< Previousque no volvía a Cuba, y en México murió, no pude extrañarme. Aunque yo no le oí una sola queja a Eliseo Diego, sí vi —como he dicho— a un gran hombre con una abrumadora sensación de tristeza encima. Un hombre derrotado y que se había cansado de luchar. Un hombre —de fino talento, como muchos de sus versos— que había perdido la esperanza. En un poema suyo titulado El viejo, de su libro Por los extraños pueblos, dice: Cruzar las manos ásperas, / cruzar- las a oscuras, / cruzar sus tiempos... Había esperado, aguardado, y se había ido, al fin. ¿Qué reprobar? Nada, por supuesto. Naturalmente existen en La Habana cinco o seis lugares, famosos de siempre o de ahora, donde hay cierto lujo y que se conservan como metidos en un fanal de fósiles. Hablo del bar y restaurante Floridita—con sus adornos y fotos de Hemingway— La bodeguita del Medio, más modesta, el cabaré Tropicanay algún otro restaurante, cuyo nombre he olvidado, como uno con aire de bungalow, cruzando la bahía de La Habana por el túnel submarino que va hacia El Morro. Aquel restaurante (en el que, como en todos los demás aludidos, se paga en dólares) era tropical y tranquilo. Se comía sencillo y bien, con un servi- cio muy esmerado, me llevó a él Carlos Barbáchano, y me pareció que los clien- tes ni siquiera eran turistas (que tampoco hay tantos en La Habana, prefieren las playas) sino diplomáticos todos o amigos de diplomáticos. En el céntrico Floriditatomamos un daiquirí y almorzamos otro día. Era lujoso, caro y se comía bien. Pero era terrible salir luego a la calle desde ese ilustre gueto dora- do, pues resultaba como pasar de un sueño en tecnicolor —una película de hadas y reyes— al más ríspido neorrealismo italiano, al más seco y duro. Esos bares y restaurantes conservados son un total sinsentido, pues han perdido el clima vital que les hizo florecer —justo o injusto— y han quedado como saurios prehistóricos fuera de su natural clima. Cadáveres exquisitos, restos arqueológi- cos, parques jurásicos —reliquias— fuera de su verdad y de la Historia. Además los cubanos (al menos económicamente, si no más) tiene prohibido entrar ahí. ¿Irían a llorar la carencia? ¿O entenderían que la Revolución tiene el deber contrario de explotar a los capitalistas? Entrar al Floridita no es ir a beber o a comer, ni mucho menos a divertirse. No creo que eso sea posible. Se va por lite- ratura. Y se entra como a un museo, en el peor sentido de la palabra. Un museo del que —como sea— ha huído la vida. A Tropicanano fui (Lo he visto, después, en Madrid.). Al Floriditano volvería. ¿Para qué? ¿Se imagina usted Maxim’s—el restaurante parisino— en el centro de Belgrado, en plena guerra fría? ¿No se daría usted un susto, caballero amigo, al entrar o salir según su ideo- logía? Y a lo peor —como en Floriditaa mí— le ocurren, y no es bueno, ambos sustos a la vez. Inevitablemente, torva y cansina, la palabra pena vuelve a flore- cer en mi cabeza. Pena. Como ceniza. Pese a la belleza y a la bondad, pena. 28 la mirada del otro Luis Antonio de Villena encuentroMi encuentro más querido en aquella visita a La Habana (había oído hablar mucho de él, en primer lugar a Miriam Gómez, la mujer de Guillermo Cabre- ra, pero yo no lo conocía) fue con Antón Arrufat. Sereno, apesadumbrado, lúcido, muy digno —pese a haberlo pasado, por razones político/sexuales, años atrás, muy mal— Antón seguía en su casa de la calle Trocadero, muy cerca del entonces desportillado edificio donde viviera Lezama Lima. Vi a Antón en lecturas y en la velada de Pablo Armando, pero, sobre todo, un par de días, a solas, en que paseamos por la ciudad, observando hermosos mulatos, y termi- namos —charlando y charlando— en unos jardines, frente al puerto, oreados por la brisa. Antón me mostró una novela mía (impecablemente forrada de plástico) y que llevaba detrás una lista de los lectores que la habían tenido y que la aguardaban. No sólo la leían, la mimaban. Siempre pienso que deben haber sido los mejores lectores de Fuera del mundo, que era la novela en cues- tión. Tiempo después —cuando Antón vino a Madrid— me dio un hermosísi- mo libro suyo de poemas, Lirios sobre un fondo de espadas, aparentemente neo- medieval y modernísimo. Recuerdo siempre que, en La Habana, al regalarme otro libro suyo, y pedirle yo que me lo firmara, como no llevaba bolígrafo, le di yo un negro Montblanc , grueso y lujoso, que me habían regalado. Noté que Antón no había visto (al menos hacía mucho) objetos de escritura así, lo tomó para dedicarme, mientras me decía sonriendo: Chico, no sé si ya sabré usarlo... Antón Arrufat me pareció —y me parece— la pura imagen de la dignidad de una Cuba intelectual que ha sufrido (y sufre, de otro modo) pero que intenta mantener la altura mental a cualquier precio. Él no pertenece a los vencedores de Castro —¿lo son aún?— ni a los otros vencedores primeros de Miami, que tampoco aceptaron —de entrada— a los marielitos. Esa gran Cuba sigue siendo la más sólida, íntimamente, la más culta, la más sufrida, la más inteligente. Cuando leí (encantado) Lirios sobre un fondo de espadas le escribí a Antón —aún sabiendo las dificultades del correo en Cuba— una carta espon- tánea de felicitación y aliento. Hace más de un año. Naturalmente no sé aún si le ha llegado alguna vez. Mi otro encuentro cubano —plural— más grato y de recuerdo mejor, fue- ron los varios grupos de poetas jóvenes que vinieron, llenos de entusiasmo, a hablar conmigo, a proponer intercambios poéticos, a comentar de versos y de futuro. A preguntarme por lo que no conocían y tanto querían conocer. Esos poetas (que aún no habían publicado libro) estaban entre los 20 y los 24 años, todos eran hijos de la Revolución y todos esperaban, realmente, un tiempo nuevo. Me enamoré de alguno de ellos. Hubiese querido ayudarles. Nunca habían probado otra cerveza que no fuera Hatuey—la cerveza oficial de la isla— y cuando les invité a mi Hotel a beber otra cerveza extranjera (en el Hotel había hasta dos marcas) tuvimos la mala suerte —era mi último día de estancia en La Habana— de que esas marcas foráneas acabaran de quedarse, de momento, sin existencias. Los poetas jóvenes pusieron una cara de resigna- ción que no era, por supuesto, nueva. Me preguntaban, sobre todo, por dos escritores que yo conocía bien, y que estaban —y están, me temo— prohibi- dos en la isla: Gastón Baquero y Guillermo Cabrera Infante. Yo le regalé a uno 29 la mirada del otro Precisiones y recuerdos... encuentrode esos poetas el cortapuros dorado que, años antes, me había regalado Gas- tón a mí. Le pareció un objeto sagrado. Y desde aquí les digo que la cinta gra- bada (ellos leyendo sus poemas) que me pidieron le llevase a Gastón, se la llevé en efecto. Y la oímos Gastón y yo juntos, una noche, aún en su vieja casa. Le gustaron los poemas y le gustaron las voces. Se sabía querido y eso le alen- taba. Él no estaba por el rencor —por ningún rencor— sino por el encuentro. Fue emocionante oir la voz de aquellos chicos, en Madrid, mientras Gastón, sentado en su destartalado sillón, asentía con la cabeza. La Habana me pareció gloria y llanto. Como la gran cultura cubana —y ese pueblo airoso— tan resistentes. Ese pueblo —sufrido, pobre— que vi pasear y merodear, insistentemente, por el Malecón, en busca de placer, de subsisten- cia y también —por qué no— de felicidad. Una tarde —a punto de irme, no me quedaban ya los chicles que había lle- vado en cantidad, y que repartí por la calle— me cercaron, cordialmente, junto al mar, un grupo de niños y niñas (una mayorcita, sabia ya en la vida, terriblemente coqueta) que me pidieron algo: caramelos, chicle... Les dije —y era verdad— que sólo me quedaba un chicle, y ellos eran cinco o seis. Enton- ces imaginé y propuse: Pienso un número y al que lo adivine le doy el chicle. Lo rifo porque sólo hay para uno. Pero, entonces —para mi bella sorpresa— uno de los chicos me responde: No, mejor dánoslo, y lo repartimos. Era un gesto más que emotivo. ¿Solidaridad socialista? ¿O solidaridad entre los pobres? No lo sé. Acaso ambas. Cuba es, ciertamente, un grito de cambio. No para volver a atrás (en nin- gún sentido) sino para ir adelante. El grito de un pueblo —pese a tantos tum- bos, pese a tantas injusticias— lleno de fuerza y de vida. Aunque son palabras duras —y están escritas dos años después del viaje que acabo de narrar— cierro estas páginas con las líneas de un artículo de Andrés Trapiello titulado (como el libro de Arrufat) De las pequeñas cosas: Todo cuanto se diga de la desesperada situación de Cuba en general y de la Habana en parti- cular, cuanto pueda imaginar el lector de la miseria, el deterioro, la desolación moral y la desesperación de sus habitantes; todo cuanto podamos adivinar del albañal en el que Fidel Castro y sus colaboradores han convertido una isla maravillosa y una ciudad que es patrimonio de la Humanidad; todo cuanto podamos decir de lo que está pasando en aquel infierno será sólo un pálido reflejo de la realidad. ¿Exagerado? Rabioso, sobre todo. No falso. No mentira. He preferido no utilizar palabras mías. Cuba —La Habana— es un grito silencioso. Pero tam- bién una gran esperanza. Y la cultura de Cuba —esa cultura que siempre ha sido excelente— no ha caído. No ha caído. Las palabras de Martí (tan gran prosista) habrán de ser, de nuevo, leídas e interpretadas: Hombres somos y no vamos a querer gobiernos de tijeras y de figurines, sino trabajo de nuestras cabezas, sacado del molde de nuestro país. ¡Que sea pronto y en libertad segura! 30 la mirada del otro Luis Antonio de Villena encuentro31 la mirada del otro encuentro E-mail dirigido por el escritor chileno Eduardo Labarca a su esposa cubana, la poeta María Elena Blanco, a raíz de un intercambio de opiniones habido la víspera en un restaurante mexicano de Viena, donde residen. María Elena, mi querida: La mesa del Pancho , en torno a cuyas enchiladas nos codeábamos ocho nacionalidades y cuatro parejas de pasaportes mixtos, no era tal vez anoche el mejor lugar para dilucidar las virtudes, defectos y limitaciones de los pueblos del planeta o de nuestro continente latinoamericano. Sin embargo, lo poco que se dijo en la punta en que estábamos con Guillermo Horta y todo lo que pudo decirse quedó humeando dentro de mi cabeza y esta carta que te tecleo en pantalla con mucho cariño quizás sea la válvula que por instinto yo necesi- taba para darle tiraje a las ideas. Al abordar el tema trataré de despojarme del afán generalizador tan arrai- gado entre nosotros los primates homínidos de extrapolar a tribus, nacionali- dades o países enteros las características buenas, malas o no tan malas ni tan buenas que advertimos en algunos de sus individuos. Sin perjuicio de lo anterior, cabe tener presente que cierto grado de gene- ralización y a veces de exageración de las posiciones en debate ha sido tradi- cionalmente un recurso intelectual de buena ley que permite poner de realce determinados rasgos que por demasiado vistos y extendidos a veces campean bajo nuestras narices sin que seamos capaces de olerlos o distinguirlos. Al referirme aquí a lo que llamaré el no cubanopondré el acento en sus lados negativos, lo que no quiere decir que ese no y el espíritu que en él se manifiesta no puedan tener aspectos loables. Largo podríamos hablar tam- bién de las superlativas virtudes del ser cubano,especialmente de los sobresa- lientes méritos de la intelectualidad de Cuba de todas las épocas, pero no es ésa la finalidad de mi modesto envío electrónico. Creo que un requisito básico del debate intelectual es que éste se entienda como una confrontación de ideas absolutamente libre, con total independen- cia de la raigambre nacional o social de los dialogantes, e incluso de sus rela- El no cubano Eduardo Labarcaciones afectivas, por lo que en nuestro caso concreto hemos de inmunizarnos ante el peligro de que una discusión ideológica entre nosotros tome el sesgo de un absurdo pimpón doméstico o nacional de hombre versus mujer o chile- nidad versus cubanidad. Desde ya dejo en claro que al referirme negativamen- te a este tic cubano no pretendo desconocer los rasgos negativos que abundan entre nosotros los chilenos, por ejemplo en lo que se refiere a nuestra forma muchas veces oblicua de dialogar. Lo que anoche estuvo en el tapete fue la costumbre cubana de replicar al interlocutor comenzando la oración con un «no», aunque a continuación venga una frase que reitere lo que él haya dicho. Tú sostuviste que ese «no» es irrelevante y que se trata de una figura retórica inocua. Guillermo también le restó importancia y creo recordar que dio a ese «no» connotaciones afectuosas. Los ejemplos abundan. Lázaro dice: «Hace muchísimo frío»; Raynel le contesta: «No, hace un frío terrible»; Migdalys replica: «No, estoy congela- da».... Otro: «La abuela se murió»; «No, la abuela se murió hace un mes»; «No, la enterramos en el Cementerio de Colón», etc., etc. Aunque ustedes los cubanos no le den importancia al asunto, yo considero que el análisis del no cubano es una de las claves para comprender la actual encrucijada en que se encuentra la sociedad cubana entendida en un sentido amplio y abarcador, vale decir, con todos sus heterogéneos componentes de dentro y fuera de la isla o en desplazamiento en balsas, aviones y otros medio de transporte en una u otra dirección. Frente a la endémica crisis política que Cuba arrastra desde hace más de un siglo, y tal vez debido a la propia profundidad y complejidad de esa crisis, la intelectualidad cubana ha dado pruebas desde antes de la independencia de una notabilísima perspicacia y lucidez. ¡Cómo quisiera yo que algún inte- lectual chileno de campanillas escudriñara hasta los tuétanos la tan celebrada talla chilena , esa manifestación simpaticona pero a menudo esterilizante y torva del humor negro nacional, en la forma en que el cubano Mañach supo agarrar por los pelos el tema del choteo cubanoy desentrañar autocríticamente sus esencias! La raíz del no cubanoes para mí obviamente española. Existe un no español conversacional muy parecido que asoma al comienzo de muchas respuestas, aunque su uso me parece menos generalizado que en Cuba. Se resume en la caricaturesca afirmación del recién llegado: «No sé de qué estáis hablando, pero yo estoy en contra.» ¡Cuántas veces las conversaciones entre nuestros amigos españoles nos han sonado a un diálogo de sordos! Muchas de tales conversaciones constituyen un conjunto de monólogos entrecruzados en los que sólo se reiteran ideas preconcebidas, y a menudo los participantes saltan al ruedo únicamente en busca de un auditorio o con el solo fin de oírse a sí mismos. Dicho sea de paso, no creo que el no español sea totalmente ajeno al historial de inestabilidad y sangrientas guerras civiles de España... Pero centrémonos en el no cubano . Para mí, ajeno a la sociedad cubana —a veces los turistas ven más que quienes han nacido y se han criado en un lugar— el no cubanoes un fenómeno curioso y digno de estudio: a) Cuando se Eduardo Labarca 32 la mirada del otro encuentrorefiere a una ideaa la que se va a dar una respuesta discrepante, ese no me parece normal como expresión inicial de desacuerdo. b) Referido a una opi- nión con la que a continuación el hablante va a coincidir explícitamente, el no mellama la atención. c) Cuando atañe a un hecho cuya existencia será recono- cida sin objeciones por quien dice no,me resulta francamente chocante. El significado del no cubanosólo puede explicarse a mi juicio buceando en las profundidades de la sicología individual y social. Lázaro dice: «Llueve»; Raynel le contesta: «No, está lloviendo». Dado que el hecho lluvia es reconocido y aceptado por ambos, ¿qué quiere decir Raynel con su no? De los infinitos diálogos de este tipo que he escuchado a lo largo de muchos años creo dedu- cir que el no con que se replica automáticamente a una afirmación, sea cual sea, de un tercero, satisface una necesidad primordial de reafirmación subjeti- va que se sobrepone a la propia realidad. Lloverá no porque esté lloviendo, sino porque lo dije yo. El no cubano funciona en una sociedad muy verbalizada, donde lo que se hace o se ha hecho suele adquirir plena significación sólo al ser explicitado y ratificado con palabras. Tú dices que está lloviendo y al hacerlo hablas de tu lluvia, pero esa lluvia a mí no me interesa porque no es ella la que me está mojando. Yo contesto que no y agrego que está lloviendo, y con ello me estaré refiriendo a la única lluvia que sí me moja a mí, que es mi lluvia y no la tuya . De ahí en adelante todo lo que yo diga sobre la intensidad o temperatura de la lluvia y sobre las posibilidades o no de que amaine emanará de la percep- ción de mis propios sentidos: se referirá a milluvia y lo que afirmes en tu con- trarréplica versará sobre la tuyay no sobre la mía. Cada uno habrá edificado su lluvia propia y exclusiva: las coincidencias de opinión serán sólo puntuales, pasajeras y de valor relativo, pues estaremos hablando de dos lluvias subjetiva- mente diferentes. El no cubano , revelador de una actitud profundamente arraigada en el alma nacional, se me presenta de este modo como símbolo del antidiálogo. Se trata de la manifestación de un estado de espíritu que bloquea el diálogo desde sus inicios. Lo que podría convertirse en un constructivo intercambio de opinio- nes que progresara con aportes sucesivos y complementarios de los hablantes hacia una conclusión común se ve abortado y reducido a una sucesión de afir- maciones rotundas y autónomas que suelen retornar una y otra vez estérilmen- te al punto de partida y que por lo general no llegan a ninguna parte. En mi opinión este rechazo al diálogo ha dificultado y dificulta enorme- mente la evolución que la sociedad cubana a todas luces necesita para salir del actual atolladero. Es sintomático que en el aparente punto muerto en que se halla esta sociedad, los enemigos del diálogo ocupen posiciones simétricas en ambos extremos. Dentro de Cuba el diálogo es oficialmente descartado, y se le castiga como fuente de peligrosas infiltraciones y contagios ideológicos. Fuera de Cuba, los partidarios del diálogo son agredidos con el remoquete descalificatorio de dialogueros. El no cubano me parece revelador de un individualismo exacerbado en el que incuban gérmenes anárquicos. En el caso de la isla, muchos observadores El no cubano 33 la mirada del otro encuentrotemen que un derrumbe de las actuales estructuras autoritarias pudiese tradu- cirse en la atomización de los aparatos de poder, en dispersión política, en estallidos incontrolables. En el caso del exilio, y en especial de su epicentro maiamense, las pugnas entre decenas de grupos y la incapacidad de sus acto- res para ponerse de acuerdo demuestran el predominio de los individualis- mos y las fuerzas centrífugas. En las estructuras verticales de poder, el no cubanosólo puede ser fuente de totalitarismo. El no del jefe que rechaza toda idea o propuesta nueva que no provenga de él mismo niega de entrada validez a lo que los simples individuos puedan decir y convierte la participación en caricatura grotesca. La demostra- ción de que llueve no estribará en que todo el mundo se esté mojando, sino en la declaración del jefe de que está lloviendo. Así, un problema que salte a la vista de todos sólo existirá cuando sea expresamente reconocido por ese jefe, lo que generalmente sucederá muy tarde. Recibida la idea nueva con el man- doble del no cubano,la única esperanza que le quedará al proponente será que con el transcurso de los días, meses o años, aquél que encarna el poder llegue por sí mismo a una conclusión similar a la suya... o que se muera. Esta situación favorece el imperio de un conservadurismo estático a todos los niveles y en todos los bandos. Por eso la sociedad cubana en su sentido amplio, acostumbrada como está al no cubano, se ve cansada, paralizada. En la práctica el no cubanoviene traduciéndose en un anquilosamiento inmovilista de los diversos centros de poder de esa sociedad. La juventud y las ideas nue- vas se estrellan con aparatos esclerotizados que responden automáticamente con un no a toda idea fresca. El debate y la democracia son en esas instancias desconocidos. El no cubano que flota en todas las esferas es explotado intencionadamente en forma perversa. La idea de que si a los cubanos se les dieran demasiados derechos y libertades sucedería lo peor justifica la eternización de las verda- des absolutas de los poderosos de todas las banderíasy niveles, eternamente habilitados a oponer un norotundo, difinitivo a cualquier opinión ajena. María Elena: Como tú investigas actualmente la evolución de las ideas en Cuba con miras a producir un ensayo, he querido en mi calidad de observador forastero llamar tu atención sobre este tema apasionante y crucial. Estoy seguro de que si te inclinases con espíritu crítico sobre el no cubano tal como en su hora tus mayo- res hicieron descarnadamente respecto de otros asuntos de importancia capi- tal para Cuba, podrías entregarnos al respecto ideas infinitamente más profun- das y esclarecedoras que los balbuceos desordenados que aquí he tecleado apresuradamente y que te envío con un ¡click! desde esta pantalla luminosa. Con todo amor. Eduardo Eduardo Labarca 34 la mirada del otro encuentroU n manantial de información descubrieron los historiadores cuando el gobierno de los Estados Uni- dos desclasificó los últimos fragmentos de las cintas confi- denciales que tenían grabadas todas las discusiones en las que participó el presidente John F. Kennedy cuando la lla- mada «Missile Crisis», que los cubanos conocemos como la «Crisis de Octubre». Cintas que Ernest R. May y Phillip D. Zelikow decidieron presentar editadas de manera muy minuciosa y útil bajo el título The Kennedy Tapes. Pero casi al mismo tiempo se abría al conocimiento público una fuente informativa que contenía secretos aún más revela- dores: las minutas de las reuniones y decisiones tomadas por el Buró Político de la Unión Soviética (el llamado Pre- sidium del Comité Central del pcus ) y los archivos tanto de la kgb como de la gpu (inteligencia militar de las Fuer- zas Armadas de la urss ) relacionadas con Cuba, antes de las graves jornadas de octubre de 1962. Es precisamente este segundo libro One Hell of a Gamble —escrito por los investigadores Aleksander Fursenko y 35 encuentro La crisis de octubre y la verdadera historia del año 1959 a la luz de los archivos secretos de la URSSy de los Estados Unidos 1 Miguel Ángel Sánchez 1 El presente artículo analiza la Crisis de Octubre a partir de la reciente edición de The Kennedy Tapes (Inside the White House during the Cuban Missi- le Crisis), deErnest R. May & Phillip D. Zelikow. Belknap Harvard. 728 pp. 1997 y One Hell of a Gamble (The Secret History of the Cuban Missile Crisis), de Aleksander Fursenko & Timothy Naftali. Norton. 420 pp. 1997.Timothy Naftali— el que sin proponérselo pone en entredicho la mayoría de las obras que racionalizaron, desde diversos puntos de vista, los vertiginosos sucesos que ocurrieron en Cuba en 1959, y que numerosos historiadores inten- taron explicar como un proceso de radicalización inevitable ante una torpe política seguida desde Washington. La hipótesis de que «Castro fue empujado a manos de los rusos» resultó el motivo central de libros que, en su tiempo, fue- ron considerados clásicos en la materia, tales como Anatomía de una Revolución de los marxistas norteamericanos Leo Huberman y Paul M. Sweezy, Huracán en el Caribe de Jean Paul Sartre, y de otros muchos que siguieron esos patrones, entre los que cabe destacar más recientemente Fidel Castro, un retrato crítico de Tad Szulc. En este caso es necesario hacer la salvedad de que Szulc intentó sacar a la luz pública la corriente oculta de poder que existía en la isla en 1959, a la cual llamó «el gobierno secreto», comentario que causó ira y fue negado de forma vehemente por las más altas autoridades de La Habana cuando el libro fue publicado. Sin embargo, el autor no hizo más que sugerir un grupo de hechos que indicaban una trama clandestina que sin lugar a dudas, de ser cier- ta, apuntaba a una conspiración para la toma del poder y la imposición «del comunismo desde arriba». Así lo comprendió desde un primer instante Nicolai Leonov, jefe de la residentura de la kgb en México, tras una reunión secreta en febrero de 1959 con Emilio Aragonés. Al parecer, Aragonés no era tan sólo un miembro prominente del Partido Socialista Popular, sino también un agente de los servicios de inteligencia soviéticos, que viajó a esa ciudad en busca de expli- car los pasos que se estaban dando para instaurar un poder comunista en la isla. La documentación ofrecida en la obra de Fursenko y Naftali prueba esa gestión paralela oculta de poder —insinuada por Szulc— mediante una detalla- da cronología de encuentros clandestinos con autoridades y espías soviéticos, confiriendo al libro el potencial para convertirse en origen de nuevos estudios históricos, al tiempo que brinda a los investigadores la posibilidad de adentrar- se en un terreno que hasta entonces fue absolutamente vedado en vista del conocido hermetismo que reinaba en la desaparecida Unión Soviética. La obra de Fursenko y Naftali no persigue el propósito de responder en qué momento la sociedad civil cubana recibió su tiro de muerte y mucho menos cuáles fueron los motivos de la derrota de las fuerzas democráticas en la isla. Pero al poner en evidencia el sistemático rol conspirativo de los herma- nos Castro y Che Guevara, abre una nueva línea de interpretación con datos que por primera vez ofrecen pruebas de que los nunca escuchados lamentos sobre la «Revolución Traicionada» de los primeros exiliados cubanos no care- cían de elementos de veracidad, ni merecieron ser tan menospreciados inclu- so por aquéllos que en diversas obras eran críticos con el régimen de Cuba pero se burlaban de esta «teoría de la conjura», como es el caso de Hans Mag- nus Enzerberger en su ensayo «Imagen de un Partido» publicado junto con otros de sus trabajos en forma de libro por la Editorial Anagrama de Barcelo- na en 1985, bajo el título El Interrogatorio de La Habana . A casi cuarenta años de los sucesos de 1959, la tesis de la «continuidad his- tórica» de un proceso insurreccional —que supuestamente tuvo desde un 36 Miguel Ángel Sánchez encuentroprincipio el objetivo de instaurar una sociedad comunista en Cuba— se res- quebraja a la luz de estos numerosos documentos de los archivos de la antigua urss , mientras que la muy elogiada concepción majestuosa del proceso queda definitivamente empañada ante la conspiración a la sombra, que se llevaba a efecto a espaldas de la mayoría de los que participaron en el derrocamiento del régimen de Batista, unidos en la lucha insurreccional sobre la base de unos claros lineamientos democráticos cuyo pilar básico era la restauracion de la constitución de 1940, y una plataforma de reformas sociales que ni siquiera el más audaz de los críticos de los programas anunciados por el Movimiento 26 de Julio se hubiera atrevido a calificar más allá de socialdemócratas. Gracias a la posibilidad de acceder a esas fuentes tan insospechadas, los lec- tores del libro descubren hechos tales como la manutención que la kgb comenzó a otorgar a Fidel Castro a partir de mediados de junio de 1960 bajo el acápite de «personalidad progresista internacional». El primer dinero, entrega- do personalmente por el entonces agente de la kgby con posterioridad emba- jador de la urssen Cuba, Alexander Alexeiev, fue la suma de 365 dólares, que Castro agradeció con desproporcionada alegría pues —según el relato de Ale- xeiev muchos años más tarde, confirmado por un cable cifrado a sus superio- res, la sede central de la inteligencia soviética (file 78825)— hizo la broma de que estaba tan carente de recursos que para comprar una cajetilla de cigarrillos había tenido que pedir prestados diez pesos a Che Guevara, el que también se hallaba presente en el lugar en el momento de la entrega del dinero. 2 Como el propósito del libro no era revelar este tipo de detalles, los autores seguramente pasaron por alto otros documentos semejantes para concentrar- se en el análisis y desarrollo de los sucesos que condujeron a la decisión de instalar cohetes con ojivas nucleares en Cuba. No obstante, en otro momento de la obra, aparece la aprobación por parte de Nikita Kruschev, en febrero de 1961, para la entrega de 8,000 dólares a Fidel Castro, no sólo como conse- cuencia de una mayor valoración espontánea por parte del Kremlin de su nuevo aliado, sino también como una respuesta a los, al parecer, cada vez más apremiantes pedidos de dinero por parte de Castro para atender sus gastos personales. Éste, con toda seguridad, quería a su vez medir el alcance de las intenciones y bondades de la jerarquía soviética con la que apenas iniciaba el largo peregrinaje que habría de prolongarse por tres décadas. 3 37 La crisis de octubre y la verdadera historia... encuentro 2 La justificación de estos pagos sería por publicación de artículos en los medios de comunicación del campo socialista. No hay detalles de compensaciones semejantes para otras figuras tales como Raúl Castro o Che Guevara. La cifra mencionada es tan ridícula que uno tiende a considerar dudoso todo el asunto, pero lo cierto es que ambos autores mencionan a Alexeiev y cables cifra- dos como fuentes de su información. 3 Antonio Núñez Jiménez es el nombre que Alexeiev cita como el encargado de recordarle que Fidel Castro no disponía de dinero para sus gastos personales. Núñez Jiménez era entonces Presi- dente del inra(Instituto de la Reforma Agraria) pero sobre todo un supersecretario de Castro, situado justamente en el centro de lo que Szulc llamó el «gobierno secreto».Next >