< Previousmensaje está en el arte mismo de la escritura. Por su quehacer técnico el cuento de García Vega se convierte en uno de los más jóvenes de la colec- ción. No está por otra parte en ruptura con las «normas dictadas por la tra- dición», porque Labrador Ruiz en 1933 con El laberinto de sí mismo, crea una tradición que será continuada por nuestros mejores narradores. Como preci- samente la transgresión ha sido el mayor enemigo del castrismo, incluyendo en la literatura, lo que hace el cuento de Lorenzo García Vega es dar un paso atrás que es un paso hacia adelante. En su abstraccionismo intelectivo y no figurativo, «El edificio» está entre los textos más anticastristas de todos los que aparecen en el libro. Es una lástima que Carlos Espinosa no abriera Isla tan dulce...con esta narración para cerrarlo, como hace, con la de Enrique del Risco, el autor más joven del libro y un auténtico transgresor de la escritura. Esto le daría un carácter circular, unificando el principio de la transgresión de una generación a la otra, en un gesto de verdadera cubanía del intelecto. Manuel Cachán también pertenece a esa tradición intelectual transgre- sora, ahora a nivel metafísico, cuando internaliza el exilio en «Las moscas», otro de los relatos que se cuentan entre los mejores del libro, donde el que- hacer histórico se vuelve ser sicológico que se depura en lo metafísico. Lo que hace Cachán es interiorizar el proceso, procedimiento que me recuerda mi propio modo de aproximarme a la experiencia del exilio en mi novela Desterrados al fuego, que viene a ser un antecedente que posiblemente el cuen- tista desconoce. Lo que hace Cachán es eliminar la exterioridad para cir- cunscribirse en la interioridad de la experiencia por un proceso de desapari- ción del protagonista, que de tan exiliado que es se vuelve invisible. El regreso uteral que tiene lugar al final del cuento, le da una dimensión freu- diana de retorno a una memoria que a pesar de todo no está perdida. Fuera de la crisis final, esa Isla tan dulce que llaman Cuba, se hace visible en un momento de la narración, y lo hace por las claras, cuando recuerda que «cuando los fascinerosos se apoderaron de todo, me largué del país aquel de mierda y no lo he podido ver nunca jamás»; y poco después en la evocación nostálgica de una Habana donde se podían «encontrar delicias de confitados y almendras, de jamones al salmanticense modo, frutas, pastas austriacas, licores extraídos de las ruinas pompeyanas…» Eliminando el quehacer polí- tico, Cachán llega a esa anulación total que es un estar solo en Frankfurt al modo de Sarduy pero ya vuelto invisible. Esta es la esencia, ese perfume inconfundible, ese aroma especial, estado de intangibilidad, de los verda- deros exiliados que escapan a las definiciones de los diccionarios: un que- hacer que nace en la historicidad política y llega a lo metafísico. A López Sacha se le escapa todo esto, viendo la narración como el «espejismo del relato fantástico». Quizás ello se deba a que aunque es esta una de las pocas ocasiones en que se refiere al exilio como exilio, sencillamente, como no lo ha vivido, no sabrá lo que es. Ahora bien, si de transgresión se trata el cuento de Jorge Luis Llópiz, «La gloria eres tú» quizás se lleve la palma, aunque la transgresión es aquí de otra 278 Matías Montes Huidobro encuentro miradas polémicasnaturaleza, y no tiene nada que ver ni con la metafísica, ni con el existencia- lismo, ni con el abstraccionismo pictórico, inclinándose más bien hacia un absurdismo paródico virgiliano. En una sociedad sin identificar donde ser maricón (decir homosexual sería un eufemismo fuera de lugar) parece ser la norma, al protagonista del cuento le da por no serlo, oponiéndose a todas las presiones familiares y colectivas. Es una narración delirante y fuera de serie, que recuerda a Virgilio Piñera y en particular El No, y también La boda.En el cuento el joven protagonista,obsesionado por las «tetas» de Alicia, que lo per- siguen por todas partes, es sometido a tratamientos de electroshocks para que se normalice. Pero, ¿qué tiene esto que ver con «Isla tan dulce»? López Sacha se sorprende y comenta, con muy poco sentido del humor, «que es la cara risueña de un problema tan grave» y dice, con un eufemismo que es una delicia, que refleja la preocupación «de las familias sobre el destino amoroso y sexual de sus hijos». El cuento podría parecer hasta homofóbico (y puede que lo sea) si en Cuba no hubiera habido persecución a los homosexuales y si a estos no se les hubiera aplicado electroshocks para «curarlos», metiéndolos en campamentos de rehabilitación y trabajos forzados, y expulsandolos masiva- mente del país. Pero como estas cosas pasaron, no podemos ignorar la posible trastienda política del cuento. «isla tan dulce...» Los cuentos que nos quedan por comentar nos trasladan a esa «Isla tan dulce», aunque «En misión» de Luis Marcelino Gómez nos saca de ella para llevarnos «en misión» a Angola. La «misión», sin embargo, no es otra que escaparse de Cuba. En este sentido tiene validez adicional, porque como tes- tigo de cargo y participante, Luis Marcelino Gómez nos ofrece una de las pocas muestras de una experiencia cubana cuyos muertos no se han contado todavía. De ahí que tenemos un escritor que vive de primera mano la expe- riencia de un desastre y el tráfico humano de la revolución castrista que con- vierte al protagonista (y por extensión al propio autor que vivió la expe- riencia) en «un producto exportable». Lo que sí plantea el autor es esa necesidad de irse de Cuba incluso ante la perspectiva de oler a cadáver. «Era como andar entre sueños. Aunque entre sueños yo buscaba deambular, por los caminos de la evasión, en otro sueño». El autor no pretende, afortunada- mente, hacer una denuncia explícita, que queda implícita en el desarrollo de las circunstancias de un proyecto político inútil. López Sacha, en el prólogo, se apresura a clasificar el relato como «confe- sional», y llama de «supuestas» las represalias que teme el protagonista, dán- dole una vuelta al texto de Gómez cuando agrega que el autor crea «una ten- sión semántica adicional que nos remite de hecho a la retórica de la Guerra Fría». Lo que delata esta posición es el poco margen que da el prologuista a una disidencia, lo que no hace otra cosa que acentuarla. No obstante ello, hay ciertamente una condición confesional en el relato. El meollo está en esa «misión» de hermandad que une al narrador con Pedro, desarrollada con el refinamiento sicológico de un escritor que escribe desde las entrañas de sus 279 Transgresiones y transgresores encuentro miradas polémicassentimientos. Este auténtico humanismo es lo que se desprende de cada una de las páginas de la narración, una hermandad, una camaradería, un compañe- rismo que mucho necesitamos y que nada tiene que ver con los objetivos del régimen de una misión en Angola. Hay que seguir paso a paso el ritmo interno que se inicia desde el primer párrafo («Tuve el deseo de abrazarlo, aunque no lo hice») donde el protagonista se acerca y se distancia al mismo tiempo. El desarrollo de la relación parte de la identidad entre los dos personajes, como si el uno fuera el otro, al mismo tiempo que no deja de ser su persona. Recono- ciéndose en el otro, plantea el vínculo que los une: el uno mismo. «Quizás sea por esa costumbre de querernos a nosotros mismos y yo me estaba viendo.» Jugando con el sentimiento amoroso, Luis Marcelino Gómez avanza por la epidermis de la relación como si tocara el texto con la punta de los dedos, manteniéndonos a la expectativa entre sugerencias que no se definen que por momentos parecen ir un poco más allá de la hermandad y la camaradería hasta tocar los niveles de la sexualidad. Pero, ¿acaso no es la intensidad de esta relación con motivo del peligro bélico lo que contribuye a esa camara- dería que ha de ser única? Gómez la da con profundidad y sutileza. Al mismo tiempo hay un compromiso con el «suspense» que conduce al episodio final, que concluye con la muerte de Pedro y el descubrimiento de una fraternidad de sangre (en más de un sentido) que eternamente los une, pero que no se define. Queda también sin resolver la culpabilidad de una muerte realmente inútil. Sólo sabemos que no hubiera tenido lugar si al castrismo no hubiera enviado a los cubanos, «en misión», a morir en Angola. Le corresponde a Rolando D. H. Morelli cubrir la ausencia de la expe- riencia inmediata más desconcertante del libro, Cuba de primera mano, dando un paso más acá de Gómez. Es el cuento que más se acerca a una denuncia directa, sin metáforas. No se trata de un quehacer alegórico, sino de uno más explícito, cotidiano, como dolor de carne y hueso, y este es uno de los aportes del cuento a la colección. Quizás esto se deba a la experiencia moral y física que sufre el narrador, siendo el único cuento que apunta hacia el éxodo del Mariel. El prologuista se apresura a darle la vuelta, quizás respon- diendo al propósito edulcorante del título del libro. Al enfocar la atención en lo confesional y en las relaciones familiares, llega a la conclusión de que se trata de un conflicto interior producto de divisiones familiares. El objetivo de López Sacha es transferir los problemas colectivos a niveles individuales y familiares, eliminando lo que él llama, con adicionales eufemismos, «el pai- saje exterior a los hechos»; es decir, los procedimientos represivos que se han utilizado en Cuba para condenar y reprimir cualquier intento de disidencia por insignificante que sea, inclusive en el caso de un adolescente que ni siquiera representa el menor peligro para el régimen. No vacila el prologuista en culpar a la familia de una culpa que está en el Estado. Con esta falta de honestidad al enfrentarse a los errores que en Cuba se han cometido, es muy dudoso que exista auténtico propósito de enmienda, y el texto de López Sacha cantando «regresa, regresa a donde una vez perteneciste», produce el efecto de un ventrílocuo que canta por boca de Paul McCartney. 280 Matías Montes Huidobro encuentro miradas polémicasEs cierto que «Afuera», narrado en primera persona, tiene un tono inti- mista que evoluciona como monólogo interior. Pero hay mucho más. El con- cepto de la extraterritorialidad que sirve de título a la narración, empieza siendo un «afuera» que significa irse de Cuba, pero a medida que el relato avanza este «afuera» será un producto de haberse quedado, como si para estar «afuera» no fuera necesario irse. De ahí que cuando el adolescente en proceso de crecimiento es llamado a cumplir el servicio militar, y tras un reconoci- miento físico es rechazado del mismo, quedándose «afuera», la dimensión del título se amplía brutalmente sin que el autor haya tenido que recurrir a la vio- lencia textual. Una oración retrata el derrumbe del personaje en toda su hon- dura: «Regresaba a la casa, lo confieso, hondamente humillado como un pobre soldado derrotado en una guerra sin gloria». Esta habilidad para dar en pocas palabras toda la dimensión interna de un estado psicológico que a la vez es un conflicto con la sociedad inmediata y con el mundo, es lo que hace de Morelli un excelente cuentista. El personaje vive una existencia kafkiana dentro de un texto medularmente realista que es kafkiano por la mecánica de esa realidad. «Una comisión médica militar me ponía ahora anónimamente en manos del Ministerio del Trabajo, para lo cual habría asignada de antemano un tipo de ocupación en la vida civil». De este modo, sin comerla ni beberla, es asignado a las porquerizas, trabajo que rechaza y por lo cual lo meten en la cárcel, de la que sólo puede salir si acepta el plan de trabajar en ellas. A López Sacha le parece que estas medidas no son suficientes porque no determinan «el crecimiento y la intensidad del conflicto», afirmando que lo que le pasa al joven es el resultado de «una conciencia atribulada por el deseo de salir del país». Obviamente, al joven no le falta razón para quererse ir de semejante infierno. El prologuista pasa de carrera sobre las humillaciones y castigos a los que se ve sometido el protagonista, injustamente, porque no es culpable de nada. Esto muestra en qué medida el discurso oficial ignora los sufrimientos y la violación de derechos a que los cubanos se ven sometidos, en este caso un adolescente. Y francamente, llamar al éxodo del Mariel, «un golpe de suerte», es llegar a un nivel de insensibilidad y cinismo difíciles de aceptar. El realismo alucinado y alucinante de «El Winchester de Durero» es de otra naturaleza y por consiguiente el que mejor se acerca a una visión pesadi- llesca en esa Isla tan dulce... Cuentos como este le dan significado a la anto- logía y hay que acreditárselo no sólo al autor, sino a Carlos Espinosa, que lo seleccionó. Aunque empieza como una relación personal entre una pareja, la cosa trasciende inmediatamente a ritmo vertiginoso, con una riqueza verbal donde todo se reúne: Big Bang, Sarajevo, Hemingway, el arcángel San Gabriel, Eduardo Chivás, etc. Zequeira Ramírez trasciende y violenta todos los espacios para darnos uno solo, el de su cerebro y el de la realidad que tiene que vivir en una geografía concreta que forma una unidad, esa «Isla tan dulce...».Como los pintores que se acumulan en el texto, Durero, Tiziano, Van Dyck, Correggio, Rembrandt, Klimt, las películas que se entremezclan, las referen- cias intertextuales, las notas musicales, el diálogo que interrumpe la narrativa con una continuidad de voces que se alternan, un amasijo de locuras, el 281 Transgresiones y transgresores encuentro miradas polémicascuento produce el efecto de un mural total de una pesadilla cubana que tiene lugar en un cerebro donde se reflejan todos los que no están. Las cosas que dice Zequeira Ramírez compensan las que no dicen muchos de los cuentistas, los orgasmos machistas de las pelotas bien puestas o los lésbicos bembeteos navideños, e inclusive los pistoletazos por cesantías del capital (no hay más que saltar de un «loco» al otro), se empequeñecen ante «El Winchester de Durero». Pérez Zequeira no se anda con pelos en la lengua: «Nos estafaron, Adelaida, nos embaucaron con el pregón»; «Sabían que prohibir, no importa lo que se prohiba, es siempre el indicio mayestático de todas las inquisi- ciones». Textos como este se repiten a lo largo de la narración dentro de la maraña mental de Rodrigo, asediado en particular por un «grabado tur- bador» de Durero que hay que ver y leer con todas sus implicaciones alegó- ricas y su actualización histórica: «un lagarto que avanza en sentido contrario, que es la insignia del disimulo»; «una calavera y un reloj de arena, que son los distintivos de la vanidad»; «un perro que acompaña al Diablo, que significa codicia, usura, rivalidad, celos»; «un rabo de zorra en la lanza del caballero, que es la divisa del mentiroso, del simulador, del vesánico. Y, al final, resulta que el Caballero intachable y estoico no es jinete contra la Muerte ni contra el Diablo, sino que cabalga junto a ellos como compinche en una excursión aviesa». Cuando Rodrigo le tira a Adelaida, su mujer, el Winchester que llama de Durero para que le pegue un tiro y esta lo hace como si le hubieran dado «un martillazo entre los cuernos de la res», la lógica de la locura está a punto de terminar en tragedia, cosa que no ocurre porque el cartucho no llega a explotar. La audacia del texto y la perfección de la escritura hacen de «El Winchester de Durero» una obra maestra y una muestra brutal de lo que es vivir en Cuba. López Sacha, en un texto que es una delicia del eufemismo burocrático, afirma que Rodrigo pasa por una «crisis sentimental» a conse- cuencia de la carestía del Período Especial, que lo ha llevado a dejar de creer «en el proyecto social cubano». Pero seamos justos, hay que acreditarle a López Sacha que autorizó la publicación del cuento. ¿Qué otra cosa puede decir un burócrata cubano, que preside la Asociación de Escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, para que El Caballero, la Muerte y el Diablo no le corte la mano? Rolando D. H. Morelli dentro de los términos del quehacer cotidiano, Zequeria Ramírez con la paleta de Durero, y Enrique del Risco con el len- guaje de las claves, son los grandes transgresores del orden establecido dentro del espacio de este libro. La transgresión viene a ser, como la locura, clave fundamental de la escritura y sin transgresión no hay buena literatura. No lo digo para darles ínfulas a estos escritores, y en especial a Enrique del Risco por ser el más joven de todos y que tiene que dejar otras pruebas que con- firmen mi criterio, pero «Lo más sublime» es la obra de un virtuoso que toca la sílaba om. Su concepto de lo histórico, que comparto, se basa en el prin- cipio de la transgresión porque la historia está ahí no para que la contemos los escritores sino para que la transgredamos, que es otra cosa. López Sacha lo simplifica llamándolo «relato histórico de nuevo tipo», pero hay mucho más 282 Matías Montes Huidobro encuentro miradas polémicasque esto. Cuando el enfrentamiento con la realidad inmediata ofrece al escritor cortapisas y peligros, la desacralización histórica es el método indi- recto para hacerlo o, a la inversa, para hacerle juego al discurso oficial y una forma segura de poder seguir escribiendo y pasar el rato. De ahí que explicar la transgresión histórica, por «el conocimiento auténtico de la historia de Cuba» es una falacia, ya que en Cuba la autenticidad de todo conocimiento está medida por su complacencia con el discurso oficial. El cuento de Enrique del Risco se inspira en Manuel Pérez, un cornetista nacido en La Habana en 1863, que se marcha a Nueva Orleáns en 1902 en pleno apogeo de la Era del Jazz, siendo uno de sus pioneros y obteniendo enormes éxitos, para regresar a Nueva Orleáns y morir olvidado. El cuento tiene el desgarramiento interno de un jazz con ritmo de son en la clave sonora de un «pa-pa-pá, pa-pa» que hay que desentrañar. Se va desarrollando dentro de dos planos narrativos, el histórico del período de la Guerra de Independencia hasta llegar a la República, y el musical, que corresponde al quehacer creador, que equivale al literario, en una búsqueda musical que es la liberación en sí misma. Y este es, en definitiva, lo más importante: el com- promiso histórico con la música, con una búsqueda en el sonido: «Experi- menta con el sistema de constantes y contrastantes yuxtaposiciones de las tres franjas tímbricas que tipifican el son». Pero, ¿hasta qué punto está desligado el quehacer musical del histórico? Hay una interacción constante que nunca pierde el narrador y que nunca lo pierde: «Sueña con añadir un toque al tresillo que dinamite la tiranía del módulo rítmico vigente, de manera que, sólo un buen cubano pueda bailarlo. Una revolución dentro de la revolución que ya es el son. ¿No ha sido el baile acaso lo único que ha logrado poner en movimiento a toda la isla?» Entonces, dentro del hermetismo de las franjas rítmicas, dentro de la música, está la unidad, la liberación. Esto hace que el texto pueda deshacerse de su pasado histórico para llegar a documentar lo inmediato, lo más reciente, sin des- pertar sospechas porque está en la clave del «pa-pa-pá, pa-pá», que sólo van a escuchar los escogidos y que parece que se le escapa a López Sacha. De igual forma que en la narración, donde los músicos violan la censura del censor español, es muy posible que el texto juegue con estas ambivalencias. Obsér- vense la trastienda que puede haber en las citas que siguen, entre el Período Especial, el exilio, la libertad de expresión y la desavenencia entre los cubanos: «El hambre alimenta la nostalgia. El boniato, los gatos, los ratones. Muchos se han ido pero Papo no piensa moverse de esa tierra a la que se siente tan ligado»; «Si los pueblos siguen marchándose a la manigua, pronto se hará difícil una reunión de tres personas»; «Por otra parte, tanta junta- menta le sienta mal a las autoridades»; «Además, es mejor que estén ahí [los americanos] para que tengas a quien culpar de no haber llegado a ninguna parte». No hay que decir mucho más, porque ciertamente los textos hablan por su cuenta. Hay que tener en cuenta que las claves representan un lenguaje no verbal cuyo secreto es un código por descifrar, que es lo que no parece entender el 283 Transgresiones y transgresores encuentro miradas polémicasprologuista, o que a lo mejor prefiere hacerse el desentendido. Pero, «así no se puede seguir, algo tiene que pasar pa-pa-pá, lo que sea pero pronto, algo tiene que pasar pa-pa-pá, lo que sea pero pronto que no hay paciencia ni fri- joles pa-pa-pá ya se murió el mulato que no tenía pa cuando, qué esperan los americanos para acabar de meterse pa-pa-pá, una clave toca a la otra y entre las dos hacen música pa-pa». No se olvide que en Cuba se ha estado hablando en clave desde hace muchos años. el principio de la transgresión «Isla tan dulce...» es un libro transgresor en muchos sentidos, a partir del título mismo con todas sus implicaciones. Lo es no sólo en Cuba sino en el exilio y en la medida en que un grupo de escritores que residen fuera del territorio nacional, incluyendo el compilador, publican en una editorial cubana con un prólogo escrito por el presidentede la Asociación de Escri- tores de la uneac. También en la medida que en la colección, a pesar del contenido ortodoxo de algunos cuentos y las componendas ideológicas del prologuista, hay transgresión en muchas de estas narraciones que, a su vez, pueden establecer un nexo transgresivo con lectores que transgreden. Reúne, en resumen, un grupo excelente de cuentos, algunos de los cuales son transgresiones maestras. Si de una selección de diecisiete cuentos más de las dos terceras partes de ellos son excelentes, el saldo que hacemos del juicio crítico de Carlos Espi- nosa es muy positivo y representa una estupenda contribución a un mejor conocimientos de las letras cubanas. Es verdad que no están incluidos ni Cabrera Infante, ni Zoé Valdés, ni Reynaldo Arenas (ni tampoco yo, por cierto), pero cualquier selección de este tipo lleva a omisiones inevitables porque no se puede seleccionar a todo el mundo y cada cual responde a un diferente criterio valorativo. En casos de estas selecciones de carácter antoló- gico, aunque se advierta esto o lo otro, nunca se queda bien, y mucho menos cuando escarbamos la superficie política de todos estos criterios. Justo es decir, además, que en un proyecto de esta naturaleza (es decir, para ser claros, de un libro publicado en Cuba) no es posible determinar (cosa que ignoro en su totalidad) las presiones que pudo tener el compilador, por lo cual uno tiene que atenerse al resultado. Sin embargo, el hecho geográfico de su publicación en Cuba ya de por sí valida los cuestionamientos de natura- leza política, inclusive los de omisiones, porque no sabemos si por estas razones determinados autores quedaron automáticamente fuera por deci- sión editorial, a la cual el compilador tenía que atenerse (lo cual a su vez pudiera ser objetable). Todo esto da la medida del problema y sus implica- ciones. Como estamos «afuera» no sabemos si está pasando algo o no está pasando nada. Todos estos planteamientos y otros muchos podrían emitirse en torno a la publicación de este libro, pero como dice Bombú: «¿qué es eso de andar peleando entre cubanos cuando queda tanto por hacer? [Hay que] dejar la pendencia para cuando la guerra termine, como hacen los buenos patriotas» (del Risco). Por otra parte, ¿no tiene valor substancial que la 284 Matías Montes Huidobro encuentro miradas polémicasdenuncia de algunos de estos cuentos y la calidad de otros se lean, cuando menos, entre algunos que no tienen vela en el entierro porque sencilla- mente tienen que morir en Cuba? Estas preguntas me parecen importantes. Si los cubanos pudiéramos «hablar en libertad» y «tener la libertad de hablar», no sólo en Cuba, donde es imposible, sino en el extranjero donde no es imposible pero es difícil hacerlo sin tirarnos los platos a la cabeza, mucho habríamos adelantado. 285 Transgresiones y transgresores encuentro miradas polémicas1 En uno de sus poemas Arquíloco dice: «La zorra sabe muchas cosas pero el erizo sabe una sola y grande.» De alguna manera José Lezama Lima creyó ser un erizo, pero era una zorra. Virgilio Piñera, creyendo ser una zorra, siempre fue un erizo. El primero para armar un sistema poé- tico —una sola y grande cosa, una totalidad— echó mano a todo: mitos grecolatinos, barroco español, cierta o elegida parte de la literatura moderna y, por supuesto, cacharrería cubana. Para Piñera sin embargo las cosas estaban claras: había que ir a contracorriente, pinchar, pinchar, pinchar... 2 No se puede negar que Lezama y Piñera eran «malos escritores». Hay una tradición de «malos escritores» en Latinoamérica: Roberto Arlt, Macedonio Fernández, Rey- naldo Arenas y hasta el propio Vallejo. No malos porque no sepan escribir sino porque no encajan en eso que se ha llamado Bellas Letras. Lezama y Piñera se movían en sen- tido contrario. (No hay en Cuba dos escritores más avi- sados: el estilo es cárcel.) Para construir sus escrituras no podían sino agarrarse a un resto, a una excrecencia, cierta copia bárbara de una cultura que había devenido civiliza- toria. Escribían contra el «buen decir», sólo que Lezama, la zorra, pugnó en vano por trazar un territorio que lo colocara de facto dentro de una línea de fuerza moderna. Piñera no, ya sabemos, escribía como las lavanderas. 3 Lo que resulta una fatalidad en la literatura cubana es su predestinación geográfica, su recortería insular. No haber 287 encuentro C. A. Aguilera Pedro Marqués de Armas La Zorra y el Erizo Notas sobre política y lenguaje * * Leído en el «Evento Internacional sobre Poesía del Lenguaje», Casa de Letras, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 2001.Next >