicientes que acompañaban a una eventual aceptación por su parte del papel de rey-títere en manos de franquistas y militares. El contexto internacional también intervino en el mismo sentido. Acababan de caer las dictaduras de Portugal y de Grecia, con lo cual España quedaba aislada en una Europa democrática, y la fuerza política norteamericana aliada tradicio- nalmente con el franquismo, el Partido Republicano de Nixon, se encontraba sumido en una crisis que pronto hizo posible la presidencia de Jimmy Carter. De este modo, aun cuando jugara un papel no desdeñable, la posición asumi- da por Juan Carlos, basada en un rechazo profundo de la política dictatorial de su predecesor, y del papel que le era asignado en la misma, las cartas para su juego le fueron repartidas desde ese marco político, tanto exterior como interno, que hemos mencionado. Consecuentemente, cabe admitir, a la hora de determinar las líneas de actuación de éste como de otros actores principa- les en la transición española, que cuentan decisivamente los aludidos factores «estructurales», entre los cuales, last but not least, hay que resaltar la ausencia de recambio para cualquier forma de continuismo franquista. Este último resulta esencial para entender la forma que asumió la transi- ción española. El escenario continuista tenía dos puntos débiles. El primero, evidente, que Franco, lo mismo que Fidel, era mortal; su único defecto políti- co, en opinión de su más próximo colaborador, Carrero Blanco. El segundo, la naturaleza del régimen que presidía, y que según veremos, poco tiene que ver con la caracterización clásica de Juan J. Linz en cuanto «régimen autorita- rio». Como bien advierte Linz, el régimen autoritario implica la existencia de un pluralismo limitado, el cual, en los casos del primexicano o del nasseris- mo egipcio, proporciona los recursos para su autorreproducción por encima de la muerte o el cese del titular del poder. Por su parte, Franco centró su voluntad punitiva sobre la oposición democrática, incluidos socialistas y comunistas, pero tampoco permitió la organización de los sectores más diná- micos de su régimen, los cuales desde los años 60 habían percibido la exigen- cia de poner en pie un orden autoritario capaz de garantizar la persistencia de sus posiciones de poder más allá de la muerte del dictador. A pesar de ello, con la llegada a la presidencia del gobierno del almirante Carrero Blanco, pareció consolidarse una hábil estrategia continuista, cuya pieza clave consis- tía en asignar la jefatura nominal del Estado a Juan Carlos, quien resultaría «quemado» al encabezar simbólicamente tanto las instituciones del franquis- mo como la inevitable fase de represión que hubiera seguido a la muerte del dictador para mantenerlas. Claro que una vez asesinado Carrero, esa perspec- tiva cayó por tierra, fragmentándose ante el consiguiente vacío las estrategias de los grupos y de las personalidades franquistas, generándose un poblado haz de estrategias de supervivencia política individual, lo cual acabaría consti- tuyendo un recurso importante en manos de Juan Carlos para desmantelar el régimen desde su propio interior. Antonio Elorza 46 encuentro47 Así y todo, no fue fácil vencer en 1976 el obstáculo institucional que Fran- co había dispuesto frente a cualquier veleidad democrática del príncipe: el Consejo del Reino, al cual correspondía presentar al jefe del Estado la terna de posibles presidentes del gobierno. Por otra parte, el modelo proyectado por Colomer desde España sobre Cuba, apuntando a la reforma por medios legales desde el propio «régimen autoritario» ignora un hecho esencial: en Cuba no existe la variable independiente que representó en España la actua- ción de Juan Carlos, determinada por el complejo de causas a que antes hici- mos referencia. Además, podríamos añadir con humor negro, etano ha vola- do el automóvil de Raúl. Dentro de esas características específicas del franquismo, que paradójica- mente contribuyeron a su fin, tampoco cabe olvidar el lugar del Ejército, «columna vertebral del régimen» por un lado, y por otro convenientemente fraccionado en su organización por el propio Franco de manera que nunca pudiese definir una estrategia autónoma frente a su jefatura. La historia cuen- ta aquí y mucho: Franco tuvo siempre a la vista lo sucedido con el dictador de los años 20, general Primo de Rivera, sometido al poder de sus generales y finalmente expulsado por ellos. La pluralidad orgánica, y por consiguiente, de centros de decisión en las fuerzas armadas, sometida al mando supremo de Franco, fue heredada por Juan Carlos como rey, y jugó un papel decisivo, pri- mero para impedir la designación de un interlocutor legitimado para mani- festar al monarca la oposición a la reforma democrática, en particular a la legalización del partido comunista y a la concesión de las autonomías, y segundo, a la hora de bloquear la convergencia efectiva de las distintas líneas golpistas que intervienen en el 23-F. Los datos estructurales de la economía española, tal y como ésta se confi- gura desde los años 60, desempeñaron asimismo un papel muy favorable al cambio. El miedo a la lucha de clases, heredado de la guerra civil, había cedi- do paso entre los capitalistas españoles a una conciencia muy clara de que su prosperidad estaba ligada a la economía europea, y a la impresión bien funda- da de que sólo mediante la democracia ese vínculo podía traducirse en una adhesión efectiva. Ningún sector de la economía española era ajeno a ese pro- ceso de integración. Desde 1960, los trabajadores habían experimentado una verdadera revolución en sus ingresos, participación en el piby formas de vida, lo cual sirvió de base al hecho de que la fuerza política más importante de la izquierda, el pce, y con él Comisiones Obreras, olvidasen el lenguaje revolu- cionario para convertirse en factor decisivo de estabilidad económica y políti- ca en la transición. A su vez, los grupos económicos de mayores peso y dina- mismo miraban el futuro de manera optimista y estaban en condiciones, a pesar de su escaso gusto por la democracia, de propiciar el imprescindible consenso. Por añadidura, el recuerdo de la guerra civil no actuaba ya, a cuarenta años de distancia, como acicate para generar tensiones y odios, sino como espectro benéfico, en la medida que interpelaba a todos los españoles para que en ningún caso 1936 volviera a producirse. En los años 70, Franco era el Cuba: La agonía de un totalitarismo encuentroNext >