< PreviousActa veneciana Doy fede que en esta mañana de septiembre, día diez y seis de cielo despejado, ponemos las cenizas de Ofelia en este punto donde el Canal Grande se junta con San Marcos, quedando La Salute a la derecha; Doy fede que no hay lágrimas en los presentes, a saber: Gabriela, Claudia, Alicia, Javier, Andrés y el infrascrito; Doy fecumplida de que un silencio extraño, como si el mundo se callase, aquieta el meneo de las aguas; Doy fede que no hay paz unánime (tacho y digo: unánime conformidad) en los dolientes; Doy fede que Venecia, copiada en los canales como un grabado roto, es una pesadilla que me contaba Ofelia. (Venecia, septiembre, 1996) inéditos 8 homenaje a manuel díaz martínez encuentro9 Mi vecino Me llevo bien con este hombre taciturno, infatigable y fornido al que llaman Caronte. Es mi vecino. Sus hijos retozan con mis perros. Los críos lo despiden cuando el día declina y en las mañanas vienen a esperar su regreso donde amarra la barca, allí, entre esas rocas que el Leteo lame al pie de mis ventanas. Muchos amigos míos han viajado con él. Amigos y amigas que nunca más he visto. Viejas amistades que ni siquiera escriben para contarme algo de sus vidas lejanas. Me han olvidado, pienso, quizás me han olvidado. Un domingo de feria, bebiéndonos un vino, le confesé al barquero esa amarga sospecha. Nada me dijo el hombre y me sirvió otro vaso. El sol hacía un guiño festivo en la botella. inéditos homenaje a manuel díaz martínez encuentroCanon travel Señor, tres pregunticas: ¿Quedarán plazas libres en el próximo Canon? ¿Ése es directo al Ólimbos o para en Parnassós? ¿Si logro plaza puedo dormir en Père Lachaise? inéditos 10 homenaje a manuel díaz martínez encuentro11 E n mis años juveniles pretendí hacer una poesía que fuese como me imaginaba la realidad, y soñaba con una realidad que era como me imagi- naba la poesía. Hoy lo que me apetece y busco es una poesía de mí mismo en la realidad que vivo. He adoptado por divisa un verso de Pessoa: «¡Y basta de comedias en mi alma!» Si mi evolución se hubiese detenido en la etapa inicial, ahora sería visto como un poeta optimista. Y tendría todo el limbo por delante. Soy parte de una generación frustrada: la generación de cubanos a que perte- nezco se empeñó en reducir a realidad una utopía. Laiconografía latina representa a Jano con dos caras. Con su imagen bifronte se quiere expresar la capacidad que el fabuloso rey del Lacio tenía —privilegio que un agradecido Saturno le concedió— de asomarse al mismo tiempo al ayer y al mañana. Pero el doble rostro, la doble mirada de Jano, que en el primige- nio sentido mitológico es virtud política —conocer el pasado y prever el futu- ro—, hoy suele interpretarse como cifra de ambigüedad, duplicidad de inten- ciones, dualidad de rasero, marrullería y oportunismo. La historia, que es frustración acumulada, le ha estragado el sentido a tan hermoso símbolo. No hay cultura plena con libertad limitada. Pero existe una cultura de la falta de libertad. Florece en momentos sombríos de la historia. Es la cultura de la simulación y lo ambiguo. Y pendula entre el desafío redentor y la claudica- ción suicida. No quisiera que me viesen pecar de positivismo a lo Hipólito Taine. Tampoco me gustaría que me creyeran caído de bruces dentro de ese otro determinis- mo, tan parecido en su mecánica al de aquel crítico francés, que algunos exe- getas «materialistas», expeditivos y antojadizos, utilizan para interpretar y juz- gar una poética. Pero sé por experiencia que conocer las circunstancias concretas —personales y colectivas, políticas y culturales— en que un poeta se ha desenvuelto proporciona al crítico un mínimo de objetividad ante el poeta y su obra. Es así porque en la urdimbre de esas circunstancias se hallarán pun- tos de referencia y pistas que exoneren de entrar completamente a tientas en los problemas que plantean la obra y su autor. Bien se sabe que ello no es imprescindible para gustar un poema; pero lo es si se pretende precisar los homenaje a manuel díaz martínez encuentro Bloc de notas Manuel Díaz Martínezelementos subtextuales y supratextuales que determinan que una obra sea como es y no de otra manera. Para situar críticamente a un poeta hace falta conocer todos sus poemas más sus avatares; sin embargo, un solo poema puede ser suficiente para el estremecimiento y la admiración. Perdónenme los que puedan y quieran hacerlo, pero no creo en la auto- nomía de la poesía, ni del lenguaje en general, respecto de la realidad que circunda al hombre y de la cual éste es, quiérase que no, origen y resultado en un mismo giro dialéctico. ¿Qué es la quimera de la autarquía del texto sino una posición estética condicionada socialmente, como todas? No hay texto independiente de su autor ni autor independiente de su contexto. Soy un sentidor. Se me da mucho mejor sentir que pensar. Paradójicamente, a esta circunstancia debo los aciertos que haya en mis empeños intelectuales y los desatinos en mi vida sentimental. También a esta circunstancia debo mi empatía con Unamuno, un sentidor que se empeñó en explicarse. Ahora recuerdo algo de e. e. cummings: «Si yo pudiera hablar / sabría decir / mas no cantar». La filosofía debe dar explicaciones; la poesía, no. El capitalismo es un magnífico sistema de ordenación social, basado en la pro- piedad privada, etcétera. El socialismo también lo es, y se basa en la propie- dad estatal, etcétera. El problema es que ambos sistemas necesitan de nos- otros para realizarse, etcétera. Nunca le pido nada a Dios para no ponerlo en apuros. «Los mejores de nosotros», dijo Mark Twain en 1898, «preferirían ser popula- res antes que tener razón». ¿Eso quiere decir, me pregunto en 2004, que los mejores de nosotros preferirían ser demagogos? Éste es el primer peligro que acecha a la democracia. Que alguien me considere revolucionario me enorgullece. Sólo que ahora, después de tantas experiencias vividas, soy, digamos, revolucionario en la pers- pectiva de Camus, no en la de Sartre. Creo que la libertad, que sólo puede basarse en el respeto irrestricto a la dignidad y a los derechos naturales del hombre, sigue siendo nuestra gran asignatura pendiente. Una asignatura que aprobaremos cuando seamos capaces de hacer la revolución moral, la única que no hemos hecho, la más difícil, acaso la imposible, porque tendríamos que hacerla individualmente, cada quien en su espíritu. En la Guerra Fría, la lucha ideológica fue el complemento de la carrera arma- mentista. Tanto ee. uu.como la urss, mientras llenaban sus arsenales de oji- vas atómicas y emplazaban misiles, emplearon gran parte de sus aparatos de inteligencia en la tarea de seducir e instrumentalizar, con fines propagandísti- Manuel Díaz Martínez 12 homenaje a manuel díaz martínez encuentro13 cos y, en algunos casos, de espionaje, a figuras de la intelectualidad. En su libro La CIA y la guerra fría cultural (Editorial Debate, Madrid, 2001),la investi- gadora británica Frances Stonor Saunders muestra las actividades que en este sentido desarrollaron los servicios secretos norteamericanos. En otro libro, también revelador, El fin de la inocencia (Tusquets Editores, Barcelona, 1997), el profesor Stephen Koch, de la Universidad de Columbia, revela las activida- des paralelas desarrolladas por el kgby la Komintern. Pero no todo es simé- trico en esta historia de lobos y caperucitas. Los intelectuales occidentales que desertaron de la Guerra Fría, o que en todo momento supieron preservar su independencia, no fueron recluidos en ningún gulagni en sanatorios psiquiá- tricos.No fueron silenciados, procesados por traición ni ejecutados. O sea, no corrieron la suerte de sus colegas del otro bando que actuaron como ellos. A Gide y Camus, por ejemplo, no les pasó lo mismo que a Sájarov y Solzhenitzin. Los granujas tienen la suerte de que Dios es más bondadoso que la Historia y la Historia más olvidadiza que Dios. En la primera página de Las palabras, Jean-Paul Sartre dice «...fabricar grandes circunstancias con pequeños hechos». Éste ha sido mi sueño de poeta. Bloc de notas homenaje a manuel díaz martínez encuentro Los cuatro músicos. Óleo sobre lienzo, 79 x 104,4 cm., 1942. Colección Isaac Lif y familia.Llego a casa de Manuel Díaz Martínez, donde ya no está Ofelia ni están las niñas que corrían en el patio lleno de luz y de plantas que comunicaba con la sala, ni están los perros que venían a escuchar la conversación y a veces a opinar muy juiciosamente por cierto mientras entre ruidos de tazas y grifos abiertos comenzaba en la cocina a hervir el agua para el café. Tampoco están los dos monumentales cuadros del Servando Cabrera eró- tico y de Arturo Buergo, respectivamente, que ocupaban media pared encima de una vitrina con libros y cristalerías del recuerdo que estuvieron en la mesa de abuelos y bisabuelos. Ofelia, que parecía entonces una estrella del cine, ha muerto, las niñas se hicieron grandes, y todo lo de aquel tiempo ha desaparecido, empezando por los perros y los cuadros que hoy valdrían una fortuna. El bullicio de entonces se ha transformado en silencio, pero queda la luz. La luz de entonces. Nostálgico, el poeta se la llevó de La Habana y la ins- taló en su casa de Las Palmas de Gran Canaria junto con el olor del mar que también se llevó de Cuba y ahora, tal vez como un desafío más que como una sustitución, está más cerca de su casa que antes, porque antes ese mar estaba a una cuadra de distancia, allá en el malecón de la ciudad, y ahora, metida la casa encima de la playa que no se ve desde la sala ni desde la terraza, pareciera estar debajo, ser su suelo móvil, creando así la ilusión de estar (o seguir) el poeta de viaje, como el caracol, de vivir en un trasatlántico que estuviera llegando a unas islas de repente aparecidas en el horizonte que no parecen ser las del archipiélago cubano, aunque quién sabe —quién sabe, a lo mejor, dioses que todo lo podéis. Y nos miramos. Largamente nos miramos. El poeta, uno de los más sóli- dos del portentoso siglo xxcubano —edad de oro que vio pasar a un Lezama, a un Baquero y a un Guillén, entre otros lujos de la lengua—, el poeta Manuel Díaz Martínez, digo, me sonríe con esa paz de los que saben querer y están de regreso de todos los mundos, y así seguimos durante años, siglos tal vez, conversando en silencio Manolo y yo hasta que por fin, temiendo morir de recuerdos, rompemos de repente a hablar. Y después, yo que andaba buscando información para un cuento de la vida real que pareciera fantástico, le empiezo a hacer preguntas. En realidad, aclaremos, ha sido esta una visita hecha con el pensamiento aprovechando mis recuerdos de las dos casas del poeta, la de su actual trasa- 14 homenaje a manuel díaz martínez encuentro Manuel Díaz Martínez ENTREVISTO por Rafael Alcides15 tlántico en Las Palmas y la de la calle Infanta en La Habana, que el viento se llevó. Las respuestas del poeta no, las respuestas me las dio él, vía e-mail , contestando un cuestionario que empezaba citando el siguiente texto: Patria Una extensión de tierra, un arco de costa, un mar, unas casas, unas calles, tres o cuatro ríos, un régimen de lluvias, un jardín, unas montañas, algunas frustraciones y quizás una utopía, un guiso, una canción, un árbol, una historia en parte emocionante, una manera de decir las cosas, los padres que van envejeciendo en un patio de provincia, acaso también unos hermanos que completan la saga familiar, y unos amigos… Eso y algo más es patria si cabe ahí la libertad. Si no cabe, yo prefiero morirme de distancia. Rafael Alcides ( r.a. ) . Poeta, el texto con aire de testamento que acabo de citar es tuyo, lo escribiste en Las Palmas de Gran Canaria en un día (o quizá en una noche) de melancolías sin saber que escribías el poema —el Himno— de los exi- liados que en el mundo son, han sido o están por ser. Por mudos, olvidemos a los que fueron o están por llegar, y de los actuales ocupémonos tan sólo de los dos millones y tanto de cubanos a los que esos versos les han dado voz. Has tenido la dicha que conoció Bonifacio Byrne cuando, a principios del siglo pasado, escribió los estremecidos versos de «Mi bandera». Si estos por emblemáticos de su tiempo y circunstancia histórica abren el siglo XX cubano, los tuyos por igual razón lo cierran. Sin intenciones de ser grosero, te pregunto: ¿Cuando hace cin- cuenta años publicabas tus dos primeros libros y te sumías en tareas y sueños que podían tanto enviarte a la cárcel como costarte la vida, se te ocurrió pensar que un día (o una noche) de lo que entonces era el porvenir te sorprendería escribiendo ese texto emblemático? Y de sospecharlo, ¿habrías seguido adelante tratando de cambiar el mundo desde aquellas mismas trincheras? Manuel Díaz Martínez(m.d.m.). Si hace cincuenta años yo hubiese tenido los conocimientos que tengo hoy, no habría esperado a 1992 para marcharme Manuel Díaz Martínez ENTREVISTO por Rafael Alcides homenaje a manuel díaz martínez encuentrode Cuba, y quizás habría escrito ese poema entonces. Por supuesto, me habría ahorrado el tiempo y las energías que invertí en defender aque- llas trincheras, en las que puse en zafarrancho de combate mis ilusiones más confiadas. Recuerdo que, conversando sobre este asunto, le dije una vez a Jesús Díaz que la mía —que es también la tuya, Rafael— es una generación frustrada porque pretendió hacer realidad una utopía, y lo pretendió, para colmo, siguiendo a un iluminado que buscaba un feudo. La humanidad es hoy demasiado débil —arrastra demasiadas decepcio- nes y miedos— para sobreponerse a su inmediatez y echarse al monte por nuevas utopías justicieras. Estoy convencido de que, por mucho tiempo aún, quién sabe si por siempre, el mundo sólo nos permitirá escoger entre lo malo y lo peor. El siglo xx, nuestro siglo, que es un humeante depósito de chatarra revolucionaria, nos mostró que, en las bataholas redentoristas, al ciudadano común sólo se le permite ser figu- rante, mucamo o mártir, o las tres cosas a la vez. Hoy es incuestionable que las únicas «utopías» que han llegado a ser realidades son el desarro- llo tecnocientífico y, medianamente, esa ordenación socioeconómica que llamamos democracia. Del avance de la ciencia y de la universalización y perfección de la democracia depende que este infausto planeta (aburri- do por reiterativo lo encontraba Chateaubriand) llegue a ser algún día, en su totalidad, razonablemente seguro y confortable. Como ves, algo queda del confiado soñador —»nube en pantalones» diría el pobre Maia- kovski— que fui hace cincuenta años. r.a. Enla Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba ( UNEAC ) algunas personas que te aprecian y ponderan tu obra en privado se muestran descon- certadas al estudiar tu caso. En el momento de firmar la Carta de los Diez , de 1991 —que a poco, al insistir en no arrepentirte de semejante paso, te obli- garía a tener que abandonar el país—, eras una destacada personalidad que desde los primeros años de la anterior década gozabas del perdón otorgado a los integrantes del célebre caso Padilla (estallado en 1971 —también para quienes no estén enterados—, después de tres años de laboriosa incubación). Excepto el propio Heberto Padilla, que le diera nombre y que había abandona- do el país en 1980, y Lezama y Virgilio, que murieron a fines de la década del 70, cuando todavía ni los más imaginativos se hubieran permitido la licencia de ponerse a soñar con el perdón, y luego, tú mismo, excepto ellos y tú, dicen esos estudiosos de tu curioso caso, el resto de los integrantes del caso Padilla —nominados originales y salpicados posteriores—, todos, sin excep- ción, son hoy premios nacionales de literatura, han sido condecorados reitera- damente con órdenes del máximo rango, viajan, publican, salen en la TV , les son dedicadas ferias del libro y tienen lo que tenían que tener, como malicioso resumiría estas restituciones Nicolás Guillén. ¿Qué pasó entonces que te des- moronaste de pronto? Esas personas no lo entienden. Aguantas como un varón cuando eres un desterrado en tu propia tierra, y de repente, al llegar el tiempo de la dicha, sales huyendo. ¿Es que no estás preparado para ser feliz, Manolo Díaz Martínez? Manuel Díaz Martínez ENTREVISTO por Rafael Alcides 16 homenaje a manuel díaz martínez encuentro17 m.d.m. Es que hay felicidades que no me hacen feliz. Me deprimiría insopor- tablemente que se recompensara mi obediencia cuando lo que apetezco es desobedecer. El placer que sentí cuando me rebelé contra los poderes que en Cuba, en 1991, intentaron pisotearme en lo político y humillarme en lo personal, y que lo habían conseguido en 1968, es indescriptible y sólo comparable al que me embarga cada vez que me detengo a pensar que ya esas potestades no pueden tiranizarme por más que quisieran. Te repito algo que dije en mi relato del caso Padilla: para mí, no hay premios como la devoción de un lector y la ojeriza de una dictadura. Y yo, hic et illic,he recibido y sigo recibiendo tales galardones. r.a. Primero fueron trece años largos sin que en tu patria se pudiera pronunciar tu nombre y dieciséis sin que pudieras publicar; después pierdes la patria donde convertidos en humo dejas los grandes sueños de un día, después, ya en el exi- lio, pierdes, primero, a la madre anciana que habías dejado en Cuba al cuidado de tu padre, quien no obstante sus años, tus desdichas y su milenaria experien- cia seguía siendo un esforzado comunista de filas; después pierdes sorpresiva- mente a Ofelia, la esposa que fuera musa de poemas que han enriquecido la poe- sía de amor cubana, y después pierdes al padre que, viudo y sabiéndote sorpresivamente viudo, había volado a Las Palmas de Gran Canaria a acom- pañarte y a acompañarse; y después de tantos después ahora tienes ya casi seten- ta años y estás gordo y fumas como un trastornado y no eres de los que beben para olvidar. Demasiadas desgracias, aun para un poeta. Sin embargo, des- orientando a todos, al resumir la historia de tu vida, la has titulado con cierta elegancia deportiva, se diría que con indiferencia absoluta, Sólo un leve rasgu- ño en la solapa (AMG Editor, Logroño, 2002). Dime, ¿eres de hierro o qué? m.d.m. A esta pregunta contestaré con un poema de mi último libro, que es la mejor respuesta que te puedo dar: Aprendiendo a vivir Así como me ven, canoso y reticente, propenso a la lágrima más inoportuna, al sollozo en los sitios más inapropiados, no hago otra cosa que olvidar: me paso las mañanas olvidando, las tardes olvidando, las noches olvidando. He alcanzado una cierta maestría en el oficio y tengo acumulada una satisfactoria cantidad de olvidos. Dios no me quite el coraje de olvidar, Dios no permita que lo odie. Manuel Díaz Martínez ENTREVISTO por Rafael Alcides homenaje a manuel díaz martínez encuentroNext >