David Huerta

David Huerta tiene entre sus ensayos algunas reflexiones sobre la naturaleza de los versos. Son criaturas memoriosas, unidades constitutivas que algunas veces Huerta toma de otros autores e incluye en su propia escritura para servir como iniciador o finalizador de poema. Estas incrustaciones revelan la simpatía por la obra de ciertos autores como Luis de Góngora. Por este interés en el verso medido, se ha ganado la reprobación de escritores que tienden más hacia el lado del experimentalismo métrico. En su práctica personal, Huerta ha utilizado el endecasílabo en estrofas como la octava real y el soneto. Debe sumarse a este ejercicio escritural, además, su empleo en una larga conferencia sobre Pablo Neruda. El siguiente texto trata sobre las particularidades del verso endecasilábico y su uso en la obra de David Huerta.

La mirada recorre la página de izquierda a derecha, en un desplazamiento sobre la línea impresa, porque la palabra verso implica su performática: es el viaje del arado sobre el surco de la tierra hasta el final y luego su viaje de retorno. De tal manera que David Huerta sabe que “Un verso contiene dentro de sí un regreso”, por eso el nombre de su artículo en la Revista de la Universidad «Regresos y peregrinaciones», en el que reflexiona sobre la naturaleza de ida y vuelta de los versos. Quizá hay que añadir otra metáfora para la representación de ellos: la del hilo desatándose del ovillo. Así, un verso está sujeto, amarrado a otros: “aun cuando sean recordados en soledad, o alejados del organismo al cual pertenecen, los versos, criaturas memoriosas, contienen dentro de sí, virtualmente, los versos anteriores y posteriores a su aparición”.[1] Definición recapitulativa: criaturas memoriosas que acarrean sonidos y sentidos entre más versos en la memoria personal. Piénsese en el jugador de ajedrez que recuerda partidas inmortales por la sucesión natural de jugadas: a esta amenaza de captura de pieza, sólo esta respuesta. Así, se puede decir que cada verso llama, ataca, repele a los siguientes.

Más adelante, en sus colaboraciones para Correo del otro mundo, David Huerta amplía la reflexión y definición: “Un verso constituye una unidad compleja: de sentido, de forma, de sonido […] el verso es el cuerpo, la sangre y el esqueleto del poema”.[2] Como unidades constitutivas, los versos poseen una energía que puede ser utilizada como primer escalón o primer paso del poema. Y qué mejor cuando ese verso, gracias a su medida y ritmo, puede incidir en el inicio o final de un poema. “El mundo es una mancha en el espejo” es el inicio de Incurable (1987); con ese pie endecasilábico comienza la andanza del personaje en un paisaje de emociones líricas y situaciones inusitadas.

En contraste, el endecasílabo como verso finalizador muestra la afinidad entre la obra de David Huerta y la de Luis de Góngora. En alguna entrevista Huerta ha contestado a la común pregunta sobre qué libros se llevaría a una isla desierta. Uno de esos libros es la edición de los hermanos Juan e Isabel Millé y Giménez de los poemas de Góngora. Así, en “Fantasmas en los árboles” del libro Canciones de la vida común (2008) la voz lírica reflexiona en el hondo plato de la sopa cuando de pronto oye viejas voces de conocidos “transidos de dolencias infinitas”. Entre la corteza y los anillos de los árboles se oye “el rumor de trasmundo”. Son el rastro de las huellas geológicas, las desapariciones humanas y animales, el triunfo de la naturaleza sobre la humanidad; es decir, signos de ruina. Recuperando el famoso hemistiquio de la Ilíada, en el que no somos más que parte de la generación de las hojas, Huerta muestra cómo caemos en el dominio de la muerte: “con leves oscilaciones, / sobre el de grama césped no desnudo”.[3] La evocación, incrustación como verso finalizador, proviene del verso 29 de la dedicatoria a las Soledades de don Luis de Góngora. En el poema de Góngora, la fatiga del ejercicio de la caza encuentra su lugar de reposo y se deja caer sobre el césped en un lugar apacible; en el de David, los árboles tienen voces, claman, y en esa exclamación doliente de pronto el lector se identifica con ese árbol primordial que se despoja de sus hojas que caen sobre un césped, no de fatiga sino de extinción.

No es la primera vez que David Huerta evoca a Góngora para finalizar un poema. También sucede en el texto “El desierto”, del libro La olla (2003). Luego de una enumeración sobre el inmenso desierto, entidad que contiene al todo y lo transforma en nada, la voz lírica anuncia:

Que el desierto aparezca y desaparezca
con un ritmo desnudo, a lo largo de las horas y los días

—las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.[4]

Por hablar con entusiasmo sobre el endecasílabo español de raíz italiana, han llamado a David Huerta “emisario de Carlos V”.[5] Pocos simpatizan con la poesía escanciada, pero se olvidan de la autoridad que representa el metro medido. Además, me parece que el origen de las vanguardias procede de un encubrimiento de ella. Trilce (1922), de César Vallejo, mantiene muchos poemas bajo el estandarte rupturista, sin embargo, muchos poemas del libro son sonetos disfrazados; el caso mexicano es el estridentismo, que abunda en versos alejandrinos. Asimismo, para algunos la mejor forma de probarse como poeta es escribir poemas con medida: el soneto ayuda a la concreción del tema con plena unidad, ya que no hay espacio para el excurso.

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Sin embargo, todas estas reflexiones son pura tecniquería, como diría un escritor joven argentino. Nada importa si todo esto sucede enmarcado sólo dentro de la literatura. Lo que importa es tratar de trasladar la literatura a la vida, porque de allí procede. Al respecto entre vida y literatura, Huerta reflexiona sobre la poesía como acontecimiento en la existencia de los lectores: “esos versos inolvidables, imborrables, determinan la textura interior de sus vidas, son la materia de la cual ellos están hechos, con la cual se configura su humanidad”.[6] En otras palabras, somos los versos que nos habitan. Así, cada vez que nos mudamos, recordamos “Mudanza” de Fabio Morábito; ante la inminencia o final del otoño acudirán a nuestra mente los versos: “El otoño vendrá con caracolas” (Federico García Lorca), “El otoño pasó con sus racimos” (Andrés Fernández de Andrada), y, si estamos en medio del bosque, sentiremos en las hojas teñidas, la gravitación del verso “el aceite pelirrojo del otoño” (Gerardo Deniz).

En ese sentido, ¿cuáles son los versos memorables procedentes de la obra de David Huerta? Cada lector hace de la lectura una experiencia personal y los gustos se moldean con el tiempo. El primer poema que me golpeó, como el hacha a un iceberg (la frase es de Kafka), fue “Separaciones”, de su libro Historia (1990): “Ah, destruida. Cómo esta luz / va labrando tu nombre bajo mi besado corazón”.[7] También acude a mí la anáfora reiterativa “En donde estés”, del poema “En donde estés”, y, finalmente, en términos sociales, quizá su poema más reconocido, “Ayotzinapa”, que fue traducido a múltiples lenguas. Esos son los poemas a los que particularmente regreso en recitación personal, del autor o desde el comentario con los amigos.

Por un lado, toda esta primera disquisición ha servido para recalcar que los versos son criaturas que viven en nuestra memoria, a espera de algún recuerdo que haga resonar la significación dentro de nosotros –encuentro estas reflexiones sobre el verso y su naturaleza en algunos ensayos de David Huerta–. Por el otro, él ha practicado el endecasílabo en octavas y sonetos. El mayor ejemplo de su uso es la conferencia “El poema y su sombra”, que suma nada menos que mil versos, y se sitúa por encima de Piedra de sol, de 584 versos, o de poemas antiguos como el Primero sueño de sor Juana, que acumula 975 líneas entre heptasílabos y endecasílabos.

Tomás Navarro Tomás contabilizó 151 variedades rítmicas del endecasílabo entre los poemas antiguos y modernos. Todos ellos son variación de los elementales ritmos enfático, heroico, melódico y sáfico. Quizá el endecasílabo heroico más reconocido de la obra huertiana sea el que abre Incurable (1987): “El mundo es una mancha en el espejo”. Emiliano Álvarez reflexiona lúcidamente sobre este íncipit en su ensayo “El mundo, la mancha, el espejo: a treinta años de Incurable”, en el volumen colectivo A la salud del incurable. Homenaje a David Huerta (2018). Allí resalta el peso semántico de los tres sustantivos que se anudan en ese primer verso cuyo sentido se ensancha a lo largo del poema.

También Jordi Doce, antologador y comentador de la poesía de Huerta, ha reflexionado sobre ese verso. Doce anota en el prólogo de El desprendimiento: “Huerta practica un tenaz ejercicio de deconstrucción que empieza deshaciendo la rigidez métrica de los endecasílabos y termina contaminándolos de manchas y borrones, un enjambre de puntos ciegos que sobrevuela el texto, estirando y flexionando su musculatura sintáctica hasta el agotamiento”.[8] En efecto, en Incurable pasamos del endecasílabo de la primera línea al alejandrino del quinto verso (“El mundo es una mancha sobre el mar del espejo”), para más adelante continuar la apertura métrica, en el que el pensamiento dilatado se acompaña de su ejecución versicular.

La utilización del endecasílabo en la obra huertiana es evidente en su primer libro, más contenido y clásico frente a lo que sería Cuaderno de noviembre (1976), segundo libro que ensaya el tono versicular que tiende a ese ensanchamiento que más tarde empleará en su demás obra. En ese primer libro, El jardín de la luz (1972), encontramos poemas como “Marina”, texto de once endecasílabos, correlación entre conteo silábico y el número de versos. También los epígrafes concuerdan con la predilección de ese metro; ejemplo de ello es el poema “Amanecer” que recupera la línea de Jorge Guillén: “Todo lo inventa el rayo de la aurora”. La sola presencia de este metro en su primer libro amerita un estudio. Me gustaría dejarlo para otra ocasión y aquí seguir con el repaso de otros lugares de su obra.

Entonces, podemos pasar a la octava real. Esta estrofa cuenta con reflexiones ensayísticas del propio Huerta, así como su realización versal. Cuando Huerta la usa se suma a la tradición de dignificarla “en cantidad, en intensidad, en carga intelectual, en complejidad, en belleza de lenguaje emotivo, que es de lo que se trata la poesía”.[9] A la monumental tradición de Boccaccio, Boiardo, Pulci, Boscán, Garcilaso y Góngora se suman todos los autores que la hacen parte de su colaboración escritural.

La octava real por antonomasia es la hecha por Luis de Góngora para su Fábula de Polifemo y Galatea. Las convergencias entre el Polifemo de Ovidio y el de Luis de Góngora tienen sus excepciones. Una de ellas es el catálogo de regalos que Polifemo ofrece a Galatea. Leemos en el poema latino: “he encontrado en los altos montes dos cachorros gemelos de una peluda osa, que podrían jugar contigo, tan semejantes entre sí que apenas podrías distinguirlos; los he encontrado y he dicho: «Guardaré éstos para mi dueña»”.[10]

En una de las clases que la gongorista Martha Lilia Tenorio daba sobre el Polifemo, David Huerta preguntó: ¿por qué don Luis habrá desechado la idea de hablar de los oseznos como regalos? Martha Lilia contestó espontáneamente que la idea fue descartada por Góngora por parecer ciertamente cursi. Así, Huerta con sus reflexiones, y emulando la poética de Luis de Góngora, escribió:

Una octava perdida del Polifemo
[Para Martha Lilia Tenorio, que la ha leído en sus clases]

De oseznos hay en la fragosa cumbre
copia lucida: en mi redil guardados,
negros copos de hirsuta mansedumbre,
antes fieros, al fin domesticados.
Serán doble solaz de amada lumbre,
calor para tus brazos adorados,
¡oh hermosa, oh sin par dulce Galatea:
fuente de tu sonrisa este par sea![11]

Sin duda, el poema se inscribe dentro de la tradición retórica de la poesía gongorina. El verso “negros copos de hirsuta mansedumbre” no tiene madre, ha dicho Martha Lilia Tenorio. En efecto, vemos a los oseznos tan iguales a dos copos de negra nieve, que sumada a la hipálage hirsuta para calificarlos, sentimos esa fiereza delicada, el pelaje violento de los ositos. Esta octava sigue la preceptiva canónica con uno de sus principales requerimientos: pausa fuerte a mitad de estrofa. Huerta utiliza el vocablo copia en el sentido de pareja tal como lo hace Góngora: una pareja de oseznos que Polifemo ofrenda a Galatea. El pareado final o llave, efectivamente, funciona como epifonema: ¡que este par de oseznos sean siempre provocadores de tu sonrisa! Cuando se realiza el análisis rítmico de la octava, encontramos que el ritmo se agrupa en pareados: sáfico-sáfico, melódico-melódico, heroico-heroico; es decir, que el par de oseznos se ve representado por el ritmo pareado de los versos; asimismo, como dicta la preceptiva sobre los versos llave: “tienen unas mismas cadencias, diferentes de las primeras”.[12]

La égloga tercera de Garcilaso, que son 47 octavas reales, suma 376 versos. Góngora llegó a los 504 con su Polifemo (aquí nosotros podemos sumar los ocho versos que David Huerta añadió a la trama gongorina). Aun así, ninguno de ellos se compara en número de versos con La Araucana, de Alonso de Ercilla, que versificó 21 064 endecasílabos. Para continuar con el repaso del endecasílabo en la obra huertiana, podemos transitar del cuadrado verbal que es la octava real al rectángulo verbal, como ha denominado David Huerta al soneto.

Luego de la llegada al segundo milenio, fue preciso hacer un repaso por los avances tecnológicos que nos han permitido llegar hasta estos años. David Huerta recuerda las innumerables encuestas sobre cuáles serían las más importantes invenciones del milenio. Entre tanto mecanismo científico e industrial, una respuesta en la página impresa brillaba por inaudita: al lado de la imprenta, la máquina de vapor, alguien respondía: el soneto. Algo tan esencial como un grifo o un puente, ambos metáforas del arte como encuentro y emanación, se pueden emparentar con la invención de la forma estrófica: “Lo importante es la perduración del soneto, su resistencia en el tiempo, su aparecérsenos continuamente, su presencia repentina cuando los antipáticos lo daban por muerto, su condición de criatura enormemente ágil y brillante, tornasolada y robusta en su pequeñez epigramática”.[13] Ya los preceptistas del Siglo de Oro lo reconocían perfecto para tratar cualquier asunto. Y todos los autores que hacían traducción, imitatio, epigrama, poemas de tono moral lo entendieron así.

Tengo noticia por Jorge Gutiérrez Reyna que David Huerta tiene publicado un soneto infantil sobre el pulpo. Además, en cierta ocasión David me leyó el soneto “El ruiseñor y el fuego”. Mi memoria no alcanza a traerlo de regreso, y no recuerdo ninguna de las rimas y mucho menos alguna de las imágenes. Le he preguntado por correo electrónico si aún conserva el texto. Me responde esto: “Creo que ese poema se perdió para siempre, a menos que lo haya impreso, cosa que dudo. Lo siento, mano. De todas formas, voy a buscarlo y te aviso. Abrazo”. Entre la reflexión sobre el soneto y su realización falta aquí ese ejemplo. Sea este párrafo una grandísima evocación para recuperarlo de una papelera de reciclaje, un correo enviado o de algún otro lado.

Actualización: en una reciente lectura para la editorial Era, el miércoles 1 de junio de 2022, el poeta ha dicho esto en cuanto a la escritura de sonetos y su publicación: “mi poesía medida y rimada la tengo en un cajón, a salvo de los de las agresiones de la asamblea, que me va a matar a pedradas cuando publique mis sonetitos; aparecerán póstumamente”. La asamblea poética se trata de todas aquellas personas que creen el carácter obsoleto de la poesía medida. Huerta remarca el ambiente de rechazo: “He procurado mantener un lugar espiritual y físico donde sea posible leer sonetos en paz –¿y escribirlos también?, sí: también escribirlos–, lejos de la estridencia posmoderna y las furias y penas circundantes”.[14] Ningún soneto se podrá comparar a los de Góngora y Garcilaso, pero ellos, frente a Dante o Cavalcanti, no son nada. Quiero decir con esto que los poemas no viven en la comparación, no son caballos de carreras: toda obra de arte vive en el reino de los iguales, como ha notado David Huerta. Además, negar el soneto sería negar los de García Lorca y Borges, escritores finales del segundo milenio que siguieron practicándolos.

Finalmente, es hora de comentar la conferencia de 1 000 versos y con ello el género: la conferencia en verso. En el millar de versos que es “El poema y su sombra” (2006), Huerta hace un retrato de Neruda, sus fuentes y lecturas. El elogio se desprende desde el despliegue hiperbólico del lenguaje y obra. Allí vemos el desfile de autores: Rubén Darío, los poetas franceses y los españoles del Siglo de Oro, nombres como el de los uruguayos Carlos Sabat Ercasty, Julio Herrera y Reissig, Whitman, Herrera.

Con esta versificación, Huerta enmarca la poética de composición de la obra nerudiana, resultado de la tensión y paradoja, o de lo que denomina luz y sombra: versos de la noche nupcial y de la luz radiante, del negro cóndor atravesando América y del hielo antártico y más tarde la arena radiante de la playa. Así lo define David Huerta: “El poema y su sombra son tú mismo” (v. 557) porque “las palabras / conciertan luz y noche, sombra y día” (v. 653). Es decir, la poesía es la tensión que nunca se resuelve, juego de blancos y negros.

Autores como Octavio Paz y el mismo Pablo Neruda no han salido indemnes de la crítica, que los ha tachado por sus comportamientos ante sus parejas sentimentales. Sin embargo, Huerta recuerda la persistencia de la obra sobre la biografía mientras exista lenguaje para nombrar el mundo: “Mientras se hable / y se escuche y se escriba el castellano […] tus poemas serán fulgor y viático” (v. 189). Así, cada obra de Neruda suscita: “luces nuevas, inéditas materias / para imaginaciones y vigilias / y el trabajo continuo de la mente” (vv. 199-201). Las opiniones quedaron consignadas en los periódicos y las acciones viven en el recuerdo de las personas; pero las obras se entregan siempre para todo el que quiera leer y busque allí acontecimientos que tiñan la existencia de cada persona.

Como buen versificador, que ha estudiado los poemas extensos en el ámbito hispánico, Huerta sabe que el poema largo se sostiene de una sola materia; en esta conferencia, la poesía de Neruda y de pequeños poemas, suma de miniaturas que imprime variación al poema. Como ejemplo en otros poemas, en el Primero sueño es reconocible el pasaje donde duermen los peces, el perro e incluso el venadito. En la conferencia en verso huertiana observamos al colibrí:

Miro este colibrí, pienso en la sangre;
pienso en la noche de Birmania, en calles
de Madrid o París o de Santiago:
su pugnaz aleteo es una forma                     670
del mundo interminable, chispa viva
que da vueltas, de pronto se detiene
junto a una flor enorme, vuela el pájaro
con un fragor de espasmos diminutos
y, como apareció, se pierde luego                 675
en los tenues rincones de los árboles.[15]

El lector podrá encontrar otros pasajes igual de líricos o reflexivos. La conferencia demuestra la manera en que un poeta puede rendir homenaje a otro poeta. Y qué mejor forma de honrarlo que desde el despliegue del ejercicio métrico. Esta conferencia de David Huerta es la demostración del dominio por el metro que ha utilizado desde sus primeros poemas. Así, con estos endecasílabos, Huerta califica la figura de Neruda: “Lector del ruido, traductor del caos” (v. 409), “Hondero, capitán de los meteoros” (v. 963) y la de él mismo: “un lector que a menudo versifica” (v. 988). Ambos poetas quedan enmarcados dentro el metro de origen italiano que echó persistente raíz en la lengua hispánica.

El libro al que pertenece la conferencia se llama Correo de los narvales; se llama así porque Neruda sabía de la existencia de aquella criatura, el narval, que logra erigirse un enorme colmillo de más tres metros de largo. El título del libro es una manera de resaltar el mar como motivo principal en la obra nerudiana. Las reflexiones sobre el verso en la obra huertiana también tienen su paralelo con el mar. En su más reciente recopilación de ensayos sobre poesía, Las hojas (2020), leemos: “entidad en estado continuo de estar volviendo, una y otra vez, como un oleaje, un verso y luego otro, unidos y separados con una fuerza delicada, con un ritmo y una cadencia peculiares, construyendo la estrofa, el poema”.[16] De nuevo el tránsito de ida y regreso, la unión y separación entre los versos, que construyen la estrofa y más adelante el poema.

El endecasílabo es parte de la tradición hispánica desde 1526, cuando Boscán escribió los primeros sonetos y canciones, y es el primer escalón de las construcciones mayores. La octava, el soneto “son una oportunidad única para probar las propias armas expresivas en los términos de composición o construcción poética”.[17] Todo poeta que se precie de escribir en español ha caído en el endecasílabo, ya sea para usarlo o evadirlo. Huerta sueña con ese taller poético, en que un alumno avanzado vela las armas mientras construye una sextina, poema de 39 endecasílabos, de tema regularmente grave.

Viaje de ida y regreso, ovillo que se desata desde otros versos, oleaje rítmico, primer paso o finalizador del poema, todas estas son las imágenes con las que podemos calificar al verso. Por un lado, el endecasílabo por sí mismo posee una fuerza que hace que se fije en la memoria. Cada verso llama a otros y David Huerta los ha utilizado para incluirlos en su obra. Estos versos predilectos provienen de la obra gongorina. Por otro lado, en su “Discurso de aceptación del Premio fil de Literatura en Lenguas Romances”, Huerta afirma: “El mejor poema del mundo es el que se instala para siempre en nuestra mente con la fuerza no de uno sino de varios poemas que resuenan los unos en los otros y que forman con el tiempo una red infinita de imágenes, sensaciones y significados”.[18] Ya no se trata de un sólo verso llamando a otros, sino de una red infinita de versos y evocaciones, poemas que llaman otros poemas y poemas que llaman a obras de otros autores. Podemos finalizar con la conclusión de ese discurso: “la mente es el mejor verso del mundo”.


Notas:

[1] David Huerta: El vaso de tiempo, Vaso Roto, Madrid, 2017, p. 18

[2] David Huerta: Correo del otro mundo. Hoja por hora 2001-2008, Grano de sal/ Universidad Autónoma de Nuevo León, Ciudad de México, 2019, p. 62.

[3] David Huerta: El desprendimiento. Poemas 1972-2020, ed. del autor y de Jordi Doce, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2021, p. 305.

[4] Ibídem, p. 252.

[5] “Uno de mis poemas favoritos concluye con una imagen doble, ascendente, progresiva y desoladora: las horas en trance de erosionar los días, los días “royendo” los años. Lo cito a menudo en diferentes formas y hasta me he ganado burlas por mi apego obsesivo a esa idea del tiempo y sus devastaciones”. (David Huerta: “Autobiografías involuntarias”, Correo del otro mundo. Hoja por hora 2001-2008, ob. cit., p. 45.) La denominación de Huerta como emisario está en “La flor y la sangre”, El vaso de tiempo, ob. cit., p. 48.

[6] David Huerta: El vaso de tiempo, ob. cit., p. 19.

[7] David Huerta: El desprendimiento. Poemas 1972-2020, ob. cit., p. 146.

[8] Ibídem, p. 26.

[9] David Huerta: “Acerca de la octava real”, en David Huerta, Josu Landa y Eduardo Hurtado, Tres formas: romance, octava real y verso libre, LunArena Editorial, México, 2005, p. 60.

[10] Ovidio: Metamorfosis, ed. y trad. Consuelo Álvarez y Rosa María. Iglesias, Cátedra, Madrid, 2003, p. 699.

[11] David Huerta: After Auden, Parentalia, México, 2018, p. 14.

[12] David Huerta, “Acerca de la octava real”, ob. cit., p. 71.

[13] David Huerta: “Una invención del segundo milenio”, Aguas Aéreas, núm. 117, 2013, p. 97.

[14] Ibídem, p. 97.

[15] David Huerta: El correo de los narvales, Ácrono-Libros del Umbral, México, 2006, p. 166.

[16] David Huerta: Las hojas. Sobre poesía (2007-2019), Cataria, Ciudad de México, 2020, p. 220.

[17] David Huerta, Josu Landa y Eduardo Hurtado: “Acerca de la octava real”, en Tres formas: romance, octava real y verso libre, ob. cit., p. 91.

[18] David Huerta: El desprendimiento. Poemas 1972-2020, ob. cit., p. 409.

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