< Previousg.p.f. Y eso no te molesta. r.g.e.No. g.p.f. No te parece un acto de complicidad con el régimen. r.g.e.No, es una complicidad con la cultura. No todos los que están con el régimen son adeptos al régimen. La cosa no es tan clara. Yo comprendo por qué algunos se han quedado en Cuba, yo puedo comprender hasta la abyección. Yo no llevo la pureza hasta ese punto. Para mí la contaminación es más importante que la pureza. Si se me publica en Cuba, me leen en Cuba. Yo sé que los jóvenes me leen en Cuba, y más ahora que me mandan correos electrónicos. En el mismo número de Casa de las Américas donde sale un artículo mío sobre Canaima, sale un discurso de Fidel Castro. g.p.f. Tú ves, a mí eso sí me molestaría mucho. r.g.e. A mí no. El problema no es mío; el problema es de él. El problema es que yo esté ahí, a pesar de que estoy acá, a pesar de las opiniones que tengo, que nunca las he ocultado, y de las posiciones que he adoptado. Yo estoy en favor del diálogo, de esa palabra que en Miami tuvo resonancias tan negativas, siempre y cuando se pueda dialogar, siempre y cuando no sea un monólogo, siempre y cuando no se nos impongan límites. Yo prefie- ro hacer eso a practicar una autocensura que a la larga es estéril. Tú debe- rías publicar en Cuba. g.p.f. No publico por la misma razón que no voy. r.g.e.Ahí cometes un error, que te respeto, yo entiendo el porqué, pero sigo creyendo que la contaminación es preferible a la pureza. Yo he tenido impac- to en Cuba, en la gente que me lee, y eso deja algo. Yo he logrado en ese sen- tido imponerme. Si me hubiese abstenido de hacerlo, hubiera sido una equi- vocación. Yo estoy en favor de la cultura cubana. La cultura cubana es más importante que todos nosotros, y está también en las revistas de Cuba. Yo creo que puedo hacer una contribución positiva en la medida de mi talento y esfuerzo siendo una presencia, porque si no, es más fácil borrarte, como me han borrado antes. El otro día me llegó un e-mail totalmente conmovedor. Me escribió un historiador cubano que está haciendo un estudio sobre la influencia de Cuba en Yucatán en el siglo xix—en The Pride of Havanahablo de cómo los cubanos que salieron de las guerras de independencia fueron a Yucatán y llevaron el béisbol a México— y este historiador me dijo: «Hay un señor aquí al que le interesa tanto su libro que va diariamente a la Biblioteca Nacional a copiarlo a mano». O sea, que este señor se está haciendo con un ejemplar de The Pride of Havana copiándolo todos los días a mano. Me partió el alma. De esa manera uno tiene impacto, sabes que ése es un libro muy crí- tico del régimen, pero ahí está en la biblioteca y este hombre va y lo copia, como un copista medieval, página por página. Si nada más fuera por ese único lector, ha valido la pena haber escrito ese libro, y todos los demás. Gustavo Pérez Firmat 28 encuentro homenaje a roberto gonzález echevarría29 A l fundar el whitney humanities center hace veintiún años, el entonces presidente Bart Giamatti se proponía iniciar algo diferente en Yale. «Debería ser uno de los sitios en Yale donde la labor radicalmente humana de utilizar la mente avanzara más allá de los lími- tes definidos por la metodología, las tradiciones o las capa- cidades de los individuos o los departamentos». Esta labor radicalmente humana de utilizar la mente, para repetir la hermosa definición de Giamatti, se realiza principalmente en una considerable soledad —todos conocemos la sole- dad del oficio de escribir—, pero también requiere lo que tenemos hoy aquí: el encuentro físico con los otros para realizar juntos esas otras actividades también radicalmente humanas: hablar, abrazarnos, comer, hablar, hablar, hablar, hablar. La repetición del verbo hablar no es un error, es la descripción de lo que ocurre cuando hay al menos un cubano en el grupo. Al hablar con Roberto hace unos días, hizo algo a lo que ya estamos acostumbrados, definir claramente qué es lo que tenemos que hacer en cada ocasión: «Oye, chica…». O tal vez fue: «María Rrrrosa…, tú vas a hablar en inglés y muy poco… y yo voy a hablar en español y mucho más…». Esto no es sólo un robertismo, también refleja el temor a la Fide- litis, o sea, que cualquier cubano que agarre un micrófono ante un público a las 9:30 de la mañana va a empezar a hablar en español sin parar hasta el almuerzo. En la cena de anoche tuve una pequeña revelación. John Gadis, el eminente especialista en Guerra Fría de Yale, y su mujer, Toni Dorfman, distinguida autora y direc- tora de teatro, me habían invitado a cenar con su antigua amiga Elzbieta Sklodowska. Cuando Toni le preguntó si encuentro homenaje a roberto gonzález echevarría Un humanista ejemplar 1 María Rosa Menocal 1 Resumen de las palabras de bienvenida al Simposio sobre Literatura Cubana «Cuba–100 Years of Independence, a Century of Literature», celebrado en Yale del 4 al 5 de octubre de 2002.era su primera visita a Yale, ella dijo que no, y a continuación le describió su primera experiencia aquí. «Yo era una simple estudiante universitaria, con dos largas trenzas, llegada de Polonia, y no conocía a nadie, pero tenía una carta de presentación de mi profesor, que le entregué a Roberto. Y este gran e importante profesor me acogió, me llevó a la biblioteca y me abrió todas las puertas, a mí, que no era nadie». A medida que la escuchaba, me daba cuenta de que probablemente casi todas las personas que nos hemos reunido hoy aquí podríamos contar una historia similar. Que el lazo real que nos une es Roberto; que la razón por la que estamos aquí, por la que esta conferencia existe, incluso la razón de que el estudio de esta rama de la literatura exista a este nivel académico, tan sofisticado y canónico; todo esto se lo debemos a Roberto, y que mi verdadera función aquí hoy no es realmente presentarlo, sino reconocer esto públicamente. La verdad es que hoy estoy aquí en Yale por esa misma enorme generosidad que se refleja en la historia de Elzbieta, que es sólo una entre las mil y una que podrían contarse. Que su generosidad y bondad, en igual medida intelectual y personal, son el lazo que nos une. En aquel discurso de Giamatti de hace veintiún años, él citaba a Quintiliano sobre lo que constituye el humanista ejemplar: «Un hombre bueno con el don de la palabra. Pero ante todo debe poseer aquella cualidad que Cato coloca en primer lugar y que es, dentro de la naturaleza de las cosas, aquella de la mayor importancia, es decir, debe ser un buen hombre». Cuando llegué al campus de Yale por primera vez, en febrero de 1986, Roberto me había invitado a dar una conferencia sobre filología medieval y llegué en tren desde Filadelfia, advirtiéndole muy claramente que tenía que regresar esa misma noche porque aún estaba amamantando a mi bebé de cua- tro meses. Terminada la conferencia, Roberto me llevó a la cena tradicional en Mory’s, y a partir de ahí comenzó la pesadilla típica de New Heaven para conseguir un taxi. Pese a que habíamos solicitado uno por teléfono, y más de una vez, ninguno llegaba, y a medida que los minutos pasaban y se acercaba el momento de tomar mi último tren para Filadelfia, Roberto se iba poniendo más y más frenético, ya que no había traído su propio automóvil. Allí estába- mos en medio de la calle York, y Roberto bastante más frenético que yo, pues creo que pensaba que una mujer en proceso de amamantar a la que se le pasaba su hora podía explotar de alguna manera terrible que él nunca había visto ni quería imaginar. Entonces, en el último minuto posible para alcanzar el tren, vimos llegar a un taxi, pero… «Ay, coño, no, me cago en su madre…». Vimos que ya había un pasajero dentro de él… y que no venía a recogerme a mí. Así que Roberto hizo lo que solamente Roberto haría, se paró en el medio de la calle de modo que el taxi tenía que parar o atropellarlo. Y realmente parecía que iba a pasarle por encima. Una parte de mí se quedó de piedra contemplando esta escena sin tener ninguna idea de cómo iba a terminar, medio paralizada de temor… ¿Quién era este hombre tan loco? Llegué a mi tren, mis pechos no explotaron, mi bebé pudo cenar, y ahora soy la directora del Whitney Humanities Center. Realmente, la mejor parte de esta historia es que a la mañana siguiente Roberto me llamó a Pennsilvania para disculparse María Rosa Menocal 30 encuentro homenaje a roberto gonzález echevarría31 por su lenguaje durante esos últimos momentos de histeria frente al Mory’s —¡como si una muchacha cubana de buena familia nunca hubiera escuchado antes la palabra «coño»! ¡Seguro! Roberto es, por supuesto, aquel hombre tan loco, y lo que es sorprendente es que se habría tirado delante del taxi en el medio de la calle por cualquier otra persona. Misteriosamente, él es la personificación de la descripción de Quintiliano de un humanista: «Aquel que pone en conexión su vida pública y privada a través de un acto retórico que resulta eficiente porque ante todo es sabio; efectivo, porque ante todo es ético». Al final de su charla sobre lo que este centro debería ser, Giamatti afirmó: «En aquella visión antigua del ser cívico, tan actual, el lenguaje es el lazo que une las inquietudes morales priva- das con una vida cívica equilibrada. Humanista es cualquiera que sea capaz de comprender ese lazo y de luchar en todo momento para fortalecer su sentido para nuestro bien común». Bart Giamatti en su cielo nos sonríe hoy —en parte porque estamos fuera de temporada de béisbol—, pero esta mañana, especialmente, al contemplar el bien común creado aquí por ese humanista ejemplar que es Roberto González Echevarría. Un humanista ejemplar encuentro homenaje a roberto gonzález echevarría Alliens, A/L, 140 x 180 cm., 1999.H ace unos veinticinco años que entré en el aula del profesor Roberto González Echevarría, recién de vuelta a Yale University de su breve estancia en Cornell, catedrático ya, y tan joven en ese entonces, que daba pie no a rumores sino a leyendas. Fácilmente, hubiera podido perderme la noticia de su llegada, ya que había poco con- tacto en la época entre su Facultad de Letras Hispánicas y el programa de Literatura Comparada donde estudiaba yo, y precisamente por la falta del vínculo, que pronto iba a ser el mismo Roberto. Pero los compañeros que me explicaban los textos en una clase de don Gustavo Correa, amigos que me corregían el castellano entrecortado, que me apoyaban cuando no me llevaban a cuestas, me decían también, «viene Roberto, viene Roberto, toma el curso, no tengas miedo». Éramos chicos, ya son grandes: Hugo Rodríguez Vecchini, que en paz descanse, el poeta Manuel Ulacia (también muerto ya), Aníbal González Pérez, Flora González, Julia Kushigian y ese grupo de colonialistas, Margarita Zamora, Kathleen Ross, Fred Luciani y Karen Stolley, que se formó en otro seminario de Roberto. El primer día de clase, en un seminario dedicado a la novela cubana, Roberto dio una ponencia magistral, donde nos explicó por qué la historia literaria de Cuba podía representar, a modo de sinécdoque, la de América Latina en su totalidad. Terminó el discurso diciendo, «además, da la casualidad de que soy cubano». Mientras nosotros, abrumados, apuntábamos concienzudamente «s-o-y c-u-b-a-n-o» en los cuadernos, nos lo subrayó Rober- to con una gran carcajada. Tanto conocimiento erudito e iluminador, y sin embargo, tal manera de invertirlo todo en una sola frase, para que viviéramos, por un momento siquiera, lo que pensábamos meramente estudiar. Por lo tanto, en sus clases nos dimos cuenta, de veras, de lo que significa «podemos empezar». Y empecé, unos pocos años después, a cargo del pri- mer seminario mío en Vassar College. Me pidieron que 32 encuentro homenaje a roberto gonzález echevarría Aulas y alas Andrew Bush33 enseñara un curso de poesía moderna latinoamericana, y allí me tenían, explicándole a los alumnos que podríamos reducir el ámbito de nuestras investigaciones, a modo de sinécdoque, a la poesía de Cuba. La coincidencia, por así decirlo, merecía otra carcajada —aunque les juro que no saqué de mis apuntes eso de «soy cubano»—. Pero, por otra parte, al repetir el seminario de Roberto sobre la novela cubana, transformándolo en lo mío, en curso de poesía, comencé la lectura concentrada de Heredia, Gómez de Avellaneda, Martí…, que daría lugar tantos años más tarde a un libro sobre, bueno, esta vez no sólo la poesía cubana, sino la de América Latina. Pero en ese libro no escribí sobre Martí, nombre que es sinónimo del «soy cubano» de Roberto. Eso se explica: quise dedicarme al largo período entre Sor Juana y Darío, oculto tras la sombra del modernismo. Pero ahora, en el momento de este homenaje, descubro otro motivo: la ansiedad de la influen- cia. Salí de Yale y de la tutela inmediata de Roberto en 1983. También salió en ese año su libro, Isla a su vuelo fugitiva, donde leí, al preparar mi seminario, su ensayo «Martí y su ‘Amor de ciudad grande’: Notas hacia la poética de Versos libres ». Ahora bien, el verdadero homenaje a Roberto, según lo que se apren- día en los seminarios de él, no puede ser el aplauso merecido, sino el diálogo crítico. Así que ya es hora de volver a la lectura de esas «Notas», que han sido el punto de partida no sólo del seminario del principiante, sino del libro mío (maduro, espero). Creo que, por fin, puedo empezar. Decir «notas» corresponde a las obligaciones retóricas de la modestia: en efecto, se trata de un ensayo intensamente elaborado. Pero, por otro lado, ya no el de la retórica, sino de la poética, que es su tema, hablar de la moderni- dad de Martí bajo la rúbrica de «notas», es llamar la atención, desde el mismo título del ensayo, a lo que va a ser su conclusión: la deliberada «incompletez» (Roberto cita aquí a Lezama) de los Versos libres, no tanto estilística, sino argu- mental. Roberto traza un movimiento diálectico en «Amor de ciudad grande» entre los polos de la contracción y la expansión (tanto en el ritmo como en las imágenes), que corresponde a otra diálectica mayor —la que define la poética moderna— que es un movimiento «entre el vacío del lenguaje y la producción del poema». Lo que no encuentra Roberto en «Amor de ciudad grande», ni en los Versos libres en general, ni en la modernidad poética allí esbozada, es la síntesis hegeliana que resuelva la disyuntiva. Ya que Roberto hace una comparación rápida entre Martí y Nietzsche, se podría desprender también esta nota poshegeliana común a los dos, que resulta profética de la posmodernidad por lo que sugiere del fin de la historia y comienzo de la geo- grafia, como discurso predominante. «De esa base diálectica», escribe Roberto en su conclusión, «surge el poema, en ella se constituye, sin acceder nunca ni a un polo ni a otro, sino manteniéndose equidistante de ambos». (En el término «equidistante» subra- yo lo que acabo de llamar el discurso geográfico). No hay resolución, pero sí reunión en este mediopoético, según Roberto, en el comentario de la imagen del «soto selvoso,» donde escucha ecos de la alegoría medieval de la «selva sel- vaggia » de Dante: Aulas y alas encuentro homenaje a roberto gonzález echevarríaMientras que en la Commediael poeta-peregrino es asediado en un paisaje selváti- co por fieras que (en las interpretaciones tradicionales) representan las pasiones, Martí ha mudado la escena a la ciudad, convirtiéndola no en el mundo excesiva- mente ordenado de Blake, sino en un mundo desordenado en que el deseo con- funde los lenguajes y rige el espíritu —la ciudad es selva—. La confusión de ámbitos, el pastoril y el urbano, reúnelos dos polos de la dialéctica antes vista, los confunde; el mundo edénico anterior a la caída y el mundo urbano postedénico. La elección no es entre uno y otro, sino entre ese lenguaje babélico que los con- funde y otro que está más allá de ambos. La «ventura» consistirá en la integración que se logre, una vez consignada la naturaleza discorde de estos «tiempos». En la geografía moderna, la ciudad grande —tropo de la poesía moderna, y también lugar centralizador político-económico de la industria editorial— se llama Babel, «confusión». Ya lo sabía Kafka, al escribir en «El blasón de la ciudad», que al mismo tiempo que los conflictos sin resolver en torno a la torre impedían su construcción, sí se construyó una ciudad para los obreros confundidos, y seguían embelleciéndola sin cesar. La torre de Babel es, a lo hebreo, otra versión de lo que Roberto lee, a lo greco-latino, en «Mis versos», prólogo en prosa de Martí a los Versos libres, como mito solar a dos tiempos, Faetón-Ícaro, subida agresiva-caída decepcionada, o sea, otra vez, expansión-contracción. Pero noto que al nombrar la ciudad grande «babel/confusión», introduce Roberto lo que pudiera ser un tropo-maestro (pienso ahora en lo que significa La voz de los maestros, 1985, otro título de Rober- to de esa época de su producción crítica) de lo latinoamericano, tropo discursivo donde se usa normalmente otro racial, que es, claro, mestizaje, tropo que ya se encuentra, por ejemplo, en la voz de la maestra: «Bien conmuchas armas fundo / que lidia vuestra arrogancia, / pues en promesa e instancia / juntáisDiablo, carne y mundo» (Sor Juana, «Hombres necios que acusáis…», énfasis mío). La lidia interminable con la ciudad grande («Estos conflictos no se acaba- ban jamás», dice Kafka), se manifiesta en la diálectica sin síntesis de la poesía moderna, según Roberto. Sin embargo, él nota una integración posible. Es extra-urbana y extra-poética: se trata de la entrega de Martí a la liberación revo- lucionaria. «La poética de Versos libres se resuelve en Dos Ríos», declara Roberto, «donde Martí, con su elocuente muerte, da sentido y trascendencia última a su vida y obra». Sigue, y el comentario es también elocuente: «No ver la relación que existe entre la muerte —y la vida— de Martí y su poética es cegarse a lo más revolucionario de ésta; Martí es el único poeta moderno en que se da la integra- ción necesaria para la ventura de que hablaba Coleridge». Pero no ver la rela- ción entre la muerte y la otra vida, la vida más allá de la muerte, es cegarse a la teoría de la hipertelia de Lezama que fundamenta tanto la apertura de Roberto a una integración extra-poética de la poesía de la confusión, como a la valoriza- ción de la palabra, y no sólo de los actos, de Dos Ríos, realizada en los últimos diarios de Martí, sus mejores poemas, según el mismo Lezama. Ver más allá de la imagen textual «de un guerrero que va camino al cielo, y al envainar [la espada] en el Sol, se rompe en alas» (Martí, «Mis versos»), la Andrew Bush 34 encuentro homenaje a roberto gonzález echevarría35 metamorfosis de Faetón en Ícaro, o sea el Licario, u oír más allá del «soto sel- voso» de Martí el Inferno, sino Paradiso, no es ser ni sordo ni ciego. Es, más bien, practicar el gesto iniciático de la poesía moderna («Al comentar un poema moderno, si somos fieles a él, no podemos sino esbozar el mismo gesto», escribe Roberto entre sus notas), que es, faetónicamente, el de suble- varse contra las fuentes de la inspiración. «Toda poesía surge», dice Roberto entre sus palabras introductorias, «de un silencio y una negación: la de la poe- sía que la precede, el de un lenguaje que no adquiere sustancia poética sino en el acto de su propia constitución» (compárense las palabras ya citadas de su conclusión: «De esa base dialéctica surge el poema…»). En cuanto a la negación, se puede precisar más. La forma exacta de la negación que consiste en suprimir un antecedente próximo bajo la cubierta de una referencia lejana —recordar a Dante en vez de a Lezama— se llama metalepsis en el sistema teórico elabora- do por Harold Bloom; lo cual me lleva al segundo punto: ya estamos de vuelta en el ambiente de Yale adonde volvió Roberto en los años 70. Alguna vez he escrito sobre el impacto de Bloom en La ruta de Sarduy (1987), de Roberto, sin dejar de apuntar el aporte original de éste, que tenía que ver con los recursos retóricos del barroco y neo-barroco hispánicos, recur- sos ajenos al ámbito literario (el Romanticismo inglés y norteamericano) en el que se forjó la teoría de la ansiedad de la influencia. Aquí, en este ensayo ante- rior a la monografía sobre Sarduy, Roberto dialoga con el concepto de la modernidad de Paul de Man, representante de lo que se llamaba en la época, the «The Yale School»: considera y rechaza, sobre todo, me imagino, porque la ahistoricidad militante de De Man no permitiría la integración extra-poética de Martí en el campo de la política y de la batalla. Al apartarse de la deconstruc- ción de De Man, Roberto se iba acercando a Bloom sin nombrarlo todavía: no sólo en el concepto de la negación de la poesía que precede, sino también en la misma dialéctica poshegeliana, donde los polos de la contracción y la expan- sión del análisis de Roberto corresponden a la antítesis repetida pero jamás resuelta de la limitación y la representación en el aparato teórico de Bloom. Las lecturas cubanas de Roberto le ofrecen ciertas modificaciones al revisio- nismo de Bloom. En vez de la primera limitación-contracción, que es la desvia- ción irónica, según Bloom, tanto la mitología bimembre de Faetón-Ícaro en Martí y Lezama, como la entrega política martiana, fundan un tropo contrario, un afán de no desviarse, un rechazo de la ironía defensiva. Martí lo llama «honradez» en «Mis versos», y Roberto, como ya he notado, la integración. ¿Sería otra forma de definir, retórica y éticamente «lo cubano en la poesía»? No contesto, por lo pronto, sino que apunto otra pregunta, ya muy bloo- miana, que en buen cubano se puede hacer así: ¿de dónde son los cantantes? Si la discontinuidad que caracteriza a la poesía y la poética modernas es más bien una negación de antecedentes, ¿de dónde vienen el vuelo inicial y la integración final? Lezama admite la prioridad de Martí, pero en estas notas Roberto le da apoyo a la apoteosis de un Martí surgido de la nada, por así decirlo, apoteosis que estructura la historia de la poesía cubana presentada por Lezama y Vitier. Aulas y alas encuentro homenaje a roberto gonzález echevarríaSiendo, todavía, alumno, intento contestar. Termino allí donde Bloom dice que hay que terminar, o sea, donde uno aprende a encontrar el fin: echo mano a la metalepsis, rico concepto que significa, para Bloom, entre otras acepciones, el hacer hablar al maestro en la voz del alumno. Noto, por consiguiente, la pri- mera nota a las notas de Roberto. Al terminar la primera frase del ensayo, donde ya habla de la Modernidad (con mayúscula), agrega una nota al pie de la página que reza así: «Por Modernidad me refiero a la época que abarca desde la Ilustración al presente: ‘In a more general way one may say that the eighteenth century considered itself to be a modern period. It is perhaps the first period to do so, for the Renais- sance is, as its very name implies, a rebirth; in the eighteeenth century we have the cons- ciousness of a radical new beginning’ 1 »; e indica su fuente bibliográfica, un ensayo de un tal Herbert Dieckmann. Luego la nota a las notas sigue la ruta trazada por el map of misreading de Bloom donde las tres etapas del agon (tres versiones de la dialéctica «imitación-representación») llevan los nombres escogidos por Roberto: Foucault, De Man y la metalepsis final, Carpentier, verdadero maestro de Roberto, pero citado aquí en voz del alumno, o sea, la mención del libro Alejo Carpentier: The Pilgrim at Home (1977), de Roberto mismo. Oigo la carcajada. Pero me reservo the last laugh. Porque el Sr. Dieckmann no es más que una ironía en la nota a las notas. Ni Roberto leía la poesía lati- naomericana (o si se quiere, cubana) del siglo xviii; lo que lee, y eso magis- tralmente desde luego, es El siglo de las luces . Y aprende de Carpentier, de Lezama, del gran amigo Sarduy, a contestar la pregunta del surgir de lo neo- barroco, saltando de Martí, tiempo inicial de la modernidad de nuestra Amé- rica, a la primera época colonial, tiempo primordial de la modernidad latino- americana. Y para gran beneficio de sus alumnos —mis compañeros de clase— cuando no encontró un campo donde aterrizar, lo inventó, con otro gran amigo, Enrique Pupo-Walker, y algunos amigos más. Casi nos persuade de que hizo Martí lo mismo. Pero Martí no tuvo la suerte de leer a Carpentier y a Lezama, sino a Heredia. Nos lo ha transformado en precursor de sí mismo —gran metalepsis— pero no lo encontró así, sino como el precursor, el gran modelo de lo cubano, y tal vez de lo moderno en su sentido cubano, que se desarrolla como un siempre «pa’- tras ni pa’ coger impulso». Y halló a Heredia por todas partes —el exiliado de Niágara; el íntegro, digamos, que se retiró de la palabra poética, no como el Rimbaud archimoderno que recuerda oportunamente Roberto al hablar de las escapatorias sin salidas de los Ícaros modernos (Arenas sería otro y muy cuba- no), sino como abogado honrado—. Y también, en lo que más importa en cuanto a la poética, Martí lo encontró en los versos que luego hizo suyos. Lo sabe Lezama también cuando transforma, por metalepsis, el antecedente próxi- mo de las figuras aladas de Martí, tan claramente descifradas por Roberto en Andrew Bush 36 encuentro homenaje a roberto gonzález echevarría 1 «De manera más general, puede decirse que el siglo xviiise considera a sí mismo como un perío- do moderno. Es, tal vez, el primer período que se considera así, ya que el Renacimiento es, como su propio nombre implica, un volver a nacer; en el siglo xviiinos encontramos con la conciencia de un comienzo radicalmente nuevo».37 sus notas, en una imagen del ciclón al final de Oppiano Licario , «el ojo con alas», que se lee como alusión martiana, desde luego, pero no al mismo Martí, sino a «En una tempestad», de donde emanan los vuelos faetón-icáricos cubanos. Antes que Martí, relee el mismo Heredia ese momento fundador, en «Niá- gara», poema que Martí prefería citar. Allí pregunta: ¿Qué voz humana describir podría De la sirte rugiente la aterradora faz? Roberto nos permite contestar: la que sabe hablar de gorja y rapidez, la que se enfrenta a la «sirte horrenda». La voz de Martí sabrá describirla. Y sabe algo más. La respuesta de Heredia fue: «el alma mía / En vago pensamiento se confunde» ante la catarata, fiel y honrada repetición de la primera reac- ción a la tempestad: …Desatada Cae a torrentes, oscurece el mundo, Y todo es confusión, horror profundo. Pero allí en Cuba, Heredia supo resistir la primera embestida del toro-tem- pestad, y se sublima: «¿Do está el alma cobarde / Que teme tu rugir…? Yo en ti me elevo», proclama. Y sólo al alcanzar su meta hipertélica, el trono de Dios, se humilla, «Y su alta majestad trémulo adoro». Pero sin otra caída que la de sus lágrimas fervientes. Se hace fuente del mismo torrente, y de sus ver- sos, y de «Mis versos», también. El Heredia sublime de «En una tempestad» es un vuelo fugitivo en su isla. El Heredia desterrado tanto en México, en su primera juventud, como en Estados Unidos, presenta una postura melancólica que pone en tela de juicio los altos vuelos poéticos, cuyo escenario es lo que llama Roberto lo pastoril. Martí sigue la pista de esa lectura crítica. En la ciudad grande, donde el cielo queda rasgado, sin señales del poder divino que Heredia había reconocido como límite a la poesis , lo que era valentía, incluso integridad ante la tempes- tad, ahora es la mera ironía. Heredia subrayaba la continuidad del fluir del tiempo; Martí insiste en que los tiempos sí han cambiado, y que ahora la hon- radez exige que el poeta confiese su miedo ante el abismo. La modernidad hace hincapié en la discontinuidad: es la nota tónica de su poética, tal como la presenta Roberto, recordando la tesis central de la obra crítica de Octavio Paz. Así que recuperar la relación que persiste, a pesar de las negaciones, entre la integridad de Martí y la de Heredia, y entre la poesía de los dos, es cuestionar esa tesis. Es el primer paso de un diálogo crítico. El segundo, es notar que no sólo Martí, sino también el mismo Roberto partici- pa todavía de la poética de Heredia y su época. Vuelvo a la confusión, la de ámbitos, en el comentario de Roberto sobre el «soto selvoso». «Martí ha mudado la escena a la ciudad», ha escrito Roberto, Aulas y alas encuentro homenaje a roberto gonzález echevarríaNext >