< Previousrefiere Lezama es Santiago de Cuba, usada aquí como metáfora que apoya la imagen del héroe rebelde, que mientras está en el bosque o en las monta- ñas no logra que su imagen se realice en la historia de su pueblo. La ciudad así concebida viene a ser la metáfora capaz de contener y desarrollar la imagen del héroe moderno, y de esta manera es la ciudad la que puede reali- zar históricamente las posibilidades épicas del país. Aquel quedaría sólo como potencia o promesa de futuro, si no fuera porque ese espacio gnóstico ilimitado de su imagen en el bosque se realizara en el espacio urbano. En esta mitología lezamiana, es de suma importancia que el héroe entre vivo o muerto en la ciudad, y por eso Lezama relaciona la figura de Martí con la Revolución Cubana de 1959, pues fue entonces, según esta mitología, que «El héroe entra [vivo] en la ciudad», en este caso se infiere que se trata de la figura heroica de Fidel Castro entrando no solamente en Santiago sino en la capital del país, La Habana 4 . Pero, a pesar de todas las implicaciones ideológicas de esta noción de la mitología lezamiana y de las aclaraciones necesarias de los cambios que sufrió la posición política de Lezama en cuanto a la Revolución del 59 5 , en esta oca- sión quisiera tomar otro derrotero. Lo que me interesa en estos momentos es, más bien, hacer hincapié en la metáfora del cuerpo martiano destrozado y disperso, como un cuerpo místico desarticulado que ha perdido su sentido de unidad al perder la cabeza que queda separada del tronco. La imagen no puede ser más sugestiva: el cuerpo nacional ha perdido su tino y su memoria y, por lo tanto, hay que recoger esos fragmentos dispersos y de alguna manera alcanzar la unidad y coherencia de ese cuerpo destrozado. Ante esta imagen quisiera proponer las siguientes preguntas para continuar esta reflexión: ¿cuáles son las características de este héroe que se quieren recuperar?, ¿a qué precio se va a lograr la recuperación de la coherencia del cuerpo heroico en relación con el cuerpo del supuesto traidor? Desde los comienzos de la historia cubana moderna, los líderes naciona- listas de Cuba han articulado discursos en los que ciertos cuerpos aparecen como extraños y peligrosos en contraste con la imagen de cuerpos heroicos. No sólo la imagen del cuerpo del héroe como un hombre viril, sino sus con- trapartidas discursivas, la del «hombre afeminado» y la de la «mujer hom- bruna», forman parte integral de la estructura simbólica nacional que los ciudadanos ideales deben de seguir o evitar según sea el caso 6 . Fue, precisamente, un poco antes y durante los difíciles años de las gue- rras de independencia de Cuba, que duraron gran parte de la segunda mitad del siglo xix , cuando aparecieron con más insistencia biografías que construían imágenes del héroe cubano ideal como viril, guerrero y sin temor al sacrificio por la patria. En este sentido, se distinguen los Cromitos cubanos 7 , una colección de biografías escritas por Manuel de la Cruz en 1892, en las cuales éste propone una especie de modelo normativo para la guerra, un modelo de conducta para el hombre guerrero que rechaza al hombre «poco viril», representado, según De la Cruz, por el poeta modernista cubano Julián del Casal, ya que éste no dedica su vida a la acción ni su pluma a Emilio Bejel 78 DOSSIER / literatura homoerótica encuentro79 seducir a las mujeres 8 . Este repudio por el hombre «poco viril» o «afeminado», así como el rechazo a la «mujer masculina», se construye en Cuba como una delineación de los límites del discurso nacionalista cubano: se trata de que el «hombre afeminado» y la «mujer hombruna» no deben pertenecer al cuerpo nacional. Ambos, sin embargo, están ahí, siempre, como fantasmas en ace- cho, ya que para definir qué es un ciudadano perfecto hay que, al menos, implicar qué queda fuera de la figura positiva del héroe-ciudadano. Para De la Cruz, el poeta Casal despliega un comportamiento patológico porque se distancia del «hombre de acción» que se dedica a la guerra y a la vida pública 9 , y debido también a que en sus escritos se nota «una falta de mujeres» 10 (muje- res en el sentido de objetos pasivos del deseo del hombre). De la Cruz pato- logiza el cuerpo de Casal porque lo percibe como el de un hombre casero que evita lo que se supone que es el espacio propio del «hombre viril»: la conquista de las mujeres, la guerra y la política 11 . El Casal propuesto por De la Cruz muestra un cuerpo débil y afeminado que trasgrede las normas de su género y de la heterosexualidad 12 . Los héroes articulados por De la Cruz poseen características de gran sentido épico, y en el Casal de De la Cruz, como señala la crítica Agnes Lugo-Ortiz, lo épico se desviriliza por un proceso de «afeminación» 13 . Éste es el primer contraste que quisiera señalar en este trabajo, es decir, las diferencias entre las imágenes corpóreas del Martí héroe destrozado en la guerra, imagen positiva que hay que recupe- rar, con la del Casal poeta extraño de cuerpo delicado, que se dedica a escribir una poesía sensual y afeminada que varios críticos y políticos cuba- nos han considerado como una amenaza para la nación 14 . Fue, sin embargo, Severo Sarduy, considerado por la crítica, y por él mismo, el sucesor del neobarroco de Lezama Lima, quien logró cambios más radicales tanto en la representación literaria de los cuerpos trasgresores como en la del héroe. En su primera novela altamente experimental, De donde son los cantantes(1967), Sarduy lanza un reto radical al concepto de historia lineal e «identidad nacional» 15 . Además, esta obra, entre otras cosas, es precisamente una parodia del cuerpo del héroe entrando en la ciu- dad de La Habana. En la tercera sección de esta novela, titulada «La entra- da de Cristo en La Habana», se narra, muy experimentalmente, una proce- sión de una figura de madera que parece un Cristo, que va de la parte oriental de la Isla hasta La Habana. A medida que la figura viaja de este a oeste, el material de la madera se corroe y finalmente se cae en pedazos. Esta desintegración ocurre mientras los personajes de Auxilio y Socorro, que pueden tomarse como representantes de la cultura negra en Cuba, son asesinados por helicópteros del Gobierno. A medida que la procesión se acerca a la capital, toda la Isla se convierte en una sociedad de consumo, con edificios elegantes y tiendas de self-service. Finalmente, la figura de Cristo llega a La Habana, y en ese mismo momento toda la ciudad se llena de nieve. Esta parodia delirante se refiere a la idea de que, a medida que la procesión se acerca a la capital, el origen de la nacionalidad se desintegra, convirtiéndose progresivamente en algo más extranjero, más consumista, Cuerpos peligrosos en una nación de héroes DOSSIER / literatura homoerótica encuentromás dominado por la cultura blanca y burguesa actual; en otras palabras, en una especie de preámbulo de la llamada cultura global posmoderna. Me parece que se trata de una parodia no sólo de la mitología nacional que pro- pone que la cubanía es más genuina en la parte oriental de la Isla que en La Habana, sino también de cualquier noción que implique que la cubanía está en algún lugar privilegiado como una esencia inmutable. «La entrada de Cristo en La Habana» también puede leerse como una imagen irónica del héroe Fidel Castro, quien, en los primeros días de enero de 1959, fue en una caravana de Oriente a La Habana en un dramático acto de victoria épica 16 . Es inevitable la comparación entre esta imagen presentada por Sarduy, del héroe entrando en la ciudad de La Habana y la de Martí destrozado en el campo de batalla en la mitología propuesta por Lezama que mencionamos anteriormente. Si Lezama insiste en que el cuerpo de Martí está destrozado por no haber podido entrar vivo y victorioso en el espacio urbano moderno, Sarduy se refiere, al menos en una de sus posibles lecturas, a que el cuerpo de Fidel llega destrozado a la capital habanera precisamente por haber entrado en el espacio urbano, ya que la ciudad se ha convertido en el espa- cio de la posmodernidad extranjerizante por excelencia, el espacio anti- heroico que deconstruye el metarrelato moderno de la mitología nacional. Me parece obvio que en Sarduy la ideología en la cual se proyectan estos cuerpos ha cambiado de tal manera en comparación con la de Lezama, que ya la problemática no se funda en una especie de destino providencial de la patria, ni en la relación entre el sujeto metafórico y la imagen como una suerte de ritmo universal, sino en una tematización de la representación, es decir, que se centra en el nexo entre el referente y su copia o, más bien, en la falta de referente. La realidad aparece así como una copia de una copia de una copia, en una circularidad sin fin. Hay en la escritura de Sarduy un constante juego de simulaciones que hacen de sus textos una ruptura radi- cal de los géneros literarios, y de sus cuerpos una ruptura radical de los roles sexuales. Es por eso que el cuerpo del reverso de lo heroico en Sarduy ya no es el del homosexual, el gay o la lesbiana, sino el de una especie de travesti queeren constante transformación y metamorfosis. Acaso el ejem- plo más dramático en este sentido sea el de su novela Cobra(1972) 17 , en donde se narra una serie de metamorfosis de un travesti parisino de los años 60. Este travesti, a veces, aparece, entre otras formas, como un enano, otras como un miembro de una secta de lamas tibetanos y, otras, como un turista hindú. Es el proceso de un cuerpo que apela al enmascara- miento y el camuflaje, lo cual le sirve para atacar o defenderse de situacio- nes difíciles. La tensión en la obra de Sarduy reside entre el original y su copia, y no entre el mundo y su trascendencia como en la de Lezama (al menos el de cierto Lezama anterior a Oppiano Licario) 18 . Lejos de una visión heroica de la nación y del mundo, hay en Sarduy una escritura sobre un cuerpo sin original, y, por lo tanto, en su textualidad se da una sustitu- ción del cuerpo del héroe por el de ese travesti en constante transformación y enmascaramiento. Emilio Bejel 80 DOSSIER / literatura homoerótica encuentro81 Pero, si se trata de resistencia homosexual politizada, no es Severo Sar- duy sino la obra y persona de Reinaldo Arenas el mayor regreso de lo repri- mido y la mayor salida del armario en la cultura cubana. Como se sabe, Reinaldo Arenas se suicidó en 1990 en la ciudad de Nueva York para evitar el alargamiento de las calamidades corporales y mentales del sida. En cuan- to a sus escritos, no sería exagerado decir que, en cierto sentido, conforman todos ellos una autobiografía que trata de construir un nuevo sujeto rebelde homosexual. Cuando se leen las páginas de Antes que anochezca 19 ,se nota, de inmediato, que el protagonista-narrador es un homosexual promiscuo extremadamente creador que ha sido perseguido por una sociedad y un sis- tema gubernamental que rechaza su comportamiento tanto político como sexual. Éste es el momento en que la imagen del cuerpo de Reinaldo se erige, por un lado, en el cuerpo del goce sensual, y, por otro, en lo que Foucault llama el cuerpo como sitio para la inscripción de la justicia estatal. Es así que el cuerpo de Reinaldo aparece como cuerpo gozoso y, a la vez, como cuerpo encarcelado y perseguido, desfigurado por su tradicional abyección. Ese cuerpo desfigurado de Arenas entra a la historia como la imagen de un homosexual promiscuo que ha tratado de adoptar simultáneamente la posición de traidor y de héroe. Se erige como traidor en relación con las figuras machistas tradicionales, y como héroe de una nueva visión de la nación que asimila las diferencias del deseo sexual. Se trata de una especie de cuerpo heroico de una épica del oprimido, una épica que es, irónicamen- te, una narración simultánea del héroe y del traidor. Los dos, héroe y trai- dor, se confunden y casi se borran los límites que nos impedían salirnos de nuestros moldes nacionales. Es así como podemos decir que en la encrucija- da entre el discurso moderno del nacionalismo y la fragmentación de la con- dición posmoderna, surge una imagen paradójica del cuerpo de la nación y del ciudadano ideal. Acaso desde esta inestabilidad discursiva se pueda repensar de manera fundamental una narrativa de la nación que permita imaginar las posibilidades mutuas entre lo nacional y otras formas contesta- tarias de identificación cultural. Cuerpos peligrosos en una nación de héroes DOSSIER / literatura homoerótica encuentro 1Anderson, Benedict; Imagined Communities: Reflec- tions on the Origin and Spread of Nationalism (edición revi- sada, la primera edición es de 1983); Verso, Londres, 1991. 2 Aunque en este trabajo me limitaré a unos pocos ejem- plos de la literatura cubana, también se podrían traer a colación monumentos, pinturas y toda clase de artefac- tos culturales para apoyar la idea de que el nacionalis- mo utiliza varios medios para construir el cuerpo de la nación basado en representaciones del cuerpo heroico. Para un análisis reciente de la representación de Martí en la plástica, véase el interesante artículo de Jorge Camacho, «La figura de José Martí en la plástica y la crí- tica de los años 80 y 90 en Cuba», en La página de José Martí, pp. 1- 11. 3 Lezama Lima, José; «La posibilidad en el espacio gnós- tico americano», en Imagen y posibilidad(edición de Ciro Bianchi Ross); Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1981, pp. 103-104. 4Íd., la idea lezamiana del mito del héroe entrando en la ciudad la analizo en las páginas 185-191 de mi libro José Lezama Lima, poeta de la imagen; Huerga & Fierro edito- res, Madrid, 1994. 5 Doy mi opinión sobre la posición política de Lezama en José Lezama Lima, poeta de la imagen; pp. 26-28. 6 Debo aclarar que, en esta ocasión, no amplío la discu- sión sobre la llamada «mujer hombruna» debido a que el presente trabajo se extendía demasiado. Para un estudio NOTAS Emilio Bejel 82 DOSSIER / literatura homoerótica encuentro del constructo de la «mujer hombruna», véanse los capí- tulos 1, 3, 10 y 12 de mi libro Gay Cuban Nation; The Uni- versity of Chicago Press, Chicago/Londres, 2001. 7 De la Cruz, Manuel; Cromitos cubanos (bocetos de auto- res hispano-americanos); Biblioteca «El Fígaro», Estableci- mientos Tipográficos «La Lucha», La Habana, 1892; edi- ción revisada con prólogo de Salvador Bueno; Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1975. 8 Para una discusión inteligente de este asunto, véase Lugo-Ortiz, Agnes I.; Identidades imaginadas: Biografía y nacionalidad en el horizonte de la guerra (Cuba 1860- 1898); Editorial de la Universidad de Puerto Rico, San Juan, 1999. Además, véase el excelente estudio de Oscar Montero sobre el erotismo en la obra de Julián del Casal, Erotismo y representación en Julián del Casal; Rodopi, Amsterdam, 1993. 9 Lugo-Ortiz; Identidades imaginadas; p. 217. 10 De la Cruz; Cromitos cubanos; p. 229. 11 Lugo-Ortiz; Identidades imaginadas ; pp. 217-219. 12 Íd., p. 222. 13 Íd., p. 224. 14 En este sentido, además de las críticas de Manuel de la Cruz, Oscar Montero discute en su libro las opiniones negati- vas de otros intelectuales cubanos contra Julián del Casal. Véase Montero; Erotismo y representación en Julián del Casal. 15Sarduy, Severo; De dónde son los cantantes; Editorial Joaquín Mortiz, México, 1967. Para un estudio de los conceptos de historia lineal e identidad nacional en Sar- duy, véase el capítulo siete de mi Gay Cuban Nation. 16 Para un brillante estudio sobre De dónde son los can- tantes, véase González Echevarría, Roberto; La ruta de Severo Sarduy; Ediciones del Norte, Hanover, N.H., 1987. 17Sarduy, Severo; Cobra; Editorial Sudamericana, Bue- nos Aires, 1972. 18 Lezama Lima, José; Oppiano Licario; Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1977. 19 Arenas, Reinaldo; Antes que anochezca (Autobiogra- fía); Tusquets Editores, Barcelona, 1992. Naturaleza muerta #10 (Ocio). Acrílico sobre lienzo, 71 x 71 pulg., 1993.83 I Admitir, en un espacio público, la presencia de una minoría es, aun cuando el propósito sea desacreditador, concederle un marco de visibilidad. Por ello, en Cuba, el manejo de los espacios de aparición pública suele ser cui- dadoso en tales gestos, y sólo a manera de excepción puede deslizarse en la prensa u otros mecanismos de rápida interacción social una discusión cen- trada alrededor de esas minorías. El término «grupúsculo» ha sido manipu- lado con insistencia en las últimas décadas para englobar esas alteridades que no pactan con el modelo humano que la Revolución ha preterido, y den- tro de ese ambiguo vocablo el homosexual se ha visto mezclado con otros sectores no adscritos a ese margen de representabilidad, desde el cual se miden los rostros y gestos que conforman una ya anquilosada iconografía que ha pasado, desde las sonrisas vivas del pueblo rebelde de los años 60, a los acomodos de una maquinaria propagandística que sigue apelando a los mismos cánones de representación, sin dilatar su arco de probabilidades, hasta tocar todo aquello que en un mundo como éste ha conseguido, cuando menos, la breve seguridad de saberse reconocible. La homogeneidad con la cual quiso representarse el conglomerado social de la nueva etapa que cono- ció Cuba a partir de 1959, confundió ese tiempo auroral con una estrechez para nada singularizadora, que olvidó activar, entre tantas libertades posi- bles, un modo de la sexualidad o el mero comportamiento que fueron rápi- damente coartados. No son pocos los historiadores o antropólogos que se sorprenden al reconocer que la Revolución Cubana, promotora de liberta- des ansiosamente procuradas, y concebida a sí misma como un horizonte utópico al fin palpable, haya reaccionado de modo tan lamentable al preten- der anular esos otros modos del ser, pasando del elogio a los barbudos que bajaban de la Sierra con largas melenas y collares de santajuana, a la perse- cución acérrima de los jóvenes que, dejando crecer sus cabellos, intentaban contaminarse diáfanamente con la explosión hippiede la misma época —un prejuicio que se mantendría hasta bien entrados los 80—. Y el asombro se redobla cuando se constata que pudo más la tradición machista y homofóbi- ca que las propias voluntades regeneradoras que supo asumir en otros órde- nes la Revolución. A partir de ello, el silencio veraz que consumía a los homosexuales de la Isla en el pasado prerrevolucionario se trocó en una DOSSIER / literatura homoerótica encuentro Historiarenelvacío Arte, gays y espacio social en Cuba Norge Espinosa Mendozadinámica también anuladora que, sin embargo, añadió otras fórmulas a su propósito. Las redadas, tan habituales en los años 50, se producían en ese margen de mutismo que desvelaba la casi omnipotencia del gesto represor y la fragilidad de aquellos sobre quienes caía su peso. La Revolución dictami- nó que el homosexualismo era un delito flagrante heredado de la podrida mentalidad capitalista —yo mismo, ahora, me sorprendo repitiendo consig- nas que se gritaron 40 años atrás—, y añadió un nefasto toque de publici- dad a la maniobra. El gay, que hasta ese entonces no aparecía sino como un ser deleznable, o de simpático esquematismo en la tradición de nuestro tea- tro bufo, figura amujerada y ridícula en su propia inofensividad, se convir- tió, entonces, en un ser que, además, portaba un gestusnegativo, que lo político descubría como actitud atentatoria. Por ello, las máximas expresio- nes de visibilidad que han conocido los homosexuales durante la Revolución han estado mezcladas, generalmente, a esas coyunturas en las cuales se les lleva a un espacio público para acusarlos, reducirlos a ese grupúsculo ofen- sivo del cual hablé, bajo oleadas de una opresión que analizaba esas con- ductas no desde los reclamos de un país que exigía a su Gobierno una lim- pieza moral, sino esencialmente política. Piénsese, para calibrar los matices del proceso, en las recogidas de las umap , durante los años 60, camufladas con los llamados al Servicio Militar Obligatorio, o la todavía estremecedora repulsa que, durante los días del Mariel, aplicaba una rápida ecuación cuyo inflexible resultado aritmético igualaba al homosexual con la mierda. En Conducta impropia, ese documental tan llevado, traído e incómodo, se incluye la imagen de un homosexual negro que recorre un largo tramo en busca de sus documentos o de su salida definitiva de la Isla. Atraviesa un camino flanqueado por cordones humanos, compuestos por una multitud enardecida que, justamente, grita a coro esa palabra: «mierda, mierda, mierda». Es el punto climático de esa tensión entre política y sexualidad que se lee de manera inversa, en forma invertida. Para seguir jugando con las palabras, «invertido, invertida», es otro viejo término con el cual el cubano ha señalado al gay desde hace no poco tiempo. Leemos una historia escrita en el recuerdo de esas imágenes invertidas, no en los libros más o menos invisibles donde ha querido borrarse la humillación que tantos padecieron. Las expectativas desatadas por los albores revolucionarios, sin embargo, fueron compartidas también por los homosexuales, en los primeros días, con el mismo fervor que manifestaron tantos, fueran cuales fueran sus pre- ferencias eróticas. Un testimoniante afirma que la Revolución lo hizo sentir- se persona, le otorgó un rango diferenciador de la sombra en la cual debió moverse hasta ese instante, confió en sus cualidades para convertirlo en alguien útil, y no valdría desestimar aquí esa profesión de fe. Si ello fue cierto, también acabó siéndolo el ademán negador que devolvió a esas mis- mas personas a una sombra de resonancias ideológicas y políticas, cometien- do un error del cual se sigue hablando en términos demasiado generales, sin ofrecer los detalles que tal vez nos animarían de modo contundente a impe- dir el retorno de esas estrategias castradoras. Las actas del I Congreso de Norge Espinosa Mendoza 84 DOSSIER / literatura homoerótica encuentro85 Educación y Cultura, celebrado en 1971, han sido ampliamente revisadas por estudiosos extranjeros, y aun cubanos, como prueba de esa desconfian- za que animaba hacia el homosexual un rejuego de penumbras dispuesto a hacerle desaparecer en esas mismas tinieblas. La grisura de los años 70 alcanza, entonces, los matices de un gris que acabó transparentando al gay como figura social. En franco seguimiento a los postulados de las estrategias morales que también heredamos del Campo Socialista, y que hallaron perfecta empatía con las tradiciones homófobicas de las que ya nos enorgullecíamos estúpidamente en la Isla, el proceso apli- cado como vía para la erradicación del homosexual apelaba a su redención, a su conversión, a la rectificación de su pecado original. La parametración que sufrieron no pocas personas y personalidades de la época resultó eficaz durante esos años, y ese mecanismo de presión, supuestamente legal, cuyos orígenes parecieran estar prefigurados en la reticencia con la cual Leopoldo Ávila, el sospechoso articulista de la revista Verde Olivo, se manifestaba en contra de los poemas de José Triana o Antón Arrufat, transformó esos nom- bres en mutismo ahistórico: las glorias breves o intensas de no pocos se borraron para que la historia pudiese reescribirse sin la necesidad de men- cionarlos. El silencio fue el signo padecido por una amplia zona del pensar y el crear en cubano, y de homosexuales fueron tildados los miembros del grupo El Puente, rostros perversosen el perverso conglomerado que tam- bién devoró a un considerable número de artistas que todavía reciben las disculpas y rehabilitaciones con las que el país muestra su vergüenza ante ellos. Si desde 1988 el homosexualismo desaparece como delito en las actas de nuestra Constitución, no quiere ello decir que automáticamente ha sido disuelta esa presión. En Greek Popular Morality, Dover nos recuerda el abismo que puede existir entre la moralidad popular y la filosofía moral. El gay, en Cuba, sigue siendo, desde ese prisma de moralidad popular, un ser desvalido, una víctima fácil que continúa dependiendo de la indiferencia o la carga homofóbica que anima a los protagonistas de un accionar desde el poder: las redadas siguen produciéndose, y procurar alguna defensa legal contra esas u otras expresiones de represión es, cuando menos, impensable. Sobre todo, porque ello implicaría un forzoso coming outy la consecuente carga de publicidad, que bien puede suponerse negativa sobre aquel homo- sexual que no se contente con pagar una multa y seguir eligiendo el silencio ante esas maniobras detentadoras. Como buen país latino, en el cual el pri- mer insulto que dos personas cruzan en una pelea sigue siendo el de «mari- cón», el prejuicio implantado desde hace tanto tiempo (no se olvide que el único auto de fe que la Inquisición practicó en Cuba tuvo como víctimas a seis amujerados), pesa más que la letra de la Constitución y las expresiones de tolerancia de los más respetados líderes políticos del país, en las noches de esa otra ciudad desconocida que puede ser La Habana. Las más jóvenes generaciones aportan la nota esperanzadora. En su pri- mer número de 1997, la revista Habanera, editada por el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, presentaba una serie de datos extraídos de una Historiar en el vacío DOSSIER / literatura homoerótica encuentroencuesta desarrollada en 1994, sobre casi 400 jóvenes del centro, occidente y oriente de la Isla, por el Centro de Estudios sobre la Juventud, de la Unión de Jóvenes Comunistas. Seis de cada diez jóvenes consideraron «nor- mal» la relación entre parejas gays, sobre un resto que las tildó de desagra- dables. Un 42 por ciento no demoró en calificar a los gays de pervertidos y otras lindezas, aunque la mayoría restante les destacó cualidades como sen- sibilidad y disciplina, manifestando, además, que un reconocimiento legal a esas parejas les permitiría una mayor estabilidad de vida. Pero el aspecto legal, insisto, sigue siendo un costado herido en este aspecto, donde el silen- cio se afirma con reticencia casi absoluta, como manifiesta, de pasada, un testimonio incluido en el artículo. Los tópicos siguen desempeñando papeles preocupantes, si tenemos en cuenta que los principales oficios en los cua- les esos encuestados creen idónea la presencia homosexual repiten los lugares comunes ya resabidos: artistas, maquillistas, profesores de arte, modistos, et al. Y si el homosexualismo es el quinto escaño, ya no el prime- ro ni el tercero, entre las situaciones rechazadas socialmente, un dato también elocuente, lo ofrecía el hecho de que el veintitrés por ciento de los encuestados masculinos y el 7 por ciento de los femeninos optaba por la eliminación de esta clase de personas de la faz del planeta. Un año más tarde, la revista Temas dedicaba un número a la diversidad y diferencia de los núcleos sociales de la Isla y publicó un texto donde Natividad Gue- rrero, del Centro de Estudios que llevó a cabo la citada encuesta, subra- yaba algunos de estos datos y enfatizaba que los estudios desplegados no rebasaban el marco de experiencias empíricas, por lo cual se hace impres- cindible la sistematización de los talleres y seminarios que proponen una mirada desprejuiciada sobre el tema, de acuerdo con el Programa de Edu- cación Sexual que a fines de los 80 animaron en la Isla el doctor Celestino Álvarez Lajonchere y la doctora Mónica Krause. En aquel período, se publicaron libros sobre la sexualidad juvenil que incluían acápites acerca del homosexualismo desde una perspectiva tolerante. En una entrevista que le realizara la revista juvenil Alma Mater, a inicios de los 90, la Krau- se estimó en un tres por ciento la cantidad plausible de población gay en Cuba, cifra que caía sobre ese vacío de representabilidad histórica, y que escandalizó a varios lectores, asombrando a otros. El cierre abrupto de la bonanza económica que llegaba a Cuba desde la Europa del Este abroque- ló a la Isla en una preocupación de resistencia política que no sólo se manifestó en crisis editorial, de diálogos y ángulos analíticos, sino que, también, hizo desaparecer el tema de los espacios públicos que había ido conquistando tímidamente. Buena parte de los estudios desarrollados por el Centro Nacional de Educación Sexual permanecen como un banco de datos inédito, y sólo a fines de los 90 el tema ha regresado a algunos de esos escenarios en que prometía instalarse esperanzadoramente; entre ellos, la televisión, como parte de una oleada que permitió a los grupos de travestismo amateuraparecer en las fiestas populares que celebraban fechas revolucionarias. Norge Espinosa Mendoza 86 DOSSIER / literatura homoerótica encuentro87 No es hasta 1999 que aparece en Cuba todo un volumen dedicado al análi- sis, desde la perspectiva de las ciencias sociales, del homosexualismo como fenómeno. Si en obras anteriores el tema era discutido en capítulos o notas a pie de página, ahora, ya se ofrece un texto que propone una mirada de mayor apertura en sus análisis. El título del libro es Homosexualidad, homosexualis- mo y ética humanista, y aparece firmado por Felipe Pérez Cruz. Podría pen- sarse que se trata de un verdadero avance, si no se tuviera en cuenta que el libro en cuestión aparece aureolado de elementos que convierten el hecho en un paso de no muy seguro logro. Repitiendo la maniobra editorial que distan- ciaba a La maldición. Una historia del placer como conquista, de Víctor Fowler, de lo que podría ser su lector inmediato, el volumen nunca se ha comercializado en moneda nacional, y ni siquiera ha tenido un acto oficial de presentación, que fue convocado pero nunca consumado. Y si más allá de este o aquel dilema, el ensayo de Fowler consigue una coherencia que le concede un rango fundacional, el de Pérez Cruz es un libro incoherente, que apela a una máscara verbal, tras la cual su autor se contradice fervientemente, apelando a una mirada tolerante hacia los gays que choca constantemente con las friccio- nes que el cuerpo político de la nación sigue imponiéndole, cosa patente en sus consideraciones hacia el movimiento de liberación homosexual, que lo llevan a polarizar las acciones de éste desde el ángulo de enfrentamiento Cuba/ Estados Unidos. Es cierto que la derecha ha manipulado a su antojo la homofobia que la Revolución Cubana expresó en sucesos lamentables e innegables, haciéndo- la aparecer en mayor o menor tamaño como a la célebre mancha que el fantas- ma de Canterville dibuja noche tras noche, como una respuesta reactiva a las estrategias de cambio de un país que, al decir de uno de nuestros mejores inte- lectuales, suele rectificar sin reconocer que se ha equivocado. Pero no es menos cierto que este mismo libro, que propone una profilaxis que evite no sólo los motivos del prejuicio que sufre el homosexual en Cuba sino, además, «la lucha contra las causas del homosexualismo», lo que implica reducir a un número cero a ese mismo homosexual que dice defender, y que no hace un balance consciente y consecuente de los errores cometidos contra los derechos de esta minoría en la Isla de una manera orgánica ni exacta —ni siquiera dedi- ca un capítulo a los antecedentes de esa campaña «mejoradora»de la que se hace endeble bandera—, se deja arrastrar por los odios políticos de siempre al suscribir párrafos asombrosos, como éste, párrafo ejemplar en su lectura maniquea de las alteridades y puntos de enlace o desencuentro que, en lo cubano, el cuerpo político y erótico de la nación, a veces tan enlazables, a veces tan irreconciliables, han manipulado una y otra vez: Por demás, cuando cese el criminal bloqueo con el que se quiere destruir la nación cubana y se detenga la política agresiva de los Estados Unidos, que pretenden imponer la regresión hacia el capitalismo, los homosexuales cuba- nos, en tanto parte del pueblo comprometido con el proceso revolucionario, dejarán de sufrir material y espiritualmente la más represiva, discriminatoria y antihumana política que hoy existe en el planeta. 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