< Previouscabeza, que beneficiaron mucho al aparato propagandístico del sistema, con- vencido éste, desde su triunfo, de que la guerra mediática se ganaba con la adhesión de la intelligentsiaizquierdista europea y latinoamericana. Si Carlos Fuentes fue, en palabras de José Donoso, «el primer agente activo y conscien- te de la internacionalización de la novela hispanoamericana de la década de los sesenta» 2 , también podemos decir que la Revolución Cubana funcionó como aglutinador ideológico de casi todos los escritores del boom. La relación personal que nace tras la comunión político-estética y que genera la amplia- ción de miras intelectuales y productivas de sus miembros, acabaría pocos años después sucumbiendo (en casos significativos) bajo las divergencias ideo- lógicas. Ideología y creación van de la mano en el amor y en el odio a lo largo de esos acalorados años 60. En los primeros tiempos de la Revolución, Fuentes colabora intensamente con los instrumentos culturales del nuevo sistema. Aunque vive fuera de la Isla, su presencia intelectual es constante en medios representativos, como el célebre suplemento literario Lunes de Revolución. Así, en los dos años y medio en que se publica, desde el 23 de marzo de 1959 hasta el 6 de noviembre de 1961, Fuentes participa en cinco de sus números con artículos muy compro- metidos políticamente 3 , de los que parece relevante destacar los titulados: «América Latina y Estados Unidos» (nº 48), «Prometeo desencadenado: la moral norteamericana a través de Moby Dick» (nº 58) y «Los intelectuales mexicanos y la revolución cubana» (nº 63). A finales de 1961, el politizado y fulminante cierre de Lunes de Revoluciónno atenúa el entusiasmo de nuestro autor. En 1962, en el congreso de intelectuales celebrado por la Universidad de Concepción (Argentina), el joven Carlos Fuentes se convierte en protago- nista indiscutible del evento y cambia radicalmente el planteamiento de lo que iba a ser un mero encuentro de escritores. Tenemos el testimonio de José Donoso y de su mujer, María Pilar, que, como asistentes al encuentro, narra- ron deslumbrados la aparición del escritor mexicano: Carlos Fuentes me dijo (...) que, después de la Revolución Cubana, él ya no consentía en hablar en público más que de política, jamás de literatura; que en Latinoamérica ambas eran inseparables y que ahora Latinoamérica sólo podía mirar hacia Cuba. Su entusiasmo por la figura de Fidel Castro en esa primera etapa, su fe en la revolución, enardeció a todo el congreso de intelectuales, que a raíz de su presencia quedó fuertemente politizado, y la infinidad de escritores de todos los países del continente manifestó casi con unanimidad su adhesión a la causa cubana 4 . El Carlos Fuentes seductor de auditorios, el joven escritor apasionado por una causa justa, empezaba su carrera de éxitos. Y su relación con la Cuba de Fidel Castro es muy estrecha. Además de la campaña de apoyo en el exterior, cuenta con grandes amigos en la Isla, a la que viaja con frecuencia. En 1964, el ya laureado poeta y «agente» cultural Roberto Fernández Retamar califica a Fuentes de «periodista político»: Ana Pellicer Vázquez 258 encuentro259 No parece exagerado sugerir que [ La muerte de Artemio Cruz ] se escribió desde la Revolución cubana (...) Es oportuno recordar aquí que Carlos Fuentes se halla entre los defensores más valientes y lúcidos que ha tenido la revolución cubana, y que su labor como periodista político, a partir de 1959, es de primer orden 5 . Pero esta supuesta comunión ideológica se va a ver determinada por las circunstancias, y va a ir evolucionando en otra dirección. En julio de 1966, Carlos Fuentes concede una entrevista exhaustiva a Emir Rodríguez Mone- gal para el primer número de la revista Mundo Nuevo. En ella, Fuentes demuestra que es un intelectual independiente e individualista, atribucio- nes éstas que pueden ser interpretadas como ciertamente contrarrevolu- cionarias (quizá no en este momento pero sí en un futuro próximo). Y no olvidemos que también es un escritor ambicioso que utiliza esa visibilidad mediática como plataforma de lanzamiento hacia una brillante carrera intelectual. En su discurso, que trata de ser crítico y cuestionador, hace afirmaciones que pueden ser mal interpretadas por la élite revolucionaria en un momento en el que se piden adhesiones sin fisuras y no relativismos ideológicos: (...) el escritor de izquierda, con demasiada frecuencia, también se protege bajo una sombrilla ideológica que lo exime de pensar con independencia, se disfraza con el decálogo de la Apocalipsis venidera y deja de escribir, de some- terlo todo a juicio a través de la palabra y la imaginación, que es nuestro mes- ter. En cambio, el empleo verdadero del lenguaje nos somete a un revoluciona- rismo de todos los días, permanente (…) Esto es lo que nos falta, la elaboración crítica, permanente , de todos los problemas humanos, con la intención de colmar ese vacío de poder en América Latina 6 . Poco tiempo después, desde ciertos sectores cubanos, se critica que Carlos Fuentes viaje a Nueva York para participar en el congreso del Pen Club (al que también asisten Vargas Llosa y Neruda) y que escriba para la versión en español de Lifeun artículo con el título tan explícito de «El Pen: entierro de la guerra fría en literatura» 7 , precisamente, en un momento en que la Revolu- ción pide alineamiento inequívoco a sus seguidores. Veamos un fragmento de este artículo, en el que Fuentes no sólo no se posiciona de manera maniquea sino que dice creer en el hermanamiento de los intelectuales al margen de los credos políticos: ¿Idilio de bobos o paz de los sepulcros? No; simplemente, integración de los verdaderos problemas —personales y colectivos— del escritor, a dos niveles fundamentales: el del conocimiento y el de la responsabilidad. (...) Hace veinte años, un novelista latinoamericano de izquierda hubiese aprovechado la oca- sión para montar un ataque contra los ee. uu.Y un novelista norteamericano, aún con —o a causa de— sus credenciales liberales, no habría dejado pasar la oportunidad de depositar un óbolo anticomunista 8 . Radiografía de un desencanto encuentro¿Peca Carlos Fuentes de inocente o de desinformado? Aunque el gurú del congreso, Arthur Miller, proclamara que: «Ninguno de nosotros viene aquí a hablar como apologista de su cultura o sistema político» 9 , todos los intelectuales con una mínima proyección política sabían que esas declaraciones se convertí- an, en la práctica, en papel mojado. La situación era lo suficientemente tensa como para que las relaciones de poder permearan al trabajo intelectual. Y el resultado de esta supuesta caída de las «viejas barreras mentales» 10 es sólo una impostura intelectual. En efecto, la «guerra fría» también existía en la literatura. El hecho cierto fue que la publicación de este artículo de Carlos Fuentes y la mención expresa en él de su estrecha relación con Emir Rodríguez Mone- gal, que había escrito un artículo en la misma línea («El Pen Club contra la guerra fría» 11 ), le traen al mexicano muy malas consecuencias en el seno del aparato cultural de la Revolución. En un artículo de 1967, Ambrosio Fornet le acusa de ser un aliado del imperialismo que escribe en una de sus revistas ofi- ciales, a la que califica de «engendro literario» 12 subvencionado por la cia 13 : Mundo Nuevo ha encontrado su Boecio en Carlos Fuentes, cuya sofisticada ima- gen aparece en las portadas de las grandes revistas norteamericanas destinadas a América Latina y cuyos frívolos artículos publica Life en español. En el primer número de Mundo Nuevo, Rodríguez Monegal lo entrevista largamente: el resul- tado es uno de los documentos más patéticos del periodismo latinoamericano 14 . Para entender esta acusación debemos contextualizarla en el momento ideológico de la Revolución. La nueva sociedad exige un nuevo compromiso del intelectual. Así, Fornet empezaba el artículo citado definiendo el papel del intelectual: «Hoy el intelectual latinoamericano reivindica orgullosamente su responsabilidad política y social: ha pasado la época en que los modernistas volaban como águilas solitarias por encima de sus pueblos hambrientos» 15 . En realidad, se acusa a Fuentes de asumir una postura frívola, no sólo por relacionarse amistosamente con quien para Fornet es el «enemigo» 16 , sino por hacer una interpretación superficial de la realidad latinoamericana, que- riendo compararla en algunos momentos con la europea y asumiendo una lectura existencialista de la Historia (abiertamente antimarxista). Según For- net, para Fuentes «la historia es un caos siniestro, no hay culpables ni inocen- tes, tomar una posición es condenarse inevitablemente al fracaso» 17 . También se le acusa de mantener un cierto esnobismo y fascinación por lo europeo, tras el que esconde una actitud irresponsable por poco comprometida (en este caso, las acusaciones se refieren a la entrevista mencionada anteriormen- te). El tono contra él es muy duro: «Esa beatería del hecho consumado, que en un oriental se llamaría fatalismo y en un cristiano resignación, en un joven intelectual de izquierdas no es más que oportunismo y cobardía» 18 . En febrero de 1967, poco después de la aparición de este artículo, Fuentes escribe una carta a Roberto Fernández Retamar, director de la revista Casa de las Américas, en la que declara su adhesión a la Revolución, pero en la que, si leemos entre líneas, también podemos entender que plantea matices. Es la Ana Pellicer Vázquez 260 encuentro261 contestación de guante blanco a unas acusaciones duras y que habían sido vertidas en un tono excesivamente bronco. Veamos el fragmento en el que habla de la declaración del Consejo de Colaboración de la revista (del que forma parte), que dice haber comentado con Vargas Llosa y Cortázar: Creo, en particular que los párrafos dedicados a reafirmar la validez revolucio- naria de la libertad artística y a diversificar los frentes de lucha del escritor lati- noamericano, son de una extrema lucidez y constituyen un aliciente para quie- nes, como yo, aspiramos al cambio democrático de una sociedad especialmente compleja, como lo es la mexicana 19 . Más adelante, habla de un futuro viaje a Cuba, propuesto por Alejo Car- pentier y Lisandro Otero, en el que otra vez, de manera sutil (primero reitera su adhesión), plantea la posibilidad de discutir la visión monolítica y unívoca que están asumiendo ya muchos intelectuales cubanos: Sería una ocasión de refrendar mi permanente solidaridad con la Revolución Cubana que, como sabes, no data de ayer ni ha sido escasa en pruebas, y de ser nuevamente, testigo de la victoria que todos ustedes construyen a diario. Sería, también la ocasión de discutir, al nivel y con el tono que los amigos se deben, muchos problemas comunes cuyas soluciones, finalmente solidarias, exigen sin embar- go caminos diversos —tan diversos como los contextos nacionales en los que trabajamos 20 . Parece que Fuentes, coherente con la adhesión proclamada, da un paso atrás y supera esa visión «inocente» que le había llevado al Congreso del pen, porque a finales de 1968 declina la invitación al Foro de Escritores Latinoa- mericanos que se iba a celebrar en Nueva York. Dice que no pertenece al Par- tido Comunista, pero que se une a: La oposición casi universal de las clases intelectuales dentro y fuera de Estados Unidos a la política imperialista del gobierno de Washington. Si en estos momentos visitase los Estados Unidos, no podría dejar de externar esa oposi- ción y de demostrar efectivamente mi respaldo a los intelectuales norteamerica- nos que la comparten 21 . Llega un momento, tras el Congreso Cultural, de 1968, en que los escrito- res cubanos empiezan a ser cada vez más dogmáticos. La pugna incipiente se puede seguir muy bien en las páginas de la revistaCasa de las Américas, en cuyo seno se desarrollará un enfrentamiento entre las diversas posturas que acaba- rá en la disolución del Comité de Colaboración en 1971. La Revolución está sometida a tal presión por parte de Estados Unidos, que sus dirigentes exigen posturas radicales a los simpatizantes. Y el problema del intelectual cristaliza definitivamente: se puede ser intelectual marxista o capitalista, pero no ambas cosas. Las contradicciones de algunos intelectuales «de fuera» se ponen en Radiografía de un desencanto encuentroevidencia y los cubanos muestran un cierto resentimiento hacia algunos de ellos, como Carlos Fuentes o Mario Vargas Llosa. Se les acusa de haberse beneficiado de las estructuras capitalistas y de integrarse con complacencia en su dinámica perversa. Ahora, en Cuba, se exige compromiso diario y real; el intelectual nominal y el intelectual funcional deben ser, por fin, la misma per- sona. Lo curioso es que el propio Fidel Castro mantiene una relación cordial con muchos de ellos, porque hay una serie de intereses bidireccionales al margen de las innegables convicciones ideológicas. En este momento, Roberto Fernández Retamar, que ya defiende posturas muy ortodoxas, ataca implícitamente a Vargas Llosa, quien había proclamado que el escritor debe cumplir «una función crítica permanente» 22 (recordemos que en semejantes términos se había expresado Carlos Fuentes en su polémi- ca entrevista a Mundo Nuevo ): El intelectual que cumple o cree cumplir una «función crítica permanente» en el seno de la sociedad capitalista, se considera idealmente desvinculado de su socie- dad: en la práctica, permanece con frecuencia integrado al sistema, que lo retiene y usa a través de sus editoriales, revistas, incluso, en algunos casos, premios, cargos, etc. Su crítica suele ser meramente ideal, suele carecer de eficacia práctica 23 . Esta crítica se podría extender a nuestro autor, quien, recordemos, estaba ini- ciando una carrera fulgurante en los mercados norteamericano y europeo y se beneficiaba de todas sus lucrativas plataformas culturales. Además, defendía pos- turas estéticas muy similares a las de Varga Llosa. Recordemos su frase de 1966: «Asistimos a una lucha frontal de dos lenguajes: el mentiroso del poder y el autén- tico del artista» 24 . Pues bien, esta dicotomía, que Fuentes y Vargas Llosa tienen tan clara, se va a ir definiendo de manera opuesta en el seno de la Revolución. A medida que se van radicalizando las posiciones políticas, paralelamente se endu- recen las concepciones artísticas, que deben ser coherentes con la militancia. Valga como ejemplo el colombiano Oscar Collazos, que considera que el escritor no puede deslindar su faceta de creador de su faceta comprometida políticamente. Y aunque se cuida mucho de mencionar el término «realismo socialista», en realidad, es lo que acaba defendiendo como solución literaria coherente con la militancia revolucionaria; el ser político y el ser literario no pueden escindirse. Llega al extremo de proponer los discursos de Fidel Cas- tro como fuente de inspiración del nuevo discurso narrativo: Pienso (ya Edmundo Desnoes lo había esbozado) cómo en los discursos de Fidel Castro, por ejemplo, se traduce una manera de decir, un discurso litera- rio, un ordenamiento y una reiteración verbal, una modelación de la palabra en el plano del discurso político que, a su vez, podría ser la fuente de un tipo de literatura cubana dentro de la revolución 25 . El párrafo final de su artículo expresa el posicionamiento inequívoco; o hay compromiso firme, no sólo personal, sino también literario, o se está en Ana Pellicer Vázquez 262 encuentro263 el otro lado, el del imperialismo: «En una revolución se es escritor, pero tam- bién se es revolucionario. En una revolución se es intelectual, y tiene que serse necesariamente político» 26 . En esta polémica encendida, un escritor ya consagrado como Julio Cortázar defiende que la aportación del escritor debe ser literaria y revolucionaria en el sentido artístico del término, esto es, inno- vadora. Es el tipo de intelectual afincado en París, exquisito y elitista, que empieza a estar mal visto entre los más militantes. Porque, desde el punto de vista marxista, es un intelectual nominal, porque no actúa, no se compromete día a día. Su idea de la «libertad» intelectual le lleva a proponer una literatura que para la Revolución es «escapista»: «Si ese escritor, responsable y lúcido, decide escribir literatura fantástica, o psicológica, o vuelta hacia el pasado, su acto es un acto de libertad dentro de la Revolución y por eso es también un acto revolucionario» 27 . Recordemos, además, que la crítica cubana, en estos años, consideraba las manifestaciones literarias «experimentales» o «antihistoricistas» como secun- darias en el proceso narrativo revolucionario. Veamos, a modo de ejemplo sig- nificativo, los comentarios de la uneacen 1968 a este respecto: El antihistoricismo se expresa por medio de la exaltación del individualismo frente a las demandas colectivas del pueblo en desarrollo histórico y manifes- tando su idea del tiempo como un círculo que se repite y no como una línea ascendente. Ambas actitudes (criticismo y antihistoricismo) han sido siempre típicas del pensamiento de derecha, y han servido tradicionalmente de instrumento de la contrarrevolución 28 . En 1971, el caso Padillamarca un punto de inflexión en la relación de estos intelectuales «amigos» con la Revolución Cubana. Hay una desbandada en masa de la causa porque en ese momento hay un tipo de intelectual, no total- mente comprometido y cuyo arte no es militante, que empieza a no tener cabi- da en el nuevo sistema. De manera latente y a raíz del caso Padilla ,la Revolución empieza a no distinguir entre el intelectual disidente y el contrarrevolucionario. Aunque los intelectuales que apoyan a la Revolución insisten en que no hay tal «caso», sino una manipulación demagógica por parte del imperialismo de un problema cubano de orden interno, lo cierto es que el tema hace correr ríos de tinta y provoca todo tipo de reacciones, también desde la Isla. En junio de 1971, Roberto Fernández Retamar escribirá un artículo fundamental en el que se sen- tencia significativamente en torno a la figura del intelectual y se sientan las bases de lo que será inamovible de aquí en adelante: «Intelectual» en el sentido lato del término, tal como lo emplea Gramsci en sus clásicas páginas sobre el tema, que suscribo plenamente (…) Con este sentido amplio se usó la palabra entre nosotros en el seminario preparatorio del Con- greso Cultural de La Habana (1967) y, últimamente Fidel ha vuelto sobre el tema, en su discurso en el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, al rechazar que la denominación sea usufructuada sólo por un pequeño grupo Radiografía de un desencanto encuentrode «hechiceros», el cual «ha monopolizado el título de intelectuales», pretendien- do dejar fuera a «los maestros, los ingenieros, los técnicos, los investigadores» 29 . La evidente farsa que supuso la confesión de Heberto Padilla cayó como un «jarro de agua fría» en los ambientes intelectuales, porque ponía en evi- dencia la falta de «libertad» de creación en Cuba y los métodos policiales utili- zados en asuntos de orden cultural. El escándalo propició las reacciones críti- cas de muchos escritores y artistas hasta entonces alineados con la Revolución. Así, el 9 de abril de 1971, se publica en Le Mondela célebre «Carta abierta» a Fidel Castro firmada por intelectuales europeos y latinoame- ricanos muy relevantes, entre los que se encuentra Carlos Fuentes 30 . El tono de la carta es respetuoso y cauto, todos ellos reafirman su militancia en la causa revolucionaria tal y como fue concebida en la Sierra Maestra. Días antes, el Pen Club de México también da a conocer una carta similar, firmada por los escritores mexicanos más significativos 31 . Dentro de Cuba se intenta atenuar el escándalo, diciendo que lo que es simplemente un problema de orden interno está siendo instrumentalizado por el imperialismo. Poco des- pués, en la clausura del Congreso de Educación y Cultura, Fidel Castro quita- rá importancia a este «caso» y criticará irónicamente la intervención de inte- lectuales extranjeros: Algunas cuestiones relacionadas con chismografía intelectual no han aparecido en nuestros periódicos. Entonces, «¡Qué problema, qué crisis, qué misterio, que no aparecen en los periódicos!» es que, señores liberales burgueses, estas cuestiones son demasiado intranscendentes, demasiado basura para que ocu- pen la atención de nuestros trabajadores y las páginas de nuestros periódicos 32 . Los cubanos partidarios de la Revolución reaccionan defendiéndola encar- nizadamente. El caso más emblemático es «Calibán», ensayo escrito por Roberto Fernández Retamar, que resume muy bien los posicionamientos de este sector. En primer lugar, el ensayo transmite la excitación que se vivió en esos días, tanto a favor como en contra de la Revolución. Su rápida redacción, entre el 7 y el 20 de junio de 1971, su tono exaltado y su defensa apasionada de la legitimidad histórica de la revolución socialista, demuestran hasta qué punto estaban radicalizadas las posturas. Fernández Retamar hace un repaso de la figura literaria de Calibán, personaje creado por Shakespeare, pero reu- tilizado posteriormente por muchos autores como símbolo cambiante. De Sarmiento a Martí, pasando por Rodó y Borges, el autor defiende la reinter- pretación de la dicotomía civilización-barbarie y de la oposición Calibán-Ariel, esta vez situando el socialismo cubano como paradigma de lo positivo y el imperialismo norteamericano como paradigma de lo negativo. Por tanto, hay dos bandos claros y enfrentados: los que militan en la Revolución y los que están en el frente capitalista. De este grupo menciona a Borges como «típico escritor colonial, representante entre nosotros de una clase ya sin fuerzas» 33 , y también hay un guiño muy malicioso al, hasta hace poco tiempo, amigo Carlos Ana Pellicer Vázquez 264 encuentro265 Fuentes: «Vocero de la misma clase que Borges, Fuentes tuvo, como él, velei- dades izquierdistas en la juventud» 34 , y al resto de los intelectuales mexicanos: La intelligentsiamexicana (…) aunque comparte la ubicación y la conducta cla- sista del equipo de Borges, difiere de éste, por razones locales, en aspectos accesorios. Pienso, concretamente, en la llamada mafia mexicana, una de cuyas más conspicuas figuras es Carlos Fuentes. Este equipo expresó cálidamente su simpatía por la Revolución Cubana hasta que, en 1961, la Revolución proclamó y demostró ser marxista-leninista, es decir, una revolución que tiene al frente la alianza obrero-campesina. A partir de ese momento, la mafia le espació de modo creciente su apoyo hasta que en estos meses, aprovechando la alharaca desatada en torno al mes de prisión de un escritor cubano, rompió estrepitosa- mente con Cuba 35 . En realidad, «Calibán» es el discurso público del gran intelectual del siste- ma, director de la revista más importante, que trata de legitimar la política cultural de Fidel Castro y del Partido Comunista tras el conflictivo caso Padilla y que explica muy bien el momento tan convulso y militante que viven la Revolución y los intelectuales de izquierda. Y si hablamos de Carlos Fuentes, podemos afirmar que el desencanto cristaliza. La materialización de la idea, la personificación del sueño, han desvirtuado las ilusiones iniciales. El mexicano sigue amando la Isla pero se separa de sus dirigentes. iii. a modo de epílogo: cuba y carlos fuentes desde el siglo xxi A la luz del tiempo y la experiencia, Carlos Fuentes habla poco sobre su mili- tancia revolucionaria de los 60. Procura mantenerse firme en su oposición a Fidel Castro, pero prudente en la crítica. Así, en el año 2002 encontramos pocas referencias a la «revolución seducible y comprensible de Castro en Cuba» 36 y una escueta crítica por no haber podido «dejar atrás, desde la izquierda, la trampa mortal de la derecha latinoamericana: el culto al líder máximo, al jefe providencial» 37 . Llama la atención que semejante coyuntura política, que determinó casi una década de su existencia, pase tan desaperci- bida en el repaso de vida que supone el libro En esto creoy que La Habana, ciu- dad que vivió intensamente, no merezca ni el más mínimo recuerdo. Parece- ría, más bien, que trata de evitar la reflexión sobre el fenómeno o sobre su implicación en él. Tras la crisis de los disidentes, en marzo de 2003, Carlos Fuentes adopta la misma posición que años antes en el caso Elián: mesura y cuasi-neutrali- dad, con firmes ataques a los dirigentes enconados y defensa de las gentes cotidianas. Denuncia, de igual modo, la radicalidad del exilio de Miami, del Gobierno norteamericano (de cuyo presidente George W. Bush se declara firme detractor hasta la fecha) y de Fidel Castro. En un artículo publicado en el periódico mexicano Reforma , Fuentes contextualiza y explica la Revolución Radiografía de un desencanto encuentroCubana, desde su triunfo, de manera bastante empática, señalando sus luces (educación, sanidad) y sus sombras (estalinización del régimen, dependen- cia de la urss, culto al líder). Es tan duro con el Gobierno de Fidel Castro como con el norteamericano, al que acusa de constreñir la economía cuba- na hasta límites insospechados. Y termina su artículo explicando el porqué de su distanciamiento: «Hasta aquí he llegado» dice en una honesta y candente declaración, José Sara- mago, solidario de siempre con la Revolución Cubana. Yo mantengo la línea que me impuse desde que, en 1966, la burocracia literaria cubana, manipulada por Roberto Fernández Retamar para apresurar su ascenso burocrático y hacer olvi- dar su pasado derechista, nos denunció a Pablo Neruda y a mí por asistir a un Congreso del penClub internacional presidido a la sazón por Arthur Miller. (...) Soy mexicano y no puedo desear para mi país ni el diktat de Washington acerca de cómo conducir nuestra política exterior, ni el ejemplo cubano de una dicta- dura sofocante, sin prensa, opinión, disidencia o asociación libres. Felicito a Saramago por pintar su raya. Esta es la mía: contra Bush y contra Castro 38 . Parece claro, por tanto, que así como su entusiasmo por la Revolución fue intenso y apasionado, de la misma manera el desencanto se llevó a cabo de manera lenta y progresiva. Si bien es inexacto que nuestro autor diga que rompió con la Revolución en 1966 (los textos acreditan su adhesión y cerca- nía hasta 1971), podríamos pensar que Carlos Fuentes quiere disfrazar los hechos y modificar las fechas, o bien que en su propia percepción (la memo- ria es caprichosa, selectiva e incierta) recuerda el principio de su desamor con la Revolución en torno al año 1966. En cualquier caso, nos interesa de su declaración hacer una lectura más global en la que se confirma lo que ya habíamos planteado: la defensa de las gentes anónimas y la acusación a indivi- dualidades que han traicionado su ideal. La polémica con Fernández Retamar resulta ser más personal que intelectual, en la que ambos cruzan insultos o descalificaciones que nada tienen que ver con sus obras literarias sino con sus posicionamientos vitales 39 . Al fin, lo que queda claro es que la Revolución Cubana fue un cataclismo indiscutible en el panorama intelectual de los años 60 y que su influjo fue más allá de la política: modificó discursos literarios, alteró trayectorias creadoras y unió los destinos de los escritores más relevantes del momento. Carlos Fuentes creyó en el sueño, en el «paraíso en la tierra» que señalaba como inexistente Belén Gopegui en su última novela, El lado frío de la almohada. Creyó en la posibilidad de ser y de hacer. Creyó en la pasión de lo colectivo como motor de cambios. Pero cuando la Revolución Cubana se convirtió en «tierra en la tierra», Carlos Fuentes la abandonó. Quiso, supo y pudo, quizá por- que su compromiso era demasiado «sentimental» y le faltaba la cubanidad bioló- gica para completarlo o porque siempre fue un hombre cuestionador y ambicio- so en su individualidad. Si en sus planteamientos literarios nunca se plegó al Ana Pellicer Vázquez 266 encuentro267 discurso único pudo ser porque biográficamente era también incapaz de la adhe- sión unánime a cualquier idea monolítica: «La cárcel del realismo es que por sus rejas sólo vemos lo que ya conocemos. La libertad del arte consiste, en cambio, en enseñarnos lo que no sabemos. El escritor y el artista no saben: imaginan» 40 . Radiografía de un desencanto encuentro 1Fuentes, Carlos; En esto creo; Seix Barral, Madrid, 2002, p. 212. 2 Donoso, José; Historia personal del Boom; Alfaguara, Madrid, 1999, p. 49. 3 Ver Luis, William; Lunes de Revolución. Literatura y cultu- ra en los primeros años de la Revolución cubana; Verbum, Madrid, 2003, pp. 78, 80, 83, 86, 63. 4Donoso, José; ob. cit., pp. 58-59. 5 Casa de las Américas; n.º 26, La Habana, 1964, p. 126. (Cursivas mías). 6Rodríguez Monegal, Emir y Fuentes, Carlos; «Situación del escritor en América Latina»; en Mundo Nuevo 1966 (1), p. 21. (Cursivas mías). 7Fuentes, Carlos; «El PEN: entierro de la guerra fría en literatura»; en Life , agosto de 1966, pp. 54-59. 8 Íd.,p 57. 9 Íd. 10Íd. 11 Ver Mundo Nuevo; n.º 5, 1966, pp. 85-90. En este artículo también se detallan los problemas que tuvo Pablo Neruda con la intelectualidad cubana a raíz de su participación en el congreso (p. 88). 12 Casa de las Américas; n.º 40, 1967, p. 106. 13Muy diferente es la valoración que hace José Donoso de la revista Mundo Nuevo : «De todas las revistas litera- rias de mi tiempo, desde Surhasta la revista Casa de las Américas, y haciendo salvedades para las limitaciones necesarias de cada una, ninguna ha logrado transmitir el entusiasmo por la existencia de algo vivo en la literatura de nuestra época y de nuestro ambiente con la precisión y la amplitud de Mundo Nuevoa fines de la década del sesenta», en Donoso, José; ob. cit. , p. 114. 14 Casa de las Américas; n.º 40, 1967, p. 108. 15Íd., p. 106 16Íd. 17 Íd., p. 109. 18 Íd., p. 111. 19Casa de las Américas; n.º43, 1967, p. 134. 20 Íd.(Cursivas mías). Ver la alusión irónica al tono uti- lizado por Ambrosio Fornet en el artículo anteriormente citado. 21Casa de las Américas ; n.º 49, 1968, p. 171. 22Vargas Llosa, Mario; «Una insurrección permanente»; en Contra viento y marea ; Seix Barral, Barcelona, 1982. 23 Fernández Retamar, Roberto; en la mesa redonda «El intelectual y la sociedad»; en Casa de las Américas; n.º 56, 1969, p. 31. También está publicado como libro en Siglo XXI, México, 1969. 24 Mundo Nuevo; n.º 1, 1966, p. 21. 25Collazos, Óscar; Cortázar, Julio y Vargas Llosa, Mario; Literatura en la revolución y revolución en la literatura; Siglo XXI, México, p. 17. 26Íd., p. 37. 27Íd., p. 74. 28 Declaración de la UNEAC acerca de los premios otorga- dos a Heberto Padilla y Antón Arrufat; 15 de noviembre de 1968; en Casal, Lourdes; El caso Padilla. Literatura y Revo- lución en Cuba; Nueva Atlántida, Nueva York, 1971, p. 59. 29 Fernández Retamar, Roberto; Todo Calibán; Cuader- nos Atenea, Universidad de Concepción, Chile, 1998, p. 62, nota 77. 30 Casal, Lourdes; ob. cit., pp. 74 y 75. 31Íd.,p. 76. 32Casa de las Américas ; 1971, n.º 65-66, p. 18. 33 Fernández Retamar, Roberto; Todo Calibán; p. 47. 34Íd.,p. 49. 35Íd ., p. 50. 36 Fuentes, Carlos; En esto creo; p. 216. 37 Íd., p. 236. 38Fuentes, Carlos; «Infidelidades»; en Reforma; México, abril de 2003. 39 Ver Fernández Retamar, Roberto; «Carlos Fuentes: mentiras, ocultamiento, ¿deseo?»; en www.lajiribilla.cu/ 2003/n104_105/104_41.html. En este artículo (12 de mayo de 2003) el poeta cubano acusa a Carlos Fuentes de haber colaborado con Mundo Nuevoy discute la fecha de 1966 como momento de ruptura con la Revolución (trans- cribe la carta de 1967 a Casa de las Américas). También denuncia la hostilidad personal de Carlos Fuentes hacia él y pone de manifiesto las correcciones que hizo a «Calibán» en su «Adiós a Calibán», de 1993, con respecto a las críti- cas a Carlos Fuentes en la versión de 1971. 40Fuentes, Carlos; Geografía de la novela; Alfaguara, Madrid, p. 22. NOTASNext >