< Previousla posibilidad de una «revancha» (real o simbólica) por los agravios recibidos en el pasado, así como nuevos ingresos, nuevas oportunidades y nuevas posi- ciones. Este reino pretenderá ser una «ciudad celestial», pero probablemente terminará en un pequeño infierno de caos institucional, desorden y estanca- miento económico y corrupción, apenas la labor destructiva del pasado ceda su lugar a la necesidad de gestionar el futuro, ya no con furibundos discursos o con cándidas creencias, sino con los únicos materiales que están disponi- bles: exceso de necesidades y vicios, así como escasez de recursos y de virtu- des. Exactamente los mismos materiales con los que trabaja, y a veces con mejores resultados, el liberalismo. Fernando Molina 198 visión de américa encuentro Cut. Impresión fotográfica digital sobre papel, 60 x 72 pulg., 2001.199 Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, tataranieto de Carlos Manuel de Céspedes y López del Castillo, el Padre de la Patria, nació el 16 de julio de 1936. Hijo de Carlos Manuel de Céspedes y de Céspedes y de Carlota García- Menocal y Molina, fue el mayor de cinco hermanos. Es Vicario General de La Habana desde 1980, profesor del Seminario San Carlos desde hace más de 40 años, miembro de la Academia Cubana de la Lengua, escritor, periodista, promo- tor y hombre de la cultura en su sentido más amplio. Y un conversador fascinante. Josefina de Diego (j.d.). Tengo entendido que sus antepasados De Céspedes están presentes en Cuba desde los inicios de la colonización y sé que su tatarabuelo, además de ejercer como abogado y de entregarse a la causa independentista, escribió poesía y otros géneros literarios. Mons. Carlos Manuel de Céspedes (c.m.c.).Fue abogado, traductor de obras escritas en lenguas extranjeras muy disímiles entre sí, escritor de ensayos, poesía, piezas de teatro, etc. En más de una ocasión, actuaba él mismo: hay constancia de su actuación teatral en Bayamo y en el, recientemente res- taurado, teatro de Manzanillo. Gustaba de la buena música y promovió las «sociedades filarmónicas» en Bayamo y Manzanillo. Era amante de las humanidades clásicas y se sabe que tenía un dominio más que medio del latín y del griego; además, poseía varias lenguas contemporáneas; hasta donde yo sé, leía y hablaba con fluidez inglés, francés, italiano y alemán. Era aficionado a los estudios históricos. Se doctoró en Derecho en Barcelo- na, donde ejerció la carrera y, antes de volver a Cuba, visitó Inglaterra, Francia, Alemania, Austria, Italia, Grecia, Turquía y el territorio del actual Israel (los Santos Lugares), entonces bajo dominio turco. Su hijo mayor, Carlos Manuel, del primer matrimonio, mi bisabuelo, combatió junto a su perfiles encuentro perfiles Aceptar la vida con sus misterios Mons. Carlos Manuel de Céspedes Josefina de Diegopadre en la Guerra de los Diez Años y estaba con él en San Lorenzo en el momento de su muerte. El otro Carlos Manuel, el del segundo matrimonio, abogado como su padre, combatió en la Guerra de Independencia, la de 1895. Terminó la guerra como coronel y luego fue embajador en varios paí- ses, ministro de Relaciones Exteriores y presidente provisional de la Repú- blica en 1933. En Roma, siendo embajador, conoció a la que después sería su esposa, Laura Bertini, una italiana encantadora, muy estimada en la familia. De ese matrimonio de Carlos con Laura nació Alba de Céspedes, escritora brillante. Vivió casi siempre en Italia y murió en París, pero siem- pre se supo una «De Céspedes» y se sintió muy vinculada a Cuba. En fami- lia, con frecuencia, desde niño, me contaban anécdotas. Ya adulto, he podi- do verificar algunas en las habituales fuentes históricas. Se ve que otras narraciones provenían de la no despreciable tradición oral familiar. Los pri- meros De Céspedes en Cuba fueron militares que pasaron por la Isla, desde el temprano siglo xvi, en camino hacia el Continente, en los años de «con- quista». Provenían de Andalucía (Sevilla, Carrión de los Céspedes, Osuna) y, estos, a su vez, de Castilla (Burgos, Medina del Pomar). Hay un censo de Santiago de Cuba, de esa época, en que ya aparece un De Céspedes; tam- bién aparecen en La Habana de la época. Consta su establecimiento defini- tivo en la Isla en el xvii. Uno de esos militares, Juan de Céspedes, fue desti- nado a Bayamo y allí se estableció con su familia... y aquí estamos. Y lo mismo pasa, entre La Habana y Matanzas, con los García-Menocal. Antes de entrecruzarse, ambas familias coincidieron varias veces. De hecho, cuando Carlos Manuel se alzó en Bayamo, el 10 de octubre de 1868, mi bisabuelo Menocal se alzó también en el central Australia para apoyar a Carlos Manuel. Todo parece indicar que se conocían, que eran amigos. Y, final- mente, mi madre y mi padre se encontraron por vez primera, siendo ado- lescentes, en un lugar de vacaciones, en las montañas cercanas a la ciudad de Nueva York. Mi padre tenía dieciséis años y mi madre, catorce. j.d. Pocas personas, como usted, tienen en la familia a tres presidentes de la Repú- blica: Carlos Manuel de Céspedes (1868-1873), Mario García-Menocal (1912- 1920) y Carlos Manuel de Céspedes y Quesada (1933). c.m.c.Y Francisco Javier, que fue hermano de Carlos Manuel de Céspedes y también fue presidente de la República en Armas. Por consiguiente, cua- tro. Es cierto que el tema de la política era muy común en mi familia. Recuerdo que durante la República, la manera de entender la participa- ción en la vida política era más… humana, diría yo, porque uno podía dis- crepar políticamente y estar muy enfrentados en la política, pero eso no significaba que las amistades se rompieran y, mucho menos, que las rela- ciones familiares se rompieran. O sea, que viví una manera civilizada de encarar las discrepancias. j.d. ¿Y no le parece que la Historia de Cuba se imparte con cierto esquematismo en nuestras escuelas? c.m.c.No sólo lo creo yo, lo creen muchas personas, incluso responsables del Gobierno del país. Somos muchos los que entendemos que los esquematismos, Josefina de Diego 200 perfiles encuentro201 en el ámbito de la Historia, como en todos, dan lugar a una manera inco- rrecta de enseñar, de formarse personalmente.Han tratado de corregirlo en los últimos años, pero no se logra todavía. Existe una manera muy esquemática de presentar a las personas, de crear iconos y de crear mons- truos. Las primeras correcciones explícitas a esta tendencia las vi cuando el centenario de la República, que no fue una barbarie ni muchísimo menos. Por los años 60, muchas personas del Gobierno eran esquemáticas, simplistas, en sus juicios.Pero no todos. Recuerdo, por ejemplo, a Carlos Rafael Rodríguez, que fue un viejo marxista, estalinista, y era incapaz de ser esquemático a la hora de juzgar a nadie. Como había leído tantísimo en su vida —de historia, de literatura, de todo—, él no se amarraba a los esquematismos en boga. Le pidieron en una entrevista que mencionara los diez libros que recomendaría, y él se resistió a responder porque con diez libros no se formaba a nadie; opinaba que eran necesarios muchos más. Pero ante la insistencia del entrevistador, nombró como primer título la Sagrada Biblia. Citó esos diez títulos y a quien lo entrevistaba, Reinaldo González, le llamó la atención que no citara El Capitalni ninguna obra marxista importante. A lo que Carlos Rafael respondió que esos diez eran los primeros, y que el marxismo no se podía entender sin la lectura de las Sagradas Escrituras. Y de otros textos. j.d. En mis años de militante de la UJC , yo les decía a mis compañeros que era necesario conocer algunos puntos de la Historia Sagrada. Pero nunca me hicieron caso. c.m.c.Te cuento una anécdota. Un día, estando yo sentado en la sacristía de la parroquia del Santo Ángel Custodio, antes de la misa, llegan varios muchachos jóvenes y me dicen: «Nosotros estudiamos pintura en San Ale- jandro. En estos días nos están explicando la estética de Miguel Ángel y, por supuesto, la estructura, las sombras, los colores de ElJuicio Final. Y le preguntamos al profesor, ¿qué cosa es el Juicio Final?».Y el profesor les respondió: «Vayan a ver a un cura, porque yo no lo sé». Y lo mismo les res- pondió cuando le preguntaron por La Anunciación , de Fra Angélico. j.d. Al ingresar al Seminario, como estudiante, ¿qué clima encontró usted? c.m.c.Estuve en el Seminario de La Habana, entonces El Buen Pastor, solamente tres años, como alumno. Allí encontré un clima espiritual suficientemente sereno y sano como para crecer en el camino por el cual había optado, el sacerdocio. Por su parte, el clima intelectual no era excelente, pero tampoco era totalmente negativo, y reconozco que me estimuló en el estudio de las len- guas clásicas, la Filosofía y la Teología. Pero viví esos tres años con la convic- ción de que era un seminario excesivamente «cerrado» y lejano a las inquietu- des de la Iglesia y del mundo en aquel momento. Y durante mi último curso en Cuba, ocurrió la instauración del Gobierno Revolucionario. Me parece que la mayor parte de los profesores y alumnos ni siquiera «sospecharon» las dimensiones que podría llegar a tener aquel hecho. Mi experiencia eclesial anterior, como laico, y la vida universitaria, contribuían a que entonces me hiciera preguntas que no percibía en mi entorno seminarístico y que sí había percibido en la Universidad y en la Acción Católica Universitaria. Después, en Aceptar la vida con sus misterios perfiles encuentroRoma, cuando, a través de mis compañeros de estudio de diversas nacionali- dades, pude conocer cuál era la tónica en los seminarios, tuve la impresión de que El Buen Pastor no era la excepción entre los seminarios de los años ante- riores al Concilio Ecuménico Vaticano II. La excepción por entonces era el clima de mayor apertura al mundo en que vivíamos, de cultivo de otras inquietudes, de diálogo con el mundo y de la puesta al día de la Iglesia. j.d. Hábleme de esa estancia en Roma. c.m.c.Del Seminario partí, en 1959, a Roma. Juan XXIII acababa de convocar a la Iglesia Universal para la celebración de un concilio de aggiornamento, como se dijo entonces. No podría resumir en una respuesta, necesaria- mente breve, el nuevo dinamismo que esta convocatoria imprimió en la Iglesia. Mi experiencia no fue distinta de la de todos los católicos que vivía- mos en Roma en aquellos años de preparación del Concilio. Nos parecía que el Papa postulaba el diálogo y el aggiornamento más allá de las conclu- siones que podía extraer de sus convicciones, fundamentadas en su filoso- fía y su teología, más bien conservadoras, sino asentándose en su experien- cia de la vida, en su conocimiento de la historia y, sobre todo, a partir de una dosis poco frecuente de bondad evangélica y del buen sentido de un campesino bergamasco, lleno de humor y despojado del sentido trágico, y de las reservas ante la existencia, que parece haber padecido Pío XII. Éste fue un gran papa, me gustaría ver su imagen en los altares, pero, como todos, fue hijo de su educación y de su cultura… Tuvo encíclicas y «mensa- jes» extraordinarios, sin los cuales no se habrían podido dar los pasos que dio el Concilio. Él mismo pensó en la posibilidad de un concilio después de la II Guerra Mundial, pero las condiciones tan ambiguas del mundo en aquel momento aconsejaron esperar mejores tiempos. Y tocó a Juan XXIII, su sucesor inmediato, iniciar tal concilio, y a Pablo VI llevarlo a buen término… Nunca podré olvidar la experiencia eclesial de aquellos años romanos, de 1959 a 1963, de preparación y de inicios del Concilio y de inicios de pontificado de Pablo VI. Roma era un hervidero de ideas, de proposiciones, de esperanzas… Creo que nunca antes, ni después, fueron los teólogos, y los pensadores católicos en general, tan libres, y nunca antes ni después, tan responsables en la expresión adecuada y evidente de su amor y su lealtad para con la Santa Madre Iglesia. j.d. Su vida en Roma, ¿cómo influyó en su fe? ¿Hubo algún o algunos teólogos que contribuyeron especialmente en su formación? c.m.c. Tengo incorporada en lo más íntimo de mi persona a Roma entera: la de la antigüedad pagana y cristiana, la medieval, la renacentista, la barro- ca, la del Risorgimento, la actual… Roma, la única, ocupa un lugar irreem- plazable. Allí, en las junturas del alma y del espíritu, de la conciencia, de la afectividad y del entendimiento, Roma. Es algo inefable, que comparti- mos, consciente o inconscientemente, todos los que hemos vivido en ella con una actitud existencial análoga a la mía entonces. ¿Cómo no estar con- vencido de que tal experiencia, honda, entrañable, marcó mi vida de fe, mi sentido de Iglesia y... toda mi personalidad? Josefina de Diego 202 perfiles encuentro203 De aquellos años, en el terreno de la Teología, hay algunos nombres para mí inolvidables: los franceses Congar, De Lubac y Danielou; los alemanes Fuchs, Rahner y Guardini; los canadienses Latourelle y Lonergan; el espa- ñol Alfaro; el italiano Flick. En el terreno de la Escritura, Lyonnet, Mollat, De la Potterie. Y en el ámbito de la Historia de la Iglesia, un napolitano inefable, Giovanni Papa, y Ludwig Hertling… Después, he incorporado a otros, pero ya en mis años cubanos, de enseñanza en el Seminario de La Habana. Pienso, por ejemplo, en Ratzinger (actualmente Benedicto XVI), Von Balthasar. Y en el terreno del pensamiento y de la espiritualidad, allí donde se reúnen una cierta visión de la ciencia, de la filosofía y de la teolo- gía, Teilhard de Chardin. Decir con pocas palabras lo que cada uno representa para mí, sería correr el riesgo de las imprecisiones. Además, no todos los mencionados han tenido el mismo peso en mí en las diversas etapas de estos 40 años. Pero hay cosas que me dejaron todos: la referencia patrística, la fidelidad crítica a la realidad eclesial concreta, la seriedad en la búsqueda y en la expresión de los contenidos de la Fe, de la Tradición con mayúscula, la constante promoción del diálogo de la Iglesia católica con los demás creyentes y no creyentes, y con el mundo de la cultura en todas sus variantes. j.d. Recientemente, a usted lo nombraron miembro de la Academia de la Lengua, ¿cómo recibió la noticia? c.m.c. La primera vez que me propusieron ser miembro de la Academia yo no tenía ni treinta años. Fue en el tiempo en que José María Chacón y Calvo era su presidente. Él me preguntó si yo aceptaría y le respondí que no. Le dije: «Mire, Chacón, usted me quiere mucho y por eso quiere que yo vaya a la Academia, pero ¿quién soy yo? ¿Porque escribo Mundo Católico?Eso no basta para ser miembro de la Academia. Por respeto a la Academia, yo creo que no debo ser miembro». Y así convencí a Chacón de que no era por desprecio mío a la Academia. Después, siendo presidenta Dulce María Loynaz, volvió a pasar una cosa semejante y yo le dije: «Dulce, yo no…».Y me dijo: «Bueno, de la categoría de tus escritos y de tus conocimientos, somos nosotros los que tenemos que juzgar, y no tú». Después, no supe nada más hasta que, hace unos meses, su actual presidente, Lisandro Otero, vino a preguntarme si aceptaría ser miembro de la Academia. Y le dije: «Mira, yo estoy muy viejo para decir que no a estas alturas». Y acepté con gusto, y con gusto participo en las sesiones y en todas las actividades de la Academia que, en Cuba al menos, es hoy como una familia de parientes bien avenidos. j.d. ¿Y en qué consiste el trabajo de la Academia? c.m.c.Se supone que la Academia debe tener un cuidado de la lengua y se supone —no creo que el Gobierno de aquí lo haga— que el Gobierno consulte con la filial de la Academia sobre la enseñanza de la Gramática, de ciertos textos, etcétera. Pero, al mismo tiempo, la Academia de Madrid consulta con todas las academias locales los modismos propios de un lugar y otros puntos relacionados con la búsqueda de la buena salud de nuestro Aceptar la vida con sus misterios perfiles encuentroidioma. A mí, por ejemplo, el primer «trabajito» que me encargaron, tiene que ver con la edición eventual de un diccionario de expresiones locales. Una sección comprende los usos locales en materia de nomenclatura de servicios eclesiásticos. Se me pidió el testimonio acerca de las nomenclatu- ras cubanas al respecto. j.d. Su discurso de aceptación versó sobre el padre Félix Varela. ¿Podría hablarnos del padre Varela y de los otros sacerdotes cubanos que ayudaron a formar la identidad de la nación? c.m.c.Por el padre Varela siento veneración, como hombre intelectualmente valioso, como precursor en el orden de la creación de la conciencia nacio- nal y, al mismo tiempo, como un hombre santo. Empecé a escribir sistemáti- camente sobre el padre Varela a partir de un simposio que la unescorealizó en La Habana en 1994. Formé parte de la amplia comisión organizadora. Después, preparé una biografía que se publicó en España, una revisión de la cual se publicó aquí cinco años después, con prólogo de Cintio Vitier, en la Editorial Oriente. Después, me han invitado a pronunciar conferen- cias sobre el Padre, en Cuba y en el extranjero. Las últimas las di en enero de 2005 en la Fordham University, en Nueva York, donde él fue Vicario General. Existe curiosidad por este personaje en algunos ambientes culti- vados en diversos países. No es muy conocido fuera de Cuba. Siguen sien- do muy válidos sus escritos éticos, sobre todo sus Cartas a Elpidio , que se leen con gusto todavía. j.d. Padre, me imagino que procede de una familia profundamente católica, háble- me de eso. c.m.c.Mi hermano es obispo. Yo soy Vicario General de La Habana desde hace veinticinco años, y Capellán Papal. Además, tengo un primo segun- do, Jorge García-Menocal, que es jesuita en Estados Unidos, y un primo más lejano, nieto de Carlos Miguel de Céspedes, que es capuchino, en Puerto Rico. Sí, es una familia en la que ha primado la fe católica, con un tono más bien liberal desde la segunda mitad del siglo xix . Ha habido algunos sacerdotes, y en otras generaciones atrás, también. Las vocaciones a la vida religiosa femenina abundan en el sigo xviii; después, menos. j.d. Su hermano y usted, ¿cómo fue lo de la vocación? ¿Estudiaron juntos? c.m.c.No, no, para nada. Él es nueve años más joven que yo. Por supuesto, cuando yo entré al seminario y después me fui a Roma él era un niño. Mano- lo hizo sus estudios seminarísticos en Caracas. Vivió en Venezuela, como sacerdote, hasta que vino para Cuba en 1984. Ha sido un sacerdote muy que- rido en Caracas, en Pinar del Río y ahora, como obispo, en Matanzas. j.d. Usted ha sido, durante muchos años, profesor en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, de La Habana. También fue rector de esa institución. ¿Qué cla- ses ha impartido, cómo son sus alumnos, cómo ha evolucionado el Seminario en estos últimos años? c.m.c.Aún siendo alumno, fui profesor, antes de irme para Roma, cuando en el Seminario entraban muchachos que no habían terminado el bachillerato. Entonces, algunos seminaristas mayores, que ya estaban en la universidad, Josefina de Diego 204 perfiles encuentro205 daban las clases equivalentes al bachillerato. Yo en esa época expliqué His- toria Universal y Ciencias Naturales, materias disímiles que formaban parte del programa antiguo del bachillerato. Me fui a Roma y muy poco tiempo después de mi regreso a La Habana, en 1963, el arzobispo de entonces, monseñor Evelio Díaz, me envió al Seminario, donde había impartido clases durante los cursos 57-58 y 58-59. Soy profesor fijo desde 1963, hace 42 años, explicando de todo lo que ha hecho falta.Sobre todo en los 60, cuando había más escasez de sacerdotes y tenía que asumir tare- as muy diversas. También ahora. Me parece que soy el más viejo de los pro- fesores, en edad y en tiempo de profesorado. Una asignatura permanente es el Latín, porque ya los sacerdotes jóvenes no aprenden mucho latín, no les gusta demasiado, y los viejos somos los que tenemos que batirnos con eso. También ahora, las asignaturas de Historia de la Iglesia y Patrología o Patrística –estudia los Padres de la Iglesia–. Me gustan mucho. Frecuente- mente, alguna asignatura de Teología dogmática o el comentario a algu- nos textos de la Biblia. Durante muchos años expliqué toda la Biblia. Actualmente, imparto ocho horas semanales de clases. Quizás sea demasia- do, no tanto por las ocho horas sino porque eso significa preparación, revi- sar trabajos, etc, además del hecho de compartir la docencia con otras res- ponsabilidades pastorales en la Archidiócesis. Pero, la verdad es que me gusta y mientras pueda y haga falta… j.d. ¿Cómo han sido las relaciones de la Iglesia con el Gobierno? c.m.c.Fueron muy difíciles en un momento. Dificultades en la comunicación, incomprensiones, quizás, de ambas partes. Uno ve siempre más en la otra parte, pero quizás las hubo de ambas partes. Actualmente, la comunica- ción es más fluida, lo cual no quiere decir que no haya dificultades, pero hay más capacidad de sentarse a la mesa, de una parte y de la otra, a discu- tir cualquier situación en un plano más civilizado. Pero sí hubo momentos muy difíciles en los 60, incomprensiones fuertes, medidas muy desagrada- bles para la Iglesia. Hoy, esas mismas cosas se presentan de manera distin- ta. Y esas cosas desagradables de los años 60 es mejor no revolverlas mucho. Mejor no «meneallo». j.d. Entre 1964 y 1967 usted fue redactor de Mundo Católico … c.m.c.Mundo Católico era la sección dominical católica de El Mundo, el único diario que circulaba por entonces con más o menos independencia dentro de Cuba. Lo dirigía Luis Gómez-Wangüemert. Mantuve esa sección hasta 1967, y pude hacer en ella el resumen de cuanto iba ocurriendo en el Con- cilio Ecuménico Vaticano II, que fue para la gente de mi generación una suerte de gran aventura espiritual, algo muy esperanzador. Redacté esa sec- ción hasta que la Comisión de Orientación Revolucionaria, por medio del censor Grabalosa, intervino. He contado ya estos hechos en mi libro Recuento (Bird Road Copy Center, Miami, 1994). Grabalosa era un estalinista de la época. Gómez-Wangüemert trató de que la sección sobreviviera, pero no lo consiguió. Y el censor mencionado le hizo esta advertencia que conocí después: «Como este curita siga escribiendo, dentro de poco no faltará Aceptar la vida con sus misterios perfiles encuentroquien diga que se puede ser cristiano y revolucionario, y eso no lo pode- mos tolerar». Así que en el 67 se acabó mi sección en el periódico. Un año después, fue cerrado el periódico. j.d. A propósito de su libro Recuento , usted escribió en él: «A pesar de que algunas veces algún dirigente político ha querido ofrecer una imagen más abierta en lo que a comprensión teórica del hecho religioso se refiere, tengo la impresión de que, sustancialmente, el marco de referencia intelectual de los marxistas cubanos sigue siendo el marxismo-leninismo-estalinismo». c.m.c.Bueno, el libro es anterior a una serie de cambios que se han venido realizando durante los últimos quince años. Ocurrió el derrumbe del Campo Socialista en Europa y, en general, las condiciones del mundo ya no son las de la década de los 60. Los intelectuales y políticos cubanos tie- nen otro marco de referencias. j.d. Hábleme de la Teología de la Liberación. c.m.c.En primer lugar, no me gusta hablar delaTeología de la Liberación, sino de lasTeologías de la Liberación, utilizando el plural, porque, aunque se pusieron debajo de un mismo «paraguas» a una serie de autores que se ocupaban de la justicia social, en realidad, no todos tienen una misma orientación, digamos, teológica. Por ejemplo, la teología al estilo del doc- tor en Teología peruano Gustavo Gutiérrez, en las más recientes ediciones de sus obras, que él ha revisado, pueden ser suscritas, en términos genera- les, sin grandes problemas. Pero hubo otros escritores y pensadores, menos coherentes, que «se pasaron de rosca», y llamaron teología a escri- tos y pronunciamientos que ya no lo eran. Al menos, no eran teología católica. Me parece que en estos últimos tiempos, se habla menos explíci- tamente de la Teología de la Liberación. Ha quedado, sin embargo, el resi- duo positivo, la preocupación, en el ámbito teológico, por el enfoque de los temas sociales, por abrir más los ojos de la Teología ante las realidades y las injusticias de nuestro mundo latinoamericano y por estimular a la Iglesia en sus trabajos pastorales.Y no es que la Iglesia no lo hiciera antes, pero sin dudas los temas de la Teología de la Liberación estimularon esa clase de trabajos. j.d. Se dice que a usted le gusta mucho la ópera, la literatura... c.m.c.Desde niño me gusta la ópera.Me sentaba ante aquellos discos de placa de 78 revoluciones, o frente a la radio, horas al lado de mi padre, a escuchar una ópera. Mi padre me contaba el argumento, me explicaba todo lo que iba sucediendo en la obra aquella, que era cantada en italiano, en francés o en lo que fuera, y yo, por supuesto, encantado de la vida y diciendo que me gustaba todo aquello.Yo no podía ir, porque en aquellos tiempos, en principio, los niños no iban al teatro. En cuanto tuve once o doce años, o un poquito menos, porque parecía mayor, empecé a ir, y me gustaba de verdad.Lo mismo el ballet y el teatro.Recuerdo que, un día, fui, no a la ópera, sino a la zarzuela, a una función de matinée de domin- go, en el actual teatro García Lorca, entonces Teatro Nacional, con la com- pañía Moreno Torroba. Dirigían la compañía Plácido Domingo padre y Josefina de Diego 206 perfiles encuentro207 Pepita Embil, su esposa.Yo estaba con un tío y vi a un niño sentado en un palco, y le pregunté: «Cómo dejan entrar en el teatro a ese niño que es más chiquito que yo?».«Es que ese es Placidín, el hijo de Plácido y Pepita», me respondió el tío.Era Plácido Domingo, el futuro tenor, que venía a La Habana con frecuencia, acompañando a sus padres en sus giras. Supongo que de ahí le viene el gusto por la música de Lecuona, que él ha grabado. Cuando él venía con sus padres debe haber estado en las tertulias musica- les que Ernesto Lecuona organizaba en su quinta de las afueras de La Habana, en las que sus padres eran participantes asiduos..Eso fue por los años 40, cuando venían a Cuba muchas compañías españolas de teatro, de todos los géneros, después de la Guerra Civil. j.d. ¿Y usted es «oidor» de música cubana, sones y ese tipo de música? c.m.c. Era bailador de todas esas cosas cuando era joven.Sí me gustan las can- ciones cubanas, pero no esa música que ahora llaman salsa.Boleros, sones y canciones antiguas, sí. j.d. Padre, ¿cuáles son sus escritores cubanos preferidos?, para ver si escucho algo que alegre mis oídos… c.m.c.¿Qué quieres que te diga, «qué casualidad, mi preferido es Eliseo Diego»?Pero bueno, en serio, como poeta, de los contemporáneos, por supuesto que tu padre; como ensayistas y también poetas, Cintio Vitier y Fina García Marruz, tus tíos, cada uno en su género. En general, todos los relacionados con la revista Orígenes . Siempre me gustaron.Y otros también, como Nicolás Guillén.La poesía de Guillén, no sólo la poesía negra, que es de la que más se habla y es muy buena, por supuesto, sino, sobre todo, el resto de su poesía, que es tan clásica, a veces parece tratarse de obras de un autor español del Siglo de Oro; es una maravilla, imponente, un clási- co. En cuanto a la novela, me gustan todas las de Alejo Carpentier; El siglo de las lucesme encanta.Lezama Lima tiene ensayos muy buenos. Paradiso, como novela , me costó más trabajo, pero, al fin y al cabo, he llegado a extraerle su jugo, sus esencias propias. j.d. Bueno, Padre, quería preguntarle por el papa Benedicto XVI. c.m.c.Yo estoy muy entusiasmado con su elección. Ha tenido ya gestos sor- prendentes.A mí me satisfizo su elección porque, primero, es un hombre muy inteligente, y un hombre sumamente culto. La gente inteligente y culta me fascina. Me parece que nadie inteligente y culto va a hacer dispa- rates.El Papa actual ha cultivado un abanico muy amplio de lecturas de muy diversos géneros y autores. Y eso me parece muy bueno. En el terreno ecuménico es un hombre abierto y ha tenido encuentros ecuménicos inte- resantes.Es un hombre muy abierto al mundo judío.Pienso quetambién habrá sorpresas en el orden de su vida personal. Le gusta la música: prefie- re a Mozart;toca piano y todo eso me parece también muy bueno, revela una sensibilidad sumamente positiva. Siendo cardenal ya era conocido por su sencillez de vida y como papa ha seguido siendo así, muy austero, pero austero con naturalidad.Es un hombre afable: lo conocí de lejos, en reu- niones eclesiásticas, siendo yo un simple sacerdote y siendo él ya un teólogo Aceptar la vida con sus misterios perfiles encuentroNext >