< PreviousEncuentro de culebras Reinaldo García Ramos Se revuelcan, no salen de sí mismas, se deslizan airadas y arremeten contra las otras que también se pierden en la apariencia igual de ese amasijo. Buscan a la enemiga; no la encuentran. Todas lo son, todas lo eran, todas desaparecen en lo mismo. Entran en el enredo y se retuercen; sacan el cuerpo y quieren escapar, pero su piel se les confunde con el resto. Una y otra vez hacen lo mismo, recuperan su furia transitoria, se apaciguan, sus fauces se entreabren, pero no llegan a morder y se distraen. El tiempo pasa. Todas son iguales; todas se vuelven a meter tarde o temprano en la soberbia del momento. 28 POESÍA encuentro29 Cocodrilo brutal Reinaldo García Ramos No se mueve; su salvaje cuerpo envejecido está cubierto de resecos despojos de la tierra, hojas sucias y lodo; sus patas fuertes y escamosas, como raíces muertas, depositan su peso en el reborde pantanoso, firmes en su sitio. Las moscas lo recorren con soltura, dueñas de su tranquilidad establecida; el sol lo cubre de calor, pero no llega a penetrarlo; su piel resiste milagrosamente las peores tormentas, los inviernos feroces y la creciente ruina. No se sumerge nunca en la corriente impetuosa que a su lado recibe y estremece a insectos temerarios y a pájaros nerviosos. La enorme boca permanece abierta; sus ojos quietos relumbran levemente y parece que ya se adormecieron. Pero él está despierto y lo vigila todo. POESÍA encuentroZorro gris Reinaldo García Ramos Para Ramón Alejandro, que lo vio en un paseo por Miami Míralo bien, que huye; míralo bien, que se disuelve en la luz parda de estas horas heladas. Su sombra es el mejor reclamo de su cuerpo; su cuerpo es el destello de sus espectros esfumados; míralo bien, si se te escapa nunca verás su gris, su malva, su relumbrante azul, su enrojecida pata delantera ni su cola de fuego. Aspira ese aire humedecido que buscará su aliento en el follaje turbio; mide con tu alma ese espacio fugaz que deja atrás su paso. Ese es su regalo, su advertencia. Míralo bien, con esperanza, sin juzgarlo; él pasa para darte la posibilidad de continuar, de regresar profundamente. No intentes capturarlo, pero míralo; esa forma borrosa y fulminante es tu único premio. No dejes que se escape, pero déjalo pasar a su medida. 30 POESÍA encuentro31 Salvaje hormiga Reinaldo García Ramos Poderosa, pequeña, a veces invisible, atravieso el terreno sin temor al espacio, sin un rumbo preciso. Me voy de aquí, sigo mi vida, no les pido permiso; ¡allá ellas! Yo no estoy hecha para seguir la fila, para ir y venir por el mismo camino; me gusta la espesura, el riesgo brusco, la repentina brevedad de la vegetación desconocida. No echo de menos al bullicio, voy contenta; no me pidan jamás que vuelva al hormiguero, a la paciencia silenciosa, sin variación ni sustos. Yo no tengo misión ni compañía; avanzo sola, encantadora, sin barreras. Voy a encontrarme con el oso, o con la miel. POESÍA encuentro33 I Después de 48 años de Revolución Cubana, y ante la inevitable antesala del rediseño del sistema económico y político del país, se cierne sobre la Isla, peli- grosamente, con más fuerza que nunca, el fantasma del anexionismo. No sin cierta razón, el régimen cubano considera que el plan de la Administración Bush para una transición hacia un sistema democrático y una economía de mercado en Cuba tiene un tufo injerencista y que se inmiscuye en cuestiones que sólo conciernen a los cubanos. Ello podría mostrar, una vez más, la inten- ción anexionista de Estados Unidos respecto a Cuba. Pero el asunto es más complejo. La supuesta posición estadounidense (la Ley Helms-Burton, la limi- tación de los viajes y las remesas familiares, la Comisión para la democratiza- ción de Cuba, etc.) ha obedecido más a la necesidad de complacer de manera retórica a un sector de votantes estadounidenses miembros de la nación cuba- na, que a un interés real de anexarse a Cuba. Estados Unidos de América puede equivocarse actuando, como en la actual guerra de Irak, a favor de sus propios intereses, pero no en contra de los mismos, y el poder estadouniden- se tiene muy claro que apropiarse de la ínsula Barataria le sería mas conve- niente que la anexión de Cuba. Estados Unidos se retiró con relativa facilidad del Canal de Panamá, un sitio de interés estratégico para la seguridad estadounidense. Por presión popular, ha eliminado también su presencia en la puertorriqueña isla de Vie- ques —territorio estadounidense— e igualmente cerró bases militares —com- ponentes significativos de su presencia militar en el sureste asiático— en Fili- pinas. De donde los estadounidenses, paradójicamente, no han hablado de retirarse es de la Base Naval de Guantánamo, una base, a estas alturas, sin interés estratégico alguno. La retirada del Canal de Panamá, de Vieques y de Filipinas, se debió no sólo a la gestión de los gobiernos, sino también a la presión de la opinión pública de esos países. Al no existir en Cuba una opinión pública medible, el gobierno cubano no está en capacidad de demostrar que es acompañado por la misma respecto a la devolución de esa parte del territorio nacional y, por lo mismo, ee. uu.no se siente obligado a escuchar su reclamo. Estamos ante el hecho de que el gobierno cubano, que se asume como el más nacionalista de encuentro Neoanexionismo Cuarenta y ocho años de castrismo Enrique Pattersonla historia republicana, no es capaz de lograr de Estados Unidos lo que sí obtie- nen gobiernos más dialogantes o amistosos, algo que le imprime un compo- nente eminentemente retórico, si no de vaciedad, a su discurso «nacionalista». Cuando se habla de un actual «interés anexionista» por parte de ee. uu. respecto a Cuba hay que preguntarse si en el presente siglo —lo mismo en el sentido económico que geoestratégico— Cuba significa lo mismo que a fines del xixy principios del xx, cuando, gracias al nacionalismo de la mayoría de la población, logró quitarse de encima la anexión a cambio del estatus de «soberanía limitada» recogido en la Enmienda Platt. Ya no es ese el caso. El azúcar ha dejado de ser el producto estratégico que fuera en épocas pasadas, y es vista al menos como «de cuidado», si no perjudi- cial, en cuanto al mantenimiento de una buena salud. El petróleo que Cuba pudiera encontrar no es siquiera suficiente para abastecer las necesidades del consumo interno, y no creo que hermosas playas, una música vibrante y un pue- blo simpático sean motivos para que un imperio con grandes problemas y res- ponsabilidades globales se lance a la conquista de un empobrecido territorio. Una ocupación militar estadounidense implicaría que, como en 1898, Esta- dos Unidos fuera el encargado directo de reconstruir el país. La anexión obliga- ría, además, a brindar servicios sociales (vivienda pública, cupones de alimentos y seguro médico para los más desamparados) a una población que, en su gran mayoría, vive en condiciones de pobreza. No resulta creíble que Estados Unidos esté dispuesto a aceptar, en pleno siglo xxi , una carga económica de una dimensión mucho mayor de la que quisiera desentenderse en Puerto Rico. En términos políticos, y desde el punto de vista de los intereses estadouni- denses, la idea resulta aún más problemática. Un Estado totalmente hispano le daría a este grupo un enorme poder lo mismo en la Cámara de Represen- tantes que en el Senado. La opinión pública estadounidense, los centros de poder y la conservadora «América profunda» —que en estos momentos domi- na la visión del electorado estadounidense— no verían con buenos ojos la asi- milación de un territorio o de una población que afectaría el conflicto cultu- ral que actualmente divide a la sociedad estadounidense casi en un cincuenta por ciento. Sin embargo, con todo ello, el peligro del anexionismo es real. Y a pesar de que ni las condiciones ni las necesidades son propicias del lado de los intereses estadounidenses, no podemos decir lo mismo desde la perspecti- va actual del pueblo cubano. II Antes del castrismo, el nacionalismo cubano era lo suficientemente fuerte como para definir sin complejos su identidad cultural en contraposición con el vecino del norte, a la vez que lo suficiente dúctil como para constituirse, mediante la asimilación creativa de la cultura estadounidense, a través de manifestaciones como el jazz, el béisbol y los sistemas de negocios. El resulta- do de semejante interacción cultural y económica —al margen de la conocida prepotencia estadounidense— fue positivo. Las cifras de la economía cubana Enrique Patterson 34 encuentro35 en 1959 eran envidiables comparadas con las actuales, en Cuba y Latinoaméri- ca. Sin su contrapunteo con ee. uu., la cultura cubana acaso hubiera llegado a ser una variante de jotas y gaitas con tambores. Para la mayoría de los cubanos de la época, la sociedad estadounidense no era objeto de atracción o de envidia, ni la realización del «sueño americano» era la condición de la felicidad individual en el imaginario del país. «Cubita la bella» —con toda la carga de ocultamiento propio del cartel turístico— era donde podía realizarse «el sueño martiano». La «sabrosura» de la cultura cuba- na era un antídoto contra la cercanía del culturalmente puritano gigante esta- dounidense, hasta el punto de que los gringos iban a Cuba a ser, a desinhibirse. La cercana relación económica y la (mutua) influencia cultural no iban en detri- mento de la cubanidad, ni implicaban su traslado masivo (otra forma de ane- xión) hacia Estados Unidos. El castrismo cambió por completo esta dinámica. Dondequiera que se instauraron regímenes comunistas en el siglo xx , la consecuencia (dada la represión política, ideológica y cultural que los caracte- riza, así como su intento de reescribir la historia y de borrar parte del pasado) fue la fractura de las entidades nacionales. París fue el territorio propicio más cercano del exilio ruso, donde no tenía a su favor los intereses del Estado fran- cés. No ocurrió lo mismo con el exilio cubano que, a noventa millas de Estados Unidos, pudo establecerse en el territorio del país que Castro había escogido como un enemigo necesario. La gran fractura política y social provocada por la violencia de las políticas del régimen trajo como consecuencia, por vez prime- ra en la historia cubana, una hemorragiade cubanos hacia el territorio estadou- nidense que, después de cuarenta y seis años, aún no se detiene. El resultado de semejante transfusiónhacia «el norte» ha convertido a la nación cubana en una entidad biestatal, si tenemos en cuenta que (al margen de la minoritaria diáspora ubicada en disímiles territorios del mundo) el grueso de la población cubana vive en el territorio de la Isla y en el de Nortea- mérica. Por primera vez en la historia republicana, observamos el asentamien- to continuo y cuasi-definitivo de parte de la nación cubana en el llamado territorio «enemigo». Si el régimen colonial y las anteriores dictaduras repu- blicanas crearon exilios políticos, el castrismo ha propiciado enclavesy la transte- rritorialidadde la Nación 1 . El fenómeno es nuevo en las Américas. Si bien en África, y como conse- cuencia del colonialismo, las naciones transterritoriales son la norma en casi todo el continente, a finales de la década del 50 el fenómeno de una nación en diferentes territorios era desconocido en las Américas. La transterritoriali- dad de la nación palestina, un fenómeno del siglo xx , se debe a razones muy específicas; pero la de la nación cubana —el otro caso propio del siglo xx— es la única que ha surgido y se ha desarrollado como resultado de la acción del propio Estado y gobierno nacionales, hecho que le confiere un carácter de grave excepcionalidad. Durante todo el siglo xix, Cuba se fue conforman- do como una Isla-Nación. Toda la historia política decimonónica de la Isla se basa en el propósito de los cubanos de convertir a Cuba en una Isla-Nación- Estado , estatus con el cual se incorpora al concierto de las naciones a inicios Neoanexionismo encuentrodel siglo xx. Resulta que apenas a 59 años de conformado ese propósito, el propio Estado y Gobierno de la Isla-Nación, y, precisamente, en nombre de la soberanía nacional, inicia una política cuyo resultado ha sido el desmantela- miento de la Isla-Nacióny la relocalización de parte de la nación en el territo- rio continental al margen de la jurisdicción del Estado isleño. Lo que nunca lograron los anexionistas se convierte parcialmente (en tanto que parte de la nación se desenvuelve bajo la jurisdicción estadounidense) en uno de los resultados a los que arriba el «nacionalismo» del régimen castrista. El fenómeno no es comparable, por varias razones, con el resto de las comunidades de inmigrantes latinoamericanos que viven en Estados Unidos. La razón más importante se refiere a que es el propio régimen quien le da a la partida la connotación de un viaje sin regreso, como un «éxodo» que cree dirigirse hacia la « tierra prometida». La política del castrismo respecto a la comunidad cubanoamericana se basa en la demonización de aquellos que públicamente se expresan en contra de su política dictatorial (»gusanos», «mafiosos», «terroristas»), y en la privación objetiva de derechos a todos aque- llos que viven fuera del territorio nacional. En general, los cubanos de ultramar no pueden reestablecerse en la Isla si así lo desearan, y la representación diplomática cubana en Washington los trata más como a enemigos que como a compatriotas que aportan las entra- das más seguras del país. El hecho de que el cubano que se establece en Nor- teamérica no pueda conservar sus propiedades en la Isla (desde casas y auto- móviles, hasta grabadoras, radios, televisores o latones de basura) refuerza el mensaje, tanto para los que parten como para quienes se quedan, de que la estancia en Estados Unidos es parte del destino naturalde una nación que, nor- teamericanizándose, se desterritorializa. Quienes se opusieron al anexionismo en el pasado, desde José A. Saco a Martí, apelaron al argumento de que Cuba perdería su identidad nacional 2 (en primer término, el idioma) en caso de ser anexada a Estados Unidos. Pero el caso de Puerto Rico, y, luego, la constitución del enclave cubano en el sur de la Florida, han destruido el argumento con hechos. Puerto Rico es hispano hablante y su identidad nacional (que aún se desarrolla en un contrapunteo de asimilación, diferenciación y contraste con la cultura estadounidense) no ha sido borrada por ser una dependencia de la Unión Americana. El enclave cubano, surgido en Miami a partir de 1959, es otro ejemplo de cómo, bajo la total jurisdicción estadounidense, el sentimiento de la cubanía en lugar de per- derse se refuerza; algo lógico si tenemos en cuenta que a mayor cercanía con la cultura estadounidense se hace mayor la percepción de la diferencia. Pudiera pensarse que el asentamiento permanente de parte de la nación cubana en el territorio estadounidense es el resultado indeseado de la deci- sión del castrismo de establecer un régimen comunista en la Isla. No del todo. ¿Cómo podría un régimen embarcado en un proyecto violento de ingeniería social —que suprime toda forma de oposición política y que, de un plumazo y de miles de fusilamientos, arrasa con el sistema económico y político que había prometido restaurar— pensar que la masa de la ciudadanía afectada iba Enrique Patterson 36 encuentro37 a quedarse quieta y permanecer en el país cuando a 45 minutos de las costas cubanas, y en plena Guerra Fría, existe una nación poderosa fundada en la tradición de acoger a todos los perseguidos políticos, más aun cuando dichos perseguidos son víctimas de un Gobierno que, aliándose con la Unión Soviéti- ca, afecta la seguridad estadounidense? Claro que el régimen tenía conciencia de que semejante proceso provocaría el desgajamiento de la nación pero, a pesar de ello, continuaba con su delirante política mientras, inútilmente, tra- taba de evitar el éxodo con medidas represivas, tales como enviar a campos de trabajo forzado a los que solicitaban la salida del país, expulsarlos de sus empleos, hostigar a sus hijos en las escuelas, confiscar sus propiedades perso- nales. Además, implantó por mucho tiempo la política de que quienes se mar- chaban no podían regresar al suelo patrio ni de visita. Ese trato, en lugar de frenar el deseo de abandonar el país, hizo comprender a muchos cubanos que bajo semejante régimen sería imposible una vida normalmente civilizada. La propaganda del régimen pintaba la vida de los exiliados como un infierno, como gentes que, carentes de todo derecho en Norteamérica, habían perdido su identidad nacional. El régimen agregó, además, otras elementos que con- tribuyeron a la fractura nacional, hasta el punto de que contestar una carta de una madre, hijo o hermano residente en el exterior podía impedir el ingreso a carreras universitarias, a ciertos tipos de empleos, o la promoción laboral. En el campo ideológico, se trató de redefinir la identidad nacional en térmi- nos políticos y de territorio: quienes no apoyaban la Revolución y se marcha- ban del país no eran cubanos. Así, mientras se provocaba la desterritorializa- ción radical de la nación, por un lado, la misma se redefinía, por otro lado, en exclusivos términos territoriales y políticos. El hecho de que —en contra de la propaganda gubernamental— los cuba- nos gozaran de libertad económica, cultural y política en Norteamérica y pudieran reconstituir (a veces, de modo caricaturesco) la sociedad civil y polí- tica que la Revolución había desmantelado, creó en la población isleña el deseo generalizado de establecerse a noventa millas de la Isla, único modo para el cubano de ser pleno. No se trataba solamente del bienestar económi- co que da el hecho de vivir y trabajar en una economía más desarrollada, sino de que el cubano exiliado, si bien se enriqueció asimilando modos de su nuevo entorno, no tuvo la necesidad de renunciar a sus hábitos y cultura, lle- gando incluso a imponerlos en el nuevo medio. Pero, es más, en lugar de per- der la lengua, se la traspasaron a sus hijos, y lograron que la legislación reco- nociera legalmente el carácter bilingüe del condado de Dade. Asimismo, los cubanos resultaban electos alcaldes, jueces, e incluso el Estado de la Florida tuvo un gobernador cubano, mientras que políticos cubanos, demócratas y republicanos, ocupaban escaños tanto en congresos estatales como en el Con- greso federal. Además, artistas como Celia Cruz, Paquito D’Rivera o Arturo Sandoval, por citar a algunos, difundían la música cubana desde Norteaméri- ca sin tener que repetir los leitmotivque los comisarios culturales del régimen imponían a los artistas de la Isla. Y una prestigiosa universidad estadouniden- se otorgó a Celia Cruz el título de doctor Honoris Causa por sus aportes a la Neoanexionismo encuentroNext >