Asumir probabilidades marcadas por el pálpito, se torna menester en casos de choque con la furia del sentimiento. Eso siempre hago, cuando delante del trabajo de Sebástian Pérez (Sebas), se me avalancha una sensación de ahogo por no saber definir un estado afectivo en mi ánimo.
Presumo que un algoritmo logrado por alguna deidad es responsable de concretar y definir los posicionamientos de cada ser en un espacio-tiempo determinado. Esta presunción me equipara los disparos, sabiendo a este muchacho un eje epocal, basado en el dogma de la captura, de la captura esencial como ontogenia en un proceso de creación masiva. Él es parte de una época donde ebullen los falsos relatos narcisistas, por eso transcurre como exégeta de una realidad factual, tácita, una realidad de iris membranoso y pupila enfocada. Sebas va imperceptible, llevándose en la SD de la cámara lo sustancioso de cada verdad conjugada en disímiles estados de vida y rigor. Es un retratista, pero uno de auras y espectros, uno que captura la narrativa divagante bajo la piel.
Se torna imposible enmarcarlo en una estética específica, él vuela por reinvenciones, acaricia la semilla de una idea o un instante y forja al gusto. No busca transgredir, ni consolidar, mucho menos trascender; pero como buena consecuencia de un flujo mayor, opone su energía en torrentes validando la Ley de Lenz en el espectro subjetivo de un creador. Con él no hay tacha ni afrenta a lo convencionalmente llamado arte, mas no lo asume, se sabe exento de escolástica y rigores, se halla pleno dentro de un ideal creativo, ese que nace en el segundo piso de un solar en Marqués González, Los Sitios.
Sebas determina la estética floreada, pero la hace tangencial a lo roído y marchito presentando dos polos que coexisten a la sazón de la belleza, siempre desligada de convencionalismos, pero cargada de alusiones e historias. Logra relatos visuales de mundos inmersos en corrientes de interioridad. Sabe cumplir con su papel, con su luz.
Se repite hasta el cansancio, no porque carezca de ideas o proyectos, sino porque asume esa estética como labor. Él no sabe si es artista, ni aspira siquiera a serlo. Sebas prefiere el reto que se impuso, o le impuso el azar. Le toca correr tras un lente aún más veloz que le huye todo el tiempo. No existe forma perecedera frente a su cámara, porque esta aspira al retrato de lo imposible.
¿Habré visto alguna vez obra más específica y definidora que los últimos retratos de Sebas? No sabría decir. Una amiga se nos va, un ciclo se cierra, una avalancha se viene sin nieve ni piedras a impactar contra una intimación, queda la lejanía de unos ojos que, concebidos para sernos omnipresentes, fueron muy importantes en lo justo de un momento. Ahora son una obra de concreción, son la discursiva de un relato visual que inunda el pecho de sentimientos. Así funciona la obra de Sebas, es pie de la nostalgia, por eso el blanco y negro y los grises, por eso la cercanía en el encuadre, por eso las composiciones formales, por eso lo enfático en los ojos. Dicen que hay en el rostro una puerta hacia el alma, Sebástian Pérez ha logrado abrirla.
El Concierto para Clarinete en La Mayor de Mozart, la marcha en el final de Finlandia de Sibelius, la sutileza del Agnus Dei From the Armed Man de Jenkins, la elegancia de The Dance of the Knights de Prokofiev y una buena rumba, sería mi definición musical de la obra de Sebas, pero él no conoce esos nombres, ni esas piezas, no son de su interés. Prefiere ser bueno, prefiere ser auténtico y labrarse su propia historia sobre experiencias, en la crudeza de un contexto. Si él quisiera darle una definición musical a su trabajo, esta sería en 4/4 y con el Yeyeyeye de Bad Bunny. El arte no amerita erudición ni excesos de cultura, sino una modulación perfecta de la interrelación entre artista-obra-público y las formas comunicativas del primero, para la forja de la segunda, previendo su posterior impacto en el tercero; ecuación que en la obra de Sebástian Pérez funciona diáfana e impetuosa.
Nunca me atreveré a llamarle artista a este muchacho que es un relator. Tiene una tarea sublime que al encerrarla en las jaulas de la Institución Arte cercenaría una historia y un propósito. Prefiero decirle amigo, a ese gordito buena gente que, con la nobleza de un pecho inmenso, va cámara en mano descubriendo la esencia oculta de un ente de facto contemporáneo, discurriendo en la dicotomía de ser o no ser artista, pero firmemente comprometido con su obra, pretendiendo lograrse como mejor obrero y persona.
Sebástian Pérez no es artista, es un discursor de savia y tiempo de la contextualidad de su gente y ciudad, un narrador. Aunque ya eso es arte, y más ahora que lo asume este texto, pero digámosle de otra forma, así no pierde el fervor, ni el misterio, ni la ingenuidad.
💓🫀
Acere suspiro porque, aunque siempre huyo del egotismo me hace felíz comprenderme cercano en la percepción de otro. Sí ese otro eres tu, un hermano, un amigo, entonces me vale muchísimo más la pena conocer como soy visto. No huyo de ser artista, pero prefiero que siga siendo poco lucído mi ego. No quiero dejar de emocionarme por lo hago, visualizar lo que voy a plasmar, como y porqué. Quiero que siga siento deshaogo de un ser lleno de carencias pero en post de disminuírlas, no de aumentarlas ni contaminar a otros. Prefiero la ingenuidad de un niño que no es artista, que no busca galerías para ser aplaudido ni conceptualizar en exceso para parecer más cool. No por que no me guste, sino porque es sólo un analgésico de mierda que pospone el crecimiento propio. Y lo final, quiero que siga siendo divertido acere. Te quiero mucho. Perdón por escribir tanto (aunque no sé) pero es la manera que encuentro de decirte gracias y también de mostrarte lo menos sólo que me he sentido leyendo esto. Gracias a ti y Rialta. (Corazon blanco)
Muy bonito .Sebas eres un gran fotógrafo saludos.
Muy bonito .Sebas eres un gran fotógrafo saludos.Sigue así..
No he tenido la suerte de conocer a Sebastián Pérez, tampoco he disfrutado más (de ¿su obra, su arte?) que lo que en este artículo aparece, pero me acerca tanto a su trabajo la forma en que Raymar lo presenta que me animo a dialogar un poco con el crítico a partir de sus propuestas.
Pocas veces he visto en esta aproximación a la obra de un artista más preguntas que respuestas. Eso es lo que hace Raymar Aguado al hablar de la obra del fotógrafo, su amigo, Sebastián Pérez. El crítico indaga en la vida y el «geito», en la obsesión sin propuesta deliberada por capturar. En estas palabras están las preguntas que nos pide responder(nos): “no sé definir mi estado de ánimo” “presumo que..” “… imposible enmarcarlo en una estética” “¿Habré visto una obra más específica y definidora…” Siento que el crítico se pregunta para obligarnos a cuestionar, para inquietarnos.
Raymar dice, para definir al indefinible Sebastian, «Él no sabe si es artista, ni aspira siquiera a serlo.» y yo pienso ¿no hay en la obsesión del artista algo de locura? De la misma manera que un demente vive en «su» realidad, en su mundo creado y re-creado, sin análisis, solo en el flujo de la mente, en la inquietud que lo mueve. El maniaco, el ofuscado no sabe que lo es, el artista tampoco, simplemente actúa y da rienda suelta a un impulso que no puede detener y si es auténtico, no obedece con bridas conceptuales ni estéticas.
En estas fotos de Sebastián veo un tratado de antropología, sin embargo el que está detrás del lente no es antropólogo; veo también a un contador de historias, “discursor de savias”, le llama Raymar ( de cada rostro se puede construir una novela), pero Sebastián no es escritor; hay también un cazador de almas en cada golpe al obturador, “ un relato visual que inunda el pecho de sentimientos” y con eso basta, para permanecer en la mente del observador, para que sea imposible olvidarlo al levantar la vista de la obra. También por eso el crítico nos obliga a preguntarnos si no será que el artista verdadero no lleva el aviso en la frente y se nota más en un mundo en el que tanto ego opaca el brillo de la obra, y se atreve a lanzar esta afirmación que no tiene cuestionamiento : “El arte no amerita erudición ni excesos de cultura, sino una modulación perfecta de la interrelación entre artista-obra-público y las formas comunicativas del primero, para la forja de la segunda, previendo su posterior impacto en el tercero; ecuación que en la obra de Sebstián Pérez funciona diáfana e impetuosa.” A mí solo me queda subrayar la última palabra.