ʽCantos de concentraciónʼ, Calé Suárez, 2016

Es el talento que poseen los tigres para ver y concretar los fines de la caza, lo que los convierte en seres atractivos y letales. Calé Suárez (Manzanillo, 1980) es un paisano que posee el talento de los tigres. Sus cuadros no reproducen de manera tangencial aquello que sus ojos ven y su mente ataca, sino que intentan generar una presencia, una realidad que no se alcanza a descifrar en las fotos.

Calé siempre ha sido un outsider, un bellator que pinta en las mañana, y en las noches pincha de Popeye en los brutal’s almacenes de Office Depot. Ha sido y es autodidacta / autoentusiasta / y pinchador. Se graduó de professor en Artes Plásticas, en el otrora Pedagogical Institute Frank País, de Santiago de Cuba, en 2004. Ejerció dos años y abandonó las aulas para dedicarse a la pintura en las mañanas y vender comida por las calles en las tardes. El Magritte del caserío lo solía llamar en esos años, en que aún no se llamaba Calé y las obras del belga y de Max Ernst lo traían al pairo. Del primero le interesaba el uso doble de la imagen, los juegos de palabras y el dominio iconoclasta del humor. Del segundo, sobre todo su dibujo. Sin embargo, no es posible rastrear el surrealismo en su trabajo.

Desde Recitación en elogio de una reina (Santiago de Cuba, 2011), última expo personal realizada en Cuba antes de irse a la Mayama, su trabajo ha expresado cambios radicales; denota un ascenso verificable en el plano cualitativo. Recitación recibió generosas miradas de la crítica: José Veigas y Yanet Ortiz alertaron sobre el poderío de un muchacho que permanecía y permanece como un soldado desconocido. Aquella muestra era un homage a la Patrona de Cuba en el quinientos aniversario de su posible aparición por la bahía de Nipe. Los lienzos rompían con el formato tradicional para asumir la forma de la silueta de la virgen, no ya para reproducirla desde lo figurativo, según las maneras en que ha sido vista por diferentes culturas, sino para expresar en ese molde un concepto personal que hiciera visibles sus inquietudes, anhelos y cuestionamientos a la condición humana. Fue en esa serie donde vimos por primera vez en rol protagónico a su superhéroe: un pájaro moteado que nunca diría cuá cuá. Un pájaro tejido con tenedores que sólo atinaba a contemplar. Pájaro zen(sitivo). Pájaro mirón. En ese escenario casi luctuoso, conformado por grises y azules oscuros, podía entreverarse una luz, un espacio de anunciación. El símbolo (pájaro mirón) se convertía en un vínculo fantástico que entrelazaba los elementos materiales de las piezas, dando lugar a un relato dentro del relato general de la muestra. El pájaro se añadía a la materialidad del discurso como un valor estático. La composición que prevalecía en los lienzos revelaba cierta simpatía del autor por una suerte de neobarroco que el paso de los años ha ido borrando.

La mano de Calé, equiparable en calidad y precisión a la de Nolan Ryan, ha ido ganando en libertad y desenfado. Los años que lleva viviendo el sueño americano lo han encaminado hacia el borrado y la suplantación de un paisaje, de un imaginario. Los elementos que conformaban las piezas (palomas, cruces, sombras, luces, yerbas) se fueron simplificando y ahora uno se encuentra en las telas con dos o tres elementos a lo sumo, nunca más. Su dibujo no profundiza en la imitación o el calco de los objetos convocados, sino que deviene un gesto que capta y expresa la forma; esa prestancia de los trazos está apoyada por un uso más expansivo del color y se percibe un corrimiento hacia el fotorrealismo. Se pueden leer solapadas influenzas, no influencias, del magister Chuck Close y de uno de los killer’s más connotados del área en este momento, Jason de Graaf.

Una cultura asimilada por otra no es comodidad, no es un regalo; se llega allí a través de un proceso tropeloso y traumático. Se intenta desmontar el mecanismo de una técnica ya dominada para ver cómo está hecha y tomar de ella lo que pueda ser aprovechado con miras a crear una estética más sencilla y a la vez más compleja. Y esto es lo que encontramos: lienzos ejecutados con una técnica y destreza impecables. El sueño americano del hambre (Coca Cola, McDonald’s, la carita del vejete KFC, sopas de tomate Campbell’s, las donas, etc.) suplanta al delirio cubano del hambre (picadillos y hamburguesas de soya, fiambres, pollos fritos, tukolas, helados, etc). No creo que esa suplantación se dé a niveles que impliquen su preferencia a la hora de consumir estos o aquellos productos, sino que es el tachado por deslumbramiento ante la presencia y la tiranía visual que producen esos arcanos del hambre primermundista (diseño, empaque, calidad) sobre los arcanos del hambre tercermundista. Estas piezas de Calé más que una denuncia al consumismo natural que promueve y sustenta el capitalismo salvaje, revelan un homenaje a esos arcanos. La Coca Cola salvaje, las McDonald’s salvajes, las latas de sopas salvajes, y toda la mierdanga salvaje que sabe divina y nos gusta comer y beber, están en el centro de todas las problemáticas del hombre contemporáneo. De ahí que esta sumatoria de objetos sea portadora como la mirada de Calé, de un visible sentido de lo humano. Detrás de un manifiesto homenaje a Andy Warhol en la trilogía de piezas: El sueño de la libertad produce monstruos (2018), El nacimiento de Venus (2019), y Sobrevivientes (2019), donde puede observarse respectivamente a la Estatua de la Libertad extasiada, disfrutando de un baño de asiento impagable en una Sopa de tomate Campbell’s; renaciendo de un huevo normado (huevo de 15 o de 90 centavos) que corona una ofrenda de limones gringos (atendiendo a la textura, el tamaño y el color de estos), que simulan las laticas de limones que venden los borrachitos en cualquier esquina de Cuba por el valor de 5 o 10 cañitas, según la época del año; y una tercera, donde se observa a un batallón de pájaros aciagos que parados en el borde de una lata degustan la sopa de tomate, puede constatarse cómo la cultura gringa ha comenzado a ocupar territorios y a expandirse en la pensée de nuestro Popeye.

Pocos cuadros revelan al superhéroe de tenedores en acción, apenas en Rojo sol (2019), donde tres hambrientos malnacidos le abren un furo a un cartucho de Mac; en Big Mac (2019), donde una pandilla de cinco atracan una caja de ese producto; y en una de las piezas más contundentes de este proceso creativo en curso Cantos de concentración o La isla, donde un pelotón de pájaros volaos le meten mano a un hueso de vaca despojado de toda carne residual. Es esta la expresión de la miseria y el hambre total; del desasosiego y el todo por el todo.

El hiperrealismo de las imágenes contrasta con el fondo oscuro de las piezas, semejando una noche de infinita tribulación. Noche de los colmillos largos. Noche cubana. Se trata de acercarse al hecho pictórico con la tradición de mirar fijamente un objeto, de dejar caer el ojo en él hasta que esa cacería inmóvil se justifica. Hasta el día de hoy, Calé se ha mantenido trabajando fundamentalmente al óleo, aunque en el proceso de proyección y ejecución de las piezas utilice fotografías, juguetes, objetos industriales de uso doméstico y todo lo que sirva a la concreción eficaz de sus ideas. Llama la atención que ese cúmulo de lienzos terminados no hayan sido recogidos o documentados en catálogos de expos personales, sino que pasan automáticamente a las redes sociales donde son compartidos y participan de una interacción y circulación otra. Penetrar en el circuito del mercado del arte contemporáneo gringo es tarea de Sísifo –más si no eres Sísifo ni gringo.

De manera general, el pajarillo de Tormes que funge de superhéroe en las escenas calesianas, está siempre en una posición contemplativa, estática, desde un afuera, no se involucra, y da la sensación de que en ese proceso de continua simplificación que le va aplicando a su proceso creativo, Calé terminará por abolir la presencia de ese personaje mirón. Y uno de los ejemplos más notables es Papas fritas (2019), pieza donde se halla en primer plano un set de herramientas en un estuche de Mac. La pulcritud de la representación; el intento de reciclar ese envase destinado a un fin alimenticio para darle una utilidad otra (mecánica, motriz o de uso doméstico) permite entrever la búsqueda de otras formas de comunicación, otra conexión con los espectadores. Ese hiperrealismo de alta factura que desborda y signa su nueva línea de trabajo, le ha permitido participar como ilustrador de cubiertas en la colección de poesía de la Editorial Casa Vacía —Cantos de concentración, de Pablo De Cuba Soria y La noche del erizo, de María Elena Hernández Caballero (2018) y en la colección Deinós Poesía, de la Editorial Hypermedia —Marabú, de José Ramón Sánchez–. Varias de las piezas aquí comentadas fueron expuestas en la expo Our Latin Roots, realizada en el Bailey Hall, Broward College, FL (septiembre-octubre de 2019) y pueden ser vistas junto a una muestra más amplia, además de en las redes sociales del artista, en la revista CdeCuba Art Magazine en su número 26 de 2019.

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Admirar, gozar como forma, es precisamente la capacidad que tenemos de poder descifrar y compartir los signos. La dificultad y la belleza de este ciclo calesiano consisten, en que su pintura es una percepción tan pública y tan precisa del mundo en que vivimos, que apenas se parece a nada que ya hayamos visto.

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OSCAR CRUZ
Oscar Cruz (Santiago de Cuba, 1979). Poeta y editor. Licenciado en Historia. Por su obra poética ha merecido premios como el David 2006, el Pinos Nuevos 2009, La Gaceta de Cuba 2010 y el Wolsan-CubaPoesía 2012. Ha publicado los cuadernos Los malos inquilinos (Ediciones Unión, 2008), Las posesiones (Editorial Letras Cubanas, 2010), La Maestranza (Ediciones Unión, 2013). Tradujo, de Georges Bataille, El pequeño (Ediciones Santiago, 2011). Es coeditor de la revista literaria la noria.

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