< PreviousQ uiero, antes de abordar el asunto central de estoscomentarios: Conversaciones con Dios, y una carta inédita que el poeta me escribiera a propósito de la publi- cación en la revista Unión de un grupo importante de poe- mas de ese libro —donde se expone una suerte de poética de su última poesía y de su vida—, recordar algunas imá- genes fuertes que me ligan a la maravillosa persona que es Rafael Alcides, porque una cosa siempre me ha quedado clara en mi relación con Alcides y sus versos: son una sola persona. Pudiera afirmarse, incluso, que fue el romántico de su generación y, acaso por ello mismo, quien ha sabido asumir con mucha dignidad y valentía personales el lado trágico de la vida. Mientras que otros poetas de la llamada Generación del 50, más allá de la calidad o no de sus tex- tos, se entregan a la más lamentable cortesanía política y hacen honor a una frase que me escribiera Fina García- Marruz en una carta: «vida literaria, insoportable mise- ria», Alcides, sólo con Dios, su esposa e hijo pequeño, parece vivir en otra isla dentro de la Isla desde hace más de diez años. No en balde tuvo desde muy temprano, ante la partida al extranjero de su hijo mayor, en un conmove- dor poema, «Carta a Rubén» (1993), esta anticipada luci- dez: «...adonde se vive entre paredones y cerrojos / tam- bién es el exilio. Y así, / con anillo de diamantes / o martillo en la mano, / todos los de acá / somos exiliados. Todos. / Los que se fueron / y los que se quedaron». Asi- mismo, esta veta trágica, existencial, de su poesía, ya venía expresándose en muchos poemas donde el poeta asume el conflicto arquetípico del ser humano: la expulsión del Paraíso. Ya expulsado de su infancia en Barrancas, Baya- mo, el joven que llega a La Habana, pobre, provinciano, es para siempre el mendigo, el peregrino, el exiliado del mundo. Esa extrañeza le ha acompañado siempre en su percepción poética y vital (en su caso, «son una las dos»). Quiero entonces compartir con ustedes una sentencia del monje Hugo de Saint Víctor, que viene a propósito: 28 homenaje a rafael alcides encuentro Las Conversaciones con Dios Jorge Luis Arcoshomenaje a rafael alcides 29 «Quien encuentre dulce a su patria, es todavía un tierno aprendiz; quien encuentre que todo suelo es como el nativo, es ya fuerte; pero perfecto es aquel para quien el mundo entero es un lugar extraño». Sí, lugar extraño el de Alcides, como igualmente el que habitaron (o habitan todavía) Heredia, Zenea, Martí, Florit, Baquero, Lorenzo García Vega, Padilla, Kozer, Alabau, Alex Fonseca, Damaris Calderón, Pedro Marqués de Armas, entre muchísi- mos más, fuera de la Isla, o lugar extraño el de Milanés, Casal, Poveda, Leza- ma, Virgilio, Eliseo, Francisco de Oraá, Friol, Raúl Rivero, Lina de Feria, Raúl Hernández Novás, Ángel Escobar, Reina María Rodríguez, Efraín Rodríguez, Antonio José Ponte, Juan Carlos Flores, entre otros muchos, dentro. Acaso sea siempre el mismo lugar extraño, acaso siempre, todos, vivamos en una isla: una isla poética, como le hubiera gustado soñar a Gastón Baquero. La primera imagen fuerte, singular, que tuve de Alcides, se fijó en una tarde cualquiera en la siempre alta y remota Bogotá. Compartíamos unas cer- vezas, Alcides, Alberto Rodríguez Tosca y yo en la terraza de un bar, cuando apareció una mujer con un niño pequeño pidiendo unas monedas para comer. Se las dimos. Dentro de una bruma y luz confundidas, recuerdo la mano de Albertico quitándole una lágrima a Alcides de la mejilla y un solo comentario suyo: «Yo también he pedido limosna». La segunda imagen tiene que ver con la lectura que hice de esta carta suya que a continuación transcribo: La Habana, 12 de septiembre de 1995 Sr. Jorge Luis Arcos Director de la revista Unión a mano Querido amigo: Anoche me pediste unos textos para tu revista y yo te pregunté si me los publicarías y tú me miraste con asombro que encubría un reproche afectuoso. Discúlpame. A un hombre libre que dirige una publicación libre no se le deberían hacer esas pregun- tas. Y ahí van los textos. Pertenecen al título Conversaciones con Dios. Parcialmente fue dado a conocer en 1993 durante una extensa lectura que de él hice en el Teatro «García Lorca» en ocasión del homenaje que por mis sesenta años me ofrecieran allí la Dirección Nacional de Literatura y un grupo de jóvenes escritores. Del mismo, al año siguiente aparecieron en México cinco textos, publicados por La Crónica Cultu- ral , y uno, el año pasado, en Madrid. Completo, aparecerá el año que viene en Espa- ña. Como buen lector que eres, enseguida te darás cuenta de lo que en él se trata. Por caudaloso e insólito, es un drama que importa. O que a mí me importa. Porque, querido Jorge Luis, los periódicos suelen hablar del fin del Socialismo, de su desapa- rición, pero, ¿y del drama de los que un día creyeron en eso y lo sufrieron además, quién habla de eso? Sí, de vez en cuando, sobre todo en la difunta urss, aparecen estadísticas de cárceles, campos de concentración y otros horrores. Pero las estadísti- Las Conversaciones con Dios encuentrocas, bien lo sabemos, no explican mucho; cuando más, sirven para aliviar la buena conciencia del mundo, convirtiendo en cifras, números, signos que nada dicen, el infeliz destino de gentes de carne y hueso que tenían un nombre y se afeitaban o se pintaban los labios todas las mañanas. Por eso fui escogido para entrar en los entresi- jos de ese drama. O lo que es lo mismo, para contar, desde adentro, la historia, la tris- te e insólita historia del vencido, que lo fue no por su enemigo de clases, sino por sus dirigentes, la triste y verdadera historia del perdedor que un día lo dio todo y que, sin stálines, hubiera triunfado clamorosamente. Como decir darle voz entre los escombros a esos cientos de millones de héroes estafados, hacer sentir sus ayes... Leídos en el cielo durante un sueño en el que Dios se mostró muy ameno, al prin- cipio no entendí las razones del lenguaje cifrado de los textos que iba poniendo en mis manos. Por lo que hoy calculo, la cosa no puede ser más simple. De tanto vivir en la censura no pudieron aquellos corresponsales sustraerse al hábito de las señi- tas y las alegorías ni siquiera en el momento de dirigirse a Él. Tan cautelosos fue- ron, que omitieron firmar; tampoco indicaron fechas ni lugar de procedencia. Entre tantos quejidos, confesiones penosas y plegarias, consuélame, sin embargo, un texto que al salir arranqué del mural del Señor: «Post Data», y que te incluyo en esta breve muestra de dichas Conversaciones... Tuyo, con un abrazo y el cariño que ya sabes, Rafael Alcides. Nota: Lo que te envío es inédito. Me pediste seis o siete, pero como algunos son muy cortos, te envío una secuencia de diez. Algo así como el final de un diario de campaña. La tercera imagen se deriva de la fuerte impresión que nos causó, a mi espo- sa y a mí, la lectura de unos poema suyos, de Conversaciones con Dios, publicados en Encuentro . De esa impresión surgió como respuesta inmediata este poema: Amigo, el demente país... a Rafael Alcides como las nadas de un otoño muerto Eliseo Diego Amigo, el demente país que no perdona te roe el alma, el corazón, el día y va pariendo hijos como nadas como unos panes imposibles como... Señor, ten piedad con los que sufren los que piden: Venga a nosotros tu Reino (5 de marzo, 2002) Jorge Luis Arcos 30 homenaje a rafael alcides encuentro31 La cuarta, ya en vísperas de mi partida, también se expresó desde un poema: En el Limbo (o en las vísperas de un viaje) a Rafael Alcides En las vísperas, las entrañas doloridas un fuerte desasosiego. Todo en el Limbo Amigo ¿no has sentido antes del alba cómo se acrecienta el frío? Todo viaje es una esencia fugitiva Una mano que se extiende Un no sé qué… Amigo en la alta noche ¿no sientes un ligero cataclismo? Entre el irse y el quedarse Entre la noche y el alba No miente el río que corre ligero. No miente tampoco ese paisaje inaudito esos árboles absortos la luna como un espejo una máscara un esqueleto errante y fijo a la vez. No miente el aire, tus ojos que desfallecen o brillan con un fulgor imposible En las vísperas, a la vera del camino todo viaje es como un sueño una ruina legendaria o una luz oscura, ausente, reservada de tiniebla inalcanzable No puede ser. No estoy muerto Tampoco vivo. Es el Limbo La venta de los viajeros apócrifos comarca de supernovas la provincia de las almas Las Conversaciones con Dios homenaje a rafael alcides encuentrode la conciencia despierta tus criaturas. Todo es un soplo La luz, la tiniebla. Todo como un vaivén como una cuerda anhelante Todo fluye, como advirtiera el Obscuro Amigo pero si estamos viajando desde siempre desde aquel rostro brillante hacia aquel rostro marchito como un pájaro eterno como una música avara con estas vísceras mudas o carbones encendidos Déjame aferrarme a tu brazo como un náufrago como un viajero perdido en el Limbo en las vísperas de un viaje para gritar: ¡Alcides! ¿No hay perdón en las postrimerías? ¿No hay redención sin culpa? ¿Sólo este sueño de luces fugaces esta respiración inconcebible este sudor, este tacto, esas estrellas lejanas? Y el escriba doliente aterido de frío mira los paisajes extraños, las orlas de la realidad y musita sombrío: Ah, el carnaval del mundo el puentecito roto, el escenario vacío … ¿Siempre hay algo que ver? (1, 5 de abril, 2004) La última (quiero decir, la penúltima imagen) sucedió en mi casa, un día antes de mi partida. Ante la cariñosa solidaridad que transmite Alcides, saqué de mi maleta de viaje una china pelona que recogí en Playitas de Cajobabo, donde desembarcó Martí, lugar como desamparado, desierto y, por supuesto, sagrado. Inmediatamente, el poeta sacó de su bolsillo otra piedra, su talismán personal, y me la regaló. Jorge Luis Arcos 32 homenaje a rafael alcides encuentro33 Acaso sea esa su inextricable relación con la vida, ya no sólo como poeta, sino como persona, lo que hizo que Alcides no se resignara a una vida mera- mente literaria. Su vocación de niño, esa infancia siempre rescatada en su poesía —como diría Lezama, «la riqueza infantil de creación»—, aunada con su condición de náufrago, de peregrino, de exiliado siempre, posibilitaron que su mirada se mantuviera virgen para valorar los grandes sucesos de la his- toria desde la perspectiva de la vida, de la existencia. Si la Revolución, en su inicio, abrió para el poeta la posibilidad, la utopía (el deseo o anhelo) de un mundo mejor para todos, ilusión legítima a la que el poeta se entregó como lo que siempre fue, un «pobre de la tierra» más, su complejo y controversial proceso fue minando esa esperanza, yo diría que, en su caso, más que por determinadas cosmovisiones ideológicas o dudosas filiaciones económicas, políticas o filosóficas, porque le fue negando a las personas su participación real en la construcción y/o transformación de una nueva sociedad «con todos y para el bien de todos». Nunca como en Alcides se hace más prístina la apre- ciación de César Fernández Moreno de la corriente preponderante en la poe- sía hispanoamericana de las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado como una poesía de la existencia. Pues si su poesía participa de las características comu- nes de aquella norma poética: tono conversacional, a veces antipoético, colo- quialismo, rescate del hombre común, testimonio lexical y cosmovisivo del mundo de lo cotidiano, esto es, de una avasalladora inmanencia, su impronta confesional, por no decir que un salvaje romanticismo, predominará en su discurso lírico. Se ha apreciado que esta poesía, sin desdeñar el sentimiento, atiende más a la inteligencia. En Alcides, en cambio, parece cumplirse esta fórmula al revés. No puede el poeta refrenar sus sentimientos. Sus poemas parecen a veces una extensión de su persona: actos, carne de su carne. Quie- nes lo hemos conocido, no podemos leer sus textos sin oír su inconfundible voz. Todo remite en ellos a su persona, porque ella es su mejor poema. Ella es su imprevista y casi fatal creación, eso sí, la de un «hombre verdadero», como dijo María Zambrano de Lezama. Por no traicionar las apariencias, quiero decir, las realidades de la vida, ese furioso, diverso, maravilloso y extraño mundo de las apariencias donde tenemos que vivir, el poeta tuvo que solidari- zarse con ellas, confundirse, religarse con ellas y desde ellas, incluida su pro- pia persona, levantar su voz de protesta contra su traición. Recuerdo ahora una frase de María Zambrano: «Nada de lo real debe ser humillado». De ahí el sentido último de sus conversaciones con Dios. Pues, como gusta el poeta de citar a Machado: «Quien habla solo espera hablar a Dios un día», qué mejor interlocutor que Dios, como imagen de la Naturaleza, del Cosmos, de la Materia o Movimiento creadores, para dirigirle la protesta de las criaturas. Como el diálogo eterno de Job con su creador, Alcides asume la voz de los vencidos, de los humillados, la sempiterna voz de los pobres de la tierra, para oponerse a una realidad que, paradójicamente, en su nombre, les es impues- ta. Una realidad que niega a la persona, que niega la vida, no puede usurpar oportunistamente su voz, su expresión. Entonces, Alcides, como aquel puer senex , aquel viejo niño sabio, como aquel poeta panteísta y romántico que fue Las Conversaciones con Dios homenaje a rafael alcides encuentrosu admirado Walt Whitman, siente el entusiasmo sagrado, es decir, confundi- do, se siente entonces «lleno de dioses», quiero decir, poseído por las voces de los otros, y brinda una vez más su testimonio, sus testimonios, con antigua vocación bíblica o cristiana. Al final, qué imagen me queda de Alcides, sino la del eterno niño o antropos eterno, en medio del viento huracanado de la His- toria, solo, como desamparado, pero con el puño en alto, digo parafraseando a Martí, «demandando a la vida su secreto». Y confieso que mientras leía toda su poesía, una imagen venía constantemente a mi mente, también de Martí: «y pasan las chupas rojas, / pasan los tules de fuego, / como delante de un ciego, / pasan volando las hojas». Muchos versos suyos nos colocan súbita- mente dentro de una profunda extrañeza, por ejemplo: «Y así de lo que no tuve, nace esto que soy»,o «Vivir es extraviarse en un sueño», o «Yo estoy ahora en un país del que no se vuelve», o «Estoy donde el tablón se acaba y comienza el agua», o sobre todo éste, tan whitmaniano: «Y porque todo me testimonia siempre estaré regresando». Sí, Alcides, como tú bien sabes, tus conversaciones con Dios, son también con tus prójimos. Como en «El poder de las palabras», de Poe, esas frases tuyas de amor, de dolor, tan vehementes, tan solidarias, dichas desde tu soledad radical, a lo mejor un día crearán un universo, un planeta, una isla mejor: «con todos y para el bien de todos». Jorge Luis Arcos 34 homenaje a rafael alcides encuentro The lost night, Óleo sobre lino, 60 x 84 pulg., 1988.35 homenaje a rafael alcides encuentro Fue en 1984 que Rafael Alcides salió, con el libro titulado Agradecido como un perro, de una etapa de silencio. Veinte años antes había publicado su primer volumen de poemas: La pata de palo. Y una novela suya había ganado mención en un premio continental de novela para no ser publicada, una más entre sus muchas inéditas. Luego vino el silencio. Tengo vagas noticias de las causas de ese retraimiento suyo, voluntario hasta donde sé. Y ahora que me siento a escribir estas líneas, evito levantar el auri- cular, pedir a una vecina que me llame a Alcides (el poeta no tiene teléfono propio) y preguntarle sus motivos de entonces. En un poema fechado en 1980 él trataba de rosa a la revolución. El poema era una salutación a la Revolución, a la rosa, ambas palabras con mayúsculas. No obstante, alguna desavenencia botánica o política debió man- tenerlo durante casi veinte años lejos de las editoriales y de las páginas de las revistas. La publicación, a inicios de los 80, de su segundo libro de poemas venía a pasar por alto tal inconformidad. Borrón y cuenta nueva. A Alcides le pareció posible suponer que lo ocurrido en la década anterior era una anomalía de la conducta revolucionaria. La cen- sura de tantos escritores y artistas, una dolorosa equivocación. Equivocación la de aupar a figuras mediocres. Quinquenio gris, lo llamaría Ambrosio Fornet, y su denominación recorta- ba el alcance de tanta miseria, que duró más allá de cinco años. (Aunque lla- marlo quinquenio le daba un aire de planificación soviética). Fornet atenuaba el color, más oscuro que gris, según pudieron percibirlo un Piñera o un Padilla, un Lezama Lima o un Arenas. Nueve telegramas sobre Rafael Alcides Antonio José PonteSin embargo, el año en que Alcides comparó a la Revolución con una rosa fue, no menos que los anteriores, tiempo horrible. Y la esperanza o ingenui- dad demostrada por él resultó escarmentada a la larga: una década más tarde, el poeta iniciaba un nuevo período de reclusión que dura hasta hoy. Rodeado de su esposa, del menor de sus hijos y de dos perros, acumula en su apartamento gruesas novelas inéditas y libros de poemas. Conversa larga- mente con sus visitantes (yo he pasado a dejarle un recado y he tenido que quedarme, a gusto, durante horas), espera. Nadie, ni él mismo, es capaz de aventurar la fecha en que dará a publica- ción el próximo título. Tuve diecinueve o veinte años de edad cuando apareció en librerías Agradeci- do como un perro. Su autor acopiaba piezas de distintos libros por temor de no verlas publicadas nunca («el temor de que acaso no me volvieran a publicar», ha confesado), y leí de un tirón aquel libro para encontrar al menos dos Alci- des. Uno, de escuetos pero muy efectivos recursos, llano, camaraderil, senti- mental. Otro, enfebrecido, enfático, capaz de iniciar de este modo un poema: «¡Oh, hecatombe! ¡Oh, día negro!». De ambos, el primero ha sido y es mi favorito. Fue ese Alcides quien me hizo prestar a los amigos mi ejemplar, el que me hizo volver una y otra vez a los mis- mos poemas, de quien (casi sin conocer entonces al autor) me sentí próximo. Con el segundo Alcides, en cambio, no he conseguido armonizar. Y, pese a lo manifestado por su autor, creo que el verdaderamente whitmaniano es el primero de ambos. Porque consigue de cada lector un prójimo. Testigo como fui de su salida del silencio, puedo conjeturar cómo serán las cosas cuando él ofrezca a sus lectores nuevo libro: Obligado por idéntica aprensión, supongo que incurrirá otra vez en la reu- nión de poemas de varias de sus obras. Él, que ha ordenado los apartamientos y silencios de su vida como se ordenan las cesuras y blancos del poema, ofre- cerá en ese volumen una autobiografía. No otra cosa son sus libros publicados. Estará allí, infaltable, esa mata de pascua a la que llama bandera de su infancia. Los traficantes de ganado se detendrán, en las noches de enero, para encender grandes hogueras y asar un animal bajo la luna. Un poema entremezclará hasta la confusión la cópula y el parto. Las hojas de los árboles caerán en las películas para marcar el paso de los años, y así se irá la vida lo mismo que en la pantalla de los cines. Retornarán «aquellos espaguetis de entonces al caer la tarde / con su olor de guayabas remotas que el viento traía desde el bosque y el río / como una bendición, / si el recuerdo no miente, / si todo no fue un sueño». Antonio José Ponte 36 encuentro homenaje a rafael alcides37 Y Alcides, quien posee en persona una voz redonda y tremenda, meterá la cabeza en el paréntesis de uno de sus poemas para gritar: «¡Yo ya fui de Barrancas!». Del mismo modo que lo fuimos mis amigos y yo, habrá lectores primerizos para sus poemas. No importa quiénes sean los dioses particulares de esos lectores venideros o con cuánto absolutismo reine sobre ellos algún poeta omnímodo: a los vein- te, Lezama era mi dios, y aun así los poemas de Agradecido como un perrocupie- ron en la anchura de paso de desfiladero que tenían entonces mis conviccio- nes sobre poesía. Nueve telegramas sobre Rafael Alcides homenaje a rafael alcides encuentro Night voyage, Óleo sobre lino, 60 x 38 pulg., 1989.Next >