‘Una vista hacia la bahía’ (detalle), Osvaldo González Aguiar, 2011

La gabardina extendida a todo lo largo del mostrador
la rozo a ciegas mi padre
el cortador se encuentra
en la yema de mis dedos.

Termina en casa el almuerzo, lo coronamos con cóctel
de frutas en lata, una
estafa (hoy se sabe)
la industria nos lavó
los sesos, se sabe:
oigo rodar la silla a
la cabecera de la
mesa de roble bordes
taraceados, lo oigo
eructar, mi hermana
y yo a escondidas nos
tapamos la nariz con
el índice y el pulgar,
aquello no huele a
algalia, a esencia
de rosa (alhucema)
nos entra la risa, la
incontenible risa de
los muchachos, el
eructo de mi padre
se volvió angelical,
uno de los atributos,
son varios, de la
Muerte.

Entro a orinar, resulta inseparable el olor a humedad,
a orines acumulados,
el albañal que desagua
mal, el ruido del chorro,
el musgo cubriendo el
desagüe, gotea con la
lenta anuencia de las
intravenosas (todo llega):
gota, pasa un camión
recogida de basura
se detuvo en la esquina
de Muralla, gota, olor
a gasolina me llena los
pulmones, lo retengo,
me gusta desde niño
oler gasolina, tiro de
la cadena, la cisterna
sigue vacía: me limpio
el olímpico con sus
cataplines uso papel
de baja estofa, se me
pone la cabeza dura,
oigo la portañuela (riqui)
la cremallera, catorce
años de edad y ya
tengo lenguaje.

En jarras. Hora de cerrar. Enfrente sirven en sendos vasos
con pajitas agua de
coco con limón. En
el umbral. Cinco
minutos más y
salimos camino del
parqueo de la plaza,
volver a casa, soy
varón, seremos
recibidos, reyezuelos
de un reino de
taifas, puesta la
mesa, condumio
de la tarde, las siete,
jueves, puré de papas
con crema agria, nos
llenamos la paila que
explotamos, eco del
eructo en mi eructo
acaba el eco: la
hermana muda la
ropa de Mariquita
Pérez, la veo de
soslayo desnuda,
no tiene raja ni pelos,
de qué le sirve al varón
una muñeca, helo ahí,
eso lo explica todo, las
muñecas son un juego
de hembras.

Mi aliento rancio esta (aquella) noche, acabo de descubrir
en mí los malos olores,
me gusta olisquearme
los huevos, axilas, el
olor que despide una
cucaracha al ser
aplastada, meterme
bajo la colcha (me
imagino expedicionario)
me echo un pedo frijolero
tapando con la palma de
la mano el culo de la
expulsión (parece
cosa bíblica) llevarme
en cuenco las manos
a la nariz, respirar
parejo, irán llegando
otros olores (hedores)
el hueco de una cierta
pelirroja en Pajarito,
huelo a chotuno, tres
días que no me baño
en aquellos calores del
verano, huele a salitre,
olían todavía las aguas
a yodo: olor a papa frita,
a guarapo, a cítricos, olí
el vestigio de aquellos
veinte años en la Isla
de Cuba, aguarrás,
mamposterías, helado
de mango, casco de
guayaba: pierdo vista,
gano olfato, huelo a
especias recién
llegadas de la India
a las Indias, ochenta
años cumplidos todo
se va haciendo somero:
me escurro a mi lugar
donde veo posarse en
orilla agreste (Chile) al
cormorán, veo una
liebre perseguir (Monte,
pvcia. de Bs. As.) su
sombra, la coge, la
zarandea, queda claro
que se cierne la
matanza, huelo de
la cintura para arriba
lo inevitable para
abajo imagino algo
que remueve un
olor a terrones.

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JOSÉ KOZER
José Kozer (La Habana, 1940). Es uno de los poetas más prolíficos del mundo contemporáneo. El conjunto de su obra suma cerca del centenar de libros de los cuales el más reciente, Nulla dies sine línea (2016), intenta recogerla en su integridad. Ha ejercido la docencia en algunas universidades y traducido al español a poetas de las tradiciones inglesa y japonesa. A la par de un indiscriminado ejercicio de la lectura, ha llevado una reflexión crítica sobre antiguos y modernos, canónicos y emergentes, de la que dan fe los fragmentos de sus diarios, las entrevistas concedidas y los ejercicios en prosa en parte concitados en volúmenes como La voracidad grafómana: José Kozer (2002) y De donde son los poemas (2007). En 2013 fue galardonado con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda.

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