< Previous268 encuentro A la memoria de José Ramón Carneado M e gusta pensar en los deportes como metáforas: imágenes que hemos creado para representar nues- tra lucha contra los límites que impone la naturaleza. Correr, saltar, lanzar y levantar, son las alegorías más simples que utilizamos para referirnos a un viejo afán de libertad, a un sueño que nos ha marcado desde el comien- zode nuestra existencia: burlar, o al menos extender, el espacio al que nos condenan la fuerza de gravedad, la pre- sión parcial de oxígeno, el tiempo de reacción ante un estí- mulo, o la capacidad para ver en tres dimensiones. Estos son, quizás, los raseros iniciales que todavía igualan la exis- tencia de cualquier persona con la de sus ancestros. «Más rápido, más alto, más fuerte», es el homenaje olímpico a la eterna lucha de los simples mortales contra las leyes del universo. Falta «más inteligente», una meta legítima si acep- táramos que las acciones de los atletas son tropos —humil- des y antiguos— de esa contienda interminable. Un primer salto de calidad —en el poder metafórico de los deportes— pudo haber ocurrido como consecuen- cia de un hecho evidente: una de las limitaciones más importantes que la naturaleza nos ha impuesto es el hom- bre en sí mismo. Para referirnos a esto, creamos un grupo de imágenes mucho más poderosas y complejas: los llama- dos deportes de combate. Las peleas, con reglas o sin ellas, enriquecen el espacio de posibilidades de la activi- dad física, convierten el acto de competir en algo que va más allá de la línea trazada entre el inicio, el esfuerzo, y la meta. El guerrero, al igual que el atleta, depende de su fuerza, velocidad y alcance; pero necesita algo más, su triunfo estará sujeto a la capacidad que tenga para vencer la voluntad del otro, a la intuición que le acompañe para orientarse en el caos siempre cambiante del combate, a la inteligencia —propia o ajena— que le haya asistido en su preparación para enfrentar a un rival determinado. En César Reynel Aguilera Lascatedrales deAmérica269 una carrera, los contrarios siempre van delante, al lado o detrás, mientras que en el combate vienen de frente, son obstáculos animados y sagaces. Esto afec- ta, entre otras cosas, nuestra capacidad para predecir resultados. Cuando diez de cada once personas dan como favorito a un corredor, y éste pierde, pensa- mos en un accidente, en una venganza de los dioses, o en una manzana de oro rodando en el camino; en cambio, cuando eso sucede en un deporte de combate, nos encogemos de hombros y aceptamos el hecho como algo posi- ble. La incertidumbre crece. El tercer jalón —en el posible poder codificante de la actividad física— ocurrió cuando fuimos capaces de crear un grupo de deportes que dibujan, con su complejidad y riqueza, una imagen muy parecida al reto que implica vivir en sociedad. Los juegos en grupos, creados o redescubiertos en fecha relativamente cercana, son una prueba inobjetable de ese increíble don que tenemos para trasladar esencias; una facultad tan grande, me atrevo a decir, que en su interior danzan la infinitud del universo y la estupidez humana. El enfrentamiento entre dos equipos es una parábola casi perfecta de la vida en sociedad. Cuando asistimos a un partido estamos aceptando, de ante- mano, una carga ética, intelectual y psicológica muy superior a la de cualquier otra competencia. Así, con el juicio envuelto en aplausos, saludamos el surgi- miento de un nuevo contrario. El jugador (en el sentido de playeren la pala- bra inglesa) es, al mismo tiempo, un atleta, un peleador, y mucho más que eso; su preparación física, y su habilidad para el contacto con otros cuerpos, dejan de ser fines en sí mismos y se convierten en herramientas, en medios que sólo le permitirán alcanzar la victoria si logra combinarlos, en cada momento, con una buena orientación dentro de un espacio infinito de posi- bilidades, con un balance adecuado entre sus dotes personales y los requeri- mientos del equipo, con una sabiduría que le permita entender, o intuir, que nunca se enfrenta a la simple suma de sus contrarios, sino a la propiedad emergente que resulta de la interacción de estos. Los deportes colectivos son fuente y reflejo de nuestra inteligencia; son el producto de una larga evolución que ha dejado al atleta y al peleador como pun- tos vencidos en el camino hacia la civilización. La lucha contra las leyes naturales y contra nuestros semejantes, es desvestida de los burdos ropajes de la simplici- dad y la violencia para convertirse, a fuerza de intelecto, en una meditación más profunda sobre nuestras capacidades frente a la naturaleza, al individuo y al grupo. Esta profundidad conlleva, claro está, un precio a pagar, para disfrutarla tenemos que aceptar un espacio de entendimiento, complejidad e incertidum- bre, que se convierte, de inmediato, en un verdadero reto intelectual. Me atrevo a decir que es en el béisbol donde este reto alcanza una de sus cotas de máxima dificultad. Se imponen ciertas aclaraciones: soy cubano, y la Pelota, cualquiera lo sabe, es pasión en nuestro país; lo fue de mi padre adoptivo y todavía lo es para la mayoría de mis amigos. Sin embargo, crecí practicando la natación, el atletismo y algo de boxeo; nunca pude progresar como pelotero, soy eso que en el terruño llaman un « out por regla». Si alguna admiración siento por este Las catedrales de América encuentrodeporte es la que se desprende de la inteligencia que crece a su alrededor. Recuerdo haberme quejado, en algún momento de mi vida, de la lentitud de este juego y de su calma aparente. En la medida que el tiempo fue pasando, descubrí, casi a regañadientes, que en un partido de béisbol cada lanzamiento incuba un sismo y una erupción. Ningún otro deporte combina el tiempo para pensar y el acto físico extremo de una forma tan orgánica. Sólo se aburre el que desconoce, pero el que tiene la suerte de saber, o de escuchar a los que saben, descubre que esa monotonía es, en realidad, una curva creciente de apuestas intelectuales, un tablero vivo que recoge las proposiciones de dos inte- ligencias colectivas y las dirime, a fin de cuentas, según las capacidades que ten- gan los integrantes de cada equipo —en sus respectivas posiciones— para ejecu- tar una colección de actos físicos que han sido ajustados —a través del tiempo, por ensayo y error— a unos límites muy cercanos a los de la fisiología humana. Lanzar una bola a ciento cincuenta kilómetros por hora es una proeza deporti- va; colocarla en el rectángulo imaginario de la zona de strikees un acto de magia; hacerlo sin que el bateador lo espere es un reto intelectual. Al mismo tiempo, batear ese disparo hacia una zona desprovista de defensa es, a juzgar por las estadísticas, una de las acciones deportivas más difíciles de ejecutar; los bateadores estrella logran hacerlo con un índice de éxito que en cualquier otro deporte sería descorazonador. A esto podemos sumarle las asombrosas habilida- des de los jugadores a la defensa, la longitud del terreno, el subjetivismo de los árbitros, la extensión de las reglas, la presión psicológica y los gritos de decenas de miles de espectadores. El resultado es una amalgama que se acerca a eso que llamamos béisbol, un juego cuya mejor certeza es decir: ¡Quién sabe! «La pelota es redonda y viene en caja cuadrada», es la frase que usamos en Cuba para referirnos al carácter contradictorio de este deporte. «Esto no se acaba hasta que se acaba», es la inmortal perogrullada que Yogi Berra acuñó para recordarnos cuán indecible es el resultado de un partido de béisbol. Creo que es en esa huida de lo simple y lo seguro donde radica la belleza de este juego y, sobre todo, donde podemos encontrar las claves de su surgimien- to. Alguien dijo que Estados Unidos de Norteamérica pasará a la historia por tres razones fundamentales: la Constitución, el jazz y el béisbol. Resulta inte- resante observar que las tres son creaciones colectivas, universos sumamente complejos que surgieron, sin embargo, a partir de un número relativamente bajo de reglas o principios básicos. Esas condiciones iniciales se fueron enri- queciendo a través del tiempo y abrieron, por retroalimentación y selección, esferas de complejidades cada vez más extensas. Las tres dan la sensación de ser organismos vivos, sistemas en adaptación constante, verdaderos ingenios diseñados para generar dudas y comprobar certezas. Cada uno de ellos mues- tra una dinámica y una flexibilidad cercana a la de cualquier juego, pero, al mismo tiempo, demandan un rigor, una paciencia, y una seriedad, que con- vierten en elegidos a las personas capaces de enriquecer sus respectivas tradi- ciones. Gatos, peloteros y prohombres se funden en una visión atemporal de la historia; los siglos y décadas que los separan se borran cuando hablamos de sus grandezas. La herencia que nos dejan va más allá de sus talentos individuales, César Reynel Aguilera 270 encuentro271 del swingimpecable, el oído perfecto, o el don de la palabra; sus testamentos confluyen en lo más profundo de la mente humana. Nos legan un grupo de metáforas que combinan el placer y el esfuerzo, la flexibilidad y el rigor, para enseñarnos a lidiar con lo inabarcable, para hacernos saber que es posible, y necesario, aprender a vivir con la ausencia de certezas. La lucha contra la incertidumbre es, también, un sueño que nos ha marca- do desde el comienzo de nuestra existencia. Somos el resultado de una mente, o de un pensamiento, que destaca por su gran capacidad para la sim- plificación. La mejor estrategia que hemos desarrollado para vivir con nues- tras sensaciones, y con la complejidad del universo, es el desarrollo de una serie de filtros lógicos, sensoriales, emocionales, y espirituales. Buena parte de nuestra sabiduría se la debemos a esta vocación simplificadora. Nadie escapa a ella. Rara es la escuela o el maestro que resiste el impulso de esculpir reduc- ciones en la mente de sus alumnos. Difícil es encontrar una persona que no sienta alivio, o placer, cuando logra esconder la incomodidad de lo desconoci- do, o, al menos, cuando alcanza a convertirla en una coreografía, falsamente compleja, de datos, memorias y subrutinas. Lo contrario también es cierto, las formas más refinadas de la tortura se basan en la incertidumbre. Para huir del dolor que ésta provoca hemos inventado las religiones monoteístas, los libros sagrados, las sectas, los especialistas, las drogas, los reyes, la patria… y una infi- nita colección de bálsamos que nunca han pasado de ser lo que son: simples alivios iatrogénicos, remedios peores que la enfermedad. Jacob Burckhardt escribió hace más de un siglo que la esencia de las tiranías es la negación de la complejidad. Esta idea refleja el abismo existente entre la tendencia del mundo a complicarse, y la capacidad de nuestro pensamiento para resistir la incertidumbre que esto genera. La pujanza de la revolución industrial, y el desarrollo de la información, fueron los signos premonitorios de un genial augurio que Burckhardt nos regaló y casi nadie quiso escuchar: el siglo xx será asolado por una plaga de «terribles simplificadores». El tiempo le dio la razón, todavía se la está dando. La lista sería interminable, mejor es obviarla y recordar un par de cosas. Una es que estos asesinos en masa, si algo han hecho es aprovecharse de nuestro viejo afán simplificador para tirar por tie- rra la enorme riqueza y complejidad de las leyes democráticas; acto seguido, han propuesto, como una consecuencia natural, el increíble poder reductor de la muerte. La otra es cuán indefensos estamos ante estos tiranos, cuán débiles son los antídotos que tenemos contra ellos. Las escuelas, a duras penas, logran prepararnos para el dos más dos, la regla de tres, el respeta la ley y paga los impuestos. La filosofía se retira desdeñosa hacia sus luminosas cumbres. El arte, cada vez más dominado por el poder adquisitivo de las masas, empieza a mos- trar signos de agotamiento ante la inmensidad de lo desconocido; los libros son cada vez más simples y estrechos; la música popular se acerca sin reparos a la pobreza de los ritmos hipnóticos; al humor se le exige que sea políticamente correcto, y el cine, casi en su totalidad, está hecho de argumentos y rostros que se reciclan descaradamente. La ciencia, por su parte, nos ha atiborrado con una deliciosa colección de gatos cuánticos, principios de incertidumbre, teoremas Las catedrales de América encuentroindecibles, paradojas cósmicas y enigmas evolutivos; pero, a la hora de enseñar- nos a lidiar con estas incógnitas, sus respuestas han estado más cerca de la estra- tegia de las avestruces que de la visión holística de las águilas. No es de extrañar que vivamos en un mundo en el que, muchas veces, los ideólogos y los científicos coinciden en esa absurda vocación de convertir sus metáforas en leyes. Esto crea un ambiente muy propicio para la intolerancia; abre un terreno en el que la bola del consuelo inmediato pasa, de tiempo en tiempo, desde un cuerpo simplificador a otro, casi con la misma habilidad que pusieron Tinker, Evers y Chance cuando inventaron su famosa jugada de doble playen el béisbol. Hoy, miramos sorprendidos a millones de musulmanes que gritan su furor por una caricatura, y lo hacemos sin reconocer que detrás de esto se esconde una regularidad tan vieja como el ser humano: pueblos elegidos y fetuas, inquisiciones, gulagui , campos de exterminio, migraciones forzadas, trasbordadores hundidos y aviones explotados, son efectos del paso por este mundo de la única minoría que ha logrado escapar de la discrimina- ción. Durante siglos, los «terribles simplificadores» se han separado en grupos y han creado la falsa imagen de luchar los unos contra los otros. Este ardid les ha permitido borrar, de forma sistemática, las huellas de sus respectivas exis- tencias y, de paso, buena parte de sus responsabilidades históricas. Las aparen- tes victorias de un bando sobre otro han sido suficientes para invertir la lupa del escrutinio y alcanzar niveles de aceptación, o tolerancia, que ya hubieran querido para sí los zurdos y los homosexuales, las mujeres y los negros. Algunos focos de resistencia sobreviven, pienso en esas personas que, teniendo en sus manos el grito de devastación, han decidido desechar la vio- lencia y dejarnos, en cambio, un grupo de instrucciones bien claras a favor de la vida y de la compleja riqueza que ésta genera. Gandhi, Martin Luther King, el Dalai Lama, o Rosa Parks, son nombres que resaltan como faros en un mar de tiranías y contubernios con éstas. No menos esperanzador es el hecho de que algunos científicos han empe- zado a estudiar, de forma coherente, esas «molestias» llamadas sistemas com- plejos. Las ideas que emergen a partir de estos estudios son muy interesantes, pero demandan un esfuerzo titánico; obligan a vencer una tradición de pen- samiento que está arraigada en siglos de cultura y milenios de evolución. Las herramientas necesarias para que esto ocurra están siendo forjadas en verda- deros hornos multidisciplinarios; un ejemplo de esto es la confluencia de la neurofisiología, la psicología, y la genética, en el análisis y explicación de muchas actitudes humanas, incluida la predisposición a las ideas religiosas y al fanatismo. También resultan alentadores un grupo de estudios que empiezan a comparar los niveles de tolerancia a la incertidumbre en diferentes culturas, así como la relación que esto pudiera tener con el desarrollo tecnológico, o con las ideologías dominantes en esas sociedades. Nadie sabe cuánto tiempo pasará antes de que estas aproximaciones rin- dan sus frutos y logren, si es que pueden hacerlo, infiltrar nuestras vidas con una visión de la realidad que, hoy por hoy, todavía resulta sobrecogedora para la mayoría de los seres humanos. Nuestros actos gregarios preferidos siguen César Reynel Aguilera 272 encuentro273 siendo verdaderas fugas en masa ante el terror que generan lo inabarcable y lo desconocido. Iglesias, sinagogas, mezquitas, y plazas revolucionarias, son expresiones de esa preferencia ancestral que sentimos por el alivio preempa- cado. Buena parte de nuestra historia se ha hecho, a trancos, en el regreso a Israel, en el camino de Santiago, en el peregrinar hacia La Meca, o en la bús- queda del futuro luminoso. Esas marchas, por mucho que hayan contribuido a la hechura de lo que somos, ya empiezan a mostrar signos de agotamiento y nos acercan, paso a paso, al fondo de un callejón sin salida. Sabemos que sólo la ciencia puede sacarnos del atolladero, pero empezamos a reconocer que ésta, por su enorme capacidad para generar más preguntas que respuestas, impone una verdadera carga en nuestras mentes, un peso que se traduce, con la ayuda de los «terribles simplificadores», en un auge del escapismo y de las actitudes fanáticas. Pasará algún tiempo antes de que la complejidad logre ven- cer esa enorme ventaja que los dogmas disfrutan a la hora de explotar nuestros límites. Mientras tanto, sólo tenemos un grupo de intuiciones colectivas que han ido creciendo, a través del tiempo, hasta convertirse en verdaderos ejem- plos de vida al borde del caos. Esas creaciones enseñan, mediante la música, los juegos deportivos, o ciertas relaciones entre gobernantes y gobernados, que es posible resistir, e incluso llegar a comprender, la enorme carga que cae sobre nuestros hombros cuando decidimos abrir espacios en vez de cerrarlos. Creo que el béisbol es una de esas corazonadas colectivas, y si he escrito estas páginas es porque hace unos meses tuvimos la oportunidad de presenciar un evento histórico. «La Pelota», fiel a su tradición de enmendar errores, y a su capacidad para orientarse en un universo de infinitas posibilidades, se abrió, por primera vez, a un verdadero campeonato mundial por países, un certamen que echó por tierra cualquier diferencia entre los salarios de sus jugadores y dejó, sin distinciones entre profesionales y «aficionados», que estos se enfrenta- sen bajo el único rasero de sus múltiples talentos y deseos de ganar. El equipo representativo de la nación cubana asistió, de más está decirlo, terriblemente simplificado. Para muchos compatriotas, esto resultó un insul- to, una injusticia, y una prueba más de las ventajas que disfrutan los negado- res de la complejidad. Para otros, fue el precio a pagar por la realización de un viejo sueño: el béisbol, al igual que el jazz y la democracia, salta fronteras y se expande por el mundo, disemina un mensaje de placer ante la incertidum- bre, enseña a tolerar esos contrarios que a menudo pisan nuestras bases, nos recuerda el valor indestructible de las metáforas y deja caer, como un regalo, el arte de la espera. Poco importa cuán sesgado asistiera nuestro equipo; para los cubanos es tiempo de esperanza; a fin de cuentas, y, a pesar de todo, hemos logrado mantener una excelente producción de jazzistas y peloteros; a lo mejor ya va siendo hora de pensar en una buena Constitución. Las catedrales de América encuentro274 encuentro A mi verde caimán, que duerme y sueña, ¿y muerde? P ara los que pisamos los umbrales del siglo xxi,la terrible advertencia rubendariana, «¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?», se ha ido convirtiendo, desde la centuria pasada, en una realidad contraria. Es decir, la lengua española, gracias a una suerte de conti- nuas y parece que irrefrenables migraciones, se ha ido extendiendo a otros ámbitos lingüísticos, pero, muy espe- cialmente, a Estados Unidos de América. Como conse- cuencia, la lengua de Cervantes se ha erigido, con una pujanza que alucinaría al poeta nicaragüense, en el códi- go lingüístico más extendido en el Nuevo Continente. Es, asimismo, y desde hace mucho tiempo, la lengua romance más hablada del mundo. No es de extrañar que una lengua tan expandida, no sólo en sus modalidades españolas, sino, también, y sobre todo, en sus modalidades hispanoamericanas, posea una variabilidad y riqueza extraordinarias. Cada país, cada región, cada comarca, cada ciudad, cada pueblo, cada aldea, cada edad histórica, cada siglo, cada generación, cada grupo etario, cada segmento sociocultural, cada sexo, cada oficio, cada profesión, cada estamento, nos adentra en el fascinante y maravilloso mundo de aquel dia- lecto medieval surgido en tierra de castillos —Castilla— devenido lengua de tantos pueblos. Como en todas las lenguas, en la española existen tres tipos fundamentales de variación: a]La variacióntemporal —llamada diacrónica—, porque las lenguas y sus variacio- nes dialectales cambian con el decurso del tiempo; así, hay evidentes diferencias entre el habla de las diversas genera- ciones que conviven en la sociedad, y muchas más si com- paramos el habla de un siglo o de una época con la de otros; b] la variaciónregional —conocida como diatópica —, Coordenadas delespañoldeCuba Luis Roberto Choy López275 referida a las diferencias, especialmente notables en el léxico y la pronuncia- ción, entre las distintas regiones donde se habla una misma lengua; c]la variaciónsocial—denominada diastrática—, pues el tipo de sociedad, con sus diversos niveles y grupos socioculturales, se refleja en los hábitos lingüísticos de sus hablantes. 1. coordenadas del español hablado en cuba Trataré de ubicar el español de Cuba, dentro del enorme ámbito hispánico, valiéndome de los ejes temporal, regional y social, de modo que queden con- figuradas las coordenadas que lo definen. 1.1. El eje temporal (variación diacrónica) La historia del español de Cuba se inicia precisamente cuando comienza la más espectacular experiencia demográfica y lingüística de los tiempos moder- nos: la llegada al continente americano de grupos europeos —conquistadores y colonizadores transformados muchas veces en esclavistas— y, luego, africanos —convertidos en sus esclavos—. Entre la lengua y la sociedad se establecen vínculos muy estrechos y la historia del español de Cuba refleja, por tanto, el devenir de una sociedad favorecida, de manera preeminente, por condiciones geográficas e históricas excepcionales. A continuación, esbozo una periodización de la historia del español de Cuba, que tiene, por la carencia de suficientes estudios diacrónicos cubanos, un carácter provisional 1 . I]La KOINEIZACIÓN (1492-1762) Como consecuencia de que la Corriente del Golfo era el recorrido ideal para los viajes de América a Europa, una ciudad americana fue escogida o «inventada» para que en su puerto, por donde pasaba esa corriente, se reuniera la flota que dos veces al año cargaría con las fabulosas riquezas americanas hacia la metrópoli española. Esta ciudad fue San Cristóbal de La Habana, la cual, desde mediados del siglo xvi, cambió su vida de villa marginal y olvidada, y con ella la de las restantes villas del país. La Habana, y en cierto sentido toda la Isla, se convirtió en crisol donde se fundieron diversas razas, culturas, artes, tradiciones, «buenas» y «malas» costumbres; pero, en especial, al igual que otras regiones americanas, en confluencia de muy diversas maneras de hablar la lengua española. En un primer perí- odo, la convivencia y mezcla de nativos con europeos y, más tarde, con afri- canos, dio lugar a una sociedad que nacía mestiza, a pesar de las insalva- bles barreras raciales de entonces. Los nacidos en el país, mestizados o no, comenzaron a denominarse criollos. Asimismo, la coexistencia de diferen- tes dialectos hispánicos —andaluz, castellano, murciano, extremeño, cana- rio— en un mismo territorio, en el cual recibían también la influencia secundaria de lenguas indoamericanas y africanas, dio lugar a un proceso lingüístico de intercambio, selección y simplificación de rasgos dialectales Coordenadas del español de Cuba encuentroque posibilitaría la aparición de una lengua común, diferente a los dialec- tos que la habían originado: la koiné 2 cubana. Esta primera etapa, de for- mación, estabilización y consolidación de la koiné, que en Cuba se extiende aproximadamente desde 1492 a 1762, la hemos denominado koineización. Uno de sus rasgos es la fuerte influencia que, en líneas generales, ejercen en la koiné los dialectos meridionales hispánicos, con predominio del anda- luz, en un primer y breve lapso, y del canario, en una etapa posterior y más prolongada. En este período, la capacidad de expresarse adecuadamente en la koinécubana —el habla del país— se erige como el rasgo más caracte- rizador de los criollos cubanos, independientemente de su origen euro- peo, africano o indoamericano. Como dato curioso, podríamos añadir que es durante esta etapa —específicamente a partir de la segunda mitad del siglo xvi — cuando el nombre de Cuba, que había contendido desde un principio con el de la Fernandina, se impone tanto en la lengua hablada como en la escrita 3 . II]La ESTANDARIZACIÓN (1763-1898) El segundo período, que abarca poco más o menos de 1763 a 1898, se caracteriza, desde el punto de vista del crecimiento demográfico, por la entrada masiva —en proporciones inusitadas— de dos grupos humanos principales: africanos y españoles. Coincide, en líneas generales, con el cambio de dirección operado en la economía cubana hacia una produc- ción azucarera de base plantacional, lo cual provocó una necesidad impe- riosa de mano de obra esclava. El gran desarrollo socioeconómico de estos años posibilita la creación de centros de estudios e instituciones que propa- gan, como modelo de corrección idiomática, el habla centro-norteña penin- sular —con sus eses, jotasy zetas—. Este período,que hemos llamadoestanda- rización, no pudo borrar los rasgos más característicos de la koinécubana, sobre todo en los grupos menos favorecidos socioeconómica y culturalmen- te. Sin embargo, de manera general, se restituyeron eses , volvieron a distin- guirse en gran medida las consonantes /r/ y /l/, desapareció, en la mayor parte del país, el voseo—el uso del pronombre vosen lugar de tú— y, en general, el vocabulario se enriqueció gracias a los avances educativos. III]La INDEPENDIZACIÓN (1899-presente) El último período, laindependización, que se extiende, de manera aproxi- mada, de 1899 al presente, se identifica por la sustitución del ideal modéli- co centro-norteño peninsular por pautas de carácter nacional. Desde el punto de vista demográfico, el crecimiento poblacional se fundamenta ahora en la reproducción autogenerativa de la sociedad, aunque no cesa el flujo de inmigrantes, mayoritariamente españoles, en la primera parte del siglo. En el subperíodo inicial, que llega hasta 1958, a pesar de la presen- cia de intereses foráneos, la variación regional y social del lenguaje está claramente definida sobre la base de una identidad lingüística nacional. En consecuencia, hay un afán, tanto en las artes como en la literatura, de Luis Roberto Choy López 276 encuentro277 destacar «lo cubano» a través de una búsqueda de elementos autóctonos, muchas veces indocubanos o africanos. La influencia del modo de vida de Estados Unidos en el país —the American way of life— también tiene su repercusión lingüística, particularmente en el léxico de algunos sectores de la sociedad. Seguidamente, la subetapa iniciada en 1959 se distingue en sus primeras décadas por el aislamiento y distanciamiento, desde el punto de vista lingüístico, con respecto al resto de los países de habla española, y, al mismo tiempo, por la disminución de la influencia ejercida por el inglés estadounidense en el léxico de una élite extranjerizante. El movimiento migratorio invierte su dirección: desde Cuba hacia otros países. El español de Cuba sufre, a partir de entonces, un proceso de popularización, como consecuencia de la intensificación del transvase de elementos del habla popular o marginal al habla de los estratos más escolarizados. Al mismo tiempo, elementos del habla culta y especializada, como resultado de la extensión de la educación, pasan al habla común. Todo esto, sumado a las intensas migraciones internas y al monolitismo político e ideológico de las instituciones y de los medios de comunicación masiva, provoca una ten- dencia a la homogeneización lingüística y al desvanecimiento de la varia- ción regional y social de la lengua. 1.2. El eje regional (variación diatópica) El español que hablan los cubanos comparte con el de otras regiones, hispanoa- mericanas y españolas, rasgos generales en oposición al español hablado en la zona centro-norteña de España: seseo (confusión de zy s), yeísmo (confusión de ll y y), desaparición del pronombre vosotros, etc. Su mayor comunidad queda esta- blecida con las regiones llanas o costeras de Hispanoamérica, también con Anda- lucía y, sobre todo, con las islas Canarias, regiones con las que coincide en el debilitamiento de las consonantes finales de sílaba. Esta comunidad de rasgos es especialmente evidente cuando nos detenemos en el Caribe hispánico, del cual forma parte. Además, existe una clara variación geográfica interna en el español hablado en Cuba. Hasta los no especialistas son capaces de percibir diferencias, sobre todo entre el léxico y la pronunciación —incluida la entonación— de los hablantes de distintas regiones cubanas. Son conocidas entre los cubanos las variadas palabras que pueden designar una misma realidad de acuerdo con las regiones del país: (h)ayaca, (h)anyaca, tayuyo, tamal; balde, cubo; tostón, plátano a puñetazos, chatino, tachino. En la fonética, si bien existen rasgos generales a todo el país, como la articulación débil de la jota, la nitidez de nuestras vocales o su fácil nasalización, las aspiraciones u omisiones de /s/ finales de sílaba —en particular finales de palabra— y en general la debilidad de nuestras consonantes finales de sílaba, algunos rasgos particularizan nuestras diversas regiones. En la división en zonas dialectales que aparece a continuación, tomé como base el habla de las dieciséis principales ciudades del país, escogidas por haber cumplido uno de los siguientes requisitos: ser una de las primeras siete villas fundadas en el siglo xvi, ser una de las ciudades de mayor población del país, o estar entre las trece capitales actuales de provincia 4 . Los datos que se Coordenadas del español de Cuba encuentroNext >