Helen Levitt

Lo Épico y Lo Tonto I

Antes ya mencionaba estos términos. Quisiera ahondar en ellos sin que los conceptos me desliguen de la carne, del sudor, de las emanaciones saladas del ser humano, pues sin huellas no hay tierra, ni Luna sin alguien que la mire.

El proceso de especular es un proceso infinito. Sin embargo, en una obra este proceso debe tener su límite (formal, claro). Ese límite se encuentra cuando se produce el cortocircuito, el trauma entre Lo Épico y Lo Tonto.[1] Estos límites son impuestos por normas, modelos. Aparece El Orden y La Explicación. Necesitamos explicarnos este caos que se nos aparece de un momento a otro. Las cosas son simultáneas, el espacio es infinito –o muy, muy grande–; sin embargo, para aprehenderlo tenemos que graduarlo, clasificarlo y llegar a un resultado.

Entre el Uno y el Dos existen infinitos números, pero tenemos que llegar al Dos, en algún momento tenemos que llegar al Dos… si no, ¿cómo avanzamos? Es decir, tenemos conciencia de lo desmesurado, de lo infinito, pero necesitamos de lo mensurable, de las migajas. Para movernos en esas migajas surge la Ley, la mentira liberal.

Por otro lado, ¿quién dijo que entre el Uno y el Dos existían infinitos números?, ¿no es acaso otra ley?, ¿y de dónde salió esto sino de la mente del hombre hambriento mirando los cielos llenos de Tiempo? No hay caso: la Ley engendra más Ley.

Las preguntas no se quedan detenidas para los hombres bajo el cielo: ¿cómo compatibilizar lo doméstico, lo pequeño, con lo inconmensurable y maravilloso?, ¿cómo compatibilizar el pago del agua, la agenda, ir a botar la basura, mientras allá en el Cosmos todo se mueve de otra manera, con ese infinito que no nos cabe en la cabeza?

Allá Lo Desconocido, El Temor, Lo Grande, Lo Inmenso, casi… Lo Épico.

Aquí la migaja, lo doméstico, el deber ser, el cuáker, el cómo está usted, aquí estamos, pasándola… ¿cómo está el dólar?

La Vida no se puede vivir sin algo que sea + o – importante que otra cosa. Tiene que haber prioridades. Prioridades y consecutividad lógica. No hay Orden real sin jerarquías ni prioridades. Si todo se realiza al mismo tiempo, no hay proyectos, no hay esperanzas, no hay premios, ni juicios y, sobre todo, no hay Drama. Por algo el primer mandamiento de la existencia social reza que “Nada puede ser al Mismo Tiempo”. Vamos con calma, paso a paso haciendo futuro, seis días para hacer al Hombre y el séptimo gozarlo contemplando la obra.

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Estas tonteritas no podemos asimilarlas tan tranquilamente como tonteritas. La vida y sus condimentos, las utopías, la casa propia, la obra, el árbol, los hijos, los afectos, los gatos y tortugas, las familias, la casa en la playa… a todo esto necesitamos contagiarlo también de un valor, conferirle categoría. Así también en Lo Doméstico reproducimos una Épica, una Épica de bolsillo… y con ella aparece el sentido a las cosas, la misión. Esta vida no puede ser tan, tan gratuita, debe ser por algo: cada persona tiene la necesidad de sentirse único, tocado por Dios o por un hada madrina.

―¿Cómo se puede dibujar la esperanza? –me preguntó mi hijo.
―¿Cómo se te ocurre?
―Como… un barco que va a llegar –me dijo.

Para alguien que de pronto, sin causa aparente, se ve instalado sobre la faz de la Tierra junto con cedros, pájaros y cocodrilos resulta imprescindible que Algo o Alguien tenga que venir, un Nuevo Orden, un Mesías… Así surge algo fundamental en el ser humano, que lo define en su contextura dramática y épica: La Espera.

Este Alguien no va a llegar solo; tenemos que hacer algo, darle sentido a esa espera, apurar al viajero, en fin, preparar su llegada. Y en esa preparación damos sentido a nuestro estar, a nuestro bien-estar y mal-estar. Todos nos arreglamos en algún momento para ser responsables de lo que hacemos, para decir: este estar tiene sentido.

Cuando el sentido se extravía parecemos caer. Tratamos entonces de reducirlo todo a nuestro único y gran modelo: nos formamos, nos reformulamos, nos comportamos y volvemos a reformularnos, buscando nuevas maneras de… ser.

Esas maneras muchas veces buscan más afuera que adentro. ¿Y qué sucede con lo maldito, que se anida adentro, íntimamente? Se desarrolla ciego, asintomático, sin perder sensibilidad, late y crece como bestia de mil caras, hasta que, dadas las condiciones, emerge. Y cuando sale, para seguir viviendo, queda atrapado en la prohibición de la ley. Vive una libertad normalizada por el comportamiento, por el proceso formativo.

En la medida en que más avanzamos, en que más aprendemos, más nos formamos. Y paradójicamente, mientras más nos formamos las posibilidades de que esa formación se trice y despedace aumenta con creces. Por eso, cuando el sentido falla, cuando la misión se interrumpe, cuando las bellísimas utopías caen, entonces volvemos al desconcierto, y cuando este surge, re-aparece la lucidez… aunque muchos en ese momento piensen lo contrario y abandonen la arena, paralizados. Pero como la Misión siempre está vinculada a un sentido ella trata de buscar una explicación para su existencia… en su propio seno. Si no la encuentra, surge el absurdo, o lo tonto o lo inexplicable. Y con Lo Tonto surge el miedo ontológico, llamada arbitrariamente la Gran Luz Canónica (GLC).

 

Lo Épico y Lo Tonto (II)

Necesitamos contar y formar parte de un cuento. Generalmente somos personajes de ese cuento. Creemos que somos nosotros quienes lo contamos, pero es otro quien lo hace. No creamos nuestra propia historia; somos historiados.

Y cuando nos damos cuenta de que somos personajes en las manos de alguien más grande, no nos queda más que disculparnos, saludar al Cosmos y conformarnos con la pequeña Nada. Esa disculpa no siempre toma forma humilde.

Aun así, queremos ser héroes o mártires, o lo que sea, queremos pasar a la historia, no sólo a la Gran Historia, sino a la pequeña, incluso a la historia ignorada. Lo importante es que alguien nos recuerde. Incluso el más terrible de los ermitaños se siente contemplado por un observador virtual, llamémoslo Dios, el Gran Arquitecto, una abuelita ya muerta, o La Historia. Todos vivimos para la Épica. Todos buscamos un epitafio digno:

El tiempo dirá.

La historia me absolverá.

Tengo la conciencia limpia, o las manos limpias.

Todas son declaraciones épicas. Resuena la inmolación, el sacrificio.

Hay personajes que se dicen estas consignas a sí mismos y con ellas sostienen sus penas. En cambio, el santo, el revolucionario, el ganador se las pronuncian a Dios o a la Historia, o a todos los que seguirán su ejemplo. El Che Guevara, el Papa Pío XII, Jack El Destripador, Alfredo Di Stéfano, Chicharito… todos avanzan animados por un halo épico contaminante.

El Quijote no se conforma con realizar grandes hazañas; necesita que alguien inmortalice estas hazañas en un libro. Siempre estamos añorando algún Heródoto que recoja algún trocito de nosotros. Seamos víctimas o ganadores, santos o bandidos, revolucionarios o conservadores, transgresores o institucionalistas.

Decíamos que Lo Tonto nos pone en el centro del miedo. En cambio, Lo Épico es la continuidad, la propaganda, la imagen institucional de nuestros deseos más arraigados.

Recuerdo el caso de un carabinero que fue salvado de perder la vida por un balazo gracias a un lapicero que desvió la trayectoria. Tuvo varios episodios curiosos como estos. Se llenó, pues, de un halo épico. Mucha gente lo consultaba para jugar lotería y otros juegos de azar. Esta Curva Épica garantizaba una continuidad en la historia. Su vida y su muerte debían ser tributarias de ella. Sin embargo, una tarde, un árbol se le cayó en el techo del auto, el auto se aplastó y lo mató. Su muerte, por supuesto, no se comparaba con los sucesos anteriores. No podía ser posible… y hubo, claro, muchas especulaciones sobre la verdadera caída del árbol. ¿Fue accidental o fue urdida? ¡El sentido común no aceptaba una muerte tonta, tan, tan tonta para una trayectoria épica como aquella!

Nos cuesta comprender cuando La Épica se va al suelo, cuando el esquema se rompe en pedazos. Sin embargo, este cortocircuito entre Lo Épico y Lo Tonto resulta tremendamente dramático, caudal para miles de obras, entre ellas las películas Psicosis, Sol ardiente y la novela El proceso, o cualquiera que emane una herencia de la menipea (por cierto, Julia Kristeva se luce con su trabajo sobre la menipea).

Joseph K, en El proceso, se defiende asumiendo el absurdo. Al asumirlo contribuye a su destrucción, puesto que la situación es desde el primer momento arbitraria. ¿Y si K fuera indiferente?, ¿si se olvidara?, ¿si se durmiera? Si estuviera desde el primer momento contra la lógica del proceso, entonces no asumiría el absurdo, pero al no asumirlo, no sería un héroe, no sería un buen personaje de la novela, ni de la vida.

Por tanto, el destino de este héroe es trágico. Su tragedia es lo más digno y salvador que le puede suceder: K nace como un personaje perdedor, fome, neutro, cero al cuociente. Sólo al interior del proceso se transforma en interesante, en ganador, pero eso se debe al doble proceso, al jurídico y al textual.

Lo Tonto nos baja de la cumbre. A veces nos baja tanto que nos deja sólo frente a lo desconcertante del existir. Asumir ese desconcierto puede darnos más lucidez y, paradójicamente, seguir camino a más Forma, más formación, en la acepción de Gombrowicz. Surge la pregunta: ¿Es equivalente Lo Absurdo a Lo Tonto? Cuando Joseph K asume el absurdo, cuando “juega el juego de sus perseguidores”, ¿juega Lo Tonto o Lo Absurdo?

En rigor, Lo Absurdo no es algo puntual, sino una cadena de hechos, un proceso… El proceso de Joseph K termina siendo absurdo precisamente porque constituye un proceso con origen en Lo Tonto, pero con un derrotero absurdo. Esta calidad de proceso transforma Lo Absurdo en un caos normalizado, nervioso si se quiere, pero institucional. Lo Tonto, en cambio, es puntual, un evento. Es un virus que se anida y se activa dentro de la Épica. No es una recta ni un volumen; es un punto dentro del espacio de Lo Épico. Esto no significa que sea un punto sin importancia. Al revés, Lo Tonto impregna de Tonto todo Lo Épico que lo rodea.

El virus de Lo Tonto puede vivir dentro de Lo Absurdo sin carcomerlo. Es la ventaja de Lo Absurdo; su flexibilidad y humor acoge y asimila sin problemas hasta lo más sorprendente. Al revés, el humor de lo Épico es blanco y rígido. Por esto es la víctima preferida de Lo Tonto. Lo Absurdo enfrenta y dialoga con Lo Épico. En cambio, Lo Tonto destroza a Lo Épico. La única forma para que Lo Tonto logre crear Obras a partir de Lo Épico, es que sea controlada por Lo Absurdo. Lo Tonto, por sí solo, no crea obras. Lo Tonto es un agente del Absurdo en su juego creativo con Lo Épico.

Lo Épico estructura. Lo Tonto desestructura. Lo Absurdo re-estructura.

[1] El terreno que comienza más allá de este trauma es asunto de las almas en pena y, por lo tanto personal, y hacia allá yo no camino, por ahora.

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