< PreviousPero ese No —legítimo— para toda la vida lo avasalla Cavafis D entro de la poesía cubana contemporánea los tres libros de la ciudad 1 , del poeta cubano César López, ocupan un lugar muy singular. Escritos en —y referidos a— tres tiempos muy diferentes, abarcan toda la época de la Revolución, desde sus vísperas hasta el momento actual, y constituyen un profundo y desgarrado testimonio de la relación entre la Poesía y la Historia, o «la sofocante histo- ria», como precisa el poeta. Centrados físicamente en su ciudad natal, Santiago de Cuba, se adueñan, sobre todo a partir del segundo libro, de un espacio mayor, pues aunque no se pierde nunca la referencia a aquella ciudad, ella se extiende a menudo, simbólicamente, a toda la isla:«la ciudad ha borrado límites, fronteras»,advierte. Los tres libros pudieran estar presidi- dos por esta sentencia suya: «Oh ciudad, ya ves como no es simple instalarte en la historia».Ésa su poesía de la historia se desenvuelve a través de la transfiguración poética de la 28 homenaje a césar lópez encuentro César o la poesía de la historia Jorge Luis Arcos 1 Primer libro de la ciudad(La Habana, Ediciones Unión, 1967) obtuvo mención en el Premio de Poesía de Casa de las Américas en 1966. Segun- do libro de la ciudad, presentado al mismo Premio en 1970, recibió final- mente el Primer Premio de Poesía Ocnos en 1971, en España, y fue publicado en Barcelona, en la colección «Ocnos», ese mismo año, aun- que no completo, pues su cuaderno «Salmo y comentarios», acaso por cierta irreligiosidad, no podía ver la luz en la España franquista, y poste- riormente, íntegro, en La Habana, en 1989. Tercer libro de la ciudadapare- ció también en España, en la editorial Renacimiento de Sevilla, en 1997. Actualmente se prepara su edición cubana por la Editorial Letras Cuba- nas. Asimismo, una edición conjunta de los tres libros, con prólogo de Efraín Rodríguez, se prepara por Ediciones Unión.ciudad: «No se trata / de la poesía, sino de la ciudad. / No se busca la ciudad, se encuentra la poesía», expresa el poeta. Es por eso que la singularidad aludida se desenvuelve a contrapelo de uno de sus temas recurrentes: la historia de la Revolución cubana, porque el poeta no pierde nunca la perspectiva poética de la realidad. La poesía no se convierte, pues, en sierva de la historia, sino que se nutre de ella. Y sin embargo, no existe en el panorama poético de la época de la Revolución otro conjunto orgánico de poemas que haya pretendido ofrecer una imagen de ese proceso, desde sus vísperas hasta la actualidad, de manera que ilustran casi medio siglo de reflexión poética sobre la historia insular. El tiempo histórico transcurre unido a los avatares de la flecha sicológica del tiempo, de ahí la preeminencia del tiempo del poeta, que no es otro que el tiempo reminiscente de su memoria creadora. El primer libro, escrito en su juventud, es el más proclive a la anécdota, a la recreación de tiempos, ambien- tes, sucesos, personajes incluso. Tiene, empero, algo de víspera, de la confu- sión sagrada de todo origen, a pesar de ser una evocación:«¡Oh noche y la ciu- dad! ¿Quién eres, qué dueño tienes que te obliga, / te atolondra y oculta tu futuro?» Los hechos pasados —el tiempo de su infancia y adolescencia (décadas del cuarenta y cincuenta)— no socavan el presente de su escritura —primeros años de la década del sesenta. De ahí la cierta mitificación apreciada por Vir- gilio Piñera, aunque ella se cumpla con rigor tropológico sobre todo en un texto, el espléndido poema sobre los ángeles. Mitificación de una ciudad, mitificación de su infancia, mitificación de los orígenes, eterno tema de la poesía. La recreación llega a ser casi naturalista, por lo que su mirada, en este sentido, está más cerca de un poema de Piñera, «Vida de Flora», que de otro importante antecedente de este libro, En la Calzada de Jesús del Monte (1949), de Eliseo Diego, que, a su vez, en el ámbito del idioma, guarda un notable parentesco con Fervor de Buenos Aires (1923), de Jorge Luis Borges. Prevalecen las pequeñas historias, casi clandestinas, marginales, en un ambiente como de secreto, acaso porque«es / el descubrimiento de las cosas que sólo miran los extra- ños»,que a menudo introducen como una jerarquización, más amplia que la tradicional, de los sucesos históricos significativos. Revela, así, otra historia, secreta o marginal, con profunda y renovadora perspectiva testimonial. Es a lo que alude el poeta cuando expresa: «...y entrar y perdernos / en el tiempo de la ciudad secreta!». El tema legendario de la piedra, de los muros, de la ruina, de los paisajes humanos, se perfila mejor en el segundo libro: «La construcción dolorosa de los muros» de la ciudad, unido al tema de la sangre. Ámbito y desti- no humanos, como es el antiguo tema de la polis, de las res publica. De ahí su convicción de que «un destino es terrible en su belleza».Así como su visión trágica de la historia y de la vida, de estirpe unamuniana. Por eso su recurrente duda escéptica: La fe que no duda es fe muerta. En el segundo libro, alcanzada ya la madurez, ya no hay vísperas sino un minucioso presente, ni la cierta intemporalidad propia del mito, sino sobre todo reflexión más que recreación: lo particular cede a lo general. No predo- mina la evocación (aunque de hecho todo poema lo sea siempre), a pesar de contener algunas elegías, como en la sección «Galerías», de mayor explicitud 29 homenaje a césar lópez César o la poesía de la historia encuentrohistórica que el resto. Importan más los temas que las anécdotas. Pero la reflexiónsobre ellos es ardua, es amarga, acaso porque coincide con su pre- sente escritural y vivencial, y porque irrumpe trágica, agónicamente la Histo- ria. Aunque las historias particulares ceden a menudo a los temas colectivos de la historia de la Revolución, salvo en la sección aludida, en el poemario se cumple una suerte de interiorización poética de la Historia, o una poesía de la Historia, pero poesía como pensamiento, reflexión, anagnórisis. En este sentido este libro es un ejemplo de la madurez alcanzada por la poesía cuba- na dentro del canon conversacional. Esa poesía de la historia, profunda, críti- ca, se expresó también en la poesía de Roberto Fernández Retamar, del Cin- tio Vitier de Testimonios , de Heberto Padilla, de Guillermo Rodríguez Rivera y de Raúl Rivero, en cada uno con diferente y personal expresión. Pero, como es conocido, su zona más crítica, más polémica, fue coartada por el negativo contexto político e ideológico para la expresión cultural que prevaleció sobre todo en la década del setenta, también llamada «década oscura», que interrum- pió la evolución natural del conversacionalismo. No es casual, pues, que el Segundo libro de la ciudad, ya escrito en 1969, no se publique en Cuba hasta 1989. Es un libro paradigmático por diversas razones, pero fundamentalmen- te como un ejemplo de objetividad poética, esto es, porque ilustra la manera que tiene la poesía de objetivar, de percibir la Historia, de asumir su intelec- ción profunda, no separada nunca de la Vida. No hay que confundir la verdad histórica —tan relativa siempre en su consustancial abstracción— con la ver- dad poética, siempre singular, vivencial, siempre auténtica por desgarrada y polémica que resulte. El poeta apresa la historia en el centro de su devenir, cuyo eje es la contradicción, la paradoja. No quiere ello decir que el poeta no tome partido. Precisamente lo aleccionador, lo notable de este libro, es que no se puede dudar de que el poeta toma partido por la Revolución, en su sen- tido etimológico de transformación profunda, lo que no significa que exprese la perspectiva de partido político alguno. Aunque pueda hacerlo, ello no sería nunca lo más significativo: lección que no aprendieron otros colegas suyos. Es en este sentido que la verdad poética se diferencia también de la verdad polí- tica. La verdad poética es siempre consecuente consigo misma, aun cuando recree la verdad histórica. La poesía de la historia, pues, trata de aprehender el ser contradictorio pero esencial de la realidad, no su deber ser, no éste o aquel ángulo de su ser, sino su centro vivo, múltiple, abierto, desgarrado siem- pre. Ésa es su extraña plenitud. Ni afirmación ni negación unilaterales, sino ese difícil punto de encuentro contradictorio que es imagen de la cruz: cen- tro vivo, doloroso, desgarrado siempre, singular y general a la vez. De ahí el tema de la sangre:«Cuando con sangre escribe hay una obligación que a todos mueve»,que expresa, además, un mandato ético, una ética poética, que sí le es consustancial a la Poesía. Y porque la historia es tránsito, proceso, devenir incesantes, el poeta, ahíto de temporalidad, quiere apresar, siempre, en un punto determinado, en un instante fijo del devenir, la atemporalidad de lo temporal, lo trascendente de lo perecedero. Y ese punto es su vida, su verda- dera vida, su vivencia más entrañable. Ésa es la historia verdadera, como diría 30 homenaje a césar lópez Jorge Luis Arcos encuentroMaría Zambrano, no su historia apócrifa. Ésa es también la visión histórica que preconizaba José Lezama Lima en contraposición del mero sentido histó- rico. No es de extrañar pues que en este libro convivan la esperanza con la desesperanza, el envés con el revés, lo luminoso con lo oscuro, incluso el pasa- do con el presente y el imprevisible futuro. Asimismo, parece decirnos el poeta, no hay nunca una historia. Hay una historia de lo que fue junto a una historia de lo que pudo haber sido; hay una historia de lo que es junto a otra historia de lo que se quiere que sea. Todos esos tiempos simultáneos, contra- dictorios, conforman el tiempo poético, muy diferente entonces también del tiempo histórico, no así de la aludida visión histórica lezamiana, que es siem- pre el tiempo de la poesía encarnando en la historia, ya sea en acto o proféti- camente. ¿Hay alguna duda de que los tres libros de la ciudad expresan esa encarnación de la Poesía en la Historia? Sólo que esa encarnación no es nunca el fin de la historia, ni mucho menos el Paraíso. Una cosa es la funda- ción de la ciudad y otra bien distinta su morada, nos advierte el poeta. La fun- dación es un acto, la morada una procesión. Pero, a la vez, ese proceso temporal descrito, ¿no es también una imagen de la vida misma? Junto al tiempo histórico y al tiempo sicológico, que trans- curren siempre en una sola dirección, haciéndose siempre futuro, esto es, flu- yendo siempre del nacimiento a la muerte, se erige el tiempo poético que, a la vez que da testimonio de esa inexorable temporalidad, trata de aprehender lo permanente, lo siempre naciente, que es en poesía lo singular, lo irrepeti- ble, lo inolvidable. Es aquí donde se confunde la flecha horizontal con la ver- tical, y los avatares históricos exteriores con los interiores. El poeta vive la his- toria a la vez que su propia vida. De ahí que su testimonio sea siempre un testimonio de vida y otro de muerte, en inextricable conjunción. Y el poeta, en esa extrema consecuencia, en esa singular e implacable lucidez a que está obligado, tiene que mostrar incluso lo que lo niega a sí mismo, o lo que lo rebasa, como sujeto histórico concreto. No hacerlo significaría hacer una con- cesión que negaría la autenticidad de su arte, de su discurso, porque implica- ría negar también la autenticidad de su propia vida. De ahí su trágica certi- dumbre:«Su destino es la noche perdida, los eslabones rotos / entre la oscuridad y el amanecer».Ésta es, a mi juicio, una de las mayores lecciones que se despren- den del segundo y tercer libro de la ciudad. La percepción poética de la histo- ria tiene que ser un testimonio de vida contra la muerte, a toda costa, esto es, a fuerza de no edulcorar su perspectiva de la historia. La poesía puede ser profética pero no utópica. La poesía no puede escamotear su centro vivo, con- tradictorio, siempre abierto hacia un futuro desconocido desde una mirada siempre ahíta de insondable melancolía por lo que fue o lo que pudo haber sido —de ahí su condición perennemente elegíaca—, y desde un presente siempre inconcluso, inacabable. Es aquí donde la cosmovisión poética de César López se aproxima a la narratividad propia de la prosa, del discurso narrativo, según los conocidos postulados teóricos de Bajtin (por cierto, también sería pertinente hacer un estudio de la carnavalización de la realidad en su poesía, concretamente de la 31 homenaje a césar lópez César o la poesía de la historia encuentrociudad en estos tres libros). El propio estilo empleado por el poeta —largos versículos, prosaísmo, tono conversacional, extensión sintagmática propia del discurso narrativo, presencia de una suerte de narrador en tercera persona (donde a menudo el sujeto lírico asume la perspectiva de la ciudad), implica la preeminencia de una poeticidad más épica que lírica. Es cierto que en el tercer libro la tercera persona da paso a la segunda persona del singular, como el propio poeta expone y problematiza: «y ese / dirigirte a ti mismo en la segunda persona del singular / cuando en realidad no es ni siquiera un recurso / lite- rario o retórico, sino el miedo, / el paralítico pánico que te impide / llamarte por tu nombre y decir yo, yo, yo. / Como Walt Whitman o José Martí». Porque aún ésta crea una sintomática distancia ante el yo subsumido de la primera persona. Ese des- doblamiento del sujeto lírico también está predeterminado por el superobjeti- vo que persigue el poeta con su poesía de la historia: garantiza la preeminencia de una objetividad poética que le permita desenvolver su perspectivamúltiple, proteíca, a la vez singular y general tanto de su historia personal como de la historia de la ciudad —o del país a través de ella. La tragicidad inherente al proceso de percepción de la realidad —de la Historia y de su historia, o de otras historias particulares— asumido por el poeta encuentra su mayor tensión en el Tercer libro de la ciudad , donde va a predominar, por sobre la perspectiva de la ciudad, la más individual del sujeto lírico. Si en el primer libro el poeta juzga al viajero, a través de la mirada de la ciudad, en el tercero es el viajero mismo el foco de atención del poeta. Ya el viajero y la ciudad son una misma cosa: sus destinos confluyen dramáticamente. Es cuando irrumpe la segunda persona, cuando acaece una suerte de diálogo del poeta consigo mismo. El poeta vuelve incluso al principio de su historia, y su memoria, desencantada de la Historia, quiere aferrarse a la primera, quiere salvar su historia particular. La reflexión evocadora, que predomina siempre, se hace más íntima, y se confun- de inextricablemente con una profunda y sostenida anagnórisis. La propia imagen del viajero, enunciada desde el primer libro, cobra ahora toda su plural dimensión, de alcance incluso universal. La historia es infierno, purgatorio y paraíso pero a la vez, parece sugerirnos el poeta. Esque- máticamente puedo especular que para el poeta la historia siempre es infier- no; su modo de vivirla un purgatorio o una procesión, y su modo de soñarla su única posibilidad para entrever un paraíso (de ahí, acaso, la recurrencia de las evocaciones de su niñez y adolescencia en el tercer libro). Allá, en aquel tiempo, se guardaba la promesa, lo que pudo ser y no fue, la promesa de la verdadera historia que, como el paraíso o «la verdadera Revolución»,será siem- pre una víspera o una profecía. Si el colofón del Primer libro de la ciudad enun- cia a«la verdadera Revolución»,ante la que el poeta decide callarse, suspender su discurso —«por ahora»,dice—, el colofón del segundo, que es el de su imposible y trágica vivencia temporal, denuncia su dialéctica, contradictoria, paradojal, afirmación de la sentencia quevediana: « Ayer se fue; mañana no ha llegado; / Hoy se está yendo sin parar un punto...». Ya el colofón del tercer libro, con versos de Vicente Aleixandre, ilustran un profundo testimonio de vida: «No grites. Mis cristales ligeros acerco hasta mis ojos / y veo al poniente rosa. ¡Una 32 homenaje a césar lópez Jorge Luis Arcos encuentrobella ruina! / Aún hay patria. Soñemos. Con mis plumas doradas yo embellezco este viento...» Una arista de su discurso poético es su filiación casaliana —y modernista— como poeta de la ciudad, más que de la naturaleza, donde no deja de apre- ciarse también la impronta del autor de La isla en peso. En cierto sentido es César López un poeta del reverso, aunque de un reversocontradictorio: ama la ciudad que injuria, ama «la ciudad en ruinas»,ama y describe el ángulo oscuro de la ciudad, sus historias ocultas, lo que recuerda los versos martia- nos, aludidos en alguna ocasión:«Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche —¿o son una las dos?» La ciudad, la polis , como espacio, paisaje humano, existencial, como espacio-tiempo de la historia, como infierno-purgatorio-paraíso. La ciu- dad naturalista, donde el poeta funciona como cronista, testigo minucioso tanto de la Historia como de sus pequeñas historias, oscuras, clandestinas, marginales, por donde la historia se dramatiza, se convierte en persona. Ciu- dad donde las referencias infernales prevalecen. En algún momento la nom- bra«la ciudad doliente».Y el poeta, como el eterno viajero, cumple su proce- sión por la ciudad doliente: «El viaje como aventura peregrina»,dice. Y la ciudad es «reciente, / y a la vez eterna». Hay, pues, dos referencias, dos fuentes nutricias esenciales: Cavafis y Dante. De Cavafis, el tema del viaje, la búsqueda de la ciu- dad, de antiguo linaje odiseico. De Dante, el tema más profundo, el tema del descenso al infierno, de linaje órfico. Viaje carnal y simbólico, histórico y exis- tencial, pero donde también puede vislumbrarse, como en el de Dante, «la inmensidad de su cielo estrellado».Viaje de conocimiento. Viaje de cumplimiento de un destino. De Casal, la ciudad como reverso, donde«Ni siquiera hay has- tío»,como una suerte de negación de la negación. La ciudad, en fin, donde « Alguien pudiera inventarse un paraíso. Imposible», concluye el poeta. En reali- dad, sus tres libros de la ciudad son como la historia, la fábula del viajero siempre en busca de una ciudad mítica, íntima y lejana a la vez, pero donde lo relevante es el proceso mismo de la búsqueda. Esa búsqueda incesante se ve acentuada estilísticamente por la índole de su discurso poético: discurso que hace de la ambigüedad un recurso importantísimo. Discurso que llega a expresarse como contradiscurso, a menudo varado, interrumpido, roto, que se realiza des-realizándose. Un discurso que enuncia, como dice el poeta, «Una pregunta que queda sin respuesta». Porque lo que importa es el viaje, la bús- queda, las preguntas, la incertidumbre. Las referencias son numerosas: «La falsedad del verso», «la voz desafinada», «el poeta intenta tararear, mas desentona», «Desentona en el canto, pero insiste».Imposibilidad del canto, la alabanza. Expre- sión profunda del caos. Por eso, él mismo expresa: «sólo le queda al viajero / recordar, jugar con la memoria / en la inseguridad de los archivos y los testimonios», o «Mezcla de planos de tiempos imprecisos / va formando la historia o el poema / de la ciudad que aguarda como siempre ha aguardado / su triunfo o su fracaso», o«revela la inseguridad de la poesía, / del poema, del poeta y del complicado / andamiaje que has montado en el tiempo y en el espacio». Mas ese contradiscurso o discurso del caos, de laincertidumbre, es mediado por una sentimentalidad salvadora, de honda filiación rubendariana —lo que acentúa la profunda filiación modernista, ya 33 homenaje a césar lópez César o la poesía de la historia encuentroadelantada. De ahí la pertinencia de muchas de sus intertextualidades (tanto musicales como literarias) o citas, que muchas veces irrumpen en su discurso, para suspenderlo, para desviarlo, para dejar en vilo la ambigüedad, o, como es el caso que me interesa ahora destacar, para acentuar significativamente un tiempo lírico: «Como en medio de un desierto me puse a clamar; / y miré al sol como muerto / y me eché a llorar»,o la referencia virgiliana: «Todo es triste»; o con la que termina el último poema de su Tercer libro de la ciudad: La ciudad esta ahí y en todas partes. Quien intentó ser un cronista insiste. Alguien debe saber cuánto cuesta perserverar en ti, ciudad; ciudad de tantas cosas diferentes. Vieja es la tonada y la guitarra de Sindo Garay concuerda en Persia con el nicaragüense. Mamá, las lágrimas se me salen. Mamá, quiero llorar y no puedo. 34 homenaje a césar lópez Jorge Luis Arcos encuentro Un vaso de agua puede tumbar un edificio (1999)L a casa de César está en ese corazón abierto de La Habana que es el Malecón. En medio del Male- cón. Es una casa grande, cuarteada por el salitre y el sol implacable del trópico, en permanente estado de rehabili- tación. Pero se mantiene sólida y acogedora, resistiendo todas las embestidas posibles, del mar y del mal. No sé cuántas veces ha entrado el mar en su interior, salinizan- do, todavía más si cabe, los libros de los bajos, entresuelos y principales de sus estanterías, las patas de todos los mue- bles, las macetas de sus plantas, que son ya medio acuáticas. No sé cuántas veces los amantes de lo ajeno han entrado en la casa, despojándola de sus objetos más valiosos, entre ellos una magnífica colección de cuadros de los mejores pintores cubanos del siglo, que tenía la plusvalía afectiva de haberle sido personalmente entregada por todos y cada uno de sus amigos los plásticos. Los libros todavía están, y espero que estén por mucho tiempo: son objetos espirituales menos codiciados por los amantes de lo ajeno; necesitan, entre otras cosas, mucho más tiempo y conocimientos para afa- narlos. En medio de todos estos avatares, habiendo supera- do hasta el período especial, la casa de César López perma- nece. Como permanece su dueño. Entre 1989 y 1995 tuve el extraño privilegio de que los azares de la vida me llevaran a La Habana, donde «fungí», permítaseme decirlo en cubano, como agregado cultural de España en la isla. A los pocos meses de mi llegada cono- cí a César y a su casa; en ella y en él encontré la colabora- ción fraterna, el refugio a veces indispensable. Quienes me conocen, quienes me conocieron, sabrán que fui un diplo- mático ocasional muy activo —a veces hasta extremos inconcebibles y por lo tanto intolerables—; debo confesar que sin la ayuda de César no hubiera hecho ni la mitad de las cosas que hice; de las cosas buenas, por supuesto. César tenía siempre el consejo justo, la opinión equili- brada, audaz y prudente a un tiempo, la llave de casi todas las puertas. Junto a otros inolvidables amigos intentamos poner nuestro granito de arena a la anhelada reconcilia- 35 homenaje a césar lópez encuentro En casa de César Carlos Barbáchanoción entre todos los cubanos de buena voluntad, que son muchos. Juntos tra- bajamos por lograr el encuentro en esa rica y común cultura cubana, que va mucho más allá de las fronteras físicas y políticas. Pero ésa es otra historia que algún día tal vez podamos contar. Como buen investigador y divulgador de la cultura cubana, César es fre- cuentemente invitado por instituciones y universidades de muy distintas latitu- des. Muchas de ellas se sentirían orgullosas de tenerlo permanentemente en sus consejos o en sus aulas; pero nuestro amigo, pase lo que pase, pese lo que pese, siempre regresa. Sabe, como sabemos los que presumimos de conocer- lo, que debe estar en su isla, contra viento y marea. Si cupiera resaltar una de entre las numerosas virtudes que adornan a César, ésa sería para mí la de la inteligencia. Articula el resto de las cualidades de nuestro amigo. En él incluso la bondad parece hija de la inteligencia. Su propia afabilidad también. Palabras que nos llevan de nuevo a su casa, en medio del Malecón. En ella Lezama celebró su sesenta cumpleaños, a ella acuden desde hace tiempo los jóvenes creadores —y los menos jóvenes— que viven, gozan y sufren la isla sobreviviendo a todos los embargos posibles, los de fuera y los de dentro. En el corazón de la casa, tras las dos salas que sirven de recibidor, desde cuyas ventanas se abre la inmensidad del Océano, está el despacho. Los libros esca- lan las paredes hasta alcanzar los altísimos techos de la habitación. Delante de la modesta mesa de trabajo, donde descansa un teléfono en tantas ocasiones imposible, se encuentra el insólito sillón de orejeras donde se acomoda César, presidiendo el desvencijado pero cómodo tresillo de los invitados que han accedido al sancta-sanctorumde este excepcional anfitrión. Una vez servido el café, traspasado el umbral de las primeras impresiones, el mundo entero, los sabios y poetas que han sido, los pintores, músicos, actores, cineastas, filóso- fos, dramaturgos, todos los que contribuyeron y contribuyen a fecundar el espíritu humano, no importa el lugar ni la distancia, irán visitando ese espa- cio sin tiempo, porque la conversación de César lo abarca todo, lo impregna todo con la sabia picardía de los dioses mestizos que conforman ese caldero de culturas que baña la corriente del Golfo. En ese centro del centro del universo humano reina un poeta que es a la vez un filósofo, un médico de almas y clínico de textos cuya inagotable curio- sidad intelectual pocas veces ha bajado los brazos, aún en las circunstancias más difíciles. 36 homenaje a césar lópez Carlos Barbáchano encuentrolos donativos Siempre in crescendo, ésa es la frase. Alguien dona un pie y comienza el ciclo, lenta, calmada, quizás taimadamente. Otro pie donado y la catástrofe: «el alarido, la maldición, la blasfemia» 1 , avalancha de piedras furiosas que el río arrastra: estruendo musical de cercanas resonancias, mur- mullo ancestral del agua lamiendo, engulléndose la orilla; búsqueda del mítico espacio de la cordura: el hombre sólo el hombre siempre el hombre... y su signo (un pie dere- cho, izquierdo, una voz múltiple, un torso desnudo, los silencios cargados de humillante apostasía contra la ver- dad propia, una mano que agita un pañuelo «subrayando el lugar común de las despedidas» 2 ); preguntas, pregun- tas, preguntas... la continuación del ciclo como única res- puesta: ¿la verdad?, ¿la libertad?, ¿la incomunicación?, ¿el miedo?, ¿la soledad?, ¿el poder?, ¿la vida hundida en ese trazo que ennegrece el círculo el círculo el círculo eterna- mente el círculo? Siempre in crescendo: un discurso narrativo «con un fondo de orquesta de instrumentos de viento» 3 , alocadas notas, cuerdas notas, con esa imperfección exquisita de lo humano: cordura y locura en sólo un cuerpo: tiempo y espacio unívoco: isla proyectada al mundo desde un mundo que mira (lee) la isla: desborde de la insularidad, del piñe- riano miedo a la terrible agonía del agua por todas partes: 37 homenaje a césar lópez encuentro Ámbito de lo absurdo en la narrativa de César López Amir Valle 1 Pablo Armando Fernández. «Diversas opiniones sobre César López». Folleto Premio Nacional de Literatura 1999. Pág. 11. 2 «El viajero y las despedidas». En: Ámbito de los espejos, Letras Cubanas, 1986. Pág. 132. 3 Pablo Armando Fernández. «Diversas opiniones sobre César López». Folleto Premio Nacional de Literatura 1999. Pág. 11.Next >