< PreviousBrahms, el Tiziano. Yo pienso en mi propia obra, en la obra última de Ponce, de Picasso, del mismo Carlos, aunque no era un viejo cuando dejó de existir. Existe cierta rabia, cierta virulencia técnica, sea en las palabras para los escritores, o en el dibujo y color para los pintores… Pienso en los últimos autorretratos de Rembrandt, en las pinturas negras del viejo Goya, las últimas novelas de Faulkner; es como si en estas obras mandaras al cara- jo al mundo y le mentaras la madre a la muerte. a.a. Enrique, y de tu obra como escritor ¿qué me...? e.l.r. Nada, otros han escrito y escribirán. El tiempo dirá lo que va a quedar. De muy joven, descubrí a Quevedo, el prosista. Él ha sido mi maestro. Después vinieron otros maestros: Ramón Gómez de la Serna y Valle Inclán. Encuentro coincidencias de estilo, de visión del mundo con Faulkner, con el Joyce de Ulises , con la última obra de Virginia Woolf y, en las Américas, con el primer Onetti, con la novelística de mi amigo Marechal…, en fin, la lista es larga. a.a. ¿Y Kafka? e.l.r. Muchacho, si Kafka hubiera nacido en Cuba, no fuera más que un escritor costumbrista. Sobre todo, después de la desgracia del 59… a.a. Enrique, seamos honestos sobre política, tú y yo hemos hablado de… e.l.r. Sobrino, esto queda entre tú y yo… si quieres lo usas después de mi partida. Por años me negaron la entrada en este país debido a mi breve membresía en el Partido Socialista Popular, que era el partido comunista en Cuba. Me hice miembro durante la guerra. Era el apogeo del Frente Popular y el antifascismo. Además, coño, la pérdida de España nos había dolido a todos, los comunistas y los no. Neruda fue a Cuba y nos fuimos a dar unos tragos y él me dijo que me hiciera miembro, que mucho me iban a ayudar como escritor. Nos emborrachamos y fuimos y me inscribí. Des- pués, lo celebramos con Nicolás Guillén y Félix Pita Rodríguez. Los únicos que me dijeron que estaba comiendo mierda fueron Ponce y Pepe Gómez Sicre. Cuando llegó Fidel, yo ya estaba fuera. Neruda visitó la Isla poco después del triunfo, y como él había sido estalinista, me aseguró que Fidel era la reencarnación tropical del georgiano. Pablo estuvo claro… bueno, ya, apaga esa maquinita y vamos a ver si Cheché nos cuela un cafecito. Alejandro Anreus / Enrique Labrador Ruiz 68 entrevistas encuentro69 encuentro E n los años 90, la revista NEW YORKER recomendaba a los estadounidenses que viajaran a La Habana, una visita especial al único graduado de la Universidad de Harvard que quedaba en la Isla. Esa rara avis se llamaba José Rodríguez Feo. Por supuesto, muchos cumplían al pie de la letra la recomendación, y no quedaban decep- cionados, pues el personaje que les tocaba conocer tras- cendía cualquier descripción. Aquel hombrecito delgado, canoso, con una mirada entre pícara, crítica y mondaine, hacía gala de un inglés perfecto, y podía hablar durante horas de cualquier tema, desde Wallace Stevens, T. S. Eliot, Cernuda o Lawrence Sterne, hasta la descripción de intrincadas jugadas beisboleras, pasando por las más recientes películas de Hollywood o el último chisme del barrio. Lo que intrigaba a visitantes o amigos era la razón por la cual Pepe vivía en la más absoluta sencillez, rayana en el minimalismo. Bastaba llegar a su apartamento, en la misma intersección de las calles N y 27, para patentizarlo: la salita minúscula, un cuartico con dos camas individuales y un balconcito que se abría a los rumores de la vecindad, especialmente la cola interminable de la ruta 2, que tenía allí su parada «de cabecera». Allí, entre unos cuantos libros, una exigua colección de películas en video, y un par de cuadros de maestros cubanos, único remanente de una impresionante colección que donó al Gobierno, rega- ló, o, cuando la situación económica le obligó, entregó a una usurera neoyorquina que lucraba (y lucra aún) enga- ñando a los intelectuales de la Isla, disfrazada de «amiga de Cuba», para que los vendiese. Allí, Pepe había estable- cido su reino, su castillo minúsculo, como soberano en aquel espacio lleno de fantasmas, especialmente el de Vir- gilio Piñera, que vivió en el apartamento contiguo. ¡Cuán- ta diferencia con aquel suntuoso penthousede las calles 23 y 26, decorado con un mural de Portocarrero, donde, Jesús Vega Undestinoimprevisible ElvalordePepeRodríguezFeosegún afirman los que le visitaron allí, recibía dentro de una especie de museo encristalado, con magníficas vistas panorámicas de La Habana! ¿Por qué Pepe decidió renunciar a todo aquello, incluso a «su Vermont», para refugiarse en aquella especie de cubil, de garçonnière, a ver su vida pasar? Pepe lo había visto todo, lo había probado todo. Sólo hay que leer su corres- pondencia con José Lezama Lima para apreciar sus múltiples viajes y contac- tos durante los años 40 y 50, que en buena medida comunicaron el aliento universal a la revista Orígenes. Sólo un desapego ilimitado y una profunda generosidad, junto a un supre- mo cansancio de la vida holgada, pueden haberlo impulsado a esa decisión. En la entrevista «El arte de prescindir»(cuyo título despertó tantas sospechas al oscuro burócrata cultural responsable de su publicación, que interrumpió el proceso de impresión de la revista hasta leerla cuidadosamente, y compro- bar su total asepsia en materia de «diversionismo ideológico»), aseguró que fue la visión de la pobreza, la ignorancia y el oscurantismo del campesinado que lo impresionó durante su participación en la Campaña de Alfabetización de 1961. Ese es, quizá, el punto de partida de su «toma de conciencia». Toma de conciencia que fue transformándose, con el tiempo, en una filosofía del desasimiento: «Para mí prescindir de todo es un gran lujo. Siempre he dicho que mientras menos posesiones uno tenga —y eso no es nuevo, porque lo proclaman las filosofías más antiguas, las orientales—, mientras menos posee- mos, somos más felices. En parte, porque si lo pierdes todo, nada puede afec- tarte. Y, en segundo lugar, porque si vivimos pendientes de cosas materiales, es decir, un radio, un televisor, una camisa o un pantalón nuevo, se subordina la vida a cosas demasiado superficiales...» 1 . Por supuesto, no hay que confundir ese punto de vista con un «despertar político». Pepe, al igual que otros intelectuales de su época, experimentó y sufrió el terror de las «cacerías de brujas» a consecuencia del tristemente céle- bre «caso Padilla», que marcó el crepúsculo de las simpatías hacia el régimen, mitigadas ya por otros hechos de represión menos conocidos, pero tan bochornosos o más. Por su homosexualidad, también fue vetado durante largo tiempo de las listas oficiales de la uneac, independientemente de su labor como editor, crítico y autor de las mejores antologías de cuentos que se han publicado en la historia del libro en Cuba 2 . Esa terrible experiencia dio un viraje total a su forma de pensar, y exacerbó su genio crítico, su iconoclas- tia y su oposición, en ocasiones velada, y en otras más que directa, a la auto- cracia, la burocracia, y la doble moral. Como tantos otros intelectuales en desgracia, Pepe se vio condenado a «vegetar». Pero, gracias a su conocimiento del mundo, supo sacar provecho de esa hibernación forzosa y establecer un régimen de vida que le siguió hasta el fin: edición en casa, almorzar o comer fuera, ir a la Cinemateca, o a cual- quier sala cinematográfica donde pudiera ver una película atrayente, leer, y escuchar su música, jugar canasta y charlar hasta el desmayo con sus amigos. Cuando, a finales de los 80 y principios de los 90, se llevó a cabo un proce- so de «rehabilitación» de los «apestados» del Quinquenio Gris, Pepe resurgió Jesús Vega 70 encuentro71 fresco, sin rencores, amante de la vida y de sus más mínimas gratificaciones. Y en un gesto de extraordinaria generosidad, donó lo mejor de sus libros para volver a organizar una biblioteca en la uneac, sustituta de aquella que cerraran «por reformas» en los 70. En aquel modesto local, los jóvenes ansiosos de conoci- mientos encontraron un verdadero tesoro, pero, también, «la biblioteca de Pepe» sirvió de tribuna para disidentes de la uneac , como María Elena Cruz Varela, Jorge Pomar, Manuel Díaz Martínez o Manuel Vázquez Portal, quienes dejaban allí sus cartas plenas de diatribas contra la burocracia de la institución, las cuales se pasaban de un miembro a otro, disfrazadas dentro de las páginas de una revista o un libro voluminoso, a resguardo de cualquier mirada indiscreta. Aquella biblioteca se transformó en su criatura, en su segundo reino, pre- cedida sólo por «la cuevita» de 27 y N. Allí llegaba a las diez, «despachaba» con sus amigos los chismes más recientes, matizados de sátira política, que ni siquiera se interrumpían ante la presencia de algún «chivato» notorio, o del mismísimo presidente de la uneac. Pepe era respetado, no sólo por su perso- nalidad o sus boutades, sino, también, por la valentía al expresar sus puntos de vista. Luego, se deleitaba con el exiguo «almuercito» que ofrecía la uneac, y, finalmente, regresaba a su casa a eso de las dos, para su «siesta», que nada ni nadie podía interrumpir. Y allí permaneció hasta que el cáncer le impidió actividad alguna, e incluso entonces, mientras pudo, se mantuvo al tanto de su funcionamiento, dando órdenes estrictas por teléfono. Puedo asegurar que los últimos años de Pepe fueron sosegados, dedicados a los placeres mínimos de la música por cmbf, Radio Musical Nacional, algún que otro amigo extranjero con nuevos aires y noticias, los ciclos de películas de la Cinemateca, la relectura de los clásicos ingleses, norteamericanos y espa- ñoles, así como los deleites ocasionales de algún que otro restaurante en dóla- res, invitado por la generosidad foránea; o la fruición del menú diario de boniato con arroz y frijoles (o arroz con frijoles y boniato, para variar) servido en bandejas metálicas y cucharas retorcidas del comedor de la uneac . Tales gratificaciones resultaron suficientes para contrarrestar los sufri- mientos de su enfermedad, y horrores como el de la preparación de su cadá- ver en la funeraria, cuando Cecilita, su enfermera, y yo, tuvimos que oponer- nos casi violentamente a que le cosieran la boca entreabierta con una lezna mohosa de cuatro pulgadas que ensartaba un hilo de yute. O como cuando decidieron velarlo en el piso «de los dirigentes» de la funeraria de 17 y K, y hubo que esperar horas y horas hasta que el ascensor pudo funcionar, en una escena digna de La muerte de un burócrata , de Tomás Gutiérrez Alea, quien fue también, en su momento, otra víctima de la desidia del régimen. Pero Pepe se las ingenió para urdir una última y feliz coincidencia que mitigara brevemen- te la tristeza. En medio del dolor y el silencio de quienes asistimos a su fune- ral, una noticia corrió en voz baja por toda la sala, traída y llevada por el heraldo Reynaldo [González]: «Se acaba de escapar de la Isla Alina Fernán- dez, la hija de....». Un chisme que habría deleitado sobremanera a aquel hom- brecito quien acostumbraba decir a manera de saludo, a todo amigo que lo llamaba por teléfono: «Niño, ¿qué noticias hay?». Un destino imprevisible encuentroLamentablemente, ya Pepe no está en Vermont ni en La Habana, destino alternativo que eligió por un azaroso golpe de dados. ¿Qué le hizo renunciar a la paz de esas colinas y esos bosques, y cambiarlos por el bullicio de una calle del Vedado? Las respuestas que dio a este interrogante no la descubren totalmente. Tampoco aparecieron entre los papeles que dejó, pues las codicia- das memorias con las que amenazó a muchos, no llegó a hacerlas, por pura pereza. Sin embargo, además de su presencia patente en Mi correspondencia con José Lezama y Secretaries of the Moon 3 , sus obras maestras epistolares, quedan en el recuerdo de quienes tuvimos la bendición de conocerlo expresiones como ésta: «Lo único que le pido a Dios, si es que existe, es que me deje vivir lo suficiente para ver el final de esto...». Entre sus muchas virtudes (a las cuales no ensombrecen para nada defectos que otros quieran imputarle) están, junto a su desapego proverbial y su genero- sidad sin límites, su valentía y el coraje de enfrentar un destino imprevisible. Jesús Vega 72 encuentro 1Rodríguez Feo, José; «José Rodríguez Feo: el arte de prescin- dir»; en Revolución y Cultura; n.º 5, La Habana, 1991, pp. 4-9. 2 Cuentos norteamericanos (1964),Cuentos ingleses (1965),Cuentos de horror y de misterio(1967) yCuen- tos rusos (1968) . 3Rodríguez Feo, José; Mi correspondencia con José Lezama Lima; Ediciones Unión, La Habana, 1989. Secretaries of the Moon: The Letters of Wallace Ste- vens and Jose Rodriguez Feo; Duke University Press, 1987. NOTAS Lienzo sobre lienzo. Acrílico sobre lienzo, 63 x 118 pulg., 1993.S i existe un tema al cual le ha costado mucho ver la luz —o salir del armario, para emplear una expresión que, en este caso, resulta más que apropiada—, ha sido el del homosexualismo. Defendido como el último bas- tión de una sociedad tradicionalmente machista, como ha sido la cubana, estuvo condenado durante varios siglos a un rechazo, una afrenta y un silencio que se extendieron hasta hace menos de un par de décadas. Estamos hablando, pues, de prejuicios y formas de discriminación que datan de eta- pas anteriores y que no fueron inventados por la Revolución, pero que sus dirigentes no tuvieron reparos en asumir e institucionalizar, hasta llevarlos a sus manifestaciones más represivas y extremas. Eso no impidió que se produjeran en nuestra literatura algunos acerca- mientos a esa temática. El ángel de Sodoma, de Alfonso Hernández Catá, La vida manda, de Ofelia Rodríguez Acosta, y Hombres sin mujer, de Car- los Montenegro, y, más recientemente, las obras de Severo Sarduy y Reinal- do Arenas, son los ejemplos más conocidos y que más suelen citarse, aunque el inventario incluye, además, otros nombres que no deben soslayarse. Sin embargo, conviene apuntar que en muchos de esos casos el asunto homose- xual adolecía de una deficiencia: aparecía tratado de acuerdo a los patrones del discurso heterosexual. Una cuestión que Virgilio Piñera advirtió en 1955, en ese texto precursor que es su ensayo «Ballagas en persona». Es a partir de la segunda mitad de los 80 del siglo pasado, cuando tiene lugar un cambio en ese sentido, a través del ingreso en la escena literaria de autores como Roberto Uría, Pedro de Jesús, Norge Espinosa, Ena Lucía Portela, Nelson Simón, Jorge Ángel Pérez, Anna Lidia Vega Serova, José Félix León y Abel González Melo, entre otros. Paralelamente, en el terreno crítico se realizan los primeros intentos para establecer cuál ha sido la pre- sencia y la representación del homosexualismo en nuestra producción artís- tica y cultural. Resultado de ese esfuerzo, son los trabajos que han realiza- do en el terreno de la literatura investigadores como Víctor Fowler, Pedro Pérez Rivero, Jesús Jambrina y Rissel Parra, sin olvidar aportaciones hechas desde fuera de la Isla por Emilio Bejel, Marvin Leiner, Ian Lums- den, José Quiroga y Santiago Esteso Martínez. Todo esto hizo posible que en muy pocos años se haya acumulado una considerable bibliografía sobre esta temática, que contrasta, de modo nota- ble, con lo poco que se había publicado hasta entonces. La madurez y cali- 74 DOSSIER / literatura homoerótica encuentro Homosexualismoyliteratura Carlos Espinosa Domínguez75 dad de muchos de esos trabajos constituye, como bien ha señalado Jesús Jambrina, una muestra elocuente de la disposición analítica y la curiosidad cultural y filosófica de las nuevas generaciones, a las que corresponde un papel fundamental en este cambio de actitud y de percepción. Ello ha per- mitido, así, que el homosexualismo ocupe entre nosotros el espacio público para la discusión y el análisis que hasta ahora le había sido negado, paso esencial en la lucha contra la discriminación sexual y la homofobia. El dossier que Encuentro de la Cultura Cubaincluye en este número quiere contribuir a ello con un conjunto de textos críticos y ensayísticos que abordan, desde diferentes perspectivas, las relaciones entre homosexualis- mo y literatura. A ese bloque, hemos creído oportuno sumar una breve muestra de la poesía de temática gay y lesbiana que hoy se escribe tanto dentro como fuera de la Isla. En conjunto, este puñado de textos indican que, tras una larga historia de silencio y afrenta, los cubanos han empezado a comprender que el ser diferente es uno de los tantos derechos de los que hemos sido despojados. Homosexualismo y literatura DOSSIER / literatura homoerótica encuentro Naturaleza muerta #1 (Poison). Acrílico sobre lienzo, 71 x 71 pulg., 1992.P ara comenzar una reflexión sobre la nación cubana y las imágenes que a partir de ella se construyen de los cuerpos alienados, acaso se deba partir de la idea que propone Benedict Anderson, de que la nación es una «comunidad imaginada» que se establece como una especie de religión laica de la modernidad, debido al vacío producido por la caída de la religión como la visión dominante en el mundo occidental moderno 1 .A esta idea de Anderson, podríamos añadir que esa comunidad es imaginada como un cuerpo, el cuerpo de la nación, el cual, con frecuencia, se proyecta como el término positivo cuyo opuesto es el no cuerpo o la no sociedad, esto es, el cuerpo nacional aparece opuesto a la sociedad en total caos y decadencia, la cual, a la vez, se representa a menudo como un cuerpo heroico desintegrado que exige que se reúnan sus fragmentos en una unidad coherente. En otras palabras, el cuerpo heroico nacional promete redimir a la sociedad de su caos y de su heterogeneidad, y esta redención siempre se presenta como un constante acto de diferir la diferencia. Además, a esta idea del «cuerpo de la nación» habría que añadir que como los cuerpos, lejos de ser entes dados e inmutables, son en realidad imágenes cambiantes siempre llenas de significado, todo constructo corporal se constituye en el escenario de la lucha de diversos discursos en tensión, es decir, se constituye en el lugar donde se proyectan conflictos ideológicos de toda índole. Son precisamente las imágenes de los cuerpos los escenarios donde se proyectan luchas no solamente de raza, sino, también, de clase, de género y de nacionalidad. Es decir, en la imagen del cuerpo se dan cita ele- mentos de lo que pudiera llamarse lo político como tal. Me parece obvio, por la lectura de textos cubanos de los dos últimos siglos, que la noción de homosexualidad y homoerotismo se inscribe, por negación, en los modelos normativos de la narrativa nacional cubana. Tam- bién considero que, a pesar de los enormes esfuerzos por expulsar hacia lo exterior y abyecto los cuerpos extraños, o, precisamente, debido a tales esfuerzos, el fantasma de la homosexualidad y el simbolismo del cuerpo del homosexual ha amenazado por mucho tiempo al discurso nacional cubano. Debido a su abyección en las definiciones de la cubanidad, lo que podríamos llamar la «identidad homosexual» moderna se hace necesaria en la delinea- ción de los límites del discurso nacional. En este sentido, lo que es marginal 76 DOSSIER / literatura homoerótica encuentro Cuerpospeligrosos enunanacióndehéroes Emilio Bejel77 se hace necesario, ya que la homosexualidad, como una región abyecta en los márgenes del discurso nacional cubano, delimita y define tal discurso, marca sus bordes. Ésta es precisamente la razón por la cual la abyección de la homosexualidad pertenece al proceso de simbolización de la nación, y, como tal, puede regresar al mundo simbólico nacional con fuerza inusitada. El efecto desestabilizador de lo extraño explica, al menos parcialmente, la definición negativa que el homosexual ha recibido en las varias transforma- ciones del discurso nacional cubano, discurso que aspira a lograr coheren- cia en una sociedad profundamente heterogénea. Como todo campo discur- sivo, el del nacionalismo cubano contiene una contingencia estructural que asegura un permanente estado de inestabilidad. Este fantasma amenazador del cuerpo homosexual forma parte, por negación, del constructo del nacio- nalismo cubano moderno e, irónicamente, se erige en un elemento constitu- tivo de tal discurso debido precisamente a su papel negativo en la ecuación estructural del discurso dominante. Por tanto, la categoría de lo homose- xual, como las categorías de lo negro, lo proletario o lo femenino, puede ofrecer una posibilidad para una nueva perspectiva que apunte a la resigni- ficación de la nación cubana del presente y del porvenir. El cuerpo nacional cubano a menudo se representa en biografías de perso- najes ilustres o héroes valerosos y ejemplares que deben tomarse como mode- los de comportamiento, para de esta manera darle unidad «imaginaria» al cuerpo nacional 2 . Pero aquellos cuerpos que aparezcan en lo exterior de la noción de tal imagen heroica deberán ser rechazados del supuesto interior coherente del cuerpo del héroe. No obstante, propongo como hipótesis de tra- bajo que, al menos en nuestra época de globalización, tanto el papel estructu- ral de los cuerpos expulsados que se toman como peligrosos, como el de los cuerpos heroicos que sirven de modelo normativo, son, con frecuencia, ambi- guos y conflictivos y, a veces, intercambiables. Estar «afuera» o estar «aden- tro» del discurso nacional no es una condición totalizante o absoluta, sino que ésta es siempre porosa, conflictiva y problemática. Es precisamente en esta grieta constitutiva donde encontramos la posibilidad de resignificación. Tomemos como punto de partida de esta reflexión un ejemplo de la lite- ratura cubana. En la mitología nacional imaginaria de Cuba construida por José Lezama Lima, la figura de José Martí aparece como el héroe que fecun- da toda la historia de la nación. No sólo ciertas ideas martianas son motivos de la articulación de tal mitología, sino que, también, la imagen del cuerpo martiano surge aquí como acto simbólico de todo el constructo de la cuba- nía, es decir, como metáfora del cuerpo nacional. En su ensayo «La posibili- dad del espacio gnóstico americano» (1959), Lezama da una imagen de la muerte de Martí en el campo de batalla poco después de haber comenzado la última guerra de independencia de Cuba en 1895: «Vemos cómo [el cuer- po de Martí] ha sido arrastrado después de muerto bajo la lluvia, cómo al desplomarse el alazán algunos que lo vieron dicen que aún gemía, cómo ha sido enterrado y desenterrado, (...), cómo su cabeza separada del tronco, (...), ha sido mostrada a la entrada de la ciudad» 3 . La ciudad a la que se Cuerpos peligrosos en una nación de héroes DOSSIER / literatura homoerótica encuentroNext >