< Previous[G.G.] :En un homenaje a Antonio Benítez Rojo en un viejo número de Encuentro, rememoras el descubrimiento de sus cuentos en los años 60 y cierras texto sobre Tute de Reyes, El escudo de hojas secasy Heroicadiciendo que «en la gale- ría personal de los libros que en aquel tiempo me comunicaron algún valor, alguna esperanza, estos volúmenes de cuentos ocuparon un sitio excepcional». Aparte de tu confesa devoción por la obra de Benítez Rojo y Novás Calvo, y de la eterna relectura de Dostoievski, ¿qué otros autores, cubanos o de otras litera- turas, conforman tus preferencias y biblioteca de abrevadero? [C.V.] :Lo que me ocurrió con Benítez Rojo, aparte de admirar su calidad literaria, fue que me hizo creer que un escritor cubano desconocido podía publicar en Cuba, a finales de los años 60, libros que no estuvieran contaminados por la política. Pero fue un espejismo; él resultó un caso excepcional. Y si voy a men- cionar a todos los escritores que me gustan, la revista Encuentro tendría que pre- parar un número especial para publicar la lista, un diccionario que abarca desde Homero hasta Lorenzo García Vega. [G.G.] :Entre Homero y Lorenzo García Vega navegan todos los catálogos y todas las naves. Nuestro paso por la vastedad de ese tiempo, que es la Historia y la Historia de la Literatura, nos deja, al final, con un puñado de nombres apre- hendidos, nos deja sentados y en silencio frente a esa «biblioteca de abrevade- ro» de la que ya te hablé. ¿Hasta qué punto esos autores a los que siempre regresas han influenciado y definido tus maneras de obrar?, ¿cómo reaccionas cuando descubres la voz o el estilo de otro escritor en un pasaje tuyo, borras o rindes homenaje? [C.V.] :La relación entre mi vida y la literatura siempre ha sido intensa. Soy, por encima de todo, lector, por lo que estoy seguro de que las decenas, por no decir centenares, de escritores que he leído con pasión a lo largo de los años, han influenciado directamente mi vida y mi obra. Por poner sólo tres ejemplos, Dos- toievski me provocó desde el principio un enorme deseo de escribir novelas; Rousseau, sobre todo, el Rousseau de la Profesión de fe del vicario saboyano , me iluminó en cuestiones de conducta y creencias cuando yo era un adolescente (aunque el propio Rousseau contradijera, a veces, sus escritos con sus acciones, como suele ocurrir), y la novela póstuma de Camus, El primer hombre , me dio el último empujón para ir a Cuba a conocer a mi padre. En cuanto a encontrar la voz o el estilo de otro escritor en mis obras, no dudo de que ocurra todavía, sin que yo mismo me dé cuenta. Pero, digamos que tengo la ventaja de haber publi- cado mi primer libro a los 42 años, luego de escribir continuamente desde mi infancia, por lo que, tal vez, las imitaciones, deliberadas o inconscientes, se han ido depurando poco a poco a través de las décadas, y al final lo que ha quedado en mi escritura, y hablo de los libros publicados, es un compendio de todas mis lecturas y de mi propia experiencia. [G.G.] :En entrevistas anteriores te han preguntado muchas veces sobre la influen- cia de Camus en tu obra, pero yo siempre he sentido en tus páginas un sabor a Hesse, sobre todo, en Puente en la oscuridady su aproximación temática con El lobo estepario. ¿Cuánto de esa «soledad existencial», de ese «braceo en torno a la demencia», y de esa «búsqueda del sentido de la vida» que sostienen los Carlos Victoria entrevistopor Germán Guerra 28 EN PERSONA encuentro29 apuntes de Harry Haller, marcan también, implícita o explícitamente, los pasos de Natán Velázquez por toda la extensión de tu Puente…? [C.V.] :La obra de Hesse, no sólo El lobo estepario , sino también Demian , Siddharta y El juego de abalorios sobresalen en mis recuerdos de lecturas. Pero lo mismo puedo decir de la obra de innumerables escritores, y te pido que no me obligues a detallar el catálogo. Ahora bien, cuando empecé Puente en la oscuridad no pensa- ba en ningún autor concreto. Si pensaba en alguien era en Keats, a quien rindo homenaje explícito en esa novela, y en los autores románticos que me han fascina- do desde muy joven: Shelley, Coleridge, Víctor Hugo, Lermontov, Chateaubriand, Lamartine, Espronceda, Hölderlin y otros. Pero, sobre todo, pensaba en mí mismo, en mi propia historia, en la historia de muchos exiliados, y, en general, en la historia de la gente solitaria y confundida que busca un refugio, un asidero. [G.G.] :Háblanos del proceso de escritura, del universo narrativo, de cómo llegan y decantas temas y personajes, de cómo armas la estructura que sostiene el peso de tus libros. [C.V.] :Me llegan ideas de forma inesperada. Tomo notas caóticas, que sólo yo entiendo, y, a veces, ni siquiera entiendo. Ideas de tramas, de escenas, de perso- najes. Antes de comenzar a escribir trato de establecer un orden en ese caos, de modo que cuando empiezo un cuento o una novela creo saber más o menos adónde quiero ir. Pero al escribir la dirección cambia, las situaciones se transfor- man, surgen nuevos argumentos y nuevos personajes, y otros se vuelven falsos y desaparecen. Entonces vuelvo a tomar notas, a trazar otros planes, otros bosque- jos. Y empiezo de nuevo. Escribo y reescribo. Tacho y añado. Escribo a mano siempre. Sólo después de varias versiones a mano estoy listo para lo que era antes la máquina de escribir y ahora la computadora. [G.G.] :Los que te conocemos de cerca sabemos de tu pasión casi enfermiza por el cine, sabemos que en el escritorio, en la redacción de El Nuevo Herald, siem- pre tienes junto al teclado un libro para las horas muertas y una película para ver cuando llegues a los silencios de casa. ¿Cómo influye el cine en tu obra?, ¿qué relación existe entre la degustación y el conocimiento enciclopédico del film noir,y la consciente oscuridad existencial que transita tus argumentos? [C.V.] :Si voy a creerle a mi familia, aprendí a leer yo solo a los cuatro años, con muñequitos y libros ilustrados. Al parecer, desde entonces relacioné la imagen visual con la palabra escrita. Luego, el cine, que me fascinó desde muchacho, amplió el vínculo entre la narración y la imagen. Tal vez por eso me esfuerzo en escribir textos que el lector pueda ver. Creo que mi inclinación por el film noir proviene de que mi propia vida ha tenido muchos matices y episodios sombríos, y, por lo tanto, mi escritura también. Pero no podría hablar de una relación de causa y efecto. Por ejemplo, me encantan también las películas de samurais, y te aseguro que nunca le he arrancado la cabeza a nadie, aunque, cuando me emborrachaba y me drogaba, a veces fantaseaba que era Toshiro Mifune o Tatsuya Nakadai, para acabar con algunas personas despreciables. Afortunadamente, hace veinticuatro años que no me emborracho ni me drogo, y a los despreciables prefiero dejarlos vivos, aunque procuro que estén lo más lejos posible de mí. Carlos Victoria entrevistopor Germán Guerra EN PERSONA encuentro[G.G.] :Todo novelista contemporáneo lleva dormido en el pecho un director de cine, pero tu carácter, esa «secreta aversión por el tumulto» y la manera de pararte ante las practicidades de la vida, no me dejan imaginarte en un set de filmación gritando órdenes con un megáfono, doblando las voluntades de actores y luminotécnicos. Varios escritores cubanos han trabajado directamen- te para el cine: Cabrera Infante, Senel Paz y Antonio José Ponte cargan con sus créditos de guionistas, y Jesús Díaz dirigió y escribió sus películas. ¿Cederías a la tentación?, ¿aceptarías el reto de escribir un texto concebido como guión cinematográfico, que tu argumento termine proyectado en una pantalla y no en forma de libro? [C.V.] :Para mí el acto de crear siempre ha sido un acto solitario. No concibo crear otra cosa que no sean mis cuentos y novelas, que sólo obedecen a mis propias leyes y en las que trabajo solo, en el tiempo que quiero y de la forma que quiero. [G.G.] :Me decías al inicio que disfrutabas lo mismo de Los Beatles que de Shosta- kovich, y tus amigos cercanos conocemos que paralela a tu pasión por el cine cabalga tu devoción por la música. ¿Cómo te afecta y cuánto te puede marcar —o rescatar de la memoria— una sinfonía intensa como la Patéticade Chai- kovski, o una balada rock de Los Beatles?, ¿requieres del «silencio absoluto» para escribir, o puedes hacerlo oyendo música? [C.V.] :Para mí la música es más importante que la literatura y el cine, lo que es mucho decir. Creo que podría vivir sin leer ni ver películas (no quisiera vivir de esa forma, pero podría sobrevivir), pero no podría hacerlo sin escuchar música. Mi gran aspiración, casi imposible de lograr, por supuesto, es imitar la música mientras escribo. Vale la pena que hable un poco de esto. Hasta hace relativa- mente poco yo rechazaba gran parte de la música clásica del siglo xx. Mi gusto llegaba solamente hasta, digamos, Sibelius y Debussy, y una parte de la obra, la más accesible, de Bartók y Shostakovich. La música del siglo xxque me arrebata es la popular, desde las rancheras de mi infancia hasta la música popular nortea- mericana y británica, a partir de los años 60. Es decir, que al escribir lo que he tratado de imitar en la música es la melodía. Y yo relaciono la melodía en la música con la historia en la narrativa. Igual que rechazo, o rechazaba hasta hace poco, la música sin melodía o de melodía difícil de percibir de muchos composi- tores clásicos del siglo xx, así rechazo en mi escritura, y quiero subrayar esto bien, en mi escritura, no en mis lecturas, la ficción que no se sustente en histo- rias, en argumentos, en personajes. Eso ha hecho que algunos de mis amigos escritores (mis amigos han sido mis principales críticos y lectores), a lo largo de mi vida, me reprochen lo que ellos perciben como una tendencia a hacer una literatura pasada de moda. Pero eso jamás me ha importado. Nunca me ha importado si lo que escribo se ajusta a la moda, si suena antiguo o moderno. Además, lo moderno viene de adentro. Si un escritor es auténtico, y yo aspiro a serlo, su obra siempre va a reflejar su época. Yo sé lo que quiero conseguir al narrar. Que lo logre o no, es otra cosa. Es curioso, sin embargo, que en esa larga lista de escritores que admiro, en ese catálogo interminable, varios estén en el extremo opuesto a lo que busco en mi escritura: pienso en Joyce, en Virginia Woolf, en Robbe-Grillet, en Faulkner, en Herman Broch, en William Gass, y, Carlos Victoria entrevistopor Germán Guerra 30 EN PERSONA encuentro31 para hablar de cubanos, en Lorenzo García Vega, en Lezama, en Reinaldo Are- nas, que se caracterizan por romper los moldes narrativos y acercarse en ocasio- nes a la música clásica moderna, donde más que la melodía lo que interesa es el ritmo, el experimento, el desafío a las estructuras, la originalidad de los sonidos, la búsqueda de nuevas formas de expresión. Sin embargo, a pesar de mi devo- ción por la música, o tal vez por eso, no puedo escucharla mientras escribo. Necesito silencio. [G.G.] :En ese otro catálogo de naves que va sostenido entre cantos tribales y gre- gorianos, Sibelius y los Rolling Stones, entre Wagner y Led Zeppelin, entre los trovadores y las bocas duras (y sucias) del nuevo hip hop, ¿dónde ha quedado tu relación con la música cubana, a la cual nunca haces referencia? [C.V.] :Me haces una pregunta difícil. Me gustan, por supuesto, algunos cubanos: Benny Moré, Celia Cruz, María Teresa Vera. ¿Por qué no me apasiona la música cubana, venerada en todo el mundo? Yo mismo me hago esa pregunta. Aunque los gustos son misteriosos e irracionales, creo que en este caso puede haber una explicación: fui joven en Cuba en los años 60 y 70, donde el régimen nos impo- nía la música cubana, y la música popular extranjera se consideraba muchas veces subversiva, o, por lo menos, sospechosa. Tal vez por eso, por rebeldía, empecé a tener prejuicios contra lo que se me obligaba a escuchar y admirar. Y nada más difícil de superar que los prejuicios. Confieso sin orgullo, pero con sinceridad, que mi relación con la música cubana es muy pobre. Tal vez algún día eso cambie. Aunque mientras más viejo se hace uno, más improbable se hace que los gustos cambien. Pero no hay que perder la esperanza. Mira, ya puedo escuchar con placer a compositores clásicos que siempre detesté, como Hinde- mith, Janáˇcek, Prokofiev y Messiaen. Los milagros ocurren. [G.G.] :Dice Luis Manuel García en el prólogo a tus Cuentos, publicados por Aduana Vieja, que eres un «saqueador de vidas ajenas», pero también afirma que «Carlos Victoria es el primer personaje de Carlos Victoria». Tu obra es profundamente autobiográfica y por ella pasan todas las miserias humanas que has transitado a lo largo de los años: «la profundidad de la miseria cubana devenida modo de vida, tragedia permanente» (dice Luis Manuel en su prólo- go), la desconfianza, el desarraigo, la intolerancia, la incertidumbre de la sole- dad, la constante huida y la inadaptación, el alcoholismo y la abstinencia de todo, la demencia encarnada en la persona de tu madre, el golpe seco del exilio y la separación familiar, y una larga lista de oscuridades, dichas con palabras claras, que ahora no cabe enumerar. Te ha tocado también, en todos los senti- dos, lidiar con el suicidio de tres amigos escritores —de los escritores suicidas del exilio, sólo Calvert Casey no pudo esperar a que llegaras—, y las muertes de Reinaldo Arenas, Guillermo Rosales y Juan Francisco Pulido los han suma- do a esa suerte de panteón y galería de personajes marginales que transitan tus cuentos. Dice Camus en la primera línea de El mito de Sísifoque «No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio». Partiendo de este paradigma del existencialismo, y de todos los existencialismos que te col- man, ¿hastomado conciencia de la universalidad temática de tu obra?, ¿has comprendido ya queel tema de lo cubano y sus revoluciones, que Camagüey, Carlos Victoria entrevistopor Germán Guerra EN PERSONA encuentroLa Habana o Miami (y un paso breve por las calles de Manila) no son más que telones de fondo, pura escenografía y atrezo por donde deambula el Hombre cargando con todos sus silencios y miserias, denunciando desespe- racionesy desencuentros? ¿El Hombre universal, martillando sobre su condición humana? [C.V.] :Dice Lezama que lo que le pasa a uno les pasa a todos. Es su frase más simple y más verdadera. Trato de escribir genuinamente sobre mí, sobre la gente y las cosas que conozco, aunque todo lo que escribo es ficción. Pero es una ficción que invento a partir de referencias reales, que me convence como si fuera verdad, que yo mismo vivo cuando la estoy escribiendo. Si no creo en ella, si no la vivo mientras la escribo, y me ocurre muchas veces, termina en el cesto de basura, o la sigo reescribiendo hasta que me parezca auténtica. Es decir, tiene que conver- tirse en una mentira veraz. Y si es veraz, refleja en cierto grado otras vidas, otras circunstancias, otros modos de ser, de sentir y de reflexionar. Me gustaría creer que, en ocasiones, he logrado plasmar en mis libros lo que tú llamas condición humana, que he logrado un atisbo de lo que tú llamas universalidad. [G.G.] :Tienes seis libros publicados, tres novelas y tres colecciones de cuentos. Se publicó en España en 2004 una compilación de todos tus cuentos escritos hasta esa fecha, las novelas se han traducido al francés y al inglés, Félix Lizá- rraga escribió para Encuentro en la Redque Puente en la oscuridades uno de los libros más extraños y alucinantes de la literatura cubana, has ganado pre- mios, becas y homenajes, hace mucho tiempo que no pagas por la publicación de tus libros, comienzas a ser un escritor reconocido y reconocible por el esti- lo, ya se pudiera hablar de un público lector interesado en tu obra, la crítica — tan tímida y poco sistémica, como siempre— comienza a dar señales de vida y se acerca, no paras de escribir y no cejas un segundo en el compromiso mona- cal para con los misterios de la literatura. ¿Cuál ha sido el momento más importante de tu vida como escritor?, ¿cómo respira un hombre cuando siente que ya es parte de la memoria cultural de su nación? [C.V.] :El momento más importante de mi vida como escritor ha ocurrido cada vez que he terminado la versión final de un libro, lo he releído y me he sentido satis- fecho. Pero es un momento efímero. Luego, vuelven las dudas, sobre todo, cuan- do el libro está impreso. Entonces empiezo a escribir otro libro, con la ilusión de lograr algo mejor. Y aunque agradezco tus palabras, no me siento parte de la memoria cultural, no digamos de una nación, ni siquiera de un pequeño grupo. Me siento solamente como un tipo que escribe y que espera dejar alguna huella con lo que escribe, en el sentido de provocar en algunos lectores el gusto que siento al leer a tantos escritores que con su talento me han ayudado a vivir esa realidad paralela de la imaginación, que casi siempre resulta superior a la reali- dad que nos toca enfrentar cada día. [G.G.] :Repito ahora la última pregunta que te hizo Alejandro Armengol en una entrevista de 1995: «La travesía… y Puente… pueden verse como parte de una trilogía: el escritor en Cuba, el escritor en el exilio y una próxima novela que podría ser el regreso del escritor, o la visita del escritor a sus orígenes». Esa «próxima novela» ya está siendo escrita, y de ella se publica un fragmento en Carlos Victoria entrevistopor Germán Guerra 32 EN PERSONA encuentro33 este homenaje. ¿Crees que con esta nueva pieza se responde afirmativamente la pregunta profética de Armengol, que estás cerrando, sin proponértelo, una suerte de trilogía sobre los derroteros de la Isla y sus hijos en estos 50 años de castrismo? Háblanos un poco de esa novela en la que ahora trabajas. [C.V.] :Armengol terminó siendo profeta. Aunque después de esa entrevista publiqué otra novela, La ruta del mago , que transcurre en Camagüey, esta nueva novela en la que trabajo actualmente trata de un exiliado que regresa a Cuba. Es una novela larga, que me tomará varios años, pues apenas la estoy empezando. En realidad, llevo más de tres años empezándola, pues he desechado montones de páginas que no me convencen. Esa es una de las ventajas, tal vez la única, de ganarme la vida en otro trabajo que no tiene nada que ver con mi escritura: puedo tomarme todo el tiempo del mundo en escribir mis libros, sin nada ni nadie que me apure o me presione para escribir algo que no es lo que quiero y siento. La novela es casi una biografía de este exiliado, es una narración que va desde su infancia hasta el presente. Y su presente abarca un viaje, o tal vez varios, entre Estados Unidos y la Isla. Este hombre, a causa de un accidente en Miami, ha sufrido un cambio en su rostro. Esto le da la oportunidad de regresar a Cuba sin que nadie pueda reconocerlo. Por supuesto, es una historia que ha sido con- tada antes, que tiene antecedentes conocidos: los más ilustres son Enoch Arden y El Conde de Montecristo, y dos o tres películas de cine negro. Pero como me propongo contar una mentira veraz, una mentira sobre mí y la gente y las cosas que conozco, espero que tenga mucho más que ver conmigo y con nuestra histo- ria cubana de los últimos 50 años que con la de Dumas y todas las demás. [G.G.] :¿Te animaría publicar un libro en Cuba bajo las todavía actuales condicio- nes de totalitarismos y censuras, pero donde están nuestros lectores naturales, para quienes realmente escribes?, ¿qué condiciones exigirías como autor para que apareciera una novela tuya bajo el sello editorial de Letras Cubanas? [C.V.] :Deseo publicar en Cuba cuando no tenga que exigir condiciones. Ese momento no ha llegado. Carlos Victoria entrevistopor Germán Guerra EN PERSONA encuentroL as tres novelas publicadas por carlos victoria 1 , PUENTE EN LA OSCURIDAD , La travesía secretay La ruta del mago, tienen nombres viales: puente, travesía, ruta. Mientras, sus tres libros de cuentos 2 , Las sombras en la playa, El resbaloso y otros cuentosy El salón del ciego, invocan instantes capturados con sus nombres de instan- tánea, de lienzo, de daguerrotipo. Y no se trata de meras casualidades. Con instantá- neas y caminos el autor ha fabricado un mundo —cercano, doloroso, tan verosímil que cuesta vencer la tentación de buscar a César y a Adela en las calles, de abando- nar unas flores sobre las tumbas de Enrique, de William, de Ricardo; de consolar a Abel, inquietarnos por el destino de Natán Velázquez, o alcanzarle a Marcos Manuel Velazco un par de analgésicos que le alivien la resaca existencial, o la otra. Aunque obtuvo en 1965 el premio de cuento de El Caimán Barbudo, Carlos Victoria podría ser catalogado como «un escritor del exilio» (si eso existe, porque una definición de tal calibre sería engañosa, como las nóminas culturales de La Habana). Según él confiesa 3 , su obra publicada ha sido completamente creada (o, al menos, redactada, cosa diferente) fuera de la Isla. De su obra escrita en Cuba sólo pudo recuperar tres libros de poesía y un par de cuentos. La Seguridad del Estado se incautó del resto de sus manuscritos. Más tarde, lo escrito desde la salida de prisión, en julio de 1978, hasta mayo de 1980, lo quemó él mismo el día antes de abando- nar la Isla: dos novelas inconclusas desaparecieron en minutos. TRAYECTOS Sus tres novelas son verdaderos Bildungsromanen, especialmente, La travesía secretay La ruta del mago, dado quePuente en la oscuridades una suerte de búsqueda inversa, de retorno a la infancia en el intento de localizar a ese hermano elusivo que no sólo mantiene en tensión al lector, sino que desdibuja la frontera entre realidad, nostalgia y mitología. Independientemente de que Abel (La ruta del mago, 1997), Marcos Manuel Velazco (La travesía secreta, 1994) y Natán Velázquez (Puente en la oscuri- dad, 1993) tengan diferentes nombres, los tres podrían perfectamente componer un mismo Aprendizaje de Wilhelm Meister, desde la infancia de Abel hasta la torturada edad adulta de Natán, pasando por la juventud llena de preguntas, de caminos que se bifurcan, de tanteos sexuales, culturales y políticos, de Marcos Manuel. En contraste 34 EN PERSONA encuentro Travesías de la memoria Luis Manuel García35 con las novelas de becados, de participantes, de personajes insertos en la maquinaria sociopolítica cubana, el adolescente Abel, que sufre una suerte de extrañamiento ante el paisaje de la flamante Revolución, el que ve pasar la manifestación y las con- signas sin sumarse, da paso al Marcos Manuel que intenta encontrar respuestas per- sonales, un espacio de libertad y un encaje auténtico en la sociedad, eludiendo por igual la marginalidad y el oportunismo, con lo que consigue la expulsión de la uni- versidad, el desmoronamiento de una red de amigos cuando cada hilo se marcha a pescar por su cuenta, la cárcel y esa suerte de destierro que es el regreso a los oríge- nes. De ahí que encontremos a Natán ya en el exilio, donde ha obtenido otros gra- dos de libertad aunque tampoco encaje, aunque esté condenado a la búsqueda de un hermano que es la búsqueda de sí mismo. Novelas de aprendizaje que culminan en una novela de misterio que, a su vez, rebusca en los orígenes como si le fuera dado reeditar la historia. A lo largo de las tres, presenciamos los intentos de exorci- zar a los mismos fantasmas: la soledad, el desarraigo y el difícil encaje en dos socie- dades que exigen su tributo, cada una en su propia moneda. TEMAS INSULARES, JARDINES MUY VISIBLES En la obra narrativa de Carlos Victoria, tanto en sus cuentos como en sus novelas, el autor explora las trastiendas de la realidad visible, los sótanos, los desagües donde la sociedad intenta ocultar/arrojar sus desechos. Recorrer su obra es asistir a una galería de personajes que, en el menos dramático de los casos, se mueven en los márgenes de la corriente, cuando no se trata de seres marginados y marginales, sumergidos en la bruma del alcohol o las drogas, o intentando bracear desesperadamente para escapar de ella. Seres que intentan ser ellos mismos y huir de la maquinaria estandarizadora que pretende cortarlos y editarlos de acuerdo al patrón de una presunta «normalidad». Tres son sus temas recurrentes, enlazados entre sí: la intolerancia, la inadaptación y la huida. Sobre todo, la huida. En su obra todos huyen de algo. El exilio es apenas una de las expresiones de esa huida. Tres temas que no son cotos privados de nuestra insularidad transida de política. En «El alumno de Lezama», el viejo escritor ha sido marginado por su tibieza política mientras sus jóvenes amigos necesitan un sitio para ser ellos mismos, lo que presupone un espacio social donde ello les está vedado. En «El baile de San Vito», la presión de la intolerancia social transita toda la historia, un punto de partida de la desgracia nacional traducido en asuntos de familia. Un personaje intenta una y otra vez huir del país, otros han decidido quedarse y aspiran, apenas, a sobrevivir o medrar, el hombre huye de la camisa de fuerza en que se ha convertido el hogar y la mujer pretende apuntalar la estructura doméstica ante la inminencia del derrumbe. La censura presente en «Dos actores» y la intolerancia, traducida en prisión, ante la «conducta impropia» de un recluta homosexual, en «Liberación». En «Ana vuelve a Concordia», a primera vista nos parece descubrir cierto rechazo social del cubano residente en la Isla al que viene «de afuera». Página tras página, se nos revela que el presunto rechazo es la cáscara engañosa de la propia frustración. El hijo pródigo que regresa es el recordatorio de que nosotros también pudimos hacerlo, de que también podríamos estar regresando. Tanto en «El armagedón», con su mirada a la cárcel, Travesías de la memoria EN PERSONA encuentrocomo en «El resbaloso», «El novelista» y «La estrella fugaz», está presente, directa o indirectamente, esa fuerza oscura que obliga a huir a los personajes. Y en los dos últimos, se evidencia que esa intolerancia, capaz de actuar como desencadenante, no es exclusiva del totalitarismo insular, sino que se extiende a esa sociedad adonde han ido a parar muchos personajes acarreados por la resaca. Tanto en una como en otra, «varios se encuentran doblemente marginados» 4 . Puede que la persistente vocación literaria de Carlos Victoria, los accidentes y obstáculos que ha salvado para construir su narrativa —desde las acusaciones de «diversionismo ideológico», la prisión y el secuestro de manuscritos, en Cuba, hasta la falta de apoyos institucionales, en el exilio, que lo ha condenado a trabajos ali- menticios y a la lenta edificación de su obra (sin descontar el efecto bienhechor de este tempode factura)—, todo parece propio de sus personajes. De alguna manera, Carlos Victoria es el primer personaje de Carlos Victoria, y no necesita siquiera dis- frazarse, como en el cuento «Halloween». Si la intolerancia es la causa, el tema que está en el origen de su narrativa, el efecto más visible en su obra es la inadaptación, el desarraigo. Liliane Hasson 5 afirma que (…) la inconformidad caracteriza a la mayoría de los personajes, tan inaptos [sic] como inadaptados para vivir en la sociedad que les ha tocado en suerte, sea en la Cuba revolucionaria, sea en Miami (...) Ciertos personajes son impotentes, unos luchan por mantenerse a flote, algunos se refugian en la bebida o en otras drogas, en el sexo, en la locura, hasta en el suicidio. Otros más buscan el apoyo de la religión, del misticismo, de la especulación filósofica, de la cultura… Reinaldo García Ramos 6 señala con qué frecuencia los personajes son ex alcohó- licos, muchas veces como protagonistas o narradores. Y Carlos Espinosa 7 habla de «páginas de marcada impronta generacional (…) de vidas tronchadas [que] tiene mucho de exorcismo». La angustia del desarraigo y la marginalidad es el medio natural donde se mueven Marcos Manuel Velazco, en Cuba, y Natán Velázquez, en Miami. Desarraigo en tanto que personajes excéntricos (descentrados) de una norma vital que les impone un «comportamiento», una moralidad. La misma angustia del desajuste, de la incapaci- dad del «amoldamiento» transita toda la cuentística de Carlos Victoria. Un desarraigo que asola por igual a los personajes de la Isla y del exilio. Evasión, droga y alcohol, con su correspondiente ricorsi: curas de desintoxicación, seres al borde de la recaída. Reinaldo García Ramos 8 también menciona, entre los temas recurrentes de Car- los Victoria, «el desamor, tanto genital como filial, y el carácter amorfo y ambiguo, fluctuante y frágil, de la amistad entre hombres jóvenes». Más que desamor, yo hablaría de amor interruptus, imposible, amor siempre reintentado pero que no con- sigue fraguar por muchas razones –la locura, el alcohol, la distancia, el desconoci- miento, la incapacidad de renunciar a una parte del propio yo, la duda. El último tema en esa cadena de relaciones causa-efecto, y que se constituye, a su vez, en un generador adicional de desarraigo, extrañamiento, desajuste respecto a una nueva realidad «normalizada», es el exilio. El momento preciso de la ruptura, cuando el protagonista decide, como Marcos Manuel, ser un espectador de la realidad insular, Luis Manuel García 36 EN PERSONA encuentro37 pero desde esa platea alta que es el exilio, es recurrente en sus cuentos. Un exilio que no es sólo ese espacio físico de la diáspora, esa patria de repuesto, especialmente Miami. El exilio puede ser La Habana; puede ser todo tiempo presente, en contraste con esa patria vívida que es la juventud y la infancia; puede ser el alcohol, como en «Pólvora», cuando la evasión hacia el territorio prohibido permite que la mujer vuelva a ser hermosa, y el hombre, guerrero, y que los jóvenes tengan fe en ellos mismos, los callejones sean avenidas y las casas apuntaladas se yergan. El exilio puede ser la muerte; como puede ser una forma del exilio la noche o la literatura; excepto el propio cuerpo, ese refugio último. Carlos Espinosa 9 anota que la realidad de la cual se nutre Victoria es la cubana, la de la Isla y la de Miami, la del exilio interior y la del exilio físico. Habría que subrayar que los avatares de la «exterioridad», tienen en él un valor desencadenante. Los verdaderos exilios son esas huidas interiores a las que parecen propensos muchos de sus personajes, una suerte de respuesta transgresora a las presiones de la realidad exterior. Reinaldo García Ramos 10 califica a toda su obra como «la crónica del exilio en los años posteriores a Mariel». Pero Carlos Victoria es el cronista de su intimidad. Los acontecimientos, las noticias, la sociedad, el entorno, son los toques a la puerta. El autor está tratando de saber qué ocurre dentro de la habitación cerrada. Marcos Manuel Velazco transita 477 páginas intentando delimitar las coordenadas de su propia geografía. La complejidad de sus personajes se traduce con frecuencia en ambigüedad o ambivalencia. La «perdonabilidad» del delito en «El abrigo» y «En el aserradero», donde robar es apenas un acto «inconveniente». El sinuoso curso de una vida en «Un pequeño hotel de Miami Beach». La escabrosa relación con una prostituta ladrona en «La franja azul». La ambigüedad sexual en «El atleta», en La travesía secreta, en La ruta del mago, y, desde luego, la ambigüedad por excelencia que campea en «El resbaloso», uno de sus cuentos más inquietantes. Ese resbaloso que deambula por la ciudad, posi- ble alter egodel escritor, inasible, intocable, fisgoneando la vida ajena sin un propósito definido. Perseguido por la policía y por los vecinos. Nadie sabe exactamente por qué. Nada ha robado. A nadie viola o agrede. Es, al mismo tiempo, el señor de los apago- nes, la subversión que se oculta en la sombra, inatrapable para guardas, policías, cede- ristas, porteros de hoteles. Es el espíritu de la noche en la ciudad que se deshace, la ciudad que evoluciona con cada derrumbe hacia un recuerdo de la ciudad. La ciudad que se conjuga en pasado en una suerte de viaje a la semilla. La ciudad cuyo espíritu es, posiblemente, esa mujer ciega y sorda que al final, en el momento del cataclismo, dice «abur». Una ambigüedad que, en sus novelas, se traduce en búsqueda de las claves de futuro (La travesía secretay La ruta del mago) o de las claves del pasado (Puente en la oscuridad), aunque las conjugaciones son engañosas. Las encarnaciones de Carlos Victoria en sus personajes, en especial en sus novelas, una verdadera trilogía con un solo protagonista heterónimo, son incapaces de sumarse, de desaparecer disueltas en una marcha del pueblo combatiente o en la marea humana de un centro comercial; de modo que su pregunta es siempre la misma: quién soy, qué hago aquí, hacia dónde. La ambigüedad es la materialización de la duda. Historias inquietantes donde el juego de transgresiones es continuo: «El novio de la noche», «Pornografía» —en ese ambiente sórdido donde resulta casi natural Travesías de la memoria EN PERSONA encuentroNext >