< Previoussuperficie de Cuba es de 110.922 km 2 y que, según un riguroso estimado, el 72 por ciento de ella correspondía a bosques 1 . Además de la yuca, los taínos introdujeron —bien la especie o el cultivo— el algodón, el boniato o batata, la yautía o malanga, la piña, el lerén, el maní, el tabaco, el maíz, el ají, el frijol y la calabaza. Pienso que, dada su proverbial frugalidad y discreta significación demográfica, más que afectar negativamen- te el sistema ecológico, contribuyeron a hacerlo más complejo. En lo que toca a la fauna, es cierto que pescaban cuanto podían y cazaban reptiles, aves de toda suerte y varias especies de mamíferos, pero de todo eso habrían de encontrar en gran abundancia los conquistadores europeos. Según varios estudios recientes, la dieta del taíno era insuficiente y desba- lanceada. El consumo de grasas animales y vegetales era mínimo y puede decirse que vivían en un equilibrio biológico bastante precario. Mal nutridos, eran de escasa estatura, delgados y débiles. En las Antillas Menores no habían podido resistir las invasiones de los caribes y, una a una, habían perdido las islas que años atrás ocuparan, quedándose desgarrados de sus raíces continen- tales. Es fácil ver que su máquina (hecha de madera, conchas, fibras vegetales, piedra y barro cocido), al ser acoplada a la máquina ibérica (movida por ener- gía animal y hecha de engranajes de hierro y poleas de cuero), habría de sufrir una sobrecarga fatal. En pocas décadas, de la máquina taína y de sus operarios quedarían sólo restos: una lista de nombres (como canoa, conuco, bohío, batey, hamaca, tabaco, yarey, jutía, cocuyo, bija, iguana, ají y guayaba),una dis- creta cantidad de objetos arqueológicos (hachas ceremoniales, espátulas, alfa- rería, máscaras, pendientes, figurillas, raspadores, hornos de piedra y varios tipos de idolillos antropomórficos llamados cemíes) y una toponimia extraordi- nariamente rica (Cuba, Habana, Camagüey, Maisí, Bayamo, Guahanacabibes, Toa, Moa, Jatibonico, Baracoa, Mayabeque, Yumurí, Caney, Maya, Jagua, Sara- maguacán, Guanajay, Bacunayagua, Guajaibón, Guantánamo, Soroa, Guamu- haya, Mayarí, Yaguajay, Maniabón, Cacoyuguín, Macaca, Hanabanilla, Tánamo, Yaya, Guanabacoa, Guaniguanico y muchos más), lo cual prueba que los taínos fueron los verdaderos colonizadores de la Isla. Aunque aquí no es el lugar para reflexionar sobre esta suerte de cementerio lexicográfico, uno no puede dejar de lamentar la destrucción de la sociedad taína y el hecho de que su saga de exploración y poblamiento haya caído en el olvido. la máquina ibérica La implantación de la nueva máquina parece haber sido cosa del destino, aunque hay quien piensa que había razones históricas para ello. A diferencia de los anónimos taínos, es posible precisar el nombre de su implantador en Cuba, así como la fecha y el lugar donde lo hizo. (No vaya a pensarse que fue Cristóbal Colón; su participación en este negocio sólo tuvo un carácter explo- ratorio, aunque no se cansó de elogiar la naturaleza isleña). El lugar fue un pequeño cacicazgo llamado Baracoa, en el extremo oriental de Cuba; el año, 1512; la persona, Diego Velázquez, antiguo soldado de las guerras de Italia y Antonio Benítez Rojo 48 encuentro49 «pacificador» del suroeste de La Española, designado ahora gobernador de Cuba. El nombre de serie de este modelo de máquina, Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, ilustra el acoplamiento o cópula de la tecnología ibérica —por lo general enmascarada con nombres piadosos— sobre la taína. En cualquier caso, durante los tres años que Velázquez y sus 300 hombres demo- raron en recorrer la Isla, otras seis máquinas fueron puestas a funcionar: San Salvador del Bayamo, Nuestra Señora de la Santísima Trinidad, Sancti Spíri- tus, Santa María del Puerto del Príncipe, San Cristóbal de La Habana y Santia- gode Cuba, cada una en la villa de su mismo nombre. Considerando que todas ellas son hoy en día máquinas-ciudades, se podría pensar que sus mode- los iniciales guardaban alguna semejanza con los del presente. Nada más lejos de la realidad; las villas de Velázquez no pasaban de ser pequeños campamen- tos militares destinados a conquistar las aldeas indígenas y a encontrar yaci- mientos de oro. Con los siglos, después de algunas mudanzas de lugar y gracias a los cambios que trae la historia, estas siete villas llegarían a ser lo que son. Dado que la máquina ibérica fue instalada en casi todas las Américas duran- te el siglo xviy marca el fin de la prehistoria en estos vastos territorios, su fun- cionamiento ha sido investigado, estudiado, analizado y comentado multitudi- nariamente y de todas las maneras posibles. Desde el principio tuvo detractores (Bartolomé de las Casas) y admiradores (Gonzalo Fernández de Oviedo), polé- mica que continúa hoy, mayormente entre historiadores ibéricos y latinoameri- canos. En cualquier caso, aquí sólo me interesa hablar de las consecuencias eco- lógicas que tuvo su puesta en marcha en Cuba. Por ejemplo, hacer notar que durante la estancia de quince días de un teniente de Velázquez en una aldea indígena, sus hombres se comieron más de 10.000 papagayos, «los más hermo- sos del mundo que daba lástima matarlos», dice las Casas. O bien, mencionar la especie de perro suramericano, introducido por los taínos, cuyos últimos repre- sentantes desaparecieron (¿comidos?) en los tiempos de Velázquez. Pero, como es de suponer, el objeto de la conquista de Cuba no fue explo- tar fuentes exóticas de alimentación. Por entonces ya nadie se acordaba del primer viaje de Colón en busca de especias orientales. La palabra mágica era oro, y la máquina ibérica se aplicó a su producción durante unas tres décadas, utilizando el trabajo indígena bajo regimen forzado. Hacia mediados de siglo apenas quedaban unos cientos de taínos. Habían sido barridos por las enfer- medades europeas, el exceso de trabajo, los malos tratos, el hambre y los suici- dios en masa. Tampoco quedaba oro (primera brecha en el orden geológico original) y, como la riqueza de la Isla ya sólo se definía en términos agrope- cuarios, la capacidad productiva de la máquina ibérica fue orientada en esa dirección. Así, las hortalizas, el plátano, la caña de azúcar, las plantas de forra- je, los caballos, asnos, reses, ovejas, cerdos, cabras, pollos, perros, gatos y abe- jas introducidos por Velázquez desde La Española, acompañados de ratas, garrapatas y otras alimañas, proliferarían de manera admirable al tiempo que modificaban radicalmente el sistema ecológico. Pronto, los bosques se llena- ron de cerdos, perros salvajes y ratas que diezmaron la fauna autóctona, como fue el caso del almiquí ( Soledonon cubensis ). Paraísos Perdidos encuentroLa explotación forestal, iniciada tímidamente junto con la fundación de los poblados, adquirió importancia comercial antes de finalizar el siglo, con la consecuente deforestación de ciertas áreas. Dada la escasez de madera en España, la caoba y el ébano de Cuba sirvieron para fabricar las estanterías, muebles y artesonados de los palacios y monasterios españoles, entre ellos El Escorial. La legislación para proteger los bosques de los alrededores de La Habana se inicia en 1551, pero ninguna medida protectora pudo evitarla. Pocos años después, cuando se emprendió allí la industria de construcción de barcos, habría que armar expediciones para buscar la madera en la costa norte de la actual provincia de Pinar del Río. Gracias a su situación geográfica y a la magnífica bahía junto a la cual se había instalado, La Habana llegó a ser el punto obligado de reunión de los bar- cos españoles que hacían el tráfico comercial con las colonias americanas. Pro- movida a capital de la Isla en 1603 (hasta esa fecha lo había sido Santiago de Cuba), tendría el privilegio de ser por muchos años el único puerto cubano autorizado a comerciar con España. Su continuo desarrollo —demográfico, eco- nómico, militar, urbano, administrativo— había creado las condiciones para que se extendiera la agricultura y la cría de ganado y aves de corral, se aumentara el número de fortificaciones, surgiera una activa industria naval y se garantizara la abundancia de agua por medio de un acueducto que conectaba a la ciudad con un río cercano llamado La Chorrera (hoy Almendares). A finales del siglo xvi no había en toda la Isla un lugar más apropiado para la fundación de la manu- factura de azúcar, ya iniciada en La Española hacía unas décadas. La oportuni- dad no fue pasada por alto. Un grupo de inversionistas locales, con ayuda finan- ciera de la Corona, se dio a la tarea de construir los primeros ingenios. Lentamente, la producción de azúcar iría creciendo en importancia y, junto con los cueros y el tabaco, integraría el principal marco de exportación durante el siglo xvii. Sólo que, a diferencia de sus mercancías rivales, el azúcar conlleva- ba dos grandes males, uno social y otro ecológico. El primero era la esclavitud de africanos, una exigencia dada la falta de mano de obra barata en la Isla y los bajos costos que demandaba la competencia con los azúcares de las colonias inglesas, francesas, holandesas y portuguesas; el segundo, la deforestación y la contaminación de los ríos. De la esclavitud y sus consecuencias no corresponde hablar en este capítulo. En cuanto a la deforestación, vale decir que la madera era entonces —y habría de ser por muchos años— la única fuente de energía para la produccion de azúcar; más aún, el cultivo de la caña de azúcar precisaba grandes superficies de tierra que había que ganar a costa de la destrucción de los bosques y el empobrecimiento de la biodiversidad. La leña consumida entre 1603 y 1610 por trece de los primeros ingenios de La Habana puede estimarse en unas 416.000 cargas. Las reservas naturales inmediatas a la ciudad, ya esta- ban amenazadas en la década de 1630. Una de ellas era el monte Vedado (actual barrio de La Habana), así llamado por estar allí prohibido el paso, si bien su riqueza forestal empezaba a mermar debido a la tala clandestina de árboles. La otra era la cuenca del Almendares, donde las aguas del río no sólo servían para propulsar las ruedas de ingenios y aserraderos construidos en sus Antonio Benítez Rojo 50 encuentro51 riberas, sino, además, de vertedero de basura industrial y excrementos de mulas y caballos. En 1636 un vecino de La Habana denunciaba: De algunos tiempos a esta parte personas poderosas rozan y talan el […] monte que está sobre la presa de La Chorrera para […] fabricar ingenios de azúcar, y que demás de los inconvenientes referidos, sería otro mayor el de la salud uni- versal de toda la ciudad y Armadas, por tener […] el monte por una y otra parte de sus vertientes al río, y los ingenios de azúcar, muy dañosos respecto de las inmundicias de mieles de purga, vagazo de la caña molida, lejía, cenizas y excrementos de 50 caballos y mulos que tiene cada ingenio, y levaduras de cal- deras, que de fuerza han de ir a parar a la presa, de donde se lleva, sin haber otra agua, de que resultaría manifiesto daño 2 . A pesar de las quejas y regulaciones que se oponían a la expansión azucare- ra, las realidades económicas triunfaron sobre el buen sentido. La ocupación inglesa de La Habana (1762-63) dejó como saldo la introducción de unos 4.000 esclavos y un aumento de la producción de azúcar. Treinta años después, como consecuencia de la gran rebelión de esclavos en Saint-Domingue (hoy Haití), los precios del azúcar y el café subirían extraordinariamente, situación que aprovecharon los terratenientes habaneros para conseguir de la Corona toda suerte de privilegios para el desarrollo de plantaciones. Muy pronto, la gran máquina socioeconómica ibérica (la suma de todas las máquinas de la Isla) tuvo que hacer lugar a una nueva máquina: una máquina criolla. Pero, antes de hablar de ella, habría que decir que hacia 1775-80 —después de dos siglos y medio de poblamientos y despoblamientos, nacimientos y muertes e introduc- ciones legales e ilegales de esclavos— los 80.000 taínos aniquilados habían sido sustituidos por igual número de personas de color, de ellas 50.000 esclavas; la población blanca había crecido de los 300 hombres de Velázquez a unos 100.000 habitantes; a las siete villas originales se habían agregado unos cuarenta núcleos urbanos y semi-urbanos; el número de ingenios de La Habana había crecido de dieciséis a 136 (un total de 484 para toda la Isla); las fincas, las plan- taciones, los sembrados de tabaco y los grandes ranchos ganaderos sumaban unos 8.000, y la deforestación continuaba a razón de 6.700 hectáreas por año. El barón Alejandro de Humboldt, en su obra sobre Cuba 3 , da cuenta de un extraño uso de la madera dura: Los habaneros habían tenido la rara idea de suplir el empedrado de las calles por medio de la reunión de grandes troncos de árboles. Bien pronto, abandonaron este proyecto y los viajeros que llegaban veían con sorpresa los más hermosos troncos de caoba sepultados en los barran- cos de La Habana. Con todo, al finalizar el siglo xviiilas áreas de bosques representaban un 65 por ciento de la superficie total de la Isla. la máquina criolla Las diferencias sociales entre peninsulares y criollos (gente nacida en las colo- nias) ya estaban bien definidas en las Américas desde mediados del siglo xvii . Paraísos Perdidos encuentroSegún las normas del imperio español, correspondían a los primeros los más altos cargos administrativos, militares y eclesiásticos, así como el desempeño de las actividades comerciales y financieras. Al criollo, en tanto ciudadano de segunda clase, se le destinaba mayormente a la esfera de la poducción agrope- cuaria, al ejercicio de las profesiones y oficios, y a los cargos menores que ofrecía la sociedad colonial. No obstante, Cuba presentó un cuadro distinto. Abriéndose paso poco a poco gracias a la ineptitud económica del imperio español, fue surgiendo en La Habana una clase de ricos terratenientes que, ya a finales del siglo xviii, podía verse como una oligarquía local, self-made, pro- ductora de azúcar y café, cuyas orgullosas familias se cruzaban entre sí y se protegían mutuamente. Gracias a su conocimiento de la tierra, a sus ideas modernas y a su carácter emprendedor (esto en el sentido capitalista), habían conseguido el libre comercio, incluyendo la libre introducción de esclavos, al tiempo que compraban títulos de nobleza y ganaban influencia, tanto en la esfera administrativa como en la militar. Fue esta ambiciosa y astuta clase social la que a finales del siglo xviiicompletó la paciente construcción de la máqui- na criolla, una máquina de plantación, una máquina esclavista que habría de conectarse, a través del azúcar, al descomunal sistema mercantil de la Máquina Afro-Atlántica mundial, sin duda una de las máquinas más poderosas, crueles y devastadoras del medio ambiente que el mundo haya conocido. Su significa- ción fue tan desproporcionada dentro del cuadro socioeconómico de los últi- mos tres siglos, que podría decirse que la historia del Caribe —y muy particu- larmente la de Cuba— fue escrita por ella hasta años recientes. Es posible observar en cortos períodos de tiempo el paso demoledor del ingenio a lo largo y a lo ancho de la Isla. Aquí, sin embargo, la única alternati- va es moverse por el calendario con botas de siete leguas. Desplazándose por los caminos que se alejaban de La Habana, las plantaciones de azúcar se extendieron hacia el Oeste, el Sur y el Este de la ciudad. Puesta en marcha de nuevo mi imaginación, tomo el camino del sur hacia el valle de Güines: en 1780 sólo veo las chimeneas de dos ingenios; en 1792, ya son nueve; en 1804, veintiséis; en 1827, 147; en 1846, 66; en 1859 toda la región humea con el fuego de 89 chimeneas. Tomo ahora el camino del Este, en dirección a Matanzas. En 1798 veo que el lugar tendrá unas quinientas casas, todas con techos de paja. Es villa pobre; seguramente, la producción de sus tres peque- ños ingenios carece de toda significación. Regreso en 1825, la población ha aumentado considerablemente, tanto en gente blanca como en esclavos; tam- bién ha crecido el número de casas, algunas de ellas son grandes y techadas con tejas rojas; hay varias decenas de ingenios y sus dueños celebran la produc- ción de un veinticinco por ciento del azúcar de la Isla. En 1837 la riqueza de la región se observa en el número de pueblos nuevos que han surgido en la lla- nura; uno de ellos es Colón. En 1857 —mi último viaje imaginario— el azúcar de Colón, Matanzas y Cárdenas (ya ciudades en regla) representa más del 55 por ciento de la producción total de Cuba. Las tierras que ocupa este enclave azucarero miden unas 227.000 hectáreas. La significación de los bosques origi- nales dentro de la superficie de Cuba ha bajado a un 40 por ciento o menos. Antonio Benítez Rojo 52 encuentro53 Independientemente de la marcha del ingenio por el occidente de la Isla, hay producción azucarera en la región central (Trinidad) y en la oriental (San- tiago de Cuba). Salvo en los ingenios orientales, la tecnología azucarera ha ido mejorándose cada vez más; a través de varios avances, se ha pasado del ingenio movido por bueyes al ingenio mecanizado con energía de vapor. Con la finali- dad de abaratar el costo de transportación del azúcar al puerto de embarque, se funda el ferrocarril Habana-Güines en 1837 (el cuarto del mundo). Veinte años después, las vías férreas conectan todas las áreas azucareras de Cuba y el telégrafo Morse empieza a funcionar en los ingenios más modernos. En 1860 hay 1.365 ingenios, el 70 por ciento de vapor; su producción es de 543.251 toneladas métricas, lo que supone el desmonte y la quema anual de más de 54.000 hectáreas de bosque. Al finalizar el siglo, ya terminada la esclavitud (1886), hay cambios radicales en el complejo agro-industrial del azúcar. La nueva unidad de producción recibe el nombre de «central», atendiendo a la consolidación de grandes extensiones de tierra alrededor de una maquinaria de mucha mayor productividad. El ritmo de la deforestación aumenta. Un testigo de la época afirma: Los desmontes se hacen en la Isla de Cuba derribando primero los árboles pequeños y los arbustos con el machete, y luego los corpulentos con el hacha. Se troza los troncos, se amontonan las ramas y al cabo de algunos días se aplica el fuego a estos despojos (...) Así se sacrifican todos lo árboles, y caen bajo el hacha exterminadora para ser luego devorados por las llamas robustas ácanas y caobas, corpulentos cedros y sabicúes, antiquísimos chicharrones y guayacanes, y otros árboles de maderas preciosísimas que el fuego consume en pocos días. Los cortes de leña van para los ingenios para hacer carbón (...) De resultas de esta tala asoladora y del sistema imprevisor que la dirige, se ven transformadas en llanuras estériles y abrasadas, terrenos antes pingües y frondosos 4 . Siglo y medio después, añade un reputado historiador del azúcar: La quema de la floresta cubana fue espectáculo cotidiano de los campos. El topónimo «quemados», solo o en nombres compuestos, aparece en los mapas cubanos como el más numeroso de la Isla. Donde quiera que su nombre señala hay el recuerdo de un bosque en llamas (...) La llanura La Habana-Matanzas, donde creció la gran plantación cubana, fue pronto una tierra sin árboles. La muerte de los bosques fue también, a mediano plazo, la muerte de la fabulosa fertilidad de la Isla. Talados los árboles, sembrada la caña en el humus acumu- lado en siglos, las primeras cosechas ofrecieron rendimientos asombrosos. Des- pués, decrecía la producción, aumentaba la terrible erosión de los suelos y secaba miles de arroyos 5 . Sí, ciertamente, el desarrollo azucarero de Cuba en el siglo xixfue espec- tacular. Hubo períodos donde el promedio anual de aumento de la produc- ción de azúcar fue del veinticinco por ciento. En términos ecológicos, sin Paraísos Perdidos encuentroembargo, el costo no puede medirse en dinero. Tal vez podría hacerse un estimado muy general de la madera perdida, pero, ¿cómo valorar la desapa- rición irreparable de especies vegetales y animales, la rápida evaporación de la humedad de los suelos hasta llegar a la esterilidad, el agotamiento de los arroyos, el aumento de la salinización de las aguas subterráneas y la conta- minación de los ríos? Además, ¿cómo valorar las vidas de los centenares de miles de africanos, cuyo trabajo forzado hizo de Cuba la colonia de planta- ción más rica del mundo? la máquina republicana Hacia la segunda mitad del siglo xix, la imposibilidad de integrar la econo- mía cubana a la peninsular orienta el comercio de exportación hacia Estados Unidos. En 1894, el 91,5 por ciento de las exportaciones de azúcar van hacia el vecino del Norte. Así, en la década de 1890, si bien Cuba sigue siendo en lo político una colonia de España, en lo económico depende de Estados Unidos. Esta circunstancia contribuye a que Washington, aprovechando la guerra con- tra el dominio español que ocurría en la Isla desde 1895, rompa hostilidades con Madrid en 1898. Como se sabe, la derrota española fue rápida, decisiva y humillante no sólo para España. Después de cuatro años de ocupación militar norteamericana, Cuba obtie- ne una independencia relativa, una forma de libertad interferida sustancial- mente, tanto por la Enmienda Platt, que autorizaba a los gobiernos de Esta- dos Unidos a intervenir en la Isla, como por los grupos de poder económico de ese país. Esta estrecha dependencia, así como el advenimiento de la segun- da revolución industrial, hizo que entre 1906 y 1927 las inversiones de capital norteamericano en el ramo del azúcar aumentaran de $49.000.000 a $629.000.000, logrando el control de la industria. No hay duda de que estas fuertes inversiones ayudaron a la reconstrucción de la Isla —asolada por tres años de guerra de tierra arrasada— y a su moder- nización, pero también generaron graves problemas, entre ellos el de sellar el destino económico de Cuba en tanto que país monoproductor. Dada la exis- tencia de enormes cantidades de llanuras y bosques disponibles en las regio- nes orientales, la mayoría de los nuevos ingenios fueron construidos en las provincias de Camagüey y Oriente. Estos ingenios eran llamados «colosos» por su enorme capacidad de molienda. Reunían todos los avances tecnológi- cos que entonces impulsaba la producción en masa de muchos bienes de con- sumo en los países desarrollados. En 1877, 1.190 ingenios produjeron 500.000 toneladas de azúcar. Pero en 1929, 163 ingenios producen 5.000.000 de tone- ladas. Esto, como es naturaal, era posible gracias al correspondiente aumento del desmonte de bosques. En la década de 1940, cuando la producción pro- mediaba unos 4.000.000 de toneladas, los bosques aún cubrían entre un die- ciocho y un veintiún por ciento de la superficie de Cuba; en 1959, al llegar la producción a más de 6.000.000, la disponibilidad había disminuido a un catorce por ciento, si bien lo que quedaba de vegetación original correspon- Antonio Benítez Rojo 54 encuentro55 día a áreas marginales o de difícil explotación económica como ciénagas, montañas y los manglares de las costas y cayos. Bartolomé de las Casas nos ase- gura que en sus tiempos era posible atravesar la Isla de Este a Oeste bajo la sombra de los árboles. De haberlo hecho cuatro siglos después, tal vez habría muerto de una insolación aguda. Sobre la muerte del bosque, informa Manuel Moreno Fraginals: Hoy de los bosques cubanos, de las caobas de leyenda, casi nada queda. Toda- vía en 1962, por el río Sagua, navegaban los palanqueros. Las aguas se deslizan mansamente entre las tierras sin árboles. Los palanqueros llevan una larga vara con una punta de hierro. Con ella van hiriendo el lecho del río hasta que saben han clavado un madero. Entonces se zambullen, lo amarran y traen a la orilla (...) Así, día a día, extraen del fondo del río los restos de los árboles que el azúcar talara. Viven de los cadáveres del bosque 6 . La responsabilidad de esta catástrofe ecológica la tiene en primer lugar la máquina azucarera. Pero una máquina es un conjunto de piezas indife- rentes movidas por un motor. No tiene conciencia; no puede llevarse ante los tribunales de la historia. La responsabilidad hay que buscarla en los gru- pos de poder que la controlaron, ya fueran de origen español, criollo o nor- teamericano. En lo que toca a los daños ecológicos, estos no se limitaron a la deforesta- ción y a la contaminación de los ríos. Como se sabe, hay una estrecha relación entre la naturaleza y la cultura. En el África negra el bosque y el río poseen la más alta significación que uno puede imaginar. Para empezar, el bosque es el repositorio de todo el conocimiento, algo así como una enorme biblioteca multidisciplinaria. Además, en él viven, tanto los poderes animistas como los diferentes panteones de deidades que pueblan las cosmogonías africanas. Algo semejante ocurre con el río, asociado a los misterios del arcoiris, la ser- piente, el pez y la mujer. La conservación en Cuba de muchas de las creencias y tradiciones africanas que trajeron consigo los esclavos fue posible gracias a las conexiones que estos hicieron entre sus bosques y los de la Isla. No obstan- te, en el caso concreto de la religión yoruba, se observa en Cuba una notable disminución del número de orishas o deidades. ¿Por qué no pensar que este fenómeno está relacionado con el empobrecimiento del bosque cubano? Pero la existencia en la Isla de un conocimiento tradicional no sólo se debe a las culturas africanas. En los primeros tiempos de la colonización llegaron a Cuba grandes contingentes de campesinos españoles que, dentro de su cristia- nismo, guardaban antiguas tradiciones de la tierra. Además, hay que tener presente que en la segunda mitad del siglo xixdesembarcaron en la Isla 150.000 campesinos del sur de China y que también hubo introducciones de mayas de Yucatán y de indios orientales. Al conjunto de ellos se debe la rica medicina vegetal que existe hoy como alternativa a la farmacopea científica. Me pregunto de nuevo, ¿cuántos laboratorios naturales se habrán perdido para siempre en los desmontes? ¿No habría sido la «medicina verde» aún más Paraísos Perdidos encuentrorica sin su pérdida? ¿Cuántas oportunidades de sincretismo cultural, o mejor de multisincretismo, se desaprovecharon? ¿Cuántas tradiciones desaparecieron al pasar el pequeño propietario rural a la condición de proletario azucarero? la máquina socialista Las máquinas socialistas construidas por Stalin y Mao pertenecen al pasado. A nuestros propósitos, pueden ser definidas en pocas líneas: eran gigantescas máquinas estatales, manejadas unipersonalmente o por un reducido equipo, a través de un solo partido político, cuyos engranajes se proponían conquistar la naturaleza y la propiedad privada en todo el globo con objeto de elevar igualitariamente el nivel de vida colectivo. Dado que la ideología que justifica- ba su funcionamiento se anunciaba como la única capaz de salvar a la huma- nidad de la pobreza y de otras desigualdades sociales, la conquista de la natu- raleza había de lograrse al ritmo más acelerado posible y a cualquier costo, tanto más cuanto que dicha ideología competía desventajosamente con otros modos de pensar en el mundo. Esta estrategia fue seguida por la Unión Sovié- tica, China y otros países de Europa y de Asia, donde se hizo práctica común sacrificar el medio ambiente en favor de una mayor producción agrícola, minera, industrial y energética. Tras la desintegración del bloque comunista en Europa, y de la Unión Soviética misma, pudo comprobarse que los niveles de degradación de la atmósfera, las aguas y las tierras, así como de la calidad de vida en los asentamientos humanos, excedían con creces a los de Occiden- te; esto es una situación que no correspondía con el supuesto desarrollo eco- nómico «humanitario» que habían estado pregonando los aparatos de propa- ganda de estas máquinas. Cuba compartió durante treinta años la destructiva estrategia seguida por Europa del Este. La colectivización de la mayor parte de la tierra y su reorganización en grandes granjas estatales con la finalidad de adoptar una agricultura extensiva, hizo que los árboles y arbustos que crecían dentro de los nuevos límites fijados por la burocracia estatal fueran derribados. Se buscaba nivelar la tierra lo más posible. Dejarla desnuda y abierta a las oru- gas de los tractores y combinadas, a la química de los fertilizantes y pestici- das; dejarla sin la protectora sombra del algarrobo y de las hileras de centi- nelas verdes que hasta entonces habían bordeado los caminos o marcado los límites de las antiguas propiedades. En esa batalla contra la naturaleza, sostenida en toda la Isla por los equipos pesados de la Brigada Invasora Che Guevara, que incluía tanques de guerra y explosivos, cayeron millares y millares de palmas reales, venerables ceibas y árboles de mango, guayaba, mamey, caimito, marañón, guanábana, níspero, tamarindo, mamoncillo, aguacate, chirimoya, anón, canistel, limón, toronja y naranja; más aun, des- apareció casi todo lo sembrado, desde el plátano y el maíz hasta la papaya y el melón, desde el frijol y la malanga hasta el boniato y la papa, desde el berro y la lechuga hasta la col y el rábano, desde la piña y el arroz hasta la banana, la berenjena, la habichuela, la yuca, el ñame, el ají, la remolacha, el Antonio Benítez Rojo 56 encuentro57 chayote, el pepino, el quimbombó, el nabo, la zanahoria, la calabaza, el ajo, la cebolla y el tomate. ¿Muy detallado este párrafo? Tal vez. Intento hacer- me eco de los sueños de millones de cubanos que durante décadas sólo pudieron consumir, en el mejor de los casos, una cantidad limitadísima de estos productos a través del sistema de racionamiento. Los sueños del Gobierno eran muy distintos a los del pueblo. Eran cubrir la demanda de azúcar del bloque socialista europeo para merecer la ayuda económica de la Unión Soviética. Así, casi todas las nuevas áreas de cultivo fueron dedicadas a la caña de azúcar, al tiempo que se construían nuevos ingenios y represas que garantizaran la debida irrigación, y el trabajo en los cañaverales se mecanizaba al máximo. El Gobierno se valió de todos los medios a su alcan- ce para que la zafra de 1969-1970 llegara a los 10.000.000 de toneladas de azúcar. Casi todos los recursos de fuerza de trabajo, combustible y transpor- te se dirigieron hacia la industria azucarera, al punto que el país quedó casi paralizado y sin alimentos que consumir. Pero, aunque la meta no se cum- plió, el Gobierno continuaría la vieja política del monocultivo, produciendo un promedio de 7.000.000 de toneladas de azúcar sobre la base de una agri- cultura demencial que demandaba la deforestación, el uso de enormes can- tidades de pesticidas y fertilizantes químicos, y el implacable bombeo de aguas subterráneas y superficiales. El daño a la flora autóctona puede cons- tatarse en el Catálogo de las plantas cubanas amenazadas o extinguidas (1983): 58 especies se consideraban extinguidas, trece, raras o ya extintiguidas, 268, en peligro, y 564, difíciles de localizar. De repente, vino lo impensable: tras una agonía sorprendentemente corta, el poder comunista murió en Europa. la máquina del período especial El colapso de la Unión Soviética no sólo trajo por consecuencia la suspen- sión de la ayuda económica que ésta le daba a Cuba, sino, además, serios pro- blemas que afectaban estructuralmente la producción agrícola e industrial, el comercio de importación y exportación, y las inversiones, tanto en el sec- tor productivo como en el de servicios. Esta situación crítica forzó al Gobier- no a seguir en 1990 la política llamada de «Período Especial en Tiempo de Paz», política de dura austeridad que restringía al máximo las importaciones. Ante esta realidad, el Gobierno se ha visto forzado a adoptar una serie de medidas de supervivencia, como las concesiones hechas a las inversiones extranjeras, la legalización del dólar y la introducción de moneda converti- ble para uso local, el desarrollo acelerado del turismo, la creación de merca- dos y tiendas libres, el trabajo por cuenta propia, nuevas formas de propie- dad y uso de la tierra, la utilización agrícola de patios y jardines para responder a la demanda urbana, y la reorganización de la administración pública, las empresas y las industrias —incluso la azucarera— bajo criterios económicos. De la máquina comunista quedaba el Gobierno unipersonal, el partido único, algunos servicios sociales (educación y salud pública, entre Paraísos Perdidos encuentroNext >