Fotograma de 'Tár', Todd Fields dir., 2022
Fotograma de 'Tár', Todd Fields dir., 2022

Lydia Tár irrumpe en pantalla con furia de luminaria glam. Desde el primer acto, va demasiado lejos, rompe demasiados tabúes, es descaradamente incorrecta. Bowie se puso de rodillas para morder las cuerdas de la guitarra de Mick Ronson; Tár lame el piso por donde camina una violoncelista rusa que sigue a Mahler en YouTube, celebra el cumpleaños de Clara Zetkin y toca a Elgar como los bárbaros.

La chica desbanca a una solista menor que había esperado años por su momento, y en ella Tár encuentra la excusa para defender su idea de discriminación. Dentro del nuevo orden, anteponer el virtuosismo al victimismo es un delito castigado con el descrédito. Bowie dijo: “He played it left hand but made it too far”, refiriéndose a Ziggy, y lo mismo puede decirse de Tár.

La apoteosis del Maestro Tár (“¡Ahórrense llamarme maestra!”) sucede en una entrevista con el crítico Adam Gopnik, en ocasión de la temporada orquestal neoyorquina, a la que ha sido invitada para dirigir la obra de un músico blanco del canon eurocéntrico. Es la oportunidad de reafirmar su supremacía artística y sacar a pasear su ingenuidad política.

El mismo día había dado una clase en la escuela Juilliard, y en esos sagrados predios ocurre el inevitable encontronazo de Johann Sebastian Bach con los nuevos sans-culottes genéricos. Lydia defiende a Bach de los ataques de un militante insolente, aunque socialmente intocable, que sufre de inconformismo infeccioso y denuncia el barroco como el estilo del patriarcado cis.

Algún día, un nuevo Foucault hará la historia clínica de la revuelta woke y pondrá en claro el papel de la enfermedad en el ideario de la época. De cómo el virus de la virtud, en un ambiente revolucionario, consiguió trocar el rencor en hiperderecho de la canalla.

Estamos de nuevo ante la revolución viviente, y la película de Todd Fields es puro agitprop. La agitación de Lydia es ideológica, tal vez incidentalmente contrarrevolucionaria: la conmoción de quien ve cómo se le derrumban encima los pilares de la sociedad. Es lo que debió haber sentido Lecuona en 1960 a su llegada a Tampa como desterrado, o Gastón Baquero en 1959, al contemplar el féretro del Diario de la Marina llevado en hombros por una comitiva de jóvenes activistas encabezada por Guillermo Cabrera Infante.

Fotograma de 'Tár', Todd Fields dir., 2022
Fotograma de ‘Tár’, Todd Fields dir., 2022

Tár es una película de horror que retrata el momento en que se comete un crimen de lesa cultura. Después de ver la debacle en Juilliard, ya no podremos decir que no estábamos avisados: por Tár, por Todd y hasta por Claude Debussy, que en los ensayos del Señor Corchea había dicho: “L’enthousiasme du milieu me gâte un artiste, tant j’ai peur qu’il ne devienne par la suite que l’expression de son milieu”. (“El favor del entorno mima al artista, y me temo que, a causa de ello, el artista deviene mera expresión de su entorno”).

Tár enseña en su clase que un artista no puede ser nunca “mera expresión de su entorno”, y lo dice precisamente allí donde los sans-culottes acatan las demandas del entorno y se precian de hablar su mismo idioma. La respuesta del diletante, en representación del poder popular, es acusarla de “perra puta” y arrastrarla por el lodo. Ahora Tár es, a un tiempo, un Diamond Dog y la perra en calor de Tokischa. La promiscuidad social consiguió trastornar las jerarquías estéticas: Bach es transmutado en bachata.

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Lydia comete dos deslices canónicos: dejarse cautivar por una alumna con tendencias suicidas y pasarle por encima a su devota asistente, abocada al puesto de vicedirectora de la gran Filarmónica. En cualquier época, el despecho procrea calumnias y, ya metida en la camisa de fuerza, a Lydia le resultará imposible desenmarañarse de un hilo de mensajes de texto que revelan su favoritismo y su prepotencia.

Nietzsche señaló a César Borgia como prototipo de la Voluntad de Poder, pero no hay que olvidar que el sexo débil ha producido a Celias Sánchez, Janets Napolitano y Rosas Luxemburgo: la revolución feminista nunca nos prometió un jardín de rosas. En los años sesenta, la diversidad y el igualitarismo fueron comercializados como procesos progresivos de alcance ilimitado. Ahora entendemos que su fin último era la más mezquina transvaloración de todos los valores.

TÁR
Fotograma de ‘Tár’, Todd Fields dir., 2022

Hay una obra maestra de Apichatpong Weerasethakul que puede dar título alternativo a Tár: Syndromes and a Century. Sin llegar a reconocerlo, Lydia es un síntoma. Contagiada de su época, cae fulminada, su virtud y sus fuerzas reducidas a la impotencia por las redes liliputienses de las tribus rebeldes. El capitán Gulliver ya había visto todo esto en la isla Laputa, circa 1726.

Mientras ocupó las cumbres, Lydia era una lesbiana felizmente casada con Sharon Goodnow (Nina Hoss), primer violín de la filarmónica de Berlín. Su hijita mulata era una declaración política y un ready-made racial. Tár disfrutaba de enorme prestigio, en cada aeropuerto la esperaba un Learjet Bombardier. Todo encajaba en un molde, y su carrera era un modelo. Mas, no por haber roto la horma y contribuido a crear una regla más moderna y humana, el genio es eximido de comparecer ante los jueces populares: para la chusma, Tár es otra estatua por derribar.

Cuando el mundo se vuelve en su contra, las juntas de inquisidores y los núcleos de sicofantes que la habían mimado evitarán aproximársele. Entre el armagedón woke y un infantilismo político sin denominación, ya sus enemigos ni siquiera caen a la izquierda o la derecha, sino dentro del círculo de un malestar pantocrático y pronominal.

José Ortega y Gasset, el primer filósofo de la hiperdemocracia, lo había anunciado en su ensayo sobre La deshumanización del arte:

“Se acerca el tiempo en que la sociedad, desde la política al arte, volverá a organizarse, según es debido, en dos órdenes o rangos: el de los hombres egregios y el de los hombres vulgares. Todo el malestar de Europa vendrá a desembocar y curarse en esta nueva y salvadora escisión. La unidad indiferenciada, caótica, informe, sin arquitectura anatómica, sin disciplina regente en que se ha vivido por espacio de ciento cincuenta años no puede continuar”.

Entretanto, Lydia trota cada mañana, enfundada en uno de esos conjuntos deportivos que identifican al ama de casa desesperada, proyectada contra la polución urbana. La casta dominante haría cualquier cosa por mantenerse en forma y no caer en la gordura estatal que diezma a la población esclava. Corpore sano in mente insana. La calistenia de Tár es lo que Hannah Arendt llamó vita activa, complemento de una vida contemplativa que produce extravagantes destellos de privilegio.

El nuevo régimen político es el responsable de los trastornos en la “arquitectura anatómica”. Incapaces de reaccionar, impedidos de luchar, privados de voluntad, amaestrados y fácilmente agraviados, los entes posmodernos forman una masa boba. En tal sentido, Lydia Tár es la entelequia de la incipiente resistencia y otra señal de la superación de la especie. Su lucha la emparenta con el pedófilo de Little Children. Ambos han sido acusados, juzgados y apartados de sus respectivas sociedades en un período hollywoodense que abarca las dos décadas en que Todd Fields se dedicó a estudiar este tipo de antihéroes.

Fotograma de 'Tár', Todd Fields dir., 2022
Fotograma de ‘Tár’, Todd Fields dir., 2022

Después de la caída, hay una escena en la que Lydia regresa al hogar y al entorno pequeñoburgués de dónde salió. La directora entra a su antigua habitación y repasa los discos de los maestros, los videocasetes de la edad dorada, y vuelve sobre las palabras santas de Leonard Bernstein, el sabio que inspiró su carrera, y la de muchos otros jóvenes televidentes, en los Young People’s Concerts de la cadena CBS.

Al pie de la escalera aparece su hermano, que advierte la presencia de Lydia y se dirige a ella por el nombre plebeyo que alguna vez la identificó: Linda.

Linda Tár, el poltergeist de Lydia.

La que antes vimos en la cumbre era una cualquiera salida del arroyo de América: también ella había conocido a Mahler en un viejo televisor. La América oscura con sus casitas prosaicas y sus saletas iluminadas por el resplandor mágico de los tubos catódicos, donde la voz de Bernstein instruía al pueblo sobre la teshuvá y la kavanáh, el retorno y la intención cabalísticas. Da capo, luego rubato, legato, ostinato

El privilegio es un espejismo, el resultado de un proceso evolutivo que catapulta a algunos de la vulgaridad a la exquisitez. A fin de cuentas, Lydia nunca fue una duquesa de Sussex, sino una chica americana nacida en la mediocridad; otra que trepó, usando los medios a su alcance, hacia una posición distinguida. En su empeño por convertirse en Lydia, Linda aprovechó las ventajas que ofrecía el socialismo americano. Ahora despertaba de ese mal sueño con un trompetazo.

Todd Fields no le ahorra humillaciones a su Tár, y hasta le niega el típico premio de consolación hollywoodense: un happy ending. En su universo, la consolación es otra manera de transar con la lástima, des Mitleidens nietzscheano, algo que los pesimistas no se permiten. Por eso Lydia cae, y cae hasta el fondo, lo que significa caer en el Tercer Mundo.

Los detalles de la escena final son demasiado sórdidos para revelarlos aquí, y no es mi intención arrebatarle al lector el shock de un futuro disneyesco poblado de videotas.

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NÉSTOR DÍAZ DE VILLEGAS
Néstor Díaz de Villegas (Cumanayagua, Cuba, 1956). Poeta, editor y ensayista. Fue estudiante de arte, pasó por la cárcel en Cuba, y emigró en 1979 a los Estados Unidos. Ha publicado varios volúmenes de poesía, recogidos todos en Buscar la lengua (2015). Fue el fundador de Cubista Magazine (2004-2006). Su más reciente libro, Poemas inmorales (2022), ha sido publicado por la Editorial Pre-Textos. Reside en Varese, Italia.

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