< Previous28 CUBAENLADÉCADADELOS 90 R AFAEL R OJAS encuentro orgánico y pasa a ser gobernada, nuevamente, por el intelectual tradicional o “letrado en su despacho” del que hablaba Gramsci. 3 Baste, para persuadirnos de lo anterior, el dato de que José Lezama Lima es, hoy por hoy, un símbolo del poder y que su idea secreta de la cultura cubana se ha incorporado asom- brosamente a la retórica oficial. Con la disidencia interna sucede algo parecido, pero en una versión más cruda. Tan sólo el hecho de que esas pequeñas organizaciones políticas de oposición se vean obligadas a autodenominarse disidentes–calificación que se usaba para designar a los intelectuales críticos en Europa del Este– y que, en muchos casos, deban insertarse en instituciones no partidarias, como las co- misiones de derechos humanos y las asociaciones de abogados, economistas, médicos y periodistas independientes, nos ilustra sobre el ocultamiento de lo político. La razón de esto es muy simple: en Cuba la oposición pública y orga- nizada, es decir, la existencia de asociaciones políticas independientes del Es- tado, es ilegal o, en todo caso, no está contemplada por la Constitución de 1976, ni por su reforma de 1992. De modo que la oposición tiene dos cami- nos: o actúa de manera clandestina –lo cual no es muy recomendable en un orden totalitario– o intenta camuflarse en la sociedad civil, bajo el manto de las asociaciones cívicas u organizaciones no gubernamentales, entre las que resaltan, por su intrínseca politicidad, los grupos de derechos humanos. Los disidentes cubanos han seguido, por lo general, la segunda opción. Es notable cómo algunos de sus líderes (Gustavo Arcos, Elizardo Sánchez, Osval- do Payá, Vladimiro Roca) hacen todo lo posible por no presentarse como opositores políticos, sino como activistas sociales o agentes humanitarios y, cuando mucho, como reformistas fuera del gobierno que buscan un marco de diálogo donde hacer sus recomendaciones al poder. Aún así, es muy poco lo que logra la disidencia con esta infiltración en la sociedad civil. Logra, eso sí, sobrevivir a duras penas, entre una cárcel y otra, mientras la recepción de su política sólo se alcanza en ciertas capitales de la opinión pública mundial (Miami, Nueva York, Madrid, París) y, naturalmente, en la Seguridad del Esta- do que vigila y castiga cada uno de sus pasos. Los disidentes cubanos, hay que admitirlo, son una presencia fantasmal para la ciudadanía de la isla. Y por último, entre los actores políticos ya constituídos, están las organiza- ciones y partidos del exilio. La invisibilidad de estas instituciones me parece aún más profunda que la de la propia disidencia. Los partidos (el Demócrata Cristiano, la Coordinadora Socialdemócrata, la Unión Liberal) han debido concentrarse, lógicamente, en responder a las demandas políticas de la emi- gración. El espacio de competencia de estas instituciones se ha ido restrin- giendo a Miami y a Madrid, que es donde residen los dos núcleos más politiza- dos del exilio. Mientras que las fundaciones, alianzas y grupos de presión, como la Fundación Nacional Cubano-Americana, la Plataforma Democrática, 3 Ver el texto “La formación de los intelectuales” de los Cuadernos de la cárcelen Antonio Gramsci, Antología. México: Siglo XXI, 1977, pp. 388-396.29 CUBAENLADÉCADADELOS 90 Políticas invisibles encuentro la Fundación Hispano-Cubana o el Cuban Committee for Democracy, se orientan, cada día más, hacia el horizonte de los gobiernos de Estados Uni- dos, América Latina y Europa para promover, desde allí, políticas internacio- nales que favorezcan la transición democrática en Cuba. ¿Qué sabe, entonces, el pueblo de la isla del nuevo espectro político del exilio? Sospecho que muy poco. La principal fuente de información es la ra- dio de Miami. No es improbable que el raitingde Radio Martí supere al de las estaciones más populares de La Habana. Pero debido al desdoblamiento mo- ral que genera el sistema cubano y debido, también, al tono estridente y exal- tado de muchas de las emisoras de Miami, la audición de noticiarios y progra- mas centralmente políticos, de estos medios en Cuba, se ha vuelto una experiencia vergonzante, folklórica, cuando no clandestina, que no parece fa- vorecer la formación de nuevos actores políticos, ni logra hacer más accesible la experiencia histórica del exilio a la ciudadanía de la isla. II Estamos, pues, frente a un país que carece virtualmente del territorio de lo po- lítico. Lo cual no es algo tan extraño si se toma en cuenta que ésa es una de las condiciones de todo régimen comunista. Pero esta especificidad enmarca el posible cambio democrático de Cuba en una referencia histórica muy delimita- da. La transición cubana no se da “desde un gobierno autoritario”, como en los casos latinoamericanos y europeos que estudiaron Guillermo A. O’Donnell, Philippe C. Schmitter, Laurence Whitehead, Adam Przeborsky y otros autores. 4 La transición a la democracia en Cuba parte de un orden totalitario comunis- ta, que es algo diferente a una dictadura militar como la argentina o la chilena, diferente a un sistema presidencialista y de partido-gobierno como el mexica- no y diferente, también, a las llamadas “democracias populares” de los ex-saté- lites soviéticos. 5 La diferencia sustancial entre regímenes autoritarios y totalitarios reside en que los primeros toleran –por medio de garantías legales mínimas para las asociaciones políticas independientes– una oposición controlada. En este sen- tido, el orden totalitario cubano es, o fue, una mezcla perfecta de dos ideologí- as originalmente contradictorias: el comunismo y el nacionalismo. Es decir, se trata, en todo caso, de un nacionalismo comunista o de un comunismo nacio- nalista. De ahí que, a mi juicio, los paralelos históricos haya que ir a buscarlos 4 G UILLERMO O’D ONNELL , P HILIPPE C. S CHMITTER , L AURENCE W HITEHEAD , Transiciones desde un gobier- noautoritario. México: Paidós, 1988, 4 vols. Ninguno de los autores reunidos en estos cuatro volú- menes trató el caso de Cuba. Abraham F. Lowenthal excluía “las experiencias revolucionarias de Cuba y Nicaragua de la fúnebre colección de diversos tipos de gobiernos autoritarios que consti- tuían el paisaje político de América Latina” (p. 31); pero no explicaba por qué. Sin embargo, da- do el margen de libertades públicas que concedió el gobierno sandinista, es posible considerar ese régimen como autoritario. 5 Ver la distinción entre un régimen totalitario y otro autoritario que ofrece Juan Linz en su clásico artículo “Totalitarian and Authoritarian Regimes”, en Fred I. Greenstein and Nelson W. Polsby, Handbook of Political Science. Reading Mass, Addfson-Wesley, 1975, Vol. 3, pp. 175-411.30 CUBAENLADÉCADADELOS 90 R AFAEL R OJAS encuentro en otros comunismos nacionales, como el ruso y el chino. No creo que hoy el régimen cubano siga respondiendo a ese tipo ideal del totalitarismo comunista, pero, al menos, alguna vez estuvo muy cerca de él. Aunque admito, también, que es muy probable que, de acuerdo con la tipología de Juan Linz y Alfred Stepan, en estos momentos el sistema político de la isla ya sea “post-totalitario”, con fuertes rasgos “sultanísticos”, y que en los próximos años evolucione hacia un mero autoritarismo”. 6 Sin embargo, hay un proceso en dos tiempos que es afín a las transiciones democráticas desde regímenes autoritarios y totalitarios, que ha sido señalado por Guy Hermet, Juan Linz y, más recientemente, por Ernest Gellner en su li- bro Condiciones de la libertad. La sociedad civil y sus rivales . 7 En la primera fase de la transición (por ejemplo, Polonia y Argentina a fines de los 70 o México y Rusia a fines de los 80) se percibe la emergencia de una nueva sociedad civil, integra- da por sujetos sociales que se desenmarcan económica y políticamente del Esta- do. Solidaridaden Polonia, las madres de la Plaza de Mayo en Argentina, el Bar- zónen México, los intelectuales y periodistas de la Glasnosten Rusia son algunos casos de movimientos sociales que testifican el desbordamiento institucional del Estado e inscriben un proceso de autonomización de la sociedad civil. Ya en la segunda fase de la transición estos sujetos son más o menos des- plazados por nuevos actores políticos, organizados en forma de partidos u otro tipo de asociaciones, que son los que alcanzan, finalmente, la normali- dad democrática. En los sistemas autoritarios, muchos de esos partidos ya existían (el PAN en México, los radicales, peronistas y justicialistas en Argenti- na, la Democracia Cristiana en Chile), aunque pueden surgir partidos nue- vos, como el PRD mexicano. En cambio, en las transiciones desde regímenes totalitarios la formación de un sistema de partidos es más lenta, ya que los ac- tores políticos deben desprenderse de la vieja nomenklatura y de la nueva so- ciedad civil. Así, en Rusia, por ejemplo, no es hasta ahora –más de diez años después de iniciada la Perestroika– que la práctica electoral va articulando las primeras cinco instituciones políticas que participan en una compatibilidad democrática, esto es, el Partido Comunista de la Federación Rusa de Zyuga- nov, Nuestra Casa Rusia de Chernomirdin, el Partido Liberal Democrático de Zhirinovsky, el grupo Yabloko (Manzana) de Yablinsky y Opción de Rusia de Gaidar. De modo que, tal vez, la diferencia sustancial entre ambas transiciones re- sida en que los regímenes totalitarios experimentan más lentamente la prime- ra fase, es decir, el momento de constitución de una nueva ciudadanía, de una sociedad civil emergente. E incluso, esa primera fase llega a encaramarse sobre la segunda, como sucede en Rusia, ya que algunas de las que hoy actúan 6 J UAN L INZ and A LFRED S TEPAN , Problems of Democratic Transition and Consolidation: Southern Europe, South America, and Postcommunist Europe. Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1995. 7 E RNEST G ELLNER , Condiciones de la libertad. La sociedad civil y sus rivales. Barcelona: Paidós, 1996, pp. 171-177.31 CUBAENLADÉCADADELOS 90 Políticas invisibles encuentro como instituciones políticas responden más al modelo organizativo de una asociación civil u organismo no gubernamental, que al de un partido. Es muy posible que ese protagonismo que experimentó la sociedad civil en los países ex-comunistas haya favorecido el uso enfático, vehemente, que hoy hace la izquierda postmoderna de este concepto. Al decir de Ernest Gellner, la sociedad civil “ha renacido como un slogan” que no pocas veces arrastra esa carga semántica difusa que antes tenía la noción de “pueblo” o la de “clase obrera”. Cierta zona de la izquierda post-comunista, que reconstruye no pocas imágenes del anarquismo romántico, ve en la “sociedad civil” la utopía de una vida política sin partidos y sin reglas o, lo que a mi juicio es lo mismo, de una vida política sin democracia. Caso emblemático de ese uso exaltado del slogan “sociedad civil” es el que hace, desde la selva Lacandona, el SubComandante Marcos, guerrillero postmoderno. Curiosamente, en Cuba, último país comunista de Occidente, santuario de la izquierda, esta lectura postmoderna de la “sociedad civil” no ha tenido mu- cho éxito. Primero, porque ninguna de las tres acepciones fundamentales de “sociedad civil” que conoce la historia de la filosofía política, es decir, la acep- ción liberal de Locke, la romántica de Hegel y la socialista de Gramsci, logró traspasar el dogma marxista-leninista, que sigue siendo la ideología central del Estado cubano. Y segundo, porque en Cuba la postmodernidad es enten- dida, a pies juntillas, como lo que Frederic Jameson llamó “la lógica cultural del capitalismo tardío”, es decir, como un discurso ligado a la “reacción”, el neoliberalismo, la contrarrevolución, en una palabra, la “derecha”. 8 Sin embargo, es posible observar una tímida aproximación a la idea de “sociedad civil” en algunos sectores intelectuales y políticos de la Cuba de los 90. En términos generales, percibo tres interpretaciones del concepto de “so- ciedad civil”: la de algunos seglares, teólogos y jóvenes laicos de la Iglesia, co- mo Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, Dagoberto Valdés, Luis Enrique Estrella y Orlando Márquez; la que proponen los textos de intelectuales y aca- démicos reformistas, vinculados, principalmente, al Ministerio de Cultura, la UNEAC y el antiguo CEA , como Rafael Hernández, Haroldo Dilla y Hugo Azcuy; y, por último, la interpretación oficial del Partido Comunista, que aparece ex- plícitamente en el Informe al V Pleno del Buró Político, leído por Raúl Castro en la primavera de 1996. 8 Para la interpretación cristiana de la “sociedad civil” ver Carlos Manuel de Céspedes, “¿Puede afirmarse que el pueblo cubano es católico?”, en Temas. Nº 4, 1995, La Habana, pp. 13-23; Dago- berto Valdés, “Sociedad Civil. Nuevo nombre de un socialismo con rostro humano”, en Vitral. Año 3. Nº 16, 1996, Pinar del Río, y el ensayo de Orlando Márquez en Encuentro . Nº 2, Invierno, 1996, Madrid, pp. 68-80. Para la interpretación de los académicos reformistas ver los ensayos de Rafael Hernández “Mirar a Cuba” en La Gaceta de Cuba. Nº 3, 1993, y “La sociedad civil y sus alrededores” en La Gaceta de Cuba, Nº 1, 1994, pp. 21-31, “Cuba: ¿cuál es la democracia deseable?” de Haroldo Dilla en La democracia en Cuba y el diferendo con los Estados Unidos. La Habana: Centro de Estudios sobre América, 1995, pp. 169-190 y de Hugo Azcuy su excelente texto “Revolución y derechos” en Cuadernos de Nuestra América. Vol. XII, Nº 23, enero-junio, 1995, La Habana, pp. 145-156 y el ensa- yo “Estado y sociedad civil en Cuba”, que resume el enfoque reformista, en Temas, Nº 4, 1995, La Habana, pp. 105-110. Finalmente, para la interpretación oficial ver Granma, 27 de marzo de 1996.32 CUBAENLADÉCADADELOS 90 R AFAEL R OJAS encuentro La primera es una interpretación de la “sociedad civil” basada en la doctri- na social de la Iglesia y, sobre todo, en lo que a ésta aporta la Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II. Sus defensores insisten en la necesi- dad de que en Cuba surja una moral cívica, comunitaria, a partir de cuerpos intermedios (asociaciones familiares, sociales o culturales) que establezcan una comunicación diáfana y, a la vez, tensa con el Estado. En la versión de Da- goberto Valdés esas “instituciones intermedias” serían las “piedras vivas” con que construir un modelo solidario, centrado en el valor cívico de la fraterni- dad; modelo que él llama, siguiendo a Alexander Dubcek aunque sin citarlo, “socialismo con rostro humano”. En cambio, la idea de “sociedad civil” que aparece en los textos de Carlos Manuel de Céspedes y Orlando Márquez, más que al “social-cristianismo” podría acercarse a una “democracia cristiana”, so- bre todo, por la reivindicación que ambos hacen de la República de 1940. Estos tres autores sugieren que en el momento actual, la Iglesia cubana po- dría ser una institución promotora de esa nueva “sociedad civil”. Sugerencia que no sólo responde a la opinión personal de dichos intelectuales, sino que ya forma parte de toda una estrategia institucional, como se observa en las propuestas de la II y III Semana Social Católica, que organizó la Comisión Episcopal de Justicia y Paz, entre 1996 y 1997. La cuarta propuesta de línea de acción, aprobada en mayo de 1997, señala, por ejemplo, que la Iglesia trabaja- rá por “reconstruir la sociedad civil como escuela de libertad y responsabili- dad, promoviendo y apoyando asociaciones intermedias, y abriendo espacios eclesiales alternativos donde se puedan practicar aquéllas”. La interpretación de la “sociedad civil” que ofrecen algunos académicos de la isla que, presumiblemente, reflejan en sus textos la postura del sector refor- mista del Partido, se aproxima a una acepción marxista heterodoxa y, a veces, declaradamente gramsciana de este concepto. En el ensayo “La sociedad civil y sus alrededores”, por ejemplo, Rafael Hernández retoma la idea hegeliano- marxista de que el “Estado político no es más que la expresión oficial de la so- ciedad civil” y a partir de ella concluye que los aparatos políticos del Estado cubano, si bien no anulan la relativa autonomía de la sociedad civil, son la cristalización institucional de ésta. A la manera del joven Marx y de Gramsci –quienes, a su vez, partieron de Hegel– este autor imagina la sociedad civil co- mo un conjunto de grupos sociales (intelectuales, campesinos, jóvenes, muje- res...) cuya sociabilidad, por ser amorfa o institucionalmente precaria, sólo lo- gra realizarse a través de las llamadas “organizaciones políticas y de masas”. Haroldo Dilla, un poco más precavido, reconoce que la “distinción entre sociedad civil y Estado es difícil de realizar en el sistema cubano, ya que el Es- tado ha permeado fuertemente a casi todas las organizaciones existentes, lo que otorga a éstas un carácter ambivalente”. Sin embargo, su idea de que la participación dentrode las instituciones del Estado puede generar una lógica de “abajo hacia arriba” se mantiene atada a la percepción rígidamente vertical, hegeliana, marxista y gramsciana, de los nexos entre la sociedad civil y la socie- dad política. Por este camino va también el enfoque de Hugo Azcuy, quien ex- pone con asombrosa claridad cómo la “modificación de la integación societal”33 CUBAENLADÉCADADELOS 90 Políticas invisibles encuentro y el “nuevo pluralismo” afectan las “relaciones entre el Estado y la sociedad ci- vil” en Cuba; relaciones que, a su juicio, admiten una “independencia relati- va” de ésta última, gracias a que ambas esferas “no se perciben como irrecon- ciliablemente conflictuales”. De modo que, en resumen, la interpretación de los académicos reformistas se basa en el reconocimiento de la “sociedad civil” como un espacio de relativa autonomía, cuyos vínculos no pueden prescindir totalmente de una jerárquica conexión con el Estado. A partir de esta lectura, el Partido Comunista, por medio del Centro de Es- tudios sobre América ( CEA ), intentó, entre 1994 y 1995, aplicar una estrategia institucional que fomentara el surgimiento de organizaciones no guberna- mentales, que centralizara toda la información relacionada con éstas y que, incluso, les ofreciera un servicio de asesoría y consultoría a las ONG s ya consti- tuídas. En su versión más radical, esta estrategia llegó a contemplar la recons- titución del propio CEA como una organización no gubernamental o, lo que es lo mismo, como una entidad académica real o formalmente autónoma del Partido. Además de las ventajas prácticas de este proyecto, por lo que se refie- re a un mayor acceso a las fuentes externas de financiamiento, dicha propues- ta sentaba el precedente de un aparato político del Estado que querría desre- gularse y saltar hacia la esfera de la “sociedad civil”. La burocracia del Partido no vio con buenos ojos esta tendencia y su reac- ción permitió constatar cuál es la idea de “sociedad civil” que predomina en el centro del poder. En el Informe al V Pleno del Buró Político, del 27 de marzo de 1996, Raúl Castro lo expresa de manera tajante: “para nosotros la sociedad civil socialista cubana está compuesta por nuestras potentes organi- zaciones de masas ( CTC , CDR , FMC , ANAP , FEU , FEEM e inclusive los pioneros), las sociales, que como es sabido agrupan entre otros a combatientes de la Revolu- ción, a economistas, juristas, periodistas, artistas, escritores, etc., así como otras ONG s que actúan dentro de la legalidad y no pretenden socavar el siste- ma económico, político y social libremente escogido por nuestro pueblo, a la vez que aún cuando tienen su personalidad propia e incluso su lenguaje espe- cífico, junto al Estado revolucionario persiguen el objetivo común de cons- truir el socialismo”. De modo que, según esta lectura típicamente totalitaria, la “sociedad civil” está formada por todas las corporaciones estatales, subordinadas al Partido, y aquellas organizaciones no gubernamentales que comparten la ideología polí- tica del poder. Es decir, la totalización es perfectamente circular: la “sociedad civil” es el Estado y el Estado es la “sociedad civil”. Ni la Iglesia, ni la disiden- cia, ni las asociaciones plenamente autónomas forman parte de esa definición de “sociedad civil” que ofrece el Partido Comunista de Cuba. Como se ve, tal interpretación no admite, siquiera, el relativo deslinde entre lo “civil” y lo “po- lítico”, que a partir de una lectura seria de Marx y Gramsci, concebían los aca- démicos del CEA . Ahora bien, ni unos ni otros, es decir, ni la burocracia partidista ni sus in- telectuales orgánicos imaginan una “sociedad civil” radicalmente autónoma, cuyo espacio se inscriba, más bien, en una relación de horizontalidad con el34 CUBAENLADÉCADADELOS 90 R AFAEL R OJAS encuentro Estado y donde asociaciones independientes, que aunque no persigan fines políticos tampoco compartan la ideología estatal, tengan garantías para existir. Curiosamente, la idea de “sociedad civil” que manejan los intelectuales de la Iglesia, a pesar de que se centra en un tipo de sociabilidad cívica cristiana, es, a mi juicio, la más democrática y la más republicana. Aún así es muy poco lo que puede lograr esta institución si el marco jurídico y constitucional del Estado cubano se mantiene, como parece, dentro de una perspectiva totalitaria. Las más de 2000 asociaciones no gubernamentales que reconoce el Estado cubano son, por tanto, organismos relativamente oficiales. Pero esto no sería una limitación en su funcionamiento si además de “personalidad jurídica” contaran con “personalidad moral”, es decir, con una identificación pública en tanto sujetos civiles autónomos. Si esas ONG s carecen de las libertades míni- mas para actuar en la sociedad, si no tienen acceso a la televisión, la radio y la prensa para promover sus objetivos, si sus miembros y, sobre todo, sus dirigen- tes son parte de la clase política cubana, si el financiamiento que reciben del exterior está centralizado y administrado, directa o indirectamente, por el go- bierno, si sus fines son una extensión ideológica de los fines del poder, enton- ces, no se trata, propiamente, de organizaciones no gubernamentales, sino de una nueva modalidad corporativa del Estado, que lejos de crear un espacio de sociabilidad alternativa, reproduce las formas invisibles de la política secreta. Volvemos, pues, a nuestro primer argumento. ¿Cómo hablar de una sociedad civil moderna sin que el derecho de asociación esté plenamente concedido? ¿Cómo reconocer la emergencia de nuevos actores sociales sin un espacio públi- co donde éstos puedan actuar, libremente, a los ojos de la ciudadanía? ¿Ofrece una “sociedad civil inducida desde el Estado” un espacio de sociabilidad para los sujetos de la transición? No tengo respuestas para estas preguntas, pero sospe- cho que hasta que el gobierno cubano no emprenda una reforma política que restablezca las libertades públicas del país, las prácticas de la sociedad civil segui- rán siendo invisibles y los sujetos de la transición no podrán definirse. No hay dudas de que en Cuba se experimenta un cambio social. La ciuda- danía está aprendiendo a vivir al margen del Estado, lo que nos permite ha- blar, siguiendo a Hannah Arendt, de un proceso de destotalización: la sociedad civil comienza a deslindarse de la sociedad política. Ese proceso de destotali- zación, o de autodestrucción del orden totalitario, ha sido suscitado por los movimientos culturales de los 80, que abrieron no pocas fisuras al discurso del poder, y por el reajuste económico de los 90, que lanza a la calle a los nue- vos actores. Aún así, la descomposición de un orden totalitario no implica su redefinición automática en términos del autoritarismo. 9 Antes de adoptar una modalidad meramente autoritaria (una dictadura militar, un Partido de Esta- do...) el sistema político cubano puede regodearse varios años en sus heren- cias comunistas y nacionalistas. 9 L ARRY D IAMOND , J UAN L INZ , S EYMOUR M ARTIN L IPSET , Politics in Developing Countries. Comparing Ex- periences with Democracy. London: Lynne Rienner Publishers, 1995, p. 9.35 CUBAENLADÉCADADELOS 90 Políticas invisibles encuentro No creo, pues, que estemos cerca de la primera fase de la transición demo- crática, es decir, de ese momento en que la emergencia de la sociedad civil restablece la visibilidad de lo político. Para llegar ahí, como señalan Linz y Stepan, no sólo hace falta que se insinúe la nueva “sociedad civil”, sino que exista una “sociedad económica” nacional, una “cultura jurídica” relativamen- te extendida y, sobre todo, una “sociedad política” plural. Por carecer de estas tres premisas los cubanos no hemos llegado, siquiera, al último borde de un sistema autoritario, no hemos alcanzado todavía la ribera de acá, desde la cual emprenderemos, con vértigo, nuestra difícil e inevitable transición. Decía Ma- ría Zambrano que la democracia es un puente. Un puente, un gran puente y he ahí que, en Cuba, aún no se le ve.E LTRABAJODE J ORGE D OMÍNGUEZ , COMONOSTIENEACOS - tumbrados, no sólo es serio y bien documentado sino que, además, avanza la frontera de la investigación, abre nuevas miras y nos provoca a reflexionar. Yo estoy de acuerdo con buena parte de su análisis, pero considero que tiene algunos vacíos y puntos importantes que pue- den ser llenados y profundizados, además difiero con su conclusión de que ha ocurrido un cambio del régimen po- lítico en Cuba. Este comentario se divide en dos partes: en la primera me referiré principalmente al texto del artículo de Jorge aunque también haré referencia al artículo de Rafael Rojas (centrándome en ambos en el aspecto políti- co), y en la segunda me ocuparé del tema económico pe- ro relacionándolo con el político. I . ASPECTOSPOLÍTICOS A. Las Tesis Centrales del Artículo Los puntos centrales del artículo de Jorge son los si- guientes: (a) Cuba “transita de un régimen político hacia otro”: del totalitarismo al autoritarismo; (b) esa transición es incompleta ya que se mantienen elementos del régimen anterior, “mientras que ya se marcha hacia un nuevo siste- ma político”; (c) esa transición no es deseada por la diri- gencia que continúa con su “vocación totalitaria” (querría mantener su antiguo poder monopólico y el statu quo pero no es posible), la cual impide que se avance más; (d) los cambios más importantes resultan de “un proceso que ha adquirido una dinámica propia”; (e) el Estado ha ido per- diendo su capacidad de imponer su voluntad y los ciuda- danos “adquieren cierto margen de autonomía” frente al gobierno, a pesar del deseo frustrado de éste de impedirlo 36 CUBAENLADÉCADADELOS 90 encuentro ¿Cambio derégimen o cambios enel régimen? Aspectos políticos y económicos Carmelo Mesa-Lagocon represión y otros medios (con una “cada vez más defectuosa capacidad to- talitaria” o “eficiencia” para controlar); y (e) todo lo anterior genera más re- presión, violencia, oposición, inestabilidad, continuo debilitamiento estatal y pérdida de su capacidad para gobernar, en una especie de reacción en cade- na. Jorge rechaza la aseveración, tanto de las autoridades cubanas como de la oposición foránea más intransigente, de que “nada fundamental ha cambia- do”, pero coincide con aquéllos que sostienen que Cuba “carece de un régi- men político democrático.” De los múltiples ejemplos que analiza en su traba- jo se desprende, según mi interpretación, que ese proceso o dinámica va moviendo al país hacia la democracia, aunque los cambios son “modestos” y ocurren de una manera lenta y zigzagueante, faltando mucho por hacer para llegar a “una Cuba plenamente democrática” y existiendo la posibilidad de que el régimen autoritario (que él no alaba) perdure por años. B. ¿Cambio deRégimen o Cambios enel Régimen? Mi primer comentario se refiere al uso de los términos “totalitario” y “auto- ritario.” Jorge identifica y describe muy sucintamente dos regímenes políticos previos al actual autoritario cubano: el “revolucionario” (década de los 60) y el “burocrático-socialista” (que comenzó en el decenio de los 70 y, presumo, que continuó en el de los 80, aunque esto no se precisa en el artículo). Pero él no nos dice cuál de los dos regímenes anteriores (o si los dos) fue totalita- rio, aunque pudiera deducirse que, al menos, el segundo lo fue, y si fuese así, ¿cuál fue la naturaleza del primero? Tampoco se define con precisión qué es ese régimen autoritario hacia el cual Cuba marcha; Jorge apunta que es dis- tinto de otras experiencias autoritarias en América Latina (así como de los re- gímenes “post-totalitarios” de Europa Occidental) pero que se asemeja a algu- nos regímenes políticos en Europa Oriental antes de la caída del socialismo real. Para mí, al menos, hubiera sido útil explicar que hay diversos tipos y gra- dos de autoritarismo y que se colocara a Cuba entre ellos. Los referidos pro- blemas son fundamentales para determinar si realmente en Cuba está ocu- rriendo un cambio derégimen o si se trata de cambios en el régimen. Lo anterior no es sólo un punto teórico-académico, pues es importante sa- ber en qué el supuesto autoritarismo cubano actual se asemeja y distingue de otros en América Latina y preguntarse cuán viable es el cambio a la democra- cia. Por ejemplo, el régimen militar autoritario de Pinochet en Chile, duró 17 años pero eventualmente permitió una oposición que logró derrotarlo en las urnas. Por el contrario, el régimen cubano lleva 38 años en el poder y, aún con los modestos cambios descritos en el artículo, no se vislumbra la posibili- dad de una oposición legal organizada que conduzca a elecciones libres. Esto se conecta con el tema de si en los regímenes autoritarios tradicionales es más fácil el cambio hacia la democracia que en los regímenes totalitarios. Si toda- vía existe un régimen totalitario en Cuba, ¿será viable la transición hacia la de- mocracia? o, si se está forjando un régimen autoritario con “vocación totalita- ria” de la dirigencia, ¿es posible que después de un período razonable (antes de que muera Fidel) puedan producirse elecciones libres? Comprendo que 37 CUBAENLADÉCADADELOS 90 ¿Cambio derégimen o cambios enel régimen? encuentroNext >